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jueves, 25 de agosto de 2016

El cartel de los piscos

En antaño en las esquinas del parque principal, en las casas curales y plazas de mercado, había un espacio reservado y demarcado en madera conocido desde entonces como la cartelera en los que se fijaban los carteles anunciando edictos, defunciones, fiestas, corridas de toros o galleras.  Es común escuchar a estudiantes que la profesora les puso como tarea hacer una cartelera y terminan elaborando es un cartel tan pequeño que lo ponen en cualquier pared para recibir una gratificación en nota.

A mediados del siglo XX en Colombia surgieron los bandoleros, grupo de varones que empuñaban las armas para enfrentar a las fuerzas del orden, para desplazar o masacrar a otros para quedarse con las tierras. Decenios después, el numero de facinerosos aumentó y se les llamo, bandas, pero en la década del sesenta del mismo siglo con el auge de la marihuana, surgieron los carteles de los narcos que oscurecieron la vida nacional en la década del noventa y desde hace unos lustros, la vida de México.

En la niñez o juventud las personas buscan un modelo a imitar, y ahora mas que antes, quienes resultan con propiedades y ostentan con el dinero se convierten en los espejos para los niños y jóvenes de hoy promovidos por los noticieros y las imágenes de la televisión.

Carlos, Vicente y José oriundos del campo cursaban el primer año de bachillerato junto con algunos niños,  hijos de padres ostentadores que imitando a los padres, hacen lo mismo con sus compañeros de colegio notándose desde entonces las limitaciones y diferencias entre los estudiantes de los campos y los estudiantes del pueblo, los estudiantes de los barrios subnormales y los demás barrios.

Carlos, Vicente y José regresaron a la vereda en las primeras vacaciones del año lectivo a trabajar en la finca de sus padres, pero en esa ocasión, llegó a donde los abuelos un niño a vacaciones con mas años y con los resabios de un habitante de barrio subnormal. Medardo era su nombre con lazos de sangre con Carlos, razón por la cual   estrecharon la amistad con Vicente y José. Los niños de la vereda recibían de sus padres la comida y el afecto escaso de quienes se educaron en el trabajo, y Medardo criado con escasos lazos de afecto, recibía a regañadientes la comida de los abuelos ya acostumbrados a recibir los nietos abandonados por sus progenitores que los engendraron sin condición ni edad para asumir la crianza como Dios manda.

Los pozos de las quebradas, los raudales del Saravita, las improvisadas canchas de futbol en cualquier plano potrero o los campos deportivos a suelo pelado en las escuelas, eran los lugares mas frecuentados por los niños en esas vacaciones.

Medardo, un par de años mayor de los tres niños y con los vicios que se aprenden en la capital estableció una empatía y se convirtió en el patrón del grupo instándolos a obtener dinero pescando en la cualquier alacena que escaseaba en sus hogares. Los niños una vez conocieron la estrategia para obtener dinero encargaron a sus padres las herramientas para el trabajo que empezarían los cuatro. El trabajo de pescar en agua seca.

Cada quien logró armar su herramienta de trabajo consistente en cinco metros de nylon y un anzuelo, y la carnada, cada quien la buscaba en  casa. El escenario del trabajo de los niños fueron los potreros cercanos a las viviendas de los vecinos, la jornada de trabajo era los lunes, día de mercado en que los dueños de las casas las dejaban vigiladas por los gozques, pero los potreros en los que pastaban los ganados y buscaban saltones los piscos, eran vigilados por los rayos del sol.

Cada niño escogió el escenario de su trabajo y entre las nueve y once de la mañana de un lunes de la década del setenta del pasado siglo, empezaron su primer trabajo para disponer de dinero en julio cuando regresaban al colegio de la población.

La táctica era la misma. Debían usar ropa verde y mimetizarse detrás de las piedras o encima de los árboles en el potrero en que las piscas con sus piscos rondaban a carreras detrás de los saltones para llenar sus buches, pues como era día de mercado, el maíz ya no había en los costales o cajones de madera de las casas de los vecinos.

Cada quien tenía la misión de pescar tres aves, y una vez las tuviera en recaudo, debía trasladarlas en un costal papero hasta el pozo del tinajo, lugar pactado para contar el botín y definir la forma de monetizarla.

Los anzuelos no fueron guindados en el agua. Los anzuelos fueron tendidos en los potreros con un grano de maíz o un saltón para que  un ave lo tomara para alimentarse. Una vez la pisca o el pisco que  competía por el alimento se echaba al pico el grano de maíz o el insecto, el poseedor del anzuelo empezaba suavemente a recoger el nailon hasta que el ave era atrapado por cada niño e introducida al costal que se mantenía escondido bajo un palo de arrayan que daba sombra a la hondonada.

Sobre las doce del medio día de ese lunes del primer trabajo remunerado de los niños, éstos estaban cada uno con su botín en el pozo del tinajo. Juntaron las aves pescadas en dos costales de fique, y cada quien hizo cuentas de los billetes que recibirían con el producto del trabajo de ese lunes en pocas horas. Pero Carlos Vicente y José no habían pensado como vender la pesca obtenida, en cambio Medardo con la experiencia tomada en un barrio subnormal de la capital ya tenía la solución para convertir en billetes el producto de las pesca.

Medardo empezó advirtiendo que por ser día de mercado cada uno no podía irse al pueblo a feriar el producto de la pesca, que era mejor no suscitar sospechas al abandonar cada quien su casa, que vender las 16 aves en la población sería difícil porque el mercado fue por la mañana, que lo mejor era vender el total de la pesca en el mercado de otro poblado al cual tocaba llegar en un bus de línea a la capital, que el peso de todas las aves era mayor para que uno de los residentes se fuera a vender lo pescado. Los tres niños que habían regresado a la vereda a pasar sus primeras vacaciones, asintieron en los razonamientos de Medardo, quien propuso la solución para ganar mas cada uno.

Medardo empacó las 16 aves en los costales, y por ser mayor y  se defendía viajando en bus solo, cogió peña arriba dos horas hasta la carretera central donde cogió un bus para la capital colombiana con la promesa de regresar el fin de semana a la vereda a repartir proporcionalmente el producto del trabajo con el anzuelo.

Carlos, Vicente y José se hicieron bachilleres y luego profesionales. El primero fundó un partido político, el segundo se convirtió en maestro y José es un prospero ganadero. Décadas después Medardo volvió a la vereda con ocasión del festival de torbellino y el requinto, y hasta ahora no se han vuelto a reunir para hacer cuentas, las cuentas que Medardo nunca aprendió a hacer para ganarse el pan con el sudor de la frente.

Puente Nacional, finca La Margarita, Junio 29 de 2016

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