domingo, 15 de marzo de 2015

Brujas y hechiceros… que las hay, los hay.

Testimonios en vídeos y relatos.
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Posaban, unas veces en el estoraque, otras en el galapo que daban sombra a la vivienda, pero era mas usual en las palmas de caña de azúcar que servían de techo en el rancho de bareque pintado en la ladera de la cima mas alta del predio la Vega en la que se cultivaba café, la yuca, el plátano, el aguacate y los cítricos.

Aparecían en luna nueva o en luna llena cuando el silencio invadía la oscuridad de la noche. Entre las seis y las ocho del tiempo del descanso obligatorio, cuando sentados alrededor del figón escuchando relatos del dueño de la finca. Quien se percataba siempre del revoleteo de un ave del tamaño de una pisca.

A los curiosos, invito a acceder a youtube y acceder a los siguientes links o buscar vídeos de brujas reales.

El suspenso y la expectativa iniciaba con el silencio del narrador de cuentos que invocaba a los presentes, jóvenes recogedores de café, a agudizar el oído para escuchar la misma respiración.

Entre mas uno se concentraba en escuchar, se empezaba a oír el aleteo entre murmullos y risas de voces femeninas. Una vez los presentes se percataban de la presencia cercana de la bruja o brujas, el narrador de historias sacaba de la oscuridad dos machetes o dos cuchillos y disponiéndolos en cruz, saltaba, sin miedo y decisión a la mitad del reducido patio del rancho, 

–¡y gritaba¡.

 ¡Gritaba a todo pulmón¡: -En nombre de Dios, brujas hija de putas, váyanse a los mismos infiernos-, mientras friccionaba con sus fuertes manos las hojas de los metales produciendo un tintineo que asustaba hasta  las mismas brujas que volaban perdiéndose en la noche de relatos en la espesa noche oscura.

EL JOVEN QUE FUE TRASTEADO POR UNA BRUJA.

Melciades era su nombre. Provenía de una vereda de Mogotes y estaba encargado de cuidar una finca cañera que tenía como patrimonio un viejo trapiche para extraer miel con la que se endulzaba el guarapo que consumían los cultivadores de papa en las tierras de Boyacá.

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Un domingo de luna llena retornaba de la tienda veredal con una arroba de papa a la espalda y con unas cuantas bavarias subidas a  la cabeza. Venía tonteando por el camino acompañando el paso con sus cantos rancheros propios de varones sin amores.

Ya había adelantado media legua de la tanta que estaba el viejo trapiche, cuando sintió un fuerte viento en el rostro que lo dejó crispado del susto y helado del miedo. Cuando se percató de nuevo, estaba en una cueva distante de su aposento dos leguas que retomó al amanecer para empezar la jornada de la semana. 

Regresó al trapiche con la ropa hecha harapos, las piernas y brazos arañados y untado de barro como si se hubiese revolcado en un pantano. El mismo me contó que las brujas le habían dado un paseo en una escoba y le habían producido moretones en el cuerpo.

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LOS CAMPESINOS QUE FUERON REGRESADOS EN EL CAMINO

Salvador Lancheros murió de viejo como los arrayanes cuando sumaba su cédula los ochenta años. Fue el último pesero de ganado mayor en Providencia, corregimiento de Puente Nacional. Rito Contreras fue su ayudante por muchos años, ayudante también en el sacrificio de marranos. Contreras raya los 75 años y vive de la soledad y el cultivo de yuca y de la molida de maíz para hacer envueltos que su tierna esposa con cáncer  vende cada lunes en el mercado de la misma municipalidad.

Un día de mercado retornaban a casa por el tortuoso camino de herradura sobre el crepúsculo y la luz de las estrellas de un lunes de luna llena.  A paso largo y conversando ascendían por la vereda, para sus casas, en los que a cada uno le esperaba la esposa con una mazamorra de maíz tostado con tallos y escasa papita blanca.

De sus caras canelas y por las arrugas de los años, caía como gotas de rocío, el sudor con olor a guarapo. Sus camisas blancas de hilo tejido en la empresa de los López en San José de Suiata, ya estaban pegadas a los cuerpos largos y flacos como las escopetas de fisto. Sus alpargates, hechos a mano por artesanos del Socorro, atados a los tobillos con cabuya, se quedaban pegados en el lodo del viejo camino por donde siglos atrás subieron los españoles y viajeros a la capital del reino de la Nueva Granada. Y sus sombreros negros de fieltro eran arrebatados por el misterioso viento que luego buscaban a oscuras en el barro; los caminantes estaban a dos leguas de sus casas.
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Los  campesinos solitarios de la noche estaban a menos de 500 metros de la casa del Salvador. Ya habían alcanzado el segundo pasa nivel del ferrocarril e iban al frente de la residencia del inspector de los trenes, casa que sobresalía en la región por estar construida en cemento y tener acueducto y sanitario.

Las charlas apuradas de alegría por estar cerca  a casa  fueron interrumpidas por un fuerte y frío viento que soplaba de la loma vieja hacia las tierras de Pirasía, mientras oían entre el cultivo de yuca que había a la vera del camino, el quiebre creciente de las matas del tubérculo.

Ellos, no son hombres de miedo. les tocó vérselas con los liberales en el 49 cuando mataron a Gaitán.  Y en los sesenta debieron cuidar a sus familias por la presencia, en esos parajes, del bandolero Efraín González. Pero ese lunes, el miedo fue mayor que sus fuerzas, y de sus labios temblorosos balbucearon palabras de sorpresa cuando se percataron que estaban empezando, otra vez, el camino a casa en el sitio conocido como mata de caña. Las brujas los habían trasladado para empezar de nuevo el tortuoso camino de herradura hacia  Providencia.

Conscientes de lo sucedido retomaron la jornada, pero esta vez implorando protección de las Benditas Almas,  rezando el rosario al paso que la oscuridad les permitía, arribando a sus hogares tres horas después para colmar las preocupaciones de María y Gilma, las esposas respectivamente. Cada una de ellas, contó al esposo que habían rezado tantos rosarios como cuartos de hora habían trascurrido desde las cinco de la tarde que los estaban esperando al calor del fogón cuyas brasas mantuvieron vivas para calentarse en  un  día de invierno de un mes de mayo de un año cualquiera del siglo XX.
Tanto Salvador, como Rito, disminuyeron el silencio y recobraron palabra en la medida que la humeante mazamorra de maíz tostado era sacado con un cucharon de palo de naranjo de la olla de barro elaborada por las manos de Tomasa, la vieja de los burros cargados de chorotes, ures y ollas de barro de Ráquira que cada domingo cuando la anoche anunciaba su presencia, se descolgaba con sus recuas al mercado de la localidad.

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LAS BRUJAS QUE CABALGAN DE NOCHE

En la década pasada fui testigo de la presencia de brujas cabalgando potrancas o potros  en las noches. Sucedió en la vereda Monchía de Mogotes. Fueron varios los sábados que al ir a cabalgar para revisar algunos ganados que pastaban en fértiles tierras, las bestias recién traídas y aperadas, las encontraba sudadas y cansadas. Al observar su estado y detallar la crin, ésta estaba tejida en forma de arrienda con delgadas y delicadas trenzas entrelazadas que finalizaban con raros nudos que ningún peón lograba soltar y era necesario acudir a las tijeras para eliminar la clineja  de que eran victimas los equinos.
Consultando con los ganaderos vecinos, ellos contaron que que era usual encontrar las bestias con la crin tejida explicando que en la zona las brujas cabalgan en las noches para distraerse en las extensas llanuras de esas tierras usurpadas por varios años, primero por los elenos, y luego, por los paramilitares.

LA BRUJA QUE AMANECIÓ 
COMIENDO GRANOS DE MOSTAZA
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Luis Antonio Contreras es un veterano recogedor de café y algodón que recorre parte del país ganándose la vida con sus manos. Nació, se crió y gusta del campo, por la libertad que se vive en él. En su niñez se levantó con sus padres y hermanos en una vereda de Mogotes. Recientemente me contó su experiencia con las brujas convertidas en pizcas.

Fue una noche de luna nueva de un mes de agosto de 1970. Junto con sus nueve hermanos se arrunchaban en compañía de sus padres sentados en una vieja banca de madera que servía de silla y mesa y que estaba dispuesta al frente de la fogonera construida en barro sobre el tendal de varas de eucalipto, luego de una cena con cualquier grano que escaseaba en el rancho de la aparcería en la que trabajaban en ese año.

Fueron los padres quienes advirtieron la presencia de un ave  en el techo del racho de paja, y advirtieron a los niños de la presencia de la bruja. El padre se preparó para atraer y retener al animal. Acudió a su escondite dentro del rancho extrayendo de un zurrón de cuero de un viejo buey, mas de una libra de semillas de mostaza y en forma furtiva salió al patio del rancho dejando en un pedazo de pote los pequeños granos bíblicos.

Y se acostaron sin mas ni mas. Pero al amanecer, el padre encontró a la pizca aún comiendo los granos de mostaza. Procedió a coger el ave asiéndola por las patas y con la mano derecha le propinó severa planera, lanzándola luego al infinito para que volase sin obstáculos.

Cuando el sol brotaba detrás del cerro de Menempa y los niños se levantaban buscando la cocina para mantener el calor, Antonio, el padre reunió a los varoncitos y les contó lo que acababa de hacer para identificar a la bruja.

 Sobre las nueve de la mañana, solicitó a Luis que fuese mas abajo donde una vecina a solicitar en préstamo una libra de sal. Diligencia que de inmediato hizo en niño a las carreras.

Al llegar al destino, preguntó por la señora del rancho a una de las hijas que lo recibió, pero ella, quien hizo el favor de prestar la sal, informó a Luis que la madre había amanecido muy golpeada y el esposo debió trasladarla a caballo al hospital de Mogotes.

Fue así como la familia de Antonio se enteró quien era la bruja que merodeaba en las noches de luna nueva por el rancho de los Contreras.

LA PROFE QUE LE HICIERON UN MALEFICIO

Joven, blanca, delgada y con  cabellos dorados, de mediana estatura y piernas de niña, Emilce es  normalista de Guadalupe y empezó su experiencia laboral en el bachillerato rural impulsado por Sepas de San Gil en veredas de Confines y Guapotá, su tierra natal.

Los negocios de su padre empezaron a venirse a pique, y las faldas empezaron a agotar los ingresos de la tienda y la pesa. Los escasos animales de la familia aparecían muertos en los potreros. Las diferencias, maltratos y peleas eran el pan de cada día en el hogar.

Y ella, la profesora del SAT estaba perdiendo su belleza con la perdida de peso, el dolor de cabeza y estomago le asistía, cada vez con mas frecuencia. Médicos en San Gil, en Bucaramanga y Socorro la auscultaron sin tratamiento cierto que impidiera el deterioro físico y moral de la mona del bachillerato rural.

Y campesina que es, supo de un médium que trabajaba con la magia blanca. Un sábado no fue a  trabajar con mi permiso como coordinador que fui de ese bachillerato en esos municipios incluido  Pinchote. 

Acudió a la casa en el Socorro en donde ocasionalmente proveniente de los llanos orientales un  médium venía a conjurar hechizos y brindar soluciones esotéricas  a quienes sabían de sus trabajos y padecían de raros males.

El médium la escuchó, le preguntó sobre las manifestaciones que ella creía, provenían de un maleficio. El ocasional visitante llanero, recetó a Emilce que se tomara cinco litros de agua recién bendita, procedimiento que hizo al otro día en su pieza del Socorro donde estudiaba de noche licenciatura en matemáticas en la Universidad Libre.

Ella, la profe, en la soledad de la habitación de paredes sin color y ventana sin ella, empezó a tomar litro a litro tan despacio como podía, pensando en donde le habría de caber tanto liquido igual a una pimpina de cinco litros de leche, que de niña sacaba al lechero por la carreteable que unía a su vereda con la carretera central en predios de Confines.
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Ya había ingerido tres y medio litros cuando se le vino el arrojo. Vomitó y vomitó sin parar hasta sentir que se salían las entrañas. Pero su último arrojo, en vez de liquido, fue un sapo que saltó de su tierna boca al piso para esconderse debajo de la cama de madera con colchón de algodón que reinada en la pieza.

El susto, el miedo y las preguntas invadieron el pensamiento de la profe del SAT. Quiso gritar pero la vergüenza se lo impedía. Anheló compartir lo sentido y visto con sus ojos verdes, pero no tenía confianza en esa casa de inquilinato para estudiantes de las universidades que dieron vida económica a la capital soberna de Santander en los últimos 25 años.

Pero el hambre y las ganas de echarle algo al buche le animaron a hacer un caldo caballuno, que no es otra cosa que una chingua con ajo y cebolla larga con poca sal que calma la bilis y las borracheras. Se lo tomó con prisa para esperar efectos inmediatos, se puso la sudadera que le servía de pijama, rezó como nunca la había hecho, se recostó a escuchar radio quedándose dormida hasta las ocho de la mañana del otro día.

Se levantó en las primeras horas de la tarde persignándose a la vez, dando gracias a Dios porque se sentía bien. Buscó entre su maleta el pantalón que mejor ceñía su delicado cuerpo que combinó con una blusa suelta de colores con la que disimulaba los diminutos volcanes propios de una niña en plena pubertad del fin del siglo XX.

Salió. Tomó la calle hasta el parque de la Independencia de la capital comunera al edificio de Telecom. Allí, a carreras solicitó cabina que por ser temprano, el asignaron la 1.  Ya en la cabina, buscó entre su mochila de fique pintado con anilina vegetal la vieja libreta en la que anotaba los números de los teléfonos de los conocidos y familiares. Por el afán y el anhelo por oír las explicaciones del médium, no encontraba el block con anillado redondo.

Se calmó, invoco a la Virgen del Perpetuo Socorro, patrona de la ciudad, y entre Ave Marías Purísimas, la libreta apareció. Busco en ella, y como gustosa de las matemáticas lo hizo por el abecedario, identificando el numero que, de inmediato marcó con el indicativo de Villavicencio.

Tuvo suerte ese día. Le contestó  quien iba a solicitar que le pasaran al teléfono. Narró con detalle cada momento de la angustia que vivió la noche anterior y describió con exageración el sapo que había brotado de su sensual boca.

Con la calma de una persona con conocimiento, ese hombre consultado en tierras del llano y Santander, le confirmo el maleficio de que había sido victima. Una noche de cualquier día del año escolar universitario, un admirador silencioso, celoso y posesivo había colocado en una hamburguesa con carne tierna de novillo criado  en las vegas del río Suárez, huevos de rana para vengarse del desamor que le causaba las indiferencias que le prodigaba la profe del SAT enamorada de su trabajo y sus estudios.

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La estudiante de matemáticas siguió el consejo del llanero y viajó ese mismo lunes a la casa de los padres y empezó a buscar en el piso, en los patios, en las materas, en las ventanas y en cuanto lugar hubiese sido cómplice de un escondido.

La sorpresa empezó a invadirla, igual que la búsqueda y  la curiosidad.

Encontró entierros detrás de la nevera, en una matera, detrás de un cuadro del Sagrado Corazón y en tres partes diferentes del la tierra que se adhiere al cemento de los pisos de la casa.

Los entierros tenían la misma forma y conformación. Eran muñecos de cera con cabellos y alfileres que atravesaban la frente, el corazón, los brazos y los pies como cualquier crucificado que dormía en  tierra de algún cementerio católico.

Desde entonces la familia se liberó de los males, se repuso de los descalabros económicos, los esposos se perdonaron y fortalecieron la familia, la profesora se graduó y oficia en el colegio fundado por el General Santander y goza del amor de una familia.



San Gil, marzo 4 de 2015
NAURO TORRES Q

11 comentarios:

  1. LUIS GONZALEZ

    Lo felicito impresionante relatos gracias por volverme a mi niñez un bendecido día

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  2. YENNY ZARIT BAUTISTA

    Buenos días.
    Gracias Nauro, por compartirnos esas maravillosas historias, escritas con el corazón. 👏🏻👏🏻📚📓

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  3. Hermes Miguel Garcia Ruiz


    Excelentes narraciones con final feliz.

    No hay que creer en brujas, pero que las hay las hay dicen los abuelos.

    Conocí los tendales de varas, los zurrones de cuero, las pimpinas, los potes y las mochilas.
    Gracias por deleitaronos con esas historias.

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  4. Buen día, Hermes Miguel Garcia Ruiz.

    Y debió traer agua en chorotes, lavar la loza y ponerla a secar. Ayudar a cargar un palado de miel y tomar guarapo con totuma, y llevar escondida en la mochila una carta para la bandida que en el colegio no le gastaba un tinto ni aceptaba invitación a la turra.

    Estaré cada día acompañándolo en su reclusorio, claro, sin tareas para presentar.

    Solo que de rienda suelta a su imaginación.

    Grato tener en lectura a uno de los recordados alumnos de la Belleza, por allá en 1.974-75

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  5. MARLENY VIVIESCAS. POPAYAN

    Buen día amigo Nauro.
    Escalofriantes relatos sobre lo que ocurría en algunas veredas de los pueblos de Santander; con ese tipo de apariciones en algunos ranchos rurales.

    Siempre había escuchado algo así pero nó con pelos y señales.

    Conocí a Salvador Lancheros el pesero de providencia pero no su experiencia con las voladoras nocturnas.

    Tampoco creía que hubiera tanta maldad en la gente como para hacerle ese daño a otra persona por un desamor frustrado.

    Gracias por sus relatos.

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  6. Mauro mi querido vecino.

    Acabo de leer tu narración sobre brujas y hechiceros, pues, como siempre dice el dicho popular; no hay que crear en brujas, pero que las hay, las hay.

    Yo, en mi infancia junto con mi hermano Gabriel, fuimos víctimas de esa plaga maligna; y, ya allá en la finca, una noche, cómo a las 11 P. M, salía de bañarme y cuando me estaba secando: una mujer muy conocida, me dijo por fuera de la ventana: !! A!!! Viejo cochino.

    GUSTAVO GONZALEZ CUBIDES

    Bogota', Abril 30 de 3020.

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  7. LIGIA ARDILA

    Historias de brujas.

    Me devolví al pasado para recordar Los encuentros en la cocina de los abuelos maternos donde relataban historias parecidas.

    Buen gusto para escribir.

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  8. GABINO QUINTERO GARCIA. GUADALUPE SANTANDER

    Apreciado Nauro,

    al leer sus historias de brujas, caigo en cuenta que por esos pueblos todavía hay historias recientes y no solo en los campos sino en el mimo pueblo.


    Así que Dios nos libre de esos espíritus chocarreros.
    Saludos.

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  9. Debora Bautista Diaz

    Hola Nauro

    Admiro tu constancia, fluidez y facilidad para redactar tus historias sobre personajes y lugares, algunos situados en Santander.

    Realmente disfruto leyendo tus relatos colmados de sabiduría, diversión y apuntes geniales.

    FELICITACIONES!

    Estaré esperando tu libro de versos.

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  10. Una noche soñè con brujas... y una bruja me besaba...y al amanecer mi mujer me dijo: quièn te diò en el cuello esa chupada. Pues que las hay las hay maestro Nauro, pero son como el tigre: no son como estàn pintadas.

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    Respuestas
    1. Mi apreciado colega de oficios, par entre las victimas de las vampiras de dos patas. Menos mas que solo fue su sueño, claro lo de la chupada dormido, pues despierto debió ser una brasa embrujada.

      Y le asiste la razón. Ahora ya no son como las pinté.

      Tienes la virtud de expresar en pocas palabras, tanto que par un humilde aprendiz, debo leer varias veces para desencriptar el mensaje subliminal.

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