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martes, 14 de mayo de 2019

Luis Roncancio Becerra, pintor primitivista


Fue un pintor santandereano nacido en Onzaga, quien, junto con sus padres debieron abandonar la parroquia por la violencia partidista de mediados del siglo XX en Colombia para radicarse en San Gil, cabecera de Provincia. Al terminar el bachillerato en el Colegio Nacional San José de Guanentá, sufrió una enfermedad que le afectó la columna vertebral, circunstancia que aprovechó para consultar sobre la teoría del color y leer sobre el origen y evolución de la pintura.

Para invertir el tiempo, sin orientación y guía, empezó a plasmar en bastidores los recuerdos de la niñez cuando era libre en el campo y paseaba con albedrío por las calles coloniales de pueblo natal. Con la ingenuidad de un empírico y el colorido de un primíparo pintor, Luis empezó a pintar; oficio que ejecutó hasta el ultimo día de su existencia con trazos cortos para disimular los leves manchados.

En su niñez plasmó en su retina los parajes y paisajes de la sencillez campesina que plasmó en sus obras con trazos cortos pero coloridos, oficio al que llegó, leyendo y practicando, pues, si bien, fue bachiller del Colegio San José de Guanenta, él contaba que nunca recibió clases de pintura y perspectiva. 

Los sucesos ocurridos en 1948 en el país, marcaron sus niñez que él consideraba que se caracterizó por el contraste entre la alegría y la tristeza, entre la angustia y las ganas de vivir; entre el dolor en carne propia y el dolor del prójimo; entre una calavera y una flor; entre el amanecer y el atardecer; entre el esconderse o escapar; entre el miedo y el terror; entre el amor y la desdicha; entre el llanto y la alegría.


Luis murió en un absurdo accidente fruto de la ingenuidad del chófer el 10 julio de 1987, día de sus cumpleaños. 

Su obra pictórica ejerció notoria influencia en el arte de los jóvenes que, por imitación, orientación y observación de sus trazos, viven desde entonces de la pintura, pues fueron alumnos en “El taller” que en los dos últimos años de su vida, funciono en la calle 14 No. 9-36 de San Gil.

En esta historia sin contar, el lector tiene la oportunidad de conocer los pormenores del accidente en el que murió el pintor primitivista. Se informará del sentimiento que generó su vida y su partida expresados por un periodista, un cineasta y productor de cine, un sociólogo y crítico de arte. Y a su vez, comprender la influencia del pintor en sus sobrinos y amigos en su corta vida, pues murió a los 41 años.
                           Colección de la familia Torres Gonzalez.
No vino a cenar…se fue

Fue su último cumpleaños. Nadie se acordó de él esa fecha. Me llamó por teléfono ese día para que le felicitara. Sentí vergüenza por olvidar su (https://www.facebook.com/SalonDeArteNaifLuisRoncancio/) cumpleaños. Era mi amigo de tertulia y poesía. Me percaté de la soledad que se reflejaba en su voz; sin embargo, intenté revelar con mis palabras la alegría de haber vivido un año más, y tener la esperanza de un nuevo año por llegar.

Esa mañana del viernes 10 de julio había terminado su última creación pictórica. Era un lienzo en honor al desfile de las flores de  Vélez, Santander. Lo tituló: “Vélez, una ventana  de flores”. reverberó gozo al culminarlo con la luminosidad de un desfile de flores en esa población. Y me adherí al gozo por tener alma veleña.

Ese viernes,  no pintó más después de almorzar. Tampoco lo había hecho en la tarde anterior. Pero si escribió, y escribió. Lo hizo, como en los últimos tres años, en la máquina de escribir Remington que compartíamos, en ese tiempo, rodándola de mi casa a su taller, tan distante, una pared de tapia de la casa que fue nuestra, en la calle 14 No. 9-34/36 de la perla del Fonce. Hizo remisiones de algunas de sus recientes obras a galerías, contestó misivas a algunos amigos, escribió cartas a otros, e hizo oficios solicitando exposiciones en galerías de Bogotá y Barranquilla.

Ese fatídico viernes, sobre las seis de la tarde, llamó por teléfono a Margarita González, mi esposa. Animado y placido le comentó que había logrado que el gerente de la Licorera de Santander adquiriera los derechos del cuadro “Vélez, una ventana de flores”, y con motivo del fesfile de las flores, la empresa regional haría una edición de 2.000 afiches con la obra de arte. Luis era muy efusivo y expresaba sin tapujos las alegría que sentía a cada instante. Le leyó el texto justificando el por qué pintó el cuadro en honor a Vélez. Este texto de su autoría, sería enviado a la periodista  de Vanguardia Liberal, Milagro Céspedes. Y con bromas y chistes, los dos: Margarita y Luis, acordaron el menú de la cena en honor a sus cumpleaños.

Luego, al instante me llamó por teléfono a la oficina.- En ese entonces me desempeñaba como subdirector del periódico JOSE ANTONIO.  Compartió el gusto por haber terminado el cuadro en la mañana, haber conseguido quien lo comprara y promocionara con un afiche que llegaría a manos de veleños ilustres amantes del arte y la cultura. Le prometí que iría enseguida, y de paso, lo llevaría en el carro a su finca en Curití, antes de cenar. 
 
Colección familia Torres Gonzalez 

Falté a la palabra, no pude escabullirme del trabajo en las dos horas siguientes a su llamada telefónica. Estaba escribiendo para la edición del periódico JOSE ANTONIO.

Sobre la seis y media de esa tarde, llegué a su lugar de creación pictórica en los últimos tres años a cumplir con el compromiso. “El taller” estaba cerrado. El maestro, sin avisarme, había partido en su Nissan en compañía de varios jóvenes. Uno de ellos estaba aprendiendo a manejar y aprovechó la oportunidad para practicar.

Con esmero y atención me puse a la orden de Margarita de Torres, mi esposa, para ayudar en la preparación de la cena de cumpleaños para el pintor amigo. Sobre las ocho y treinta de la noche ya la teníamos lista y apetitosa para servir  a la mesa.

Supe que estuvo en Sankara departiendo con los mismos jóvenes. Inferí que estando a una cuadra de la casa, llegaría a cualquier momento. Lo esperamos hasta pasadas las nueve de la noche, y sin su presencia y con hambre, cenamos en casa guardando varias porciones para el maestro y sus amigos, y decidimos esperarlo unas horas mas mientras veíamos televisión.

Eran pasadas las once de la noche. El timbre de la puerta sonó ininterrumpidamente. Pensamos que era alguno que nos estaba haciendo una pega, pues los timbres no eran usuales en esa calle. Margarita, molesta, salió a abrir. Era su hermano Henry González Gámba, quien junto con otros chicos aprendices en el taller “Luis Roncancio”, estaban departiendo con el maestro, ese noche.

El aprendiz González, como si hubiese perdido a su progenitor,  entre susto, llanto y gritos, y avanzando con dificultad por las escaleras con el pantalón roto y con sangre en varias partes, informó a la hermana que el maestro estaba en el hospital, muy grave víctima de una accidente de  transito.

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 Imagen de internet. 

El campero del maestro, manejado por  un Tangua, en la curva de “mata de plátano”, vía a Bucaramanga, se había salido del curso terminando en una cuneta al margen derecho  de la quebrada Curití. Iban para la finca del maestro en esa municipalidad. Lo acompañaban  cuatro personas más; una de ellas, damas.
 personajes
Imagen de internet. 

Con la serenidad que me ha caracterizado, pedí un taxi al hospital regional de San Gil. Ya allí,  en el salón de cirugía, el médico de turno y un par de enfermeras prestaban primeros auxilios al maestro Roncancio, intentando restablecer la respiración. Minutos después llegó al lugar el galeno Enrique Mateus Goyeneche, esposo de la sobrina del pintor, la odontóloga Olga Astrid Barragan y amigo personal del artista de Onzaga. Fue él, quien  confirmó la muerte de Luis que fue reportada después de las 12 de la noche.

El maestro colombiano del arte Naif había muerto siendo única víctima de un accidente de transito por carencia de pericia del chofer cuando  viajaba  a continuar celebrando los cumpleaños numero 41 en su finca cerca a Curití.

                    MURIÓ FELIZ

Desde que le conocí en 1983, y desde su juventud, el pintor primitivista más reconocido en Santander, había contraído una limitación física en la columna que le impedía mover el cuello y el tronco e iba perdiendo reflejos para asirse y caminar sin bastón; limitaciones  que se convirtieron en la víctima del accidente al chocar el campero con una de las paredes de la zanja que recogía las aguas de la alcantarilla, y al estar en el puesto de adelante, al lado del conductor, por el impacto, los pasajeros que iban  atrás, lo aprisionaron contra el vidrio y la consola del carro.

Murió como Él quería.  Sin darse cuenta y sin sufrir. Él tenía miedo de morir en un accidente  y vivir “quedando más rengo de lo que estaba”, solía decir.  Así como las tumbas del cementerio de Onzaga le impresionaban cuando cada lunes, siendo niño, junto a su madre, Herminia Becerra, visitaban el campo santo. La muerte fue su obsesión, su interpelación y su espera.

Confesaba entre café y café, después de los treinta años cumplidos, que ya “no valía la pena vivir”. Vivió 11 años extras, y en sus últimos tres, luego de independizarse de los cuidados y controles de la madre, vivió solo en su apartamento  “los balcones” de la carrera 8a. con calle 17 de San Gil y trabajó en “El Taller”,  espacio que usó para pintar y enseñar a pintar a un nutrido grupo de inquietos jóvenes guanentinos, y en el que plasmó sus mejores obras y reconocidos cuadros, realizando  su mayor sueño: El taller en el que recibió a jóvenes que orientaba en el oficio de pintar empíricamente, como él lo hizo, por el solo gusto de compartir el conocimiento.

Con su muerte, se quedaron en el horizonte sus sueños de pintar con su estilo y color un barrio de San Gil; un mural en el colegio donde cursó el bachillerato; constituir el primer museo de arte primitivista del mundo y convertir a la ciudad que lo acogió, en un foco de las lúdicas.

Fuimos amigos desde el momento que me mandó llamar   en el almacén de telas de su cuñado Héctor Díaz conocido en lugar como en la “esquina de Sevilla”. Nos conocimos por mi oficio de periodista. Y desde entonces, escribió una columna en el Periódico José Antonio, titulada “Mi personaje” en la que narraba con particularidad estilo, las entrevistas a personajes, en ese entonces, vetados en un periódico confesional.

En tres oportunidades  me contó que había soñado muriendo en un accidente de tránsito. Y en los tres sueños estuvo presente Roque Tangua, uno de sus alumnos predilectos. Los Tangua son tres, y todos aprendieron el arte de pintar bajo la protección del maestro Roncancio. El mayor de los Tangua es hoy un reconocido muralista; su nombre es Ángel Maria; quien, bajo la orientación del maestro, tejió un bellísimo tapete que adorna y es testigo del trabajo pictórico de Luis Roncancio en la casa de la cultura que lleva su nombre y en donde reposan las cenizas del pintor de Onzaga. Fue él quien iba manejando el campero del pintor primitivista.
 Que hacer en San Gil, lugares turísticos y actividades.
Imagen de internet.

Al pintor, el reconocido penalista y escritor, Raul Gómez Quintero, siendo concejal de San Gil, mediante proyecto, logró que se eternizara el nombre del pintor de Onzaga, bautizando la casa de la cultura con su nombre.

PANEGÍRICO EN HONOR AL PINTOR

En el funeral del pintor, el abogado, en nombre de los rotarios de la ciudad, y como amigo personal del fallecido, rindió homenaje póstumo con este panegírico: 

San Gil, Iglesia Catedral, Julio 12 de 1987.


Querido amigo LUIS:

¡Razón tenías cuando afirmabas que la vida era frágil! Ahora comprendemos tus amigos, cómo era tu forma de entender la vida. ¡Ahora caemos en cuenta del porqué de la reiterada complacencia de no desligarte de las mariposas, ni en la pintura ni en la vida diaria!

¡Recién creo entender, lo que en una de tus muchas clases de arte que diste a los amigos, planteabas como tema de vivencia que el hombre actual se encontraba lejos de sí mismo, porque pretendía ser más de lo que realmente era! Que el problema actual del hombre era la falta de autenticidad; que si los hombres viviésemos la naturalidad humana, similar a la naturalidad material, ¡el mundo podría ser más feliz!

¡El amor por las cosas sencillas y elementales, era en efecto, el trasluz de tu vida! Y quizá nosotros tus amigos te apreciamos, no tanto por la policromía de tus lienzos sino por la sencillez de tu vida.

Es posible que mientras viviste con nosotros, no alcanzamos a contar tus flores, ni las nubes azulosas, ni los árboles frondosos, ni los pajaritos que colgaban de las ramas, ni las palomas que colocabas encima de los tejados pueblerinos; pero esa reiterada insistencia en enseñarnos a amar las cosas simples, ¡de todas formas se nos metió en el alma!

Ahora que te fuiste a descansar temprano, puedes contar como uno de tus muchos logros en San Gil, habernos enseñado a apreciar el color, a querer más lo nuestro y a valorar nuestras creencias.

Cuando saliste de Onzaga, tu pueblo natal, nos decías que te habías traído en tu bolsa de viajero, más ilusiones que ropaje; de allá trajiste sin duda, el rumor de las cascadas y de los arroyos, también el dulce canto de los pájaros y siempre, las eternas mariposas. ¡Pero fue allá, en tu hogar, luego de haber sentido el cuidado santo de tu madre HERMINIA, en donde formaste ese haber de espíritu dadivoso, de alma sencilla y fresca, de naturalidad campestre y de cordialidad transparente! 

¡Por fortuna esas cualidades, crecidas en la campiña, te acompañaron siempre, y las compartiste con tus amigos, sin reserva, con altruismo y como quien entiende que deben ser repartidas para que vuelvan a recrearse!

Quizá no olvidaremos cómo te producía espanto la multitud y el atafago. Fueron muchas las oportunidades que despreciaste y en las que te reconocían los méritos artísticos. Recuerdo que cuando te mencionaron en la OEA en el año 1977 como a uno de los cuatro pintores primitivistas más importantes del mundo, ni siquiera lo contaste a tus amigos; ¡nos enteramos por la prensa y por la radio! Y cuando todo el país supo que en San Gil vivía el mejor y más depurado de los primitivistas y de los artistas de la ingenuidad, y empezaron a desfilar por tu Taller los amantes del arte y la cultura, preferiste buscar la paz y el refugio en tu casa de campo de una villa cercana.

¡Hoy te toca, por esas ironías del destino, recibir contra tu voluntad un homenaje a tu vida y a tu memoria! ¡Pero éste es callado y valioso! ¡Nadie dirá nada porque sabemos que no te gustan los elogios! Hoy pasaremos junto a ti, unos con una flor en la mano y otros con una mariposa; algunos te mostrarán pinceles y otros te enseñarán un cuadro; todos te mostraremos un corazón de amigo agradecido. ¡Algunos una sonrisa con muecas de dolor y de pesar o una lágrima que condensará lo que entendemos por soledad y por tristeza! 

¡La cultura de la región te debe mucho! Esa idea de aflorar los valores artísticos de nuestra provincia, esa maestría en la búsqueda de lo propio e individual en los demás, y esa colaboración abierta y franca, se han quedado finalmente.

¡El país cultural también se lamenta y se conduele por tu partida! Pero sabemos que seguirás colaborando con generosidad porque has dejado huellas de las que no se desvanecen prontamente. ¡Has marcado improntas, no solo en las personas sino en nuestra idiosincrasia y éstas nos acompañarán por muchos años!

La cultura regional se sentirá protegida con tu nombre; ¡por eso, aquella vieja casona en donde estuviste reposando hace un rato y como mirando por última vez, llevará tu nombre con orgullo! Fue allí donde enredaste tu amistad y tu vida espiritual de artista; es allí donde reposará in aeternum tu pincel y tu boceto; allí irán tus discípulos a buscar los tintes y a combinar los colores; ¡allí podrán preguntar por la vida y por el arte!

Amigo LUIS: ¡queremos decirte de corazón que nos duele tu partida! Bien sabemos todos que tenemos que morir y bien sabíamos que no esperabas vivir muchos años; ¡pero no nos acostumbramos a esta tu muerte prematura y a esta tu desaparición ingenua! ¡Es posible que en tu mente de artista hubieses previsto una muerte violenta, ya que nunca la sencillez y la ingenuidad perecen por inercia!

Queremos darte la razón, así sea tarde: ¡la vida del hombre es frágil y se parece a una mariposa! Necesita una doble metamorfosis que la convierta de oruga en crisálida y luego en el ser definitivo. Los colores son fatuos, aunque bellos y asombrosos; las alas, elementales y débiles transportan con agilidad la pesantez del cuerpo; ¡hoy son y mañana no parecen!

Lo que al hombre mantiene en vida y en la posteridad, no es su cuerpo frágil o su ostentación material: son sus obras y sus actos, es su alma cuando se reparte en pedazos para remendar el mundo; es su bondad cuando se entrega a los demás; ¡y es su generosidad cuando se comparte sin reservas!

Por esto permanecerás entre los vivos; por ello tu nombre y tu memoria quedarán enredados en los musgos y líquenes de nuestros gallineros; ¡por lo mismo quedarán gravados en los espíritus de los que te conocimos y apreciamos, y en los muchos que sin haberte visto te admiraron!

Descansa en paz, amigo LUIS; los verdes de tus árboles no perderán su brillo; los cielos tornasolados seguirán abiertos y espaciosos; las casitas humildes se mantendrán en pie; los labriegos y campesinas no se cambiarán de vestimenta; los pajarillos seguirán alegrando la naturaleza; los arroyuelos seguirán su curso cantarino y las mariposas, juguetonas, sencillas y multicoloras, servirán de centinelas perennes en tu tumba. Con ellas estarán también nuestro aprecio y gran estima.

¡De todas formas, con tu partida te llevaste jirones de nuestras almas y un poco de nuestro calor, para que te abrigues, porque ya tienes frío!

Uff - San Gil - Atractivos Turísticos

Luis Roncancio Becerra, el pintor de San Gil, le tenía miedo a los sueños. Lo que soñaba, ocurría. Creía.

Unos quince días antes de su muerte, en las horas de la mañana, llamó por teléfono a Margarita González, y le preguntó que si ella, creía en los sueños. Ella, mofando dijo, que la “Vida es sueño” parodiando a Calderón de la Barca. Pero la curiosidad mata al gato, dice el refrán. Ella le dijo que no, pero en el fondo creía en los sueños por la influencia de una compañera maestra experta en interpretar los sueños y leer la mano.

Sin embargo, Luis era una persona respetuosa, y entre sonrisas y curiosidad, le preguntó a su vecina que “si no le molestaba contarle el sueño que había tenido esa madrugada”. Ella, una veleña que le salía al torbellino y a la guabina en cualquier escenario, afirmó que no le molestaba que le contase el sueño. Pero él, puso una condición para contar el sueño mañanero de ese día. La condición fue “que no me contara el sueño”.

Luis Roncancio narró el sueño relatando que yo me había accidentado yendo en mi camioneta Mazda negra  hacia Bucaramanga, a unos seis kilómetros de San Gil, en el sitio cercano al restaurante “mata de plátano”. Y él, Luis, en el sueño venía de su finca  en compañía del alumno, Henry González. Y los dos me habían encontrado partido en dos, igual que la camioneta.

En ese sitio donde Luis Roncancio soñó verme muerto,  su vida se cegó al recibir en su cabeza todo el impacto de la fuerza cinética de quienes venían sentados tras él. Una vecina del “El taller”, quien atiende en un puesto revistas leyendo el iris le había vaticinado a “Luis que tendría una muerte muy bonita en un accidente”.

Luis Roncancio no fue un común mortal. Fueron pocas personas que lo rechazaron por su sexualidad, su limitación motriz, por su forma de pensar y de vérsela con la vida. Pero la diferencia con los demás le permitió ganar la admiración y el respeto de cientos de cultores, pintores y artistas, que lo recuerdan con afecto y admiración.

A los escasos 18 años  sufrió de ositis, enfermedad que le disminuyó la estatura, le obstruyó los huesos de la pierna derecha y le fue levemente quitando movilidad a la columna vertebral. Fue la ositis, la causa por la cual no fue a la universidad, pero esa limitación lo empujó a desarrollar la sensibilidad por la belleza que encontraba en el paisaje y en los lugares que visitaba, escondiéndose en la pintura con la cual nos mostró la belleza que hay en la sencillez y en las parajes campesinos y en los pueblos que juegan con el tiempo.

Roncancio hizo su primera exposición en 1974 en la Galería de Marlene Hoffman, promotora de arte, a  quien entrevistó en 1984 para el periódico JOSÉ ANTONIO en su columna “ Mi personaje”. Participó en 19 exposiciones individuales y otras tantas, colectivamente, y en ellas, 9 con artistas reconocidos. Fue considerado uno de los 4 mejores primitivistas del mundo por la OEA. Sus obras pasaron de las mil,  dispersas en el mundo. En sus pinturas plasmó a su manera, las casas y calles de los pueblos santandereanos, los campesinos tristes, las flores del campo, los pájaros, mariposas, piedras y árboles. Igual plasmó la sordidez y la soledad que abunda en los  bares,  y en la vida de  las prostitutas. Pero como todo artista las obras más coloridas y finas en el trazado fueron plasmadas en los días lúgubres impregnados de crisis emocionales y quebrantos de salud. Se consideró un mal dibujante, pero con sus trazos cortos  y su sensibilidad por el preciosismo le permitió disimular los defectos del manchado al pintar.
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Fue un pintor disciplinado. Pintaba diez horas diarias. Le jartaban los días festivos y de fiesta. Fue una persona con metas, y las logró sin descansar. Decía: “La fama y el éxito se construyen trabajando con honestidad”.

Ayudó a quien le solicitó. Creía en las personas. Fue amado por quienes le conocimos y apreciado por amigos del alma. Amó, pintó y difundió lo nuestro, lo santandereano.  Enseñó a apreciar el arte y demás expresiones culturales. Fue apreciado por pudientes y pobres de la Perla del Fonce. A su funeral acudieron los coteros, campesinos, emboladores, comerciantes y cultores y la catedral estuvo poblada de personas que le apreciaban.

La alcaldía de San Gil rindió homenaje al pintor bautizando la Casa de la Cultura con su nombre. Y en el patio principal reposan sus restos.

25 años después, la familia hizo un acto social, en el que habló el médico Enrique Matéus, quien hizo remembranza a la obra y al pintor. Entre los pocos asistentes al acto, acudimos tres personas que fuimos de su circulo cercano y celestinos. Y entre vinos, pusimos en común el secreto que por años se había guardado. Luis murió sabiendo que había dejado un hijo con Maria Ligia Ardila García. empleada en el almacén de telas de Hector Díaz. Y los tres, decidimos buscar al hijo no reconocido del pintor. Goza de la estatura del padre. Tiene el apellido de la madre, dejó la universidad y vive del diseño gráfico trabajando en una litografía en San Gil mientras Ligia, la madre continua trabajando como tramitadora en Transito. El patrimonio del artista le correspondió a la madre, y sus obras de arte existentes en el apartamento y “El taller” pasaron a manos de familiares. Luis Alfonso, el hijo de Ligia, vive con el afán de cada día trabajando y paseándose por las calles de la villa de San Gil, acción que su padre, no pudo realizar al terminar la pubertad.

Este reportaje fue escrito en 1987. Fue publicado en la página 8 del periódico JOSE ANTONIO en su edición 85 del mismo año, bajo mi firma. Y lo actualicé en homenaje al pintor primitivista al cumplirse 32 años de su muerte.
 
La obra de arte de Roncancio Becerra
vista por un crítico colombiano.


El arte primitivo o ingenuo tiene raíz y sustentación geográfica. Viene a recalar en la tradición plástica de cada país de un modo imprescindible, como reflejo que es de la aptitud natural de los pueblos para expresarse pictóricamente, ya que como es bien sabido, el hombre primero se expresó con imágenes, y con figuras, mucho antes de aprender a expresarse con letras.

Germina espontáneamente, maravillosamente puro y auténtico en los paisajes de las fondas camineras, en los ventorrillos y tiendas de mala muerte. En un desarrollo que avanza de manera natural, atreviéndose ya con todo tema y con todo desenfado, desemboca, en las imágenes ya más populares y degradadas que aparecen en los llamados "buses de escalera", y por último, subsumido en el concepto de arte primitivista, llega al sofisticado mundo de las galerías y las exposiciones de pintura.

Para aclarar la diferencia que existe entre el arte ingenuo a primitivo y el arte falsamente primitivista, la primera exigencia es cabalmente la de buscar la tierna afección conque el genuino artista "naive" pinta el entorno lugareño. El verdadero impulso del corazón que lo lleva a un apasionado, entusiasmado localismo o costumbrismo. Ya que lejos de buscar regiones supuestamente exóticas, hay en él un reconocimiento obsesivo de su espacio circundante. Recuenta flora y fauna del lugar, hace inventario o inspección de propietario, sin agrandar su caudal ni tratar de renovar su repertorio. En el solo acto de dar fe y llamar la atención del espectador sobre la "novedad", aunque esta novedad ya haya sido vista, descrita y pintada por otros.

En lo que respecta específicamente a Luis Roncancio luce en su obra las mejores condiciones de un primitivo. Estos méritos se refieren precisamente a una visión pintoresca y a una mentalidad y una experiencia peculiar de la vida, cuya manera de percibir, abarca una gradación que empieza como ensueño o fantasía tal vez, , en un cuadro como “BOSQUE” y termina en “CUEVA CHULO”,”LA CALLE DEL AMOR BARATO”, ya como una demanda de la realidad inmediata.

De un modo discreto, sin ruido, Luis Roncancio ha ido ganando fama y mereciendo prestigio, ocupando un sitio estéticamente discernible en el panorama artístico. Sus paisajes parecen sucederse y ordenarse para dejar en el contemplador la impresión balsámica con que alientan los bosques y los árboles, la visión de un cielo azul o rojo, agreste, y los hermosos colores del sueño y de la alegría.

Luis Roncancio no se sitúa del todo frente al paisaje. Se funde y se compenetra con el. Se apropia de este paisaje viviéndolo a través de su sensibilidad y lo enriquece con la ingenuidad y el misterioso encanto del hombre ligado de modo profundo y esencial a un lugar, inscrito en él, como el justo evocador de una provincialidad grata y apaciblemente vegetativa. El intérprete de esa región intemporal encantada, en donde parece que florecieran silvestres la belleza y la poesía. La relación entre paisaje y poesía se establece aquí naturalmente. Como primitivo es el que más límpidamente refleja la esencia de un mundo en eterna primavera, reverberante de luz o donde arden los arreboles bajo el fuego crepuscular del sol que se hunde en la lejanía.

El arte primitivo se aprecia siempre por parte del ojo "civilizado" como una especie de pop, como categoría de lo cursi. Tampoco es susceptible de explicación o análisis crítico. La subjetividad del primitivo se ha elevado a un universal en el instrumento. A un código de expresión que ostenta rasgos comunes en la inhabilidad de la técnica y puerilidad de la concepción, hasta tal punto próximo a lo infantil que cada uno de estos artistas espontáneos, sencillos, puede copiar las mismas cosas; elementos o motivos que otro, y trabajar de igual forma. Con todo, las imágenes de Luis Roncancio presentan evolución y características propias. Diríamos que es un primitivo consciente de su modo ''naive" y perfectamente dueño de su técnica. Un observador preciso, paciente, delicado, que con cuidadosa individualización, enriquece sus paisajes a través de un temperamento creador que penetra la realidad de modo más sugestivo y poético.

Con una urdimbre prolija, paciente, Luis Roncancio empieza por reconstruir los árboles, por ejemplo, hoja a hoja, pequeños óvalos o celdas trabajadas por el pincel, para ser apreciados separadamente, con las que va armando una trama unitaria de follaje, de ramas, una pincelada descriptiva, que se solaza en sí misma y une las formas por medio de relaciones íntimas, que dan el movimiento y la percepción de la vida sensible.

Cada uno de los cuadros de Luis Roncancio es pues un acto de devoción perfeccionista y de amor. Si tuviera que elegir, sintetizar en una palabra, el tono de la obra de Luis Roncancio yo elegiría magia, pero también orden, simetría, un orden que "compone" en el sentido tradicional del término y una posesión sembrada de inocentes misterios, totalmente convincente, siempre mágica y bella y jamás comercializada y mecánica.

Mario Rivero
Tomado de la Revista Diners No.118, enero de 1980
 

CARTA  AL ARTISTA DEL CINEASTA Y GUIONISTA, HERMINIO BARRERA 
DE ORIGEN SOCORRANO

“Dígame Lunchino: Los dos nos hemos soportado muchas cosas, pero esta chanza de hoy, no te la voy a perdonar nunca¡

Viajas sin pedir permiso. dejas tus cuadros cuidando el taller, apartamento y campo. Sobradas razones habrás tenido. Estoy seguro. En sus diálogos secretos con tus campesinos anónimos , tus mariposas azules, los búhos color noche, tus lagartijas amarillas, tus gladiolos rojos, tus amaneceres verdes, para no tenerme en cuenta en el bosquejo eterno de tu nueva obra.

Pero no importa mi inmortal luchino. Yo seguiré dialogando con tus personajes, y hablaremos, te lo aseguro, de las navidades en Onzaga, de la abuelita tierna, de los canastos y materos de esparto, de las cobijas de lana y de colores, de las noches con caballos desnudos, del parque El gallineral, de los matachitos de barro y hasta de la carne oreada y la chicha de Berlín.

Y entonces…con Kike y Héctor, Bertha y tus sobrinos color miel, Nauro, Isaías y Lucía, los amigos y mi cámara, haremos otro guión.

Mientras tanto, mi luchino del alma, sigue soñando, sigue riendo, sigue tranquilo como fuiste siempre, como el que nunca ha debido nada, que yo, cogido de la mano de mi madre Herminia, procuraré alcanzarte pronto¡

Tu hermano en la vida y en la muerte¡”

Herminio.

José Herminio Barrera Cabrera fue cineasta, productor de cine y de series colombianas. Nació el 1o de abril de 1948 y murió a los 56 años el 29 d noviembre de 2004 victima de un cáncer linfático. Su ultimo deseo fue. “ Si la paz llega a Colombia, solo cuando llegue, lancen mis cenizas al viento en el nevado del Cocuy en Boyacá”.

Fue director de la Galería Nacional de arte. Como director realizó numerosas películas. Como fotógrafo hizo cuatro libros. Dirigió mas de 30 películas, entre los que se encuentran 20 cortometrajes, 17 medio metrajes, y 12 largometrajes. Fue amigo personal del pintor con quien hizo un corto metraje que se puede ver en (https://www.facebook.com/nauro.waldo)


                  AL FINAL DEL ARCO IRIS.
 
“Dejando una  profunda huella en amigos y familiares, ha desaparecido físicamente el maestro Luis Roncancio. Gran sorpresa es su muerte repentina y absurda. hay orfandad en el arte de su tierra, San Gil. Hay vacío en el arte nacional.

Hombre de magnificas cualidades, generosidad sin limites. Manos y mente sensibles que traslucieron el color y pusieron  a volar a las mariposas en espacios infinitos. En sus obras , la naturaleza es un fantasma que renace en el amanecer.

Su pintura primitivista aguda-expresión mágica, líneas y colores fascinantes; la estética del movimiento, el ritmo de las palabras con el lenguaje profundo de la tierra, su tierra- logró transcribir lo mejor de su paisaje. Tomó de él todos los elementos : la ternura, la pureza del aire, el encanto.
Pleno de sensiblidad, sus manos plasmaron  lo mejor de su espíritu creando un mundo propio con su pintura.  Este le valió el privilegio de ocupar un lugar destacado en el arte. Su obra fue vista y reconocida aquí y en el exterior por su gran concepción creativa. Por el carácter de sus colores, la vitalidad y el estilo propio que logró imprimirle.

El maestro Roncancio recogió lo mejor de su tierra, amo a san Gil como pocos,  contribuyó efectivamente a su desarrollo con el mayor desinterés del mundo. Sólo buscando hacer que  las cosas marcharan bien. Creó “El taller” para brindarle a la juventud guanentina la posibilidad de manifestarse artisticamente. por allí pasaron toda clase de inquietudes estéticas; se esbozaron perfiles artisticos.
Y ahora lo podemos ver ¡su escuela marchó¡ Sus jóvenes alumnos ahí están haciendo sus armas en el arte  de la pintura. Algunos ya con estilo definido; otros aún definiendo, contextualizando en busca de un estilo creativo; pero todos con la conciencia clara sobre la importancia que tiene afirmar el pincel sobre el óleo y decir, Maestro: estamos aquí, tu espíritu no muere. Tus enseñanzas fecundan, amamos el arte gracias a tí, a tu gran vocación de maestro¡

El carácter bondadoso de su personalidad lo convirtió en apóstol y en diseñador de grandes proyectos, lisiados por la sociedad. En todo acto que  justificara el bienestar de la sociedad siempre dijo sí; siempre estuvo presente. Su muerte impidió cristalizar  toda una gesta de desarrollo para la región.

Pero la fama duele a quienes no la poseen. Y Luis Roncancio no se escapó al precio que deben escapar  quienes la alcanzan. Decía A. Lincoln: Todo se perdona en la vida, menos la ingratitud”…. y sus exequias tuvieron la simplicidad que la ingratitud otorga: no hubo un minuto de silencio para acompañar  el pincel que enmudecía. Ni se decretó día cívico para honrar al buen ciudadano que se perdía. Las bandas de los colegios no acompañaron a quien hizo de estudiantes, artistas. Solo la falta de solidaridad  se hizo presente con la indiferencia y la insensibilidad: ¡Sencillamente había muerto el artista¡.

La crítica  hará con el tiempo su reconocimiento al artista, y con ella, se cotizará mas su obra. Pero nosotros, quienes fuimos sus coterraneos, quienes vivimos juntos al hombre y al artista lo dejamos solo en su ultimo gran momento. Usufructuamos su fama cuando vivo y ayudamos a acrecentar su fama después de muerto, y nos recostaremos en el mito, después de haber despreciado al hombre”.

Este texto fue escrito por el sociólogo Alvaro Torres de San Gil. Fue publicado en la edición 85, página 9 del periódico JOSE ANTONIO en agosto de 1987.

Roncancio recordado 
por un miembro de la familia Mateus.

"Cada persona a través de la vida, tiene percepciones diferentes sobre las cosas que suceden y sobre cada uno de los seres que de una u otra forma interviene en su existencia. Algunas van diciendo, con toda la sinceridad del mundo, lo que sienten. Otras lo escriben; se dejan llevar por sus ideas y por sus sentimientos y representan por medio de las letras los sucesos de la manera más indicada posible. Además, existe gente que plasma sobre un lienzo.

El personaje de este retrato es una de estas personas; se dedicó a crear personajes, a recrear lugares y a ponerle a cada uno de ellos los colores indicados para expresar las sensaciones percibidas, cada una de las impresiones que le causó la vista de cosas tan simples y tan bellas, pero a veces tan subvaloradas, como lo son la naturaleza y los seres que más contacto tienen con ella: los campesinos.

Cada mañana se despertaba temprano y dejaba cinco minutos para matar la modorra. Su cama, como siempre un solo lado ocupado, pues fue un soltero empedernido que no quiso renunciar a la libertad de la que era dueño. Su enfermedad, que aunque no lo dejaba siquiera caminar rápido, no pudo quitarle los instrumentos para volar: sus manos y su imaginación.

Llegaba a su taller y empezaba la creación. Surgían mujeres y hombres que se situaban en el rincón específico que les daba, luego de haber negociado un buen tiempo posiblemente les cambiaba de lugar o a cambio de la incomodidad de estar toda la vida de pie en un rincón en el que su mejor angulo no encuadraba, les obsequiaba una camisa de su color preferido o ponía junto a ellos una canasta de flores y frutas para que a pesar del cansancio estuvieran siempre bien alimentados. También les regalaba la compañía de más seres como ellos, seres con caras de alegría bajo los bultos que traían del mercado. Personitas que se eran afortunadas al ver el derroche de vida que salía de huevos gigantes que se rompían y de los cuales brotaban flores de todos los colores imaginados y mariposas amarillas al mejor estilo de García Márquez y Mauricio Babilonia.

En los fines de semana, cuando por fin cerraba "El Taller", se dirigía a un lugar que podría haber sido sacado del mejor de sus cuadros; un lugar donde a falta de campesinos ataviados de colores se encontraban los niños de su familia, que hacían pilatunas todo el día, desde robar las flores de la linda abuelita hasta comerse todos los dulces reservados para las visitas, picardías que el siempre acolitaba y de las que luego se burlaba. Nos sentaba en sus piernas y nos llamaba a cada uno por el apodo de turno, todos llenos de cariño, pero que no tenían trascendencia pues al día siguiente inventaba uno nuevo para cada uno de nosotros.

En la tarde cuando la brisa refrescaba y la hojas de los árboles danzaban al compás de su melodía, el sacaba sus materiales y empezaba a dibujar sobre el lienzo, movía sus manos ágiles y delgadas, creaba formas, casas con balcones, calles empedradas que posiblemente le recordaban a su pueblo natal, Onzaga, en sus años de niñez. Esta era la única forma de tenernos quietos y atentos, siempre estábamos pendientes de cada trazo que daba, de cómo mezclaba cada color, de la cantidad que utilizaba. Aún recuerdo el olor del thiner, que actuaba como sedante, nos quitaba el movimiento y nos pegaba al butaco y a la mesa en la que el seguía dibujando y explicándonos como se hacía el verde de las hojas para que pareciera que el sol les caía de frente. Por fin cuando parecía que nada lo iba a salvar de esos pequeños que todo lo preguntaban, que deseaban saberlo todo para poder dibujar igual a como el lo hacia, llegaba el remedio que nunca fallaba: las deliciosas onces de la abuelita Herminia.

Un día que tenía que ser especial para todos pues nuestro tío "el pintor" cumplía años, se convirtió en un día triste. La noche anterior, había ido a celebrar con unos amigos, a su finca, aquel sitio en el que nos enseñaba tantas cosas y por esos designios de la vida el día de su nacimiento coincidió con el de su muerte. De eso hace 15 años ya y aunque no me acuerde de todas las cosas que quisiera, sé que dejó en nuestra familia y en la gente que lo conoció un gran vacío que nunca podrá llenarse pues a pesar de ser un mortal siempre dio lo mejor de él para ayudar a otros, propios o extraños, a ser felices y enseñó a muchos a luchar para lograr metas que parecían imposibles.

Nunca podremos entender porque mi tío se fue tan rápido de nuestro lado, en mi cabeza infantil de esa época solo pude creer una explicación que dio uno de los apesadumbrados amigos de mi tío: Dios quería que le decorara las entradas al cielo para poder recibir a las almas buenas, como la suya, por la puerta grande".

CAROLINA MATEUS - July 9, 2002-   Carta emitida desde el exterior.
          
        ECOPOSADA LA MARGARITA, PUENTE NACIONAL. 
        Mayo 23 de 2.018
       NAURO TORRES QUITNERO

viernes, 19 de abril de 2019

El camino real a Vélez, Puente Nacional, Raquira, Chiquinquirá, Nemocón, Zipaquirá, Bogotá





El camino real de la sal, la miel y las ollas





Los indígenas muiscas del altiplano cundiboyacense  que extendieron su reino hasta Chipatá y Guepsa,  mantuvieron un intercambio comercial permanente  con las etnias, Caribes, Yareguies y Guanes, pobladores de Santander. Un lugar del intercambio denominado Sorocotá, estuvo en el valle donde estuvo la canasta, –hoy Boca Puente en Puente Nacional-. Se movían por “El camino de la sal” que unía a Zipaquirá-Nemocón- Chiquinquirá con las montañas del  Carare en la hoy reconocida provincia del bocadillo  el torbellino y la guabina y los territorios hoy identificadas como  Guanentino y comunero. “El camino de la miel” unió a Moniquirá con Santa Sofia y Leiva. Y el “Camino de las ollas” conectó a Puente Real con Ráquira y La Candelaria. Estos caminos  hermanaron a Santander, Boyacá y Cundinamarca.


La primera misa en los Andes americanos


El español Gonzalo Jiménez de Quesada, luego de navegar por  el río Magdalena procedente de Santa Marta, desde el 5 de abril de 1.536 con la intención de llegar a Perú en búsqueda de  “el dorado” con una flotilla de 6 naves y 800 hombres, de los cuales 670 avanzaban por tierra bajo el mando del español, trepó  río arriba  por la desembocadura del  Opón y entre pantanos, selva oscura y lluvia  por sendas y caminos inhóspitos, llegó a  un altiplano  que llamaron de “Las Gritas”, y en él, encontraron unas chozas en la falda de  Agatá, lugar sagrado para los indígenas Agataes.

 Era el 15 de enero  de 1.537, y en el lugar,  Fray Domingo de Las Casas, O.P.,  celebró, por primera vez,  una misa en los Andes americanos en tierras  de los  agataes, hoy, municipio de Chipatá en Santander, Colombia. 

Por información recogida con los indígenas Opones, el mayor de seis hijos de un abogado nacido en indeterminado lugar de Córdoba o Granada en España, en vez de continuar  el camino a Perú, tomó luego el camino de la sal por la codicia del oro, metal que supuestamente, tenían los indígenas del altiplano de la Nueva Granada.

La travesía por el río grande y el  Opón y la penetración por las selvas de la región del Carare y el Opón y el recibimiento belicoso que por siempre dieron la etnia Yareguie a los españoles y  a los colonos hasta 1.918, diezmaron al ejercito español arribando con 166 soldados al fundar Vélez.

Fundación de Vélez


El ejercito, del que formaron parte los capitanes Martín Galeano y Gonzalo Suárez Rendón, reanudaron  el camino coronando la cresta de la cordillera oriental apareciendo  en parajes nutridos por guayabales en Ubasá, lugar pintoresco en una ladera con clima de 19 grados. El sitio en donde acamparon fue del agrado de la expedición, y en común acuerdo  de los tres españoles, el genovés fundó  a Velez el 14 de julio de 1.539 en honor a la ciudad homónima en Málaga, España; nombre propuesto por Martín Galeano, extirpador del cacique Agatá, quien le había dado información de unas minas de oro en los valles del sapó.

Martín Galeano y su séquito de conquistadores,  días después, fundó a Cite en mayo del mismo año y retomó “el camino indígena de la sal,  y las ollas” que, desde la etnia los yareguies trepaba a dominios de los muiscas pasando por Sorocotá, y atravesaban el río Saravita; unos a pie y otros a caballo, el corcel montado por el capitán Gonzalo Suárez Rendón, terminó ahogado en las aguas del río que nace en la laguna de Fúquene. Razón emocional que motivó al jinete español a rebautizar el río, borrando el nombre indígena, Saravita, por el  del río Suárez.


El río Sarabita lo rebautizan con el nombre del jinete
que perdió el caballo que terminó ahogado en él.


La etnia Yareguie compuesta por los Opones, Agataes, Arayaes y Carares dominaron la cordillera oriental entre los ríos Carare y Saravita. Cuenta el sacerdote Isaias Ardila en su libro “Los Guanes” que la  etnia Guane pobló  desde Guepsa hasta el Páramo de Berlin y su expansión alcanzó regiones de Antioquia por lares del Magdalena.


La razón del nombre, Caminos reales.

Los Yareguies,  tenían sus trochas para movilizarse y hacer intercambio de productos. Igual los Guanes. Estas trochas fueron usadas por los españoles para adentrarse en la Nueva Granada buscando  oro y arrasando con quienes se opusieran a sus ambiciones; y posteriormente fueron los hispanos, sumados los criollos, mejoraron las caminos que empezaron a llamarse desde la época de la colonia  “Caminos reales” por pertenecer a la  corona española para suscitar el comercio usando el río Magdalena y el puerto de Santa Marta a Europa.

El camino de la sal y de las ollas

El camino indígena de la sal conectaba las etnias Guanes, yareguies y muiscas en  la vega del río  Saravita que se  descolgaba  encajonado, y sobre él, hubo una tarabita. Luego de una pendiente se arriba a una planicie. En tierras de la señora veleña Catarina Saavedra y e Zurita, decidieron fundar un poblado cediendo un lote para construir un templo en el mismo lugar que esta el actual. Bajo la promoción del señor Francisco Beltrán Pinzón  puso en venta lotes alrededor surgiendo el poblado como iniciativa privada, bautizado luego   como “Puente real de Vélez” cuando en 1.555 los españoles construyeron un puente para facilitar el comercio entre Vélez, Tunja y santa Fé. 

El camino empezaba su ascenso perpendicular en la tarabita sobre el río Saravita, en el sitio conocido hoy como “Boca Puente” en Puente Nacional; atravesaba verticalmente  las veredas Jarantivá y Páramo, atravesada la serranía de Fandiño hasta el desierto de la Candelaria. El camino gateaba ascendiendo paralelo a un arroyo, en el que años después los habitantes de las veredas atravesadas identificaron una bahía que nominaron “lava patas”, por el uso que los católicos le daban para   lavarse los pies antes de calzar las alpargatas para entrar a  misa en el templo de  Santa Barbara, hoy declarado Basílica del Niño Jesús. Luego de ascender a  una leve planada, el camino descansaba perezoso hasta la quebrada que dio origen al nombre de la vereda,  Jarantivá. En este trayecto, desde la década del cuarenta hubo una familia acantonada en el sitio conocido, en ese entonces, como “mate caña”, cuya vivienda fue  bodega de  armas de los conservadores  cuando bajaban al pueblo, ya a misa, ya a mercar.  Las utilizaban para defenderse en las emboscadas de los cachiporros en las riveras de la quebrada Jarantivá.

La carretera enterró los rastros de la historia 
de los caminos reales

Por tierra cascajosa el camino de la sal descendía opresivamente hasta el lecho de la quebrada, sobre la cual, con los años hubo un puente, inicialmente en madera y techo en teja de barro, y actualmente en cemento y hierro. Entre caña brava el camino trepaba perpendicularmente hasta el “salto del burro”. Un mirador  donde se contempla el casco urbano y el valle del río Suárez hasta Barbosa y la ladera que comparte con el municipio con Guavatá. Siguiendo el meneo de las culebras, el camino alcanza una planada en el sitio conocido como Brazuelito para adentrarse, luego, en una cañada escarpada por los años en medio de un bosque de arrayanes y payos, en cuya cúspide hubo un cementerio en la época de la viruela en 1.918. La senda indígena fue atravesada  por la linea férrea del Carare que unió a Bogotá con Barbosa en el paraje conocido como “paso nivel” hasta llegar a la estación Providencia construida en 1930.


En Providencia el camino indígena se bifurca. A la izquierda, hasta alcanzar “el camino de la miel” que iniciaba en Moniquirá hasta Santa Sofía en Boyacá, y continuaba hasta Tunja;  continuaba verticalmente hasta el cruce de los caminos a las veredas: Montes, Muralla y Páramo en el hoy poblado Quebrada Negra. En este mojón veredal, el camino de las ollas se bifurca nuevamente. A la izquierda trepa hasta la veredas: Muralla y Páramo hasta la serranía de Fandiño y desciende a Santa Sofía y Raquirá, epicentro del horneado de  las vasijas de barro y centro artesanal de la Nación. Y a la derecha, el camino  asciende hasta el cerro El Morro para explayarse hasta Peña Blanca bordeándola hasta ascender a Saboyá y continuar la planada a  Chiquinquirá, Zipaquirá, el Puente el Común y Bogotá.

Los caminos reales de la miel, la sal y las ollas, en la década del sesenta y setenta  del siglo XX fueron borrados por la red de carreteras veredales que, al trazarlas, evitaron daños a los finqueros pero acabaron con la reliquia histórica de “Los caminos indígenas y reales en esta parte de la provincia de Vélez.

Mientras en las provincias comunera y guanentina el gobierno departamental esta empeñado en restaurar los caminos reales  trazados y construidos por el alemán Joao Von  Lenguerke. en la provincia de Velez, “el camino del Carare” que intentó unir a Bogotá con el río Magdalena para facilitar el comercio internacional trazado y empezado a construir por Fray Pedro Pardo siendo párroco de Puente Real, solo quedan vestigios entre la población de Flores y la Hermosura en el municipio de Bolívar para bajar a Landazuri.

Y del camino de la sal y de las ollas que hubo en Puente Nacional existen tres cortos   tramos. Uno de unos 400 metros, salvado de los destrozos del buldozer, gracias al inspector de Policía de Providencia que hubo en la década del sesenta del siglo pasado que se empeñó en que la carretera pasara por su finca, hoy conocida por la Eco posada La Margarita. Un segundo, es un trayecto mas largo, conocido como cascajo negro. Empieza a 200 metros de Providencia y corona el primer kilómetro de la carreteable. Este se salvó por tener una pendiente de 60 grados y gozar de dos yacimientos de agua. Igual cantidad de afloramientos de agua hay en el primer tramo, usados en antaño para beber cristalinas aguas. Y un tercero, en Quebrada Negra que es cortado por la carretera. pasa por el lado de la casa de los fundadores y baja hasta el puente existente sobre la misma quebrada Negra.


Los trozos de camino están a la vera de la carretera Providencia-Quebrada Negra-Peña Blanca-Muralla, en el margen izquierdo a 5.500 metros desde la carretera central Chuiquinquirá- Barbosa por la carreteable a estos poblados. Es un sendero enmontado que, con el paso de los siglos se convirtió en vallao; pasa por la casa de Neponuceno Ovalle hasta la tienda la Esperanza. Si bien, esta cercado por los propietarios de los predios lindantes, aun es terreno es del Estado; si hubiese intención gubernamental, es factible restaurarse para mostrar a las actuales y futuras generaciones, un fragmento del “camino real” por el que Transitaron los indígenas Muiscas, luego transitaron Gonzálo Jiménez de Quesada y sus soldados, posteriormente en 1.781 lo hicieron los comuneros ,y en 1.818, el libertador Simón Bolívar que tuvo cita en Puente Real con delegados de las guerrillas de Charalá para detener el avance de los ejércitos españoles que habían entrado por la isla Margarita  Venezuela y trepaban por Pamplona hacia el interior de la Nueva Granada a reforzar las tropas de Barreiro que estaban en Boyacá.


Recuerdos del camino de las ollas 
que unió a  Puente Nacional con Raquira.

Viví mi niñez a la vera del camino real que comunicaba a Puente Nacional en Santander con Sutamarchan, Santa Sofía, Gachantivá y Ráquira en Boyacá. Exactamente a diez kilómetros desde el Templo de Puente Nacional en  la tienda La  Nueva Esperanza, en ese entonces aposento para reinosos. 

Recorrí numerosas veces este trayecto, ya a pie, ya a caballo, o de arriero. Y, desde casa  aprecié a los caminantes: peregrinos, comerciantes, olleros, paperos, ganaderos, aparceros, jornaleros, cafeteros y andariegos.  Sentí, siendo escuelante, la desazón al ver como un bulldozer D4 fue destruyendo los pasos en piedra que tenia el camino indígena, las paredes del camino talladas por el tiempo y las rondas que adornaban sus linderos en los que anidaban los copetones y cucaracheros para sobreponer  una carretera sin conexión con otra vía que facilitase el ingreso de algún automotor.


Las recuas de asnos cargados con  vasijas de arcilla.

Los domingos en la tarde me extasiaba mirando descender, a paso lento pero seguro, las recuas de burros cargados con ollas, ures, chorotes, olletas, pailas y  tiestos en arcilla moldeados a mano y horneados con carbón mineral o leña en veredas de Raquira. Las vasijas protegidas con  paja seca y almacenadas  en mochilas de fique, lucían ataviadas en lomos  de los burros que por su color y descenso parsimonioso se integraban al paisaje formando sombras que se fundían con el ocaso en el espinazo de la cordillera que separa los departamentos de Santander y Boyacá en tierras de Moniquirá.  

Tras cada yunta de asnos caminaba, a igual paso, un varón y una campesina dueñas de la carga  vigilantes de la mercancía que ofrecían  o intercambiaban en la plaza de Puente Nacional con productos agrícolas de tierra caliente. Otras parejas de campesinos junto con sus burros cargados de arveja, frijol, cebolla, trigo, maíz, cebada, papa, patatas, ibias, nabos, zanahoria, o  remolacha acompañaban los cortejos que se conocían en la  vereda ,como “los reinosos”.

“Los reinosos" empezaban a descender cada domingo por “el camino de las ollas” por la vereda Jarantivá desde las cuatro de la tarde, y en invierno, la jornada era de un día de camino y se prolongaba hasta las primeras de la noche. Cuando eso ocurría, “los reinosos acampaban en los corredores de las posadas que eran las mismas guaraperías que abundaban a la vera del camino para colmar la sed y el hambre. Ellas como ellos, trabajaban y caminaban al mismo ritmo; pero las mujeres se encargaban, donde les cogiera la noche, de preparar la cena, mientras los arrieros descargaban los burros, les suministraban miel y agua antes de soltarlos en los pequeños encerrados destinados para los mulares para mitigar el hambre, la sed, revolcarse y dormir.

Las posadas y guaraperias en el camino

Conocí las posadas y guaraperías de Rafaela Velandia, Maria de Jesús Torres, Ernestina Gómez, Rodrigo Ovalle, Vidal Gamba,  Zoila Lancheros, Miguel Agustín Torres y Abrahan Ortiz. Las viviendas eran gemelas. Estaban levantadas en adobe, empañetadas con  estiércol, arcilla y arena blanca y pintadas en blanco con cal sin apagar y tenían techo en caña de castilla amarradas con lazos torcidos con paja de cuan, perenne en el tiempo, desde que no se moje, cubiertas en teja de barro. Las viviendas eran cuadradas o rectangulares. Poseían un corredor mirando el camino y al horizonte por el que se accedía a los aposentos, y en mediagua adjunta estaba la cocina  con fogonera sobre barro colmado de ceniza calcificada que resultaba al mezclar con agua caliente y aplicarla a la base y paredes de la hornilla.


En los corredores descansaban los varones y en una pieza, las mujeres. Todos empezaban el día a las tres de la mañana para retomar el camino. Pagaban la posada con legumbres o granos y con cuartillos y centavos pagaban  los guarapos, el masato o el guarrús.


Por el mismo camino transitaban rezagos de una familia  española que tenían fértiles tierras y extensas áreas. Los señores o patrones recorrían el camino montando hermosos corceles,  vestidos con saco y corbata y sombrero blanco de jipa acompañados de sabuesos perros. Y las mujeres, igual, montaban yeguas o caballos mansos ataviados con sillas femeninas en las que las damas montaban acomodadas sentadas de medio lado sobre el espinazo del cabalgar. Usaban  vestidos largos con mangas que protegían y escondían sus humanidades. Cubrían la cabeza con sombreros adornados con plumas y elegantemente protegían el rostro de los rayos del sol con sombrillas.

Los lunes en la madrugada descendían los cultivadores de papa con sus cargas sobre el espinazo de mulas y machos, y el mismo día, al atardecer, regresaban las recuas, cargadas de víveres, yuca, maíz duro, plátano y naranja. Los 2 de febrero, el 16 de julio, el 24 de mayo y el 24 de diciembre tomaban el camino los peregrinos que iban a cumplir “La promesa”, ya a la Virgen del Carmen en Leiva, ya a la Virgen de la Caldelaria en el poblado del mismo nombre, ya quienes iban a confesarse hasta el  convento  El Eccehomo en Santa Sofía.

Los caminos y senderos están recobrando su relevancia por ser senderos campestres cargados de historia y recuerdos. Los citadinos demandan cada vez mas espacios campesinos, y los extranjeros se deleitan recorriendo los senderos. Vendrán épocas en que los alcaldes y gobernadores despertaran interés por restaurar tramos de los caminos como testigos vivientes de la época en el que el desarrollo y comunicación del país, se gestó y comunicó por los caminos.

Florida, Santander, marzo 5 de 2019.









El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...