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viernes, 6 de julio de 2018

Venerada prepago


Siendo bebé merecía todas las consideraciones, pero quien la engendró, nunca apareció. Siendo niña tenía una mirada expectante y triste. Debió estudiar el bachillerato  rebuscándose la vida. Su desarrollo físico y psicológico la fue convirtiendo en una sensual y bonita adolescente: Con  1,75 metros de estatura, armoniosamente proporcionada, con una cabellera café que escondía delicadamente el dorso dominado por tiernos y voluptuosos volcanes, copos de algodón en el alba,  se miraban disimuladamente escondidos bajo blusa de seda verde esmeralda. 

Unía su tronco una cintura de  hormiga que caía perfecta en la masa pélvica, imposible de no contemplar. De ella, colgaban dos juveniles y simétricos vástagos torneados, adornados por llamativas rodillas que coronaban sus piernas congruentes en un todo perfecto, despertando admiración de los géneros, que a su paso encontraba, ya en la calle, ya en el colegio, ya en los hoteles, o el templo, al que aprendió a ir, desde niña, cada domingo a ofrendar sus alegrías y sus dolores al Cristo ahumado que luce esperanzado sobre las almas en pena postradas al madero que está al lado izquierdo de la entrada a la Capilla de piedra que sobresale en el jardín artificial que cubre los restos de los lugareños que se fundieron con la tierra en la ladera del cementerio del “rincón querido de mi tierra santandereana”, San Gil, Santander, Colombia.

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Nació en invierno, en una negra noche de tempestades. Fue recibida por la comadrona que se apiadó del sufrimiento de una joven de nombre Sofía, que se enteró, sería madre, una noche sin luna cuando se bañaba a platonadas en el lavadero del inquilinato donde su progenitora rentaba una pieza, igual que  otras geishas que vivían con  sus hijos, y encontró inflada su juvenil barriga.  

Sofía era hija de Catalina, otra joven mujer, que siendo volantona, llegó a Santa Rosa de Simití, desplazada con sus padres, desde la serranía de San Lucas, por las acciones militares del grupo alzado en armas en el que militaron dos curas convencidos que tomando las armas, liberarían a los pobres de los yugos que imponen los que acaparan las fértiles tierras o se lucran con coimas y saquean las arcas publicas ostentando el poder político y económico que  han concedido las sumas de votos que los mismos necesitados han intercambiado por tejas y mercados en las elecciones. 


Las penurias y el hambre, el medio y el ruido  propio de un puerto seco, sumado al anhelo de ropa y vestido, perfumes y alhajas, con el maltrato y  deseo carnal del padre, mas el silencio consentido de la madre, empujaron a Catalina a experimentar  intercambiando besos por regalos, caricias por monedas, sudor mal oliente de mineros borrachos que pagaban el triple de billetes de veinte mil, por un par de horas con una ingenua joven que simplemente buscaba colmar sus necesidades de vestuario y comida, como otras tantas chicas del creciente pueblo de colonos y mineros de origen diverso de las montañas colombianas.


Como cualquier trabajo, Catalina intercambiaba sucios billetes de manos de  hombres mayores, que cada fin de semana, bajaban al pueblo a vender, ya sea gramos de oro o kilos de cocaína, por caricias fingidas de una fresca mujer que solo buscaba trabajar para vestirse y participar algunos billetes a su sumisa madre que usualmente lloraba, sola y en silencio, mientras hacia malabares para poner en la mesa un plato de sopa a los ocho hermanos que habían llegado sin gusto y sin anhelo a construir un camino de espinas y piedras, sin guía y sin brújula buscando amaneceres,  sin hambre, sin sed y sin abrigo.


Transcurrió una sarta de meses, durmiendo de día y trasnochando de noche buscando billetes entre canciones y trago, bocanadas de humo y olor a marihuana, entre sabanas con olor a orín,  y queso rancio.

Resultó embarazada de un paisa que llegó del Bagre y la frecuentó pagando con generosidad el trabajo realizado, hasta cuando se enteró que uno de sus espermatozoides, había ganado la carrera por las intimidades de la desplazada campesina que había creído encontrar al macho que le ofrecería, además de caricias y atenciones, techo, amor  y hogar.


Del paisa se supo que anocheció y no amaneció, pues no regresó unas semanas después  de un mes de abril pasado por agua, dejando a Catalina nadando en llanto entre canciones que emulan las tristes historias de las abandonadas que narran que el tiempo y la distancia, son el remedio para olvidar a los ingratos que se jactan contando los hímenes rotos de niñas ingenuas que por unos billetes,  por un celular o una pinta barata, entregan la virginidad a varones que olvidan que nacieron de hembras y tienen hermanas, que, al igual que ellas, están en el baile de la vida sobre la ruleta de la compensación.


Catalina, como cualquier mujer; vergüenza, tristeza y dolor la embargaron, abandonando a Santa Rosa de Simití en una chalupa colmada de colonos  coqueros, pasajeros ocasionales sobre las aguas del gran río Colombiano hasta el puerto petrolero del país. 

Luego de dos horas cuidando la bolsa y perdiendo los pensamientos con las olas que dejaba a su paso la motorizada, arribó a Barrancabermeja entregando la carga en el puerto al delegado que continuaría con la ruta del polvo blanco que iba rumbo a puerto colombiano. El puerto bermejo es otro terminal en el que los pasajeros se esfuman tras sus intereses. La mujer con pocos meses de embarazo, arribó a la ciudad un poco mareada, malestar que superó con una fría limonada  restableciendo los ánimos para continuar la ruta trazada por la flota Cotransmagdalena hasta la bonita ciudad de los parques.


A Bucaramanga arribó al parque Centenario, en ese entonces, existía allí el terminal de transporte terrestre, y en sus calles y carreras aledañas, en las noches, bombillos rojos señalaban “la zona de tolerancia”. Y en ella,  abundaban, bares, pensiones baratas y casas de citas. A una de ellas, arribó Catalina buscando a una colega que meses antes había tomado la delantera a probar suerte en la capital del departamento de Santander.


Ellas, marcadas con la indiferencia y el desprecio social, actúan unidas y  solidarias entre sí. María Magdalena, la amiga, recibió a Catalina ofreciéndole espacio en la habitación del inquilinato que esconde madres abandonadas con niños pequeños que dejaban durmiendo mientras en las noches  salen, cual lechuzas, a buscar clientes; ya en el San Andresito, en las calles, o en un bar.  Difícil trabajo que  debió ejercer en una casa de citas para obtener ingresos y subsistir en la selva de cemento en la que los habitantes viven a las carreras, angustiados y hambrientos de pasajero afecto.


Las trabajadoras sexuales, es un gremio unido, y entre ellas, actúan como una hermandad para defenderse, ya del policía que las maltrata, las persigue y explota; ya del coyote, ya del depravado, ya de los que intentan volarse sin pagar el servicio, ya de los dueños de inquilinatos.  

Varias mujeres hicieron un baby shower  para apoyar a Catalina, que un par de semanas después, hizo trabajo de parto, acompañada por una comadrona que ocasionalmente acudía al trabajo más viejo del mundo para ayudarse cubriendo los gastos. 

La parturienta, ingiriendo aguas y recibiendo sabandijas, dos días de trabajo de parto realizó, y con dificultades, una niña parió que fue recibida con alborozo por María Magdalena y otras compañeras de oficio que estuvieron pendientes de la recién llegada del Sur de Bolívar; pero por causas no determinadas, Catalina murió. Dijeron algunas que una infección la mató. Otras arguyeron que el paisa, un maleficio le mandó para que no pariera a una criatura  que él, no deseó. 


La nieta de Sofía, huérfana quedó. Ni abuelos, ni tíos, ni el taita apareció a reclamar a la tierna niña, hija de minero que había partido sin huellas en la arena de la playa del gran río Magdalena. 

María Magdalena, fue una guerrera buscando el sustento para su hijo,  con llanto y dolor, soñando con una hija, insistió e insistió hasta lograr quedarse con  la naciente muñeca que empezó a criar con empeño y esfuerzo, y luego registró con su apellido en la ciudad de los parques. 

Cleopatra fue el nombre que le colgaron cuando la sumergieron en el río Girón en manos de un pastor evangélico, pues ningún cura católico le prodigó la bendición, por señalar a María Magdalena una pecadora, y a Cleopatra, hija del pecado.


La madre putativa triplicó la jornada de trabajo, ya en el inquilinato, ya haciendo aseos en el transcurso del día, ya en la casa de citas en horas nocturnas, y con ahorros y esfuerzos llevó a la mesa el sustento y a los cuerpos de los niños, el vestido, y a sus espíritus, el afecto de una madre que hacia todo y de todo para que los hijos no sufrieran las necesidades en las que ella, creció.


El compartir posada con otras familias, cada una en una pieza, compartiendo cocina, lavadero, patio de ropas y baño, es como poner comida a perros y a gatos. Levantar niños sin presencia del padre, generalmente encerrados en la pieza y algunas veces dejándolos jugar en el solar, con las comidas cuando había, es como levantar hienas  sin llevarlas al campo. Los niños incomodan a los otros inquilinos y el dueño o subarrendador de la casona, encuentra escusas para presionar a la madre, por los daños que causan los niños, para lograr recompensas sexuales, bajo la amenaza de no arrendar más la habitación.


Fernando y Cleopatra, desde los dos años, pasaban el día en un hogar del bienestar familiar en una casa del barrio en la que otra joven señora, convenio tenía para acoger varios niños mientras las madres trabajaban. Con limitaciones económicas, fueron al preescolar, luego a la escuela pública, espacios en los que los los medios hermanos socializaban con personitas de su edad. 

María Magdalena, junto con otras mujeres fueron reclutadas para laborar en otra ciudad en el mismo oficio en una casa conocida en San Gil como  “de la perdiz”.


María Magdalena y algunas colegas junto con otras familias que viven del rebusque en la plaza de mercado de la ciudad, fueron vinculados a una organización por un joven sindicalista vendedor de especias, quien en reuniones semanales y un plan de ahorro personal impulsó, logrando, entre todos, reunir un capital en la asociación de vivienda José Antonio Galán en honor al comunero que prestando servicio militar al servicio del rey de España en el fuerte de Cartagena, deserta para unirse a la causa de los comuneros en 1781 a un grupo de charaleños que se sumaron al ejercito en el municipio de Güepsa, Santander para marchar hacia Santa fe, derrotando, sin un tiro, a los españoles en Puente Real, cruce del Saravita en que por siglos la etnia muisca intercambiaba la sal y los granos de tierra fría con las mantas de algodón y legumbres de tierra caliente con la etnia guane. Fue lugar en que los españoles mejoraron la tarabita indígena y colocaron un puesto de recaudo de impuestos por el uso del camino indígena que fue apropiado por el Rey para convertirlo en el camino real por el que se transitaba la mercancía que llegó posteriormente por el río Magdalena hasta Barrancabermeja, y de allí, en recuas de mulas, fue transportada trepando las cordilleras oriental y central hasta lo que fue posteriormente la capital del virreinato.  


La asociación, mediante contrato privado de compraventa, compraron un predio rural, distante del casco urbano, un kilómetro en línea recta. Primero, por una servidumbre peatonal, todos los fines de semana y festivos, los asociados empezaron un trabajo comunal, que a la par de la apertura de la vía carreteable,  trazaron cuatro manzanas, se asignaron los lotes y con jornadas de mano prestada y un subsidio de vivienda, mas de cien familias que vivían en arriendo, lograron construir una casa con muros en bloque y techo en teja de barro con tres habitaciones dos baños y un pequeño solar, gracias a que el dueño de la tierra facilitó el pago sin intereses, convirtiéndose, en el tiempo, en la ciudadela José Antonio Galán con una área construida cuatro veces mayor al empezar la urbanización.


Fernando, al igual que Cleopatra, acudieron a la escuela; ya  jóvenes,  asistían regularmente al colegio público, y en la jornada contraria, él, hacia mandados en la tienda del barrio, y  a una que otra casquivana de la carrera once de la localidad. 

Cleopatra, mientras tanto, jugaba con muñecas de trapo o plástico que una caritativa señora con iguales necesidades, recogía en las noches entre la basura, siendo barrendera, guardiana sin futuro, una organización creada por una joven mujer que llegó a la ciudad desde una vereda de Charalá, y con empeño y tesón, un grupo de mujeres conformó para hacer el barrido y recolección de las basuras que los pobladores producen cada día, sin medida y clasificación. 

Fue reconocida la labor de esa flor del campo, que con apoyo de un militar que, orgulloso, contaba haber dado fin a Pablo Escobar; se hizo político y gobernador, y a ella, con nombre de cumplido, directora de la CAS, convirtió. Con tan mala suerte que pasados unos años en la cárcel terminó sindicada por peculado por apropiación y falsificación de documento privado sobre un contrato de arborización que se hizo a medias en tierras bermejas, cuyo ejecutante fue la misma organización de mujeres sin futuro que ella creó.


Fernando Y Cleopatra, a leer y escribir aprendieron en la escuela Pedro Fermín de Vargas, nombre de la institución en honor al ilustre sangileño, aventajado  alumno de José Celestino Mutis, primer economista de La Nueva Granada, en su tiempo; amigo personal de Antonio Nariño, miembro de la la gesta independentista latinoamericana.


Mientras María Magdalena habría las piernas y doblaba el espinazo buscando el sustento diario, los hijos crecieron entre bares y casas de citas, ollas de bazuco y escondites de cosas hurtadas; pero como toda madre que ama a sus hijos, siempre desea lo mejor para ellos, y que su misma vida de necesidades y limitaciones, no se repita en ellos, yendo al colegio para no repetir la historia de los abuelos.


Con notas cercanas a la media y registro de numerosas inasistencias a clase, los chinos los matricularon en un joven publico colegio con nombre de otro sangileño que se distinguió porque fue gobernador y alcalde, cafetero y medico. 

La media básica cursaron a troncas y a mochas con ayuda y apoyo de maestros mostradores de afecto que registraban sin prisa y sin dudas las ausencias de los hermanos en días u horas diferentes, a solicitud de la acudiente que en el registro de la institución no era María Magdalena.


Asumiendo el significado del nombre, Fernando siempre mostró perspicacia y audacia, ya en el jardín callejero de la carrera 20, ya en las calles que terminan en el río, ya en las riveras del mismo en las que junto con otros niños se sumergían en las sucias aguas, cloaca de la ciudad buscando pulseras de oro, monedas o metales para vender y para comprar chancletas de plástico o una pantaloneta, o poder disfrutar un helado casero de coco.

 Así como le crecieron los pies y el cuerpo se alargó mostrando débiles bellos, crecieron sus necesidades de Fernando. Fue utilizado como mensajero para hacer entregas personales a un dueño de una olla con fondo, cada vez mayor, que expendía vicio entre los usuales clientes de la carrera once que discurre paralela al río Fonce  atravesando el parque El Gallineral, tranquilo y lento, para precipitarse encajonado por los riscos que alguna vez fueron los pies de la villa de San Gil y la Nueva Baeza.

Fernando, con esfuerzos logró terminar el bachillerato mientras hacia mandados los fines de semana a algunos tenderos de la plaza de mercado de la ciudad. Nadando contra la corriente de quienes crecen en calles del infortunio e inquilinatos. El muchacho se ganó la confianza de una  verdulera  con puesto fijo en el mercado cubierto, y con trabajo y tesón, ahorro y empeño, logró montar su propio puesto  en la galería, y con el fruto de su trabajo, un hogar formó en casa propia de una ciudad blanca que algún tiempo fue bañada por polvo gris que pululaba en el aire contaminado de una cementera que fue rodeada con los años por viviendas de los obreros que alguna vez trabajaron en la fabrica que por muchos años fue bandera del desarrollo empresarial de la Perla del Fonce.

El hado maligno al circulo vicioso de sus antepasados a Cleopatra metió. La putativa madre la prostitución nunca dejó, y a la niña, estudiando, convirtió en prepago.

Regularmente a clase asistía, y cuando hambre tenía, Cleopatra plata pedía al profesor de español, quien conociendo su historia, para las onces. dinero daba a la estudiante que el grado octavo cursó.

Usuales eran los permisos que María Magdalena pedía en la coordinación para llevar a Cleopatra al hospital a un tratamiento en el que, supuestamente estaba para superar los trastornos y desmayos.

Un jueves del sexto mes del calendario escolar, Cleopatra abandonó  el aula sobre las nueve de la mañana con el permiso gestionado por la acudiente. Pero ese jueves la estudiante no regresó al colegio.

El noticiero radial del medio día anuncio un extra: Una joven mujer había muerto en un accidente de transito en la carretera central que une a San Gil con la primera entrada a Pinchote viniendo de El Socorro. 
  
La necropsia reveló que la joven, de unos quince años, había muerto al impactar su cabeza con una piedra. La crónica roja del vespertino “Qu´hubo” contó que la occisa había muerto al volar por el aire desde una moto en la que iba como parrillera con un  domiciliario al caer la rueda delantera del velocípedo en un hueco en el pavimento en la curva que cae a la quebrada en la que años después se hace torrentismo en el municipio donde bautizaron a la patriota Antonia Santos.

La fuerza estática de la motocicleta lanzó a la parrillera  a la vera de la carretera mientras ella contestaba una llamada celular. Posteriormente el moto-domiciliario contó que cumplía un servicio para trasladar a Cleopatra desde el sector de Fátima de la ciudad a unos amoblados que por unos años hubo cerca al acceso de entrada a la Granja el Cucharo que a finales del siglo XX fue zona de entrenamiento agrícola y pecuario para campesinos sin tierra que recibieron parcelas en la década del setenta  en el municipio en el que fue bautizada la guerrillera de Coromoro. 
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Agraciada y bien hablada, mas amigos que amigas, Cleopatra aprendió de su putativa madre, quien en las tardes vendía chance, a pronosticar el numero en el que caería la lotería que jugaba ese día y que los compradores de fortuna, creían que iba a caer en el numero que supersticiosamente la vendedora recomendaba para salir, sin esfuerzos, de las necesidades que acosan a los apostadores que creen que la riqueza no se amasa con trabajo y ahorro, sino que se logra atinando a un numero que cada semana una maquina determina al poseedor del boleto que por arte de magia los convierte en poseedores sin necesidades materiales, o en propietarios de unos billetes con los que sufragan las deudas por mercado en la tienda de la cuadra en la que pasan los días entre las luchas permanentes por el dinero para el diario vivir.


Por imitación, ropa y un celular, la joven Cleopatra con otras tantas niñas de la misma edad fueron convertidas en prepago que una vendedora de obleas en el parque La Libertad, vendía el servicio sexual a extranjeros y adultos, que ante los demás, eran reconocidos como personas “de bien”.


La trágica muerte de la adolescente conmovió a la ciudad. Motociclistas, taxistas, estudiantes y curiosos atiborraron la funeraria donde velaron por dos días los restos mortales de la estudiante con nombre de reina griega. Clientes, amigos o admiradores sin identificar, con  un grupo de vallenato y un mariachis acompañaron el cortejo fúnebre hasta el cementerio en donde la despidieron cual diva convertida dias despues en amuleto de la suerte.

La tumba de Cleopatra permanece con flores y es visitada todos lo días, -en especial, los lunes-  por quienes juegan al chance o compran lotería convencidos que otra vez el alma joven de la adolescente indicará el numero que esa noche los puede proveer del dinero para pagar deudas, comprar algún electrodoméstico, pagar las  polas de fin de semana, o tener efectivo para el mercado de la semana por comenzar.


Puente Nacional, Posada Eco turística La Margarita, junio 11 de 2018.


























El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...