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sábado, 6 de noviembre de 2021

El pago de oleo


A la partera o comadrona, quien recibía la criatura al nacer, se le reconocía también como mamá, por haber facilitado el nacimiento del crio. Dias después, en las manos del nacido se les colocaban unos mitones tejidos en lana por la misma madre para que no se aruñase con las uñas.

Si era mujer, se seleccionaba otra, entre la más cercanas a la madre. Si era varón, el amigo más allegado padre. Tenía la tarea cariñosa de cortarle por primera vez las uñas a la criatura. Desde ese momento se establecía un parentesco social muy cercano. Y a quien cortaba las primeras uñas, desde entonces, se le reconocía como madrina o padrino de uñas hasta la sepultura.



Los esposos escogían, con antelación al nacimiento, a los padrinos de bautizo, con quienes se concertaba el compadrazgo. Generalmente no eran de la misma familia, sino amigos cercanos. Si la madre tenía dificultades en el parto o el niño nacía muerto o con deficiencias en la salud, los padrinos lo bautizaban con agua para borrarle el pegado original.

Al crio se le bautizaba, una vez la madre cumpliese la dieta, luego de cuarenta dias de cuidados por parte de los miembros de la familia, y en especial, de una fémina contratada para ese menester.

El ajuar para el bautismo lo aportaban los padrinos. Era blanco como signo de la pureza de la criatura legitima. Al ser esta hija de pareja casada por la Iglesia. La ropa del bebé era confeccionada por la madre desde la confirmación del embarazo; otras allegadas, vecinas, se unían a la tarea de tejer los ajuares para los seis primeros meses del retoño familiar. A la partera, por experiencia de observación del tamaño de la barriga o posición de la criatura en el vientre de la madre, atinaba a pronosticar el sexo de nuevo integrante de la familia. Con ese pronóstico, tejían los vestidos, gorros y mitones. Si era varón, el azul era el indicado. Si era niña, el rosado era el fijo. Si había dudas, los ajuares eran blanco o amarillos.

El ajuar para el bautismo, lo escogían y asumían los padrinos. Los servicios religiosos los pagaban los padres, así como las viandas y bebidas, ya consumidas por el camino o en el pueblo.

Luego del bautismo, dias después, sin avisar, los padres procedían a pagar el óleo. A reconocer con una atención particular en la misma casa de los padrinos, el honor de haber mandado cristianizar al nuevo miembro de la familia.

Los padres del bautizado junto con los demás miembros de la familia visitaban en el hogar a los padrinos. Ocurría con preferencia después de las cinco de la tarde cuando cesaban los trabajos en la finca. Luego del saludo fraternal y alegre, los padres entregaban a los padrinos un canasto nuevo tejido en caña o bejuco, y en él, un bojote envuelto en paño de algodón blanco decorado con flores verdes. Dentro, guarecido con hojas de plátano pasadas por el calor del fogón, estaba el piquete para la familia de los padrinos. El cocido estaba compuesto de una gallina sin expresar, si eran menos de seis los homenajeados; si eran menos de doce, iban dos gallinas acompañadas de yuca, papa, plátano, arracacha, jites, bore, malanga y batata.

Acompañaba el canasto, un calabazo de chica con quince dias de fermentación, y uno más pequeño con guarrús o masato de maíz para los niños.

Ya en la mesa o en el potrero, la madrina de la criatura agradecía el pagamento y procedía a destapar el bojote, partir la gallina y ofrecer y convocar a su familia a ingerir las suculentas viandas.



A su vez, los padres del crio destapaban su propio piquete y compartían la cena las dos familias, al son de un par de músicos de cuerda que amenizaban el pago de óleo. Cada esposo disponía de un calazo pequeño, y en él, iba el ají con sal y cominos para deleitar acompañando la comida, los varones.

En Jarantivá, vereda donde nací, se olvidaron estas costumbres en el primer decenio del siglo XXI.

 

Puente Nacional, Ecoposada la Margarita, junio 26 de 2.021

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