Sus postreros años los rumió María de Jesús sentada
en un tolete cuadrado y rectangular de eucalipto cortado a lo largo con
serrucho trocero, y con hachuela, labradas sus cuatro caras cuadradas. La
entera banca dormitaba paralela al camino real, echada sobre el piso de tierra
del corredor principal de la guarapería en ele con paredes guarecidas por
ajadas tejas de barro cocinado a finales del siglo XIX en uno de los dos
chircales que hubo en vereda la Jarantivá en Puente Nacional.
La ventera tenía sus secretos para fermentar las
bebidas derivadas de la miel de caña dulce que se cosechaba en las parcelas
alinderadas al camino real de la miel y de la sal y se extraía en uno de seis
los trapiches que hubo en Jarantivá.
En un porrón de barro yacía la chicha de arracacha;
en otro, la de maíz; en otro, la de ibias. En una olla del mismo material, con
dos orejas, estaba el guarapo para restablecer las fuerzas; en otra, el para la
sed; y en otra, el guarrús para las damas y los niños, todas bebidas para
quienes, cada ocho dias transitaban en ambas direcciones por el pendiente
camino desde los 1.300 metros hasta los 2.700 metros sobre el nivel del mar
desde Puente Nacional hasta Sutamarchan en Boyacá. En la pieza del rincón
estaba la guarapería, en la del medio, la despensa, y en la de la esquina, la
cocina de leña haciendo ángulo con el horno para el pan, las almojábanas y los
amasijos que se amasaban cada sábado para la venta del domingo y el lunes de
cada semana. En el lado de la escuadra de la casa había tres habitaciones; una
servía de sala y dormitorio para los reinosos comerciantes y las otras dos,
aposentos para los miembros de la familia.
María de Jesús enviudó muy joven. Tendría unos 19
años: Miguel, el esposo murió al colmar los 24 calendarios. Nunca se supo que
mal lo arrimó al cementerio. Dos chinos le quedaron para criar con el producto
de las ventas de bebidas y el pan, y un patrimonio representado en dos pedazos
de tierra; uno en clima templado y otro en clima medio, más la chichería y un
par de mulas que con los años fueron convertidas en salchichón por decisión de
un tío que nunca les entregó cuentas a los hijos de la ventera del uso y venta
de los mulares.
Roberto una vez tuvo cedula se fue del lado de la
ventera robándose a una de las hijas de otra ventera vecina. Y Agustín, el
segundo hijo al cumplir los 15 años fue reclutado a la fuerza para convertirlo
en chulavita para defender los intereses de Laureano Gómez, un presidente
colombiano afín a las ideas de Adolfo Hitler en cuya dictadura alemana estuvo como
embajador de Colombia, y por intermedio de él, llegaron furtivos nazis a
Colombia desde 1.946.
Cuatro años estuvo Agustín en la Policía Nacional y
regresó a la chichería con chino y mujer para acompañar a María de Jesús y
empezar a administrar los bienes que abandonó el hermano mayor, Roberto, quien
se fue en viaje amoroso a las tierras de Caldas a iniciar vida marital con su
Aurora, una linda campesina con rostro angelical que lo soporto con la
paciencia del santo Job hasta la muerte ocurrida en Villavicencio en 2.006.
María Custodia se llamaba la esposa del Agustín, y
al primer crio que le echaron el agua bendita lo identificaron con tres
nombres, como fue usual en ese entonces, dizque para rezarle a tres santos en
alguna emergencia en salud.
Agustín conoció a María Custodia en “la alcancía”
una tienda que lindó con el palacio municipal de Guateque, un municipio
boyacense. El Jarantivá, un moreno simpático y buen conversador, se enamoró de
la hermosa boyacense por los cachumbos que le caían cual cascadas en la
espalda, por el rostro de bella campesina y por lo emprendedora y autónoma que
era siendo menor de 20 años.
De un día para otro la guarapería y posada de María
de Jesús resultó con dos venteras. Cada una con su tienda. Custodia le montó la
competencia al frente de la casa de María de Jesús, ofreciendo bebidas y
fritanga a los caminantes, entrando en diferencias con la suegra hasta dejarlas,
a cada una, en una esquina en un cuadrilítero sin cuerdas.
Con los meses, Agustín le tocó hacer rancho aparte
a unos 300 metros camino abajo en un lote del que compró los derechos y al que
se fue bajo unas latas de zinc con Custodia y el chino de los tres nombres.
En ese entonces, no existía en alambre de púas para
separar las propiedades. Las parcelas campesinas se alinderaban con cimientos
de piedra o con vallados. Los vallados fueron zanjas de uno veinte de ancho y
un metro de hondo, y por largo, la medianía construida a pica y pala entre los
dos colindantes.
María de Jesús, de la noche a la mañana se encontró
entre dos emociones: la alegría que la ventera joven le montó la competencia en
el frente de su guarapería, y la presencia alegre de su primer nieto, el chino
de los tres nombres.
Las abuelas se las ingenian para consentir a los
nietos y ofrecerles lo que les negaron a los hijos. Y el chino de los tres
nombres, de tan solo tres años, se las ingenió para ir a visitar a la abuela,
en un cerrar de ojos, a escondidas de la ventera boyacense.
El vallado se convirtió en la autopista que unía a
las dos tiendas, y por ella, el chino de los tres nombres, el día de mercado,
cuando había más caminantes refrescándose y descansando del azaroso camino
real, corría sin parar hasta la guarapería de María de Jesús, a saludarla, pero
más por reclamar los cariñitos que la abuela le guardaba en cada horneada de
pan y amasijos.
Acezando, el chino de los tres nombres saludaba a
la abuela, quien dejaba de atender a la clientela para introducir en el brazo
derecho del niño una sarta de roscones rellenos de bocadillo y sombrereados de
azúcar.
Por el mismo vallado, sin descansar, el niño
regresaba al rancho de los padres contento por el comiso que la abuela de daría
cada ocho dias.
Un día cualquiera de un mes cualquiera del año
1.955, la ventera de los cachumbos en cascada hasta la espalda se dio cuenta
que su primogénito estaba ingiriendo roscones que no eran de su horneada. Del
otro brazo tomó al chino de los tres nombres y le fue quitando uno a uno la
sarta de roscones y se los fue dando a límber, el perro del niño, y luego de
ultimo roscón tirado al suelo, le dio soberana pela por la cola del inocente
niño que lloró por el resto de día y parte de la noche hasta que las palmadas
lo durmieron del dolor. Castigo merecido, dijo la ventera por recibir
galguerías de la abuela desalmada.
El chino de los tres nombres, por seis dias se arrepintió
por volarse a visitar a su abuela, pero en el séptimo, pudieron más las ganas por
los roscones que la fuetera de la joven ventera boyacense.
El siguiente lunes de mercado, el niño se voló a
visitar a la abuela convencido que recibiría la sarta de roscones en su brazo
derecho. Y así, ocurrió. Pero desde esta vez y hasta que murió María de Jesús,
el niño guardaba los roscones en sus propias bodegas con puertas de helecho
seco.
El chino de los tres nombres había previamente
tallado con palitos de champo, en las dos paredes del vallado, tres bodegas
estratégicamente distribuidas para que Custodia, la madre, no le encontrara los
roscones de la abuela. Las bodegas las cerró para siempre el niño, el día que
murió María de Jesús y su guarapería no volvió a abrir sus puertas, para que,
en ella, habitasen los olores de los productos fermentados de la caña, cultivo
que desapareció en el sector, cuando murió de cirrosis, Luis González Castillo,
el ultimo guarapero de Jarantivá.
Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, junio 22
de 2.021.