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miércoles, 27 de julio de 2016

Olivo, el empujado


Ulises Contreras y Clara Montalvo, siendo muy jóvenes huyeron de la vereda; habían perdido a sus padres al ofrecer resistencia en la finca cuando los atacaron para quedarse con la tierra en 1948. Se fueron a donde iba la trocha y había montaña baldía para trabajar, lugar escondido en la  selva de un municipio del Catatumbo conocido como Convención en Norte de Santander.


Allí formaron un hogar y tres hijos llegaron a aumentar la mano de obra para ampliar la parcela, pues los colonos llegaban de diversas partes y trabajaban de sol a sol descuajando montaña, tanta como sus hachas y serruchos tumbaban para convertir en cementeras, luego en potreros o cultivos de caña o cacao.

En la parcela, Ulises y Clara tenían lo suficiente para comer y dar a los hijos, y tras ellos, llegaron otros familiares a hacer lo mismo, trabajar la tierra y esperar posesión para que el INCORA, con los años, les diera una titulación y gozar de una propiedad familiar.

En la tierrita familiar construyeron un rancho con tres piezas, otro rancho con un molino de piedra para sacar el dulce de la caña, un rancho para colgar los aperos de las bestias y la troja para el maíz y espacio para las herramientas, abonos y trastos viejos que algunas personas, en la medida que se hacen mayores, empiezan a guardar para el activar los recuerdos.

Ulises fue un hombre recio y duro como los arboles que logró tumbar. educó a los hijos con el rejo, el grito, la humillación, el desprecio por quienes se les atravesaran por la vida, la  agresión física y verbal y con  el principio del no dejarse de nada ni de nadie. Esa actitud de vérselas con la vida trajo a Ulises numerosos conflictos cuando se emborrachaba, ya en el pueblo, ya en el rancho en el que Clara debió aprender a defenderse de igual manera.

En los campos de Colombia, las historias se repiten a diario. Detrás de los colonos llegan otros que fueron colonos a comprar las fincas recién hechas, y quienes venden, se van a otro departamento a abrir trocha y tumbar montaña para hacer finca y seguir en el círculo de la colonización.

La parcela de Ulises y Clara recibió varias ofertas de compradores, ya vecinos u provenientes de otros lugares, pero no deseaban venderla, pues recordaban lo ocurrido con sus padres.


Olivo, Euclides y Mercedes fueron los guambitos que criaron Ulises y Clara. Ninguno fue a la escuela porque en la punta de las trochas no hay escuelas sino brazos para trabajar para tener algo en la vida y los hijos son mano de obra sin paga, y entre mas hijos, mas tierra para trabajar.

 
Olivo, el mayor se fue al pueblo a traer unos encargos. Regresó al rancho sobre las cuatro de la tarde. No encontró a nadie en el rancho y empezó a llamar a la mamá, y luego de varios llamados escuchó su voz entre cortada y llorando como si estuviese comiendo molido de maíz. La voz salía de adentro de la pieza principal pero la puerta estaba cerrada. Por la mente de Olivo pasaron escenas de  la historia que Ulises le contó sobre la suerte de sus abuelos en el Tolima. Encontró y se armó con el machete 22 de su padre que estaba enfundado y colgado en la columna central del rancho, y llorando, empezó a pedir clemencia por su madre que la habían amarrado y la tenían en estado de indefensión dentro de la habitación. El hombre que la tenía en esa condición pensó en callar los llamados del niño que tenía unos 12 años y abrió la puerta para agarrarlo, amarrarlo y amordazarlo. Abrió la puerta y no vio al muchacho, dio un paso al corredor, y en un cerrar de ojos recibió un machetazo en la cabeza y otro en el brazo  derecho en el que segundos antes guindaba un revolver calibre 38. El hombre se descolgó como un racimo de plátano cuando se  corta con fuerza en el virolo.


Olivo, en un santiamén liberó a la madre y le pidió se quedase encerrada trancando la puerta, pues salió saltando cual  saltón   a buscar al padre sigilosamente cual perro de cacería; no lo encontró en el rancho de la troja y los aperos, tampoco  cerca al patio del rancho. Desde lejos, en el trapiche de piedra oyó unas voces que le exigían a Ulises que vendiese la tierra y se fuera de la región o si no lo mataban al igual como había pasado con Clara. La ira y el dolor se activó con mas furor en Luis, quien saltó como un león a su presa sobre el hombre que mantenía atado y humillado a Ulises. El hombre no se percató de la presencia del niño quien le propinó ocho machetazos liberando al padre, mientras un tercer hombre huía despavorido disparando una carabina calibre 18 con la cual logró pegarle tres tiros a Olivo, quien lo persiguió hasta fuera de la chacra dejándolo levemente herido con una cortada en un brazo.


Olivo vio sangre en su humanidad, sintió debilidad y se recostó en la banca de madera que había en el corredor del rancho principal. Clara lo auxilió, igual Ulises, las balas de la carabina calibre 18 habían atravesado el muslo de su pierna derecha, el musculo del brazo izquierdo y rosado la parte  lateral del abdomen.


La policía fue avisada por quien usó la carabina de la U argumentando que junto con dos amigos mas habían sido atacados por Ulises y sus hijos cuando los visitaban para que les vendiera una miel.

Ulises y Clara  fueron detenidos y llevados al calabozo de la municipalidad, pero  como no fueron señalados  como victimarios por quien usó la carabina de la U, quedaron libres. Olivo huyó a Venezuela por trochas y caminos, país en el que debió guerrearse la vida hasta cuando cumplió 21 años y regresó a Colombia a visitar a los padres y sacar la cedula de ciudadanía, gestión que hizo en Ocaña, Norte de Santander.


Ulises y Clara habían vendido a bajo precio la tierra que habían trabajado con tanto empeño para evitar venganzas y huyeron a Chaparral, Tolima. Olivo se dedicó a trabajar como jornalero en las veredas de Ocaña mientras le salía la cedula. El documento de identidad lo retiró ocho meses después y cuando se disponía a firmar para que se la entregaran, fue detenido por doble homicidio y lesiones personales a un tercero. Fue condenado a 35 años de cárcel e inició su  condena en Pamplona, capital religiosa del Norte de Santander, departamento colombiano fronterizo con Venezuela.


Cinco años llevaba el joven Olivo en la cárcel aprendiendo a sembrar hortalizas y a tejer mochilas de fique, por su prontuario de valentía era respetado en el penal; como otros presos, no recibía visitas porque sus familiares estaban en municipios alejados. Urdieron con otros diez presos una estratagema para conseguir ser trasladados a otro penal en clima templado o caliente, anhelaban la cárcel de Bucaramanga o Valledupar, pues alguien les hizo creer que por estar  en la capital, las mujeres de la vida visitaban sin condición a los reclusos a brindarles comprensión sexual.


Retuvieron a tres guardianes a quienes desarmaron y amenazaron con las mismas armas de dotación y amotinaron a los demás presos del patio. Olivo y sus secuaces lograron su cometido, luego de varias horas de exigencia. El director de la cárcel logró el traslado de cinco de los amotinados, quienes un día después fueron trasportados en un camión ganadero que se movilizó carpado hasta llegar al destino.


El hado del camión cargado de presos e igual numero de guardianes no fue en clima caliente. El camión arribó luego de ocho horas de viaje al Barne, la cárcel de Tunja, ciudad capital del departamento de Boyacá que esta sobre los dos quinientos mil metros del nivel del mar. Allí los amotinados fueron recluidos en calabozos individuales, desnudos a oscuras y con poca comida, espacio en el que estuvieron veinte días para luego ser trasladados a patios diferentes.

En el patio al que trasladaron a Olivo, una noche oscura y fría fue violado por dos hombres que habían echado una apuesta con otros presidiarios a ver quien le quitaba la berraquera al asesino de Convención. Lograron el cometido, pero Olivo guardó mas odio en su corazón, y dejó pasar los días, y en un descuido se vengó de uno de sus violadores que seguía en el penal. Lo dejó inerte en la ducha donde se bañaba con el hielo que venia en tubería de la montaña tunjana.

Olivo recobró la libertad cuando tenía cuarenta años. Se fue al Tolima a buscar a  la familia, pero no la encontró. Se dedicó a trabajar y ahorrar y en pocos años se hizo a una finca en Planadas, Tolima, en la que constituyó una familia, sembró café, cítricos, legumbres para el consumo familiar.

Un sábado al medio día cinco guerrilleros fueron a buscarlo al rancho donde intentaba rehacer su vida. La esposa lo negó, pero los jóvenes guerrilleros no le creyeron y se estacionaron a esperarlo. Olivo estaba podando unos naranjos y con su sentido de liebre se descabulló entre huertas, montes y cañadas hasta llegar kilómetros atrás donde iba la punta de la trocha. Allí lo alcanzó el camión que cada sábado compraba el plátano que vendían los colonos para hacer la compra de la semana.

El camión amaneció en Centroabastos en la capital colombiana, la ciudad del mundo con mas desplazados por tres violencias sucesivas que ha tenido el país. Olivo se convirtió en cotero en la misma plaza principal en donde fue aconsejado a acudir a la oficina estatal a contar su historia y fue reconocido como desplazado recibiendo salud y subsidios del Estado, inscribió a su hija y a quien fue su compañera en el Tolima en familias en acción dando una dirección de la capital del país para recibir las tres las ayudas del Estado colombiano a los desplazados y a quienes ostentan el estrato 1 en los niveles de riqueza que estableció el gobierno Nacional en la primera década del siglo XXI.


Un domingo en la tarde estando tomándose unas amargas en la tienda de una esquina de un barrio colgado en un cerro del municipio de  Soacha acompañado de desconocidos del oficio de la rusa, por razones no recordadas u omitidas, entraron en gresca con botella y cuchillo y Olivo terminó en el hospital herido con arma blanca. Allí además de curarlo, le hicieron examines de rigor y le diagnosticaron una arritmia. Enterado del diagnostico, recordó lo que le habían contado de niño, que las personas que se enfermaban del corazón, que unos morían en minutos y otros lograban sobrevivir a una operación. La operación consistía en meterle un cuchillo por el pecho para sacarle el corazón y revisarlo. Recordó tanto dolor físico y moral que había tenido en su vida que solo anhelaba vivir, asunto que no había logrado hacer en años anteriores. Se sintió mejorado y se voló del hospital sin dejar razón.


Por su constitución física y fuerza corporal trabajó en la rusa convirtiéndose en ayudante de obra. Allí enamoró a la señorita que preparaba los alimentos a los obreros de la obra, una bolivarense santandereana que llevaba varios años en la capital rebuscándose la vida. El edificio fue terminado en el tiempo previsto y liquidados los obreros. Olivo y Mariela decidieron hacer vida compartida y regresaron a donde los padres de la dama en Bolívar. Allí compraron un lote de diez novillas e hicieron planes con las crías y la leche que producirían, animales que pastaban en predios del padre de Mariela.

Habían transcurridos dos años de feliz estadía, tiempo en el cual no hubo hijos, la plata florecía en los bolsillos y los domingos, además de vender la legumbre, ir a misa, almorzar en un toldo, se tomaban sus cervezas hasta perder el equilibrio.

Un domingo, sin quererlo, resultó tomando con un campesino menor a su edad, quien resultó haber sido la causa de la partida a la capital de su Mariela, quien había quedado embarazada y el padre no le había perdonado que el novio no respondió argumentando que la criatura no era de él. Mariela herida en su dignidad, se fue a Bogotá a donde una conocida, quien le ayudo a buscar un trabajo domestico, y en él, perdió la criatura. Olivo le reclamó su cobardía y el campesino respondió en igual medida formándose una trifulca con heridas leves en ambos contrincantes. Antes que la policía llegara Olivo se voló y fue a parar a San Vicente de Chucuri y se dedicó a trabajar donde lo contrataran los domingos en la plaza y en época de la cosecha de café, en la Mesa de Los Santos, San Gil, Socorro y Pinchote y sus veredas se convirtieron es sitios de trabajo recogiendo la pepa recibiendo la paga según las arrobas que a diario desgranaba de los palos.

En el municipio del cacao se organizó con una mujer joven diez años menor, madre de cinco hijos de dos padres diferentes, quien lo acolitó andaregueando. Consiguieron un trabajo en una finca, luego en otra, y otra en las que trabajaban hasta los septiembres, montaban pleito a los patrones y se iban a coger café en cada cosecha a otro lugar.


Olivo nunca suministra papeles a los patrones, no firma recibos de pago alguno, no sigue instrucciones, no reconoce subordinación, no acepta que lo afilien a la seguridad social, pero al salir de cada finca donde trabajaron, montan camorra al patrón y los demandan reclamando todos los derechos, sin embargo, cada primera semana de cada mes viaja a Bogotá a reclamar los subsidios del Estado a favor de él, de la hija y la madre que siguen viviendo en el Tolima a quienes no les gira ni les reconoce derechos y sigue a la espera de recibir una gran indemnización por la ley de restitución de tierras y tener, por fin, un pedazo de tierra propio para volver a empezar.
 
Olivo es un bipolar, cambia de ánimo como de color el alacrán; habla hasta por los codos y narra con prepotencia a quienes se lo beben que ha estado en la cárcel y que no le da miedo volver a ella porque hasta ahora nadie le ha puesto el cascabel al gato. Beodo y en la cama que caiga sufre alucinaciones y como un niño llora al lado de la compañera a quien ve como “ una buena para nada” pero que soporta con estoicismo el maltrato verbal y psicológico que permanentemente le hace el ex presidiario al que apoya silenciosamente y es alcahuete de sus desmanes contra quienes se atraviesan en su camino.

Pero Olivo es un trabajador incansable, se esconde de sus sombras y de sus recuerdos ingratos y dolorosos en el trabajo, no aprende cosas nuevas pues cree que lo sabe todo, gusta de la labranza y cosecha todo lo que siembra en cualquier rincón, incluso mariguana a escondidas del patrón. Se empodera de su trabajo que olvida que labora en tierra ajena y un día cualquiera desconoce al dueño de la tierra y le impide acceder a la propiedad para que sea suspendido del trabajo e iniciar de nuevo otro pleito laboral a su favor.


Olivo y su actual Clementina, mañana actuaran sin Clemencia a donde quiera que vayan buscando trabajo, viviendo embarrados en sus propios odios, untados en sus propias mentiras, olvidados de sus hijos y despreciados por quienes ofenden e intimidan por doquier; vivirán en sus propias soledades en la espiral de violencia en la que están empujados  desde los bisabuelos, tal vez la misma vida les enseñe que hay que guindar siempre una rama de olivo en la mano y actuar con clemencia para recibir benevolencia de la misma vida.


Puente Nacional, La Margarita, junio 09 de 2016. 


 

El parasitismo del plagio intelectual

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