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miércoles, 16 de marzo de 2016

Envueltos de maíz en ameros de amor

El maíz, el oro en semillas para la población mundial


 Ellas los  buscan con pasión, y cuando los encuentran, los miran con deseo, no importa su figura y su ropa, tampoco el lugar donde los buscan en silencio. Y ellos, al igual que ellas, los anhelan para saborearlos y poseérlos con pasión desmedida.


Ellas y ellos, saben en silencio lo qué despiertan en sus papilas cuando logran encontrarlos y los tranzan sin regateo. A los dos no les importa la ropa que tengan cuando los encuentran, tampoco si están calientes, al  clima o fríos. Para los dos géneros les interesa mas el cuerpo y sus curvas que el vestido.

A ellas, les atrae su forma de falo por su extensión y grosor, y a ellos les atraen también cuando los miran porque babean como si estuviesen contemplando el seno materno.

Ya en casa, en el lugar donde pasan la tercera parte del tiempo de vida, no los desnudan de una; prefieren hacerlo cuando estén ganosos. Y en ese memento, con testigos o no, sus manos los toman con pasión desmedida y lentamente con los dedos empiezan a desvestir el anhelo para contemplarlo otra vez y poseerlo en diversas formas y posiciones.            

Los dedos de ellas son antenas que excitan el gusto al tomarlos vestidos en las manos, sienten inicialmente una piel suavemente áspera, pero cuando empiezan a desnudarles, los ojos pierden la mirada en el color y la textura, el sentido del gusto domina las mentes de quienes los tienen a merced y los comen con deseo y sin carreras.

Y ellos, muy rara vez los toman en las manos para desnudarles, por asuntos culturales; dejan que ellas los ofrezcan a flor de piel, y sin la contemplación pero con pasión, los acarician con la manos, unos los toman enteros; posan sus labios sobre ellos, los introducen a la boca, y como degustando polvorosas, los digieren con gusto y apetito.


Ambos sexos gustan de ellos, simplemente desnudos o  en el estado en que los encuentran. Unos los consumen mordiéndolos, otros en lonjas, unos los calientan para usufructuarlos, otros los parten en proporcionados pedazos para verlos nadar en el chocolate, el agua de panela o el café con leche; y otros, los prefieren consumir viéndolos nadando en leche tapados con blancos huevos y decorados con cebolla junca recién cortada y cilantro decorando lo que muchos llaman la changua. En los restaurantes santandereanos, los sirven como factura para acompañar la carne fresca u oreada.

 
Son los bollos como los bautizaron los costeños. Son los molidos boyacenses. Son envueltos como les identificamos los veleños. Un entremés  de  maíz; cereal originario de América y que los indígenas vienen usando cerca de diez milenios antes.

En las provincias colombianas, unos les llaman molidos, en otras montañas del mismo país, los bautizaron como envueltos y en la tierras planas al nivel del mar, los llaman bollos, y en otras, chuspados. Los molidos de maíz son el personaje secundario de esta historia hilvanada para usted con sabor, pero sin hambre.

ORIGEN DEL MAÍZ Y SU IMPACTO EN LA ALIMENTACIÓN INDÍGENA
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El maíz es una gramínea originaria y domesticada por los indígenas del Municipio de Coxcatlán en el valle de Tehuacán, Puebla, en la denominada Mesa Central de México a una altitud de 2500 metros  hace mas de diez mil años, quienes la propagaron por Mesoamérica y los europeos la introdujeron en su continente en el siglo XVII, siendo hoy el cereal de mayor producción en el mundo usado mas como alimentación bobina y agrícola que humana. Recientemente una investigadora colombiana encontró maíz fosilizado en una tumba indígena en el templo del sol en Sogamoso. Los muiscas, ademas de consumirlo, lo usaban para sacrificios a los dioses. 

Como fue un grano que evitó las hambrunas en los veranos porque se puede almacenar y transportar fácilmente, nuestros antepasados dieron una explicación mítica a su origen, y , aunque hoy las personas no se preguntan de donde vienen ni para donde se van, ni cuales son los orígenes de algo, traigo al presente un texto para animar esta crónica.

 

Sobre el origen de este cereal, 

en México hay el siguiente mito:


“Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y animales que cazaban. No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido detrás de las montañas.  Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo lograron.

Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl. 

-Yo se los traeré- les respondió el dios. 

Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su fuerza, sino que empleó su astucia. 

Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja, marchó a las montañas.

El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.

Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.

Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces sembraron y cosecharon. 

El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes, construyeron ciudades, palacios, templos…Y desde entonces vivieron felices. 

Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo de los hombres, el dios que les trajo el maíz".

 
 
Y, a la vez,  en el mismo país hay la siguiente leyenda:
  
“Hubo una época en la que se padeció una sequía tan grande que los ríos se secaron, muriendo los peces por asfixia y las aves por la sed; y llegó la tan temida hambre.
 
Los indios rogaban a Tupa que trajera la lluvia, pero el sol seguía abrasando la tierra. Dos guerreros, Avatí y Ne, conmovidos por el llanto de los niños entraron en acción. Un mago les aconsejó que no se olvidasen de que la intervención de Tupa era imprescindible y que él estaba en la tierra buscando a un hombre que quisiera dar su vida por los demás, para que de su cuerpo surgiera la planta que les diera de comer a todos, incluso en tiempo de sequía.

Los dos guerreros convinieron que uno de ellos debía de quedar vivo para buscar un sitio donde enterrar a su amigo, para que de su cuerpo naciera la planta y así obtener la vida eterna por su sacrificio. Los dos amigos buscaron y encontraron el lugar y el elegido para el sacrificio, fue Avatí. Así, Ne cavó la tierra y llorando lo enterró. Todos los días visitaba la tumba, regaba la tierra con la poca agua que llevaba el río. Las palabras de Tupa se cumplieron. De la tierra brotó una planta desconocida que creció, floreció y dio sus primeros frutos. Né llevó a su gente a conocer la planta y les explicó lo ocurrido. Entre todos ellos se encontraba el mago para confirmar la historia aconsejándoles sembrar y cuidar los cultivos en honor a Avatí. También les prometió que Tupa mandaría lluvia para que nunca más volviese a haber hambre en este pueblo”.
 
En la cultura antigua guatemalteca reflejada en buena parte en la biblia de los mayas conocida con el nombre de Popol Vuh, en el capitulo primero,  narra  que el hombre proviene del maíz: “Después empezaron a pensar en la creación de nuestra primera madre y padre, su carne se hizo de maíz amarillo y blanco, sus brazos y piernas de masa de maíz, masa de maíz fue lo único que entró en la carne de nuestros padres. Los cuatro primeros hombres les empezaron a agradecer a los dioses el haberlos creado, pero los dioses no lo vieron de buena manera y entonces pensaron que era mejor que los hombres vieran nada más lo que tenían enfrente y no más allá porque sino ellos se podrían igualar a los dioses y eso no les agrado entonces les quitaron su sabiduría y todos sus conocimientos, origen y principio (todos de la raza quiché). Así fueron creados por el corazón de la tierra”.
 
 
La fiesta  en la siembra del maíz
 
 
Para quienes con orgullo nacimos en un terrón de tierra, la pre siembra, siembra, cosecha y almacenamiento del maíz fue toda una serie de fiestas familiares de grata recordación.
 
En el mes de las cometas Miguel Agustín Torres y sus hijos empezaban a buscar en las praderas propias o vecinas el estiércol seco de los vacunos, el cual, se iba amontonando en el foso. Las tortas de majada mas grandes eran mas apetecidas por los recolectores porque al cargarlas en los brazos se podían amontonar y trastear con facilidad. Y mientras la tarea se hacía, los hijos de Miguel Agustín, a sus espaldas, jugaban al ponchado con las majadas de los terneros usándolos como pelotas, perdiendo el que fuese golpeado mas veces con las heces de los ganados.
 
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La faena de recolección del estiércol del ganado se ejecutaba los días de fiesta pues se usaba como espacio de recreación,  pero el empaque y transporte en bestia se hacía los martes, un día después del día de mercado en la municipalidad, luego de la paga por el trabajo realizado que hacía Miguel Agustín tranzando con colombinas de coco a sus hijos recolectores del estiércol. 
 
Ya amontonado el estiércol, los hijos varones tenían la tarea, al llegar de la escuela, de palearlo, que no es otra cosa que jugar con las majadas a partirlas con un garrote, y luego a desmigajarlas con el mismo palo hasta convertir la mierda de los ganados en polvo. En ese estado, Miguel Agustín  mezclaba el abono animal con la ceniza que durante el año María Custodia, la esposa, había acumulado para hacer el abono orgánico para la labranza anual. A esa mezcla le agregaba calfos, cal viva y agua para que se produjera el proceso de descomposición en humus.
 
A finales de octubre Miguel Agustín contrataba al compadre Ismael Contreras o a Felipe fajardo quienes tenían  yunta de bueyes de tiro  con los  que llegaban a la parcela el día anterior a la jornada de la arada;  a los bueyes se les suministraba panela derretida con agua para que tuviesen las energía para el día siguiente, a cuyos animales solo se les permitía ingerir pasto cuando se les desmontaba el yugo en el ocaso. 
La jornada para el gañan-quien guiaba el arado- empezaba a las cinco de la mañana cogiendo y amarrando los novillos castrados para el oficio y aperándolos con rejos del mismo cuero vacuno. Los bueyes quedaban juntos por el yugo de madera en el que se montaba una vara con dureza, en una punta había una perforación que encajaba en el yugo y se aseguraba con una estaca, y en la otra punta iban otras maderas, la principal era una parte de un tallo que creció en forma de L abierta que se tallaba con peinilla o cuchillo dejando un extremo bien lijado para poner la mano el gañan para guiar el arado y en la punta inferior se adaptaba otra punta de hierro en forma de lengua vacuna que servía de chaqueta para aflojar la tierra dejando en ella, zanjas con un corte del barranco que, al verlos uniformes durmiendo sobre sí, simulaban vástagos de plátano atados cual estera dispuesta como cama para fornicar las estrellas con la noche.
 
El ejercicio de la arada, decía Miguel Agustín, se hacia para ventilar la tierra, calentarla y matar el pasto y las malezas, que al transcurrir un par semanas volvían a ser violadas por el mismo arado de chuzo que las cruzaba en cruz dejando la tierra mas suelta para la labranza, oficio que terminaban los jornaleros cuando las disponían en melgas, cual hembra, para recibir el milagro de la germanización de las semillas.
 
 
El oficio del arado era como el aserrío, reconocido y bien pago en el campo para el gañan y la yunta de bueyes, pero el cuartero o cejo, que era la persona- generalmente un niño- que iba  adelante guiando con un palo de unos cuatro metros la yunta de bueyes, para que el arado de chuzo cuartease a la misma distancia los barrancos y diera la yunta el giro a la misma distancia en cada pasada, trabajaba por la comida.
 
 
Labrada la tierra con zanjas corta y recoge aguas, se hacia a la par la melguiada para alternar los granos y tubérculos. Y era entonces cuando entraba el juego mágico de los hijos de Miguel Agustín. Mientras el peón de confianza melguiaba, el viejo Miguel Agustín, con su azadón iba haciendo los huecos en el que el hijo mayor depositaba la semilla de papa, el hijo siguiente cubría la semilla con abono y posteriormente, él con el peón en competencia para embellecer tapaban jugando con el mismo azadón, la semilla del tubérculo originario de los Andes Peruano-bolivianos con un milenio de edad menor en su descubrimiento que el maíz, según los investigadores.
 
 
Las melgas al observarlas en perspectiva semejaban sepulturas a flor de tierra que se hacían contra la pendiente semejando un peine horizontal. Y entonces era cuando otra vez se renovaba la competencia entre los hijos de Miguel Agustín, mientras transcurría el ultimo día de cada año. Él usando un palo con punta, cual Abrahán guiando el rebaño, al tanteo, pero a igual distancia, perforaba en paralelo cada zanja mientras la hija mayor del mismo labrador usando la puntería votaba la semilla de maíz junto con la semilla de alverja, y el hermano mayor, siguiendo los pasos del viejo con otro palo a la altura del niño labrador, hacía lo mismo que el padre, pero haciendo la otra labor de la hermana, depositando en el hueco, tres semillas de frijol con cogollo que los hijos mas pequeños tapaban con el mismo abono proveniente del estiércol mezclado con ceniza, cal y Calfos.
Y a los ocho días, y luego de rezar otros tantos rosarios, esa tierra negra como la noche amanecía con puntos verdes que como cohetes apuntaban al infinito para captar los rayos del sol  produciéndose el milagro de la germinación y  alimentar la esperanza que habría abundante cosecha para almacenar y calmar el hambre que se siempre se apoderaba de la barriga de los hijos de Miguel Agustín cuando no jugaban.
 
Las tres semanas siguientes,  Miguel Agustín usando su berlina, nombre que le daba a un azadón liviano para desyerbar, hacia la faena desde la mañana hasta el anochecer, cual cirujano estético extirpando las malezas e identificando los gusanos trazadores en las nacientes matitas de los cereales y granos.
 
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Cuando la mazorca encabellaba, sucedía otra fantasía infantil. Había que buscar la ropa vieja y rota, y con ella los hijos de Miguel Agustín, asesorados  por la madre, se ponían en la tarea de hacer los espantapájaros que el viejo Miguel Agustín colocaba estratégicamente en los lados por donde llegaba el viento, pues era por esas latitudes que las cochas y los pájaros viajeros posaban en las huertas y probar la cosecha dejando de paso menos comida para los mismos artistas de los espantapájaros; faena que además tenía una vigilancia con flecha y honda en mano, estilo Sansón para hacer volar las aves y preservar la siembra.
 
La labranza  daba la papita de año y criolla para los caldos mañaneros; la arveja verde y seca y el frijol en igual condición que se consumía tierno o seco. Igual el maíz, que luego de consumir la mazorca en arepa o mazamorra chiquita, se dejaba secar en la caña para cosecharlo en amero y empacarlo en la troja como botellas de cerveza en las canastas. La troja era un rancho distante de la casa y la cocina levantado en madera en forma de tendal y con techo en hoja de caña dulce donde se guardaba el maíz con amero, empacado a la fuerza como colocando tableta, y sobre él regando ceniza seca para impedir que el gorgojo hiciera su agosto y los dejara sin la materia prima para hacer los bollos, digo, los molidos, o mejor, los envueltos de maíz, la comida usual al desayuno y a la cena en los campos colombianos.
 
 
 
Una familia veleña  hizo empresa con los molidos de maíz.
 
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Los molidos o envueltos de mazorca, las arepas santandereanas, los mantecados, las cachaplas con queso, son los productos que Carmen Elisa enseñó a sus hijas como medio para generar el autoempleo, hacer empresa y afianzar esta costumbre ancestral de usar el maíz como alimento saludable, rico en fibra. Foto tomada  con molidos elaborados por Rosa María Avaunza Mateus. ( Foto de Nauro Torres) 
 
Rosa María Avaunza Mateus nació en el pliegue de una montaña de la cordillera oriental donde posan las nubes, ubicada en un corregimiento cuyas tierras contrastan con el nombre. Aun le llaman Sabana Grande del municipio de Sucre; región sin  grandes sabanas pero con praderas y montes. Nace el 5 de febrero de 1967, día que la canta autora Violeta Parra se suicida en su carpa cultural, la reina, en Santiago de Chile. El mismo día que el dictador Anastasio Somoza se hizo al poder en Nicaragua. Fecha en la cual el gobierno de Italia lanza el primer misil crucero que bautizó como el Vittorio Véneto. Rosa maría fue la media entre 12 hermanos, dos de ellos, murieron antes de la flor de la juventud, y otros dos, fueron asesinados la misma fecha y a la misma hora diez años después. Marina, la hermana mayor, cayó de un tiro de escopeta de fisto disparada en el atardecer del 26 de diciembre de 2005 por el marido celoso, Henry Forero; y Alberto, el quinto hermano, murió de un tiro de pistola supuestamente oficial, accionada por sicario civil capaburro  en su asadero  de la carrera décima con catorce en San Gil, la noche del 26 de diciembre de 1995, al terminar la jornada, cuya muerte recibió justicia divina y que estaba relacionada con el victimario de Marina, la mayor, como una venganza por asuntos de tierra, pues la esposa de Alberto es hermana de Henry, el esposo celoso, cuentan quienes conocieron los hechos.
 
 
Carmen Elisa, la madre y maestra de la tradición 
 
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  Carmen Elisa Mateus de Abaunza

Carmen Elisa Matéus Fuentes, la madre de Rosa María, creció jugando entre las melgas de maíz,  la cebolla y el frijol, y en los potreros detrás de la mariposa y la gocha, las vacas que cada mañana aportaban la leche para alimentar a los hermanos, y el sobrante, para hacer quesos que ella, cada domingo, desde muy joven, vendía en el mercado de Bolívar, Santander.
 
Carmen Elisa fue a la escuela de la vereda Órganos del municipio de Sucre, lugar donde nació en el seno de una familia que jugaba con el azadón, el requinto y el tiple y hablaba en versos cantados.
 
Un domingo caminando al mercado, conoció en el camino a Alberto Avaunza García, quien varios domingos antes la venía cazando. Alberto también iba al marcado a vender las legumbres que cosechaba con  el padre para cambiar por la sal, la pasta, el arroz, la panela y los granos que consumía la familia bolivarense en la semana que comenzaba. 
 
Los domingos que se encontraban por el camino, que fueron mas que sumados los dedos de las manos y los pies multiplicados por dos, fue el tiempo necesario para conocerse. Fue en ese mismo trayecto en el que se enamoraron caminando con los canastos al hombro él, y ella a la cabeza.
 
 

Alberto Avaunza García, el sembrador, aserrador y buscador de oportunidades. 

 
Transcurría los primeros años de la década de la revolución cubana, la misma en que Carlos Bernal desde Guavatá, Santander, a hurtadillas salía en los noches a masacrar familias campesinas conservadoras para ejecutar una venganza; la misma en que Efraín González equilibraba la balanza de la violencia  haciendo los mismo con inocentes familias liberales en Puente Nacional. Fue en esos años cuando  Carmen Elisa y Alberto Abaunza García deciden viajar a pie  para casarse en la basílica de la Virgen de Chiquinquirá un 24 de diciembre, ocasión usual para contraer nupcias de por vida, en ese entonces, entre los campesinos catequizados bajo el manto protector de la Reina de Colombia impuesta por los clérigos que acompañaron a los conquistadores para reemplazar a los dioses de los indígenas muiscas que poblaron las tierras que hoy integran una parte de la provincia de Vélez en Santander, Cundinamarca y Boyacá.
 
 
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Esta fotografía familiar registra de izquierda a derecha a Alberto Avaunza García, a Dianey Avaunza con su hija Laura Yineth,  Oscar Mejía quien fuera el esposo, y en la parte derecha esta Carmen Elisa Mateus de Avaunza. Carmen Elisa murió un 6 de enero y Alberto murió de tristeza ese mismo el 25 de octubre.
 
 
Alberto Avaunza García, como un varón que se respete, llevó a su joven esposa, luego de la fiesta, en la casa de los padres de Carmen Elisa, a la casa de sus padres en Bolívar, Santander. Los padres de Alberto crecieron y se hicieron entre los secretos de los terrones de tierra, y fue con ella con la que enseñaron al novio y demás miembros de esa familia a ganarse la vida con el sudor de la frente haciendo labranzas. 
 
 
Alberto Avaunza García creció con fundamento, razón suficiente para que los padres le entregaran una finca de unas cuantas fanegadas para administrar y pagar con trabajo. El predio rural ubicado en el corregimiento de la Sabana Grande en el municipio de Sucre, había sido de los abuelos de Alberto y  estaba un poco abandonado por la distancia para hacerlo productivo y cayó en manos de una pareja campesina que ya sabia que labrar la tierra era mas rentable que abandonarla para pastar ganados. Los pastizales de cocuyo desaparecieron bajo las caricias de los azadones y la violación del arado de chuzo, dejando las tierras negras como la noche, desnudas para ser desposadas por las semillas de papa que producían, en ese entonces, al ciento por uno con la fuerza de una tierra virgen, que salían en camiones que gastaban el día para arribar a Puente Nacional cada lunes para competir en calidad y precio con los tubérculos que brotan desde tiempos inmemoriales de las tierras frías del municipio donde los comuneros derrotaron por primera vez al imperio español, sin derramar una gota de sangre con el sueño de un país libre del yugo español.
 
 
  Corregimiento de Sabana Grande, municipio de Sucre, Santander.
 
 
Carmen Elisa, la campesina que amasó el maíz para levantar los hijos y convertirlos en ciudadanos trabajadores y honestos. 

 
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Carmen Elisa Mateus de Avaunza aparece en esta fotografía rodeada de los nietos en el ultimo cumpleaños que le celebraron los descendientes, unos nacidos en Sabana Grande, otros Vélez y el resto en Oiba, Santander. . ( Fotografía del álbum familiar de Alba Rosa Avaunza)
 
Pero si Alberto Avaunza García era un buey para el trabajo, Carmen Elisa Mateus, era una mula fertil;  cumplía con los deberes de esposa, madre y ama de casa, y además, aportaba con sus manos laboriosas para el mercado semanal, con los quesos de hoja de platanillo, con las arepas cari secas, con los molidos, con el pan y  con los amasijos, y a la vez,   alternaba con la crianza de los hijos mayores que aprendieron el ritmo del trabajo para lograr hacer un capital desde la nada.
 
 
Carmen Elisa, no se hizo donde nació, apoyó al esposo en las iniciativas de encontrar fincas fértiles y cercanas a las vías, los colegios y las escuelas. Desde Oiba catapultó a los hijos para que hicieran vida independiente. Vivió 68 años entre la crianza, los cultivos y la elaboración de quesos, rellenas, chorizos, molidos y arepas. Nació el 5 de enero de 1937 y falleció el 6 de enero de 2005 dejando solo a Alberto, quien murió de soledad el 25 de octubre del mismo año. 
 
Cuando no tenía cultivo de papa, Alberto fue como otros campesinos de la región, un baquiano para violar la tranquilidad de las selvas vírgenes de la tierra veleña  para convertirlas en minifundios, y como otros tantos veleños, hicieron finca y familia con el sabor de la leche de vaca, el maíz y la papita que siempre ha sido la comida de los colombianos nacidos en los campos.  Cuentan quienes aun lo recuerdan, que logró dirigir hasta diez parejas de aserradores que con serrucho descuajaron los montes de las tierras frías de Palo Blanco, la parte mas alta por donde pasa la vía al Carare que conecta al país con el río Magdalena y de donde parte ahora la vía para el corregimiento de Verbeo y el municipio de Bolívar, Santander.
 
 
Los padres de Alberto y Carmen Elisa, sin proponérselo, desde niños los convirtieron en comerciantes. Los arboles centenarios de cedro, roble y pino salían de los serruchos de Alberto y sus yuntas de aserradores convertidos en bloques de madera para los depósitos de madera que surgían como oportunidad de negocio en el corregimiento de Barbosa, en ese entonces, hoy el municipio con un crecimiento desmedido en la provincia veleña. Pero de las muelas de los serruchos y de las fuerzas de los aserradores no se salvaban otros arboles que producen maderas livianas conocidas como ordinarias en la industria del mueble. Estas maderas también salían en bolillas y bloques para ser reducidas en tablas delgadas para hacer las cajas de bocadillo y los guacales para el tomate para guiso.
 
 
Panorámica del parque de Oiba, Santander.
Saltando de Sabana Grande a Vélez y a Oiba. 
 
En uno de esos viajes a vender madera, Alberto Avaunza García conoció a otro aserrador que traía maderas bofas del municipio de Oiba, ocasión que aprovechó el esposo de Elisa para conocer esas tierras de las que se enamoró por tres razones: estaban cerca a la carretera central que une a Barbosa con Bucaramanga, había escuela en cada vereda y era una tierra fértil y con un clima mas caliente para cambiar de cultivos de tierra fría por los de tierra media.
 
La familia ya había vendido la tierra en Sabana Grande y vivían en otra pequeña finca en Palo Blanco en donde Alberto cambio el cultivo de papa por el serrucho, la cual logró vender por sesenta pesos, y una vez conoció las tierras de Oiba logró comprar una tierrita mas extensa por ochenta pesos y empezó a cultivarla con café cítricos, plátano y yuca.
 
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  Vista nocturna del templo de Vélez, Santander. (fotografía de los amigos de Vélez)
 
La hija mayor, la nana de los hermanos 
 
Rosa María Avaunza Mateus, nació en Palo Blanco y llegó siendo muy niña a Oiba en donde conoció el plátano y la yuca, allí empezó la primaria siguiendo los pasos de Marina y Alba Rosa, las hermanas mayores; pero como en todo hogar campesino, el hermano o la hermana mayor tiene la obligación de ayudar a criar a los hermanos, Marina no fue la excepción convirtiéndose en la nana y maestra de por lo menos seis de los vástagos de Alberto y Carmen Elisa, mientras la segunda hermana, Alba Rosa. no quiso seguir lo pasos de Marina, pues era quien acompañaba a Carmen Elisa  los domingos al mercado a vender los huevos, las legumbres y a entregar algunos presentes que esta buena sucreña hacía a las señoras que usualmente compraban los productos frescos de la tierra labrada por Alberto.
 
Y para un campesino que se respete, no hay mercado sin su misa y sin un par de amargas antes de regresar al rancho. Era párroco en ese entonces en el pueblito pesebre de Santander, el cura Rafael Ortiz, quien en la época de la violencia partidista celebraba con revolver al cinto en tierras de Barichara y la  naciente Villanueva para separar las trifulcas que armaban los godos y los liberales. Ortiz fue un cura que atraía miradas y oídos; miradas porque gozó de una estatura de dos metros y de constitución fornido, y oídos porque predicaba entre principios religiosos de carácter social e ideas políticas libertarias y convencimientos que el campesino podría mejorar sus condiciones si se capacitaba y educaba a los hijos.
 
Entre las jornadas de catecismo, visitas a la veredas y preparaciones para recibir los sacramentos, el cura Ortiz fue conociendo a sus feligreses y usó el pulpito para difundir las iniciativas sociales y educativas que otros curas y comunidades religiosas empezaron en la década del setenta después del concilio vaticano II, y en la jurisdicción eclesiástica de la Diócesis de Socorro y San Gil que hasta 1990 también incluía las provincias de Vélez, surgieron los institutos de liderato social del El Páramo a nivel primaria y el de Zapatoca a nivel secundaria, y en Vélez, las hermanas de la comunidad de la Presentación, abrieron una casa para brindar apoyo a las niñas campesinas, cuyos padres se animaron para mandarlas internas a iniciar el bachillerato en esa época donde los colegios de secundaria solo estaban en las cabeceras de provincia o centros de comercio.
 
Con el apoyo económico de la parroquia y la comunidad de la Presentación las dos hijas mayores de Alberto y Carmen Elisa iniciaron el bachillerato en Vélez, lugar en donde un año mas tarde llegase Carmen Elisa enferma para ser intervenida oportunamente en el hospital regional, quedando la responsabilidad de la casa de Alberto en manos de Rosa María e Hilda, la tercera de las hijas de la familia Avaunza Mateus, la primera no alcanzaba los ocho años. Como todo niño la curiosidad es parte del desarrollo, Rosa María y  Alberto, el cuarto hermano de la familia, buscando leña en el vecindario se encontraron en una cementera cubierta de pequeños arbustos de tallos leñosos con cascara rugosa que los dos no conocían, curiosidad que los animó a tirar una de las matas, que sin esfuerzo, extrajeron de la tierra encontrando que tenía una raíz acompañada de tubérculos gruesos y largos que contrastaban con la papa que conocían desde la siembra hasta el plato.
 
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  Alberto Avaunza Mateus, cayó bajo balas disparadas por sicario cumpliendo un trabajo de venganza, el 26 de diciembre de 1995, cuando se disponía a cerrar el negocio que había iniciado un par de años antes.
 
Rosa María y Alberto regresaron a la casa muy contentos a mostrarle a Alberto, el padre, el hallazgo, convencidos que podría ser comida como la papa. El padre les reconoció el descubrimiento para calmar el hambre pero los corrigió acompañándolos a donde el vecino para que devolviesen el abuso y se excusaran. El vecino, otro campesino curtido con el sol y el trabajo de la tierra, los recibió con una tasa de guarapo, apreció el gesto correctivo de Alberto y dirigiéndose a Rosa María y Alberto, les orientó para que fuesen y sacaran mas yuca, pues él tenía suficiente en la parcela, y a Alberto el padre, le ofreció el palo de yuca para que iniciara un cultivo en la finca y tuviese para alimentar la tracalada de chinos que tenía con Carmen Elisa.
 
 
A Marina la picó el amor y abandonó el estudio, pero la mató el ego del esposo .
 
Marina cursó con las Hermanas de la Presentación los dos primeros años del bachillerato regresándose a la casa paterna en donde antes había conocido a otro joven campesino que se convirtió en el único amor y en su victimario con el cual tuvieron cuatro hijos. Y Marina, al igual que Carmen Elisa de quien aprendió a ayudar con la economía del hogar, con esfuerzos organizó una caseta en la vereda Canoas del municipio de Oiba que es partida por la carretera central que une a Barbosa con Socorro, y allí en una pieza con paredes de tabla y techo con hojas de zinc, montó una caseta de bebidas y piquetes compuestos de yuca cocinada con carne, chorizos y rellenas que Carmen Elisa le había enseñado a preparar para conservar la carne en tiempos que no existía ni la energía eléctrica ni las neveras.
 
Mientras Marina venía del hogar donde la mujer y contribuía con los ingresos del hogar, el esposo de apellido Forero, cuyo nombre han tratado de enterrar en el olvido los Avaunza, trabajaba de sol a sol como jornalero en la región y en la parcela que habían logrado formar desde el matrimonio católico. Pero el fulano provenía de una familia en el que la mujer además de criar a los hijos trabaja sin descanso siendo sumisa al esposo, logrando salir de la casa solo a misa, pues  es el marido quien debía proveer el mercado.
 
Marina regresaba al rancho tarde todos los días con plata y con mercado para levantar los cuatro guambitos. Y un fatídico domingo al atardecer, como otros anteriores, el fulano la esperaba henchido de guarapo para que preparara la comida y colmara el hambre de quienes permanecían en el rancho; pero esta vez, esa supuesta hombría estaba acompañada con una vieja escopeta de fisto, y en la discusión, delante de los cuatro hijos descargó con rabia el único tiro que había apertrechado para cazar un tinajo, dejándola sin resuello entre el llanto de los niños que con los años comprendieron el resultado de celos enfermizos que el victimario pagó con cinco años de prisión cuyo abogado alegó intensa ira y estado de enajenación.
 
Alba Rosa, la emprendedora  de la familia.
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Esta fotografía, registra de derecha a izquierda, al sacerdote Rafael Ortiz, quien convenció a Alberto Avaunza García- el siguiente a la izquierda- para que pusiera a las mujeres hijas a estudiar internas en instituciones eclesiales diocesanas; luego esta Alberto Avaunza Mateus que nació el 6 de abril de 1963 y fue tiroteado el 26 de diciembre de 1996. Al lado esta Rosa María Avaunza Mateus, una hermana menor, Y Albar Rosa con el hijo mayor en sus brazos. Esta escena fue tomada en el predio rural de la familia en Oiba, Santander.
 
La segunda hija de Alberto y  Carmen Elisa mostró ser pila desde niña. Fue ella quien luego de oír en los avisos parroquiales un domingo de enero al padre Rafael Ortiz párroco de Oiba, lo visitó junto con  Marina para solicitarle apoyo en los estudios secundarios, logrando el párroco patrocinarlas para que fuesen a Vélez a iniciar la construcción del sueño personal. Marina cursó el primero de bachillerato y Alba Rosa estudió hasta el segundo bachillerato consiguiendo con la complacencia de las monjas de La Presentación que el gringo cura Jaime Micchel  que había llegado en primeros años de la década del setenta del pasado siglo como cuerpo de paz, le financiase los estudios para continuar en el Instituto de Liderato Social de Zapatoca; allí cursó hasta el cuarto de bachillerato, en primera promoción de ese instituto, que con aportes de católicos alemanes fueron formados por la Pastoral Social de la jurisdicción eclesiástica como extorsionistas los varones, y las mujeres como promotoras rurales para el desarrollo integral, siendo vinculados como tales en Sepas San Gil para impulsar un ambicioso proyecto que logró convertir a numerosas familias de la Diócesis de Socorro y San Gil en sujetas de su propio desarrollo económico y social ideado por el sacerdote Ramón González Parra, reconocido hoy como el promotor de la economía solidaria en el suerte de Santander de quien escribí esta historia en el 2015 y esta en el siguiente link: (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/06/ramon-gonzalez-parra-gestor-de-un.html).
 
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Registro fotográfico de la familia de Gerardo Jaimes; de izquierda a derecha: el abogado Miguel, Alba Rosa Avaunza, el profesor, la abogada Andrea del Pilar y el ingeniero  Oscar Arnulfo. ( Cortesía de la familia).
 
 
Rosa María Avaunza, la mujer que amasa y empaca el gusto colombiano en ameros de amor.
 
Por la zona donde debía trabajar como promotora rural, Alba Rosa Avaunza Mateus se radicó en San Gil, y desde allí empezó a ayudar a  los padres con la educación de los hermanos menores, algunos de ellos, como Rosa María, cursó la primaria en el Instituto de liderato social de El Páramo, Santander y con el apoyo de la promotora inició estudios secundarios en la nocturna del Colegio Guanentá de  la ciudad.
 
Rosa María de día ayudó a Alba Rosa quien se había ya había casado con un maestro del Instituto de El Páramo, dejando el trabajo como promotora y había empezado en sociedad con Piedad cuyo apellido se borró en las cuentas, una sangileña, un incipiente supermercado que desde entonces se llamó MERCASOCIAL.
 
 
Por la paga, Rosa María se destetó de su hermana mayor, yéndose a trabajar a otro supermercado, y de allí se fue a probar suerte en uno de los negocios de los primos que tenían asaderos de pollos en Bogotá. En ese trabajo conoció a quien es hoy, el marido con quien se fue a vivir para bajar los costos de estadía y con quien tuvieron cuatro hijos con los cuales llegaron los seis un día a San Gil a buscar apoyo de Alba Rosa. El esposo consiguió trabajo como conductor de buseta urbana, y Rosa María no logró conseguir un trabajo en la Perla del Fonce.
 
 
Un fin de semana cuyo año no recuerda, visitó con sus hijos a los padres en Oiba, quienes contentos con la visita les prepararon un sudado de yuca con pollo y sopa de pastas acompañado de limonada. Mientras Rosa María contaba a Carmen Elisa, la madre, los sinsabores y necesidades que estaba atravesando con la familia, ésta, una mujer que nunca se doblegó ante las dificultades, le dijo:
 
-¡Tranquila mija¡ desde que tenga manos y voluntad, el dinero esta hecho, el asunto es aprender a recogerlo con  trabajo honesto.
 
- Rosa María fue al grano para conocer la propuesta de la anciana madre, pero con la prudencia y la paciencia que dan los años, agregó:
 
- Mire Rosa María, le voy a enseñar un oficio que aprendí de niña en la vereda Órganos del municipio de Sucre. Es un trabajo muy duro pero con él, nunca faltará la comida en el hogar, ni la platica para el mercado.
 
La curiosidad de Rosa María agilizó sus manos y el almuerzo estuvo en par boliones. Almorzaron todos y mientras los hijos de la desempleada jugaban correteando las aves de corral y bajando y comiendo naranjas y el esposo huerteaba con el suegro para llevar legumbres para semana, Carmen Elisa enseñó a Rosa María el secreto gastronómico para moler y amasar molidos de maíz y hacer embutidos de carne. Y como toda maestra de la vida, Carmen Elisa enseñó en la practica. Junto con la hija prepararon, ese domingo en la tarde, los primeros molidos que empacaron desde entonces por cinco unidades en una bolsa plástica para ser ofertados desde siempre en una mesa de madera en la entrada del supermercado Mercasocial en la ciudad de San Gil. A las tres horas de un lunes de la década del noventa se vendieron en un santiamén, regresando al martes, el jueves y sábado de esa primera semana del nuevo oficio a hacer mas molidos en la finca de los padres para llenar hasta cuarenta bolsas que fueron ganando consumidores viéndose motivada a comprar el primer molino eléctrico y los pailones y fondos para responder a la demanda de los molidos veleños que desplazaron a los envueltos sangileños de maíz duro y sinsabores.
 
Los molidos veleños difieren de los guanentinos en los ingredientes para hacerlos mas suaves al paladar. Rosa María aprendió a hacer los molidos con maíz blanco blandito. Los mas comerciales son lo que amasa con mazorca seguidos de los que hace con maíz  blanco y amarillo pelado, proceso que hace con cal agrícola, dizque para evitar los efectos cancerígenos  que deja la ceniza. Obtenida la masa de maíz le mezcla chicharrones de cerdo y res con manteca la fina y mantequilla láctea que endulza con panela y brumos  de cuajada que luego de lludar  empaca con los miembros de la familia en los ameros del mismo maíz y los cocinan por un determinado tiempo para que den el punto requerido para atender el gusto de quienes desde niños consumen los productos del maíz sin procesar industrialmente.
 
Los molidos que empezó a hacer Carmen Elisa en Oiba como recurso para presente a las señoras clientes que les compraban los huevos, los quesos y las verduras que producía Alberto Avaunza, fue visto por una señora de nombre Carmen como una oportunidad para generar ingresos, fueron convertidos por Rosa María en un negocio con el cual levantó y dio estudio a los hijos que lo abrazaron para superarse.
 
Hoy la familia de Rosa María no solo fabrica molidos de maíz blandito tierno y seco, también hace arepas de choclo con queso y arepa santandereana pre azada. Surte a las cárceles de San Gil y Berlín, los supermercados de Oiba, Socorro y San Gil, tiene puntos de venta en los pueblos guanentinos y se consiguen siempre en Mercasocial.
 
La iniciativa de Carmen Elisa ha contribuido para que hermanas menores de Rosa María vivan del trabajo de los envueltos veleños que se consiguen en varios puestos en la plaza cubierta de San Gil y tiendas de la localidad. 
 
Rosa María y su familia, además de los tradicionales molidos y arepas de maíz, ofrece en los diciembres carnes frías que compiten con las procesadas industrialmente.
 
 
  La arepa santandereana es otra manera de arepas de las tantas que desde tiempos anteriores a la invasión española, los indígenas preparaban como alimento básico; costumbre que aún se mantiene en Colombia y Venezuela. Arepas como las de la fotografía forman parte del desayuno o cena en la penitenciaria de Socorro y la cárcel de San Gil que son preparadas por la familia de Rosa María. Es la arepa el icono gastronómico santandereano mas reconocido en el mundo de los viajeros.

Los molidos o los envueltos, o los bollos o enchuspados y las arepas de maíz serán los preferidos por los colombianos con orígenes campesinos que trasmiten el gusto a las nuevas generaciones que se han desplazado al pan, las galletas y las comidas rápidas que no contribuyen a una sana alimentación.
 
 
El maíz nos ha calmado el hambre, es la materia prima para que desplazados del campo generen ingresos para sobrevivir en las ciudades.
 
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Son numerosos los veleños dispersos en Colombia que derivan el sustento para las familias con la fabricación de molidos y arepas. En Colombia abundan madres como Carmen Elisa que trabajan a la par con los esposos para sacar avante a los hijos y tienen secretos de cocina que muy pocos hijos aprecian como oportunidad para vivir con el desarrollo del producto. Abundan madres como Marina que mueren bajo la agresión masculina que supera a la animal. Abundan huérfanos como los hijos de Marina que crecen con el corazón sin cicatrizar por la violencia y el abandono paternal. Abundan Albertos que confían en sus brazos y en la tierra para producir alimentos para los habitantes de las ciudades que regatean por el precio de los productos del campo que los campesinos producen con amor de sol a sol y sin los cuales no se podría vivir en las urbes. Abundan los hijos como Alberto Junior que deciden emplearse para si mismo y empiezan un negocio en el cual mueren bajo las balas de ladrones o sicarios. Abundan hijas como Alba Rosa que en su condición de mayores de la familia, hacen familia y desde ella, ayudan a los hermanos menores a salir adelante enseñándoles con el ejemplo. Abundan Rosas Marías en las plazas de mercado y en los hogares que derivan el sustento familiar y hacen empresa con las costumbres gastronómicas de los mayores. Crecen como maleza capaburros que crecieron en un entorno hostil, pendenciero y sin principios que gustan del dinero fácil expendiendo alucinógenos, o recibiendo pagas para ejecutar venganzas prepagas; pero también proliferan Henrys que consideran a la mujer como un objeto que se tiene como una propiedad y a los hijos como seres llegaron para comer y hacerlos trabajar mas. Pero también abundan ejemplos que si la justicia de los hombres cojea, la justicia divina, no, y sin embargo, aún se desconoce esa verdad bíblica  “al que hierro mata a hierro muere”.
 
El mundo de hoy necesita consumidores que valoren y prefieran los cultivos orgánicos como las de Alberto Avaunza y alimentos sin tantos procesos industriales como los de Rosa María para gozar de una mejor salud con menos visitas a los médicos, con mas años por vivir contribuyendo con justa paga para que los campesinos prefieran las labranzas y no abandonen los campos para llegar a la ciudad a engrosar los cinturones de miseria y abandonar a los niños a los vicios que se ofrecen como envueltos en las salidas de los colegios y en las calles polvorientas, en la discotecas y hoteles como la panacea para estar contentos volando por unos momentos, siendo cada vez las personas que son empujados  al consumo de alucinógenos dando cada vez mas formaciones de Bronx en las ciudades y el surgimiento de mas centros de desintoxicación, y aunque no lo reconozcan los medios masivos de información, las cárceles son escuelas del crimen y centros de consumo y venta de marihuana y cocaína.
 
 
 
Los molidos de maíz elaborados por manos veleñas se caracterizan por su amero colorido y porque su masa es maíz blandito aliñado con grasa vegetal y animal, por su tamaño y presentación.
 
Son numerosos los colombianos que añoran las arepas, los molidos, las colaciones, las almojábanas y los panes de arroz y no se dejan seducir por los productos de panadería y maíz procesado industrialmente. Son los mismos que buscan en las plazas de mercado esas delicias campesinas que nos dejaron como legado nuestros antepasados indígenas con los cuales, no solo se colma el hambre sino que se alimenta sanamente.
 
     
  Almojábanas veleñas.                                                                                                     Arepa boyacense                            Cachaplas de mazorca con queso
 

Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, febrero 28 de 2016.

NAURO TORRES QUINTERO.
 
 
 
 
 
 
 
 



































































































































































































































El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...