Juan Lanas, un varón del montón, o para ser mas precisos, un bonachón, un ingenuo, un iluso, un inexperto, pero ansioso de conseguir fortuna llovida del cielo y salir de pobre en un abrir y cerrar de ojos.
Un mal día, de tantos, bajó de la vereda al pueblo, echándose al bolsillo todos los ahorros que mantenía ahorrados en un hueco entre los adobes de la vieja casa de sus mayores. No eran muchos, pero eran ahorros conseguidos con el sudor de días intensos de trabajo en las parcelas ajenas. Iba decidido a seguir el consejo del tocayo Juan Mentiras quien le había contado como él sin trabajar al sol, conseguía dinero para parrandear, emborracharse e ir a mate-mango, donde tocan bueno las mujeres que venden su cuerpo para cubrir las necesidades básicas.
Y cual majadero pensaba en multiplicar por cinco sus escasos ahorros encandilado con el brillo del oro que imaginaba iba a reposar a sus bolsillos para luego comprar una parcela. Con los ojos fluorescentes, el corazón agitado y con pasos nerviosos, bajó la calle hacía el rio Fonce y se entró derechito a la Yonga.
Mira la mesa, y en ella a los varones sentados a su alrededor, todos pensando igual que Juan lanas. Luego de observar varios minutos como es el juego y como unos montones de billetes se hinchen y otros se esfuman, decide jugar los dados de la suerte para salir de la pobreza de una vez por todas una vez coloca, como los demás su disminuido montón de billetes con un abultado montón de monedas.
Con sus manos callosas y sus torpes dedos fuertes para la labrar la tierra, toma los dados que se escurren impulsados por los nervios, convencido que la suerte no es a pedazos sino de una pieza, pero su suerte ya estaba echada,, estaba entre picaros y tramposos, y en menos de que que el gallo cantara tres veces, vio pasar sus montones de billetes y monedas a manos de otro.
Juan Lanas pensó que la suerte es así. Se tiene o no se tiene, regresando a la vereda sin dinero, sin amor, sin saborear la supuesta felicidad, sin ganas de vivir y de trabajar, y en especial, sin fe en el futuro.
Arruinó en minutos años de sacrificio y buen juicio. Arruinó la dicha amasada con afanes pues no sabía que la riqueza es la suma del trabajo, el ahorro y la inversión y no el resultado del azar.