jueves, 7 de julio de 2016

Edipo ocultó a su padre en la mata de guadua

Antonio, un campesino cuarentón, andariego desde joven, se ganaba el jornal cogiendo café en Caldas, algodón en el Cesar, cortando caña en Guepsa o echando azadón donde le contrataran en épocas  sin cosechas, pero desde niño aprendió a guardar monedas para las épocas de las vacas flacas. Con la suma de varios chanchos que engordaba con monedas de alta denominación y con billetes que escondía en hendiduras de la pieza de adobe de la casa de los padres, logró comprar un terreno a la vera del camino real que unía a Puente real con Vélez, Santander; el terreno fue denominado como “salto del burro” por lo abrupto de su topografía.

 

 

El predio  escaseaba una extensión de tres hectáreas faldudas que caían en  pendiente de sesenta grados de una loma rayada  transversalmente por el paso de los años del camino real coronada por una casa colonial levantada en adobe que servía de garita para identificar a los caminantes que trepaban o bajaban rumbo al poblado que vio nacer al maestro, Lelio Olarte el 4 de diciembre de 1882  quien a los 18 años compuso el pasillo “amor secreto”.           

 

Los andariegos que derivan su sustento recogiendo cosechas en varios municipios y departamentos colombianos, son como los marineros o como los policías, tienen un amor en cada puerto, pero Antonio luego de haber dejado unos cuantos jornales con las mujeres de la vida en bares, cantinas y prostíbulos de mala muerte, se robó una hermosa doncella campesina en una vereda de Pijao, Quindío, y la hizo de su propiedad horas después del rapto ocurrido en una vieja chiva de carrocería de madera que hacia la línea a Calarcá.

 

Él, con la experiencia de un cuarentón la poseyó con pasión desmedida, y ella, una pura doncella, entre susto y curiosidad vio como el jornalero que le llevó dos veces chocolatinas y le regaló un par de cortes de popelina que usó para mandar coser unas jardineras y le endulzó el oído con una mejor vida, le quitó con agilidad los pantis de algodón blancos con pepitas verdes y le desojó el corpiño dejándola cual flor a las chagualas, sin sentir una tierna caricia, escuchar una palabra que enamore, un beso que despierte amor y una penetración placentera.

 

Francelina fue el nombre que le dieron los padres a la bella doncella  raptada. Ella siendo niña había escuchado de su progenitora que los hombres actúan sexualmente como ladrones agresivos, Francelina perdió la cuenta de las veces que su padre, luego de llegar borracho del pueblo el día de mercado, trataba con groserías y palabras agresivas a la madre que sola en casa estaba pendiente de los hijos, y luego de pegarle y hacerla llorar, escuchaba en la pieza de tabla de al lado que ella disminuía el llanto mientras el padre pujaba como si estuviese muriéndose.

 

Esa noche en una pensión para jornaleros, Francelina escuchó varias veces que Antonio  pujaba y se moría sobre su delgado y tierno cuerpo, mientras ella sentía ardor en la vagina y sus delicadas piernas estaban húmedas con su propia sangre. Esa primera noche con Antonio le dio la razón a su madre, los hombres sexualmente son ladrones agresivos.

 

En la madrugada partieron para la capital colombiana arribando hacia el medio día a la plaza España, lugar cercano a la estación principal de la red ferroviaria nacional. En las horas de la tarde, Antonio la llevó a caminar por los alrededores de San Victorino, de la plaza de Bolívar y el templo del voto nacional, y en las primeras horas de un lunes de 1950 tomaron el tren de segunda que partió a las tres de la mañana rumbo a Santander, arribando sobre las primeras horas del medio día a la estación La Capilla.

 

Tomaron el camino que se descolgaba hasta la quebrada La Agua Blanca y de allí atravesaron por el camino usado por arrieros de caña hacia el trapiche de los señores Vallés para coger el camino rumbo a Pirasía en cuyo trayecto vivían  los padres de Antonio, quienes se alegraron de volverlo a ver  y mostraron curiosidad por la tierna joven que lo acompañaba a quien presentó como su esposa.

 

Marcos, el padre de Antonio se puso muy contento que el hijo mayor hubiese cogido juicio y le animó a iniciar unos cultivos por aparcería en tierras de Pedro Ariza.  Con empeño y trabajo remplazaron el rancho de hoja de caña por una casa de tres piezas de adobe y techo de eternit cuya cara mira al camino real y desde el patio de atrás se aprecia la estampa del bello poblado de Puente Nacional y su hotel Agua Blanca que en época del tren alojaba a extranjeros que se arriesgaban a conocer los parajes de las abruptas y misteriosas tierras del departamento de Santander que su parte sur penetra con permiso y sin él al pintoresco departamento de Boyacá.

 

Por el camino real que ascendía desde boca puente por el lava patas hasta bajar a las entrañas de la quebrada que dio el nombre a la vereda Jarantivá y desde la guarapería mate caña, lugar donde se daban a guardar las armas de uso exclusivo de los conservadores en la época de la violencia partidista, se veía como un blanco huevo la casa de Antonio y su doncella quindiana.

 

Al cumplir los nueve meses dio a luz Francelina, trayendo al palomar al primer hijo que bautizaron con el nombre de Edipo. Los esposos se dedicaron a la labranza, cuyo oficio alternaba Antonio con el de prensero en el trapiche de los señores Valles ubicado unos doscientos metros camino arriba del palomar donde nacieron otros dos hijos distanciados uno del otro mas de un quinquenio.

 

Cerca al palomar Antonio sembró el agua. Trajo desde la Basílica de Chiquinquirá un potado de agua bendecida por el fraile que ofició la misa de nueve de un 16 de junio de la década del cincuenta. El potado fue sembrado en un descanso de la pendiente en cuyo cucurucho se había levantado el palomar y junto a la siembra, luego de un ritual religioso que aún se conserva en familias campesinas, se sembró una mata de guadua traída de las vegas de la quebrada Jarantivá que se descuelga desde su origen en la vereda Páramo hasta fundirse en amor consentido en las cristalinas aguas de la hermana quebrada Agua Blanca cuyo nacimiento esta al margen izquierdo de la misma vereda Páramo.

 

Resultado de imagen para siembra de agua en el campo

Francelina, además de los oficios de una mujer del campo, le correspondía vender las cargas de hoja seca de bijao que aun sirve de empaque del reconocido bocadillo veleño, así como los bultos de naranja y las cajas de guayaba en época de cosecha, y Antonio en el mercado feriaba las cargas de yuca y plátano que se cosechaban, tanto en el predio “salto del burro” como en las cementeras que tenía en otros predios por el sistema de aparcería.

 

Edipo creció libre como la liebre. Fue a la escuela de Brazuelito en donde cursó hasta cuarto primaria para dedicarse a la arriería como ayudante del yuntero arrimando caña al trapiche en donde ocasionalmente el padre trabajaba como prensero.

 

Francelina amaba con mas consentimiento a Edipo por ser el hijo que engendró Antonio en su luna de miel y violada recordación para Francelina. Para él había huevo el domingo, al igual que para Antonio, mientras los demás hermanos se lo imaginaban en el plato. Para él había bocado de carne azada a escondidas en los piquetes con yuca asada entre la ceniza. Para él había colombinas de coco todos los lunes al regreso del mercado. Para él había abrazos y besos en la boca desde que era un bebé, así como arrunchamientos y echada de pierna cuando el viejo Antonio llegaba borracho del mercado.

 

Para Edipo, su madre era su luna, era el sol y el aire que respiraba. Cuando se desarrolló y lo invadió la pubertad y la adolescencia, cada vez que Francelina lo apapachaba en ausencia del viejo Antonio, Edipo notaba que tenia erecciones. Francelina lo notaba cuando lo arrunchaba debajo del cobertor de algodón, y mientras lo hacía, se transportaba a su juventud y tenia la fantasía de lo que siempre soñó que era una luna de miel.

 

Y tuvo su primera luna de miel con su propio hijo. Y Edipo fue por primera vez varón poseyendo a su propia madre y con la abundancia y fuerza como bajaban las aguas de la quebrada Jarantivá en invierno, se ayuntaron cada vez que se topaban solos, asunto del que nunca se percató el viejo Antonio que cogió el vicio del guarapo en la prensería del trapiche de los señores Valles.

 

Lo que ocurrió entre Francelina y Edipo fue igual que las chagualas a la miel en el trapiche en donde sacaban la miel que se vendía en la tierras frías de los municipios del reino de la Virgen de Chiquinquirá protegido por los frailes dominicos.

 

Para ellos, Antonio se convirtió en un estorbo, y luego de tantas lunas sin testigos decidieron sacar del medio al borracho. Escogieron el día, la hora, la forma y el lugar donde dejarlo descansando para siempre. Un lunes era el apropiado, pues se fue al mercado y no regresó; el arma los lazos para amarrar la carga al mercado y la forma como se ahogan los terneros cuando se pone un lazo con nudo corredizo, y la hora, la misma en la que llegaba el viejo los lunes perdido con el guarapo que tomaba las últimas totumadas en la tienda matecaña.

 

Esa noche la luna iluminaba como si fuese cómplice de los amantes. Los hermanos dormían en la cama de varas sobre una estera de bagazo de plátano metidos cada uno entre un costal de yute en lo que llegaba el salvado de trigo.

 

Resultado de imagen para siembra de agua en el campo

 

El lazo hizo el trabajo y los cuatro brazos lo arrastraron sobre un cuero viejo de res que servía para secar los granos de café. Días  antes habían construido un foso para hacer abono en el que echarían la cereza del café. El foso fue la sepultura para Antonio y su tumba la mata de guadua que él mismo había sembrado sobre el pote de agua bendita que había traído en una promesa a la Virgen reina de Colombia.

 

IMG_20160609_102354

Pasaron tres quinquenios de esa fatídica noche. El nuevo dueño del “santo del burro” que había adquirido meses después de la desaparición de Antonio por venta de Francelina, quien había regresado a su tierra natal junto con Edipo dejando a los demás hijos al cuidado de una cuñada a quien le entregó la mitad del precio de la venta del predio que había comprado Antonio, observó luego de una noche de intensa lluvia que la mata de guadua se había corrido con el barranco y había aflorado un esqueleto.

 

 

 

La fiscalía dictaminó que la osamenta correspondía al ADN del viejo Antonio que había desaparecido un lunes quince años antes. Francelina y Edipo estuvieron en la cárcel 35 años sin que ninguno supiese de la suerte del otro.

Resultado de imagen para grilletes carcelarias

 

Finca La Margarita, Puente Nacional, junio 3 de 2016. 

 

 

 

 

Don Jaime Rueda Balaguera, el proyectista de FIMAR

  "Su sonrisa no pudo cambiar el mundo,  pero cambió el mundo de muchos que le conocimos".  Escasearon 36 días para colmar 80 ...