Postre de naranja, dulce único de Puente nacional, Santander.
El amarillo oro en dos franjas horizontales que tiene la bandera de la municipalidad simboliza el amor por la libertad, la fe en Dios y el respeto anhelado entre quienes nacieron o pueblan los 24.839 kilómetros cuadrados que conforman el municipio de Puente Nacional.
Ese amarillo intenso, pero sin el brillo de ese metal, se aprecia con pintas blancas como lunares de mantequilla bovina pero es ovípara y brumos pequeños de yema de huevo que es realmente leche cortada; los dos colores juntos pero no revueltos, se aprecian cual pintura al oleo en un redondo recipiente de vidrio haciendo unidad para el deleite que sirven desde hace mas cien años acompañado con un amasijo, un pedazo de mantecada, un pedazo de quesillo acompañado con agua con limón o leche.
Son los postres de huevo que antes preparaba con esmero y a escondidas, doña Dora Ardila, y que desde 1959 viene preparando con el mismo sigilo, doña Silvia Ariza de Mosquera, y que entre los jóvenes se conoce como el "dulce de Teodolindo".
En las misma cocina, en el mismo local, en las mismas dos mesas cuadradas en cedro con cuatro butacas de la misma madera, en la misma casa y en la misma esquina paralela a la casa cural de la localidad, se viene deleitando a los paladares puentanos, veleños y visitantes, hace mas de un siglo, con el postre de naranja- que no tiene naranja- que por su equilibrio en sabor, en su textura, color, composición, presentación y acompañamiento, es una golosina única en el panorama Nacional que al ser solicitado a cualquier hora del día, perdió el fin de ser consumido posterior al almuerzo o la cena para ser denominado por la generación que lo seguirá preparando, y ya empezó a llamarse: “dulce de naranja”, pero realmente es de huevo.
En esa esquina de una casa colonial ubicada en línea recta al palacio municipal y pareja de la casa cural son construcciones que mantienen la identidad arquitectónica junto a edificaciones adyacentes a la alcaldía y las que permanecen incólumes en la diagonal al supermercado de Teodolindo Mosquera.
Silvia, de extracción conservadora católica, y Teodolindo, igual católico pero de tinte liberal, unieron sus vidas para siempre un 22 de abril del año 58 del siglo pasado en la Basílica de la patrona de Colombia en Chiquinquirá siendo los padrinos Raimundo Ariza Y Carlina Mosquera, familiares los cuatro, entre sí. Las nupcias ocurrieron en ese centro nacional de peregrinación por seguridad tanto de los novios como de los familiares e invitados, pues la violencia se vestía de negro y paseaba los campos con la complicidad de la noches y de quienes la patrocinaban.
“HUYERON PARA ASEGURAR LA VIDA”
El 20 de julio de 1959, un bandido liberal apodado “el diablo” y su grupo, masacran a tiros a 9 conservadores en Puente Blanco, los degüellan luego con cuchillo, y sus cuerpos los botan al rio como retaliación a la muerte de un liberal que se produjo en la vereda Corinto. En ese genocidio cae un primo hermano de Silvia Ariza, generándose un pánico en las veredas, tanto conservadoras como liberales por la retaliación que se vendría.
Días después el ejercito Nacional patrulla las veredas pobladas por familias campesinas integrantes del partido liberal, y en la vivienda de Emiliano Ariza y María Eucaris Mosquera buscan a Teodolindo Mosquera y a Gustavo Ariza, siendo ultimado a tiros, éste ultimo, mientras el primero huye por los cafetales y cultivos de fique y por las cañadas hasta lograr a hurtadillas la carretera que une a Florián con Puente Nacional, siendo recogido por un camión en el que escapa para esconderse varios días en la calle cantarrana de la que sale solo de día a caminar y a visitar conocidos en búsqueda de un negocio para empezar nuevamente, pero esta vez en el casco urbano.
Mientras Teodolindo huye, su joven esposa, llora por amor su ausencia y llora de dolor por la muerte de su hermano Gustavo, quien murió sin saber de la acusación que le endilgaban las fuerzas del orden.
El cuerpo de Gustavo, así como el del primo hermano de Silvia, fue llorado por familiares y conocidos y lamentado por los miembros del partido conservador de las diferentes veredas, cuyas delegaciones se hicieron presentes en cada funeral.
Acompañando al muerto se vino toda la familia de Silvia Ariza, pues los Mosquera, todos, ya habían abandonado las parcelas para proteger sus vidas y se habían resguardado en piezas y casas sencillas que encontraron en el sitio Bocapuente, antiguo lugar donde, en épocas de la colonia, funcionó la tarabita donde se cobraba el impuesto por el uso de la canasta para pasar el Saravita y donde se intercambiaban los productos de tierra caliente con los que se producían en tierra fría junto con la sal en la época en que los indígenas era dueños y señores de todas las comarcas.
Olivo compró una tienda en el lugar mientras que Teodolindo compró la casa con la tienda donde, aun hoy, se ofrece el postre de naranja en un rincón del supermercado que retomó el hijo, Rigoberto, para continuar con la tradición.
Doña Silvia Ariza de Mosquera, 2015
Los casados, como toda familia campesina, trabajaron de sol a sol cosechando un capital reinvirtiéndolo en el negocio y luego de una década empezaron a invertir en finca raíz y en rentar dinero recibiendo como garantía la escritura, que en caso de no pago de la deuda, con solo presentarla, vencidos los términos del acuerdo verbal, pasaba al rentista, la propiedad.
La familia Mosquera Ariza sobrevivieron la violencia partidista, la guerrillera y la paramilitar; en la década del noventa fueron extorsionados por el ELN y en el 2000, un día cualquiera sobre las siete de la noche, un comando del frente 23 de las FARC, sacaron del supermercado, ubicado a dos cuadras del comando de Policía, a Rigoberto, en ese entonces, concejal, trasladándolo furtivamente a tierras frías de la cordillera, dejándolo al cuidado de una familia campesina, y luego de dos semanas, una vez pagada la extorsión, fue dejado en libertad, sano y salvo, en la carretera que del corregimiento de la Sabana se une con Jesús María; un par de años después, la familia fue nuevamente presionada a pagar vacuna para seguir ejerciendo el comercio, esta vez, por un grupo paramilitar.
Teodolindo ya cumplió los 91, y aunque la visión no le acompaña, se mantiene como un roble viendo pasar el mismo tiempo, los últimos diez años, y Silvia cada tarde prepara el postre de naranja que dispondrá al día siguiente y como en los últimos 60 años, viene atendiendo a la clientela con la misma timidez que le ha acompañado y con la misma sencillez reflejado en el lugar, y aunque el servicio lo presta con la lentitud que traen los 85 años respirando, quienes gustan del dulce de naranja, esperan con paciencia que una de las dos mesas de cedro que alguna vez fueron de color azul francés, sea desocupada para sentarse luego y esperar la pregunta de Silvia: ¿Lo desea con agua o con leche?
Fachada del Palacio municipal y en la foto docentes de un colegio rural en la celebración de la Victoria comunera en el 2002.
Quien visite a Puente Nacional, gustos debe darse: probar el dulce de naranja, piquetear en los toldos de la plaza, almorzar en la Chicharrona o en el Chaneque, comer bocadillo con queso de hoja, probar los dedos de ariquipe, visitar la Escuela Normal, probar el Balay de la capilla y comprar las famosas almojábanas de sola cuajada que como ellas, solas hay.