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viernes, 19 de abril de 2019

El camino real a Vélez, Puente Nacional, Raquira, Chiquinquirá, Nemocón, Zipaquirá, Bogotá





El camino real de la sal, la miel y las ollas





Los indígenas muiscas del altiplano cundiboyacense  que extendieron su reino hasta Chipatá y Guepsa,  mantuvieron un intercambio comercial permanente  con las etnias, Caribes, Yareguies y Guanes, pobladores de Santander. Un lugar del intercambio denominado Sorocotá, estuvo en el valle donde estuvo la canasta, –hoy Boca Puente en Puente Nacional-. Se movían por “El camino de la sal” que unía a Zipaquirá-Nemocón- Chiquinquirá con las montañas del  Carare en la hoy reconocida provincia del bocadillo  el torbellino y la guabina y los territorios hoy identificadas como  Guanentino y comunero. “El camino de la miel” unió a Moniquirá con Santa Sofia y Leiva. Y el “Camino de las ollas” conectó a Puente Real con Ráquira y La Candelaria. Estos caminos  hermanaron a Santander, Boyacá y Cundinamarca.


La primera misa en los Andes americanos


El español Gonzalo Jiménez de Quesada, luego de navegar por  el río Magdalena procedente de Santa Marta, desde el 5 de abril de 1.536 con la intención de llegar a Perú en búsqueda de  “el dorado” con una flotilla de 6 naves y 800 hombres, de los cuales 670 avanzaban por tierra bajo el mando del español, trepó  río arriba  por la desembocadura del  Opón y entre pantanos, selva oscura y lluvia  por sendas y caminos inhóspitos, llegó a  un altiplano  que llamaron de “Las Gritas”, y en él, encontraron unas chozas en la falda de  Agatá, lugar sagrado para los indígenas Agataes.

 Era el 15 de enero  de 1.537, y en el lugar,  Fray Domingo de Las Casas, O.P.,  celebró, por primera vez,  una misa en los Andes americanos en tierras  de los  agataes, hoy, municipio de Chipatá en Santander, Colombia. 

Por información recogida con los indígenas Opones, el mayor de seis hijos de un abogado nacido en indeterminado lugar de Córdoba o Granada en España, en vez de continuar  el camino a Perú, tomó luego el camino de la sal por la codicia del oro, metal que supuestamente, tenían los indígenas del altiplano de la Nueva Granada.

La travesía por el río grande y el  Opón y la penetración por las selvas de la región del Carare y el Opón y el recibimiento belicoso que por siempre dieron la etnia Yareguie a los españoles y  a los colonos hasta 1.918, diezmaron al ejercito español arribando con 166 soldados al fundar Vélez.

Fundación de Vélez


El ejercito, del que formaron parte los capitanes Martín Galeano y Gonzalo Suárez Rendón, reanudaron  el camino coronando la cresta de la cordillera oriental apareciendo  en parajes nutridos por guayabales en Ubasá, lugar pintoresco en una ladera con clima de 19 grados. El sitio en donde acamparon fue del agrado de la expedición, y en común acuerdo  de los tres españoles, el genovés fundó  a Velez el 14 de julio de 1.539 en honor a la ciudad homónima en Málaga, España; nombre propuesto por Martín Galeano, extirpador del cacique Agatá, quien le había dado información de unas minas de oro en los valles del sapó.

Martín Galeano y su séquito de conquistadores,  días después, fundó a Cite en mayo del mismo año y retomó “el camino indígena de la sal,  y las ollas” que, desde la etnia los yareguies trepaba a dominios de los muiscas pasando por Sorocotá, y atravesaban el río Saravita; unos a pie y otros a caballo, el corcel montado por el capitán Gonzalo Suárez Rendón, terminó ahogado en las aguas del río que nace en la laguna de Fúquene. Razón emocional que motivó al jinete español a rebautizar el río, borrando el nombre indígena, Saravita, por el  del río Suárez.


El río Sarabita lo rebautizan con el nombre del jinete
que perdió el caballo que terminó ahogado en él.


La etnia Yareguie compuesta por los Opones, Agataes, Arayaes y Carares dominaron la cordillera oriental entre los ríos Carare y Saravita. Cuenta el sacerdote Isaias Ardila en su libro “Los Guanes” que la  etnia Guane pobló  desde Guepsa hasta el Páramo de Berlin y su expansión alcanzó regiones de Antioquia por lares del Magdalena.


La razón del nombre, Caminos reales.

Los Yareguies,  tenían sus trochas para movilizarse y hacer intercambio de productos. Igual los Guanes. Estas trochas fueron usadas por los españoles para adentrarse en la Nueva Granada buscando  oro y arrasando con quienes se opusieran a sus ambiciones; y posteriormente fueron los hispanos, sumados los criollos, mejoraron las caminos que empezaron a llamarse desde la época de la colonia  “Caminos reales” por pertenecer a la  corona española para suscitar el comercio usando el río Magdalena y el puerto de Santa Marta a Europa.

El camino de la sal y de las ollas

El camino indígena de la sal conectaba las etnias Guanes, yareguies y muiscas en  la vega del río  Saravita que se  descolgaba  encajonado, y sobre él, hubo una tarabita. Luego de una pendiente se arriba a una planicie. En tierras de la señora veleña Catarina Saavedra y e Zurita, decidieron fundar un poblado cediendo un lote para construir un templo en el mismo lugar que esta el actual. Bajo la promoción del señor Francisco Beltrán Pinzón  puso en venta lotes alrededor surgiendo el poblado como iniciativa privada, bautizado luego   como “Puente real de Vélez” cuando en 1.555 los españoles construyeron un puente para facilitar el comercio entre Vélez, Tunja y santa Fé. 

El camino empezaba su ascenso perpendicular en la tarabita sobre el río Saravita, en el sitio conocido hoy como “Boca Puente” en Puente Nacional; atravesaba verticalmente  las veredas Jarantivá y Páramo, atravesada la serranía de Fandiño hasta el desierto de la Candelaria. El camino gateaba ascendiendo paralelo a un arroyo, en el que años después los habitantes de las veredas atravesadas identificaron una bahía que nominaron “lava patas”, por el uso que los católicos le daban para   lavarse los pies antes de calzar las alpargatas para entrar a  misa en el templo de  Santa Barbara, hoy declarado Basílica del Niño Jesús. Luego de ascender a  una leve planada, el camino descansaba perezoso hasta la quebrada que dio origen al nombre de la vereda,  Jarantivá. En este trayecto, desde la década del cuarenta hubo una familia acantonada en el sitio conocido, en ese entonces, como “mate caña”, cuya vivienda fue  bodega de  armas de los conservadores  cuando bajaban al pueblo, ya a misa, ya a mercar.  Las utilizaban para defenderse en las emboscadas de los cachiporros en las riveras de la quebrada Jarantivá.

La carretera enterró los rastros de la historia 
de los caminos reales

Por tierra cascajosa el camino de la sal descendía opresivamente hasta el lecho de la quebrada, sobre la cual, con los años hubo un puente, inicialmente en madera y techo en teja de barro, y actualmente en cemento y hierro. Entre caña brava el camino trepaba perpendicularmente hasta el “salto del burro”. Un mirador  donde se contempla el casco urbano y el valle del río Suárez hasta Barbosa y la ladera que comparte con el municipio con Guavatá. Siguiendo el meneo de las culebras, el camino alcanza una planada en el sitio conocido como Brazuelito para adentrarse, luego, en una cañada escarpada por los años en medio de un bosque de arrayanes y payos, en cuya cúspide hubo un cementerio en la época de la viruela en 1.918. La senda indígena fue atravesada  por la linea férrea del Carare que unió a Bogotá con Barbosa en el paraje conocido como “paso nivel” hasta llegar a la estación Providencia construida en 1930.


En Providencia el camino indígena se bifurca. A la izquierda, hasta alcanzar “el camino de la miel” que iniciaba en Moniquirá hasta Santa Sofía en Boyacá, y continuaba hasta Tunja;  continuaba verticalmente hasta el cruce de los caminos a las veredas: Montes, Muralla y Páramo en el hoy poblado Quebrada Negra. En este mojón veredal, el camino de las ollas se bifurca nuevamente. A la izquierda trepa hasta la veredas: Muralla y Páramo hasta la serranía de Fandiño y desciende a Santa Sofía y Raquirá, epicentro del horneado de  las vasijas de barro y centro artesanal de la Nación. Y a la derecha, el camino  asciende hasta el cerro El Morro para explayarse hasta Peña Blanca bordeándola hasta ascender a Saboyá y continuar la planada a  Chiquinquirá, Zipaquirá, el Puente el Común y Bogotá.

Los caminos reales de la miel, la sal y las ollas, en la década del sesenta y setenta  del siglo XX fueron borrados por la red de carreteras veredales que, al trazarlas, evitaron daños a los finqueros pero acabaron con la reliquia histórica de “Los caminos indígenas y reales en esta parte de la provincia de Vélez.

Mientras en las provincias comunera y guanentina el gobierno departamental esta empeñado en restaurar los caminos reales  trazados y construidos por el alemán Joao Von  Lenguerke. en la provincia de Velez, “el camino del Carare” que intentó unir a Bogotá con el río Magdalena para facilitar el comercio internacional trazado y empezado a construir por Fray Pedro Pardo siendo párroco de Puente Real, solo quedan vestigios entre la población de Flores y la Hermosura en el municipio de Bolívar para bajar a Landazuri.

Y del camino de la sal y de las ollas que hubo en Puente Nacional existen tres cortos   tramos. Uno de unos 400 metros, salvado de los destrozos del buldozer, gracias al inspector de Policía de Providencia que hubo en la década del sesenta del siglo pasado que se empeñó en que la carretera pasara por su finca, hoy conocida por la Eco posada La Margarita. Un segundo, es un trayecto mas largo, conocido como cascajo negro. Empieza a 200 metros de Providencia y corona el primer kilómetro de la carreteable. Este se salvó por tener una pendiente de 60 grados y gozar de dos yacimientos de agua. Igual cantidad de afloramientos de agua hay en el primer tramo, usados en antaño para beber cristalinas aguas. Y un tercero, en Quebrada Negra que es cortado por la carretera. pasa por el lado de la casa de los fundadores y baja hasta el puente existente sobre la misma quebrada Negra.


Los trozos de camino están a la vera de la carretera Providencia-Quebrada Negra-Peña Blanca-Muralla, en el margen izquierdo a 5.500 metros desde la carretera central Chuiquinquirá- Barbosa por la carreteable a estos poblados. Es un sendero enmontado que, con el paso de los siglos se convirtió en vallao; pasa por la casa de Neponuceno Ovalle hasta la tienda la Esperanza. Si bien, esta cercado por los propietarios de los predios lindantes, aun es terreno es del Estado; si hubiese intención gubernamental, es factible restaurarse para mostrar a las actuales y futuras generaciones, un fragmento del “camino real” por el que Transitaron los indígenas Muiscas, luego transitaron Gonzálo Jiménez de Quesada y sus soldados, posteriormente en 1.781 lo hicieron los comuneros ,y en 1.818, el libertador Simón Bolívar que tuvo cita en Puente Real con delegados de las guerrillas de Charalá para detener el avance de los ejércitos españoles que habían entrado por la isla Margarita  Venezuela y trepaban por Pamplona hacia el interior de la Nueva Granada a reforzar las tropas de Barreiro que estaban en Boyacá.


Recuerdos del camino de las ollas 
que unió a  Puente Nacional con Raquira.

Viví mi niñez a la vera del camino real que comunicaba a Puente Nacional en Santander con Sutamarchan, Santa Sofía, Gachantivá y Ráquira en Boyacá. Exactamente a diez kilómetros desde el Templo de Puente Nacional en  la tienda La  Nueva Esperanza, en ese entonces aposento para reinosos. 

Recorrí numerosas veces este trayecto, ya a pie, ya a caballo, o de arriero. Y, desde casa  aprecié a los caminantes: peregrinos, comerciantes, olleros, paperos, ganaderos, aparceros, jornaleros, cafeteros y andariegos.  Sentí, siendo escuelante, la desazón al ver como un bulldozer D4 fue destruyendo los pasos en piedra que tenia el camino indígena, las paredes del camino talladas por el tiempo y las rondas que adornaban sus linderos en los que anidaban los copetones y cucaracheros para sobreponer  una carretera sin conexión con otra vía que facilitase el ingreso de algún automotor.


Las recuas de asnos cargados con  vasijas de arcilla.

Los domingos en la tarde me extasiaba mirando descender, a paso lento pero seguro, las recuas de burros cargados con ollas, ures, chorotes, olletas, pailas y  tiestos en arcilla moldeados a mano y horneados con carbón mineral o leña en veredas de Raquira. Las vasijas protegidas con  paja seca y almacenadas  en mochilas de fique, lucían ataviadas en lomos  de los burros que por su color y descenso parsimonioso se integraban al paisaje formando sombras que se fundían con el ocaso en el espinazo de la cordillera que separa los departamentos de Santander y Boyacá en tierras de Moniquirá.  

Tras cada yunta de asnos caminaba, a igual paso, un varón y una campesina dueñas de la carga  vigilantes de la mercancía que ofrecían  o intercambiaban en la plaza de Puente Nacional con productos agrícolas de tierra caliente. Otras parejas de campesinos junto con sus burros cargados de arveja, frijol, cebolla, trigo, maíz, cebada, papa, patatas, ibias, nabos, zanahoria, o  remolacha acompañaban los cortejos que se conocían en la  vereda ,como “los reinosos”.

“Los reinosos" empezaban a descender cada domingo por “el camino de las ollas” por la vereda Jarantivá desde las cuatro de la tarde, y en invierno, la jornada era de un día de camino y se prolongaba hasta las primeras de la noche. Cuando eso ocurría, “los reinosos acampaban en los corredores de las posadas que eran las mismas guaraperías que abundaban a la vera del camino para colmar la sed y el hambre. Ellas como ellos, trabajaban y caminaban al mismo ritmo; pero las mujeres se encargaban, donde les cogiera la noche, de preparar la cena, mientras los arrieros descargaban los burros, les suministraban miel y agua antes de soltarlos en los pequeños encerrados destinados para los mulares para mitigar el hambre, la sed, revolcarse y dormir.

Las posadas y guaraperias en el camino

Conocí las posadas y guaraperías de Rafaela Velandia, Maria de Jesús Torres, Ernestina Gómez, Rodrigo Ovalle, Vidal Gamba,  Zoila Lancheros, Miguel Agustín Torres y Abrahan Ortiz. Las viviendas eran gemelas. Estaban levantadas en adobe, empañetadas con  estiércol, arcilla y arena blanca y pintadas en blanco con cal sin apagar y tenían techo en caña de castilla amarradas con lazos torcidos con paja de cuan, perenne en el tiempo, desde que no se moje, cubiertas en teja de barro. Las viviendas eran cuadradas o rectangulares. Poseían un corredor mirando el camino y al horizonte por el que se accedía a los aposentos, y en mediagua adjunta estaba la cocina  con fogonera sobre barro colmado de ceniza calcificada que resultaba al mezclar con agua caliente y aplicarla a la base y paredes de la hornilla.


En los corredores descansaban los varones y en una pieza, las mujeres. Todos empezaban el día a las tres de la mañana para retomar el camino. Pagaban la posada con legumbres o granos y con cuartillos y centavos pagaban  los guarapos, el masato o el guarrús.


Por el mismo camino transitaban rezagos de una familia  española que tenían fértiles tierras y extensas áreas. Los señores o patrones recorrían el camino montando hermosos corceles,  vestidos con saco y corbata y sombrero blanco de jipa acompañados de sabuesos perros. Y las mujeres, igual, montaban yeguas o caballos mansos ataviados con sillas femeninas en las que las damas montaban acomodadas sentadas de medio lado sobre el espinazo del cabalgar. Usaban  vestidos largos con mangas que protegían y escondían sus humanidades. Cubrían la cabeza con sombreros adornados con plumas y elegantemente protegían el rostro de los rayos del sol con sombrillas.

Los lunes en la madrugada descendían los cultivadores de papa con sus cargas sobre el espinazo de mulas y machos, y el mismo día, al atardecer, regresaban las recuas, cargadas de víveres, yuca, maíz duro, plátano y naranja. Los 2 de febrero, el 16 de julio, el 24 de mayo y el 24 de diciembre tomaban el camino los peregrinos que iban a cumplir “La promesa”, ya a la Virgen del Carmen en Leiva, ya a la Virgen de la Caldelaria en el poblado del mismo nombre, ya quienes iban a confesarse hasta el  convento  El Eccehomo en Santa Sofía.

Los caminos y senderos están recobrando su relevancia por ser senderos campestres cargados de historia y recuerdos. Los citadinos demandan cada vez mas espacios campesinos, y los extranjeros se deleitan recorriendo los senderos. Vendrán épocas en que los alcaldes y gobernadores despertaran interés por restaurar tramos de los caminos como testigos vivientes de la época en el que el desarrollo y comunicación del país, se gestó y comunicó por los caminos.

Florida, Santander, marzo 5 de 2019.









Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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