Ella lo había
escuchado por la radio. Gustaba del tono de voz grave y melodioso. Buscó
referencias con una de sus hermanas que le conocía de épocas pretéritas. Igual
hizo con personal de la emisora, pues ella era la contadora en la Asociación
radial. Estaba casada y criaba a un niño menor a dos años. El padre los había
abandonado tras irse a Europa en búsqueda de el dorado.
Con un ramo de flores
de rosadas rosas y una tarjeta con una estrofa de versos entregados por
mensajero, se auto presentó en la oficina del periodista.
“No me recuerdas, pero yo, sí.
Se de tu aflicción y tu tristeza.
Sería el aroma en tu vida
Y el rosado de tus sueños”.
Él, un hombre que
rallaba medio siglo de experiencias intentando borrar las llagas que deja la
perdida de la madre de sus hijos. Solo tenía tiempo para trabajar y proveerles,
cursaban universidad.
El ejecutivo estaba
acostumbrado a regalar flores por compromiso social; pero no había recibido un
manojo de rosas enviados por desconocida.
Con los días, recibió
una llamada a la línea directa. Una suave voz femenina solicitaba una
cotización editorial. Él, tomó apuntes y anunció oportuna respuesta. Al
despedirse, ella preguntó si le habían gustado las rosas. La inesperada
pregunta se convirtió en expectativa. Concertaron una cita al atardecer en el
malecón del río.
Un quiosco colonial de
un conocido restaurante bajo el follaje de gallineros fue el escenario del
encuentro de la curiosidad para él, y para ella, la oportunidad para acercarse e
impregnarle con el aroma de las rosas.
Los encuentros
posteriores se fueron dando como semanas llegaban en el calendario. Ella,
lozana y joven, siempre vestía de rosado.
Cinco años
transcurrieron sin volverse a ver. Por asuntos laborales ella se había radicado
en la capital. Tenía un nuevo hogar. Y él, estaba a punto de hacerlo. Por
alguna asesoría contable, ella regresó a la ciudad del malecón de gallineros,
coincidiendo la fecha previa al matrimonio del periodista.
Concertaron la cita en
el mismo restaurante para saludarse y desearse buenos deseos. Él, le contó que
se casaría de nuevo al otro día. Los dos se alegraron de las noticias.
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Hoy es la despedida de soltero, dijo él.
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Yo soy tu regalo, dijo ella.