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lunes, 28 de agosto de 2017

El cielo es de chocolate

 
El día sacaba la cabeza sobre el techo de mi casa. Mi madre me despertaba con amor para ir al colegio. Mi padre recibió una llamada. Una llamada que transformó su rostro alegre de cada mañana, en una cara de tristeza, y en sus ajados ojos, aparecieron lágrimas, muchas lágrimas. De su boca oí, “Gracias Señor por la vida y obra de mi padre”. Comprendí entonces que mi abuelo había muerto, luego de tres meses de una agonía larga y dolorosa en una cama de hospital, lugar al que nunca fue en sus 88 años.

En ese momento, no lloré. No pregunté. Simplemente regresé a mi habitación y di rienda suelta a mis recuerdos; tenía seis años. Como un espejo al frente, recordé los breves momentos que viví con mi abuelo. Me enseñó a caminar por el prado, por las piedras, por las laderas y por el bosque. Fuimos los cuatro a mirar sus ganados. Él, mi abuelo; yo; corbatín y chocolate; el perro de la abuela, y el perro del abuelo.
 
 
Fue un ocho de mayo de 2011 cuando junto con mis padres y hermanas menores estuvimos en Puente Nacional  admirando la celebración del grito comunero que cada año se celebra en esta fecha en la municipalidad.
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Ilustración de Domingó, tomada de internet.

Mi padre había enviado un carro para que mis abuelos bajaran al pueblo. Estuvimos los siete juntos viendo las presentaciones teatrales callejeras que los estudiantes realizan para recrear la primera victoria comunera en suelo americano contra los españoles. Pero, mi abuelo se desmayó estando con nosotros. Nos preocupamos todos y le llevamos al hospital. Allí lo estabilizaron. Y todos nos regresamos. Ellos, mis abuelos, a la finca la Esperanza en la vereda Jarantivá; y nosotros, regresamos a San Gil. Fue la última vez que vi a mi abuelo.
 
 
Mi abuelo murió en una clínica de Bogotá, ese año. Chocolate, su perro, desde que al abuelo, mi padre llevó a la capital, no volvió a comer, ni a latir. Fue un 4 de agosto de 2.011 cuando vi a mi padre llorar por la muerte de mi abuelo.
 
 
Cuenta mi abuela que ese mismo día, y a la misma hora que murió mi abuelo, chocolate también murió entre las herramientas con las que mi abuelo labraba la tierra.
 
 
Chocolate y mi abuelo están felices en el cielo. Un lugar tan bello y tranquilo como las praderas por las que mi abuelo me enseñó a contemplar la belleza natural que hay en los campos.
 
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Algún día, junto con manchas, mi perra, nos reuniremos con chocolate y el abuelo, en el cielo, esa pradera verde con amanecer eterno, pues el cielo es de chocolate, y a él, regresaremos, luego de nuestro aprendizaje por la tierra.
 
 
San Gil, marzo 30 de 2017






















sábado, 15 de abril de 2017

José Antonio Peréira Arenas, escultor y musico

 En verde pradera curiteña, nació un 25 de septiembre de 1926, arrullado por  tonadas interpretadas por melómanos padres que criaron a los hijos sin recursos económicos, pero  con torrentes de amor por la vida, la naturaleza, Dios, la música colombiana y por la familia; cosechando en el tiempo, un trabajo artístico que revela las huellas imborrables en el sendero que fue cincelando en tallas, remodelaciones, restauraciones y esculturas en piedra, y pincelando  en pentagramas  en mas de 180 canciones  al amor, a la mujer, a la belleza, a los poblados, a la amistad y a la vida.

 

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ilustración de la caratula del cancionero “Cuando canta el sentimiento”, realizada por María Teresa Pereira Arenas, Hija del maestro José Antonio Pereira.

Junto con sus padres, debió abandonar el verde tapete de invierno sobre tierra amarilla y piedras milenarias para radicarse en su bella y preciosa Perla del Fonce a la que consideró “un pueblo sin par con tesoros de gestas gloriosas por sangres guerreras que sembraron libertad”, para inicialmente dedicarse al oficio del fique, luego a la música, la construcción, y finalmente a la talla en piedra.

El escultor, compositor y músico, José Antonio Peréira Arenas (q.e.p.d.), fue un autodidacta. De su vida anterior, traía la habilidad para esculpir y componer;  en el seno de la familia materna, se contagió con la música, y del padre aprendió la responsabilidad y la honorabilidad.

Siendo niño aún, viviendo en media agua en una calle de San Gil, Observó  un día como una vieja volqueta descargó una burda piedra que hombres fornidos, sobre varas, empujaron hasta el solar vecino. Y en él, cada día, un hombre golpeaba y golpeaba con porra y puntero, mientras  miraba, curioso y admirado, cómo las manos de ese hombre, que le prohibía mirarle por las hendijas del portón de tabla, había convertido la masa  milenaria  de piedra, en una estatua que adornó, luego, un parque de un pueblo santandereano.

 

En personas inquietas la necesidad los convierte en emprendedores

 

Como ayudante de construcción colocando piedra sobre piedra en una de las torres de la catedral de la Villa del Fonce, observó, sin descanso, el trabajo que llegó a esculpir un tallador, en columnas, tumbas y altares. El reconocido escultor no regresó a labrar un encargo especial para distinguir el panteón de un extinto obispo diocesano que reposa en una de las criptas de la majestuosa catedral. José Antonio, necesitado y con ganas, propuso a Monseñor Quijano, el párroco, que él escupiría el cordero, con una condición: si al sacerdote no le gustaba la escultura, no cobraría por ella, y el cura, no le cobraría la piedra; pero si le gustaba, le pagaba el trabajo. Y, el presbítero, aceptó.

 

Usando un registro recibido por la hija mayor en una primera comunión de una compañera de escuela, lo cuadriculó, y por semejanza, lo transportó al papel de una bolsa de cemento, y con el plano y su calco, empezó su primer trabajo en piedra que hizo en las noches usando bombillo en el solar de la casa que tenía en ese entonces, en arriendo. Terminado el torso del cordero, en zorra de madera, lo descolgó con suavidad por la empinada calle 15  hasta la casa cural de la parroquia catedral. Y allí, mostró el cuerpo tallado a quien siempre confió de sus habilidades estéticas. El sacerdote contempló la estatua, sorprendido y contento; y para disimular su complacencia, solo preguntó: Cuánto cuesta el trabajo?. José Antonio había pensado que la talla no cumpliría las expectativas del levita por las referencias del escultor que no regresó; pero al escuchar la pregunta, solo atinó a hacer cuentas rápidas, y por primera vez, puso precio a su labor, y confirmó que él, podría ser escultor.

Siendo joven, estudio caligrafía por correspondencia, convirtiéndose en quien hacia, a mano y con tiza, los carteles para promocionar las películas en los dos teatros que había en la ciudad, y elaboraba los carteles mortuorios y edictos que se comunicaban en las carteleras que hubo en las esquinas de la zona reconocida, hoy, como histórica. Por el trabajo recibía, en parte,  boletos para asistir al cine. Junto con Ángel María, un hermano mayor, repetían función, con mas empeño, cuando eran películas mexicanas. Por el gusto al canto, terminaron aprendiéndose la letra y la melodía de una salve cantada en una cinta que recreaba un pasaje bíblico; igual hicieron con el himno de un grupo eclesial que ocasionalmente se reunía en el mismo lugar. Los dos, una vez terminada cada función, o reunión, ya afuera del recinto teatral, cantaban, tanto la salve, si era la película que terminaba la proyección, o el himno, si terminaba la reunión de afiliados. Una noche, mientras cantaban el himno, captaron la atención de un visitante a la reunión que, luego de oírlos, los comprometió a cantar en una misa, con la cual, se daría apertura al congreso del mencionado grupo eclesial que habría en Barichara. El par de chinos, luego de cumplir la tarea, y por ser el acto religioso, sin que alguien lo solicitara, hicieron el dúo y respondieron la salve que entonaban los con celebrantes. En la ceremonia religiosa estaba el maestro Ciro Antonio Santos Martínez, quien, sorprendido, se interesó en el origen e interés musical de los niños, quienes justificaron su interés por el canto, porque en casa, además de los padres, a las tías también les gustaba la música.

Dos días después, el músico charaleño visitó el hogar de José Antonio Peréira y Romelia Arenas, y les propuso ofrecerse como maestro para enfocar a José Antonio y José María, por las voces y las notas. Pero Ciro Antonio Peréira, el padre,  se negó, pues los chinos ya estaban en edad de trabajar y ayudar en el oficio del fique. El visitante persistió, logrando que le confiaran a José Antonio, el menor, quien, desde ese momento alistó capotera y partió con el maestro a Barichara a empezar la formación musical, pues el maestro Ciro Antonio Santos Martínez, en ese momento dirigía la banda de esa población, y era muy conocido en la región, pues había fundado, con apoyo municipal, banda en Charalá, en Bucaramanga y  en San Gil. En poco tiempo, el niño alumno empezó tocando la tuba valiéndose de una banca para alcanzar la boquilla y actuar como integrante de la banda municipal.

El mencionado maestro posteriormente llegó a San Gil a dirigir la banda local; y en su deleite por la música, supo de la existencia de un contrabajo que fue usado por Carlos Martínez Silva, -emérito sangileño, doctor en leyes, político, periodista y militar,  co-fundador de la sociedad San Vicente de Paúl en la ciudad, la segunda constituida en Colombia a mediados del siglo XVIII, y participó en la redacción de la Constitución de 1886-; y, quien, luego, lo enajenó a otro músico local.

El instrumento, junto con otros, fueron importados de Alemania a mediados del siglo XVIII para la escuela de música de la sociedad San Vicente de Paul. El contrabajo fue propiedad del músico Rafael Cubillos, posteriormente de Carlos Monróy, el padre de los hermanos Monróy, luego, fue usado por un integrante del grupo “Ritmos del Fonce”, y posteriormente rescatado y recuperado  por el maestro Ciro Antonio Santos en un pasillo de una casa ubicada en la calle 15 con sexta, entre un montón de madera, y se lo entregó a José Antonio, quien, las primeras clases para el uso del instrumento las recibió personalmente, y luego, cuando su maestro de música se residenció en Bogotá, las lecciones y  partituras, las recibía por correspondencia. Fue tanto el empeño y el deleite por aprender, que se convirtió en contrabajista, y desde entonces, usó el instrumento del ilustre sangileño que falleció en Tunja en 1903. El contrabajo es una reliquia bajo el cuidado de su hija mayor, Graciela de Gómez. En honor al extinto sangileño y al instrumento, el maestro Pereira talló una escultura en piedra que esta en la entrada de la escuela Carlos Martínez Silva de la misma ciudad.

 

Bambucos, pasillos, boleros, vals y pasodobles en el cancionero,

legado de José Antonio Pereira Arenas.

 

Como compositor e interprete, bordó canciones a la vida, al amor, a la esposa, a la patria chica, al amanecer, al campo y a la contemplación.

 A la musa de sus creaciones, su eterna Romelia, le compuso entre otras: “Cuando te conocí”.

“sentí en mí

cuando te conocí,

algo, nuevo, raro, extraño,

sentí de mi corazón

acelerar su latir”…

 

Los azules ojos de su esposa están reflejados en varias composiciones: 

“que lindos son sus ojos

tan llenos de ternura,

cuando me miran dulces

serenos, soñadores.

 

No quiero verlos tristes

jamás por culpa mía,

que no haya en ellos llanto

porque eso nunca lo soportaré”…

 

 

“Culpa fue de esos tus ojos,

que con tu mirada,

embrujaron mi ser,

culpa fue de esa tu boca,

con su fuego ardiente

encendió una hoguera

en mi corazón”…

A su Curití del alma, lugar donde vio por primera vez el sol, lo eternizó con el himno  y el del colegio Luis Camacho Gamba, y en varias canciones; una de ellas, reza:

“Rincón querido de mi tierra santandereana

donde hace años mi tierna infancia feliz pasé,

nadie allí me recuerda, pero yo nunca olvido

sus calles tranquilas y su bello templo

en donde infantiles mis tiernas plegarias a Dios dirigí”.

A los amigos de infancia y a una de las actividades que hacían los jóvenes en verano, narra en  canción cómo empezó el canotaje por  el río Fonce

 

Balsa de troncos

sacados del río

rústica barca

que allá en mi niñez,

la construimos

con grande alegría,

para cruzar el río imaginando el mar.

 

Luego en las tardes

hora de regreso,

en la húmeda arena

la ocultábamos,

para al otro día

navegar de nuevo

con los mismo sueños

en el mismo mar.

 

Cambió la vida

y al llegar a grandes,

cada cual su ruta

hubo de tomar,

y seguir el rumbo

que nos dio el destino,

sin balsas de juego

sin sueños de mar”.

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Fotografía de Nauro Torres, tomada en abril 1o de 2017 que muestra un angulo del parque La Libertad de San Gil.


Y a la  señora ciudad que lo vio crecer profesionalmente, la misma en la que colgó su nido familiar  y  acogió sus cenizas, también le cantó con un pasodoble:

 

Eres del Fonce la perla,

bella y preciosa ciudad,

majestuosos paisajes te adornan,

soñados encantos te ha dado el creador…

 

Fue tu gente valiente y altiva,

generosa y de amor por la patria,

que ofrendara en la lid comunera

sus bienes, su vida,

todo ello en aras de la libertad….

 

Hay algo que te hace muy hermosa

y agiganta tu encanto y belleza,

que el mas lindo retazo del cielo

te cubre tu suelo,

preciosa, graciosa y alegra ciudad,…

Mural realizado por un nieto de Antonio Pereira en el BAR EL MURAL, cerca al cementerio La Esperanza de San Gil.


“Sin maestros ni escuelas se forjó en el taller continuo de la vida

convirtiéndose en maestro de talladores y escultores 

Su hija, Gladys Safira en el cancionero titulado “Cuando canta el sentimiento” que recopila la obra musical del maestro, cuya publicación esta ilustrada por plumillas de María Teresa, otra de sus hijas, y facsímil de partituras a mano del mismo José Antonio, relaciona algunas de las  tallas en piedra expuestas para la historia: El panteón del extinto santandereano, Luis Carlos Galán Sarmiento; y el del maestro Pacho Benavides, en Vélez. Decoró en piedra el “rinconcito amable” del maestro José A. Morales en el Socorro. Esculpió los escudos de Ocaña, San Gil y la USTA en Bucaramanga; talló las columnas del palacio de justicia de la localidad, formó parte de los restauradores de la Catedral de San Gil, del frontis del Palacio Municipal de su “rincón querido de su tierra santandereana”; pero sus obras prolíficas en piedra están dispersas en capillas, templos, basílicas y catedrales en Colombia.

 

Rosadelia, el amor de sus amores

Muy joven se fijó en  los ojos azules y en el oro de una larga cabellera de una graciosa y tierna niña, quien correspondió a sus galanteos, sembrando juntos, un eterno amor desde una noche de luna hasta el último suspiro, que los retornó de nuevo al universo, tallando sus nombres en  canciones y fusionando sus esencias en catorce hijos que  fueron motivo y empeño para aprender, mirando y haciendo, inicialmente oficio cualquiera para regresar con pan a casa.

 

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Retrato de Romelia Arenas pintado por la artista María Teresa Pereira Arenas, hija.

Rosadelia Sánchez – 28/01/1928- 30/05/2004- fue la primera flor del jardín de sus ilusiones y el único nombre  escrito en el diario de su vida, mujer tierna, amorosa y dulce; artesana y ama de casa que rebosaba de amor, incluso para quienes fueron compañeros de estudio de los vástagos. La comparó  con una dulce melodía, con una alborada musical, con el aroma de las flores y con  poemas a la ternura. Siempre se bañó en el lago azul de sus ojos y nadó en las caricias de sus olas para recuperar fuerzas, compartir responsabilidades y guiar a los retoños como buenos barqueros en el mar existencial tan diverso y citadino en el que viven diez de ellos.

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El maestro Pereira Arenas fue una persona que reflejó en su actuar y en su pensar, la sabiduría de su vida anterior, y la plasmó enriquecida en sus obras estéticas. Regreso a su comienzo, el 17 de septiembre de 1997, escribiendo previamente, con su puño y letra,  una carta a cada uno de los hijos vivos. A cada uno le reconoció sus afectos, sus valores, sus habilidades, y le recomendó en que aspectos de la vida personal, profesional y familiar, debería mejorar para ganar las indulgencias con una vida honesta, alegre, amorosa y justa, y encontrarse luego, en el cielo, desde donde los vienen acompañando junto con Rosadelia, Hugo y Beatriz,  embriagados de amor en búsqueda de la iluminación.


San Gil, abril 04 de 2017

NAURO TORRES Q. 

 

 

 

 

lunes, 29 de agosto de 2016

El aroma de tus cabellos.

 

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La brisa de tus largos cabellos  que cubrían tu torneada espalda acarician mi existencia.

 

Tu negra melena suelta sobre tus hombros protegían la belleza de tu cara y escondían la dulzura de tus besos.

 

Tu pelo suelto cual vaivén caía de tu cabeza cual misterio que acallaban las preguntas e instaban a la ensoñación y a la admiración.

Ya suelto, ya en trenzas, ya recogido, ya esparcido armoniosamente en el lecho nupcial, tu cabello aromatizado prevalece en los recuerdos.

Recuerdos de  37 años admirándote en vida y 16 de tener tu esencia como compañía perenne y permanente.

Misteriosa muerte me la arrebataste un 13 de noviembre de 2000, pero no pudiste llevarte su largo cabello negro.

 

Bendita muerte  que vendrás por mí, pero ya sabes, huelo al aroma de su cabello, y aunque ese día se torne del color de su cabello, me harás un bien, pues he cumplido la misión encomendada y correré presuroso a fundirme con su esencia, sin que lo puedas evitar.

Bendita muerte no te temo, no me asustas, bienvenida seas en el lugar y el tiempo ya predeterminado.

San Gil, septiembre 15 de 2015

jueves, 7 de julio de 2016

Edipo ocultó a su padre en la mata de guadua

Antonio, un campesino cuarentón, andariego desde joven, se ganaba el jornal cogiendo café en Caldas, algodón en el Cesar, cortando caña en Guepsa o echando azadón donde le contrataran en épocas  sin cosechas, pero desde niño aprendió a guardar monedas para las épocas de las vacas flacas. Con la suma de varios chanchos que engordaba con monedas de alta denominación y con billetes que escondía en hendiduras de la pieza de adobe de la casa de los padres, logró comprar un terreno a la vera del camino real que unía a Puente real con Vélez, Santander; el terreno fue denominado como “salto del burro” por lo abrupto de su topografía.

 

 

El predio  escaseaba una extensión de tres hectáreas faldudas que caían en  pendiente de sesenta grados de una loma rayada  transversalmente por el paso de los años del camino real coronada por una casa colonial levantada en adobe que servía de garita para identificar a los caminantes que trepaban o bajaban rumbo al poblado que vio nacer al maestro, Lelio Olarte el 4 de diciembre de 1882  quien a los 18 años compuso el pasillo “amor secreto”.           

 

Los andariegos que derivan su sustento recogiendo cosechas en varios municipios y departamentos colombianos, son como los marineros o como los policías, tienen un amor en cada puerto, pero Antonio luego de haber dejado unos cuantos jornales con las mujeres de la vida en bares, cantinas y prostíbulos de mala muerte, se robó una hermosa doncella campesina en una vereda de Pijao, Quindío, y la hizo de su propiedad horas después del rapto ocurrido en una vieja chiva de carrocería de madera que hacia la línea a Calarcá.

 

Él, con la experiencia de un cuarentón la poseyó con pasión desmedida, y ella, una pura doncella, entre susto y curiosidad vio como el jornalero que le llevó dos veces chocolatinas y le regaló un par de cortes de popelina que usó para mandar coser unas jardineras y le endulzó el oído con una mejor vida, le quitó con agilidad los pantis de algodón blancos con pepitas verdes y le desojó el corpiño dejándola cual flor a las chagualas, sin sentir una tierna caricia, escuchar una palabra que enamore, un beso que despierte amor y una penetración placentera.

 

Francelina fue el nombre que le dieron los padres a la bella doncella  raptada. Ella siendo niña había escuchado de su progenitora que los hombres actúan sexualmente como ladrones agresivos, Francelina perdió la cuenta de las veces que su padre, luego de llegar borracho del pueblo el día de mercado, trataba con groserías y palabras agresivas a la madre que sola en casa estaba pendiente de los hijos, y luego de pegarle y hacerla llorar, escuchaba en la pieza de tabla de al lado que ella disminuía el llanto mientras el padre pujaba como si estuviese muriéndose.

 

Esa noche en una pensión para jornaleros, Francelina escuchó varias veces que Antonio  pujaba y se moría sobre su delgado y tierno cuerpo, mientras ella sentía ardor en la vagina y sus delicadas piernas estaban húmedas con su propia sangre. Esa primera noche con Antonio le dio la razón a su madre, los hombres sexualmente son ladrones agresivos.

 

En la madrugada partieron para la capital colombiana arribando hacia el medio día a la plaza España, lugar cercano a la estación principal de la red ferroviaria nacional. En las horas de la tarde, Antonio la llevó a caminar por los alrededores de San Victorino, de la plaza de Bolívar y el templo del voto nacional, y en las primeras horas de un lunes de 1950 tomaron el tren de segunda que partió a las tres de la mañana rumbo a Santander, arribando sobre las primeras horas del medio día a la estación La Capilla.

 

Tomaron el camino que se descolgaba hasta la quebrada La Agua Blanca y de allí atravesaron por el camino usado por arrieros de caña hacia el trapiche de los señores Vallés para coger el camino rumbo a Pirasía en cuyo trayecto vivían  los padres de Antonio, quienes se alegraron de volverlo a ver  y mostraron curiosidad por la tierna joven que lo acompañaba a quien presentó como su esposa.

 

Marcos, el padre de Antonio se puso muy contento que el hijo mayor hubiese cogido juicio y le animó a iniciar unos cultivos por aparcería en tierras de Pedro Ariza.  Con empeño y trabajo remplazaron el rancho de hoja de caña por una casa de tres piezas de adobe y techo de eternit cuya cara mira al camino real y desde el patio de atrás se aprecia la estampa del bello poblado de Puente Nacional y su hotel Agua Blanca que en época del tren alojaba a extranjeros que se arriesgaban a conocer los parajes de las abruptas y misteriosas tierras del departamento de Santander que su parte sur penetra con permiso y sin él al pintoresco departamento de Boyacá.

 

Por el camino real que ascendía desde boca puente por el lava patas hasta bajar a las entrañas de la quebrada que dio el nombre a la vereda Jarantivá y desde la guarapería mate caña, lugar donde se daban a guardar las armas de uso exclusivo de los conservadores en la época de la violencia partidista, se veía como un blanco huevo la casa de Antonio y su doncella quindiana.

 

Al cumplir los nueve meses dio a luz Francelina, trayendo al palomar al primer hijo que bautizaron con el nombre de Edipo. Los esposos se dedicaron a la labranza, cuyo oficio alternaba Antonio con el de prensero en el trapiche de los señores Valles ubicado unos doscientos metros camino arriba del palomar donde nacieron otros dos hijos distanciados uno del otro mas de un quinquenio.

 

Cerca al palomar Antonio sembró el agua. Trajo desde la Basílica de Chiquinquirá un potado de agua bendecida por el fraile que ofició la misa de nueve de un 16 de junio de la década del cincuenta. El potado fue sembrado en un descanso de la pendiente en cuyo cucurucho se había levantado el palomar y junto a la siembra, luego de un ritual religioso que aún se conserva en familias campesinas, se sembró una mata de guadua traída de las vegas de la quebrada Jarantivá que se descuelga desde su origen en la vereda Páramo hasta fundirse en amor consentido en las cristalinas aguas de la hermana quebrada Agua Blanca cuyo nacimiento esta al margen izquierdo de la misma vereda Páramo.

 

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Francelina, además de los oficios de una mujer del campo, le correspondía vender las cargas de hoja seca de bijao que aun sirve de empaque del reconocido bocadillo veleño, así como los bultos de naranja y las cajas de guayaba en época de cosecha, y Antonio en el mercado feriaba las cargas de yuca y plátano que se cosechaban, tanto en el predio “salto del burro” como en las cementeras que tenía en otros predios por el sistema de aparcería.

 

Edipo creció libre como la liebre. Fue a la escuela de Brazuelito en donde cursó hasta cuarto primaria para dedicarse a la arriería como ayudante del yuntero arrimando caña al trapiche en donde ocasionalmente el padre trabajaba como prensero.

 

Francelina amaba con mas consentimiento a Edipo por ser el hijo que engendró Antonio en su luna de miel y violada recordación para Francelina. Para él había huevo el domingo, al igual que para Antonio, mientras los demás hermanos se lo imaginaban en el plato. Para él había bocado de carne azada a escondidas en los piquetes con yuca asada entre la ceniza. Para él había colombinas de coco todos los lunes al regreso del mercado. Para él había abrazos y besos en la boca desde que era un bebé, así como arrunchamientos y echada de pierna cuando el viejo Antonio llegaba borracho del mercado.

 

Para Edipo, su madre era su luna, era el sol y el aire que respiraba. Cuando se desarrolló y lo invadió la pubertad y la adolescencia, cada vez que Francelina lo apapachaba en ausencia del viejo Antonio, Edipo notaba que tenia erecciones. Francelina lo notaba cuando lo arrunchaba debajo del cobertor de algodón, y mientras lo hacía, se transportaba a su juventud y tenia la fantasía de lo que siempre soñó que era una luna de miel.

 

Y tuvo su primera luna de miel con su propio hijo. Y Edipo fue por primera vez varón poseyendo a su propia madre y con la abundancia y fuerza como bajaban las aguas de la quebrada Jarantivá en invierno, se ayuntaron cada vez que se topaban solos, asunto del que nunca se percató el viejo Antonio que cogió el vicio del guarapo en la prensería del trapiche de los señores Valles.

 

Lo que ocurrió entre Francelina y Edipo fue igual que las chagualas a la miel en el trapiche en donde sacaban la miel que se vendía en la tierras frías de los municipios del reino de la Virgen de Chiquinquirá protegido por los frailes dominicos.

 

Para ellos, Antonio se convirtió en un estorbo, y luego de tantas lunas sin testigos decidieron sacar del medio al borracho. Escogieron el día, la hora, la forma y el lugar donde dejarlo descansando para siempre. Un lunes era el apropiado, pues se fue al mercado y no regresó; el arma los lazos para amarrar la carga al mercado y la forma como se ahogan los terneros cuando se pone un lazo con nudo corredizo, y la hora, la misma en la que llegaba el viejo los lunes perdido con el guarapo que tomaba las últimas totumadas en la tienda matecaña.

 

Esa noche la luna iluminaba como si fuese cómplice de los amantes. Los hermanos dormían en la cama de varas sobre una estera de bagazo de plátano metidos cada uno entre un costal de yute en lo que llegaba el salvado de trigo.

 

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El lazo hizo el trabajo y los cuatro brazos lo arrastraron sobre un cuero viejo de res que servía para secar los granos de café. Días  antes habían construido un foso para hacer abono en el que echarían la cereza del café. El foso fue la sepultura para Antonio y su tumba la mata de guadua que él mismo había sembrado sobre el pote de agua bendita que había traído en una promesa a la Virgen reina de Colombia.

 

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Pasaron tres quinquenios de esa fatídica noche. El nuevo dueño del “santo del burro” que había adquirido meses después de la desaparición de Antonio por venta de Francelina, quien había regresado a su tierra natal junto con Edipo dejando a los demás hijos al cuidado de una cuñada a quien le entregó la mitad del precio de la venta del predio que había comprado Antonio, observó luego de una noche de intensa lluvia que la mata de guadua se había corrido con el barranco y había aflorado un esqueleto.

 

 

 

La fiscalía dictaminó que la osamenta correspondía al ADN del viejo Antonio que había desaparecido un lunes quince años antes. Francelina y Edipo estuvieron en la cárcel 35 años sin que ninguno supiese de la suerte del otro.

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Finca La Margarita, Puente Nacional, junio 3 de 2016. 

 

 

 

 

miércoles, 6 de abril de 2016

Carta de un enamorado a una Margarita

  

“Erase una vez una flor muy bella que crecía en el campo en primavera. Su nombre era margarita, y vivía en un campo verde enorme rodeada de otras margaritas. Era orgullosa y coqueta, presumiendo por doquier de sus pétalos blancos e inmaculados, más bonitos que los de sus compañeras.

 

 

Las mariposas y abejas que la sobrevolaban se quedaban extasiadas contemplándola, cantando de alegría. Ella se balanceaba, presumida ante tales zumbidos de admiración. Incluso dejaba que los insectos se posaran sobre ella con la condición de que no estropeasen sus hermosos pétalos.

 

 

Así vivía feliz la margarita hasta que, un día, una familia acudió al campo a comer, y los niños, asombrados ante la bella margarita, la cogieron para mostrársela a sus padres. Ella, en su inocencia, estaba orgullosa de haber sido la elegida. Pero, la madre les propuso un juego: deshojar la margarita jugando a alternar un 'te quiero' y 'no te quiero' en cada pétalo que arrancaban.

 

La margarita, horrorizada al ver que le estaban arrebatando sus bellos pétalos comenzó a llorar desconsoladamente hasta que murió de pena. Pero el último pétalo fue un 'te quiero' dicho por la madre a sus hijos, y pudo ver unas dulces sonrisas antes de morir.

 

Desde entonces, este juego de pétalos se ha hecho popular en todo el mundo”.

 

 

 


Las margaritas simbolizan la unidad: un perfecto equilibrio entre sencillez y la belleza. Están relacionadas con la poesía y la literatura y se dice que activa la concentración y el intelecto. Cuando son blancas, son un símbolo de amistad y sentimientos inocentes; si son amarillas en cambio están preguntándote "¿me amas?". ( texto tomado del blog de Margarita Mitzi Elizabeth Jesús)

 

 

 

Margarita, la hija y esposa amada.

 

 

 

Margarita es su nombre de pila y fue bautizada con el nombre de la madre. Nació en el marco de la celebración de  los doscientos años del primer grito de la independencia americana ocurrida en el Socorro, Santander, Colombia,  el 16 de marzo de 1781 conocido como la insurrección comunera contra los impuestos de la corona española a la población indígena y criolla. En el mismo año en el que en el país aparece el grupo MAS (muerte a secuestradores).

 

La madre la parió esa noche en el Hospital de San Gil acompañada de la profesora Guillermina de Becerra y en ausencia del esposo. La abuela paterna de la naciente niña había encomendado a los padres que para que fuese mujer debía engendrarse en menguante, y los padres siguieron el consejo pues los dos varones mayores fueron engendrados en creciente. Y como todo hijo deseado y anhelado, la niña nació con las facciones de la madre y por la misma razón de ser mujer, la bautizaron con el nombre de la flor de la inocencia: Margarita.

 

Margarita, la madre gozó de su maternidad igual que de la crianza de la primera hija mujer a quien formó con la disciplina que formaban las Terciarias Hermanas Capuchinas que regentan La Normal Nacional de señoritas de Puente Nacional, espacio campestre en donde estudio interna gracias a una beca obtenida por rendimiento académico. La formó con los principios morales y cristianos de una familia de origen campesino, la forjó en el amor de una familia de esposos jóvenes que siempre asumieron las responsabilidades como padres, la acrisoló para ganarse cada éxito con el sudor del trabajo honesto, la preparó para asumir los gajes de un hogar siendo muy niña, la acostumbró a coger los toros por los cachos, pues cada faena trae oportunidades de mejorar la siguiente corrida cuyo toro no avisa su presencia; con el ejemplo le enseñó a comprender el dolor y la enfermedad como parte de la mudanza existencial, como hija le enseñó como defenderse a afrontar el machismo de los hermanos mayores pues ella también tuvo la misma condición de ser la primera mujer en el hogar; con el ejemplo le enseñó la importancia del orden en la casa, igual con el ejemplo la indujo a comprender que la vida es como una veleta, unas veces gira a la izquierda, y otras, a la derecha, pero hay que mantenerse en el mismo eje para seguir girando al son de la vida en la cual se recibe el bien o el mal de las conductas usuales para afectar a los demás.

 

La madre, sin que ella lo supiera, la preparó para su partida definitiva, la cual esperaba se cumpliese cuando la hija menor de la familia alcanzase las quince primaveras. Le confió los secretos de los negocios y la regla general para salir de la pobreza: el trabajo y el ahorro; le mostró con el ejemplo a no doblegarse ante las dificultades, le enseñó a cuidar y a proteger a los hermanos, y en especial, a velar por el padre en todos sus aspectos, por esa razón fue por muchos años la compañera de viaje los sábados al predio rural que lleva el mismo nombre de las dos. (https://www.airbnb.com.co/rooms/7946938?s=_9i8l2s3)

 

 

Cuando la madre estaba en tratamiento medico, ella asumía las riendas del hogar y del negocio de vender muebles. Cuando la madre falleció luego de nueve años de afrontar con paciencia y esperanza la enfermedad del siglo XX, debió viajar cada quince días desde Bucaramanga a San Gil a planear, ordenar y controlar los asuntos del hogar, asumiendo desde ese entonces, los afectos maternales con los hermanos, en especial con la hermana menor a quien le celebró los quince años un mes después de la muerte de la madre en las condiciones y detalles que las dos habían planeado previamente.

 

 

Margarita se hizo ingeniera industrial de la UIS y desde la practica se vinculó al sector salud en el que trabaja actualmente en la parte administrativa. Tuvo la oportunidad de especializarse en el exterior al igual que sus hermanos, pero por amor a la tierra y a la familia, prefirió especializarse en finanzas en la capital colombiana.

 

UN RECUERDO

Los padres se enamoraron después de muchas vistas pero lo hicieron desde niños cuando él cursaba el quinto primaria y ella, el tercero, y se casaron a escondidas al año siguiente de lograr el titulo de bachiller; pero Margarita, la hija, y Jaime Gutierrez se enamoraron a primera vista  en el aula de clase mientras cursaban la especialización en la universidad Externado de Colombia, y el noviazgo duró en meses menos de la suma de los dedos de las manos casándose por lo civil en el hogar de los padres de la novia el día de sus cumpleaños del año 2011.

 

 

MATRIMONIO EDNA 2011

 

El 12 de marzo de 2016 junto con el padre y hermanos  y unos amigos, le celebraron el cumpleaños, ocasión para que Jaime Gutierrez, el esposo le dedicase el siguiente texto que motivó el titulo de la presente historia.

 

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“Hoy te encuentro en mi vida amada Margarita, entre luces, entre llantos de alegría, entre recuerdos de nuestros amores, entre esperanzas de vida.


Hoy te encuentro en mi camino y veo como las huellas de tus pasos me han enseñado el verdadero arte y significado de lo que es la compañía.


Tu hermosa sonrisa está en mí desde aquella tarde  melancólica para mí,  llenaste mi vida de amor y alegría; una nueva ilusión me entregabas, un corazón que sin ser mío me transportaba tan lejos que me perdía en la primavera de tus labios sin pasar por el invierno, sin conocer desdicha alguna.

 

Hoy cuando vuelvo la morada a nuestros caminos entrelazados contemplo la distancia que hemos recorrido, mi corazón se inunda de amor infinito, colapsa, e inerme ante ti descansa en las tiernas caricias que me das; mi pensamiento se pierde y el hada de tus sueños te cuida mientras en el bosque de tu imaginario y el mío, recolecto tus flores, llevo rosas, llevo tulipanes, llevo jazmines y algunas orquídeas, y al regresar a tu lecho donde dormitas, te tomo en los brazos y susurro tu nombre y como amor apache te sostengo y un tierno beso me regalas al balbucear  mi nombre.

 

Hoy estas en mi vida mas viva que nunca. Un hermoso hijo me has dado, y con él, la bendición de conocerte y conocerme en una historia diferente, una nueva aventura en nuestras vidas, un hijo, que con sus ternuras nos enseña lo básico y su amor nos llena como el viento que impulsa las velas del barco de nuestras vidas.

 

Ahora somos los pintores de una nueva vida, algunas veces nos dejamos llevar por el realismo siendo muy estrictos con los trazos, otras veces somos impresionistas y lo llevamos a un extremo diferente...al final eres tu la pintora perfecta porque tu mano delicada y suave, tu olor a madre es lo que siempre espera nuestro hijo...eres la perfección sobre la obra perfecta que Dios nos regaló.

 

Eres tan dulce, tan hermosa, eres lo que un día soñé. Eres de tierra y de fuego, eres agua  de manantial que llena mi alma, eres  escultora de vida, eres la perfecta aurora, eres la puesta de sol que me llama cuando estoy cansado y sobre tu regazo duermo, eres el tierno rocío de mi memoria.

Hoy quiero confesar a los cuatro vientos que te amo, no una vez, no dos, quiero decirlo mil veces y un millón mas.  Hoy quiero compartir mi corazón contigo, hoy imploro a Dios que te de vida, mucha vida, y que al pasar el tiempo, cuando las hojas de nuestra piel estén secas por el trasegar de la vida, estemos juntos, viviendo felices en la tranquilidad que siempre has soñado, viendo sonreír a los nietos, recordando nuestros viajes, recordando nuestra juventud, elaborando vida para seguir viviendo, y ahí en ese momento que estemos cansados y que debamos volver con Dios que nuestras manos estén juntas y el suspiro tierno de nuestras vidas se esfume al mismo tiempo, felizmente y con la ilusión de encontrarnos en el infinito donde la tierna luz de tu esencia se mantenga unida con la mía en el amor de Dios para siempre”.

Hoy, cuando los jóvenes se juntan con la misma facilidad para separarse, hoy cuando los padres son cada vez más adolecentes, hoy cuando son más los niños que son entregados a los abuelos por ausencia de alguno de los padres, hoy cuando la paternidad es cada vez menos responsable y son mayor el numero de madres solteras y numerosos niños crecen sin amor filial, el amor de Jaime y Margarita es un referente y una confirmación que en esta sociedad revuelta y sin horizontes, hay parejas que viven y avivan el amor como fuente de salud mental y oportunidad para trascender del mundo terrenal.

 

Un ejemplo para confirmar que en la vida de pareja hay que crear espacios amorosos para decirse con dulces palabras: te amo, tú me amas? Me quieres? No me quieres? y con la flor de la inocencia jueguen a preguntarse para avivar las llamas del amor.  

 

  EDNA MARGARITA CON DOS AÑOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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El parasitismo del plagio intelectual

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