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sábado, 19 de septiembre de 2015

María Cristina, la niña con padres diferentes




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María Cristina vivía con la abuela que no era la abuela y tuvo tres padres, pero solo uno fue el biológico. Junto con Milton, el hermano menor de sangre,  habían sido confiados a Ernestina Gómez, la esclava que habían dejado en libertad los amos Bohórquez por servicios cumplidos por mas de treinta años.

Ernestina murió  señorita
En este registro fotográfico encontrado en el album familiar de Agustin Torres(q.e.p.d.) aparece la señorita Ernestina Gómez con los niños Milton y María cristina Martinez, en la capital de la Republica de un año cualquiera de la decada del sesenta del siglo pasado cuando regresaron a la capital en unas fiestas navideñas.




Bernarda Rojas, la madre de María Cristina había sido criada por la señorita Ernestina por encargo de la progenitora, quien había abandonado la vereda tras un hombre que la escondió en el tiempo. Había Bernarda nacido el 20 de diciembre de 1928, año en que ocurre la masacre de las bananeras por El Estado Colombiano, contada por el mismo Gabriel García Márquez; fecha en que muere en Nueva York el novelista colombiano José Eustasio Rivera, autor de la novela La Vorágine, y en el día que se inauguran los primeros juegos olímpicos nacionales en Cali. Bernarda murió el 19 de diciembre de 2002 año en el que el euro empieza a circular como la moneda del mercado común europeo.

Ernestina Gómez vivía en un terrón de tierra de una hectárea de extensión en la que  cultivaba legumbres y granos, pero en su humilde cocina  había alimentos procesados industrialmente que los caminantes traían como contraprestación al  calor humano y hospedaje gratis que brindaba a los peregrinos y mercaderes que se cruzaban en el camino real que se trepaba como bejuco desde el templo de la Virgen de las Mercedes en Vélez, Santander, hasta la ermita de la Virgen de la Calendaría y el convento del santo Exehomo en Boyacá.






Bernarda mostró su salvaje belleza  desde niña, y por la condición de señorita, Ernestina decidió no exponer a su hija adoptada a las pasiones de los mozos que abundaban en ese entonces en las viviendas circundantes. Pidió consejo a  Agustín, un vecino familiar a quien le había brindado apoyo recién regresó casado a la vereda Alto Jarantivá del municipio de Puente Nacional, Santander.

Acordaron viajar hasta Leiva, a tres tabacos de camino, a hablar con los antiguos amos de Ernestina, a pedir consejo, quienes recomendaron a Bernarda para un trabajo en el servicio domestico con uno de los hijos  de los amos que trabajaba para el distrito capital de Bogotá.
 LA ESPERANZA
La pintoresca casa de Agustin Torres, el amigo de Ernestina Gomez y Barnarda Rojas. ( Registro fotográfico de una holandesa en 2006)


Bernarda abandonó la casa de barro de la madre adoptiva viajando en tren encomendada al mercader que cada ocho días iba a la capital a vender en la plaza de Paloquemado, las frutas, los huevos, las gallinas, los quesos, las almojábanas, las colaciones que abundaban en los hogares de esas tierras en el que los champos proliferan gracias a los murciélagos y los picadillos que dispersaban las semillas con los estiércoles.

Ernestina tenía  noticias de Bernarda, quien ocasionalmente le escribía alguna carta que acompañaba con un sencillo presente  de pastas, arroz y chocolate.

En el pedazo de papel de cuaderno, unas veces con rayas horizontales y otras cuadriculadas, Bernarda le contaba a la dulce Ernestina que ya había aprendido a hacer el aseo de la extensa casa del hijo de los amos, que la señora encargada de preparar los alimentos le estaba enseñando con alegría, que la señora encargada de ver y cuidar los tendidos y vestuarios, también le enseñaba con empeño, que los domingos la dejaban salir con las demás mujeres de la servidumbre, y ellas, les enseñaban la ciudad paseándola por ella. En otra carta con mas hojas, Bernarda contó que había retornado a la escuela a terminar la primaria como un gesto de reconocimiento del señor hijo de los amos de Leiva.
Ernestina que nunca fue a la escuela, guardaba con amor cada carta en su delantal de fabricato color negro con pepas blancas, y el domingo acudía a donde Agustín, el reservista que había abandonado la policia para cuidar de María Jesús, la madre, y a empezar una vida matrimonial con la boyacense, Custodia Quintero. Agustín vivía en una incipiente casucha de adobe que construía con la esposa trecientos metros abajo de la casa de barro de Ernestina; María de Jesús Torres, la madre de Agustín, vivía unos cien metros mas arriba.

Bernarda  perdió la flor con el colibrí

Después de cinco años, Bernarda, ya señorita, regresó a la vereda, pero no lo hizo en tren. Retornó en autoferro, un servicio ferroviario especial en el que viajaban los ejecutivos y ricos de ese entonces.
La caja de cartón  en la cual Bernarda había llevado su pocos trapos, había sido remplazada por una maleta de cuero fino con tres correas que al ajustarlas, el motete se recogía como una acordeón o se habría al gusto como las piernas de una amante enamorada.

La maleta venía con vestidos de paño, sacos del mismo material, blusas de lino en colores oscuros, zapatos negros cerrados con cordón, medias veladas, un par de toallas, ropa interior blanca, un frasco de Alhucema como perfume y un pan de jabón para remplazar el jabón de tierra que hasta entonces era  el que se usaba en los campos colombianos para el aseo personal.


El jabon de tierra

A la estación de Providencia, el autoferro arribó sobre las seis de la mañana de un sábado  de 1946 época en que la decadencia del gobierno liberal, y con él, las libertades democráticas empezaban en la Nación; Bernarda se bajó oronda y bella con su maleta de cuero en la mano derecha. Miró a los lados encontrándose con ojos sorprendidos de las mujeres que siempre a esa hora ofrecían en cafeteras, cafe con leche o tinto, quienes le saludaron cual desconocida que supuestamente llegaba a una de las pensiones que había en la estación a donde llegaban los eneros a veranear familias provenientes de las tierras frías del reino en el que La Virgen de Chiquinquirá era la reina.
Bernarda, ya en la estación y siguiendo los buenos modales que había aprendido en el trabajo, saludó a Don Antonio Sáenz, el jefe de estación que recién había llegado al casco urbano de Providencia fundado por liberales que habían sido desplazados por los conservadores en la guerra de los mil días. Antonio era descendiente de una familia  conservadora cuyo padre ofrendó la vida en la cruenta batalla entre radicales y conservadores del alto de  mazamorral  ocurrida el 11 de febrero de 1902 en el triangulo en donde convergen los municipios boyacenses de Santa Sofía y Muniquirá  y Puente Nacional, Santander, loma que desde la casa de Ernestina, se veía como la dominante de la hondonada por las que se desprenden en segundos las lloviznas que se originan precisamente en ese alto que desde Puente Nacional se le conoce como loma de la Vieja para olvidar los centenares de muertos que allí ocurrieron cuando los machetes, los palos y los grass se vestíeron, unos de azul y otros de rojo para sembrar el odio y la violencia entre hermanos del mismo terruño.
Mientras atravesaba el corregimiento por la unica calle que se bifurca en tres caminos, Bernarda caminó con altivez y con pasos cortos llegando hasta la casa de Candelaria Gómez, la familiar de Ernestina; allí le ofrecieron un frugal desayuno. Se quitó los zapatos de medio tacón y se puso unas alpargatas nuevas que había comprado en la tienda del frente donde el padrino Jesús Becerra, quien se alegró de verle dándole para el camino varias colombinas de coco, que en ese entonces, se hacían en varias veredas donde se fabricaban  bocadillos usando la guayaba que abundaba silvestre en potreros y montes.

El diablo en el corcel

Tomó el camino, en un marzo pasado por agua, y recordando su niñez en el campo, cuando se iba por los potreros de las fincas vecinas a recoger chamisa, se echó la maleta de cuero al hombro y empezó a ascender con dificultad por el lodo y por el peso de la carga. Ya iba en cascajo negro, una parte del camino en el que la tierra tiene el color del diablo, y de ella, emana el agua, cual sudor por una cuesta. Estaba sorteando un enterradero de bestias arañando cual cabra el barranco para no caer en el lodo mientras escuchaba tras de sí un jinete que apuraba su corcel con fuete y espuela como si fuese retardado al encuentro con las nubes. Ella, pudorosa y sin miedo, descargó con elegancia la maleta y se dispuso a dejar pasar el caballo negro cabalgado por un señor de tez blanca, bigote poblado, sombrero de jipa blanco y ruana  de lana parda, quien lucía unos zamarros, de igual color que el barro que pisaba, quien miraba con dominio y prepotencia bajo unas gafas negras como las noches sin estrellas.

Bernarda ya tenía el donaire de una citadina, y el miedo ni la timidez, ya no se miraban en sus ojos también negros como los del caballo y se puso a la expectativa de lo que pudiera ocurrir. El jinete ajustó la arrienda y con disimulo fue frenando al corcel frente a la hermosa chica que sorteaba con saltos el fangoso oscuro cascajo que se escurría del barranco en donde estaba anidada la  vivienda de Silvino Becerra.

-Buenos días señorita. – dijo el jinete, mirando con admiración a la dama.
-Buenos días segundo, respondió Bernarda.
Sorprendido quedó el chalan con el saludo, que se vio obligado a hacer memoria  y en un abrir y cerrar de ojos, preguntó:
-Eres…eres Bernarda… Bernarda Rojas? Interpeló.
Y ella, sin dudarlo, afirmó –soy la mismita Segundo. - La misma que vengo de vacaciones a visitar y a estar con mi mamá Ernestina.

Segundo era hijo de  doña Margarita Pacheco, la dueña de la hacienda que estaba precisamente al frente de la casa de Ernestina en donde estaba el ojo de agua. Era el hijo menor de una tanda de nueve críos que le quedaron a la doña de la honda , pues el esposo se fue muy joven al mundo de los muertos. Segundo tenia unos años mas que Bernarda a quien intentaba encontrarse, siendo niño, en el ojo de agua a donde ella  mañana y tarde iba con el chorote a traer el agua siendo también niña; si no la encontraba en el yacimiento de agua, la buscaba desde las lomas que rodeaban la casa de barro de Ernestina pues estaba circundada por  propiedades de doña Margarita, la doña de la honda.

Entre obnubilado y curioso, Segundo, en vez de bajarse del caballo y cederlo a la recién llegada, le saludó con aprecio cogiendo la maleta desde el caballo para hacer menos dura la subida de la dama hasta frente a la casa de Silvino Becerra que estaba como una vigilante en la cresta del cascajo negro.


Bernarda apresuró el paso mientras el caballo continuó su camino con fino paso de todo ejemplar de raza colombiana en una pista de exhibición  mientras el jinete hacia preguntas diversas de la experiencia de la chica en la ciudad, a las que ella respondía, unas veces con  verdad y otras inventando para demostrar su dominio de la ciudad y sus diferencias con las demás jovenes de la vereda.


Sin darse cuenta el tiempo pasó como un suspiro encontrándose los tres frente a donde la señorita Ernestina, y Bernarda evitando que ella la viera, se  bajó con hidalguía del corcel llevando la maleta a la dueña hasta el lindero de piedra que separaba la casa de barro del camino real.
Se miraron para despedirse, ella con un adiós, y él, con un hasta luego.

Ernestina no se percató de la llegada de Bernarda, estaba en la cocina terminándose de tomar la jícara de chocolate con leche con envuelto de maíz y se disponía a irse al tendal a lavar el chorote de barro y la taza del mismo material cuando fue gratamente sorprendida con los abrazos y besos de quien acaba de llegar de la capital colombiana.
-Madre la amo, la extraño y tenía muchos deseos de regresar a casa para que me consienta con sus amores y sus comidas preparadas con leña, dijo emocionada Bernarda.
La anciana la abrazó filialmente y con llanto en las mejillas la cubrió de besos, mientras le daba la bienvenida y bajaba de la lacena la loza de pedernal que le tenía reservada mientras regresaba a la cocina a prepararle desayuno. Bernarda acariciándole el pelo de plata la puso al tanto que ya había desayunado donde la prima Candelaria, que había llegado en el autoferro y que el joven Segundo, el vecino, le había ayudado con la maleta.
Mientras le contaba sobre el trabajo donde la familia Bohórquez y de los parques y cines de la ciudad, Bernarda fue abriendo la maleta de donde sacó envuelto en papel regalo un fino pañolón negro de paño vicuña con tejidos en seda del mismo color, una blusa blanca con pintas negras de delicado dacrón, un sombrero aguadeño de jipa, pinta muy usada por las damas elegantes de la época para ir a misa los domingos y un par de alpargatas elaborados   con algodón y suela de fique por manos artesanas de Sutatenza, Boyacá.

La vieja Ernestina  que había nacido en 1879 no cesaba de llorar de la emoción, no tanto por el presente, sino por el regreso de la hija que nunca tuvo, pues se conservaba señorita  y así fue reconocida en la comarca hasta su muerte ocurrida el 5 de septiembre de 1964, el mismo día que  se celebraba la fiesta patronal al Niño Dios,  deceso ocurrido en  casa de Bernarda en el barrio 20 de julio precisamente donde la comunidad salesiana originaria de Italia estableció un centro de  adoración al Niño Dios.


Segundo continuó trepando la cuesta hasta el morro para desviarse luego hacía casa blanca en donde los González Pacheco tenían una tierra por herencia y en la que pastaban novillos de engorde. Por la distancia al pueblo donde ya vivía Segundo empezando como comerciante, debió hacer amigos finqueros cercanos en donde pudiese guardar las sales y medicamentos para el ganado, así como para que le vendiesen almuerzo. El joven ganadero estableció sinergia con la familia Merchán en la que habían  varias morenas volantonas que se alegraban en verle y se esmeraban en atenderle, en especial Rosalbina, a quien Segundo venía galanteando tiempo atras.
Por el color de la piel, por la estatura, por la decencia que mostraban, por las extensiones de tierra bajo el dominio familiar, los Gonzales Pacheco eran vistos como un buen partido para cualquier moza que creciese en ese entonces en alguna finca de la comarca puentana.

Un amor para dos

Por sus comodidades y por estar sobre la ruta que cada semana hacía para visitar a la madre, Margarita, reconocida como la doña  de la honda (http://naurotorres.blogspot.com.co/2014/12/homenaje-las-mujeres-cabeza-de-familia.html)  a colaborarle en la administración de los ganados y ver sus propios animales, Segundo se las ingeniaba para hablar con Bernarda y para sentirse atendido por Rosalbina.

En esas vacaciones de Bernarda, Segundo la vio por ultima vez en el ojo de agua y al siguiente día le acompañó a tomar el tren para Bogotá, viajando con ella hasta la estación de El Roble, donde se despidieron, bajándose él para tomar el camino hacia la finca que por herencia tenía en San Francisco, llegando al medio día a hacer la rutina de cada ocho días, y de regreso al pueblo, visitar a la familia Merchán como achaque para hablar con Rosalbina a quien siguió visitando  en ese año, mientras mantenía una fluida correspondencia con Bernarda.

Bernarda Rojas regresó en tren al siguiente marzo a vacaciones. Lo hizo un martes día en que había mercado en Saboyá y al que usualmente iba Segundo a vender cerdos. Ese martes desayunaron en ese poblado con caldo de carne con papa, chocolate y mogollas de trigo y al  vaho de la caliente bebida acompañada con queso, Segundo le confesó sus amores a Bernarda, quien lo escucho en silencio y a  la vez con una profunda alegría interna que no exteriorizaba para evitar lo que le había pasado a su progenitora.
Le respondió con un apretón de manos que ella hizo sobre la extremidad de Segundo que tenía la mano izquierda sobre la banca de madera que hacía ángulo con la mesa del toldo donde estaban desayunando.

Pasearon por los jardines del parque y entraron al templo a orar con el respeto que todo campesino tiene con los asuntos del Creador. Transitaron varias veces la calle real y luego acudieron a la estación a esperar el tren que desde Bogotá, cual serpentina se desprendía al paso de un cien patas hasta Barbosa en Santander.
Segundo mostrando cortesía, compro tiquetes de primera, algo no usual en él que siempre viajaba en vagones de tercera. Sentados uno al lado del otro en medio del vagón, Bernarda se extasiaba con el paisaje que se adentraba por las ventanas, mientras el galán se rebuscaba tema para hablar con la citadina que le consumía toda la atención.
En la estación de Garavito probaron las papas saladas con jeta, en la estación de los Límites, cuajada con bocadillo, en la estación de El Roble degustaron la mantecada con cafe con leche y cuando llegaron al destino en Providencia, Segundo invitó a Bernarda a almorzar donde Hermencia Velandia quien tenía una casa techada con Eternit y paredes verdes en donde funcionaba un restaurante y una pensión. Degustaron una mazamorra con habas con un seco compuesto de yuca sata, pollo, arroz y poca ensalada acompañada con un masato de arroz.

Tomaron el pendiente camino atravesando juntos por primera y ultima vez la unica calle de la estación del tren trepando lentamente cuesta hasta la tienda de Custodia de Torres en donde refrescaron las gargantas, él con una babaria y ella con una gaseosa colombiana. Ya estaban a cien metros de la casa de barro en la que Bernarda estuvo sus últimas vacaciones.
Vacaciones usadas por los novios para verse en el ojo de agua, en la loma del Gavilán, en el poso de la Nutria y hasta en la quebrada la honda.  Esa cercanía de mentes, espíritus y cuerpos facilitó una cita entre paredes de arboles y techos infinitos en el bosque cercano en donde, tanto María de Jesús como Ernestina  escondían las ollas con guarapo en proceso de curación para hacer el chirrinche, bebida alcohólica favorita entre propios y peregrinos, ya en fiestas, como en encuentros amistosos en las tiendas que adornaban el viejo camino que unía al reino con las tierras de las vegas del rio Sarabita en Santander en donde se cosechaba la caña de azúcar, el plátano y la yuca que se intercambiaba por la papa, las ibias, la cebada, el trigo y las verduras que bajaban los reinosos entres las ollas de barro que dormían placidas en los lomos de las recuas de burros que cada domingo, hacia al atardecer, se desgranaban con sus dueños loma a bajo desde Sutamerchan y Santa Sofía al mercado los lunes en la tierra de Lelio Olarte en donde la guanina y el torbellino se escucha entre guayabos y frutales, entre guarapos y jolgorios en tiendas y toldos.
Bernarda dijo a Ernestina que se iba a despedir de mamá Beroca, la partera de la región, la madre de las Gómez, mas no de Ernestina quien era prima, pues al otro día regresaría a la capital, que aprovechaba para hacer lo mismo con María de Jesús y Rafaela, la esposa de Tobías el tejedor ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2014/12/tobias-fue-un-campesino-santandereano.html ) , hermano mayor de Segundo. Hizo las visitas a carreritas mientras Segundo la esperaba entre los helechales en la loma de las torcazas desde donde el monte y las casas vecinas se veían como cajas  de cargar miel en las mulas.
Se desprendió por los potreros y huertas  y acudió al punto concertado. Allí se miraron contemplando sus rostros, jugaron con sus cuerpos abrazando los siete cueros que estaban florecidos, se dijeron cuando se amaban, y ambos, sin percatarse, se fueron quitando las prendas que cubrían sus angelicales cuerpos, y sin saberse, sin conocerse, con las mentes controladas por las pasiones eróticas se fundieron en un solo cuerpo, ella disponiendo  el gineceo bien hasta hora protegido, y él, cual colibrí deposito en la flor el néctar de la vida.

En el tren sin regreso.
De madrugada, ese lunes,  Bernarda tomó el tren de pasajeros en la estación de Providencia acompañada por el primer novio de juventud; viajaban con tiquetes de segunda en vagones de madera con sillas del mismo material.
Iban uno cerca al otro, sentados y cogidos de la mano, cuyos dedos y sudor, eran expresiones del amor y  pasión que los dominaba.
El trayecto entre Providencia y la curva  conocida como los Andes que desde la loma del gavilán en predios de Darío González, se apreciaba el tren como si fuese trepando entre las nubes hasta el cielo, ocurrió sin que los enamorados tuviesen conciencia del tiempo transcurrido. En esa pendiente curva de los Andes el tren asciende con lentitud, ocasión que viajeros sin tiquete tomaban o se bajaban del tren furtivamente; eso hizo Segundo, que miró como la locomotora No. 30 de origen germano penetraba con su humo y con su vagones llenos de gente los robledales que poblaban las montañas que escondían la estación de el Roble, llevándose a la mujer que lo hizo sentirse varonil por primera vez.

Él se desprendió por la ladera hasta la quebrada El Toro para llegar a tierras de Aniceto Ramírez y atravesar la propiedad de Bernardo Becerra embellecida con huertas de diversos pajoleros que cosechaban cada año las legumbres para el sustento diario, descolgándose luego por tierras de Ruben Beltrán para tomar el camino real que lo acercaba a la casa de Margarita Pacheco, en donde, luego de recibir el desayuno y de dar cualquier excusa por la demora y estadía, se fue al champal en chaques de ver los terneros de ordeño y se acostó a dormir en la cueva que hacia la piedra, en donde siempre con Darío, su hermano, se escondían cuando la madre les cantaleteaba por evadir el trabajo en la fincas.




En Colombia  en 1947 iniciaba el declive de  la radicalización popular con paros en ciudades liderados por Jorge Eliecer Gaitán, y el presidente conservador, Mariano Ospina Hernández, continuaba  su gobierno con el apoyo del partido liberal empeñado en fortalecer la CTC como expresión y representación de la clase trabajadora de las ciudades, pero a la vez, surgieron los pájaros o bandidos que a nombre del partido de gobierno empezaron a eliminar a los defensores de las ideas libertarias de los liberales defendidas por el abogado y orador que había perdido las elecciones recientes por la división presentada dentro del mismo partido liberal, del cual, una fracción había apoyado la unión nacional representada en Ospina Hernández.

Y nacieron en el contexto del bogotazo

Bernarda en el trabajo empezó a notar cansancio y sueño y cambios en su fisionomía, a los tres meses se sintió embarazada, pero no se lo hizo saber a Segundo, mas si, a su patrona, quien dudó sobre el verdadero padre de quien crecía en la barriga de Bernarda. Contó al esposo lo que estaba viendo en Bernarda, persona que le guardaba aprecio  por los lazos existentes con Ernestina, la esclava que había visto por él desde el nacimiento.

La pareja buscó una salida al embarazoso caso, y al señor que ocupaba un puesto de gobierno en la alcaldía de Bogotá se le ocurrió conseguirle un trabajo en el Distrito a Bernarda, quien en estado de gravidez empezó a laborar precisamente en el año que fue creado el seguro social colombiano como aseadora y guardiana de la Inspección de policía en el barrio del 20 de julio en donde vivió y trabajo hasta pensionarse.
El bogotazo ocurrió el 9 de abril de 1948, fecha en que es asesinado Jorge Elicer Gaitán cuya muerte trajo al país una época oscura por la violencia que se prolongo hasta principios de la década del setenta. En la capital empezaron los incendios, las peleas y los enfrentamientos entre liberales y conservadores, y salir como entrar a la ciudad se tornó inseguro y difícil.
Mientras tanto, Bernarda enfrentó su embarazo, sola, pues aunque Segundo se comunicaba por cartas usando el mercader que iba cada ocho días a la plaza de paloquemado, éste había dejado de hacerlo por la confrontación que crecía y se expandía en los campos de Colombia. Segundo vivía los efectos de la confrontación política. Por ser de origen conservador, no pudo regresar a Puente Nacional casco urbano totalmente liberal. Tampoco volvió a Saboyá y Moniquirá para evitar ser reclutado para la policia como órgano militar del partido conservador. Se dedicó entonces a ayudar en las fincas de la madre y a ver por sus animales en San Francisco, nombre de la finca que por herencia había recibido en la vereda Montes.
El padre de Rosalbina era mas godo que  la bandera  del equipo de futbol colombiano, Millonarios, y facilitó las frecuentes visitas de Segundo a la hija, quien cayó bajo la pasión del ganadero González quedando embarazada, sin desearlo, asunto de honor que arregló con buenas palabras el padre afrentado, organizándose un matrimonio en pocos meses que se celebró en la parroquia de Santa Sofía en donde los conservadores empezaron a cumplir las obligaciones religiosas ante el impedimento, por asuntos partidistas,  para ir al casco del municipio que los vio nacer. De esa unión llegó una preciosa hija que bautizaron con el nombre de Elba.


Bernarda, por orgullo y con rabia mientras estuvo embarazada no contó a Segundo que iba a ser padre y el 25 de abril de 1948 dio a luz una niña a quien días después bautizó con el nombre Mery pasando la dieta sola como había sido su niñez en la casa de barro de Ernestina Gómez.
Los hechos violentos que estaban ocurriendo en la Nación, los meses que se iban sin noticias de ambos lados distanciaron a Segundo con Bernarda. El primero empezó en San Francisco su vida matrimonial y Bernarda empezó su primera experiencia como madre cabeza de familia comprendiendo sin explicaciones las causas  por las cuales su progenitora la había confiado a la señorita Ernestina.

Mery, la primogenita.

Bernarda volvió a Providencia cuando Mery tenía tres años. Regresó a visitar a la madre adoptiva y entregar a su cuidado a su primera hija, como si la historia debiera repetirse.


 
Merý Rojas es agraciada desde joven. El la foto camina por una calle de Bogotá con Agustin Torres, el vecino de la casa de barro de Ernestina Gómez, persona que se convirtió en la familia mas cercana de la familia que fue conformando Bernarda Rojas. (Foto tomada del albun familiar de Custodia Quintero).


Esta niña de tez blanca y ojos negros se acomodó feliz en el campo, pues era libre para jugar, para correr, para bañarse y para interactuar con los animales. Estuvo con Ernestina mas de tres años, y en esa estadía, creció en ella un miedo por el diablo que cada cada martes en las tempranas mañanas aparecía en el cimiento que rodeaba  la casa de barro montando un brioso corcel negro vestido de igual color desde los estribos hasta la coronilla, quien llegaba a preguntar por la señorita Ernestina, quien al oír la  conocida voz del vecino, sacaba a hurtadillas a la pequeña niña para que se escabullera por el vallado que estaba haciendo la Lorenza, un manantial de agua que nacía pasos arriba de la casa de María de Jesús de donde tomaban el agua esta sexagenaria, Doña Beroca y los hijos de Tobías González, hasta llegar a la incipiente vivienda que construía Agustín Torres, quien se refería a Ernestina como la tía.

 Transcurrió medio siglo para que Mery y María Cristina retornaaran al lugar donde estubieron de niñas. En la fotografía de isquierda a derecha: Merý Rojas , doña Custodia Quintero, María Cristina Martinez y Miguel Agustión Torres; posan en la tienda la esperanza ubicada a la vera del camino que une a Puente Nacional con Sutamerchan. (foto del album de Maria Cristina Martinez)


Mery llegaba asustada y llorando quien era consolada por Custodia, la esposa de Agustín, quien le ofrecía desayuno, la mandaba con José, el primogénito, a echar los terneros o cortar barrendero para asear el patio, regresando a donde Ernestina al atardecer. Tanto Agustín y Custodia como Ernestina nunca le informarán a Mery el verdadero nombre del diablo del corcel negro, como si existiese un pacto entre ellos para que la niña no se enterara  quien importamcia tenía quien la buscaba, cada martes al amanecer; era el padre que siempre quiso conocer, hecho que ocurrió en la escuela cuando en una pelea por guayabas, Isabelina González, hija de Tibias González le gritó que era una bastarda, termino que Mery ignoraba el significado, el cual, preguntó a Guillermo Beltrán, quien la tranquilizó diciéndole que así le decían a los niños, como a los dos, que tienen un padre que nunca los reconoció como hijos, negandoles el apellido.


 
Esta fotografía registra a los asistentes a la boda de Mary Rojas con Jorge Enrique Gonzalez Gamba. (Fotografía tomada de internet).


Mery, al cumplir los seis años, la regresaron a la capital a terminar la primaria al lado de Bernarda, quien en su soledad pero con la belleza de una flor de la campiña le abundaban admiradores mientras servía el tinto en las oficinas de la Inspección de policía del barrio 20 de Julio de la capital colombiana, en donde además, se desempeñaba como aseadora y celadora, y a la que llegaban por montones las denuncias de los robos, homicidios y saqueos que invadieron la ciudad en el bogotazo.

Con las hojas de los calendarios llevados por la brisa de las montañas de la vida, Mery Rojas y su hermana Maria Cristina, acordaron un viaje por la ciudad emblematica colombiana, cartagena a mediados de la primera década del siglo XXI, viaje en el que recordaron escenas de la vida infantil. Y como la vida es como un zapato, ellas posaron en el monumento “ a los zapatos viejos” que esta cerca a las murallas  de San felipe.


Mery tenía el apellido de la madre a quien le debía total obedeciencia, razon por la cual, fue regresada al hogar de Bernarda a cuidar a sus hermanos que no conocía. En el campo se le recuerda como la candelilla, por culpa del jinete del corcel negro, que al buscarla, ella desapaería en la madrugada y regresaba a la casa de barro al atardecer.

María Cristina se llama la hermana y Miltón, el primer varón hermano. Fueron bautizados con nombres ilustres; a ella, como seguidora del Mesías, y a él, para recordar al poeta ingles. Los hermanos de Mery, son  hijos de  Pascual Martinez Vasquez, de cuyos recuerdos, aun persisten los malos tratos fisicos y verbales, asi como la total ausencia de la manutención, razones suficientes para borrar el nombre de sus memorias y esconderlo de sus averiguaciones sobre la suerte que lo corrió del hogar de Bernarda para nunca mas regresar.

Peró, asi como se esfumó Segundo Gonzalez, tambien lo hizo Pascual Martinez Vasquez, quien no era gitano ni tampoco alquimista, mucho menos el personaje de José Vascocelos en su novela, La familia de “Pascual Duarte”.

Bernarda distribuía el tiempo entre el trabajo y los tres hijos, asunto que se le complicó porque los niños son inquietos y lloran, tanto de día como de noche, resolviendo un sabado de septiembre de 1960 tomar el tren de la sabana y regresar a Providencia a donde Ernestina Gómez.  Llegó con tres cargas: una pesada caja con mercado para dos meses y los dos chinos Martínez, que en vez de llorar porque la madre se regresaba dejandolos al cuidado de la “mamá Ernestina”; jugaban a sus anchas todo el día y dormían toda la noche; pero ese domingo amanecieron en la cama de quien sería la segunda madre, quien los cuidó hasta que terminaron la  primaria en la escuela de Providencia.

En el barrio 20 de julio, Mery cursó el bachillerato y antes de graduarse tenía un trabajo como secreteraia en una chatarrería, que a la postre terminó de su propiedad, lugar donde conocío su único y primer amor, quien fue presentado por José, el chico con el que jugaba en los potreros de la abuela, aun, no reconocida.

José, un lunes en la tarde de un abril de 1973 le presentó a un vendedor de enciclopedias, quien había dejado un cargo publico en la alcaldía de Puente Nacional para encontrar otros rumbos en la capital colombiana. El vendedor de enciclopedías cumplia un mes en el trabajo, sin hacer la primer venta, pero era un buen charlatán, hizo la primer operación comercial con Mery, quien, tal vez por compasión o por animarlo a seguir trabajando, adquirió de contado la enciclopedia Salvat que eran varios tomos que incluían temas desde la A hasta la Z, la misma que vendió a las hermanas que se desempeñabam como maestras rurales en escuelas de la tierra del requinto y la guayaba en Santander.

El vendedor fue un lector desde niño, un amante de los versos costumbristas, un estudioso del periodismo a distancia, mediante folletos que llegaban por el correo desde  Argentina. Comentaba con erudición los libros de autoayuda escritos por Dale Carnegie, recitaba los diez pergaminos de “El mejor vendedor del mundo” y se ufanaba de narrar los consejos del mismo  autor en el  libro: “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar la vida”. Cantaba las canciones del frances, Charles Asnavour y del italiano, Gian Franco pagliaro. En especial, cuando la soledad o la tristeza lo acompañaban, entonaba Bohemia (https://www.youtube.com/watch?v=3zIbbg9nbNs) o  Venecia sin ti (https://www.youtube.com/watch?v=LVq4y-RdGWE), canciones que alternaba con el poema de Gian Franco Pagliaro (https://www.youtube.com/watch?v=HHPJM03VAEY ) y con el poema “ no soy de aqui ni soy de alla (https://www.youtube.com/watch?v=2vabEuRj7qc).

El vendedor era un romantico, un patriota y un revolucionario. Cada 31 de diciembre, despedía el año con El brindis del bohemio (https://www.youtube.com/watch?v=AWeAdT8COiA), y ocasionalmente escuchaba El sueño de las escalinatas ( https://www.youtube.com/watch?v=3BVTA91_tcE) y se consideraba un seguidor del movimiento nadaista del colombiano Gonzalo Arango, sintiendose identificado con el poema: “Medellín a solas contigo” ( https://www.youtube.com/watch?v=cjzkqMOPd-8) y se sentía nadaista (https://www.youtube.com/watch?v=7IhbcqoNwbM).

Pero ese vendedor de libros, se convirtió en un promotor de ideas, cuando, por influencias politicas,  fue vinculado como trabajador raso en la Empresa de Energía de Bogotá-EEB-, convirtiendose en pocos años en dirigente sindical, cargo que desempeñó hasta pensionarse a la edad de 50 años.
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Jorge Enrique Gonzalez Gamba y Merý Rojas, por muchos años retornaban los diciembres a la vereda Alto jarantivá de Puente Nacional a pasar la navidad y el año nuevo.


El vendedor se casó joven con Mery, igual joven. Fueron el uno para el otro, a pesar que se abandonaron muchas veces. Ella fue su compañia en la enfermedad que lo llevo al sepulcro en menos de dos meses. Y él, Jorge Enrique Gonzalez Gamba, fue con su esencia, tras los dos hermanos mayores que murieron, igual, muy jovenes.


Esta fotografía tomada con motivo de los cumpleaños de don Dario Gonzalez capta la imagen bonachona que tuvo Jorge Enrique Gonzalez Gamba, quien murio meses despues de esta reunión familiar en casa de un conocido llamado Morocho.

Jorge Enrique Gonzalez Gamba, el vendedor de enciclopedias, fue padre de dos hijos, una abogada y un ingeniero civil, quienes, hoy, luego de la prematura muerte del sindicalista, acompañan a Mery en su viudés; mujer que rompió la espiral  construida por la abuela y  por Bernarda.

María Cristina, la niña con padres diferentes.

María Cristina Junto con Miltón, el hermano, fueron llevados a la casa de barro de la esclava liberada por los Bohorquez. Mamá Ernestina, como aun le dicen los hijos de Bernarda, los recibió con afecto, y desde ese momento, se convirtieron en sus crios y los cuidó como tales.

María Cristina Martinez, nacio con una sonrisa en los labios, y la conserva como parte de su personalidad; habló a muy tierna edad, y desde entonces, es dueña de la palabra pues ha sido maestra desde que tiene uso de razón. Lo que no sabía, se lo inventaba. Sus primeros alumnos fueron, Miltón, su hermano, y José, el hijo del vecino de Ernestina. A ellos les enseñó a hacer pan con arcilla, a viajar en avión trepados en un árbol, a nadar en un pichal, a comer mortiñas en vez de dulces, a chupar naranjas en vez de colombinas, a ser presidiarios atados por varias horas a un árbol, a ser jinetes acaballados en un palo, a domar animales tirando con una cabuya a limber, el perro de la casa, a comulgar con tajadas de banano, a pescar grandes peces cogiendo guabinas en el ojo de agua, a ser esclavos cargando agua en potes mientras ella, trepada en una piedra daba ordenes con un lazo en la mano; a coger saltones como si fueran dinosaurios, a contemplar los copetones como si fuesen ángeles, a ver a Dios tirandolos de las orejas, a ser pastores venerandola como si fuese la madre de Jesús, a cazar animales despulgado las cobijas, a contar echando las pulgas a ahogar en un  platón con agua.

Siempre ha sido curiosa, aprende mirando y haciendo. Con “mamá Ernestina” aprendió cocina y los cuidados de la ropa, la loza y todo lo relacionado con el hogar. Con Custodía, la esposa de Agustín, aprendió panadería, a hacer tamales y envueltos y el cuidado del jardín, y con Agustin, todo lo relacionado con la agricultura y la cafetianza. Con Bernarda a ser una relacionista pública y un espejo a no imitar. Con Mery, la lealtad y fidelidad.

María Cristina y el hermano Miltón, los regresaron a Bogotá cuando estaban a punto de terminar la primaría en la escuela de la estación del tren de Providencia, Santander.  Ya en la casa donde funciónó la inspección de policia del distrito en el barrio del veinte de julio de la capital colombiana, encontraron el afecto usual de Barnarda, y una bebé con la que jugaron a criarla. No estaba en casa el padre que los maltrataba, pero había otro señor. El padre de la bebé de cabello dorado y tez blanca que bautizaron con el nombre de María Magnolia Rojas, pues quien la enjendró fue otro fugaz en el hogar de Barnarda.



María Magnolia Rojas con uno de sus hijos, quienes le han dado el afecto negado por el padre.

Pero Bernarda no nació para vivir sin pareja, tampoco sin mas hijos. Había transcurrido poco tiempo del ultimo abandono  cuando conoció a un obrero de la EEB, quien empezó a cortejarla, y en pocos meses, terminó siendo el ultimo esposo de Bernarda, y a quien le tocó ver por ella en su corta enfermedad.

Josué en el antiguo testamento, fue quien debió continuar guiando al pueblo de Insrael con la muerte de Moisés. Y Josué Ruge fue el cuarto padrastro de tres de los  hijos de Bernarda, quien le hizo dos hijos varones, uno de ellos alcanzó a ser clerigo y terminó trabajando en otros oficios en Australia, y el mayor estudio publicidad pero se dedicó al transporte y a la distribución de materiales; actualmente es quien vela por José Ruge, quien ha perdido la memoria, luego de la muerte de Bernarda, tal vez para borrar todo el daño moral que hizo a sus hijastros, los cuales ocasionalmente lo visitan en el aposento donde se refugió con Hernando, el hijo mayor,  en una de las lomas que circundan la plaza de la catedral del Niño Jesús en Bogotá.
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Bernarda Rojas fue una mujer querendona y amable, no amarró a nadie a su vida, pero lo dió todo a quien le brindó amor y pasión, asi fuese una mezcla con el maltrato.


Mery Rojas no conoció el afecto del padre, tampoco su reconocimiento, el cual logró mediante examen de ADN, años despues de la muerte de Segundo Gonzalez Pacheco, por el solo placer de no morir con la duda de su origen biológico, confirmando muchos años despues, lo que siempre sospechó, que se habia casado con un primo, pues Jorge Enrique Gonzalez Gamba era hijo de Dario Gonzalez Pacheco, hermano menor de Segundo, el diablo del corcel negro.
Esta fotografía fue tomada posteriormente de la muerte de Bernarda. En ella, los seis  hijos  con el padrastro Josué Ruge.

Aunque  Mery, María Cristina, Miltón y Maria Magnolia,  nunca conocieron el afecto paternal, si recuerdan el maltrato de los progenitores machos; en especial, de quien en honor al apellido, usó el bolling, la ironía, el sarcasmo, el desprecio y la burla para correrlos de la casa. Josué, por ver a alguno llorar, le regaba el plato de sopa,  quitaba el plato de pastas y lo estrellaba en la pared para que ellos, la recogieran luego para calmar el hambre. Los fines de semana, y  las horas de la noche, no eran deseados por los demas hijos de Bernada, pues por ser menores de edad y ser vistos como instrusos, los hijos de Josué y el mismo Josué, acudían a picardías para burlarse. Los hijos de Bernarda, una vez lograron el primer trabajo, se independizaron, olvidando con el tiempo los malos recuerdos de niñez marcada por la carencia de afecto paternal.


Bernarda con cuatro de los hijos.


Aparece María Cristina acompañando a Bernarda, un día cualquiera de la decada del setenta.

Mery abandonó el negocio de la chatarra y se dedicó a vender joyas, oficio que desempeño en forma independiente el resto de vida productiva. Veló por la salud y cuidado de Jorge Enrique en su corta enfermedad que le produjo la muerte. Ya pasados los sesenta años de edad, decidió irse a vivir  a la capital salinera de Colombia para estar cerca a sus dos hijos profesionales y a sus hogares, y desde luego, cerca a la catedral de sal tallada a 200 metros bajo tierrra convertido en el templo mas extenso del mundo (https://www.youtube.com/watch?v=rb3eCYXDn_U).
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La profesora María Cristina con las hijas, siendo niñas.

María Cristina estudió biología en la Universidad Nacional y ejerció hasta pensionarse como maestra de primaría casandose en la madurez y siendo madre de dos hijas, la mayor, una estudiosa de las matemáticas, campo en el que esta pronto a doctorarse, y la hija menor, estudia alta cocina. Vive en el campo en donde dedica su tiempo al cultivo del cafe, frutales y manejo de especies menores. Esta orgullosa de su vida porque rompió la espiral que apareció con la abuela.


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Las ludicas y las expresiones culturales han sido recursos que Maria   Cristina usa para comunicarse.


Miltón Alberto se profesionalizó en cantaduria publica, formó su hogar en el que hubo dos hijos, pero con los años, se veía como la ultima cocacola del desierto, abandonó el hogar sin reconocer los derechos de la madre de sus hijos, pero como todo en la vida se paga, es decir la vida no que queda con nada, fue precisamente la unica sobrina abogada, quien le restableció los derechos a la esposa abandonada, quedando Miltón en la condición que el mismo había tejido con hilos de amores pasajeros que se alimentan con monedas de madera.


Un registro fotografico de la descendencia de Bernarda Rojas. (Foto tomada de internet).



 


Bernarda rojas murió hace varios años, pero en la mente de vecinos y conocidos de la vereda donde nació, persiste el recuerdo de una campesina que se fue a la ciudad, y desde allí, ayudó a tantos jovenes de esa región para que pudiesen estudiar, y a otros, a iniciar algun negocio para sobrevivir en la selva de cemento que cada vez es mas tupida. En los paises latinoamericanos abundan las bernardas que crecieron sin el amor de los padres, y lo dan todo de si mismas mendigando amor de un varón, esperanzadas que el siguiente si será el compañero comprensivo y solidario, responsable y respetuoso; pero abundan mas los varones que rompen corazones y engendran hijos sin medir el daño que hacen a los hijos engendrandolos sin amor. Pero hay hijas como Mery y María Cristina que deciden romper el pasado de los padres y construir una familia basada en el amor en doble vía. Y hay otros hijos que dedican tiempo a pensar y averiguar sobre el pasado y terminan repitiendo las historias de sus progenitores.


 

María Cristina, la niña con padres diferentes solo guarda gratos recuerdos de su infancia y juventud, los mismos que la impulsaron a abandonar la ciudad y vivir en una parcela, la misma que habia soñado siendo niña, sin embargo, junto con las dos hijas retorna ocasionalmente a los parajes donde transcurrió la niñez en Providencia, no solo para recordarles el origen de sus motivaciones, sino para afianzar el sentido que la vida es mas llevadera en el campo para facilitar devolver al planeta lo que se ha consumido en el transcurrir existencial.

La Margarita, 31 de diciembre de 2015








Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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