A mi profe no le gustó mi escuela por estar en medio de una hermosa vega del rio Opón, por estar rodeada de colinas ocultas por árboles frondosos, gruesos y altos en los que juegan los micos aulladores, cantan las guacharacas, se esconden las manadas de cafuches, cazan las culebras y hacen sus madrigueras los tinajos y armadillos. A mi profe no le gustó mi escuela por estar levantada por los mismos padres de familia en medio de una hacienda en la que pastan novillos de engorde y tener cerca un bosque de solera, una madera apetecida para construir muebles que embellece la playa del río en el que pescamos en verano cada año.
Mi profe llegó a mi escuela después de dos intentos por lograrlo, y se regresó tres días después para nunca mas volver. Era un jueves de una semana de octubre del año en el que el gobierno de Colombia, firmó unos acuerdos de paz con un grupo alzado en armas desde que nació mi abuelito Serafín, quien me ha contado de la violencia que sembraron y los jóvenes que reclutaron sin contemplación en las veredas de Velez, Landazuri y Cimitarra en Santander.
Ese ultimo día de mi profe, o sea el tercero de ella en mi escuela, ella, nos esperaba en el improvisado patio de la casa de material, -la única que existe en la vereda con algunas comodidades para vivir- nos recibió con amor anunciándonos que nos quería mucho y que nosotros debíamos corresponderle porque se encontraba sola y triste. En ese momento arribaba a las orillas del río Opón, la Toyota, que cada día, llueva o truene, llega como el único automotor, a recoger la leche que las señoras o los niños que no alcanzaron a hacer el quinto de primaria, transportan en bestias desde sus finquitas en canecas azules plásticas que cargan sobre un jais de tubo o amarradas a la cabeza de la silla de montar en las bestias que son el único medio para movilizarnos con alguna rapidez o para trasladar el cacao, el plátano, la yuca, el maíz y el mercado de tienda..
Ella, mi profe, ese día estaba vestida de blusa blanca con manga corta con un yin pre-lavado desteñido tirando a azul; tenía el pelo recogido y usaba unos tenis también azules. Al ver la lechera, ella pensó en su hogar, en sus hijas, en su tierra y unas lagrimas aparecieron en sus tostadas mejillas, y sin comprender, ella me ordenó ir hasta el carro a solicitarle a Cesar, -el chofer de la lechera- que la esperara. –Yo pensé que iba a solicitar un favor o a encargar algo del pueblo que esta a tres horas, en la misma lechera-.
Mientras yo observaba desde el bosque de solera en donde el carro acababa de cargar la leche de las fincas vecinas, mis compañeros de escuela, salieron en procesión con mi profesora. En romería hacia la Toyota encabezada por mi profesora. Ella llevaba colgando del hombro derecho un bolso de tela con flores impresas; el mismo bolso, tal vez, con el mismo contenido que traía el día lunes cuando arribo a la escuela a la misma hora en que había decidido abandonaba.
Los demás niños de la escuela, al igual que yo, no alcanzamos a comprender lo que estaba pensando y decidiendo la profesora, pues estábamos muy felices de regresar a la escuela, luego de dos meses sin maestra; la que había llegado a principio del año, concursó y fue nombrada cerca a la capital del departamento.
Mi profesora, abrazó llorando a quienes encontró cerca y se despidió justificando su partida de la escuela porque ella venía de la capital de Valle de Upar, nunca había estado en el campo, tenía una familia amaba y extrañaba y tenia miedo de vivir sola en la habitación de la escuela porque la batería de baño era la misma de los niños, debía bañarse a la intemperie, la cama es cuatro tablas sobres unos bloques, no había fluido eléctrico y la casa mas cercana estaba a unos cien metros.
Las setenta y dos horas que estuvo mi profesora en la escuela fueron suficientes para regresarse a Bucaramanga.
Ella nos contó el primer día que estuvo en la escuela que la Secretaría de Educación de Santander le había dado la oportunidad de trabajar en el departamento, y ella, había escogido una escuela del municipio de Vélez con el nombre “Puerto Rico” que, en el mapa, aparecía muy cerca al casco urbano. Luego de cinco horas de viaje desde Bucaramanga había llegado a Vélez, y ese mismo día se presentó al jefe de núcleo escolar, quien, luego de contestarle el saludo, le recriminó por presentarse tres días después de posesionarse como empleada oficial de libre remoción. En esa oficina fue informada que para llegar a la escuela escogida tenía que viajar a la vereda del mismo nombre, la vereda Puerto Rico.
Para arribar a la escuela, debía tomar desde Vélez una buseta hibrida, es decir, una buseta con estructura de madera y motor de camión armadas en San Gil y aptas para transitar por las trochas de la provincia de Vélez, atravesar el municipio de Landazuri y llegar a Cimitarra a abordar otra buseta de similares características, a las doce del día, y luego de tres horas de viaje, llegar a un punto conocido como la Tienda, y de allí, caminar dos horas largas hasta la escuela de la vereda Puerto Rico del municipio de Vélez.
Mi profe hizo el primer recorrido, pero cuando llegó a Cimitarra, ya la buseta había partido a la vereda. Como mi profe llegaba con poca plata, tomó la decisión de regresarse a Bucaramanga para intentarlo una segunda vez, al otro día.
Mi profe tenía interés en trabajar, pero en el segundo intento, regresó a Cimitarra, otra vez después de las doce del día. Mi profe lloró nuevamente al ver su suerte, o mejor, el descuido. En la agencia de Cotransricaurte, buscó ayuda, y allí le pusieron en contacto con el presidente de la Junta Comunal que ocasionalmente acababa de llegar al casco urbano. Jorge Medina, el joven dirigente, le ofreció apoyo económico para cenar o hospedarse, y le informó como llegar a la escuela en camioneta
Una camioneta que recoge leche en la vereda, parte de Cimitarra a las tres de la mañana. Mi profe, estaba lista desde las dos de la mañana, y de esa manera llegó al lugar del trabajo y conoció nuestra escuela, pero no le gusto a mi profe mi escuela.
No quiero nunca irme a la ciudad, quienes viven allí, no conocen ni disfrutan la belleza del campo, pero quienes vivimos en las montañas de Colombia, pocas oportunidades tenemos de estudiar para ser maestros, pues en nuestro caso, en la provincia de Vélez no hay escuela normal cercana, y son contados con los dedos de las manos los maestros que llegan a las escuelas dispersas en las montañas del Opón, que se amañen y se estén un par de años en la escuela a donde llegan por necesidad de trabajar.
NOTA: las ilustraciones que acompañan este texto, son de propiedad del diseñador gráfico, Luis Domingo Rincón: Domingó, publicadas con su consentimiento.
Puente Nacional, finca la Margarita, enero 8 de 2017.