Desde el mes de los vientos y las
cometas encargábamos en la tienda veredal, las tapas de cerveza. La señora de la
tienda la Esperanza, hoy con 90 años cuyo nombre hace honor a su oficio de
persona mayor; doña Custodia, la custodia del camino real que unió a Puente
Nacional con Chiquinquirá, más conocido como el camino de la sal y de la miel
en la época de los muiscas, nos guardaba las tapitas de gaseosa colombiana.
Por ramas de escobillo para
barrer las intercambiamos por las tapas de gaseosa, en ese entonces de un metal
mas duro y maleable a la vez. Ya en el rancho, con el martillo usado para herrar
las bestias, nos poníamos con mi hermano Efrén Agoberto a expandirlas hasta
dejarlas como una moneda de un peso.
En honor a las 12 tribus de
Israel que eran diez, y en honor a los 12 apóstoles y a los 12 meses del año,
cada uno cogíamos igual cantidad de tapas, y el 10% más por si en los golpes,
se torcía alguna tapa.
Con una puntilla de 5 pulgadas
las perforábamos en el centro de cada tapa. Previamente ya teníamos
seleccionado un pedazo de tabla de pino ciprés o un palo de juco, ya seco y sin
corteza; ambos de unos 25 cms. de largo por una pulgada de gruesa que labrábamos
y lijábamos con un pedazo de vidrio. La
madera la proporcionábamos en dos partes. En una de ellas, marcada en tres
partes, en dos de ellas, clavábamos holgadamente en cada una, seis tapas con
una puntilla de una pulgada de tal manera que las tapas fluctuaran sin
obstáculo.
Cada menor de edad tenía su
sonajero que funcionaba en los cantos de las novenas como panderetas o maracas
para animar los villancicos en cada novena familiar a las que se asistían, pues
junto con la imagen de la Virgen, durante la novena se visitaban igual número
de familias.
Eco Posada La Margarita, Puente
Nacional, diciembre 18 de 2.020