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jueves, 21 de marzo de 2013

Lo único seguro que tenemos es la muerte. Siempre nos está susurrando, pero no sabemos cuándo se posesione de nuestro cuerpo físico



EL AMOR MITIGA EL IMPACTO QUE DEJA  LA MUERTE DE UN SER AMADO

Lo distinguí de niño en alguna vacación cuando junto con su padre cabalgando retornaban de una de las fincas del abuelo a la casa paterna. El padre de nombre Segundo Becerra, fue el único varón de una familia de siete vástagos que logró con becas hacerse profesional como el primero de la vereda Alto Jarantivá de Puente Nacional en la década del sesenta del siglo pasado.

Ocupaba por méritos un puesto ejecutivo en la empresa del Acueducto de Bogotá, y en los tiempos libres desarrollaba su empresa financiera para sacar adelante a su familia compuesta en ese entonces por tres hijos y una adorable mujer citadina que se había enamorado de las faenas del campo, cuando una tracto mula que transitaba por la recién inaugurada vía de la Paz que une a Bogotá con la Costa atlántica por el medio Magdalena, colisionó de frente con el campero en que se movilizaban en el viaje de retorno a la capital, luego de las últimas vacaciones vividas en familia.

Segundo, un hombre trabajador y amoroso, de regreso tomó la decisión que sus dos hijos mayores retornasen en Coopetrán, y él, junto con su esposa y el menor de los hijos, junto con Hilda, la hermana profesora, asumió la aventura de regresarse por la vía que hoy se conoce como la ruta del sol.

Todos murieron en la colisión. Lo leí en la Vanguardia. Se dieron dos hipótesis: que Segundo se había quedado dormido en la recta del Dágota o que se había infartado mientras conducía.

Miguel, el mayor alcanzaba los quince años, y su hermana, un poco menos. Ellos quedaron solos y juntos debieron asumir, no solo el dolor de la perdida de la familia, sino, los tramites de traslado de los restos mortales de sus seres queridos  y el posterior manejo de los haberes del núcleo familiar.

Administración que desconocían y que debieron empezar a escudriñar para comprender y tratar de mantener. Miguel conocía poco del cuidado y administración de la financiera. En ella encontró numerosos cheques a nombre del padre, así como otros títulos valores, que solo años después comprendió de sus cuantías, cuando ya estaban vencidos.

El dolor y el amor a la tierra de los mayores nos unieron.  Fue en la vereda donde entablamos amistad entre familias  un diciembre de la década del noventa del siglo pasado. Fue el diciembre del año 2.000 cuando el dolor fortaleció más la amistad de mis hijos con Miguel, pues acabábamos de perder a la madre y esposa, luego de nueve años de afrontar los efectos de un cáncer que nos privó del afecto de una mujer que vivió amando a la familia.

Desde entonces, así compartamos ocasionalmente, nos sentimos  familia.
Recientemente recibí esta misiva de Miguel, la cual escribió motivado por mis artículos leídos en el blog. Por la visión que muestra de la vida, por atreverse a escribir parte de su viacrucis, pues en el transcurso de estos diecisiete años sin sus padres y hermano menor, son varias las estaciones de las cuales ha tenido que levantarse, no solo emocional, sino financieramente.

Difundo su caso porque es un ejemplo de un batallar permanente cimentado en la fe, pues sé que algunos de mis lectores han caído en las drogas por menos dolor y menos tristeza, y aún no han tomado la decisión de salirse de ese infierno en el que viven los drogadictos.


 Bogotá, marzo 04 de 2013


Hola padrecito:

Leyendo continuamente tu blog, se me despertó la curiosidad por escribir, tarea bastante difícil para mí, ya que nunca lo había hecho. Escribí esto (artículo, texto, diario, o, como lo quieras llamar). Léelo, perdona la redacción y ortografía; no lo revisé, si lo hubiese hecho, no lo hubiera enviado a su correo personal. Espero comentarios; un abrazo y saludos a la familia.


Para qué escribir o por qué intentarlo?.


Después de leer un par de columnas de un hombre que no está físicamente cerca de mí, pero que si lo está, espiritualmente, he decidido hacer este sano ejercicio de escribir.

Hablo hoy de la muerte no porque sea el tema que más conozca ni mucho menos; hablo de ella porque es el que más me ha tocado en la vida. Y es que la muerte siempre está al acecho, se nos lleva intempestivamente a los seres más queridos y se queda en nuestras vidas susurrando al oído, día y noche.

Un pasaje de la Biblia habla de que los huérfanos y las viudas son los hijos consentidos de DIOS. Y es verdad, después de soportar este golpe tan grande en mi vida a tan corta edad el Todo Poderoso ha tenido compasión conmigo y me mantiene aun con vida, cosa distinta es que yo acepte  lo que me ocurrió.

En una de sus columnas escribió de lo que “las personas somos capaces de hacer”, yo no me siento orgulloso de no haber terminado alcoholizado o inmerso en las drogas, muerto a raíz de un suicidio o loco, como muchas personas creyeron que sería mi futuro inmediato después de levantarme un día y quedar absolutamente solo, sin padres, y sin mi hermano menor y sin la tía más amaba.

 Soy lo que he logrado ser,  gracias a la misericordia de DIOS, de otra forma creo que nadie hubiese podido continuar con una vida cuerda, luego de un accidente en carretera en el que perdí a mi familia, y que junto con  mi hermana, nos salvamos, simplemente porque mi padre (q.e.p.d.) decidió por comodidad y por cansancio, enviarnos en bus desde la Costa atlántica a Bogotá, sede de nuestro hogar, luego de unas vacaciones en familia en las bellas playas de nuestro lacerado país.

La muerte de los padres y hermano en circunstancias accidentales en carretera, son más que dolorosas difíciles,  inesperadas; y se necesitan muchos calendarios para superar los traumas, la orfandad, la soledad que nos trajo consigo; y olvidar los años felices vividos en familia, así como las escenas macabras del accidente, no se hace en vida; por eso afirmo que la muerte, desde entonces, me habla al oído.

Creo que después de 17 largos años de la perdida de mis padres y hermano, no hay un días con sus noches  en los deje de preguntarme, por qué a mí.  Cómo hubiese sido mi vida, si tuviese la fortuna de haber contado con mis padres, por otros tantos años más?

Platicando con amigos sacerdotes, todos llegan a la misma conclusión: mi felicidad y la de todas las personas está en  abandonarse a la voluntad de DIOS. Es aceptar la historia que Él escribió para cada uno; una historia que es perfecta. Pero como yo soy un ser humano, un pecador que he utilizado mi razón para enfrentar todos los momentos de mi vida, pues es imposible que le encuentre un para qué y no un por qué a mi historia.

17 años después del deceso de mis padres y hermano hago un breve balance de mi vida. Mi vida hoy, no es lo que pensé cuando era un adolescente. Estudie una carrera que nunca se me había pasado por la mente, trabajo en algo que nunca me imaginé hacerlo, y en ciertos momentos, me siento como nunca lo hubiera deseado. Pero, aun así, me levanto todos los días dando gracias a DIOS por el día que me regala, por el matrimonio que me dio y por la hija que me prestó.

Ser padre de familia y cabeza de un matrimonio es una responsabilidad grande que DIOS me ha concedido. Es un cambio absoluto en mi horizonte; entonces, hoy si sé para qué vivo.

Vivo y gozo la experiencia completa del amor. Disfruto del amor maternal que mi madre me prodigó siendo más consentidora que mi padre, tal vez ella demostró más sus sentimientos que mi padre, pero al igual, ambos recuerdos amorosos son deliciosos traerlos al presente.

Hoy no tengo a mis padres, pero recibo el amor de mi hija, es, al igual que el mío,  un amor puro y sincero. Hoy puedo afirmar con toda seguridad que he completado el ciclo del amor.

Me esmero no por darle cosas materiales a mi pequeña Guadalupe, me esfuerzo más por darle amor, por darle caricias, por darle calidad de  vida y tiempo. Porque como ya lo dije antes, la muerte me susurra al oído y sé que en cualquier momento la puedo abandonar al llegar el llamado de DIOS, o lo que sería absolutamente patético y terrible que fuera ella la que tuviera que cumplir con ese llamado.

La marca de la muerte de mis papas y mi hermano  me dejó la terrible cicatriz de sentir la muerte a la vuelta de la esquina, me quitó la creencia de que los únicos que se mueren son los enfermos o los viejos.

Ese es mi afán de querer vivir con mi hija minuto a minuto como si fuera el último minuto de mi vida.

Firma, MIGUEL BECERRA


San Gil, marzo 06 de 2013

Muy apreciado Miguel:

Lo único seguro que tenemos es la muerte. Siempre nos está susurrando, pero no sabemos cuándo se posesione de nuestro cuerpo físico; por eso he afirmado en el blog que uno debe estar siempre preparado para ese momento, y mientras tanto, vivir cada minuto como si fuese el último.

Nada sucede por que sí. Dije en otro texto publicado en enero del presente. Lo ratifico aún. Sé que cuando te enteraste por teléfono de la muerte de tus padres, te preguntaste, por qué ellos y no tú?. Igual pregunta me hice en 1991 cuando confirmamos medica mente el cáncer de mamá en mi adorada Margarita, quien cumplió su misión terrenal en noviembre de 2000.

La pregunta que debemos hacernos hoy es por qué a los dos se nos dio la oportunidad de seguir viviendo?, no solo una, sino varias veces?. Como a otros nos han atracado y quitado parte de nuestro trabajo, pero no nos quitaron la vida. La gozamos aún para dar gloria al Altísimo y ser sal y fermento en esta sociedad convulsionada y sin horizontes para tantos jóvenes.

Y la respuesta es tu conclusión. En los designios del Todo Poderoso no debemos intervenir, sino aceptar cada circunstancia que nos trae la vida  y aprender de ellas y continuar en el tren de la existencia en cuya ruta hay muchas estaciones, y en ellas, alegrías, tristezas, dolor y esperanzas; pero es el amor el mejor ingrediente y el mejor brebaje para gozarnos cada minuto de la vida como si fuese el último.

Hiciste un buen ejercicio al escribir. Tienes el reto de seguir haciéndolo, con la misma motivación que lo hago, para que al igual que Samuel, Guadalupe con los años conozca la manera de pensar y actuar del padre que Dios le prodigó.

Estoy seguro que tu carta animará a otros lectores a escribirme. Ya lo han hecho varias jóvenes lectoras y chicos que en el bachillerato fueron destinarios de mis enseñanzas. 

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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