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martes, 24 de noviembre de 2020

La mosca Nicasia

 

Al mirarla distante y de frente semejaba un bulto de vasijas de barro arrumadas entre una mochila de fique; Al contemplarla distante y por el dorso se veía andar mesurado y lentamente un montón de ollas de barro encarradas de mayor a menor volumen. Al verla de perfil semejaba una canguro cargando en el lomo un bojote de leña larga.

                
 
  Festival de cargueros en Ráquira.

De cerca era una mujer de estatura media, tez blanca, ojos cafés, nariz remilgada y rostro con una belleza natural propia de las damas del reino. Usaba sombrero de fieltro con ala corta; debajo de él, descolgaba un pañolón negro tejido con hilo negro brillante que cubría el delantal negro con flores blancas de abotonar a la espalda que junto con la falda de algodón color azabache iba hasta los tobillos, mientras el pañolón solo cubría la humanidad hasta las rodillas. Asegurando el pañolón, guarecido por el sombrero, sobre la frente caía un pretal tejido en fique cuyas dos puntas abrazaban la mochila y soportaban el peso de la carga de ollas facilitando el equilibrio de la carguera para no caer en el camino real de las ollas y la miel. De la mano derecha pendía un canasto tejido en chin, y en él, entre paja seca posaba una canastada de huevos rojos de gallina casada. En la mano izquierda el gemelo canasto, rebosado de arepas, quesos y amasijos de maíz debidamente envueltos en paños de algodón colorido. Los senos de la caminante silenciosa estaban escondidos bajo una blusa de seda rosada que se ahogaba bajo una atravesada manta de hilo que unía a la criatura con la madre en una unidad armónica que pocos imaginaban que en el regazo adherido llevaba al menor de los hijos que alimentaba ocasionalmente con leche materna. Y arriando, iba un manso jumento cargado igual con vasijas de barro para intercambiar en el mercado por yuca, plátano, miel, panela, naranjas y pomarrosas, tal como lo hacían los antepasados indígenas muiscas que los cronistas españoles que acompañaron a Gonzalo Jiménez de Quesada denominaron, moscas por la cantidad que encontraron poblando a la provincia de Vélez y las sabanas cundiboyacenses.

Como Nicasia, otras decenas de mujeres moscas bajaban desde Ráquira hasta Puente Nacional cada domingo por el camino de las ollas y la miel formando una procesión como mi padre se imaginaba viendo a las benditas almas acompañándolo por el mismo camino cuando regresaba del mercado, beodo, ya a pie o a caballo.

Los muiscas eran matriarcales; era la madre quien trasmitía la línea de sangre a la descendencia. Era quien hacia la labranza e intercambiaba los productos; y desde entonces son ellas quienes hacen el mercado y venden las verduras en las plazas, actividad que aun se puede apreciar en las plazas de Vélez, Moniquirá y Chiquinquirá.

Los blancos, aristócratas y encomenderos en la época de la colonia se referían a los indígenas como perezosos y holgazanes, No reconocieron que para los nativos de estas tierras el trabajo no era una mercancía; el descanso, la diversión, la parranda y las obligaciones religiosas tenían prelación sobre el tener para acumular y el trabajar para otros.

 

Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, noviembre 1º de 2.020.

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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