Una octogenaria en el corazón de los caminantes
La señora María Custodia Quintero de Torres, arrastra sus 90 años y no falta a la celebración eucarística, ya sea en Providencia o en Quebrada Negra en Puente Nacional, Santander. (fotografía de Vitalia González)
Una niña de piel blanca ojos claros, cabello negro torcido en cachumbos, labios armoniosos y cuerpo proporcionado, llama la atención a quien le conoce. Y una señorita bien hablada, emprendedora y hábil para las cuentas y la atención al publico, se hace mas atractiva para los foráneos; pero como si el entorno no cambiara, las niñas del campo y los poblados distantes de las urbes, pierden el horizonte ante el uniforme y el poder que dan las armas.
María Custodia no fue esa excepción en enamorarse, pero lo fue al encontrar a un joven de la misma condición que la enamoró por 64 años y la ama eternamente.
Quienes le conocieron de joven esposa, le vieron trabajar a la par con el marido haciendo un capital; mientras el esposo sudaba en etapas de la vida como arriero, como agricultor, como cafetero, como ganadero, ella, lo hacía como tendera, como panadera, como jardinera, como modista, como cocinera, como comerciante y productora de gotas de leche.
64 años de vida matrimonial celebraron, Miguel Agustín Torres Torres y María Custodia Quintero de Torres. (Fotografía del archivo de la familia)
Por años, mientras los hijos intentaban hacer las mismas faenas, los esposos: Agustín y Custodia vivieron juntos los diferentes momentos de la vejez que superó los ochenta años. Los veían madrugar a escurrir las flacas ubres de una vacas cada vez mas negras y mas enjutas. Los veían cercando y desmatonando los potreros a mano. Los veían intentando hacer la labranza anual o correr tras una gallina para darse un banquete, ocasionalmente. Los veían ir a pie a Peña blanca, a Puente Nacional a los funerales de un compadre o camadre o amigos que partieron primero.
Cada madrugada camina con dificultad hasta el potrero a exprimir los famélicos ubres de sus escuálidas vacas con la ilusión de exprimir un litro de leche que envasa impecable en un botellón blanco al lechero de siempre que le paga cada ocho días $ 650.oo que representa unos centavos mas que un octavo de dólar. Igual pago reciben otros octogenarios que viven y laboran en el campo con menos de 7 dólares al día.
Ya con la carga de los años, los caminantes y viajeros en auto, cuando descienden o trepan por la vía que une a Puente Nacional con Sutamarchan, los miran escondidos o como parte del paisaje del denso jardín que crece al frente de la tienda la Esperanza, la casa de barro que ellos mismos fueron construyendo con los años, y que ella, Custodia pinta cada cinco años con colores encendidos para mostrar la vida con alegría.
Él, se le veía sentado en una vieja mecedora de pino del color del partido del cual formó parte, y ella, al lado en una silla del color del partido opuesto. Se les veía sentados después del almuerzo y en las tardes como si estuviesen contando los días y los meses que faltan por vivir. Otros los veían como un par de ancianos esperando al cliente de la tienda para entablar cualquier conversación, o para gorrearle una pola, pues fue la única tienda de la región en donde quien comprara una cerveza, debía ofrecer otra a los dueños.
El jardín y sus variedades adornan la vivienda campesina, que es apreciado por turistas ocasionales que, además de encontrar especies exóticas, pagan por una mata, lo que ella recoge en tres meses con el pago del litro diario de leche, el cual no puede faltar al lechero cada día, o si no, no la vuelven a recoger. ( fotografía de Vitalia González, 2015)
Agustín, el joven campesino que la enamoró y la conquistó la hizo olvidar sus planes como comerciante en Guateque, Boyacá, convenciéndola en hacer vida marital en una vereda de Puente Nacional, viviendo primero en la casa materna, posteriormente en una pieza en la casa vecina hasta que lograron hacer dos piezas en adobe a las que se trasladaron con el pequeño primogénito y una vez terminada la casa, vivieron ella, siempre.
Recordada por sus hijos como la madre dura, sarcástica, despectiva en palabras pero blanda en sus afectos; recordada por los nietos como la abuela del genio explosivo, recordada por los hermanos como la trabajadora incansable, recordada por las personas que le conocieron como la señora que tenía un tratamiento con hiervas para cualquier dolor (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/09/chirrinchi-el-que-llama-los-espiritus.html), inflamación, renguera o enfermedad viral. Conocida por otros como la campesina de la Nueva Esperanza que preparaba “el custodio”, un aguardiente casero al que le adicionaba siete plantas que lo convertía en vigorizante para quien lo consumiera. Dicen quienes lo consumen y superan los sesenta años, que dicho “chirrinche” es un larga vida; pues los mismos viejos siempre tomaban una copa todos los días a las cinco de la mañana para iniciar las labores diarias, superaron los 85 años de vida, productiva viviendo solos los últimos cuarenta haciendo todos los quehaceres de la finca.
De Boyacá, sumercé
María Custodia Quintero Sánchez de Torres, nació el 28 de octubre de 1931 en el municipio de Sutatenza, Boyacá; hija de Marco Aurelio Quintero e Isabel Sánchez, de quienes fue la mayor de las mujeres. Creció en la labranza entre las melgas de alverja, maíz, habas, papa y lenteja que crecían en las dos cosechas anuales que lograban en una parcela que no superaba una fanegada y de la cual, los abuelos alimentaron a Félix, Fidel, Custodia, María Precelia, Ana Delia, Ana Rosa y Marcos Aurelio; los hermanos.
Como hermana mayor debió asumir los oficios de la casa desde muy niña. Debía traer en chorote el agua desde el aljibe, ayudar a preparar los alimentos, lavar la loza y hacer el aseo del rancho de zinc y bareque que muchos años después de la muerte de los abuelos, se conservó como recuerdo, pero que desapareció bajo las llamas de un pirómano transeúnte.
En sus años mozos, ella, la Custodia del camino gozaba de singular belleza caracterizada por los cachumbos negros que protegían el terso rostro de una joven blanca con ojos verdes. /fotografía de la familia 1953)
Decisiones que cambian el rumbo de la existencia
Debería rondar por los diez años de un abril cuando, en los descuidos normales de una niña, se le rompió el chorote en el que traía el agua al rancho para lavar los tiestos y la olla de barro en la que preparaban los alimentos. La ruptura del chorote, llevado desde Ráquira, la hizo merecedora de tremenda fuetera que el padre Marcos Aurelio le propinó por el descuido. Pero, precisamente, ese día en la tarde, cuando se disponía a colocar la loza y las vasijas en el tendal donde usualmente se ponían para el secado, en otro descuido, la olla en que hacían la mazamorra terminó quebrada en el piso de tierra y el fogón apagado con la sopa para la familia.
Ella pensó que otra tanda no aguantaría su flaca y frágil humanidad y decidió escurrirse del rancho, sin dar aviso ni al hermano mayor. Pero su primer escape fue a las melgas de la sementera que circundaba la vivienda, y en una de ellas, permaneció hasta el otro día, para ponerse luego a merodear por las orillas de la carretera que une a la cabecera municipal con Guateque, allí fue contactada por una mujer que pasaba por allí que, al ver la desorientación de la niña Custodia se aprovechó de su necesidad e ingenuidad y la indujo a abandonar a sus padres.
Ese mismo día huyó a hurtadillas. La aprovechada mujer se la cargó para Villavicencio, poniéndola al servicio domestico, trabajo con el cual debió pagar los pasajes, la ropa y las piezas de vestir que quemó mientras aprendía a aplanchar con elemento eléctrico. En esa ciudad, cuenta ella, duró varios años pagando con trabajo el errado favor de abandonar a los padres por evitar otro castigo, causa por la cual muchos niños abandonan sus hogares.
Cuenta ella que ya había pagado las deudas impuestas cuando conoció otra señora visitante que tenia negocio de comida al servicio de los obreros que trabajaban en la construcción de la represa de el Cisga, lugar cundinamarqués cercano por donde se accede hacia Guateque y Garagoa. Allí, trabajó como muchacha del servicio otro par de años aprendiendo los pormenores del negocio de abarrotes y restaurante para independizarse después al regreso a Guateque en donde montó uno en el que conoció al que fue su compañero, esposo y amigo de toda la vida, Miguel Agustín Torres Torres con quien contrajo matrimonio el 24 de noviembre de 1.950.
La señora Custodia, como es conocida, es una mujer hábil en todos los oficios del hogar y del campo. Puede hacer varios oficios alternados a la vez. Cocina con facilidad para una o varias personas, competencia que conservaba a sus 85 años. Ya superando las tres partes de un siglo, sigue arreglando la ropa, aseando la casa, viendo los ganados, inyectando, purgando, ordeñando y hasta sacando los terneros cuando vienen atravesados, como en sus años mozos, evidencia que muestra para evitar que, quienes tienen la responsabilidad de cuidarla, le brinden poca ayuda y auxilio para no deber favor a nadie.
Una generosa señora.
Desde que tienen uso de razón los hijos notan que en casa de la madre siempre hay almuerzo o comida para quien llegue o entre a la tienda en el momento del compartir la mesa. Aún continua diciendo que en “donde comen dos, comen tres”, enseñando a los hijos a dar sin miramientos y a compartir el pan con el prójimo. Uno de ellos escribió alguna vez que “un corazón lleno de amor, sin generosidad en las manos es imposible curar a una persona enferma de soledad o brindar alguna vianda”.
Una madre en la Nueva Esperanza
Custodia es una madre líder en su hogar. A cada persona que habite en casa, y en especial, sus hijos, recibían cada día la delegación de una responsabilidad, de un oficio el cual había que hacer, lloviera o tronara, pero haciéndolo bien. Así les enseñó a confiar en los demás, a ser responsables con sus actos y a ser puntuales en los compromisos adquiridos. Recuerdan que les decía: “el que no sirve para servir, no sirve para vivir”.
Ella sigue siendo el corazón de su hogar. Establece la atmósfera que se vive en él, mantiene una actitud vigilante para que todo funcione, para que todo en casa sea agradable y dispuesto con cierta estética con elementos del medio que sus manos han pintado y decorado con esmero.
Una madre maestra
Las enseñanzas que recibieron los hijos, fueron dadas en el terreno, en la práctica sobre los hechos cotidianos. Tanto el esposo como ella, fueron un manantial de enseñanzas. Algunos de esos aprendizajes se han sintetizado en breves biografías difundidas en este blog con el ánimo que sus virtudes no queden olvidadas en la tradición oral de quienes les conocieron. La tradición oral cada vez pierde más espacio en los hogares actuales en los que la televisión, los celulares y la Internet ganan los espacios usados en antaño para compartir y desarrollar el ser social de las personas..
Custodia estuvo pendiente de las primeras letras, les enseñó a leer en la cartilla Charry y les regaló la Enciclopedia básica de cuarto primaria en la que leyeron todos los temas que los profesores intentaban explicar en las aulas. La mencionada enciclopedia con mas de cincuenta años estuvo algunas décadas en una caja de cartón en una de las piezas en que durmieron los hijos, y hoy forma parte de los haberes de uno de los nietos empeñado en recuperar y exhibir antigüedades, en especial los elementos usados por los abuelos.
En la Nueva esperanza se aplicó la pedagogía que “la letra con sangre entra”, y bajo esa creencia castigó a los hijos por cualquier desavenencia y tarea mal ejecutada u olvidada, incluso cuando los varones tenían barba en pecho y las mujeres sostén.
Agradecidos
Los hijos viven agradecidos por anidarlos en el vientre respetando el propósito de Dios para sus vidas. Ellos sintieron amor desde el mismo momento que crecían en el vientre, y ella, nunca intentó deshacerse de alguno; tal vez por esa determinación personal los corazones no han conocido el rechazo y el desamor, tampoco lo han reflejado.
Cuentan los hijos varones que viven agradecidos por las ropas que les tejió y cosió, así fueran con los talegos de algodón en los que llegaba la harina de trigo: Ellos recuerdan y describen el tierno color blanco y la suavidad del algodón que por muchos años les abrigaron en las noches, pues aprendieron que la pobreza no es deshonra y es un estado mental del que se puede salir con emprendimientos.
Viven agradecidos por educarlos en el trabajo, por enseñarles a ver la vida con esperanza, por enseñarles a vivir con independencia y autonomía; agradecidos por demostrarles que la vejez bien llevada no es una carga sino un estado al que todo humano llega, y para el cual, hay que prepararse con ahorros, con optimismo, con paciencia, y en especial, a vivir acompañado de la soledad, esa amante silenciosa que arrulla a los ancianos cada día avivando los recuerdos de épocas pretéritas, añorando a los que ya partieron, anhelando menos dolor en el ajado cuerpo, y contemplando el celular, y echándole la culpa al aparato para justificar el abandono en que muchos hijos someten a sus padres por estar inmersos en los trabajos y en sus propias preocupaciones.
Custodia, como se le conoce en la comarca, vive feliz como parte del paisaje en esa casa de adobe levantada con empeño con el esposo que falleció en noviembre 4 de 20011. Los puentes y fines de semana es visitada por paisanos residentes en Bogotá que regresan a la región a recordar la niñez y agradecerle los aportes que recibieron de ella, ya como madrina o como patrona, pues por la casa de ella pasaron numerosos niños cuyos padres les confiaron para que les enseñasen a trabajar con responsabilidad.
Fueron mas de trecientos las personas que apadrinaron Custodia y Agustín, ya en el bautismo, ya en la confirmación o en el matrimonio; los mismos con sus descendencias que visitaron o acompañaron en el funeral al esposo de Custodia y que la visitan ocasionalmente en la vera de la carretera que une a Puente Nacional con Quebrada Negra para llevarle un detalle y mostrarle a la descendencia el personaje que contribuyó a cambiarles el rumbo desde niños.
Quienes transiten por la vía carreteable que une al casco urbano con los caseríos de Providencia, Quebrada Negra y Peña Blanca, le verán en la madrugada ordeñando y pastoreando sus viejas y flacas vacas del color de la vejez, o en el transcurso de la mañana cuidando sus jardines o contemplando el panorama, o tal vez, vigilando y llevando la cuenta de quienes suben o quienes bajan, quizás, para justificar el significado de su nombre. Algunos transeúntes al ver la casa pintada de naranja y azul fuertes no la ven porque con los años los ancianos forman parte del paisaje y del olvido de quienes viven a las carreras, unos atesorando, otros hundidos en sus problemas, y otros, idos de sí mismo con la cotidianidad. Otros pendientes de lo que tienen otros y en un descuido apoderarse de lo ajeno, así sea por picardía.
Hoy los ancianos son invisibles
La Custodia del camino es una octogenaria que vive contemplando su entorno natural que, al igual que su esposo, morirá como mueren de viejos los arrayanes. De pie, y mientras eso ocurre, los caminantes y pasajeros la contemplan en las tardes sentada en la misma perezosa pintada de azul que usó el viejo Agustín hasta que se le acabó el tiempo, y ella, ensimismada en sus recuerdos mozos sigue esperando que las hojas de su calendario sigan cayendo hasta que el último suspiro exhale del viejo y arrugado cuerpo que alguna vez fue bello y lozano. Mientras eso ocurre, seguirá siendo la custodia del camino.
Puente Nacional, finca La Margarita, abril 9 de 2016
NAURO TORRES QUINTERO.