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miércoles, 11 de noviembre de 2020

Mi abuelo, el comunero


Mi nono me contó que estas tierras santandereanas del Sur de Santander estuvieron pobladas por indígenas Muiscas y Guanes. Los primeros en la provincia de Vélez, Boyacá y Cundinamarca; los segundos entre los ríos Suarez, Chicamocha y Oro en los departamentos Norte y Sur de Santander.

Dijo el nono que los primeros conquistadores en tierra firme treparon por el rio Carare y Opón, y los otros, por tierra desde las lejanas tierras de Venezuela. 



Gonzalo Jiménez de Quesada y Martin Galeano y unos 167 españoles de los 800 que se embarcaron junto con un cura, centenares de cargueros, indios de servicio semiesclavizados llamados naborías que iban abriendo trocha y traían las provisiones,  60 caballos y numerosos perros mastines de presa, guiados por yanaconas arribaron y treparon por la desembocadura del rio Carare, y luego, el rio Opón, en tierras bermejas, y por este último, buscaron el origen de esta fuente hídrica, avanzando hasta aguas navegables en tierras hoy del municipio de San Ignacio. Allí amarraron sus canoas y balsas de vela y remo. Treparon por el camino indígena de la sal que los condujo al cacicazgo de los Chipataes, en donde el sacerdote Bartolomé de las Casas, celebró la primera misa en los Andes Americanos. Los indígenas los recibieron con obsequios, como es la costumbre aun en esta región. Les brindaron alhajas en oro y esmeraldas, usadas en ese entonces como presentes a los jeques, príncipes y sacerdotes de la etnia Muisca.



Los españoles respondieron a las atenciones de los indígenas, sometiéndolos, avasallándolos y esclavizando a otros para que los guiasen contra su voluntad, por caminos usados por los nativos para el intercambio comercial entre comunidades indígenas de diferentes cacicazgos y etnias, pero con la ambición de encontrar el cacique revestido en oro y esmeraldas.


Los hispanos, traían en su sangre la ambición por el oro, y la creencia en un Dios único, guerrero con un delegado terrenal: un papa y un rey con poderes absolutos; se creian superiores a los recién encontrados en las montañas de Santander, y luego en la sabana cundiboyacense.


Con la espada de acero, arcabuces, fornidos caballos, perros feroces entrenados para cazar osos y la cruz guindada por un cura, ambos predicando la obediencia absoluta a un rey lejano, depusieron a las autoridades y dioses indígenas, e impusieron sus creencias.


A cada cacicazgo al que arribaban actuaron de igual manera, fundando ciudades donde estaban los ranchos y viviendas en tierra de las sedes de los cacicazgos. Así ocurrió con Hunza, hoy Tunja,}; con Bacatá, hoy Bogotá; con Caly, hoy Cali; con Pubene, hoy Popayán; pero en otros poblados, si los españoles lograban pronunciar el nombre, las refundaron con el mismo apelativo indígena, por ejemplo: Zipaquirá, Zipacón, Facatativá, Chía, Guavatá, Chipatá, y Jarantivá, vereda de mis ancestros en Puente Nacional.


Mi abuelo, en sus noches antes de irse a dormir, en el corredor de la casa de adobe en donde nacieron sus padres, me contó que el abuso e intentos de dominación de otras tribus, y lo quebrado de nuestras tierras, así como la variedad de climas, nos convirtieron en indomables.


Los caciques muiscas: Saboyá y Tisquizoque, hoy provincia de Vélez enfrentaron por treinta años a los españoles. Saboyá fue apresado dos veces, y en ambas ocasiones, se les voló y terminó uniéndose a los tisquizoques. El cacique Guanentá y el cacique Chanchón, ambos Guanes, murieron defendiendo sus tierras, sus súbditos y a las mujeres; en tierras hoy de las provincias comunera y guanentina, Santander.


Un nutrido número de los varones murieron batallando contra los hispanos; la gran mayoría, por las enfermedades que trajeron los blancos con barba y armadura; otros, de tristeza por los confinamientos que implementaron para apropiarse de las tierras; y otros, en las minas de oro; pero a las mujeres, como los españoles que llegaron en los tres primeros viajes de Colón, no traían, las usaron como concubinas unas, otras como amantes, otras como esposas; y se cruzaron los ADN en el transcurso del mayor genocidio ocurrido hasta ahora, en la humanidad.


Mis ancestros son el resultado de ese cruce, afirmaba mi abuelo.  Y como la sangre la pone en uno, la madre, nosotros siempre hemos sido intolerantes con las injusticias.


En 1.781 los descendientes de estas dos etnias, ya mezcladas, se levantaron, inicialmente en tierras guanes, y luego se unieron las sangres muiscas y conformaron lo que se conoce aún, como los comuneros. Contra la fidelidad y obediencia absoluta al rey borbón Carlos III y por el abuso en la implementación de altos impuestos ordenados por la corona española para recaudar fondos para sostener la guerra contra los ingleses; el abuso de los delegados del rey obligó a los habitantes de los pueblos, a levantarse contra la tiranía española demandando justicia social e iguales derechos a los blancos, criollos, mestizos y esclavos.


El descontento empezó en Mogotes, luego San Gil, Puente Real de Vélez, Tunja, Leiva, Sogamoso, Santa Rosa, Chiquinquirá y Socorro; y como si fuese una peregrinación, decía mi abuelo, marcharon armados varios miles, hasta formar un ejército de unos veinte mil con la única intención de tomarse a Santafé e instaurar un gobierno popular.

Como ya les había contado, mis ancestros brotaron en Puente real de Vélez, hoy Puente Nacional. En este lugar, liderados por Joseph Antonio Galán lograron derrotar militar y moralmente a la comisión armada del virrey español enviada para enfrentarlos y detenerlos.


Los comuneros continuaron hacia Bogotá, pero en Mortiño los recibió el arzobispo Caballero y Góngora quien encontró aliados a los comandantes criollos, comerciantes y aristócratas socorranos con quienes firmaron el 7 de junio de 1.781 unos acuerdos conocidos como las fallidas “Capitulaciones de Zipaquirá”.


Antes de la firma, los comuneros ya estaban divididos: Los firmantes, fieles a la consigna “Viva el Rey, abajo el mal gobierno” de Manuela Beltrán el 16 de marzo de 1.781 en el Socorro, solo deseaban que les disminuyeran los tributos, mejoraran el gobierno, reconociendo fidelidad al Rey y obediencia al Papa.  

Los comuneros, en menor número regresaron bajo el mando del regidor y terrateniente Juan Francisco Berbeo y Salvador Plata, quien afirmó que lo obligaron “con lanzas en el pecho”.  Éstos dos, el 18 de abril de 1.781, habían firmado una protesta notarial para poder exhibir, en su debido momento, documentos que los eximieran de toda culpabilidad en los concerniente a la fidelidad al Rey; pero el grueso de los comuneros integrado por mestizos, indígenas y esclavos desconfiaron de los oficios del prelado y los comerciantes y aristócratas socorranos. Y, en vez de retornar por el mismo camino, se explayaron por Cundinamarca, Tolima y Boyacá sembrando el descontento para suscitar la transformación del orden institucional de la colonia y contra el absolutismo y fidelidad al Rey, liderados por el charaleño Joseph Antonio Galán desde el 9 del mismo mes y año.


Al regresar Galán a Santander, sus compañeros de conducción comunera y con peculio de Salvador Plata ofrecieron financiar la expedición contra el capitán charaleño, deteniéndolo y apresándolo el 13 de octubre de 1.781 en Chaguanete entre Mogotes y Onzaga, empezando a cumplirse “La misión religiosa de purga terrorista” ordenada por el Virrey Flórez, quien había repudiado el acuerdo estando en Cartagena. Allí, pidió el regreso a España, y en su remplazo, el Rey nombró a Juan de Torrezar Diaz Pimienta.


Al llegar al nuevo reino de Granada, Diaz Pimienta fue agasajado en los pueblos de paso desde Cartagena hasta Santafé.  Murió indigestado tres dias después de su llegada a la sede del virreinato. De la manga de su mortaja apareció un papel designando Virrey al arzobispo Caballero y Góngora. El prelado, junto con una decena de religiosos se empeñaron en la tarea de apaciguar a los comuneros condenando al infierno a quienes participaron en la revuelta comunera.  El Virrey arzobispo permaneció en el Socorro desde el 14 de julio hasta el 3 de diciembre de 1.781, sellando la alianza con los aristócratas y comerciantes socorranos, quienes, para continuar usufructuando las prebendas oficiales, pactan el señalamiento y entrega de los demás capitanes comuneros.


El 30 de enero de 1.782, por decisión unánime de los cinco jueces de la Alta Corte Judicial del virreinato español, sin iniciar el proceso penal contra José Antonio Galán, sin interposición de denuncia penal oral o escrita de algún adversario que se hiciera parte, se condena mediante sentencia por los siguientes delitos: “invadir poblaciones, interceptar la correspondencia de oficio y publica, acuadrillar y capitanear gentes, sublevar pueblos, saquear las administraciones de aguardiente, tabaco y naipes, nombrar capitanes a los sediciosos y rebeldes, faltar al sagrado respeto a la justicia, resistir a dos partidas (cuadrillas) desarmarlos y hacerlos prisioneros, repetir los saqueos, atropellar alcaldes de las poblaciones, sacar y repartir los efectos, dejar nombrados capitanes, insultar al gobernador de Mariquita,  atropellar a los hacendados y aristócratas, retornar a Mogotes, hacer terror y escándalos en los pueblos, hacerse ver como invulnerable, suscitar y promover hechos y dichos sediciosos para una nueva rebelión, escribir cartas a los corresponsales, comunicar sus proyectos, abultar el numero de malvados secuaces y pueblos rebeldes, esparcir noticias de conmoción, emprender fuga, poner resistencia a la justicia, levantar tropas, cometer asombrosos excesos contra el Rey, desertar el regimiento de Cartagena, y ser un monstruo de maldad y objeto de abominación,”(…)


El fin de las penas decididas por el alto tribunal, tanto para José Antonio Galán, como para los tres colectivos populares que cobija la sentencia, estuvieron dirigidas a torturar, matar, decapitar, exhibir cabezas, descuartizar cuerpos, decomisar y confiscar bienes, declarar infames las descendencias de los inculpados, a desterrar a 200 kms. a la redonda dentro del virreinato y expatriar a dos de los hermanos del prócer para el continente de África”.


Luego de la detención del capitán comunero, fue conducido desde Mogotes al Socorro y de allí a la cárcel de Santafé donde el 30 de enero de 1.782 le profirieron la sentencia.


Mi nono preparándose para terminar su relato, con lagrimas escurriendo por las arrugas y con su mirada perdida en el dolor de los recuerdos de sus antepasados, enumeraba las 21 crueldades que le aplicaron al valiente Galán por atreverse a poner en duda la fidelidad al rey y a desconocer su poder absoluto, anhelar justicia e igualdad social y un gobierno con la participación del pueblo.

1.      “Que sea sacado de la cárcel,”

2.      “arrastrado,”

3.      “y llevado al lugar del suplicio,”

4.      “donde sea puesto en la horca hasta que naturalmente muera,”

5.      “bajado,” (de la horca)

6.      “se le corte la cabeza,”

7.      “se divida su cuerpo en cuatro partes y”

8.      “pasado el resto por las llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo,”

9.      Su cabeza será conducida a Guaduas teatro de escandalosos insultos:”

10.  “la mano derecha puesta en la plaza del Socorro,”

11.  “la izquierda en la villa de San Gil;”

12.  “el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento;”

13.  “y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes;”

14.  “declarada por infame su descendencia,”

15.  “ocupados todos sus bienes y aplicados al real fisco;”

16.  “asolada su casa”

17.  “y sembrada de sal, para que de esta manera”

18.  “se dé al olvido su infame nombre y”

19.  “acaba con tal vil persona, tan detestable memoria,”

20.  “sin que quede otra que el odio y espanto”

21.  “que inspira la fealdad del delito” (…)



Y retomando tranquilidad y esperanzas, el nono continuaba narrando que 34 años después los hijos de los comuneros que lograron escapar de la persecución, y los que fueron desterrados  a más de 200 leguas, entre ellos, el pinchotano don Pedro Santos, dio vida a más de catorce hijos con una charaleña de apellido Plata y se convirtieron en estafetas y guerrilleros que contribuyeron notablemente a detener y demorar lo refuerzos realistas que desde Venezuela iban a Santafé para enfrentar al general Bolívar al apoyar a los ejércitos del pacificador, Morillo.    

Estos grupos guerrilleros provenientes de los pueblos comuneros fueron liderados por el capitán Fernando Santos Plata y su hermana Antonia Santos. Ella, mártir de la independencia de Colombia.  Contó mi abuelo que Fernando Santos Plata estuvo en la reunión a la que asistieron los militares Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar, y Custodio García Rovira ocurrida en Puente Real de Vélez en octubre de 1.810 en la que trazaron la estrategia de una guerra de guerrillas para atacar a batallones realistas y esconderse para hacer mas lento su marcha e impedir la integración de un ejercito mas numeroso y armado para enfrentar a los patriotas.


Mi abuelo murió en 1.928 año en que ocurrió la masacre de las bananeras narrada por Gabriel García Márquez. Mi padre que había nacido 4 años antes, me contaba la misma historia, pero adicionando que su padre había participado en la guerra de los mil dias defendiendo las ideas liberales.

 A su vez mi padre contaba que, siendo muy joven, tenia 15 años fue reclutado a la fuerza un martes en el mercado de Moniquirá cuando vendía un cerdo por orden de mi abuela. Lo reclutó a la fuerza la policía chulavita encargada de actuar como la mano negra contra los liberales que defendían las ideas de Jorge Eliecer Gaitán.


Siendo muy párvulo tenia que acompañar a mi padre, luego de retirarse de las fuerzas armadas de Colombia, al mercado de Puente Nacional. Tenia la misión de cargar en la capotera, y a unos diez pasos atrás de mi padre, el revolver y las balas para defenderse en cualquier emergencia. Y un atardecer de un miércoles marzo de 1.963 fui su guarda espalda cuando debió ir a palabrear con el bandolero Efraín González, bandolero del partido conservador, cuando supo por terceras personas que había sido sindicado, por ser reservista, de ser un sapo. Junto conmigo, guarecidos por la oscuridad, fueron varios amigos armados de mi padre para respaldarlo, por si no se lograba aclarar el malentendido convertido en chisme femenino.

Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, noviembre 1º. De 2.020

NAURO WALDO TORRES QUINTERO

T.P. 4650 MEN

 

ALGUNAS FUENTES HISTORICAS

1.      Del infierno a la Gloria, escrito por Álvaro Santamaría Santander. 2.019

2.      José Antonio Galán, gestor de la independencia de Colombia, escrito por Myriam Sanabria de Quiroga. 2.020

3.      Historia de Colombia y sus oligarquías, escrito por Antonio Caballero. Ministerio de Cultura, 2018

 

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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