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viernes, 27 de mayo de 2016

El suicida se viste sin ropa



Una emoción fuerte, un problema sin identificar una solución, una presión externa, una depresión o paranoia, unas condiciones que no acepta  pueden enceguecer a una persona y termina suicidándose.

 
Vidalio fue su nombre que no fue escrito en lápida porque en ese entonces, hasta para ser enterrado en el cementerio católico  había que demostrar que la muerte ocurrió sin producírsela.

Ese martes de un día olvidado de la década del cincuenta, bajó temprano a la botica de Segundo Sáenz que vendía medicamentos para los humanos y el resto de animales. Compró una copa de insecticida para lavar un par de vacas y regresó a su finca conocida como el Durazno distante un kilómetro de la estación del tren con nombre de predestinación, Providencia.


Ya de regreso en casa pidió a Delina su esposa una totumada de guarapo para calmar la sed y se ofreció a traer  el agua para el almuerzo. Tomó la pendiente hasta el ojo de agua que brillaba al sol en la hondonada del potrero que servía de marco a la casa de su única hija del primer matrimonio que como faro estaba vigilante en una loma desde donde se contemplan los tonos del arco iris  de las tierras veleñas que mezclan los rayos del sol.


En la misma totuma que se tomó el guarapo y con la misma que llenó el pote, disolvió en agua la copa de insecticida; llamó a la hija que le respondía al saludo desde el dintel de la cocina, y sin mas explicaciones que un brindis por ella y por su único hijo que estaba en la cárcel, se tomó la totumada de agua.


Juanita, la hija mayor por la que brindó, sin imaginarse la bebida del brindis, lo encontró recostado al margen derecho del ojo de agua con babaza en la boca y quejándose del dolor. Pidió ayuda pero no la encontró y las pocas fuerzas de la diminuta mujer que era su segunda esposa y las enclenques de Juanita, su única hija del primer matrimonio, no sirvieron para trasladarlo al camino, cargarlo en el macho blanco y llevarlo a siete kilómetros por un enlodado camino hasta el hospital de Puente Nacional.

Vidalio murió como decidió en el ojo de agua del que se surtían otras dos familias. Estaba vestido de camisa blanca en algodón  con mangas tejida y adornos en lino negro como las que hoy se usan en las ferias de Vélez en honor a los mayores que las vestían con honor y con orgullo. Tenia puesto su pantalón gris con rayas blancas arremangado sobre el tobillo por cuyas mangas se apreciaba la manga del calzoncillo blanco largo que  se usaba hasta la rodilla dejando ver el cordón sobre los tobillos. Tenía puestos sus blancos alpargates atados al pie con cinta negra y el sombrero de jipa dormía sobre el pasto como testigo mudo de lo ocurrido.

En convite  de los vecinos su cuerpo fue llevado a la casa que le dejó la primera esposa, allí fueron velados sus despojos mortales por dos días con sus noches dispuesto sobre una mesa revestida de sabanas blancas en cuyas esquinas y tan perpendiculares como los palos que servían de base a la mesa colocaron vástagos de plátano tiernos, y sobre  ellos, un velón de cebo forrado en papel brillante rojo cuya luz se disparaba al techo e iluminaba tenuemente la sala de casa de bareque.

Vidalio sobre la mesa revestida con sabanas blancas se miraba vivo. Su blanco bigote y sus largas patillas del color de la leche resaltaban en el rostro de tez blanca y ojos escondidos por las largas cejas que parecían pétalos de la flor de la inocencia.


Por haber sido una muerte provocada la casa y sus alrededores se colmaron de dolientes y curiosos. El yerno de su segunda hija del segundo matrimonio trajo de la finca La Colorada un novillo de 12 arrobas, que cocinado y con papas saladas donadas por los amigos del Páramo sirvieron de alimento a la muchedumbre que estuvo en la casa de bareque  por dos  noches con sus días.

El velorio, era en tierra de la Jarantivá, todo un acontecimiento que reunía a los miembros mayores de las familias. Las mujeres se reunían aparte, y unas se dedicaban a preparar los alimentos día y noche, otras se turnaban las jaculatorias pidiendo piedad para que el alma de Vidalio no fuera mucho tiempo al infierno, y ellos, los varones se dedicaban a comentar las buenas obras del difunto y a resaltar los valores que nunca, nadie le reconoció, mientras en nombre de Dios, se bebían cuanta copa de chirinche y guarapo ofrecían las mozas de las mismas familias reunidas.

Las señoras encargadas de la cocina desde la madrugada del ultimo día del difunto en la casa de bareque, empacaban sobre un mantel blanco con flores verdes y amarillas tejido en algodón, y sobre él,  hojas de plátano sancochadas holladas de comida con carne asada que ponían entre canastos en los que se veía el piquete como un envoltorio amarrado con las puntas del mantel, y en potes de diez litros, empotrados en  mochilas de fique se envasaba el guarapo para calmar la sed, ofrecido en tres sitios diferentes a los hombres que con fuerza y resistencia cargaban el cuerpo camino abajo hasta llegar a la funeraria que estaba en la esquina de  la ultima calle al cementerio.


El cuerpo de Vidalio sobre el guando lucía como una momia egipcia. Iba empacado en las mismas sabanas blancas que sirvieron de revestimiento de la mesa que lo exhibió en la sala de la casa de bareque del predio El Durazno. El tropel con el cuerpo del difunto descolgándose por el camino real, semejaba una procesión a las carreras que paraba en las mismas estaciones que otros muertos hicieron mientras quienes cargaban y acompañaban al difunto, piqueteaban, bebían con afanes como si el muerto tuviera afán de llegar al olvido.


Los cuerpos de los suicidas no tenían espacio destacado en el cementerio, formaban parte del grupo de los nns como un castigo y un escarnio a los deudos porque de ellos, los suicidas, no es el reino de los cielos.

Vidalio se suicidó porque no soportó los desmanes de su hijo menor a quien no corrigió de niño. Fue de joven borracho, pendenciero, jugador y recibió clases de bandido, Fue ciclón por una pelea callejera, estuvo en la cárcel y se voló, fue por un tiempo integrante de la cuadrilla de Efraín González, razones por las cuales fue perseguido por el ejercito nacional que al fin lo encontró un miércoles en la casa de Vidalio de la que se evadió por un túnel que el mismo había hecho y que desembocaba en un potrero, y luego de salir por él, recibió 18 impactos de bala logrando sobrevivir, pagar sus fechorías, y luego fue nombrado inspector de policía en la vereda donde nació muriendo pensionado por el mismo Estado que lo persiguió cuyo cuerpo en la funeraria lucía las mismas patillas y bigote del color de la leche que el viejo Vidalio sobre la mesa donde fue velado su cuerpo en la casa de bareque de la finca el durazno.

 




Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

domingo, 22 de mayo de 2016

Jacobo Velasco Torres, el poeta del Opón.

 caratula jacobo

No soy un poeta

quiero utilizar las letras

expresar mis sentimientos

el poema que llevo dentro

lo que aprendí en el tiempo

y en  el álbum de la experiencia.

 

 

Todo es un poema

la noche oscura,

la luciérnaga, la soledad,

el sol, la luna, el viento,

el rio, la palmera, la flor,

la alegría, la quimera,

la sonrisa de un niño,

el canto de un ave,

la ternura, la nostalgia,

el amor,

la mujer es un poema.

 

 

 

Nació el 18 de octubre de 1951 en la vereda Guaduales del corregimiento de Santa Rita Opón, municipio del Guacamayo en una familia colona que tuvo 12 hijos; su padre fue el paceño Ismael Velasco y la madre, una contrateña, Carmen Rosa Torres.

 

Cursó los primeros años de primaria en la escuela rural mas cercana distante una hora de camino del rancho de madera y palma nacuma. Tenia 19 años y se ganaba el sustento como jornalero usando la peinilla y el hacha, cuando se enteró por radio que el señor  cura vicario de Vélez, visitaría a la parroquia de La Aguada, en ese entonces orientada  por las Hermanas de la Presentación que habían decidido abandonar los colegios para hacer pastoral rural con los marginados. Luego de cinco horas caminando por trochas y lodazales, llegó al vecino municipio y se entrevistó con el sacerdote promotor de las Pastoral social en  la provincia veleña. El señor Vicario Gustavo Martínez frías, natural de San Vicente de Chucurí y quien conocía el duro trajinar de los colonos. Al observar el interés del joven, le recomendó, por la edad, que se fuese a estudiar al Instituto de Liderato Social del Páramo, Santander que tenía un programa de formación y educación para adultos, en el que en un año lectivo, se cursaban dos, estudiando interno.

 

Con tres mudas de ropa, un par de zapatos grulla, unos tenis Croydon y un par de pantalonetas que a la vez le sirvieron de pijama, empacó en una mochila y partió a pie hasta Guacamayo y de allí al Socorro para posteriormente llegar al destino pasando por San Gil, luego de ocho horas de viaje en chiva.

Al Instituto del Páramo llegó al atardecer y a la primera hora del día siguiente se entrevistó con el rector, el reverendo Cesar Flaminio Rosas, eminente sacerdote de la orden Vicentina, quien le negó el ingreso por haberse presentado dos semanas después de iniciar el año lectivo. Jacobo, rogó a su modo, pero el reglamento primó sobre el anhelo del deseoso estudiante. 

El agua que conduce al río

incansable llega hasta el mar

en banderas blancas

vuela hacia el sol

toca las cosas de Dios….

 

¡Oh¡ Señor, tócame a mí,

toca mi vida, mi mente, mi ser

toca mi corazón

y déjame tocar y vivir

las cosas de Dios.

Jacobo pernoctó esa noche en el Páramo, y en la mañana siguiente asistió a la misa de la madrugada. Luego se fue en peregrinación a la gruta de la Virgen de la Salud en donde  un bañó a la cabeza y el rostro se dió pidiendo intercesión para no tener que regresarse a Guaduales. 

Se presentó a penas abrieron la puerta del Instituto y solicitó nuevamente hablar con el rector, quien lo recibió en la amplia y voluminosa biblioteca que tuvo el centro de formación para adultos. 

Recuerda Jacobo que le imploró lo dejara estudiar, y el levita le inquirió su persistencia calificándolo de torpe, pero pudo mas la esperanza del campesino que el reglamento, y fue desde ese momento alumno del grado 5o. de primaria convirtiéndose en pocas semanas en uno de los líderes del grupo estudiantil en ese año.

Los maestros del Instituto despertaron su conciencia dormida y como niño y joven preguntón, décadas después escribió estos versos:

 

 

El diagnostico es grave;

el examen salió positivo

sus órganos están afectados

tratamiento no hay curativo,

lo detectó el ignorante

lo afirma la ciencia y el sabio.

 

 

Esta enferma la piel de la tierra,

el aire respira cansado,

del mar se secan sus venas

y en ellas los peces contados

las aves casi extinguidas

ya no lucen arriba en el árbol,

ya no cuelgan en ellos sus nidos,

agoniza su aleteo y sus trinos.

 

Continuó estudios en el Instituto de Agropecuario de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o. de bachillerato. Regresó a su vereda, fue nombrado el primer maestro de la escuela en 1983, y luego de trabajar nueve meses de servicio al departamento, recibió todos los salarios en una sola paga en diciembre de ese año, mes en el que se casó con Elda, la niña que aun ama desde la primera vez que la miró.

 

Desde la primera vez

que me miré en tus ojos

me volví analfabeta y

en espejos transparentes

escribo pensamientos

tableros reales me persiguen

tablas, piedras, arboles, arena

todos los objetos…

en ellos escribo cuatro letras: Elda

 

Como estudiante, como dirigente campesino, como maestro, Jacobo Velasco aún muestra sus dotes de declamador, poeta y líder. Bajo la apreciación de que “todo es un poema”, a sus alumnos enseñó a rimar, a hacer esquelas y cartas románticas; les animó a declamar y les avivó el amor por el campo.

 

Terminó el bachillerato en Santa Rosa de Simití. validó la Normal en Aguachica y se licenció en filología e idiomas en la Universidad Libre seccional Socorro. Trabajó como maestro en una vereda de Onzaga, posteriormente en un centro rural en el Playón en donde se vio avocado a renunciar para asumir su defensa.


Explica el maestro ajeno a las aulas que negros pensamientos tuvieron unos compañeros de trabajo que junto con el abuelo de una menor de edad, lo sindicaron de acoso sexual.

Negro es el dolor

de negro se viste la viuda

negro es el nubarrón

que presagia el aguacero,

negro es el cáncer maligno,

el beso traicionero,

el mordisco del perro,

el vampiro es negro

el diablo lo visten de negro…

 

 

El odio, puñal afilado

como garfio

veneno de cobra,

aguijón de araña,

lacra podrida,

curare maligno de los humanos

demonio escondido

en la saña

que ataca al asecho

hiere, maltrata y daña.

Una carta romántica sin remite y  sin destinataria que había leído en el aula a sus alumnos, un pañuelo blanco que la esposa le había regalado en los cumpleaños, unos dulces y una chocolatina que había comprado en la tienda cercana al centro, fueron las evidencias que entregó el denunciante a la fiscalía que encontró merito para sindicarlo, y el juez lo encontró culpable pagando la pena en la cárcel de Bucaramanga. Allí escribió:

 

Me duelen los ojos

de mirar al horizonte

un horizonte cercano

pero limitado, inalcanzable…

 

Me duele el alma

al ver las golondrinas

y siento envidia

de todas las palomas

que a diario recogen las moronas

y en la altura anidan los pichones,

a sus hijos;  los míos están lejanos,

¡Si me prestaran esas alas¡…

 

Me duelen las manos,

de tocar las ásperas paredes,

me duelen, al no poder tocar

la humana porcelana…

 

 

Me sangra el corazón;

de mis lindos hijos,

la sonrisa esta callada,

de pensar, si en la mesa

tienen pan

se rompen las fibras

de mi alma.

 

 

El domingo es día de visita,

afuera hacen fila las mujeres,

ansiedad que espera;

yo sin esperanza

miro hacia la puerta

y cada abrazo, cada beso

mueven mis sentimientos

y un agónico suspiro

quema las fibras de mi pecho.

 

Entre los últimos…

los míos no llegan;

se agranda mi dolor

cuando llegan las abuelas,

abrazan a sus hijos, a sus nietos…

un puñal traspasa su existencia…

¡mi madre no vendrá¡

no viene aunque quisiera

tiene sus ojitos muertos.

 

“La cárcel es la escuela del crimen”, escribió Pedro Antonio Mateus Marín, el poeta de Moravia, pero Jacobo trató de no aprender esas lecciones, al contrario, miró y calló, observó y escribió, “un preso es la imagen de los muertos”.

 

 

…mientras al preso las esposas le maltratan las manos

en el hogar se abraza el dolor amargo

y se confabula la tristeza y la desesperanza

hay  tristeza, debilidad, incapacidad humana,

mientras ellos conjugan su dolor

a él se le corroen los huesos,

en las membranas de la distancia.

 

 

Todo va pasando, todo va acabando, menos el tiempo

ni las noches largas en el tálamo que cansa

él es encerrado en este sepulcro abierto

donde no huele a muerto

pues son vivos los muertos,

un cementerio de muertos, muertos que lloran,

muertos que hablan, que suplican, que suspiran, que aman.

 

 

Al inicio del encierro hacen fila visitantes,

a menudo las llamadas, la comida, los detalles,

y el prisionero al igual que una tumba

al principio hay flores, arreglos, losa nueva, pintura, una cruz,

un hermoso epitafio, se elevan oraciones,

se pagan salves, desfilan amigos, familiares,

años después, la tumba abandonada….

 

 

Mientras en la tumba desaparecen las flores

al pobre prisionero se le esfuman sus amores

¡cómo se parece un preso a una tumba abandonada¡


En la cárcel compartió pupitre con un exgobernador y un exalcalde, allí no dejó de ejercer su profesión de maestro, en menos de tres años, a la calle regresó. Lo esperaban en la puerta del penal sus cuatro hijos, los maestros amigos, varios alumnos y padres de familia a expresarle aprecio, pero su Elda no lo esperaba, un joven gorrión ya cantaba en su ventana.

 

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Jacobo Velasco Torres en libertad retomó el hogar con sus  hijos y empezó de nuevo su lucha por la comida diaria vendiendo drogas naturistas  y empezó por la tierra que lo vio correr por los potreros y cañadas, regresó al rancho donde aprendió a hacer familia, y allí encontró, soledad.

 

Las palomas se han ido,

las maracaiberas, ellas se fueron,

las alimentaba mi padre…

el voló para el cielo,

ellas alzaron el vuelo.

 

 

Se fueron los gritos, las risas,

los juegos, los hijos, los nietos,

los bellos diciembres

acompañados de luces,

de salmos, de rezos,

la bondad de mi padre,

de mi madre sus detalles,

sus bellos consejos…

todo se ha ido extinguiendo

menos mis lindos recuerdos.

 

 

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Maestros y alumnos del Instituto de Liderato social de Zapatoca en 1977

 Con Jacobo Velasco Torres, el labriego de  versos, nos volvimos a encontrar 36 años después en un encuentro de exalumnos y maestros del Instituto Agropecuario para campesinos adultos de Zapatoca en donde fue mi alumno, encuentro ocurrido el 7 y 8 de mayo de 2016. Los años pasaron sin darnos cuenta, las tristezas se ocultaron y afloraron los recuerdos, se encendieron los abrazos, se cosecharon aprecios. 

Compartimos alegrías,  revivimos los afectos, pero en la entrevista para escribir esta historia, brotaron las lágrimas que se escurrieron por las arrugas que pueblan nuestros rostros, añoramos la guitarra y unos aguardientes y entre notas y canciones esconder los malos recuerdos que  a cada quien nos acompañan, sin quererlos, pero asumiendo su creencia que en la vida, todo es poema. “Todo es un poema” es el nombre del libro que  vende junto con medicamentos naturistas que promueve con canciones y versos desde el amanecer hasta el ocaso como todo labriego que labra la tierra para obtener el sustento.

 

 

Posdata: Los versos incluidos en la historia fueron tomados del poemario “Todo es un poema” publicado en el 2012 cuya carátula fue pintada por  Cristian Velasco Hernández, el hijo mayor del autor Jacobo Velasco Torres, cuyo nombre fue tomado  en honor al hijo mayor de quien escribe esta historia.

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

NAURO TORRES Q.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...