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viernes, 30 de octubre de 2015

Eustasio Vargas, cien años de soledad sirviendo a Puente Nacional.

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Lo despidieron varias generaciones, lo lloraron los mayores de ochenta, lo recuerdan los niños, los jóvenes, los mayores y la tercera edad; los primeros, al verlo encarnando la soledad en una mecedora en la sala de su casa en medio de fotografías que ilustran  sus trabajos de servicio a una población, los segundos por verle contemplando  el tiempo mientras las personas vienen y van con sus afanes, los terceros por reconocerle como un testigo de un siglo de historia, y los últimos por ser un empleado público que por medio siglo facilitó el alumbrado eléctrico y el servicio de agua  a los puentenalinos y las comunicaciones telefónicas entre los habitantes de las poblaciones circunvecinas a Puente Nacional.

Desde el nacimiento la soledad acompaño a Eustasio y desde entonces por cien años se gozó la soledad. Soledad se llamaba la madre que lo trajo al mundo sola en una casa de bareque en la vereda Cemiza mientras Oliverio Ortiz, el esposo, trabajaba en vereda distante construyendo una ramada para un trapiche de piedra en la cuchilla que separa a Guavatá con Puente Nacional.

Eusatasio perdió a Oliverio cuando estaba en el vientre de Soledad, y a Soledad, cuando cumplía los cinco años. El padre menor de 30 años, murió bajo el peso de una viga que junto con otros dos jóvenes intentaban trasladar para montar como amarre principal de una ramada para extraer el dulce de caña mediante la fricción de dos piedras cilíndricas que giraban a la par sobre dos ejes paralelos movidos por fuerza animal o humana, y perdió a Soledad un lunes cuando regresaba del mercado luego de tomarse un guarapo mal curado que le produjo una diarrea acompañada de deshidratación que en pocos días retornó al estado en que ya se encontraba Oliverio.
 
Cuenta Margarita, la única hija mujer que le acompaño por tres cuartos de vida, que Eustasio quedó acompañado con limber en el rancho en donde estuvo por un par de días, siendo recogido por una familia de apellido Luengas en donde Soledad prestaba ocasionalmente algunos servicios domésticos, y allí por tres años fue el niño de los mandados, sin paga alguna, viéndose obligado a buscar mejor oportunidad que encontró mas abajo en una parcela de un par de longevos que lo acogieron proponiéndole unos días de trabajo para el hogar y un par de días para sus propios cultivos logrando algunos ingresos para sus precarios gastos.
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En menos de 20 años debió velar la muerte de Soledad y la de sus putativos protectores, en cien años ayudó a cargar el féretro de centenares de  conocidos y amigos; en cien años fue testigo de la construcción de la línea férrea y la llegada del tren a Barbosa, trabajó como raso obrero en la construcción de la carretera  para unir a Puente Nacional con Jesús María, recibiendo como paga en proporción a la cantidad de carretilladas que cada día movía con diligencia; puso sus fuerzas para trasladar la primara planta eléctrica que hubo en la provincia de Vélez desde la estación de la Capilla hasta Puente Nacional, junto con un amigo de la época, se apostaron detrás de una mata de chusque para ver pasar  a un anunciado animal que chillaba mas duro que un gavilán que tenía cuatro patas como el perro y que era dócil como un caballo pero que echaba humo y cargaba varias personas a la vez. A ese animal, meses mas tarde, junto con el amigo, por la suma de diez centavos, dio la primera vuelta en carro alrededor del parque llamado hoy Lelio Olarte en honor al insigne músico que con sus melodías dio a conocer a Puente Nacional en el ámbito musical colombiano.


Eustasio no fue a la escuela pero se hizo letrado, aprendió mecánica y electricidad mirando y practicando, creció solo pero fue un ser muy sociable y servicial, en especial, con las personas que llegaban al pueblo de otras partes, fue acomedido con las familias de alemanes y españoles que llegaron después de la segunda guerra mundial y levantaron sus familias en la tierra de la guayaba y el platanillo, fue huésped de familias que vivían a la vera de la línea telefónica que unía a Puente Nacional con Guavatá- Vélez-Jesús María- Florián y Barbosa.

Trabajando en construcción fue vinculado como cartero por correos nacionales y le pagaban en proporción a las cartas que entregara, aunque no ganaba sino para la comida fue reconocido por las familias prestantes de la villa, y cuando ya había hecho todas la entregas, iba al taller del español Martín Fontanilla a mirar para aprender y a colaborar para ensayar. El sacerdote Antonio Olarte, regaló a la localidad la planta eléctrica que desde Alemania llegó en barco hasta Honda en el Tolima, y de allí hasta la estación la capilla fue carga del tren para luego ser movida en bueyes hasta la vera del rio Suarez donde funciona hoy  el matadero municipal, y allí, una vez instalada y movida con agua, fue entregada en administración al español, quien viendo el empeño de Eustasio, lo entrenó para operar la planta eléctrica que iluminaba en las noches los hogares de la población.

La violencia partidista desplazó a varias familias al casco urbano, las de menos recursos, y las otras, a la capital; la demanda del fluido eléctrico se requería también de día para los servicios hospitalarios y el municipio compró un generador diesel que dieron al cuidado de Eustasio, quien ya trabajaba como empleado municipal con doble jornada, de día operaba la planta diesel, y de noche la planta que usaba la fuerza del agua para generar energía. Al implementarse el servicio domiciliario del agua, la administración municipal también le encargó en servicio de fontanería. Fueron 20 años de servicio a las familias de la población, tiempo en el cual no le reconocieron vacaciones, ni cesantías, y cuando el gobierno nacional creo la seguridad social, el tesorero notificó a Eustasio Vargas que para afiliarlo al servicio medico y tener derecho a cesantías, le iban a descontar el salario por tres meses, y muchos años después se enteró que el mencionado tesorero del municipio había confundido meses con tres días de descuento mensual.


Eustasio integró cuanto comité hubo en la parroquia, en el municipio, en la Acción comunal y en la cooperativa en los que trabajo sacándole tiempo al tiempo. Fue un ciudadano a carta cabal, no hizo proselitismo a ningún partido pero fue testigo de los odios y venganzas de muchos que  los integraron apasionadamente a mitad de siglo. Fue testigo de la construcción y florecimiento de los tres colegios reconocidos en la población que hicieron merecedor a Puente Nacional como ciudad educadora. Fue testigo de la construcción y florecimiento del Hotel Agua Blanca a donde llegaban numerosos turistas nacionales y extranjeros luego de un pintoresco viaje en tren por las sabanas de los muiscas y las lomas de los sorocotaes. Fue testigo del paso de la mula al tren, al bus, al avión y a los cohetes a la luna. Fue testigo de los estragos de las tos ferina, el tifo, las pulgas, los chinches y las niguas. Gozó del andar a pie y fue orgulloso de usar alpargates para ir a misa como de los zapatos corona.
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Eustasio conocía a los dueños de las casas del casco urbano, pero muchos no le conocieron y en el buen trozo de vejez que vivió su sabiduría es recordada por los hijos y nietos, por los vecinos y allegados, y aunque nunca fue distinguido por sus labores como el único motorista que operó día y noche la plantas generadoras  por 22 años facilitando el fluido eléctrico al casco urbano y haciendo arreglos y conectando el servicio de agua domiciliario sin que le pagaran los derechos laborales a que tuvo derecho, si fue recomendado, por su estatura, empirismo y ser social por el patricio liberal y único gobernador y senador que ha tenido Puente Nacional, el Dr. Eduardo Camacho Gamba para trabajar en la naciente empresa nacional de telecomunicaciones, convirtiéndose junto con Waldo Ariza ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/09/waldo-el-guarda-lineas-que-estaba.html  ) como los últimos guarda líneas que hubo en la provincia veleña.

Eustasio murió con el apellido de Soledad. El medico legista atestiguo que la causa fue la asfixia pues tenía los pulmones negros del humo que expelía la planta diesel,   un 23 del mes de los vientos y las cometas del año que, luego de 60 años de guerra interna, el gobierno nacional, siendo presidente Juan Manuel Santos, un descendiente de santandereanos, firmó el pre-acuerdo de paz con el mas viejo y mas terrorista grupo guerrillero latinoamericano


















domingo, 25 de octubre de 2015

LA POMARROSA FLORECE, PERO NO TIENE POMORROSAS

 

La soledad no tiene nacionalidad, ni raza, ni credo, ni horario; tampoco espacio. La soledad invade el alma o el corazón en quienes viven en las urbes como en las veredas, en las cárceles como en los templos, en los bares como en las fiestas, en las calles como en los caminos; viajando en mula o camello,  en carro o en avión. 

La soledad habita en todas partes; en los rincones, en los cementerios, en los asilos, en los hospitales,  en los centros comerciales, en las habitaciones, incluso en las camas nupciales.

La soledad es un estado de ánimo. Una emoción que facilita evocar lugares, momentos, circunstancias, personas, incluso a animales, aves, arboles, senderos, acantilados, lomas y valles.


La soledad es la aliada de los amantes, es la anhelada por los escritores, es la invocada por los devotos, es la esperada por los atracadores, y es la requerida para aflorar los asuntos del alma y el corazón. La soledad es la compañera del anciano abandonado por sus seres queridos, de los enfermos abandonados en los hospitales, de los presos, incluso de los guerrilleros en las escondidas selvas de Sudamérica.

Gracias soledad por estar hoy, en mí. 

Escribo desde la ciudad  mayormente poblada por los desplazados de la violencia desde la guerra de los Mil días hace 119 años, por los de la guerra bipartidista de mitad de siglo  y por la actual que lleva mas de sesenta años, con solo perdedores. Escribo desde Bogotá, desde una torre con numerosos apartamentos encerrados como estivas, poblados por desconocidos sin parecerse a las hormigas o a las palomas, pero sí, seguros ante la inseguridad de la ciudad.

La soledad es mi aliada. Aliada para evocar a la reina de mi soledad, pues es ella, la que me posee en mi soledad. Ella con sus recuerdos quien invade mis sentidos, mi cerebro, mis emociones, mi ser.

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Aparece en mi soledad  con su cabellera larga cubriendo su espalda, adornando su rostro, escondiendo su sonrisa, ataviando su misterio, ocultado sus deseos, y negándome su amor

Si, aparece en mi soledad como una brisa mañanera, o, un leve viento al atardecer; aparece en la loma en la que posa una prehistórica piedra; aparece, unas veces de pie, otras sentada, pero siempre difuminada entre la pradera y el monte, entre la luz del sol o de la luna.

Su imagen se hace tan real que corro a encontrarla, pero al estar en el lugar donde la imaginé solo encuentro su aroma, el aroma a pomarrosas.

 

Ella no esta para verla y admirarla, pero al igual que otrora, la admiro sin tenerla cerca o distante, pues de ella queda su aroma y su historia convertida en aliciente para esta vida que se quema lentamente cual cera de una vela encendida siempre en esa loma donde por primera vez me dejé quemar por sus labios inocentes y me sentí arrullado siendo adolescente.

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Esa loma, poseída por la piedra prehistórica que es abrazada desde medio siglo atrás por un pomarroso, sigue hidalga, incólume, dominante, observadora y a la vez, testigo muda de un amor que floreció en ella y 28 años después es depositaria del ultimo deseo, en su ultimo suspiro de la despampanante mujer de cabellera larga con la que protegía su virginal belleza.

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La loma sombreada por arrayanes, pinos y pomarrosas, tiene aún el pomarrosa enamorado de la piedra prehistórica, la que abraza noche día con su  tallo del que salen como dedos numerosos gajos con sus ramas con colores entre el verde y el rojo oscuro que, dos veces al año, cambia su color tornándose blanco crema por numerosas flores que atraen desde avispas hasta abejas, desde colibríes hasta copetones, desde chagualas hasta angelitas.

Pero los arboles como las piedras también se enamoran. La reina de mi soledad dio su ultimo suspiro un 13 de noviembre del primer año del siglo XXI, y momentos antes de hacerlo en nuestro lecho nupcial, me solicitó en voz entrecortada -salida mas del alma que del corazón-, que la llevara a la loma a vivir eternamente conmigo junto a la pomarrosa. 


Desde el 2000, el pomarrosa florece pero no da pomarrosas, pero siempre en la cúspide de ese montículo de tierra poblado por arrayanes, pinos y pomarrosas se respira el aroma de las pomarrosas.

Desde entonces mi soledad tiene el aroma  de la mujer que esta presente con su sangre y sus costumbres en cuatro hijos que ocasionalmente visitan el pomarrosa cuando deciden abandonar la ciudad y sus trabajos para ir a descansar en la finca La Margarita, en tierras de Jarantivá en Puente Nacional, Santander, Colombia.

PINTURA LA MARGARITA

Casa en la que nació la musa de este relato.

 

Con el debido respeto y sin permiso, acompaño esta historia con un poema inédito de Don Pedro Antonio Mateus Marín, quien fuera huésped por varios meses de la musa que inspiró esta historia que acaba de leer.


TE EXTRAÑO, AMOR.


Heme aquí amaneciendo

Junto al mar salobre

De mi soledad inmensa.


La extensión límite de soñar

Me ha dejado huérfano

En las arenas de la orilla.


Ya no habrá paz,

Me dice al oído la canción del oleaje.


La espera me tortura el alma

Y la esperanza se me agota

En los labios resecos

De tanta ilusión nacida

En el humus de mi propia vida.


Prefiero no mirar

La distancia que de la tierra prometida

Me separa,

Y cerrar los ojos

Para creer que Dios me dará la mano

Para ir a ella

Cuando la plenitud del amor

Haya llegado.


Bogotá, agosto 30 de 2015
NAURO TORRES Q. 

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...