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jueves, 16 de junio de 2016

Joselyn Aranda, el de el Común.



En esta sociedad competitiva, centrada en el tener y el acumular, personas que tengan como fundamento ético el trabajar para servir sin condición, son escasas y el toparse con alguna de ellas, es como hallar un aguja en un pastal. Pero ese fundamento ético se amalgama en el hogar, se mezcla en el entorno y se acrisola en el trabajo.
 
La mayoría de  sacerdotes y  las religiosas optan como profesión el servicio a las personas que están al frente, al lado-el prójimo-; pero hay corrientes eclesiales que determinan que el prójimo es aquella persona que sufre necesidades corporales, incluso espirituales, así no estén al frente o al lado, pero que despiertan solidaridad en quienes creen en los postulados de Jesús, de Buda y otros iluminados que estuvieron en la tierra para enseñar la razón de la existencia humana: la felicidad.

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Joselyn Aranda  Cano es un laico que ha dedicado su vida a servir a los demás, inicialmente como educador, luego como promotor social y en los últimos 18 años como líder social de la causas reivindicativas campesinas, de la defensa y promoción de los derechos humanos y ciudadanos y un hortelano de la paz. Trabajo que estuvo realizando desde la Coordinadora de organizaciones campesinas del Sur de Santander: EL COMUN con sede en San Gil, Santander, Colombia. 


Joselín fue un apoyo y un orgullo para sus padres.

Siendo adulto, y luego de hacer unos ahorros y recibir el apoyo de sus padres y hermanos, se fue al instituto de liderato social de El Páramo, Santander, a terminar la primaria. Allí en esa institución de la Diócesis de Socorro y San Gil pero dirigida por sacerdotes vicentinos, fue animado y apoyado a iniciar estudios secundarios en el Instituto de liderato social de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o de bachillerato y fue formado como agente de pastoral social con claros conocimientos en la producción agrícola y pecuaria. Se hizo bachiller técnico en el Instituto Técnico de Pamplona, vinculándose desde 1980  a SEPAS de San Gil, cuyo director ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/06/ramon-gonzalez-parra-gestor-de-un.html) le asignó la misión de despertar y aglutinar a los jóvenes del campo en una organización de jóvenes rurales que tres años después logró vida jurídica con el nombre de AJUSAN con cuadros en cada parroquia de las provincias guanentina y comunera compartiendo liderazgo con otros jóvenes con reconocido nombre en el tiempo: Luis Eduardo Figueroa, Filemón Solano y Manuel Mejía Buenahora.

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Esta fotografía expuesta en uno de los corredores del Instituto de Liderato social de El Páramo tomada en 1977 en una semana de estudios de la doctrina social de la Iglesia en la que participaron los docentes y alumnos del Instituto de Zapatoca liderados por los el extinto obispo  de la Diócesis de Socorro y San Gil, Ciro Alfonso Gómez y los sacerdotes Ramón González Parra-director de SEPAS- y su hermano Samuel- rector del Instituto de Zapatoca-, Cesar Flaminio Rosas, salomón Pineda y Jorge Jiménez y Gustavo Martínez Frías, estos dos últimos los nombraron arzobispos posteriormente. En la primera fila, de izquierda a derecha, esta el joven Joselin Aranda Cano, conocido como “el mono”. Todas las personas fueron agentes de pastoral, quienes con su labor, gestaron en el sur de Santander todo un movimiento social y tejieron desarrollo conformando cooperativas de ahorro y crédito gestando un cambio social y cultural que sigue siendo estudiado por universidades nacionales e internacionales como un fenómeno de cambio cambio cultural y como un modelo para restablecer la paz en zonas de conflicto.(fotografía del archivo del Instituto del Páramo 1977).


Joselín es un escudero de la familia.

Joselyn nació en la vereda San Ramón del municipio de Guadalupe, Santander un año después del surgimiento de las Farc como grupo de autodefensa campesina; nació el día del calendario gregoriano, el  11 de mayo de 1951; sus padres, José del Carmen Aranda Y Josefina Cano le dieron compañía al mono como le llamaban con 9  hermanos, Ricaurte, Benedicto, Juan de la Cruz, Carmen Julia, Margarita, Querubín   y Elpidia. Compañía en su niñez y juventud  y desde 1996, en la adultez, cuando  fue diagnosticado y tratado de una enfermedad que ahora- 20 años después-  lo tiene en cuarentena en la FOSCAL, en Bucaramanga,  la cual se reactiva luego de algunos años de relativa quietud sin manifestación preocupante.


En 1977 su  hermana Elpidia, luego de una recuperación lenta y tranquila de una cirugía de corazón abierto para dejarle el musculo con marcapasos, se trasladó a San Gil a acompañar a Joselyn en una recaída. Como toda mujer nacida en el campo jugando con el trabajo, llegó a la residencia del representante legal de EL COMUN y empezó a limpiar, asear y lavar cuanto chiro, trasto o vasija encontró. Creyendo en no recargar con el volumen y el peso la lavadora, se dio a la tarea de lavar las cobijas a mano y entre un platón, y tal vez pensando en su progenitora que la apuraba con los oficios del hogar; sin escurrir las cobijas, las sacó para colgarlas en la cuerda a  secar, pero el esfuerzo y la fuerza que hizo le descompuso el marcapasos y murió en el patio de la casa de Joselyn.

El sacerdote Samuel González Parra, fue quien lo convenció de ir a iniciar el bachillerato en el Instituto de Zapatoca.


El guadalupano luego de dejar estructurada y financiada a AJUSAN y con proyectos en desarrollo como el fondo de crédito rotario para grupos juveniles, le entregó el liderazgo a los jóvenes Filemón Solano y Luis Eduardo Figueroa para convertirse en el tesorero de EL COMUN por tres años seguidos, y luego en 1996, en el representante legal de la misma coordinadora de organizaciones campesinas cuya dignidad se llamó desde el 2000, dirección ejecutiva, cargo que ostentó hasta el 2014 para entregárselo por elección a la señora Edelmira Hernández.


El radio de acción de la labor de EL COMUN liderada por Joselyn cubrió parte de otras Diócesis en Santander. Logró apoyo financiero de MISEREOR por varios años gracias a la confianza del obispo Jorge Leonardo Gómez Serna, y quienes le sucedieron, le suspendieron el visto bueno para seguir obteniendo apoyos de los cristianos alemanes; pero dada su experiencia y roce nacional e internacional en el campo social, logró conseguir aprobación y financiación de un proyecto de desarrollo agroecológico para las parroquias de Guadalupe y Confines con el apoyo de MANOS UNIDAS; luego con PAN PARA EL MUNDO consiguió recursos para fortalecer la democracia suscitando espacios en asociación con otras entidades de igual fin con sede en Vélez y  Duitama.

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Escribo este relato para no dejar en el olvido la vida y obra de mi alumno, quien siendo compañero de trabajo, siempre me ha visto como su maestro. Una persona, como muchas que son abortados del campo a la ciudad a conseguir trabajo, pero que añoran cada día el aire fresco, las aves, las praderas y lo árboles del campo.

Monseñor Jorge Leonardo Gómez Serna, siendo obispo de la Diocesis de Socorro y San Gil, fue un apoyo a El Comun y al trabajo ejecutado por Joselín en su existencia laboral.

A Joselin lo vi estudiar mas que a sus compañeros, lo vi madrugar a asear y alimentar los animales bajo su responsabilidad en el Instituto de Zapatoca donde fui docente. Lo vi trabajar en vacaciones en la vereda San Ramón para conseguir dinero para la ropa y los viajes al instituto. Lo acompañé madrugando en viajes en carro o en moto a visitar y animar a los hermanos campesinos para que se organizaran para lograr un mejor nivel de vida. Lo observé motivando a los jóvenes de Villanueva Y Barichara en donde conformó asociaciones de jóvenes que transformaron sus veredas siendo ya padres de familia. Presté mi hombro para secar sus lagrimas y calmar su ira santa cuando un arzobispo de hoy le negó la firma de un proyecto de ayuda que debía enviar a Misereor bajo la escusa que no era ya competencia eclesial el visto bueno porque el dinero no entraba a las arcas diocesanas. Lo vi visitar a mi esposa Margarita en su penosa, larga enfermedad. Fue mi bordón y compañía en el 2000 en el funeral de ella y mi amigo en mis soledades.

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Joselyn no fue sacerdote, y tal vez nunca lo hubiesen recibido en un seminario por su manera particular de hablar, pero su vida fue un autentico apostolado del cual solo se retiró hace un par de meses porque ese gusano que lleva dentro se reactivó para carcomerle hasta la medula. Fue tanta su entrega a sus ideales y al trabajo social por sus hermanos de clase que no tuvo tiempo sino de enamorarse de su labor.
Son numerosas las personas- las personas del común- que recibieron su aliento y sus ánimos en su trabajo desde las organizaciones campesinas,  pero hoy solo sus hermanos y cuñadas están pendiente de él en su cuarentena en la clínica Milton Salazar en el complejo hospitalario de la FOSCAL. Esa es la vida, nacemos en el seno de una familia y morimos en brazos de esa familia. Es la vida como un tren, en cada estación distinguimos a personas, y en el recorrido, unas se bajan en una estación, y otras se suben; son pocas las que nos acompañan en todas las estaciones de la vida, pero serán numerosas quienes guarden gratos recuerdos y encuentren valores cuando  ya estamos en el inevitable  camino del olvido gracias a “la gentileza de Dios”.


San Gil, junio 15 de 2016

domingo, 12 de junio de 2016

Juan Pineda, el subastador de Montes

 

No supo quienes fueron sus padres, tampoco el por qué tiene el apellido Pineda, no fue a la escuela pero sabe de letra, y aún, es un buen conversador; no tuvo hermanos pero lo criaron un par de hermanos; se relacionó por primera vez con otros niños en el “catecismo” cuando ya tenía ocho años, vivió desde cuando tuvo razón entre un monte por el que caminaba hasta la quebrada Jarantivá a traer en un chorote el agua para el consumo familiar; mientras vivió en el campo lo hizo en el mismo lugar en donde creció y formó su hogar en el que se criaron sus hijos integrados por siete mujeres y par de varones.

 

Su niñez, juventud y adultez ocurrió entre los montes, los arroyos, los caminos, el ferrocarril, y en ese lapso sembró aprecio, admiración y respeto por los demás y uno de sus mayores orgullos, ya a los 92 años, es que en su tranquila y placida vida no se ha enfermado ni recuerda que haya tenido un disgusto con alguien.

 

A Juan Pineda lo bautizaron el 29 de agosto de 1924. Nunca se enteró de quienes le mandaron echar el agua y hacerlo crédulo, pero cree que su nombre tiene alguna relación con  el hombre que lo recibió y asumió su crianza. Ese buen campesino tenía el nombre de Evangelista Merchán, quien junto con Celsa Merchán, su hermana, se convirtieron en los padres putativos de Juan Pineda, “el subastador”.

 

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Don Juan Pineda a sus 90 años

 

Los hermanos Merchán vivieron en un baldío  cuyos padres descuajaron de pinos, robles, estoraques, tunos, cucharos, siete cueros, en extensión de 30 hectáreas dejando una tercera parte en montaña. En ese predio conocido como  El Charrascal  se hicieron adultos los hermanos Merchán, quienes velaron por sus padres hasta el ultimo suspiro, sin darles tiempo de conquistar pareja, razón por la cual, luego de un costoso diezmo, recibieron la bendición de un cura de Santa Sofía que les consiguió un niño abandonado al que criaron con esmero con amor y con rectitud. Ese niño es  Juan Pineda “el subastador”.

 

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En los meses de verano de las décadas del  cuenta y sesenta  del siglo pasado, sin que nadie lo propusiera, se convirtió en “el subastador” en cuanto bazar hubo y en  las visitas de la Virgen de Fátima a  las familias de las veredas Páramo y Jarantivá que promovió el párroco de Puente Nacional para fomentar la devoción a la madre de Jesús  que se la apareció a tres niños en el valle de la Cova de Iria, cerca a Fátima en Portugal, y recaudar fondos para construir el templo de Quebrada Negra.

 

 

 


La colmena para construir una templo.

 

 

Los habitantes de la vereda Páramo se organizaron en cinco sectores: Quebrada Negra, La Muralla, el Morro, Montes y Peña Blanca; cada sector nombró un presidente y organizados como una colmena empezaron la construcción del templo que dio origen al nombre del caserío,  Quebrada Negra(https://www.youtube.com/watch?v=pV3sovaTwKw), en honor la quebrada que baña parte de la vereda Páramo, mientras que los habitantes de Brazuelito y Providencia, se empeñaron en recaudar fondos para comprar el terreno donde levantaron su capilla a trecientos metros de la estación del tren sobre las ruinas de una casona incinerada y  abandonada por sus dueños de estirpe liberal.

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El registro fotográfico en 1964 toma el momento del brindis de inauguración de la casa cural de Quebrada Negra. de pie, de izquierda a derecha,  Monseñor Pedro José Rivera, el sacerdote Eduardo Vargas y don Agustín Torres, al fondo el profesor Gabriel Gamboa.

 

Alfredo Parra, productor de papa y el ganadero Eduardo Malagón en el sector  La Muralla; Vicente Malagón   en el sector Peña Blanca; Ismael Contreras y Juan Pineda en el sector Montes; Horacio Parra en el sector El Morro y Agustín Torres y los hermanos, Salvador, Alejandro y Tobías González representaron a las familias que quedaron en un sándwiches entre las dos iniciativas, quienes  apoyaron a las dos.

 

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Un momento de un reinado de la simpatía para recaudar fondos para la construcción del templo de Quebrada Negra. En la fotografía de izquierda a derecha, los estudiantes Nauro Torres, Rubén Darío González, la reina, Felisa Pineda y Custodio González.(foto cortesía del álbum de la familia Torres Quintero 1970)

 

Con el recaudo producido por reinados, por los bazares, por los rosarios cantados y visitas de la imagen de la Virgen de Fátima, los habitantes de las veredas Páramo y Jarantivá construyeron en menos de quince años sus templos.

 

 

El templo de Quebrada Negra

 

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Vista del templo de Quebrada negra. (foto de Nauro Torres 2016)

 

 

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Las fotografías muestran unas caídas que  forman las aguas de la Negra en predios del actual dueño de la casona; caídas que están a unos cien metros de la misma construcción. (Foto de Nauro Torres junio 8 de 2016)

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Juan Pineda “el subastador”

 

quien aprendió haciendo el oficio de construcción, se convirtió en el animador de cualquier iniciativa para recaudar dinero para comprar el ladrillo, la arena y el cemento para la construcción del templo de Quebrada Negra (https://www.youtube.com/watch?v=h2ulWcdkt9c)  . El ladrillo se cocía en el chircal de la estación La Capilla, la arena se compraba en la mina de alguna peña de Tunja, y el cemento se comparaba en Puente Nacional, y los tres productos eran trasladados en tren hasta la estación de Providencia, y de allí hasta el cruce de los caminos a lomo de mula en convites en los que participaban las familias por cada sector, actuando todas organizadamente como una colmena, logrando levantar un templo tan alto y tan espacioso en el que pueden  estar cómodamente todas las familias de las dos veredas.

 

 

En ese entonces los bazares en el campo se nutrían con donaciones de porcinos, bovinos, aves de corral y ovinos, también con donaciones de los frutos de la tierra, como miel, café, yuca, plátano, papa, arveja, batatas, ibias y cuyes. Unas donaciones se remataban al mejor postor, y otras se preparaban para vender a los visitantes y participantes de la fiesta campesina. El bazar se organizaba y se desarrollaba en el centro de cada sector suscitándose una competencia sana al que produjera mas dinero para invertir en la obra comunitaria, bajo la promesa de mas bendiciones a la familia.

 

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Vista del templo de Quebrada Negra. ( Foto de Nauro Torres 2016)

En cada vereda y en verano las familias se inscribían para acoger en el hogar la imagen de la Virgen de Fátima. La familia que recibía el anda con la imagen, donaba artículos y especies menores (aves, conejos, curíes y ovejas) que la misma familia rifaba entre quienes acudían después de las cuatro de la tarde  a trasladar y dejar por ocho días la imagen  en otro hogar. En el trayecto de un hogar a otro, el jefe del hogar que acogía a la imagen, rezaba el rosario con la participación de niños, jóvenes y adultos; a la procesión se unían los compadres, los vecinos y  los amigos, quienes acudían con generosidad para comprar las rifas o rematar a un mayor valor lo que “ el subastador”  ofrecía, es decir, en palabras de Juan, “el que mas pujara, mas longaniza comía”.

Don Juan Pineda con su hija, profesora Posidia y una nieta. (Foto tomada de Facebook 2016)

 

Juan Pineda “el subastador” se enamoró una sola vez de una mujer que tenía 18 años y con ella se casó cuando tenía 23. La conoció y la galanteó en una caseta de guadua y teja de zinc en la que ella, por encomienda de  Verónica Gómez, la panadera y partera de la vereda Jarantivá. La caseta estuvo a la vera izquierda del camino real a Peña Blanca, cerca a un ojo de agua del que se surtían tres familias y estaba estratégicamente ubicada luego de coronar una pendiente luego de una larga y baja pendiente que se empezaba en otra tienda campesina.

 

Teresa Gómez Naranjo fue la hija menor de la partera, y por ser la menor se quedó con los rasgos de esa raza blanca de ojos verdes de ascendencia española que escaseó en la vereda y que también entró por el patio del aire en Boyacá, a Santander después de la guerra de los mil días.  El matrimonio con Juan Pineda ocurrió en 1967 en el templo antiguo de Puente Nacional levantado en piedra en la época de la colonia en el que escondieron al español Francisco Ponce que comandó al ejercito que desde Santafé se desplazó a Puente Real de Vélez-hoy Puente Nacional- a enfrentar a los vasallos comuneros que en numero de 23.000 se desplazaban de Mogotes, Charalá, San Gil, Socorro y Guepsa hacia la capital del virreinato para lograr la suspensión de los impuestos de barlovento.  El colonial templo se averió con el temblor de 1968 año en  el que por primera vez un papa visitó a Colombia, Pablo VI, el mismo año en que la energía eléctrica iluminó por primera vez las casas del caserío de Providencia.

 

De la unión Pineda Gómez llegaron a adornar el hogar un manojo de flores: Felisa, Marina, Beatriz,  Martha Irene, Carmen, Posidia, Miryam y Eucaris y dos gendarmes: Gerardo y Rafael.

 

Juan Pineda se crio entre maneas, vasijas para el ordeño, tiestos, estiércol y terneros; desde muy niño aprendió a sacar la cuajada, pues en ese entonces la leche no tenía compradores, y con la cuajada aprendió a hacer las almojábanas, que a diferencia de las de hoy, se amasaban con tres partes de cuajada y una de harina  y se horneaban en hornos semicirculares levantados en adobe.

 

Teresa Gómez se crio en una vieja casona que aun existe, levantada en una pequeña porción de tierra sobre una planicie desde donde se puede contemplar buena parte de la provincia de Vélez; ella tuvo una hermana que bautizaron como Pastora y un hermano que murió virgen de nombre fue Senén. Los hijos de Jorge Gómez y Verónica Naranjo, crecieron en el oficio de buscar chamiza y cargar leña de champo para alimentar el horno de adobe que tres veces a la semana doraba el mejor pan de la región.

 

 

El mejor pan de las Gómez y provocativas y esponjosas  almojábanas de los Merchán eran apetecidos por quienes bajaban o trepaban por el camino real, por los habitantes del casco urbano de Puente Nacional y por los pasajeros de los de trenes que transportaban los pasajeros entre la capital del pais y parte de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander, cuya red vial fue vendida a pedazos a escondidas en la década del ochenta por inescrupulosos funcionarios públicos.

 

 

Al estar casamenteras las dos  hijas mayores de Juan y Teresa, y por haberse casado la tercera antes de cumplir los 15 años con un joven de apellido Becerra de la vereda, que por razones de complicidad terminó en Venezuela, Juan empezó a preocuparse por la suerte de su manojo de flores. El primer yerno lo invitó a trabajar en el vecino país que vivía época boyante por el precio del petróleo;  transcurría 1969 y Juan Pineda, una vez terminado el techo y las paredes del templo de Quebrada Negra, se fue a San Cristóbal, Venezuela en donde trabajó por mas de veinte años, tiempo en el cual ahorró para comprar una vivienda en el casco urbano del municipio, y a donde Teresa se trasladó con seis hijos que lograron hacerse bachilleres y citadinos.

 

Don Juan Pineda rodeado de sus hijas. (Foto tomada de Internet 2016).

Felisa por ser la mayor debió ayudar a criar a los hermanos, y luego de hacerlo se radicó en Bogotá donde trabajó como modista. Marina, la segunda hija se enamoró de Neponuceno Ovalle con quien tuvo cinco hijos. Gerardo ejerció la especialidad que aprendió en el Instituto Técnico Francisco de Paula Santander y es actualmente  un prospero comerciante, Rafael logró el bachillerato y fue empleado bancario siendo asesinado en un bazar que hubo en Providencia el 9 de septiembre de 2001 con balas de un sicario a quien le habían pagado para sacarlo del camino político. Martha Irene, Posidia, Carmen, Miryam y Eucaris son dignas egresadas de la Escuela Normal Antonia Santos y ejercen como docentes en el país.

 

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Las esponjosas almojábanas de Juan Pineda, aun las hace por encargo su hija Marina de Ovalle, en su casa sobre el abandonado camino real que de Providencia conducía a Quebrada Negra, el rico pan de las Gómez lo siguen dorando en un horno a gas en la casa cuya compra cerró el joven Gerardo, quien debió ir hasta Cúcuta a recoger  la plata ahorrada por Juan. La panadería y tienda de Juan Pineda, atendida actualmente por Felisa esta en la casa adyacente a la esquina de abajo de la plaza de mercado por la que se accede a ella en automóvil.

 

 

Los días por vivir que aún le quedan a Juan Pineda el subastador de la vereda Montes cuyo servicio comunitario, los actuales habitantes de las veredas Paramo y Jarantivá ya no recuerdan, la pasa en una desvencijada mecedora con marco metálico tejida con cuerda plástica, desde donde vigila la tienda y contempla el escaso jardín que se amontona en el patio que tiene un corredor en el que aun se amasa el pan de Teresa, cuyo olor emanado de cada dorada en el horno a gas, lo mantiene activo física y mentalmente pues le aviva los recuerdos de su amada esposa que se fue años adelante a aromatizar el camino al lugar que muchos, el cielo de los seguidores de Jesús el nazareno.

 

 

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Registro fotográfico con motivo de la celebración de los 90 años de don Juan Pineda en 2014. (foto tomada de internet)

 

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 20 de 2016

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...