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jueves, 25 de enero de 2024

Señora Poesia

 

“Poner la pluma en la mano

equivale a ponerla en el arado”

Rimbaud

Poema 337

 

Fui feliz siendo un mocoso campesino,

fui dichoso siendo joven estudioso,

fui dedicado en mi labor docente,

fui amoroso siendo padre y esposo,

un emprendedor nato permanente.

 

                                                       Fotografía cortesía de Domingó 2.022

Conocí la luz y su armonía

en las montañas y planadas

exuberantes y majestuosas;

viajé entre nubes jactanciosas,

me extasié con las olas del mar

he imaginé sus arenosos misterios,

pero siempre ansié otras aves

en auroras y ocasos del devenir incierto.

 

En el crepúsculo de mi lento transitar,

los caídos pelos empujaron la escritura,

 los rayos del aurora mudaron a tintas,

y tú, afloraste desnudando mis sentidos,

tornándome párvulo y mancebo,

engrillándome dormido y despierto

seductora, consorte compartida;

tú matrona,  tu señora, señora poesía.

Poema tomado del libro

 


 

domingo, 21 de enero de 2024

Gustavo Gonzalez Cubides, el nonagenario jarantivíe.

 


Y recogió sus pasos…

Regresó en la primera semana de enero de 2024 a su terruño donde nació y se hizo niño y joven. En el mismo lugar donde disfrutó su vida como sexagenario los últimos 30 años en su finca El palco.



Transitó lentamente por el césped circular que rodea su blanca casa, contemplando el horizonte. En su premioso caminar y razonar juvenil, evocó su niñez deambulando sin cotizas desde la vereda Jarantivá hasta el templo Santa Barbara a renovar su fe, cada primer domingo, asido de la mano de su madre, Antonia, la campesina de la casa cuadrada de adobe y teja de barro y el rancho de hojas secas de caña pintadas en el borde de la llanura de la mediana planicie que alguna vez, sus dueños pensaron que podría acoger el nacimiento del poblado que en la década del sesenta empezó a denominarse, Quebrada Negra, levantado luego a dos kilómetros mas arriba por el camino indígena que alguna vez conectó a Fandiño con el pueblo que inicialmente se le bautizó como Sorocotá, hoy Puente Nacional.

Al mirar al oriente, a su memoria retornaron imágenes de su pubertad arreando el burro junto a su padre, Demetrio, ese lacónico campesino de sombrero cortico y fresco hablado, tras el jumento con el huertiado de yuca, plátano y bore de la tierra media de las Vegas de la quebrada Agua Blanca.

Recogió sus pasos hacia el sur, y contempló distante la cordillera eterna que une a Santander con Boyacá entre Loma vieja y parajes de Saboyá.  

Su imaginación, transitó camino al Morro hasta la capilla de Peña Blanca, a unos diez kilómetros arriba a donde había que ir a rezar en la época de la violencia de 1948 de triste recordación cuando a los habitantes de las tierras frías de Puente Nacional, no podían ir al casco urbano para evitar los azotes y desprecios, que como la hija del presidente Petro en el estadio de Barranquilla y en Miami, despreciaban los adultos a los herederos de los hijos de los conservadores, ciegos seguidores de Laureano Gómez, el promotor del odio contra los gaitanistas considerados izquierdistas en esa época oscura de la historia colombiana.

Miró hacia el camino indígena de la miel, la sal y las ollas, hoy la carretera que une a la Muralla con el poblado de Providencia, buscando la casa de barro color sapote en donde vivieron sus amigos y vecinos: Miguel Agustín Torres y María Custodia de Torres, y notó que, con señas de militar, lo llamaban para hablar debajo de la sombra del Clavellino en donde en tiempos idos, la patrona Margarita sacaba a su hijo, el ciego Martin, a saludar a los reinosos y viajeros del tortuoso camino cada lunes, día de mercado; pero se distrajo por la visita de Judith,  esa mujer cabeza de familia que cuida a otra nonagenaria madre, quien estuvo siempre pendiente de él y su aposento campestre.


 Anheló caminar hacia el arroyo la Honda que es el lindero de su predio con la finca de los hijos herederos de Salvador González y Rosita Velandia para jugar con las guabinas y libélulas que pululaban en pretéritos tiempos, pero cayó en cuenta que su cedula sumaba 90 años y las piernas ya no tenían la flexibilidad de antaño.

Recordó su Renault 4 color crema que adaptó para desplazarse hasta el pueblo y que fue su medio de transporte hasta que, por prudencia, le prohibieron manejar. Y se imaginó prestando el servicio de trasladar enfermos o gestionando mandados para los vecinos.

Este reciente diciembre de 2023 estuvo en Bogotá paseando entre su apartamento y el hospital militar tras diagnósticos médicos. Nunca estuvo en ese centro hospitalario como soldado o sargento del batallón de ingeniería de su amada Colombia, pero si en los últimos diez años como paciente cardiovascular.



Gustavo González Cubides, ese hombre justo, pausado y servicial, murió el 19 de enero de 2024. Sus honras fúnebres y honores militares póstumos fueron hoy, 21 de enero en la capital colombiana.

Fue un asiduo lector y comentarista de mis historias sin contar y de mi poesia sin cardar. Por celular siempre me mantuvo informado de sus pasantías hospitalarias, y si bien, la agudeza de su oído había disminuido, leía sin gafas mi blog y escuchaba y veía mis videos de mis cuentos y poemas.

Tres dias antes que su corazón no respondiera a una intervención galena para mejorar sus latidos, me contó del procedimiento y de sus anhelos de regresar a su providencia de los recuerdos, pero en tren a regar sus jardines y disfrutar los bananos de sus matas de plátano que sembró recientemente con esmero.

Gustavo González Cubides como todo campesino veleño, fue un digno y sencillo militar del ejercito nacional que, sin cursar el bachillerato, aprendió de trazados y resistencias y con sus conocimientos empíricos trazo y dirigió la construcción de su casa campestre de dos pisos a la que tapó con azotea para atrincherarse a contemplar el horizonte, como los gavilanes que llegaban ocasionalmente a los eucaliptos izados en la vecindad.

A su abnegada esposa, María Celina Leal y a sus apreciadas hijas y nietos, les presento, a la distancia, mis respetos y condolencias.

Soy Nauro Torres Quintero, el artesano de la palabra colombiano nacido a escasos doscientos metros de donde nació y murieron los recuerdos del sargento Gustavo González Cubides, un ciudadano ejemplar nacido en estos parajes de lo que fueron tierras de la hacienda Gambitas entre los poblados de Providencia y Quebrada Negra.

 

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

      ¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...