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domingo, 8 de febrero de 2015

AURELIANO, EL CRIOLLO


Nació en una de las capitanías del municipio donde se constituyó en 1947 la Acción Cultural Popular (ACPO). El mismo que en lengua chibcha significa “bajada a la cascada del cacique”. 


Es una población del occidente de Boyacá que en febrero 6 de 1921 fue visitada por Simón Bolívar. La misma que fue incendiada en 1915 y posteriormente en 1947, por un castigo, según la interpretación de los habitantes de ese entonces, como consecuencia de haber desplazado a los sacerdotes dominicos. Hoy y siempre el casco urbano estuvo levantado en la ladera desde donde se contemplan los municipios que conforman el bajo valle de Tenza. Desde lejos, esta población se contempla igual a como se aprecia Jericó en el valle de Judea.

Sutatenza es su nombre, cuyo origen data del siglo XVII. Sus pobladores, aun son reconocidos en la nación por sus juegos pirotécnicos en navidad y sus corridas de toros el primero de enero, por su laboriosidad con bueyes y azadón para labrar la tierra cultivando  granos, tomate, y cítricos.


EL SUEGRO DE MI PADRE

Si, el personaje de hoy es un campesino de Sutatenza que nació y creció entre los surcos de las habas, la lenteja, las arvejas, el maíz y los garbanzos. Que tuvo como juguetes el chorote para traer el agua desde el aljibe, las ollas de barro para cocinar, el azadón para labrar la tierra, el machete para cortar y entrojar el maíz, el cuchillo para desamerar, los gajos de los arboles como sus columpios y como cuna, un tejido de varas atadas con bejuco.

Con rostro semejando la forma de un garbanzo y con el pelo lacio como el del chompiras, unos ojos claros como una linterna al irse la tarde y unos dientes largos y anchos como una barra y unas manos gruesas y laboriosas como un rastrillo. Tenía unos labios carnosos delineados que se atravesaban sobre el mentón con hendidura de igual inclinación, armonizando, con su siempre camisa larga y blanca de algodón decorada con suaves tejidos a mano con hilo negro cuyo color combinada con sus pantalones de paño o dril negro con mangas anchas como zamarros que aseguraba a la cintura con una correa ancha multiusos en la que, además de los pantalones, sostenía un cuchillo de más de diez pulgadas con cacha de nácar, peinilla de marca águila corneta número 18 que lucía en funda de cuero fabricada en Somondoco y un compartimento para los cuartillos y monedas de la época.

Everfit era su vestido negro con saco cruzado para asistir a misa o acompañar a los deudos en los funerales que lucía con diáfana camisa blanca con corbata negra cubriendo la cabeza con fino sombrero barbisio comprando en Guateque, Boyacá.

Entre semana no le faltaba su completo vestido kaki cuyo saco tenía en la parte de atrás una cinta atravesada que daba forma a la cintura de su cuerpo con estatura de 1, 60 metros con contextura gruesa y fornida. Cubrió sus pies cuando iba al pueblo al mercado con alpargates tejidos con hilo y  fique.

LA CASUCHA DE BAREQUE

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 Esta imagen es la única prueba que existe de lo que fue la casa de los Quintero. La tomé en 1982 luego de la muerte de mi abuela. De izquierda a derecha: Mariela (q.e.p.d.), Néstor, hermana Ana Rosa, María Precelia, Nina, Ninfa Y Carlos.

Construyó la humilde morada para la familia al son de la música de cuerda con la mano prestada entre vecinos con quienes amasó el barro, cargó el chin, transportó las varas con las cuales fue tejiendo lentamente las cuatro paredes que formaron la casa en cuyo centro estaba el fogón con tres piedras y de uno de sus costados, crecía una escalera para acceder al dormitorio comunitario que posaba sobre un entretejido de cañas de castilla amarradas con cuanes tejidos por manos arrugadas de mujeres que ganaban su sustento torciendo pajas logrando lo que hoy se conoce como lasos.

El techo de la morada color kaki era también de paja conocida entonces como chin, y con los años reemplazó con zinc.

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Ascendiendo por el camino que nace en la carreteable que une a Guateque con Sutantenza, en la mitad del trayecto, se veía la casa de Aureliano como un copo rodeado de tonos verdes plasmados en los cultivos que se disparaban desde las entrañas de la tierra a baja altura convirtiendo la ladera en conchas de retazos en gama del color de las esmeraldas que en la misma provincia brotan del lecho de rio minero que nace en las montañas de fura y tena.

En la sencillez de la vivienda, rompía la monotonía del color greda de las paredes de bareque, la puerta de madera maciza de una sola hoja que en vez de bisagras, tenía en sus extremos un terminado en punta redonda que facilitaba la rotación de la puerta como bailarina en una barra.

La extensión de la parcela no superaba una fanegada, pero con el producto de los cultivos que allí mantuvo levantó a siete hijos, tres varones y las demás, mujeres. Félix Antonio, el mayor, María Custodia, Fidel, María Precelia, Ana Rosa, Ana Delia y Marcos, fueron sus hijos que aún florecen en salud entre quienes conforman cada familia.

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Posiblemente esta sea la única fotografía de Aureliano Quintero con su esposa Isabel Sánchez. Fotografía rescatada por mi prima Ninfa Isabel, antropóloga de profesión que logró recuperar del baúl del olvido de Fidel Quintero, su padre, un hijo de contextura física igual a la de Aureliano.
 
AURELIANO EL CRIOLLO

“Tan valioso como el oro” significa su nombre, un nombre común entre los romanos, españoles y latinos. De naturaleza emotiva y protector a la vez. Amó la reciprocidad y la amistad. Fue recordado por su gentileza y vivacidad, por su amistad con la que apreciaba en las personas la esencia de las mismas. Tenía pensamiento firme, era analítico y gozaba de acercar a los contrarios, pues se adaptaba a cualquier circunstancia.

Quintero fue su apellido, linaje ibérico proveniente de la tierra del Quijote, Castilla en Santander.

Aureliano Quintero fue el suegro de mi padre Miguel Agustín Torres. Es el bisabuelo de mis hijos. Nació el 1º de marzo de 1883 y murió el 6 de diciembre de 1954 a causa de un tumor en la cabeza que cosechó de joven cuando regresando a la vereda con sus polas en la cabeza, se cayó del caballo cuando regresaba del mercado un martes proveniente de Guateque.

El deje de las campanas que anunciaban la ceremonia de su entierro una tarde de nunca olvidar, aun semejo cuando dejan otras en cualquier parroquia en ceremonia similar. Su funeral fue a las cuatro de la tarde y cerca a esa hora, junto con mi joven madre y padre que doce horas antes habíamos partido en tren desde la estación de Providencia en Puente Nacional hasta Chiquinquirá, tomamos bus Flota Reina hasta el Cisga y de allí en flota Sutatenteza hasta Guateque, de donde tomamos la carreteable que une a esta población con Sutatenza, pues a esas horas ya había pasado el bus de línea que prestaba el servicio urbano entre las dos parroquias.

Solo tenía dos años y poco caminaba. Mis padres tomaron una decisión al salir de Guateque. Que mi padre, que le rendía caminar mas, cogiera el desecho para llegar a la misa, y mi madre María Custodia, cargándome con esfuerzo siguió conmigo en sus brazos, trayecto en el cual, sentí cada lagrima de mi madre y cada lamento de una hija que había perdido a su padre y que había abandonado a sus progenitores siendo niña, cuando fue sonsacada por una mujer que en ese mismo camino la convenció con dulces y algún vestido de irse con ella a ganar lo que mas escaseaba en la casucha de mi abuelo, convirtiéndola por varios años en su esclava al servicio domestico.

Arribamos con mi madre cuando ya había terminado la misa y los familiares y tíos mayores se disponían a cargar el cuerpo hacia el cementerio de la localidad, lugar al que solo volvimos con mi madre 55 años después a buscar la tumba de mi abuelo, pues como era costumbre, las madres con sus niños no debían ir a los funerales o velorios para que los críos no se contrajeran el “bajo e muerto”.

Por alguna razón en Cien años de Soledad fue Aureliano Babilonia el fundador de la estirpe Buendía, quien logró, con los años, descifrar los pergaminos de Melquiades, el gitano, que vaticinaban: “y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."
Aureliano, el criollo, no lo conocí, pero su fisonomía fue duplicada en mí, incluso su sonrisa, razón por la cual dejo plasmada esta historia, pues mi hijo Cristian es otra copia de quien ha querido tallar en letras y dejar en la nube, incipientes historias de los mayores, para que las generaciones actuales y futuras tengan un referente del por qué somos así y tengan otra oportunidad sobre la tierra.
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Esta fotografía la logre hacer en 1970 siendo estudiante de bachillerato en Zipaquirá con motivo de los votos perpetuos de una de sus hijas, Ana Rosa en el convento de la comunidad Dominica Hijas de Nazaret de origen colombiano en Bosa, Cundinamarca. De derecha a izquierda, la señora Isabel Sánchez de Quintero, Néstor, hijo de Félix Quintero; Fidel Quintero (q.e.p.d.), la hermana Ana Rosa, la señora María Precelia su hija Rocío y Ospina (q.e.p.d.), padre de Rocío. Luego Félix, el mayor y otras allegadas a la familia.

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Este registro es del encuentro que la segunda y tercera generación hicieron en Yopal, Casanare en 2012. El personaje central es el mayor de los Quintero Sánchez, señor Félix Quintero hoy pasando los noventa años

San Gil, diciembre 15 de 2014.



































El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...