Con el legado temple de los revolucionarios caídos del cielo en estos lugares y fieles al mandato del honor y la valentía, sobre las áridas tierras salpicadas de matones de fique, junto a un caney, dos hombres sellaron la existencia de su generación.
En la hora cuando el sol cae perpendicular sobre la arena, el zarco y el cojo cumplieron la cita.
Ambos cavaron la tierra con furia sin pronunciar palabra.
El hueco debería tener tres metros de ancho por cuatro de alto y ninguno se detendría hasta terminarlo, solo deberían pensar en el momento de deshacer sus bravuras en el interior del hueco, objetivo que lograron cuando el sol al día siguiente comenzó a guardarse sobre los riscos.
En ese instante no hubo atención para la extenúes y los cuatro ojos después de humillarse por largos años, se miraron por ultima vez.
-Creí que su cobardía le impedía batirse conmigo, cojo desgraciado¡
- Ni lo piense, soy macho para todos y me sobra para regalar, como una vez lo hice con usted.
- Miente malparido¡….yo fluí y he sido el único macho de mi mujer, además usted es un inútil y para esconderlo se inventó el sueño de la tercera pierna que pisa a las hembras.
- ¡ja¡ esta jodido y no halla que decir. Esta peor que los toches, y por ahí dicen que lo han visto tender la cama que otros revuelcan….
No se cruzaron mas ofensas y procedieron a desnudar los cuchillos de doce pulgadas que habían llevado toda la vida como un miembro mas de su cuerpo pendiente de la espalda; luego se rompieron la carne buscándose las vísceras hasta convertir el hueco en un lodazal rojo.
Nadie vio ni escuchó nada y para siempre los machos quedaron en la sepultura cavada por sus propias manos.
San Gil, julio 25 de 2.015
NAURO TORRES QUINTERO