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lunes, 22 de febrero de 2021

El cerquero Jarantivá

 

Era gañán y guía a la vez. Dos castrados novillos blancos orejinegros era la yunta con los que trabajaba, sacando, tirando, arrastrando y acomodando piedras, unas cubiertas de hongos parásitos que cambiaban de tono según el clima, y otras, cenizas como la niebla matutina que transporta en diminutas gotas de agua para renovar el ciclo natural de la lluvia y mantener la tierra húmeda y productiva.

Una pica, una pala, una pate cabra, una barra, varias cuñas de hierro y tres palancas de arrayán eran las herramientas con las que destapaba, desenterraba, removía, montaba y acomodaba las piedras sobre una horqueta de champo que posaba atada sobre el yugo que los mansos bueyes tiraban tras el gañan quien iba regando la carga con la que reemplazaría los vallados por una cerca de piedra que convertía en cimiento, cual muralla indígena para separar los predios rurales y los solares para que ni los perros ni las aves molestaran la labranza que en cada hogar se erguía con verduras, granos o tubérculos para el consumo familiar.

Nació y se crio en la vereda Jarantivá y murió a los 94 años arrumado en la capital colombiana. Las tres terceras partes de su vida la dedicó a cuidar bovinos. En el siglo XX fue el primer ganadero que tuvo en la vereda Jarantivá de Puente Nacional, Santander, la cría el levante y el engorde de ganado criollo blanco orejinegro, hoy conocido como Bond traído por los españoles en la colonia.  De los seis hermanos varones, junto con uno menor fueron los únicos de su estirpe que triplicaron la herencia en tierras que recibieron de la progenitora, viuda joven que, una vez cada hijo cumplía la edad mayor, les fue entregando la herencia representada en predios rurales que convirtieron con los años en pastizales para ganados.



Católico fue, precepto que guardaba en la semana mayor. La única en la que no trabajaba todos los dias. Engendró diez hijos, dos varones y los demás, alcancías. A ellas, fue las únicas que envió a la escuela a terminar la primaria. Él estaba convencido que la mujer debía instruirse para conseguir un marido decente, respetuoso y trabajador. A Álvaro y Miguel, sus hijos varones, una vez aprendieron a leer y escribir, trabajaron al lado del cerquero. 

Álvaro fue el mas alto conservando la genética de los González; con la práctica se hizo experto en hacer adobe, trabajar la madera y construir casas y hornos en tierra. Murió antes de cumplir los noventa años en la capital dejando 4 hijos.

Miguel es el hijo díscolo. Por correspondencia aprendió electrónica y se convirtió en el radiotécnico de la región con servicio a domicilio. Si no lograba arreglar el radio o el tocadiscos, afirmaba que ya no era útil y solicitaba al dueño que se lo regalase para sacar piezas para otros arreglos posteriores a otros transistores. Para ofrecer sus servicios y que lo viesen trabajar, armó con madera una casa en el aire a la vera de la carretera veredal a la que se trepaba por una escalera la que recogía para que nadie lo visitara ni interrumpiera cuando estaba revisando los radios y tocadiscos que funcionaban con pilas Eveready. Fue prolífico como el padre, engendró 10 hijos.

Las hijas que poco salían de la casa levantada en una moya entre dos quebradas se fueron casando volantonas con el primero que las enamorara. Según un nieto que es abogado y ganadero como el abuelo y padres, suman sesenta nietos, el doble de biznietos y un par de docenas los tataranietos, la descendencia de Antonio González Pacheco y Arminda Alarcón Rodríguez, un año mayor que él quien nació el 13 de marzo de 1.913 y falleció el 27 de marzo de 1.993. Antonio había nacido un 18 de marzo de 1914 y falleció el 9 de septiembre de 2009.

Antonio fue un varón campesino muy metódico y particular. Poco interactuaba con los hermanos a quienes consideraba manilimpios y atenidos, algunos se dedicaron a vivir de la herencia mas no a multiplicarla. Usaba sombrero de fieltro y ruana de lana de las que tejía su hermano mayor, Tobías o el primo Ananías González, los dos últimos tejedores muiscas que contó la vereda y que murieron a mediados del ultimo cuarto de siglo del XX acosados por los años.



Vendía cada cinco años unos veinte novillos de unas veinte arrobas cada uno cuyo recaudo recogía en una capotera vieja tejida en fique, y sin calentar los billetes, caminaba al Banco Popular a depositar en una cuenta de ahorros y en Cdts. que luego convirtió en lotes en la capital que fue construyendo holgadamente hasta dejar viviendas con servicios que fue arrendando para obtener renta que fue reinvirtiendo hasta que ya no pudo trabajar y decidió entregar a los hijos el fruto de su herencia y trabajo. 

Antonio usó zapatos cumplidos los setenta años, cuando la hija menor, María de los Ángeles, decide cuidar de los padres y administrar las rentas hasta el fallecimiento de los centenarios padres. Las hermanas: Elvira, Leonor, Barbara, Transito, Margarita, Trinidad y Gloria tuvieron progenie que repobló la vereda Jarantivá pero con los años, los nietos y biznietos de Antonio González, abandonaron el campo y se volvieron citadinos, igual que los padres vivos que han regresado a la vereda luego de la cuarentena requerida para evitar el efecto temprano del covid-19.

Los cimientos de piedra levantados por Antonio, algunos existen cuidados por un nieto que decidió regresar a la vereda y recomprar un pedazo donde creció la madre, conocida aún como la Moya en la vereda Jarantivá. Un buen tramo de esta riqueza cultural se observa al margen derecho de la carreteable que une a Providencia con la finca la palma, en un predio identificado como La Calle que pertenece a los herederos de Álvaro;  y vestigios de otro cimiento, saqueado por uno de los sobrinos cuando el dueño del predio estaba muriéndose en cama en una clínica en la capital del país, yace al margen derecho de la carretera que une a Providencia con Quebrada Negra, metros arriba de lo que fue la centenaria tienda La Esperanza.

 

Puente Nacional, Eco Posada La Margarita, noviembre 02 de 2.020

Vida u oro: Un poema histórico de Nauro Torres Quintero


 

 

“Para tener, primero hay que hacer.

Para hacer, antes hay que ser”.


Oro, especias y expansión de la cristiandad;

promesas hizo a los reyes de España

 el supuesto descubridor de América que murió creyendo

que había llegado a las indias.

 

A raudales, cumplió la primera; la segunda, no las encontró;

la tercera, a medias.

Exasperando, asolando, matando, mutilando y destrozando

La peste blanca en menos de cien años la nativa población

 disminuyó de 100 a menos de 3 millones,

cual moscas murieron por enfermedades que trajeron los blancos,

muchos, prefirieron suicidarse a someterse,

otros de la tristeza y el abuso.

Fue el genocidio mayor en la humanidad.


 

El oro fue para nuestros ancestros, elemento decorativo;

para los blancos, el fin de su conquista y colonia;

como en los tres primeros viajes mujeres no trajeron,

fornicaron y violaron a su paso, sin condición determinada;

otra genética se engendró y pobló el continente nuevo.

 

Criollos, mestizos, pardos y negros

el oro y sus equivalentes los convirtieron,

igual que los blancos, en el fin existencial.

 

Los indígenas por su condición y creencia

la madre naturaleza saben preservar y proteger;

pero la expansión poblacional y urbana

la ganadería y agricultura extensiva, la minería ilegal y el narcotráfico,

sumado al calentamiento global y la contaminación ambiental;

fuentes hídricas, bosques y selvas

rápidamente agotan las fuentes de vida;

y como hace 530 años, la voz de indígena se ignora,

 guardianes de vida fueron, y son.

 

La naturaleza, infinita no es;

más sí, su sabiduría;

si no aprendemos de ella,

con ella y el hombre perecemos.

 

 

 

 

Eres luz y compañía: Un poema de Nauro Torres Quintero

  

 “Hay sólo tres cosas a hacer con una mujer.

Se puede amarla, sufrir por ella, o convertirla en literatura”. 

Lawrence Durrell.

Te conocí en la nostalgia, la tristeza, el dolor y el llanto

que acompaña al esposo y padre

 al despedir para siempre a la madre de mis hijos.


Estabas en la funeraria acompañando a Cristian

mitigando en algo la perdida de la madre,

estuviste pendiente de él en momentos

aciagos e inciertos al despedir los restos fúnebres

de su progenitora, Margarita.

 

Los dias, los meses en cascada se esfumaban

y ocasionalmente fuiste compañía

en la soledad que vivía en mí.

 

Me prodigaste comprensión y escucha

paciencia, afecto y compañía,

tuviste la paciencia y la prudencia

de enamorarme y adherirme a ti.

 

Sin planearlo, no soñarlo;

un hijo engendramos, sin pensar;

en la esquina de la vejez

Él es nuestra compañía y aliciente

Para vivir y trabajar.

 

Gracias María Teresa

por compartir tu existencia

en el ocaso de los años;

gracias por el amor

y comprensión brindada

y convertirse en mi bastón en la vejez.

 

 

 

domingo, 21 de febrero de 2021

Mientras llueve: Un poema de Nauro Torres Quintero

 


 

En una de las ensenadas de centenares

conectadas entre las arrugas veleñas

que copulan, ya con el sol,

ya con la luna;

mientras empapada la tierra, contemplo,

en tenue lluvia de noviembre;       

 me extasío con el arco iris

que pintan las hojas de los árboles

y el jardín sembrado año a año

para abandonar la naturaleza 

mejor que al nacer, estaba.


 

Escribo estos versos,

cual gotas de rocío que acarician el follaje,

escuchando melodías diversas de las aves

que, expresivas y amorosas inundan el bosque

con sus canticos.

 

El cenit, techo que me cubre;

las crestas de las cimas,

 paredes son que me guarecen;

 el aroma de los árboles,

es el té mañanero de este viernes,

apropiado para compartir instantes

añorando el sol que me acaricia con sus rayos

 calentando y fertilizando el suelo.

 Transito abrazado por él

sobre la madre tierra

acariciado por el infinito

horizonte que me regala el amanecer

y dormito en el ocaso que brilla en el poniente

para que la oscurana me arrulle

asido a la vida que prodiga El Hacedor;

y cuando ella expire,

convertirme en una gota del rocío

que en cada amanecer colme

la sed de las plantas y los tominejos

que sin ausentarse en cada puesta del sol

pululan en hojas y flores de mi floresta

para volar en ellos al infinito sideral.

 

Mientras llueve reconozco

que soy menos que una gota de agua

que nutre la tierra suscitando vida.

esa vida que se desprecia

mientras llueve.

 

Ecoposada La Margarita, diciembre 2 de 2.020

Gracias, padre: Un poema de Nauro Torres Quintero



 

"Engendrar hijos

no nos convierte en padres,

tampoco el tener un piano, en músico".


  

Gracias, padre por reconocerme y darme el apellido,

por prodigarme el sustento, un lecho y un techo,

por acogerme con tu amor y brindarme protección

afecto, guía, cuidado y manutención.


Por ser el primogénito, fui tu hijo anhelado;

al verme llorar, respirar y vivir, fui tu hijo ansiado;

fui otra razón de tus empeños, trabajando extasiado;

fui tu despertar en tempraneras madrugadas

y motivo de precaución en tus jornadas.

 

Fui tu hijo anhelado, por ser el mayor;

Gracias, padre por tu infinito amor,

gracias, padre tu paciencia y corrección;

gracias, padre por tu guía y orientación;

gracias, padre por el ejemplo y comprensión;

gracias, padre por el hogar y la familia que nos prodigó.

 


Hoy, por los años, jorobado,

 a Dios mi plegaria, agradecido;

con tu ejemplo, enseñando, transito,

tus enseñanzas, las duplico,

en mis añoranzas, te evoco,

y en mis oraciones al Altísimo,

de rodillas mil gracias y alabados

por tu ejemplar existencia.

 

Junto a tus cenizas, las de mi madre reposarán;

en el nicho, margaritas brotarán;

y con las mías, en el mismo panteón,

una antorcha encendida permanecerá

como signo efímero de la existencia humana. 


NAURO TORRES

2021

D.R.A.

Aroma de café: Un poema de Nauro Torres Quintero

 “Olí tu perfume al caminar por la alameda,

iba en otra piel;

y como en antaño,

cerré los ojos

y renové tus recuerdos”.

Nauro Torres.

 



Al despertar, en cada madrugada,

a la diestra de mi ardiente cuerpo,

yacías dormida arrullada por mis caricias

que se precipitaban en cascadas al captar tu aroma de café;

perfume natural excitante de mis glándulas sexuales.


 

Te contemplaba, cual tangelo, los lunes

y te exprimía, inhalándote;

ha salado disfrutaba tu sudor

de tu aterciopelada piel, los martes;

a chocolate, tus besos, los miércoles;

  a cerveza, tu pelo, los jueves,

a brandy, las yemas de tus dedos, los viernes,

a cacao, tus pies, los sábados,

y a mango, tu boca, los domingos.

 

 

Trabajaba sin descanso cada día

para regresar a casa añorando la noche,

cenar contigo y descansar luego entrelazados

anhelando otro amanecer embriagándome con tu fragancia corporal.

 Nauro Torres

2.020

D.R.A.

El parasitismo del plagio intelectual

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