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martes, 3 de septiembre de 2019

"El medico que salvó una partera": PEDRO GUZMAN BUELVAS



Mi madre, con 88 años vive sola en el campo. Dice que de la casa, la sacan con las patas pa´lante el día que se muera.

Celina Buelvas, nació el 12 de enero de 1.928. Empezaba 1.952, un año bisiesto. El 5 y 6 de diciembre del mismo año en Ciénaga, Magdalena, unos tres mil  campesinos entre varones, mujeres y niños cayeron bajo las ametralladoras guindadas en las esquinas de la plaza operadas por  300 soldados colombianos que recibían ordenes de proteger los intereses de la empresa gringa, Unitet Fruit Company que se había apoderado de miles de hectáreas para la siembra del banano y había reclutado obreros de diferentes partes del país. Los trabajadores con sus familias estaban en la plaza del pueblo en una huelga general reclamando, entre otros, los siguientes derechos: Seguro colectivo obligatorio, reparación por accidentes de trabajo, habitaciones higiénicas, descanso dominical, pago semanal, cesación de prestamos por medio de vales y mejor servicio hospitalario. Los saldados recibieron la orden de disparar por tres veces. Sobre la cantidad de victimas, unos cuentan de tres mil, para las cifras oficiales, fueron entre 15 y 20. los sobrevivientes narraron que los muertos los treparon al tren del banano y los botaron al mar.

En una distante finca  de la tierra bautizada con el nombre de la Virgen de los conductores, una humilde familia empezaba a celebrar el nacimiento de un nuevo heredero de la miseria. Fue un día ardiente del verano  de febrero. El calendario gregoriano tenía marcado el 16 de julio como la fiesta de la Virgen del Carmen estatuida desde 1.251.
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Vivió de milagro por la destreza de la partera.

La morena Celina estaba ya sobre los 270 días de embarazo; rompió fuente estando lavando los trastos y poniéndolos a secar en el tendal del rancho en la finca Sabaneta escondida en el corregimiento Bajo Grande del municipio del Carmen de Bolívar. Ya había entrado la noche que aparece por el lado opuesto que se oculta el sol. Israel, dos años menor, montó la burra y se perdió en la noche rumbo al rancho de  miciá  Mercedes Suarez, la partera de la región. La comadrona, acudió en un santiamen mientras el dueño del predio rural, asustado, con el gañote seco y la lengua pegada al paladar,  atinaba a hablar menos sin  preguntar, pero si, a orar en silencio a San Miguel, su arcángel custodio.


Registro de la juventud como estudiante en la ENSIN

La morocha Mercedes era corpulenta, alta y dicharachera. Reconocida en el territorio por curar, sobar y ayudar a dar a luz a chinos que como gallinas finas, se reproducían para ayudar en las parcelas, unos; y otras, serían cocineras. Había aprendido el don de sus ancestros. La busabuela, abuela y madre  prestaban el servicio de acompañar, auxiliar y atender a las parturientas en la comarca. Las parteras, aun son necesarias en los rincones colombianos en los que los hospitales están a días y horas en lancha, o a pie, de los hogares de la gente trabajadora que labora en las montañas del país.

Acomodó a Celina  sobre el cuero que hacía de colchón en el catre de cedro en cuyo marco, cuidadosamente habían tratado, secado y tejido con cuero de bovino que, al tocarlo con un palo, sonaba cual tambora. La palpó. Se persignó y entre dientes dijo una oración con fe, anunciando luego que la criatura venia de culo y séria un parto muy doloroso lento y peligroso para el angelito que pedía pista  en la puerta del horno.

Israel le aprontó a la mano de Mercedes una botella de ron caña con alcohol. La partera se desinfectó las manos y elementos usados para facilitar el parto. Celina  estaba en  el trabajo de parto; Mercedes usando sus manos  fue ayudando a acomodar la criatura para ir sacando con calma y destreza, primero los pies, las piernas, las manos, los brazos, y finalmente, la cabeza. Cortó  y amarró con destreza el cordón umbilical  El chino venía de nalgas y  estaba  amoratado.  Algunos lo dieron por muerto, mientras los hombres jartaban ron caña.  Mercedes, con la criatura envuelta en un cobertor caminaba con ella, en el rancho, haciendo con sus pasos una cruz, mientras le soplaba la mollera. Había nacido con piel tostada y a la sombra; rezaba jaculatorias a sus dioses africanos y a las deidades que los evangelizadores habían inculcado a sus mayores. Dos horas después del parto, el chino abrió los ojos y tocio frunciendo las cejas.

La alegría familiar  fue compartida con un sancocho de gallina  preparado por una comadre ese lunes de luna llena y ventarrón. La familia estaba contenta; había nacido el segundo varón en los  Guzmán Buelvas. Israel, celebraba y chicaneaba al tener otro hijo macho. Continuó celebrando con otra botella de ron. La tomó con sus manos callosas; la destapó ante la mirada de los vecinos que empezaban a llegar a congratularse con el nacimiento. 

Se echó el primer trago.

¡ mierda¡. Gritó avisando a los presentes.

–¡Esta joda es agua¡

y mirando inquisidoramente a Mercedes, balbuceó:

-¡No joda negra, tu no te desinfecta`te las manos para recibir al chino¡ El alcohol es el que me empecé a jarta´c.

-¡Se va a morir de una infección, ya la vieja, o el chino¡ vaticinó.

Los padres de la naciente criatura acordaron solicitarle el favor  al amigo, Pedro Fernandez y la señora Gilma, la esposa,  que mandaran cristianizar el churumbel en la fiesta de la Virgen del Carmen el siguiente 16 de julio.  Ya  estaban de acuerdo en los apelativos. Tendría el nombre del abuelo paterno y sería presentado a la Virgen bajo la protección del Arcángel San Miguel.

Desde entonces, se le conoce como Pedro Miguel Guzmán Buelvas.

En la vida, el tiempo mas feliz es la niñez.


Entre la casa y el corral, la huerta y el caño, el patio bajo el zapote, Pedro empezó a caminar luego de entrenarle sentado en un caminador elaborado con saco de fique acomodado en un bejuco tejido cual calzón que pendía de  una de las bigas de la casa de bareque. Dar de comer a las gallinas, corretear los patos, buscar los huevos de las gallinas sabaneras, traer el agua, correr por los potreros cual adán desbocado,  construir carros de cartón y tapas de cerveza y jugar con ellos en el patio, fueron actividades que lo entretenían bajo la protección de Celina y las enseñanzas de Israel y los padrinos que ocasionalmente visitaban a los Guzmán con sendos presentes para el ahijado. Con los años, recuerdos de ellos, no prevalecen. Fueron personas mayores que no le brindaron apoyo y guía. Murieron unos años después.

Como cualquier niño del campo, en ese entonces, usó zapatos de piel y pantalones invisibles. Una gallina copetona le hizo el milagro de que le pusieran pantaloneta. Estaba dando maíz a las aves de corral, la copetona le picoteo el pipí dejandoselo como un boom boom. En la costa colombiana es  señal que el chivato esta creciendo y hay que vestirle con pantalones.

El perfume de la maestra 

Ella vestía jardineras de colorines. En esos años de la década media del siglo pasado, la mujer no vestía como los varones. Era de tez blanca, pelo lacio, ojos claros, manos suaves y voz encantadora. Pedro estaba muy pendiente de esperarle en el camino que terminaba en la casa de adobe y teja de zinc pintado de rojo que los lugareños habían construido comunalmente para educar a los hijos. Usaba un suave y agradable perfume que Pedro recuerda cada vez que aprecia las rosas.  Irene se llamaba. Fue su primera maestra. A ella, le fueron entregados los primeros regalos, eran las onces del niño admirador.



Es el tercero de seis hermanos. Cuatro de ellas, mujeres. Terminó la primaria en un colegio privado en el pueblo. Cursó la básica secundaria en la Escuela Industrial del Carmen de Bolívar. Los profesores le escogieron electricidad  como  especialidad. Semanas después, Israel enterado del oficio que le enseñarían en la escuela técnica, luego de empujarse unos rones en la despensa de un compadre, con machete al cinto se fue a la institución anunciando su presencia  trinando el machete  contra el anden. Iba a exigir que le sacaran al crío de ese taller. No quería ver a Pedro en el piso amoratado a como estuvo cuando nació. Días antes, el pueblo estuvo de luto. Un carmelano había muerto al intentar colgar de la red eléctrica un cable para tomar a hurtadillas el fluido eléctrico para el rancho. El director del taller de electricidad, quien debió atender al padre preocupado y ofuscado, cortesmente y con mesura dio las explicaciones de los cuidados e importancia de esa especialidad para el desarrollo del país. Sería el motor del crecimiento económico de numerosos colombianos emprendedores. Israel aceptó las explicaciones y regresó a la finca mas tranquilo y orgulloso de su muchacho que estudiaría para no quedarse en el pueblo. Fue tan buen electricista que le dieron el titulo de experto dos veces. Y en ese oficio empezó a atrabajar el 23 de diciembre de 1.972, un día después de haberse graduado como bachiller técnico, en la planta de soda de Betania, cerca al ciudad donde cursó en bachillerato técnico.



Pedro Miguel y Nauro Torres en  2019 en el consultorio

 LA ENSIN Y LA OFERTA DE BECAS A LOS MEJORES ESTUDIANTES

Zipaquirá a mediados del siglo XX se había convertido en zona industrial nacional. Estaban asentadas empresas insignes colombianas como Peldar, Malterias Unidas, Salinas de Colombia, planta del Acueducto de Bogotá, Purina, y varias empresas petroleoquímicas. El gobierno liberal de Carlos Lleras Restrepo se caracterizó por impulsar el desarrollo del país a partir de la educación, tarea encomendada al MEN que a finales de la década del sesenta implementó la formación de maestros para las áreas técnicas de las escuelas e institutos industriales encargados de formar la mano de obra para la industria que requería el país. La escuela industrial nacional de la localidad la transformó en Escuela Normal y por una década formó a jóvenes de las diversas escuelas técnicas dispersas en la geografía nacional que hubiesen ocupado los dos primeros lugares en el grado 4o. a quienes les ofrecía una beca que incluía estadía y costos educativos.

El oficio del ofrecimiento llegó en noviembre de 1.969. El profesor de la especialidad Esteban Sierra, comentó a los dos mejores del curso.  El rector Rodolfo Lindarte Bustamante les notificó de la beca en  la clausura del año lectivo, junto con los diplomas de reconocimientos académicos y comportamiento, a los jóvenes, Mario Segundo Peluffo y Pedro Miguel Guzmán Buelvas, con  un oficio que los convertía  en  merecedores para continuar estudios técnicos en la ENSIN.

Becados y en avión para la capital.

Tras si, dejo los recuerdos y partió para el interior del país en compañía de Mario Peluffo, otro becado. Viajaron a Cartagena donde tomaron avión para Bogotá. Con tristeza  dejó a su hermano -que nunca le presto el jumento para otros menesteres, sino para cargar la leña-, y a sus hermanas y padres.  Ya no tendría que quedarse mudo cuando tronara porque en las capitales, Dios no manda los truenos y la lengua no se la cortaría con los dientes como esperaba que no ocurriera mientras vivió en el Carmen. Dejó el periódico mural del colegio en el que cada lunes colgaba recortes de prensa con fotos y noticias deportivas, y escribía otras a mano mientras los demás jóvenes jugaban futboll.


Cual Juan tenorio, abundan los gratos recuerdos de ellas.
Recuerdos en la ENSIN

El tono  verde de las sabanas del altiplano, la gigante ciudad de la capital del país, el frío y la ropa de lana y paño, El arroz con lentejas y papas saladas, el agua helada de las duchas, el amor a Flor, la zipaquireñita que vivió en el barrio Concepción para la salida a Pacho, que le buscaba en el portón del internado cada vez que podía viniendo de regreso del trabajo en la gran ciudad; el conocer los catres y aprender a tender y colgar la ropa, la rígida disciplina del internado, las aventuras vividas en el trayecto entre el internado y los talleres, y  el paro de 1.972; el segundo amor arrebatado en franca lid por Jorge Segura; -de ella, tiene presente que tenia una caries en una de las persianas frontales en la que guardaba comida para los hambrientos internos-; el señorío de la señora Elvia Garzón, directora del MORER al que vinculaba jóvenes del internado para alfabetizar a los presos y desarrollar el ser social de los estudiantes que por voluntad propia acudían a la casa de la filantropa, en cuyo espacio afloraron el gusto por la declamación, el teatro, el canto y la narración que hacia de las fiestas de las Mercedes, un grato día para los reclusos de la cárcel municipal, y para los estudiantes, la oportunidad de mostrar habilidades estéticas y pedagógicas; fue monitor en contabilidad y comercio escogido por el coordinador académico, Carlos Caicedo. El uso del debe-haber-saldo- en la ecuación de un balance, fue pan comido para el protegido del arcángel San Miguel.   Son recuerdos que afloran al evocar los tiempos en la ENSIN.


En la vida estudiantil, hay amigos que prevalecen en los recuerdos. Mario Segundo Peluffo, el paisano y competidor académico, es recordado por lo patán y espontaneo; inventó el “pelufómetro”. Tenía los pies tan grandes que era el encargado de hormar los zapatos de los internos. En una de tantas borracheras, sin un zapato quedó. Se acomodaba las prendas que otros ya no usaban. Nauro Torres por creerse de la jai lingh y por el peinado ondulado de medio lado cual Oscar Golden. El caminado arrastrado de Norberto, el nono de la promoción 72. Por la ingenuidad de Marcos Guarnizo el electricista; trabajó con él en la planta de soda, luego en Peldar: Se enamoró. Dió estudio a la esposa, y en la universidad se la parcelaron. Félix Enciso Velasquez, el orador y compositor juvenil. Fue quien le ganó en composición póstuma con el panegírico que hizo al compañero interno que un fin de semana se fue a casa y murió ahogado en la laguna de Fuquene.

Pedro Miguel no fue una deportista como otros tantos de la promoción. Era atleta y jugaba ajedrez. Participó en competencias del juego ciencia en Nemocón y Zipaquirá. En San Gil fue el campeón, derrotó al profesor Raul Remolina, colega del Colegio Guanentá. 

El titulo de bachiller era lo máximo en ese entonces.

En ese entonces, el ser bachiller equivalía hoy a una especialización. Se conseguía trabajo con relativa facilidad. Todos los egresados 1.972 salieron con el empeño de trabajar para obtener ingresos para cubrir las necesidades básicas y enviar dinero al hogar para aliviar las deudas y las necesidades básicas familiares.

Pedro Miguel, junto con los demás técnicos electricistas ingresaron a trabajar a la planta de soda en Betania. Él, trabajó dos meses y con los $ 1.300,oo mensuales que recibió de salario, pagó la libreta militar, compró un par de pintas, y giró dinero a Celina. En la jornada de reclutamiento Pedro Miguel fue diagnosticado con “frotis pericardiaco”. Ademas de la pena y el haber pagado porque lo viera el medico empeloto, el bachiller quedó atónito con el diagnóstico. Tenía el corazón grande y  pegado a las costillas y los años de vida estaban contados si no lograba conseguir un  donante. Ya tenía la libreta militar gracias a que pudo pagarla y a un diagnóstico que justificó el “no apto para el servicio militar”. Ese día los calzoncillos se le mancharon, primero por la vergüenza y segundo por el diagnostico médico.

Profesor por necesidad, oficio fugaz

A finales de enero de 1.973, a la casa paterna le llegó un telegrama. Había  sido nombrado profesor de electricidad del Colegio Guanentá de San Gil. Los demás colegas de la especialidad, para probarlo, lo asignaron para los grados décimo y once. Tenía 21 años. En este colegio nacional estuvo algunos años ejerciendo como docente, profesión a la que llegó por necesidad personal y familiar. Necesitaba cubrir los gastos personales y enviar dinero a Celina. Pasó en la UIS en medicina junto con dos discípulos, estudios que terminó a principios de la década del ochenta, gracias a una mecenas que, por amor, lo sostuvo hasta el final.


En el consultorio, los pacientes y colegas le celebraron un cumpleaños vegetariano.
Entre aventuras y anecdotas, sabanas y camillas

Entre camillas y sabanas, corredores y caminos, trochas y avenidas, veredas y municipios veleños, ha trascurrido la vida de este profesional que, de carmelano le queda el hablado coteño. 38 años en la provincia mas folclórica y musical de Colombia lo convirtieron en un puentano mas.   A la tierra del compositor Lelio Olarte llegó a hacer “el ruralito”. Fueron dos meses en el hospital atendiendo toda clase de urgencias. Solo logró salir una vez a Bogotá a cumplir una furtiva cita de amor con una bella mujer ajena. La provincia estaba una invernada y la ampliación del vía a Bogotá estaba en construcción. Graduado como médico, solicitó a la Secretaria de salud de Santander lo nombrase en donde hubiese vacante. Estaba Cimitarra y Sucre. En la primera población un político nombró a un recomendado y al carmelano lo nombraron al lugar en donde otros no habían aceptado.

En honor al venezolano, José Francisco de Sucre y Alcalá, el gran mariscal de Ayacucho, por decisión de la duma departamental de Santander, el 3 de agosto de 1.892 se creo el municipio de Sucre. Empezó la vida jurídica en las tierras altas y planas del hoy corregimiento de la Granja por solicitud de Gonzalo Sánchez, pero la casa municipal fue incendiada una noche por habitantes del mismo municipio que trasladaron la documentación a la vereda de Cúchina, de cuyos parajes varones conservadores armaron “el batallón de chuchineros” que enfrentó a los cachiporros en la guerra de los mil días.

Guzman Buelvas, en plena juventud se entregó con vida y alma al trabajo. Diagnosticaba, hacía cirugías, prestaba primeros auxilios y recorría los 600 kilómetros cuadrados de la municipalidad, unas veces en carro, otras a pie y lo mas común, a caballo. Por la fidelidad al principio hipocrático, auxilió a guerrilleros, campesinos y citadinos con igual diligencia. Por formarse como medico integral, hizo cirugías complejas salvando vidas, unió trompas y recetó anticonceptivos para regular la población. De sus acciones hablan los pobladores de Puente Nacional, Sucre, Jesús Maria, Florian, Bolívar, Guavatá que han sido pacientes.

Recordar es vivir. Y vivir es disfrutar la vida como se va presentando. Pedro no fue la ultima palabra en su hogar; tampoco en la escuela, menos en las relaciones furtivas que  aparecieron  por doquier. En la ENSIN alcanzó a sumar un amor en cada punto cardinal de Zipaquirá.  Pero si lo es, en  el hospital. Es reconocido como una autoridad medica,  aunque en asuntos de faldas es un marinero que registra en la agenda existencial las anclas al mar olvidando cada vez que son elevadas para partir a otro puerto. De niño, cuando le purgaban con quinopodio, debía ir con frecuencia al matorral, y las gallinas tras si, se peleaban las lombrices que arrojaba el purgado. Ya con pelos en el pecho, las féminas hacían fila tras él, como las aves de corral.

En Zipaquirá probó el pistilo de una Flor, perdiendo en un santiamén,  la pureza del estambre, -sin el beneplácito de Carlos Silva-. Ella, pagó el hotel. La segunda conquista tenia el nombre hebreo que significa “señora”. Estuvo enamorado por tercera vez. Ejerciendo la docencia, una tunjana le parceló totalmente el estambre, y ella, por las gracias y frecuencias  con que lo hacía, lo apalancó financieramente para terminar la medicina en la décima universidad ranqueada en Colombia. Lo visitaba, según el alboroto de las hormonas. Un hotel reconocido, un almuerzo en pezcocentro y las energías recargadas con los mariscos quedaban exprimidas de regreso a la UIS. Otra tuvo nombre galés que significa “mujer alegre” y en la historia hay homónimas de pintora y actriz gringa; ya era madre y esposa. De profesión afín. Tenía cuerpo de palmera, tez de zapote, piel aterciopelada, labios carmesí, mirada sensual, pasión de felino y riesgo acróbata. El escenario, una habitación del Quiratama en Bogotá. Había tanta conexión entre los amantes que una noche era una corta eternidad. Fueron nueve eyaculaciones en las cortas horas de la jornada tibia y húmeda. La noche fue tan embriagante que en la ciudad de los parques; si no había dinero, solo para el periódico El Tiempo, como pareja acudían a inmobiliarias cercanas interesados en un apartamento. Pedían las llaves para conocer el inmueble y como cualquier gallo kiko fornicaban sin descanso sin leer el diario extendido en el piso.

Solterito y a la orden

No es un varón de compromisos nupciales. Es padre de dos hijos varones, uno abogado y otro administrador hotelero. Y como un colibrí, vuela de flor en flor, sin pensar en la soledad de la vejez.

Estaba recién graduado de médico. Tomó unos días de descanso regresando al pueblo en donde ya vivían los padres. Les tocó vender la finca. Encontró a Celina enferma. La trasladó a Bucaramanga y la puso bajo observación de algunos de sus maestros. Le ordenaron exámenes. Éstos revelaron  un linfoma difuso. En palabras sencillas, un tumor en un ganglio. Pedro Miguel recibió el diagnóstico como el agua fría de las mañanas en la ducha de la ENSIN. Los colegas afirmaron que ya no había nada que hacer. La madre, quien siempre confió que su hijo médico la curaría de toda enfermedad, murió en los brazos del uno de los mejores bachilleres de 1.972. Falleció el 4 de septiembre de 1.979. Tenía 54 años. Israel, el padre, fue tras ella dos años después, el 11 de agosto de 1.981. El hermano mayor, años mas tarde falleció de leucosis. .  Desde entonces como ser humano y medico asumió que la muerte es una compañera de la vida, y los médicos, una vez conocidos los diagnósticos, deben velar porque los pacientes lleven una vida tranquila, sin olvidar que en la vida solo tenemos algo seguro: la muerte. Pedro Miguel nació y vive con una estrella. Los nonatos hoy, si la madre no se le opera para sacar al bebé, éste muere.


Ecoposada La Margarita. Puente Nacional, agosto 7 de 2019.
Otra historia sin contar.
#Nauro Torres 












El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...