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miércoles, 30 de septiembre de 2020

ZORRAS, ZORRAS ¡ZORRAS ¡

 NAURO TORRES

2.020

D.R.A.

 

Trapezoidal era su forma,

 una trompa más angosta que la cola;

le permitía escabullirse en los descensos sin impulso,

y en lo plano, desplazarse por inercia;

en las subidas, demandaba halada.

 

En dos ejes principales paralelos

descansaba la estructura;

en el hocico, el más corto y movible;

en eterno coito con tornillo giratorio en el centro;

en el pompis, el más largo y fijo.


El eje del parachoques mantenía empachado

con balinera en cada extremo,

y en ellas, el eje mayor copulaba

sin descanso con otras balineras,

gracias a la grasa que el zorrero inyectaba

antes de cada viaje, loma abajo.

 

Y como todas las colas,

el cigüeñal era más holgado;

cerca al remate derecho,

una suela de alpargate

hacia de apéndice y de freno.

 

Acaballados sobre los dos ejes atravesados,

posaban otros dos ejes más placidos

de igual largor,  más dilatados,

armonizando el esqueleto trapezoidal del velocípedo

que hubo en las calles de los pueblos

cuando ni las ciclas ni los taxis, ni los carros,

irrumpían el silencio y la tranquilidad de los pablados.

 

Un tendal de livianas tablas

eran la carpa y el piso que sobre el chasis

podían trasladarse, ya la carga, los amigos,

o el dueño del velocípedo de palo.

 

Un lazo en U ataba a los extremos del eje de la jeta

que servían de cabrilla y volante

al piloto que ya, sentado o de pie; 

conducía la zorra a su albedrio.

 

Era un deleite construir la zorra;

era un gozo viajar en ella;

era un embeleco impulsarse con el pie en la cima

y escurrirse hasta el atrio del templo a misa;

era un disfrute viajar hasta la galería

y cargar la zorra con canastos con los productos 

del toldo o de la plaza

de las señoras que confiaban al zorrero, sus mercados.

 

Y la paga, no la establecía el piloto ni la zorra;

era a voluntad de la señora que contemplaba

el esfuerzo y el gusto por hacerlo del zorrero.


 

Hoy estas zorras, solo están en memoria de los viejos;

en Manizales y Bogotá les identifican como carritos de balineras,

y anualmente hay una competencia;

en Sansano, Italia, es patrimonio folclórico

en evento anual;

en los hipermercados lo rebautizaron, zorros;

otras, en los bosques y granjas las persiguen

por alimentarse de gallinas hurtadas en las noches;

y en el mundo del eros, imputan zorras,

a las hembras que, en celo, provocan a los machos.

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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