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domingo, 28 de julio de 2019

RETAZOS DE MEMORIA DEL ITI DE ZIPAQUIRA

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Tras el rastro de los integrantes de la promoción técnica 1.972




En la década del sesenta y setenta del siglo XX, pocos en Colombia podían iniciar y terminar en bachillerato, y más difícil, graduarse como técnico, pero el MEN creo un programa de becas orientadas a los dos mejores estudiantes del grado 4o. en las escuelas industriales implementadas desde Zipaquirá, cuyo rector desde 1.969 empezó a difundir la información con los rectores de las escuelas industriales, y a la Escuela Industrial de Zipaquirá, llegaron jóvenes de lugares recónditos del país a continuar estudios técnicos. 


La educación técnica en Colombia empezó en 1.873 en Medellín bajo la sotana de los salesianos quienes empezaron la escuela de Artes y oficios con maestros traídos de Italia y España. En 1.905 abre las puertas el Instituto Técnico Central, regentado por Hermanos lasallistas en Bogotá.

En 1.946 surge en Colombia el bachillerato técnico industrial con seis años para graduarse. Y en 1.959, para lograr ser bachiller técnico, se requerían 7 años en el bachillerato. En 1.966 se reorganiza la educación técnica a nivel medio. En 1.970 nacen los INEM y en el mismo año, aparece en el país la educación privada que, con los años ha venido desplazando la educación pública.

ORIGEN, EXPANSION Y DESAPARICION DE LA ENSIN

La ENSIN en la que terminamos el bachillerato técnico la promoción 72 , es el resultado de una simbiosis, que se transformó de lo general a lo particular, siempre bajos los principios del saber. “saber ser”. “Saber hacer”, “Saber tener”.

En 1948, por Ley Nacional se crea el Instituto Pascual Bravo en Medellín, con el fin de formar profesores para cubrir la demanda de profesores para las escuelas y e institutos técnicos.

Un año después, en 1.948, el director de las escuelas urbanas del barrio Santiago Pérez de Zipaquirá, solicita al administrador de la empresa estatal Salinas de Zipaquirá,  que en los talleres de la empresa que funcionaba en el parque Villaveces, fuera la sede de la escuela industrial. Pero fue el presidente Mario Ospina Pérez, natural de Medellín, y minero de profesión, en visita a las Salinas, acoge la solicitud de crear la escuela Industrial, y, esta empieza a funcionar en lo que conocimos en 1.970  como el internado, y a la vez, asignó recursos para empezar la construcción del edificio para la institución en el barrio Eusebio Caro en donde venían funcionando los talleres para el entrenamiento escolar a nivel técnico.

La Escuela Industrial en Zipaquirá,  empezó a funcionar en febrero de 1.950 con 40 alumnos, pues el 24 de diciembre del año anterior, el gobierno nacional, delegó la administración y dirección a los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la Comunidad San Juan Bautista de La Salle. Ya, en 1.951 ingresaron 90 alumnos que se distribuyeron en tres grupos con acceso a las siguientes especialidades: Ajuste y torno, Motores eléctricos, Electricidad, forja, y dibujo.

En 1.953 la Institución es bautizada como Escuela de Artes y Oficios Tulio Ospina dirigida por el MEN y se adicionaron tres especialidades más: Sastrería, ebanistería y mecánica automotriz.

En 1.964, mediante decreto 1295 la Escuela Normal Industrial que funcionaba en el Instituto Piloto  de Bogotá, es trasladada a Zipaquirá para fusionarse con la Escuela de Artes y Oficios, surgiendo una nueva institución que conocimos como ESCUELA NORMAL SUPERIOR INDUSTRIAL -ENSIN-. Esta institución educativa, creada para formar a los maestros de talleres de las escuelas e institutos industriales que fueron establecidos en ciudades intermedias y capitales,  empezó a funcionar en lo que fueron los talleres de  Salinas de Colombia, lugar al que llegamos muchos, becados, procedentes de diferentes partes del país. Y como tal, tenía una nueva misión institucional: “capacitar y perfeccionar a los profesores que requería la educación técnica del país”, y para lograrlo, ofreció becas a los dos mejores estudiantes de las escuelas industriales.
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Hubo cinco promociones  para profesores destinados a dirigir las especialidades de las escuelas e institutos técnicos nacionales creados para tal fin por el MEN; Tres promociones con dos años de normal, cuyo único requisito para ingresar era ser “experto industrial”. Una promoción con tres años de Normal cuyo único requisito era ser bachiller técnico industrial. Y otra cuyo requisito era haber cursado 4 años de estudio y haber cursado el bachillerato clásico.

Como Normal Nacional, continúo dando cursos de actualización y perfeccionamiento a los profesores del área técnica convirtiéndose, a nivel nacional, en centro de capacitación y actualización pedagógica. Y aunque hubo varios intentos para que alguna universidad los titulase como licenciados a los profesores de las especialidades, fueron infructuosas las gestiones y la ENSIN, bajo la tutela de la Universidad pedagógica nacional, desapareció como tal.


DE ESCUELA NORMAL INDUSTRIAL NACIONAL A INSTITUTO MUNICIPAL

Como una oblea a una niña admirada en alguna calle de la bella Zipaquirá, continuo narrando hechos históricos, episodios escolares y recuerdos de algunos estudiantes para ponerle arequipe a la primera reunión de egresados de la ENSIN promoción 1.972.

Como mayores que somos, las amistades escasean, pues la mayoría dedicamos el tiempo a los alumnos, y no cultivamos los amigos que demanda la soledad de la vejez. La idea central de estos serie de escritos, es restaurar la amistad y tener ocasión para hacer reminiscencias, reír y estrechar, a la distancia, nuestra amistad de mozos.




Nuestra normal Industrial, en menos de 30 años, sufrió una metamorfosis. Paso de ser escuela, a normal, y regreso a ser Instituto. Tuvo un papel protagónico a nivel nacional como centro de formación de maestros técnicos a regresar a servir a la población local en el campo industrial como establecimiento municipal.
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Tras los rastros de los estudiantes de la promoción 1.972

En 1.969 ocurrió la primera promoción de bachilleres técnicos. En este año el ICCE inició la construcción de las aulas y sede administrativa adyacente a los talleres. En 1.970, siendo rector, Carlos Ariza Páez, y el pastusito, Carlos Caicedo como coordinador académico, y coordinadores técnicos: Luis H. Gonzalez, Epimenio Cortes y Gonzalo Villamizar, fueron quienes velaron por la construcción  de las aulas, y el uso de éstas. Siendo ministro de educación,  Luis Carlos Galán Sarmiento, en 1.971 nuestra ENSIN fue recibida en administración por la Universidad Pedagógica Nacional, y ésta, logró desaparecer el nombre que aún tenemos grabado en nuestra memoria.

Al  retornar esta universidad, al MEN, empieza a llamarse Instituto Técnico Industrial para uso de las practicas de los estudiantes de la mencionada universidad y el bachillerato técnico. Y por aquello de la descentralización administrativa, pasó en 1.991 bajo la administración del municipio, y desde entonces se denomina ITIZ.

Es de grata recordación el rector Carlos Ariza Páez y el rector Luis Antonio Gelvez Contreras, quien nos graduó, siendo él, el primer rector designado por la UPN.

Los ENSIN 72, integramos las escasas promociones técnicas que tuvieron la oportunidad de convertirse en docentes en cada especialidad en los talleres técnicos que surgieron en escuelas e institutos dispersos por la Nación, y a varios de ellos, fueron nombrados un nutrido grupo de compañeros de la promoción 1.972. Pocos terminaron vinculados a la industria, otros lograron continuar estudiando, y muy pocos fueron emprendedores de sus propios negocios.

APRENDIENDO A SER MAESTROS

De los egresados 1.972 como bachilleres técnicos de la ENSIN, me atrevo a firmar, ninguno tenia en sus sueños, ser docente. A una nutrida mayoría les propusieron ser maestros, y fueron nombrados por EL MEN pocos meses después de graduados.

Con el objeto de  ubicar en el tiempo al lector egresado, y a la vez, descubrir qué fuimos conejillos para experimentar la propuesta de formar maestros para el área técnica en escuelas e institutos, sin darnos pedagogía y tener practicas docentes, y algo preocupante, sin estar informados previamente.

Esta experiencia de la ENSIN no alcanzo a un decenio, y ésta poco se encuentra escrito.  Elucubrando, la desaparición de esta experiencia educativa,  pudo ser decisión política al inyectar mayor presupuesto al Sena que había surgido en 1.957, institución que recibe flujo presupuestal de los empresarios y trabajadores, mientras que la inversión estatal en la dotación de herramientas, maquinaria y materiales en  los talleres de las escuelas técnicas fue mínima, convirtiéndose en espacios anquilosados y desactualizados que facilitasen la actualización, tanto de los docentes como de los estudiantes que siempre rotaron desde el grado sexto hasta el 9o.

Del grupo de los graduados de ambas jornadas, pocos mostramos habilidades pedagógicas, pero en casa y en el aula aprendimos a aprovechar las oportunidades. Se expandían los INEM, las escuelas se convertían en Institutos, y profesores para el área técnica, demandaba el Ministerio de Educación, pues el país entraba en la era de la industrialización que, aún continua, pero con mas mano de obra barata y más calificada.
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En el transcurso de 1.973, la mayoría quienes nos hemos reencontrando, convocados por José Antonio Ospina, actual docente del ITS de Florencia,  para asistir a una primera reunión de egresados 72, terminamos nombrados como maestros, sirviendo al país  en puntos estratégicos de Colombia. Y así, como lo comentó Norberto Cubides Salas en nuestra primera conversación, luego de 47 años, “Terminamos enamorados de la profesión, una vez transcurridos los primeros años de nuestro desempeño laboral”.

Al leer los bocadillos escritos por algunos en el  grupo de WhatsApp. -No todos son expresivos- encontré que varios  han mantenido alguna relación, por ser egresados de una misma escuela, o por ser docentes técnicos a nivel nacional convocados ocasionalmente por el MEN para eventos de integración y actualización. Aunque muchos, que haya averiguado,  no probaron los fracasos y logros de emprender “su propio negocio”, continúan laborando, y posiblemente lo harán hasta los 70 años. En el grupo se percibe el “gusto por compartir el saber”. Y en otros, el gusto por tener un descampadero sin afanes.
Placido Montenegro y José Antonio Ospina degustando un tinto, deciden convocar a los integrantes de la promoción 1.972  



SOMOS UNA ENSALADA RUSA




Los estudiantes de la ENSIN, 1.970-79 fuimos parte de una experiencia pedagógica que pretendia calificar y profesionalizar a los maestros requeridos para la área técnica de escuelas e industriales. Por causas, aun no identificadas ni plasmadas en documentos,  lastimosamente, se esfumó, y la ENSIN solo esta en los recuerdos de quienes por allí estudiamos becados por el Estado.

La promoción 71-72, estuvo integrada por jóvenes provenientes de diversas partes del país. Nos correspondió estrenar el internado, la sede en el Julio Caro de la ENSIN y algunos docentes de la UPN. Recuerdo al profesor de Idiomas. Tenia un rostro con huellas del acné juvenil. Nos motivó a leer literatura, y fue para mí, una palanca para enamorarme de las letras. Igual viene a mi memoria la profesora, Gloria, -me parece que era el nombre-. Sus clases de sociales fueron un despertar para informarnos del abuso, que aún cometen quienes ostentan el poder. Esta profesora me instó a involucrarme en lo social, y que, con los años, fue mi tablero de operaciones.

Recordar es un ejercicio que se incrementa con los años, y a la fecha de escribir este texto, leo en mi cuaderno del pasado los nombre y origen de los siguientes compañeros:  el grupo de “llaneros” Con  Gutiérres, Felix Antonio Enciso,  Placido Montenegro. El dúo de  “costeños” del carmen de  Bolívar: Mario Pelufo y Pedro Guzmán Vuelvas. El grupo de “Faca” con Manuel Mahecha,  Jesús Alberto Correa, Raúl Sanchez, Hector González. Las opitas, hermanos Guarnizo. Los caqueteños, Oscar Lemus, Felix Antonio Ospina y Jorge Segura. Los santandereanos Norberto Cubides, Abel Robles, Oscar Allen, Carlos Silva,  y el suscrito, Nauro Torres. Los cundinamarqueses: Alvaro Tena, Guillermo Galeano, Hugo Fernandez. Los bogotanos, Rafael Alvarez, Alfonso Quesada, “el sapo”. El valluno, Carlos Amaya, bautizado “gonorrea”, y en el grupo, han citado los nombres de los siguientes compañeros: Luis Carlos Iglesias, nunca olvidado porque se casó el día del grado; Jairo Riaño; Pablo Lozano, Jorge Eliecer Pinto, Victor Sosa, Jaime Cárdenas, Luis Fernando Lopez, Miguel Ignacio Castro, Jeremías Durante. Y otros que seguramente recordare, una vez me llegue la lista que he solicitado al ITIZ. Y de grata recordación las niñas que llegaron a estudiar del Liceo femenino, y que todos “veíamos como las venus zipas”. Gladys Palacios, Miryam Chacón, Otilia Quiroga, Carmenza Poveda y Hortensia Diaz Salazar. Y bueno, en la medida que ustedes me ayuden, precisaré este relato, para la posteridad. O mejor, para tener una pieza para el encuentro. Y conste,  no escribí, un cuarto. Una pieza para reírnos en algún momento en la reunión en la capital folclórica de Colombia.

Si de diversidad se trata, nosotros fuimos una ensalada rusa: mezclamos el ñame con la papa. La mamona con las morcillas. Las almojábanas con las obleas. El ajiaco con el sancocho. La fritanga con la carne asada. La yuca y el plátano con los granos. El suero costeño con la cuajada; las obleas con las cocadas, el pan de arroz con el pan de maíz, el canelo con el limón, el café con la agua de panela, la leche con la cerveza. Y todos, por primera vez, aprendimos a comer vegetales cereales y granos. ¿Cómo no recordar la bandeja de pedernal, larga, blanca, inundada de arroz nadando en aceite y lentejas acompañada de una papa salada? En ese entonces era para nosotros un manjar de los dioses que colmaba el hambre que fue nuestra compañera inseparable en nuestra vida de estudiantes en la ENSIN.

Aprendimos, o al menos los diferenciamos, el porro con la cumbia. El vallenato con el vals. El bambuco con la guabina. El requinto con el tiple. La carraca con el cuatro. La música campesina con la ranchera, el twist con el joropo. El rock kan rol con el vals, el tango con el bolero, la balada con rumba criolla.  Recuerdo que “tirábamos paso” con los grupos musicales de esa época: Los graduados, Los Hispanos y Los Beatles. Tarareamos la canción, “por ese palpitar” (https://www.youtube.com/watch?v=gACJrEHfNuo) de Sandro de América; “Fuiste mía un verano” (https://www.youtube.com/watch?v=RrwjYOs7q0M) de Leonardo Fabio; “una flor para mascar” de Pablus Gallinazo; Igual nos fascinaban alguna que otra  canción de Harold como “Camino a la ciudad”; las de Oscar Golden, “la boca de chicle” (https://www.youtube.com/watch?v=I02Hso_HdC4) y “El cacique y la cautiva”;  y de  Vicki de Colombia, “El pobre gorrión”(https://www.youtube.com/watch?v=MBJmFFlohyg),  y “llorando estoy”.- Mientras escribo estos recuerdos, ganas sobran de escuchar las canciones citadas, y esta vez, no tomar coca cola, sino un buen vino con alguno de mis compañeros de promoción .

Logramos, en la diversidad, ser la suma de saberes. Unos, estudiosos matemáticos, como Mario Pelufo y Pedro Guzmán. pulcros dibujantes, como Manuel Mahecha, Jesús Alberto Correa, Vera y Raúl Sánchez. La prudencia y don de gentes con Norberto Cubides. La feminidad con Quiroga y Hortensia Diaz Salazar. La timidez con Gladys Palacios. Los caminos de la coquetería con Rafael Álvarez Y Oscar Lemus. La tranquilidad con Héctor González. La experimentación con Jorge segura y Guillermo Galeano.  Las ganas por trabajar con los Guarnizo. El paso para bailar con Robles, y Segura. El disfrute de la amistad con Placido Montenegro y Felix  Enciso. El arrebato por echarse obligaciones con Luis Carlos Iglesias. Y como los colibríes, el deleite del néctar de las flores, con Pedro Guzmán, Rafael Álvarez y yo, recogía los pétalos, Mientras que los caqueteños siempre estaban punteando. Y varios aportamos  monedas´para  iniciar incipientes emprendimientos para sufragar las obleas y el cine. Unos cobraban por las planchas de dibujo; otros por las clases de cálculo; otros en sociedad con maestros, usábamos los talleres para hacer uno que otro trabajo; varios trabajamos los fines de semana, en lo que fuera, con el fin de obtener “billete” para ir a la matiné o a las empanadas bailables. Y varios nos desempeñamos como maestros.

Por los apellidos y nombres; por la contextura y piel; por la forma de vérnosla con la vida, fuimos un ejemplo de esa mezcla genética que dejaron los españoles con los indígenas que, casi extinguen a los machos para  apropiarse de un nutrido grupo de féminas para reproducirse como ratas.

Unos contagiaron a otros, en los gustos y pasiones. Los costeños eran felices comiendo arroz con lentejas. Otros comprábamos, leche “Algarra” en botella como onces y desayuno. Otros eran buenos boxeadores. Recuerdo una vez que terminé noqueado en un “santiamén” en el césped que rodeaba un monumento existente en el barrio Julio Caro. Y,  la mayoría, como nos tocó leer “Juan Tenorio” de José Zorrilla,  se  creían el personaje malvado y mujeriego  teniendo una chica que admirar en cada barrio y colegio. Según el bogotano Rafael Álvarez y el carmeno, Pedro Guzmán. Yo, ya no lo recuerdo, pero Norberto Cubides  refrescó mi memoria,  Había una competencia entre costeños, santandereanos, llaneros, caqueteños y bogotanos. Competencia por gozar de mas admiradoras, ya en el Liceo femenino, o en la normal.

Y en sana competencia “tenoria”, y sin escenas de machismo, para uno los labios de una chica eran de almíbar, y para la mancorna, agridulces; y en los comentarios de corrillos, sin que se enterasen los tenorios, se comentaba, el olor de una dulcinea y aroma de la de conquistada; el aliento de menta, para otro, y de cañería para el despectivo.

Rafaél Alvarez botaba la baba por una compañera; ella tenia piernas torneadas, y él, las calibraba; para otro pretendiente, la joven tenia cara de niña con ojos verdiclaros perdidos entre las cejas. Para el primero los besos se ofertaban en el parque, y al otro, en la sala de la casa. Al final, recuerdan a la dama como “reverbero”.

Y en el grupo no faltó “el atrapacunas”, que simulaban ser preparadores para menesteres posteriores. Las pescaban en los grados sexto a octavo en el Liceo Femenino.

Han transcurrido 47 años sin vernos, muchos; y cada uno tiene un “diario” que, a diferencia del de “Ana Frank” no narraran las penurias de una familia judía escondida por tres años en una casa taller, hasta que son descubiertos por los nazis y los separan llevándolos a campos de concentración dispersos en Europa.

 Nuestros diarios, en sus primeras hojas narraran aventuras como estudiante. Otras páginas narraran nuestras decisiones en conformar una familia y en encontrar la profesión. Habrá un capítulo sobre nuestros logros personales. Los logros como maestro, Los logros como padre, los logros como ciudadano. Y, muy seguramente, como es mi caso, el diario tendrá la ruta del dolor y el sufrimiento como un proceso de aprendizaje para ser, con los años, más sabios, más justos, más placenteros, y más humanos, y más espirituales.

ALIVIANDO EL EQUIPAJE

Nuestras vidas semejan un tren en el que aún viajamos. En cada estación conocemos personas, hacemos amigos, tenemos amistades, pero en algunas estaciones, unos se bajan, otros suben. Y, algunos continúan con nosotros, y anhelamos que iguales  nos acompañen hasta la estación final.


Y como ocurre, con los años vamos aumentando el peso de nuestras maletas, pero ya al alcanzar el sexto piso, comprendemos que debemos ir aligerando nuestras alforjas, pues al mundo llegamos, y de él partimos como llegamos.

Los carmelanos se movilizaban en tren, como los santandereanos. Los llaneros lo hacían en su flota insigne “La Macarena”. Las opitas, caquetenses y facas, usaban flotas intermunicipales con marcas reconocidas en cada región. Y a Zipaquirá, unos lo hacían en Expreso Zipa, Rápido el Carmen, o Transpacho.

Mi maleta fue objeto de burla entre algunos allegados. Hoy se le reconoce como bullying. Llegué a Zipa proveniente de una escuela industrial salesiana con sede en Mosquera, Cundinamarca. Allí  iba todas las tardes al taller de Artes gráficas dotado con maquinaria alemana e italiana a prepararme en ésta especialidad. Gracias a mi cara de santo- léase, bobo-, creo yo, hoy- y gracias a mi profesor de 5º. Primaria, fui seleccionado para entrar a iniciar el bachillerato con los padres salesianos con la intensión intrínseca de convertirme en “hermano laico” y en el mejor del caso, en cura, si hubiese nacido ungido con esa corona.

Como no fui dócil ni generoso con el padre rector en una de sus asesorías espirituales en su aposento, y por haber mal escrito una carta de amor a una niña que miraba pasar todos los domingos a dos cuadras de la cancha de fútbol, no me volvieron a recibir en el San José de Mosquera. Pero mi ángel protector, un sacerdote misionero salesiano santandereano de apellido Cortés, me llevo y consiguió el cupo en la INSEIN, en donde ingrese a principios de 1.970 a cursar el 4o. de bachillerato.

Como campesino, a la primera institución llegué con baúl con mis escasos haberes, luego me doté de una caja de cartón en una mochila de fique. Posteriormente tuve una maleta de cuero con fuelle. Y en ella, empacaba lo poco que tenía. Con los años aprendí que debemos alivianar la maleta. Nacimos sin nada. Y nos morimos llevando lo que trajimos: Nada.

De nuestros compañeros, varios partieron más temprano; en el grupo han informada Carlos Silva, natural de Bucaramanga,  Jaime Vera quien murió a los 48 años en Popayan:  Y, ya subiendo las escaleras para séptimo piso, deseo restablecer las amistades que alguna vez, afloraron en el seno de la ENSIN. Las amistades de la niñez y la juventud prevalecen en nuestros recuerdos, y saber de cada uno de ustedes, me ha fortalecido las defensa, afilado la pluma y distensionando los dedos, dando mayor sentido al ocaso existencial.

Cada uno tenemos un baúl rebosado de  recuerdos. Algunos de ellos, picantes; otros agridulces, y muchos dulces; varios aparecerán en estas crónicas, si los entrevistados deciden contar sin tapujos y condiciones. Los primeros escritos tienen un tinte amplio para contextualizar y ambientar las razones del encuentro. Las segundas, intentaré desnudar el alma a cada entrevistado para mostrarlo, tal como los recuerdo, contando anécdotas, historias, logros y sinsabores para reescribir el cuaderno de la vida y ordenar el baúl, cuyas paginas primeras fueron escritas con la participación de los integrantes de los grupos de amistades en que nos movimos mientras nos graduamos y luego, nos perdimos mientras cada quien, se enfrentó a las oportunidades y circunstancias para seguir nadando en el mar de la existencia en el que aún no encontramos rumbo al puerto del ocaso existencias.

MIRÁNDONOS EN EL ESPEJO.


Muchos ya estamos en el sexto piso, y otros ya treparon al séptimo. Y, como yo, pocos volvemos la vista al pasado. Pero las oportunidades, si las identificamos y aprovechamos, sacamos provecho o sabiduría de ellas.

Gracias al médico Guzmán Vuelvas, estoy en el grupo de whatsapp. Y la ocasión me ha permitido mirar por el espejo retrovisor  para  intentar hacer una breve evolución narrativa desde 1.969.

Bajo el puente de estos 47 años que han transcurrido desde el 22 de diciembre de 1.972, día del grado, y que fue la última vez que les vi, han pasado aguas cristalinas, oscuras, unas; turbias, otras; y algunas veces, el puente no ha tenido bajo su estructura, agua.

Con quienes he tenido la fortuna de hablar por teléfono, hemos platicado, y sin darnos cuenta, cada uno ha narrado lo vivido en cortos y sustanciosos párrafos. Y yo, he logrado grabar para escribir una breve biografía de algunos de  mis amigos juveniles. Pero una biografía para que sea creíble, necesita evidencias gráficas, y pocos  tenemos la habilidad para subir fotos usando en teléfono o el pc. Eso lo he comprobado al no encontrar  a varios en Facebook. En conferencias de mercadeo digital, afirman “que, si no se está en internet, no se existe “. Inviertan el  tiempo libre, desempolven los álbumes, escojan, seleccionen, scaneen y tengan listas en el Pc esas fotografías que solicitaré, respetuosa y oportunamente.

Es con los años transcurridos que podemos verificar si fuimos buenos padres, mejores esposos, recordados profesores. Nuestros alumnos y los recuerdos que ellos tengan de nosotros revelan si realmente fuimos “parteros” de ideas, habilidades y despertamos amor por el conocimiento como lo hizo  el filósofo griego,  Sócrates. El amor, el respeto y la recordación que tengan nuestros hijos, revelan si fuimos buenos padres. Son los ex-alumnos y los hijos, los espejos de nuestra labor. Y entonces, cosecharemos en abundancia lo sembrado.

Es en estos años que nos deleitamos de nuestras siembras. Es el tiempo de las evaluaciones, y en el que los meses y los años pasan como las aguas mansas en el manantial de la vida. Lentos. Ahora somos más reflexivos. Mas tranquilos, y si se quiere, más sabios.

ANSIOSOS POR ENCONTRARNOS EN 2.019

Yo, fui una isla en el grupo por las circunstancias que cada uno enfrentamos. Me presenté a los INEM, y no pasé para trabajar como docente. En las escuelas industriales no me tuvieron en cuenta por la especialidad que tenía, Artes Gráficas. Y que en la ENSIN era el taller más anquilosado que existía en la industria gráfica nacional. Sin embargo, por la especialidad, me vinculé en Bogotá con una empresa gráfica de talla nacional como corrector de estilo. Recuerdo que se llamaba ANDIGRAF, de propiedad de la familia Gómez Hurtado; Enrique, el gerente, murió hace unos días. Lo que ganaba no alcanzaba para sostenerme. Recibía más dinero como estudiante, ya haciendo tarjetas, talonarios y dando clases de educación física. Renuncié y regresé a mi vereda en Puente Nacional, y estando allí., por influencias políticas fui nombrado por la Gobernación de Santander en primaria en un corregimiento con el nombre de la Belleza en el municipio de Jesús María, región en el que nació el bandolero Efraín González, en agosto 10 de 1973.

Y una vez cumplida la edad para sacar la cédula, un día después de posesionado como maestro de escuela, a escondidas de los progenitores, nos comprometimos ante un cura alcahueta con el amor de mi niñez en agosto 11 del mismo año con quien compartí 28 hermosos años en los que florecieron 4 hijos, y en ese lapso, por nueve, vivimos y sufrimos el principio, desarrollo y fin de un cáncer de mama que, afortunadamente detecte, acariciándola una noche húmeda y caliente del verano que precedió la promulgación de la Constitución Colombiana vigente desde el gobierno de Gaviria.

Cuatro lustros y siete años es la suma de la experiencia que hemos vivido, ya como padres, maestros, o empresarios. Y en este tiempo, cada cual ha tejido su propia historia. Pero ha llegado el momento de reunirnos para entregarnos a las reminiscencias de los mozos años que convivimos en la capital salinera de Colombia como estudiantes de la recordada y desaparecida ENSIN.

El encuentro convocado por Ospina será el preámbulo de nuestro ocaso existencial sin perder al esperanza de celebrar las bodas de oro de nuestra promoción. Y posiblemente sea Ibagué, la ciudad que nos permitirá regenerarnos evocando y compartiendo recuerdos juveniles, compartiendo experiencias laborales, sabores y sinsabores de nuestras vidas afectivas. Será la ocasión también para mostrarnos en el espejo de las realizaciones de nuestros hijos, y de compartir las cuitas y los sueños frustrados, los sinsabores y los logros sumados.

Hay que tener en cuenta factores convenientes para repensar el lugar del encuentro, ya sea para el primero o como para el segundo. Zipaquirá es la ciudad que nos permitiría recoger nuestros pasos. Regresar al colegio, recorrer las calles coloniales, volver a las salinas, ir a la catedral, viajar en tren, contemplar la ciudad, identificar las calles, casas y barrios en los que nos movimos; sería una ocasión para renovarnos, restaurarnos y reencontrarnos.

NAURO TORRES
San Gil, julio 18 de 2019












































































































martes, 14 de mayo de 2019

Luis Roncancio Becerra, pintor primitivista


Fue un pintor santandereano nacido en Onzaga, quien, junto con sus padres debieron abandonar la parroquia por la violencia partidista de mediados del siglo XX en Colombia para radicarse en San Gil, cabecera de Provincia. Al terminar el bachillerato en el Colegio Nacional San José de Guanentá, sufrió una enfermedad que le afectó la columna vertebral, circunstancia que aprovechó para consultar sobre la teoría del color y leer sobre el origen y evolución de la pintura.

Para invertir el tiempo, sin orientación y guía, empezó a plasmar en bastidores los recuerdos de la niñez cuando era libre en el campo y paseaba con albedrío por las calles coloniales de pueblo natal. Con la ingenuidad de un empírico y el colorido de un primíparo pintor, Luis empezó a pintar; oficio que ejecutó hasta el ultimo día de su existencia con trazos cortos para disimular los leves manchados.

En su niñez plasmó en su retina los parajes y paisajes de la sencillez campesina que plasmó en sus obras con trazos cortos pero coloridos, oficio al que llegó, leyendo y practicando, pues, si bien, fue bachiller del Colegio San José de Guanenta, él contaba que nunca recibió clases de pintura y perspectiva. 

Los sucesos ocurridos en 1948 en el país, marcaron sus niñez que él consideraba que se caracterizó por el contraste entre la alegría y la tristeza, entre la angustia y las ganas de vivir; entre el dolor en carne propia y el dolor del prójimo; entre una calavera y una flor; entre el amanecer y el atardecer; entre el esconderse o escapar; entre el miedo y el terror; entre el amor y la desdicha; entre el llanto y la alegría.


Luis murió en un absurdo accidente fruto de la ingenuidad del chófer el 10 julio de 1987, día de sus cumpleaños. 

Su obra pictórica ejerció notoria influencia en el arte de los jóvenes que, por imitación, orientación y observación de sus trazos, viven desde entonces de la pintura, pues fueron alumnos en “El taller” que en los dos últimos años de su vida, funciono en la calle 14 No. 9-36 de San Gil.

En esta historia sin contar, el lector tiene la oportunidad de conocer los pormenores del accidente en el que murió el pintor primitivista. Se informará del sentimiento que generó su vida y su partida expresados por un periodista, un cineasta y productor de cine, un sociólogo y crítico de arte. Y a su vez, comprender la influencia del pintor en sus sobrinos y amigos en su corta vida, pues murió a los 41 años.
                           Colección de la familia Torres Gonzalez.
No vino a cenar…se fue

Fue su último cumpleaños. Nadie se acordó de él esa fecha. Me llamó por teléfono ese día para que le felicitara. Sentí vergüenza por olvidar su (https://www.facebook.com/SalonDeArteNaifLuisRoncancio/) cumpleaños. Era mi amigo de tertulia y poesía. Me percaté de la soledad que se reflejaba en su voz; sin embargo, intenté revelar con mis palabras la alegría de haber vivido un año más, y tener la esperanza de un nuevo año por llegar.

Esa mañana del viernes 10 de julio había terminado su última creación pictórica. Era un lienzo en honor al desfile de las flores de  Vélez, Santander. Lo tituló: “Vélez, una ventana  de flores”. reverberó gozo al culminarlo con la luminosidad de un desfile de flores en esa población. Y me adherí al gozo por tener alma veleña.

Ese viernes,  no pintó más después de almorzar. Tampoco lo había hecho en la tarde anterior. Pero si escribió, y escribió. Lo hizo, como en los últimos tres años, en la máquina de escribir Remington que compartíamos, en ese tiempo, rodándola de mi casa a su taller, tan distante, una pared de tapia de la casa que fue nuestra, en la calle 14 No. 9-34/36 de la perla del Fonce. Hizo remisiones de algunas de sus recientes obras a galerías, contestó misivas a algunos amigos, escribió cartas a otros, e hizo oficios solicitando exposiciones en galerías de Bogotá y Barranquilla.

Ese fatídico viernes, sobre las seis de la tarde, llamó por teléfono a Margarita González, mi esposa. Animado y placido le comentó que había logrado que el gerente de la Licorera de Santander adquiriera los derechos del cuadro “Vélez, una ventana de flores”, y con motivo del fesfile de las flores, la empresa regional haría una edición de 2.000 afiches con la obra de arte. Luis era muy efusivo y expresaba sin tapujos las alegría que sentía a cada instante. Le leyó el texto justificando el por qué pintó el cuadro en honor a Vélez. Este texto de su autoría, sería enviado a la periodista  de Vanguardia Liberal, Milagro Céspedes. Y con bromas y chistes, los dos: Margarita y Luis, acordaron el menú de la cena en honor a sus cumpleaños.

Luego, al instante me llamó por teléfono a la oficina.- En ese entonces me desempeñaba como subdirector del periódico JOSE ANTONIO.  Compartió el gusto por haber terminado el cuadro en la mañana, haber conseguido quien lo comprara y promocionara con un afiche que llegaría a manos de veleños ilustres amantes del arte y la cultura. Le prometí que iría enseguida, y de paso, lo llevaría en el carro a su finca en Curití, antes de cenar. 
 
Colección familia Torres Gonzalez 

Falté a la palabra, no pude escabullirme del trabajo en las dos horas siguientes a su llamada telefónica. Estaba escribiendo para la edición del periódico JOSE ANTONIO.

Sobre la seis y media de esa tarde, llegué a su lugar de creación pictórica en los últimos tres años a cumplir con el compromiso. “El taller” estaba cerrado. El maestro, sin avisarme, había partido en su Nissan en compañía de varios jóvenes. Uno de ellos estaba aprendiendo a manejar y aprovechó la oportunidad para practicar.

Con esmero y atención me puse a la orden de Margarita de Torres, mi esposa, para ayudar en la preparación de la cena de cumpleaños para el pintor amigo. Sobre las ocho y treinta de la noche ya la teníamos lista y apetitosa para servir  a la mesa.

Supe que estuvo en Sankara departiendo con los mismos jóvenes. Inferí que estando a una cuadra de la casa, llegaría a cualquier momento. Lo esperamos hasta pasadas las nueve de la noche, y sin su presencia y con hambre, cenamos en casa guardando varias porciones para el maestro y sus amigos, y decidimos esperarlo unas horas mas mientras veíamos televisión.

Eran pasadas las once de la noche. El timbre de la puerta sonó ininterrumpidamente. Pensamos que era alguno que nos estaba haciendo una pega, pues los timbres no eran usuales en esa calle. Margarita, molesta, salió a abrir. Era su hermano Henry González Gámba, quien junto con otros chicos aprendices en el taller “Luis Roncancio”, estaban departiendo con el maestro, ese noche.

El aprendiz González, como si hubiese perdido a su progenitor,  entre susto, llanto y gritos, y avanzando con dificultad por las escaleras con el pantalón roto y con sangre en varias partes, informó a la hermana que el maestro estaba en el hospital, muy grave víctima de una accidente de  transito.

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El campero del maestro, manejado por  un Tangua, en la curva de “mata de plátano”, vía a Bucaramanga, se había salido del curso terminando en una cuneta al margen derecho  de la quebrada Curití. Iban para la finca del maestro en esa municipalidad. Lo acompañaban  cuatro personas más; una de ellas, damas.
 personajes
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Con la serenidad que me ha caracterizado, pedí un taxi al hospital regional de San Gil. Ya allí,  en el salón de cirugía, el médico de turno y un par de enfermeras prestaban primeros auxilios al maestro Roncancio, intentando restablecer la respiración. Minutos después llegó al lugar el galeno Enrique Mateus Goyeneche, esposo de la sobrina del pintor, la odontóloga Olga Astrid Barragan y amigo personal del artista de Onzaga. Fue él, quien  confirmó la muerte de Luis que fue reportada después de las 12 de la noche.

El maestro colombiano del arte Naif había muerto siendo única víctima de un accidente de transito por carencia de pericia del chofer cuando  viajaba  a continuar celebrando los cumpleaños numero 41 en su finca cerca a Curití.

                    MURIÓ FELIZ

Desde que le conocí en 1983, y desde su juventud, el pintor primitivista más reconocido en Santander, había contraído una limitación física en la columna que le impedía mover el cuello y el tronco e iba perdiendo reflejos para asirse y caminar sin bastón; limitaciones  que se convirtieron en la víctima del accidente al chocar el campero con una de las paredes de la zanja que recogía las aguas de la alcantarilla, y al estar en el puesto de adelante, al lado del conductor, por el impacto, los pasajeros que iban  atrás, lo aprisionaron contra el vidrio y la consola del carro.

Murió como Él quería.  Sin darse cuenta y sin sufrir. Él tenía miedo de morir en un accidente  y vivir “quedando más rengo de lo que estaba”, solía decir.  Así como las tumbas del cementerio de Onzaga le impresionaban cuando cada lunes, siendo niño, junto a su madre, Herminia Becerra, visitaban el campo santo. La muerte fue su obsesión, su interpelación y su espera.

Confesaba entre café y café, después de los treinta años cumplidos, que ya “no valía la pena vivir”. Vivió 11 años extras, y en sus últimos tres, luego de independizarse de los cuidados y controles de la madre, vivió solo en su apartamento  “los balcones” de la carrera 8a. con calle 17 de San Gil y trabajó en “El Taller”,  espacio que usó para pintar y enseñar a pintar a un nutrido grupo de inquietos jóvenes guanentinos, y en el que plasmó sus mejores obras y reconocidos cuadros, realizando  su mayor sueño: El taller en el que recibió a jóvenes que orientaba en el oficio de pintar empíricamente, como él lo hizo, por el solo gusto de compartir el conocimiento.

Con su muerte, se quedaron en el horizonte sus sueños de pintar con su estilo y color un barrio de San Gil; un mural en el colegio donde cursó el bachillerato; constituir el primer museo de arte primitivista del mundo y convertir a la ciudad que lo acogió, en un foco de las lúdicas.

Fuimos amigos desde el momento que me mandó llamar   en el almacén de telas de su cuñado Héctor Díaz conocido en lugar como en la “esquina de Sevilla”. Nos conocimos por mi oficio de periodista. Y desde entonces, escribió una columna en el Periódico José Antonio, titulada “Mi personaje” en la que narraba con particularidad estilo, las entrevistas a personajes, en ese entonces, vetados en un periódico confesional.

En tres oportunidades  me contó que había soñado muriendo en un accidente de tránsito. Y en los tres sueños estuvo presente Roque Tangua, uno de sus alumnos predilectos. Los Tangua son tres, y todos aprendieron el arte de pintar bajo la protección del maestro Roncancio. El mayor de los Tangua es hoy un reconocido muralista; su nombre es Ángel Maria; quien, bajo la orientación del maestro, tejió un bellísimo tapete que adorna y es testigo del trabajo pictórico de Luis Roncancio en la casa de la cultura que lleva su nombre y en donde reposan las cenizas del pintor de Onzaga. Fue él quien iba manejando el campero del pintor primitivista.
 Que hacer en San Gil, lugares turísticos y actividades.
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Al pintor, el reconocido penalista y escritor, Raul Gómez Quintero, siendo concejal de San Gil, mediante proyecto, logró que se eternizara el nombre del pintor de Onzaga, bautizando la casa de la cultura con su nombre.

PANEGÍRICO EN HONOR AL PINTOR

En el funeral del pintor, el abogado, en nombre de los rotarios de la ciudad, y como amigo personal del fallecido, rindió homenaje póstumo con este panegírico: 

San Gil, Iglesia Catedral, Julio 12 de 1987.


Querido amigo LUIS:

¡Razón tenías cuando afirmabas que la vida era frágil! Ahora comprendemos tus amigos, cómo era tu forma de entender la vida. ¡Ahora caemos en cuenta del porqué de la reiterada complacencia de no desligarte de las mariposas, ni en la pintura ni en la vida diaria!

¡Recién creo entender, lo que en una de tus muchas clases de arte que diste a los amigos, planteabas como tema de vivencia que el hombre actual se encontraba lejos de sí mismo, porque pretendía ser más de lo que realmente era! Que el problema actual del hombre era la falta de autenticidad; que si los hombres viviésemos la naturalidad humana, similar a la naturalidad material, ¡el mundo podría ser más feliz!

¡El amor por las cosas sencillas y elementales, era en efecto, el trasluz de tu vida! Y quizá nosotros tus amigos te apreciamos, no tanto por la policromía de tus lienzos sino por la sencillez de tu vida.

Es posible que mientras viviste con nosotros, no alcanzamos a contar tus flores, ni las nubes azulosas, ni los árboles frondosos, ni los pajaritos que colgaban de las ramas, ni las palomas que colocabas encima de los tejados pueblerinos; pero esa reiterada insistencia en enseñarnos a amar las cosas simples, ¡de todas formas se nos metió en el alma!

Ahora que te fuiste a descansar temprano, puedes contar como uno de tus muchos logros en San Gil, habernos enseñado a apreciar el color, a querer más lo nuestro y a valorar nuestras creencias.

Cuando saliste de Onzaga, tu pueblo natal, nos decías que te habías traído en tu bolsa de viajero, más ilusiones que ropaje; de allá trajiste sin duda, el rumor de las cascadas y de los arroyos, también el dulce canto de los pájaros y siempre, las eternas mariposas. ¡Pero fue allá, en tu hogar, luego de haber sentido el cuidado santo de tu madre HERMINIA, en donde formaste ese haber de espíritu dadivoso, de alma sencilla y fresca, de naturalidad campestre y de cordialidad transparente! 

¡Por fortuna esas cualidades, crecidas en la campiña, te acompañaron siempre, y las compartiste con tus amigos, sin reserva, con altruismo y como quien entiende que deben ser repartidas para que vuelvan a recrearse!

Quizá no olvidaremos cómo te producía espanto la multitud y el atafago. Fueron muchas las oportunidades que despreciaste y en las que te reconocían los méritos artísticos. Recuerdo que cuando te mencionaron en la OEA en el año 1977 como a uno de los cuatro pintores primitivistas más importantes del mundo, ni siquiera lo contaste a tus amigos; ¡nos enteramos por la prensa y por la radio! Y cuando todo el país supo que en San Gil vivía el mejor y más depurado de los primitivistas y de los artistas de la ingenuidad, y empezaron a desfilar por tu Taller los amantes del arte y la cultura, preferiste buscar la paz y el refugio en tu casa de campo de una villa cercana.

¡Hoy te toca, por esas ironías del destino, recibir contra tu voluntad un homenaje a tu vida y a tu memoria! ¡Pero éste es callado y valioso! ¡Nadie dirá nada porque sabemos que no te gustan los elogios! Hoy pasaremos junto a ti, unos con una flor en la mano y otros con una mariposa; algunos te mostrarán pinceles y otros te enseñarán un cuadro; todos te mostraremos un corazón de amigo agradecido. ¡Algunos una sonrisa con muecas de dolor y de pesar o una lágrima que condensará lo que entendemos por soledad y por tristeza! 

¡La cultura de la región te debe mucho! Esa idea de aflorar los valores artísticos de nuestra provincia, esa maestría en la búsqueda de lo propio e individual en los demás, y esa colaboración abierta y franca, se han quedado finalmente.

¡El país cultural también se lamenta y se conduele por tu partida! Pero sabemos que seguirás colaborando con generosidad porque has dejado huellas de las que no se desvanecen prontamente. ¡Has marcado improntas, no solo en las personas sino en nuestra idiosincrasia y éstas nos acompañarán por muchos años!

La cultura regional se sentirá protegida con tu nombre; ¡por eso, aquella vieja casona en donde estuviste reposando hace un rato y como mirando por última vez, llevará tu nombre con orgullo! Fue allí donde enredaste tu amistad y tu vida espiritual de artista; es allí donde reposará in aeternum tu pincel y tu boceto; allí irán tus discípulos a buscar los tintes y a combinar los colores; ¡allí podrán preguntar por la vida y por el arte!

Amigo LUIS: ¡queremos decirte de corazón que nos duele tu partida! Bien sabemos todos que tenemos que morir y bien sabíamos que no esperabas vivir muchos años; ¡pero no nos acostumbramos a esta tu muerte prematura y a esta tu desaparición ingenua! ¡Es posible que en tu mente de artista hubieses previsto una muerte violenta, ya que nunca la sencillez y la ingenuidad perecen por inercia!

Queremos darte la razón, así sea tarde: ¡la vida del hombre es frágil y se parece a una mariposa! Necesita una doble metamorfosis que la convierta de oruga en crisálida y luego en el ser definitivo. Los colores son fatuos, aunque bellos y asombrosos; las alas, elementales y débiles transportan con agilidad la pesantez del cuerpo; ¡hoy son y mañana no parecen!

Lo que al hombre mantiene en vida y en la posteridad, no es su cuerpo frágil o su ostentación material: son sus obras y sus actos, es su alma cuando se reparte en pedazos para remendar el mundo; es su bondad cuando se entrega a los demás; ¡y es su generosidad cuando se comparte sin reservas!

Por esto permanecerás entre los vivos; por ello tu nombre y tu memoria quedarán enredados en los musgos y líquenes de nuestros gallineros; ¡por lo mismo quedarán gravados en los espíritus de los que te conocimos y apreciamos, y en los muchos que sin haberte visto te admiraron!

Descansa en paz, amigo LUIS; los verdes de tus árboles no perderán su brillo; los cielos tornasolados seguirán abiertos y espaciosos; las casitas humildes se mantendrán en pie; los labriegos y campesinas no se cambiarán de vestimenta; los pajarillos seguirán alegrando la naturaleza; los arroyuelos seguirán su curso cantarino y las mariposas, juguetonas, sencillas y multicoloras, servirán de centinelas perennes en tu tumba. Con ellas estarán también nuestro aprecio y gran estima.

¡De todas formas, con tu partida te llevaste jirones de nuestras almas y un poco de nuestro calor, para que te abrigues, porque ya tienes frío!

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Luis Roncancio Becerra, el pintor de San Gil, le tenía miedo a los sueños. Lo que soñaba, ocurría. Creía.

Unos quince días antes de su muerte, en las horas de la mañana, llamó por teléfono a Margarita González, y le preguntó que si ella, creía en los sueños. Ella, mofando dijo, que la “Vida es sueño” parodiando a Calderón de la Barca. Pero la curiosidad mata al gato, dice el refrán. Ella le dijo que no, pero en el fondo creía en los sueños por la influencia de una compañera maestra experta en interpretar los sueños y leer la mano.

Sin embargo, Luis era una persona respetuosa, y entre sonrisas y curiosidad, le preguntó a su vecina que “si no le molestaba contarle el sueño que había tenido esa madrugada”. Ella, una veleña que le salía al torbellino y a la guabina en cualquier escenario, afirmó que no le molestaba que le contase el sueño. Pero él, puso una condición para contar el sueño mañanero de ese día. La condición fue “que no me contara el sueño”.

Luis Roncancio narró el sueño relatando que yo me había accidentado yendo en mi camioneta Mazda negra  hacia Bucaramanga, a unos seis kilómetros de San Gil, en el sitio cercano al restaurante “mata de plátano”. Y él, Luis, en el sueño venía de su finca  en compañía del alumno, Henry González. Y los dos me habían encontrado partido en dos, igual que la camioneta.

En ese sitio donde Luis Roncancio soñó verme muerto,  su vida se cegó al recibir en su cabeza todo el impacto de la fuerza cinética de quienes venían sentados tras él. Una vecina del “El taller”, quien atiende en un puesto revistas leyendo el iris le había vaticinado a “Luis que tendría una muerte muy bonita en un accidente”.

Luis Roncancio no fue un común mortal. Fueron pocas personas que lo rechazaron por su sexualidad, su limitación motriz, por su forma de pensar y de vérsela con la vida. Pero la diferencia con los demás le permitió ganar la admiración y el respeto de cientos de cultores, pintores y artistas, que lo recuerdan con afecto y admiración.

A los escasos 18 años  sufrió de ositis, enfermedad que le disminuyó la estatura, le obstruyó los huesos de la pierna derecha y le fue levemente quitando movilidad a la columna vertebral. Fue la ositis, la causa por la cual no fue a la universidad, pero esa limitación lo empujó a desarrollar la sensibilidad por la belleza que encontraba en el paisaje y en los lugares que visitaba, escondiéndose en la pintura con la cual nos mostró la belleza que hay en la sencillez y en las parajes campesinos y en los pueblos que juegan con el tiempo.

Roncancio hizo su primera exposición en 1974 en la Galería de Marlene Hoffman, promotora de arte, a  quien entrevistó en 1984 para el periódico JOSÉ ANTONIO en su columna “ Mi personaje”. Participó en 19 exposiciones individuales y otras tantas, colectivamente, y en ellas, 9 con artistas reconocidos. Fue considerado uno de los 4 mejores primitivistas del mundo por la OEA. Sus obras pasaron de las mil,  dispersas en el mundo. En sus pinturas plasmó a su manera, las casas y calles de los pueblos santandereanos, los campesinos tristes, las flores del campo, los pájaros, mariposas, piedras y árboles. Igual plasmó la sordidez y la soledad que abunda en los  bares,  y en la vida de  las prostitutas. Pero como todo artista las obras más coloridas y finas en el trazado fueron plasmadas en los días lúgubres impregnados de crisis emocionales y quebrantos de salud. Se consideró un mal dibujante, pero con sus trazos cortos  y su sensibilidad por el preciosismo le permitió disimular los defectos del manchado al pintar.
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Fue un pintor disciplinado. Pintaba diez horas diarias. Le jartaban los días festivos y de fiesta. Fue una persona con metas, y las logró sin descansar. Decía: “La fama y el éxito se construyen trabajando con honestidad”.

Ayudó a quien le solicitó. Creía en las personas. Fue amado por quienes le conocimos y apreciado por amigos del alma. Amó, pintó y difundió lo nuestro, lo santandereano.  Enseñó a apreciar el arte y demás expresiones culturales. Fue apreciado por pudientes y pobres de la Perla del Fonce. A su funeral acudieron los coteros, campesinos, emboladores, comerciantes y cultores y la catedral estuvo poblada de personas que le apreciaban.

La alcaldía de San Gil rindió homenaje al pintor bautizando la Casa de la Cultura con su nombre. Y en el patio principal reposan sus restos.

25 años después, la familia hizo un acto social, en el que habló el médico Enrique Matéus, quien hizo remembranza a la obra y al pintor. Entre los pocos asistentes al acto, acudimos tres personas que fuimos de su circulo cercano y celestinos. Y entre vinos, pusimos en común el secreto que por años se había guardado. Luis murió sabiendo que había dejado un hijo con Maria Ligia Ardila García. empleada en el almacén de telas de Hector Díaz. Y los tres, decidimos buscar al hijo no reconocido del pintor. Goza de la estatura del padre. Tiene el apellido de la madre, dejó la universidad y vive del diseño gráfico trabajando en una litografía en San Gil mientras Ligia, la madre continua trabajando como tramitadora en Transito. El patrimonio del artista le correspondió a la madre, y sus obras de arte existentes en el apartamento y “El taller” pasaron a manos de familiares. Luis Alfonso, el hijo de Ligia, vive con el afán de cada día trabajando y paseándose por las calles de la villa de San Gil, acción que su padre, no pudo realizar al terminar la pubertad.

Este reportaje fue escrito en 1987. Fue publicado en la página 8 del periódico JOSE ANTONIO en su edición 85 del mismo año, bajo mi firma. Y lo actualicé en homenaje al pintor primitivista al cumplirse 32 años de su muerte.
 
La obra de arte de Roncancio Becerra
vista por un crítico colombiano.


El arte primitivo o ingenuo tiene raíz y sustentación geográfica. Viene a recalar en la tradición plástica de cada país de un modo imprescindible, como reflejo que es de la aptitud natural de los pueblos para expresarse pictóricamente, ya que como es bien sabido, el hombre primero se expresó con imágenes, y con figuras, mucho antes de aprender a expresarse con letras.

Germina espontáneamente, maravillosamente puro y auténtico en los paisajes de las fondas camineras, en los ventorrillos y tiendas de mala muerte. En un desarrollo que avanza de manera natural, atreviéndose ya con todo tema y con todo desenfado, desemboca, en las imágenes ya más populares y degradadas que aparecen en los llamados "buses de escalera", y por último, subsumido en el concepto de arte primitivista, llega al sofisticado mundo de las galerías y las exposiciones de pintura.

Para aclarar la diferencia que existe entre el arte ingenuo a primitivo y el arte falsamente primitivista, la primera exigencia es cabalmente la de buscar la tierna afección conque el genuino artista "naive" pinta el entorno lugareño. El verdadero impulso del corazón que lo lleva a un apasionado, entusiasmado localismo o costumbrismo. Ya que lejos de buscar regiones supuestamente exóticas, hay en él un reconocimiento obsesivo de su espacio circundante. Recuenta flora y fauna del lugar, hace inventario o inspección de propietario, sin agrandar su caudal ni tratar de renovar su repertorio. En el solo acto de dar fe y llamar la atención del espectador sobre la "novedad", aunque esta novedad ya haya sido vista, descrita y pintada por otros.

En lo que respecta específicamente a Luis Roncancio luce en su obra las mejores condiciones de un primitivo. Estos méritos se refieren precisamente a una visión pintoresca y a una mentalidad y una experiencia peculiar de la vida, cuya manera de percibir, abarca una gradación que empieza como ensueño o fantasía tal vez, , en un cuadro como “BOSQUE” y termina en “CUEVA CHULO”,”LA CALLE DEL AMOR BARATO”, ya como una demanda de la realidad inmediata.

De un modo discreto, sin ruido, Luis Roncancio ha ido ganando fama y mereciendo prestigio, ocupando un sitio estéticamente discernible en el panorama artístico. Sus paisajes parecen sucederse y ordenarse para dejar en el contemplador la impresión balsámica con que alientan los bosques y los árboles, la visión de un cielo azul o rojo, agreste, y los hermosos colores del sueño y de la alegría.

Luis Roncancio no se sitúa del todo frente al paisaje. Se funde y se compenetra con el. Se apropia de este paisaje viviéndolo a través de su sensibilidad y lo enriquece con la ingenuidad y el misterioso encanto del hombre ligado de modo profundo y esencial a un lugar, inscrito en él, como el justo evocador de una provincialidad grata y apaciblemente vegetativa. El intérprete de esa región intemporal encantada, en donde parece que florecieran silvestres la belleza y la poesía. La relación entre paisaje y poesía se establece aquí naturalmente. Como primitivo es el que más límpidamente refleja la esencia de un mundo en eterna primavera, reverberante de luz o donde arden los arreboles bajo el fuego crepuscular del sol que se hunde en la lejanía.

El arte primitivo se aprecia siempre por parte del ojo "civilizado" como una especie de pop, como categoría de lo cursi. Tampoco es susceptible de explicación o análisis crítico. La subjetividad del primitivo se ha elevado a un universal en el instrumento. A un código de expresión que ostenta rasgos comunes en la inhabilidad de la técnica y puerilidad de la concepción, hasta tal punto próximo a lo infantil que cada uno de estos artistas espontáneos, sencillos, puede copiar las mismas cosas; elementos o motivos que otro, y trabajar de igual forma. Con todo, las imágenes de Luis Roncancio presentan evolución y características propias. Diríamos que es un primitivo consciente de su modo ''naive" y perfectamente dueño de su técnica. Un observador preciso, paciente, delicado, que con cuidadosa individualización, enriquece sus paisajes a través de un temperamento creador que penetra la realidad de modo más sugestivo y poético.

Con una urdimbre prolija, paciente, Luis Roncancio empieza por reconstruir los árboles, por ejemplo, hoja a hoja, pequeños óvalos o celdas trabajadas por el pincel, para ser apreciados separadamente, con las que va armando una trama unitaria de follaje, de ramas, una pincelada descriptiva, que se solaza en sí misma y une las formas por medio de relaciones íntimas, que dan el movimiento y la percepción de la vida sensible.

Cada uno de los cuadros de Luis Roncancio es pues un acto de devoción perfeccionista y de amor. Si tuviera que elegir, sintetizar en una palabra, el tono de la obra de Luis Roncancio yo elegiría magia, pero también orden, simetría, un orden que "compone" en el sentido tradicional del término y una posesión sembrada de inocentes misterios, totalmente convincente, siempre mágica y bella y jamás comercializada y mecánica.

Mario Rivero
Tomado de la Revista Diners No.118, enero de 1980
 

CARTA  AL ARTISTA DEL CINEASTA Y GUIONISTA, HERMINIO BARRERA 
DE ORIGEN SOCORRANO

“Dígame Lunchino: Los dos nos hemos soportado muchas cosas, pero esta chanza de hoy, no te la voy a perdonar nunca¡

Viajas sin pedir permiso. dejas tus cuadros cuidando el taller, apartamento y campo. Sobradas razones habrás tenido. Estoy seguro. En sus diálogos secretos con tus campesinos anónimos , tus mariposas azules, los búhos color noche, tus lagartijas amarillas, tus gladiolos rojos, tus amaneceres verdes, para no tenerme en cuenta en el bosquejo eterno de tu nueva obra.

Pero no importa mi inmortal luchino. Yo seguiré dialogando con tus personajes, y hablaremos, te lo aseguro, de las navidades en Onzaga, de la abuelita tierna, de los canastos y materos de esparto, de las cobijas de lana y de colores, de las noches con caballos desnudos, del parque El gallineral, de los matachitos de barro y hasta de la carne oreada y la chicha de Berlín.

Y entonces…con Kike y Héctor, Bertha y tus sobrinos color miel, Nauro, Isaías y Lucía, los amigos y mi cámara, haremos otro guión.

Mientras tanto, mi luchino del alma, sigue soñando, sigue riendo, sigue tranquilo como fuiste siempre, como el que nunca ha debido nada, que yo, cogido de la mano de mi madre Herminia, procuraré alcanzarte pronto¡

Tu hermano en la vida y en la muerte¡”

Herminio.

José Herminio Barrera Cabrera fue cineasta, productor de cine y de series colombianas. Nació el 1o de abril de 1948 y murió a los 56 años el 29 d noviembre de 2004 victima de un cáncer linfático. Su ultimo deseo fue. “ Si la paz llega a Colombia, solo cuando llegue, lancen mis cenizas al viento en el nevado del Cocuy en Boyacá”.

Fue director de la Galería Nacional de arte. Como director realizó numerosas películas. Como fotógrafo hizo cuatro libros. Dirigió mas de 30 películas, entre los que se encuentran 20 cortometrajes, 17 medio metrajes, y 12 largometrajes. Fue amigo personal del pintor con quien hizo un corto metraje que se puede ver en (https://www.facebook.com/nauro.waldo)


                  AL FINAL DEL ARCO IRIS.
 
“Dejando una  profunda huella en amigos y familiares, ha desaparecido físicamente el maestro Luis Roncancio. Gran sorpresa es su muerte repentina y absurda. hay orfandad en el arte de su tierra, San Gil. Hay vacío en el arte nacional.

Hombre de magnificas cualidades, generosidad sin limites. Manos y mente sensibles que traslucieron el color y pusieron  a volar a las mariposas en espacios infinitos. En sus obras , la naturaleza es un fantasma que renace en el amanecer.

Su pintura primitivista aguda-expresión mágica, líneas y colores fascinantes; la estética del movimiento, el ritmo de las palabras con el lenguaje profundo de la tierra, su tierra- logró transcribir lo mejor de su paisaje. Tomó de él todos los elementos : la ternura, la pureza del aire, el encanto.
Pleno de sensiblidad, sus manos plasmaron  lo mejor de su espíritu creando un mundo propio con su pintura.  Este le valió el privilegio de ocupar un lugar destacado en el arte. Su obra fue vista y reconocida aquí y en el exterior por su gran concepción creativa. Por el carácter de sus colores, la vitalidad y el estilo propio que logró imprimirle.

El maestro Roncancio recogió lo mejor de su tierra, amo a san Gil como pocos,  contribuyó efectivamente a su desarrollo con el mayor desinterés del mundo. Sólo buscando hacer que  las cosas marcharan bien. Creó “El taller” para brindarle a la juventud guanentina la posibilidad de manifestarse artisticamente. por allí pasaron toda clase de inquietudes estéticas; se esbozaron perfiles artisticos.
Y ahora lo podemos ver ¡su escuela marchó¡ Sus jóvenes alumnos ahí están haciendo sus armas en el arte  de la pintura. Algunos ya con estilo definido; otros aún definiendo, contextualizando en busca de un estilo creativo; pero todos con la conciencia clara sobre la importancia que tiene afirmar el pincel sobre el óleo y decir, Maestro: estamos aquí, tu espíritu no muere. Tus enseñanzas fecundan, amamos el arte gracias a tí, a tu gran vocación de maestro¡

El carácter bondadoso de su personalidad lo convirtió en apóstol y en diseñador de grandes proyectos, lisiados por la sociedad. En todo acto que  justificara el bienestar de la sociedad siempre dijo sí; siempre estuvo presente. Su muerte impidió cristalizar  toda una gesta de desarrollo para la región.

Pero la fama duele a quienes no la poseen. Y Luis Roncancio no se escapó al precio que deben escapar  quienes la alcanzan. Decía A. Lincoln: Todo se perdona en la vida, menos la ingratitud”…. y sus exequias tuvieron la simplicidad que la ingratitud otorga: no hubo un minuto de silencio para acompañar  el pincel que enmudecía. Ni se decretó día cívico para honrar al buen ciudadano que se perdía. Las bandas de los colegios no acompañaron a quien hizo de estudiantes, artistas. Solo la falta de solidaridad  se hizo presente con la indiferencia y la insensibilidad: ¡Sencillamente había muerto el artista¡.

La crítica  hará con el tiempo su reconocimiento al artista, y con ella, se cotizará mas su obra. Pero nosotros, quienes fuimos sus coterraneos, quienes vivimos juntos al hombre y al artista lo dejamos solo en su ultimo gran momento. Usufructuamos su fama cuando vivo y ayudamos a acrecentar su fama después de muerto, y nos recostaremos en el mito, después de haber despreciado al hombre”.

Este texto fue escrito por el sociólogo Alvaro Torres de San Gil. Fue publicado en la edición 85, página 9 del periódico JOSE ANTONIO en agosto de 1987.

Roncancio recordado 
por un miembro de la familia Mateus.

"Cada persona a través de la vida, tiene percepciones diferentes sobre las cosas que suceden y sobre cada uno de los seres que de una u otra forma interviene en su existencia. Algunas van diciendo, con toda la sinceridad del mundo, lo que sienten. Otras lo escriben; se dejan llevar por sus ideas y por sus sentimientos y representan por medio de las letras los sucesos de la manera más indicada posible. Además, existe gente que plasma sobre un lienzo.

El personaje de este retrato es una de estas personas; se dedicó a crear personajes, a recrear lugares y a ponerle a cada uno de ellos los colores indicados para expresar las sensaciones percibidas, cada una de las impresiones que le causó la vista de cosas tan simples y tan bellas, pero a veces tan subvaloradas, como lo son la naturaleza y los seres que más contacto tienen con ella: los campesinos.

Cada mañana se despertaba temprano y dejaba cinco minutos para matar la modorra. Su cama, como siempre un solo lado ocupado, pues fue un soltero empedernido que no quiso renunciar a la libertad de la que era dueño. Su enfermedad, que aunque no lo dejaba siquiera caminar rápido, no pudo quitarle los instrumentos para volar: sus manos y su imaginación.

Llegaba a su taller y empezaba la creación. Surgían mujeres y hombres que se situaban en el rincón específico que les daba, luego de haber negociado un buen tiempo posiblemente les cambiaba de lugar o a cambio de la incomodidad de estar toda la vida de pie en un rincón en el que su mejor angulo no encuadraba, les obsequiaba una camisa de su color preferido o ponía junto a ellos una canasta de flores y frutas para que a pesar del cansancio estuvieran siempre bien alimentados. También les regalaba la compañía de más seres como ellos, seres con caras de alegría bajo los bultos que traían del mercado. Personitas que se eran afortunadas al ver el derroche de vida que salía de huevos gigantes que se rompían y de los cuales brotaban flores de todos los colores imaginados y mariposas amarillas al mejor estilo de García Márquez y Mauricio Babilonia.

En los fines de semana, cuando por fin cerraba "El Taller", se dirigía a un lugar que podría haber sido sacado del mejor de sus cuadros; un lugar donde a falta de campesinos ataviados de colores se encontraban los niños de su familia, que hacían pilatunas todo el día, desde robar las flores de la linda abuelita hasta comerse todos los dulces reservados para las visitas, picardías que el siempre acolitaba y de las que luego se burlaba. Nos sentaba en sus piernas y nos llamaba a cada uno por el apodo de turno, todos llenos de cariño, pero que no tenían trascendencia pues al día siguiente inventaba uno nuevo para cada uno de nosotros.

En la tarde cuando la brisa refrescaba y la hojas de los árboles danzaban al compás de su melodía, el sacaba sus materiales y empezaba a dibujar sobre el lienzo, movía sus manos ágiles y delgadas, creaba formas, casas con balcones, calles empedradas que posiblemente le recordaban a su pueblo natal, Onzaga, en sus años de niñez. Esta era la única forma de tenernos quietos y atentos, siempre estábamos pendientes de cada trazo que daba, de cómo mezclaba cada color, de la cantidad que utilizaba. Aún recuerdo el olor del thiner, que actuaba como sedante, nos quitaba el movimiento y nos pegaba al butaco y a la mesa en la que el seguía dibujando y explicándonos como se hacía el verde de las hojas para que pareciera que el sol les caía de frente. Por fin cuando parecía que nada lo iba a salvar de esos pequeños que todo lo preguntaban, que deseaban saberlo todo para poder dibujar igual a como el lo hacia, llegaba el remedio que nunca fallaba: las deliciosas onces de la abuelita Herminia.

Un día que tenía que ser especial para todos pues nuestro tío "el pintor" cumplía años, se convirtió en un día triste. La noche anterior, había ido a celebrar con unos amigos, a su finca, aquel sitio en el que nos enseñaba tantas cosas y por esos designios de la vida el día de su nacimiento coincidió con el de su muerte. De eso hace 15 años ya y aunque no me acuerde de todas las cosas que quisiera, sé que dejó en nuestra familia y en la gente que lo conoció un gran vacío que nunca podrá llenarse pues a pesar de ser un mortal siempre dio lo mejor de él para ayudar a otros, propios o extraños, a ser felices y enseñó a muchos a luchar para lograr metas que parecían imposibles.

Nunca podremos entender porque mi tío se fue tan rápido de nuestro lado, en mi cabeza infantil de esa época solo pude creer una explicación que dio uno de los apesadumbrados amigos de mi tío: Dios quería que le decorara las entradas al cielo para poder recibir a las almas buenas, como la suya, por la puerta grande".

CAROLINA MATEUS - July 9, 2002-   Carta emitida desde el exterior.
          
        ECOPOSADA LA MARGARITA, PUENTE NACIONAL. 
        Mayo 23 de 2.018
       NAURO TORRES QUITNERO

El parasitismo del plagio intelectual

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