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miércoles, 19 de agosto de 2015

Pedro Antonio Matéus Marín, escritor y poeta.

Para la mayoría de los humanos la muerte es un descanso eterno y un olvido inmediato para sus deudos; para otros, la muerte los convierte en famosos personajes para la humanidad y un referente para generaciones futuras.

Jesucristo fue reconocido y famoso después de su calvario en la cruz.

Sócrates(470/469 a.C. ), el  padre de la filosofía occidental, quien  muchas veces pidió plata a los amigos para sobrevivir y quien  con sus razonamientos  usando un lenguaje según la audiencia, convencía a todo el mundo, menos a su esposa, una mujer malhumorada,  fue también famoso después de su muerte.

Stieg Larsson (1954 – 2004)  fue un periodista sueco que durante 30 años se dedicó a investigar conexiones entre los nazis y el poder financiero de su país y luchó durante meses con una editorial para terminar de pulir su trilogía Millenium.  Sus tres libros revolucionaron el género policíaco, se convirtieron en un éxito mundial después de muerto.

John Kennedy Toole (1937 – 1969) Se suicidó a los 32 años al sufrir una fuerte depresión por no poder convencer a las editoriales para que aceptaran su manuscrito. Doctorado en filología inglesa, trabajó como maestro escolar mientras pedía ayuda a otros escritores famosos para ser publicado uno de sus libros. Años después de la tragedia, su madre encontró el texto La Conjura de los Necios, en un cajón, y decidió que no iba a rendirse hasta ver propagadas las palabras de su hijo. Considerada una obra de culto, recibió el Premio Pulitzer en 1981.

Carlo Collodi (1826 – 1890) fue periodista y escritor florentino, responsable de Pinocho, el famoso niño de madera. Hijo de una familia muy desafortunada, seis de sus hermanos murieron muy jóvenes, publicó la historia por entregas en un diario infantil para poder pagar una deuda de juego. En 1940, Disney haría su adaptación en dibujos animados para fortalecer la leyenda pero su autor ya llevaba medio siglo muerto. Sus cartas se conservan en la Biblioteca Nacional Central de Florencia.

Edgar Allan Poe (1809 – 1849) Admirado por los mayores símbolos de la literatura como Oscar Wilde o Jorge Luis Borges, sufrió muchas desgracias hasta que la muerte lo halló sin dinero y tirado en la calle. Tenía ataques de hipocondría y vivía con un sueldo mediocre de colaboraciones en diarios pequeños. Sin embargo, durante las crisis nerviosas generadas por su alcoholismo elaboraba cuentos marcados por lo sobrenatural y el horror. Finalmente, la pérdida de su esposa lo hundió en una fuerte depresión y falleció el 7 de octubre de 1849. Sus últimas palabras fueron: “Que Dios ayude a mi pobre alma”.

Y  Franz Kafka (1883 – 1924)  es un grande de las letras después de su muerte. Aunque el amigo y consejero literario Max Brod tenía órdenes precisas de quemar todos sus textos cuando muriera, la obra de este ícono checo logró constituirse entre las más innovadoras del siglo XX. Víctima de un padre autoritario, se doctoró en derecho y reforzó su angustia con el trabajo de oficina. Llegó a publicar algunos cuentos, pero su felicidad duró poco cuando le diagnosticaron tuberculosis. Murió en un sanatorio de Viena acompañado por su último amor, Dora Diamant, quien guardó en secreto la mayoría de sus escritos, incluyendo 20 cuadernos y 35 cartas confiscadas por la Gestapo en 1933. Actualmente continúa la búsqueda de papeles inéditos.

“….sus sueños para que su basta obra literaria sea tomada por una editorial y  no lo deje morir en el olvido”.


Pedro Antonio Mateus Marín es un escritor santandereano desconocido, aún en el ámbito de la literatura colombiana. Sus mas de 300 poemas reposan en bolsas de manila en su baúl de cedro; sus mas de 30 cuentos permanecen en  carpetas, igual que sus mas de diez novelas, sus apuntes filosóficos y sus guiones de teatro. Algunas de las investigaciones sobre el proceso de colonización que se dio después de la guerra de los Mil Días, en el Sur de Santander, igual que las descripciones de las costumbres y tradiciones de los habitantes, fueron publicadas con sus escasos recursos, pero poco leídas, pues fueron sus destinatarios, los habitantes del municipio donde nació, que no tienen  ni han explorado la pasión por la lectura y el gusto por conocer el pasado para comprender el presente.

…en este mundo saturado de la modernidad, las personas importantes se encuentran en los banquetes, asisten a los cócteles, aparecen en la prensa, hablan por la radio, se ven en la televisión, y en la portadas de las revistas. El pueblo raso, que es quien amasa el pan de cada día, solo aparece como un numero en las estadísticas que engrandecen u opaca al Estado” ( Del “amor dulce pecado”, nota previa, autor: Pedro A. Matéus)

Escribir sobre este escritor colombiano es contar sobre su niñez en el cerro de Peña Bonita; sobre su odisea escondido junto con sus hermanas y la madre en cavernas montañosas mientras su padre, fusil al hombro y machete en mano evitaba junto con otros conservadores que los liberales siguieran avanzando para tomarse las tierras y eliminar de paso a los arrendatarios de algunas haciendas. 

Es relatar que antes de los 15 años solo conoció como libro la cartilla “ La alegría de leer”. Es resaltar que gracias a la fe de los padres y el gusto por las fiestas religiosas, fue reconocido por un misionero que lo reclutó para el seminario en el que encontró la pasión de su vida: los libros.

 Es dar a conocer la causa que motivó el colgar la sotana, es impregnar al lector de los sufrimientos que tiene todo joven campesino abortado en la ciudad para buscar un trabajo; es narrar sobre las peripecias de un estudiante en una universidad pública y el abandono de la carrera para dedicarse a ayudar a criar a las sobrinas, las hijas de la hermana que le ofreció un espacio en la media agua colgada en un barranco del sur de Bogotá. Es contar por qué debió abandonar la universidad y retornar al pueblo que lo acogió y en el que ejecutó su primer trabajo, revolver encintado con salario mínimo mensual . Es conocer de su experiencia como docente y sus sueños para que su basta obra literaria sea tomada por una editorial y  no la deje extinguir en los baúles de cedro.

“Las cosas se cuentan solas; solo hay que saber mirar”. Piero.

Si.  Mirar, contemplar, admirar, imaginar y sorprenderse es lo que ha hecho desde que lo trajeron con amor en una fría vereda con vega sobre el Moravia cuyo nombre revela lo que es: Peña Bonita en cercanías al corregimiento de La Pradera, municipio de Sucre, Santander.

Nace el ultimo día del primer mes del 43 del siglo pasado cuando Inglaterra y E.U. deciden desembarcar en Sicilia, Italia, para obligar a Alemania a capitular en la segunda guerra mundial; y en Colombia, era elegido presidente el liberal Alfonso López Pumarejo.  Fue recibido por una comadrona quien dio la noticia a los padres que era el primer varón del hogar de Don Marcelo Mateus y Doña Purificación Marín, ambos ya padres de tres cocineritas. 

Crece en la época en que el agua para el consumo la traían las mujeres   en botijas  desde el pozo,  y las personas se bañaban con agua fría y con totuma, hacían sus necesidades en el matorral mas cercano al rancho, se alumbraban con una vela o candileja con queroseno, dormían sobre una estera de papelón de plátano, junco o sobre tablas, no se usaban las sabanas en la cama y se tapaban con una cobija de lana, no existían los pañales, ni las compotas, pero sí los camisones y las papillas de cereales. Chupó teta hasta los doce meses y desde entonces comió lo que preparaba Doña Purificación para  el esposo, los obreros y los cachifos.



Aprendió a caminar solo, colgándose  de una cruz y dando vuelta en el mástil, que para el efecto, el padre había enterrado en el patio de la casa. No usó pañales y su primer pantalón fue el de la primera comunión a los siete años.

Desde que gateaba y daba los primeros pasos le atraía el agua. El agua de la lluvia abundante en tierra fría; el agua del pozo en la que veía bailar las guabinas y libélulas; el agua del río Moravia en su raudo transcurrir cual serpiente serpeándose desde la Alta Mira y sus bosques hasta las vegas y cañadas. El Moravia y sus escasas arenas le atraían tanto que cuando tenía dos años, siendo compañía de su hermana que lavaba la ropa,  decidió jugar en ella terminando en la corriente que lo arrastró mientras tomaba agua a juro, percatándose la vecina de la otra orilla que hacía el mismo oficio; siendo salvado, cual Moisés, para cumplir la misión de dar a conocer con sus escritos las marañas de los pobladores y entrañas de la tierra de la cual siempre esta orgulloso de haber nacido y trabajado allí la mayor parte de su vida laboral.

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“ Muy cerca de la casa bajaba el río Moravia, manso y soñoliento, casi siempre, dibujando caprichosos meandros en la vega, pero cuando las lluvias arreciaban en las lomas de Alta Mira, se oscurecían los cerros tutelares de La Mata y Moravia y el río se revotaba formando un mar…” ( pg. 64 párrafo 2 de la recuperación histórica familiar: “Lo que Dios unió”. Pedro A. Mateus M.).

Se extasiaba contemplando la vega frente a la casa cuando era inundada por las torrenciales aguas del río, y se preguntaba desde entonces, a dónde llegaran las aguas del río? Por qué brota el agua de las peñas? Por qué los árboles crecen tan despacio y los hombres los tumban tanto y nos los reponen?. Por qué el sol aparece por un costado de la casa y se esconde por el opuesto?. Por qué las mañanas traen paz y tranquilidad y las noches, los misterios?. Y por qué Dios nació en un  pesebre, acaso fue campesino?. Y desde siempre su padre tenía una respuesta para cada pregunta, la respuesta que no  sabia, la inventaba.


Fue a la escuela de la vereda a los siete años y en dos años aprendió a escribir y leer, no tanto por las lecciones de la maestra, a quien contemplaba siempre bella, sino por la dedicación del padre de la maestra, quien se sintió motivado por las preguntas del campesino enjuto que preguntaba mas de lo que escribía.

Don Marcelo, un arriero, un aserrador y un aparcero proveniente de la vereda de Cúchina en Sucre, Santander,  después de la guerra de los Mil días, le enseño los secretos de la labranza, los de la arriería y mostró  los senderos a las cuevas donde había que esconderse cuando se acercaban los contradictorios del color azul en la época de la violencia bipartidista en Colombia. Haciendo camino al andar el padre mostró al niño las sendas comunales y las travesías hacia los poblados cercanos y las veredas dispersas en los tres climas que dominan las tierras bellezanas.

Como otros niños nacidos y crecidos en los campos, aprendió trabajando. En la escuela y el día de mercado, vendía panelitas; los viernes estaba encargado de entregar el pan que amasaba la madre y que era apetecido por los caminantes que ascendían, o a la inversa, por los reciéntes caminos de la arriería. Buscar y traer la leña fue su gusto diario; apartar los terneros y ayudar a amamantarlos fue otro de sus deberes, así como racionar las bestias e ir a dar sal a los ganados y desmalezar los potreros, su aporte a la economía del hogar.

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Pedro Antonio, tuvo una madre amorosa, hacendosa, trabajadora, rebuscadora y relatora. Si, mientras estaba con el cachifo en la casa, y éste cumplía oficios en la cocina, ella, doña Purificación, le narraba historias de sus ancestros, de sus vecinos, de las guerras, de la selva, de los caminos, de las romerías, de las envidias y de los milagros de Dios; pero Pedro, al oír las historias contadas, se distraía mientras su imaginación volaba a cada espacio y acción del relato de la progenitora, y desde entonces, además de imaginar, su memoria copia los escenarios y circunstancias que se viven en el pueblo donde desarrolló su profesión, convirtiéndolas en relatos, poemas y novelas que algún día los colombianos leerán.


Los santandereanos nos hemos acostumbrado a vivir juntos sin vernos el alma, escondida detrás de cada loma. Nos hemos hecho a la idea de que el horizonte se acaba en el filo próximo a las cuchillas que nos mantienen como prisioneros, entre rejas, de espaldas a la luz del sol. Somos los hombres descritos por el filósofo Platón en su hermoso mito de la caverna, atados al terruño, cuya realidad, por dura que sea, nos llena el alma de individualismo mezquino, que a poco de andar termina en agresividad contra nuestro prójimo”.(Del libro bajo el Cielo Azul de la Belleza, pg. 101)

Terminó la primaria en la escuela urbana a la que fue cada día de clase luego de trasegar por el camino por cuatro horas diarias, dos bajando y dos subiendo. En el hogar no había recursos para enviarlo a Puente Nacional o Chiquinquirá a iniciar estudios secundarios, pero en un diciembre fueron al corregimiento unos curas misioneros a hacer la navidad, incluyendo las veredas.

A la celebración  vincularon a los niños. a los jóvenes y a los padres de familia, y el mayor varón de los Mateus Marín, azuzado por la madre, y sin el pleno permiso del señor de la casa, éste no solo acudió a todo el novenario, sino que participó activamente en la liturgia mostrando devoción a lo no visto, memoria para las jaculatorias y oraciones y servicio a los demás en el improvisado lugar que sirvió como templo, haciéndose merecedora la familia de una visita sacerdotal en la cual el clérigo misionero propuso a los padres la opción de que Pedro Antonio ingresase al convento a iniciar estudios secundarios, y de paso, acrisolar la vocación religiosa.

La propuesta fue una sorpresa para la familia, pero fue la esperanza para Pedro Antonio de seguir estudiando, sin olvidar el surco y el uso del azadón, colgando el bordón, el sombrero, la ruana y los alpargates, la familia se puso a aprontar el viaje a tierras desconocidas en los primeros días de enero de un año de la década del cuenta del siglo XX.

La vida en el campo, en ese entonces, era mas difícil que ahora, no solo por la escasez del dinero, sino por la carencia de transporte y los enlodados caminos y carreteras recién abiertos.

Al carpintero de la región doña Purificación ordenó la construcción de un baúl en cedro pintado con tapón y una buena armella para dar seguridad a las escasas pertenencias del futuro seminarista compuestas por tres pantalones de paño vicuña color negro, seis camisas blancas manga larga y puño, seis calzoncillos blancos pegados a la pierna y a la rodilla, unos tenis Croydon, un par de  zapatos negros marca Grulla, un par de chancletas, dos toallas, cuatro pañuelos blancos, seis pares de medias negras y tres para usar en los deportes con igual numero de camisetas de algodón para el mismo uso, una pequeña bolsa de dril para echar las cosas  para el aseo, unas bolas de naftalina, betún, cepillos y trapos para brillar el calzado.

Don Marcelo junto con el primogénito tomaron una madrugada el único bus de Omega que cada día hacia el recorrido hasta Puente Nacional. Y de allí, luego de seis horas de viaje, tomaron otro de la misma empresa hasta la capital de Santander llegando al anochecer al parque Centenario, en el que, como garrapatas, estaban hacinadas casetas en las que se ofrecían mercancías importadas, que en ese entonces, entraban por Cúcuta. Luego de encontrar una modesta pensión cerca a la flota Cachira, los dos bellezanos salieron de ella a buscar comida, y de paso, dar un paseo nocturno por las apretadas calles que formaban las casetas de lata en las que el padre del futuro eclesiástico le compró cachivaches necesarios para un estudiante de bachillerato

A la madrugada del siguiente día, los dos viajeros, luego de tomarse un jugo de naranja y digerir una empanada de yuca con carne, tomaron el mañanero bus hacia el municipio de el Cerrito, y de allí al valle del Rio Servitá en búsqueda de una de las estribaciones del Páramo del Almorzadero en la que se encontraba posado sobre un desierto una inmensa casona  de dos pisos levantada en adobe con terminados en madera, encerrada con sus jardines, senderos, frutales y huertas por paredones en tapia pisada cuidadosamente pintados con cal blanca y protegidos con teja española, levantada con recursos de creyentes italianos y españoles y el trabajo mancomunado de los feligreses de la región incardinados en la zona de influencia de la comunidad religiosa misionera redentorista fundada por San Alfonso María de Liborio en 1732, cerca a Nápoles, Italia y que entró a Colombia para no regresar en 1866,  quienes tienen  como carisma compadecerse de los campesinos abandonados que sobreviven en las montañas y desiertos, y de pasó orar y dedicarse a la contemplación. 

Allí, en el convento, todo era novedoso para el joven Pedro Antonio; empezando por la cama y el colchón de algodón. En vez del canto del gallo para levantarse, era el deje de una vieja campana que anunciaba el levantarse girando sobre sí mismo y apoyándose en un codo, para pararse armoniosamente y no afectar la columna vertebral; luego de dejar oreando los tendidos, correr a la batería de baños, que incluía, en vez de totuma, un tubo con una llave de cobre que al abrirse dejaba caer, cual humareda, el chorro de agua fría que despertaba, sin piedad, a cualquier marmota, y además una letrina para hacer la necesidades en cuclillas, como en el campo, pero en vez de hojas anchas de cualquier maleza, los novicios disponían de un surtidor de agua para bañarse las intimidades, luego depositar las evacuaciones de  cualquier santo o diablo.

Si. Todo era nuevo para el joven campesino nacido en una de las vegas del naciente río Moravia, hasta entonces sin figuración en mapa colombiano. Ya no tenía que caminar mas de una hora para ir al templo a misa los domingos, ahora eran unos metros para asistir todos los días a los oficios religiosos; ya no tenía que cargar la ruana para guarecerse del frío y la lluvia,  pues ahora disponía de amplios corredores para movilizarse y de un par de suéteres de lana que el padre rector le consiguió para conservar el calor del cuerpo; tampoco tenía que usar la bolsa plástica para cargar los cuadernos, pues tenía lo necesario para los estudios permanecía en una aula de clase a la que accedían los seminaristas desde enero hasta diciembre.

Fue al coronar los 15 años transcurridos, celebrados en el silencio,  en el convento, cuando el hijo del aserrador conoció por primera vez un libro diferente al que veía que el cura usaba en las misas. Fue la primera vez que accedió a una biblioteca con tantos estantes y libros –que pensó- necesitaría muchos años para leerlos todos, y en orden. Fue en este mismo lugar donde cada vez que  leía un libro, recordaba a su profesor de quinto primaria, Don Napoleón Téllez, quien le insistía que para viajar y conocer no se necesitaba mas que un libro, pues así lo corroboró cada vez que terminaba de leer una obra española, y pensaba para sí, ¿cuántas historias hubiese podido escribir doña Purificación si hubiese ido a la escuela mas años del segundo primaria?.

Mientras los adolescentes  de hoy prefirieren el bullicio, el ruido y el no hacer nada; el montañero de baja estatura y pelo rebelde, goloso de la cuajada con panela, se deleitaba los días que vivía en ese apartado desierto de Santander, hoy convertido en ruinas. Gozaba estar leyendo en la biblioteca, gozaba los domingos salir con los demás legos a  las caminatas acompañadas por un sacerdote. Disfrutaba hablar con los mayores que merodeaban las calles adyacentes al convento, a quienes picaba la lengua para que le contasen sus vidas y sus historias.

Pero como la felicidad, para la cual estamos convocados, es siempre fugaz, como lo es el dolor y la alegría, el pichón de cura solo estuvo en este mágico lugar, pocos años, suficientes para encontrar el amor de su vida: los libros.  Los libros por leer y viajar en cada historia, vivir cada drama, sentir cada pasión y encontrar cada desenlace.

Con los demás principiantes provenientes de lugares misionados por los redentoristas en Latinoamérica, fueron traslados a continuar sus estudios secundarios a Manizales, y quienes persistieron, iniciaron estudios de filosofía en Medellín, y al terminarlos, los contados que quedaron, iniciaron estudios de teología en el seminario internacional  de Bogotá.

Transcurrían los años posteriores al Concilio vaticano II, evento que recibió notable influencia de pensadores tercermundistas, generándose vientos de renovación en el seno de la Iglesia católica, sobre la misión de la vida religiosa en el mundo de ese entonces, cuyos vientos no eran otros  que retomar la opción de Jesús por los pobres. Y entonces la concepción monástica que prevaleció desde la edad media en la Iglesia, consistente en que los pecadores deben acudir a los ministros, cogió vuelo una nueva visión cristiana, la de salir a acompañar al pueblo de Dios y guiar al rebaño y no esperar que el rebaño llegase a pastar.

Los aires de renovación, desde la base jerárquica asciende y desciende por los niveles del poder eclesial y los conventos, como los seminarios empiezan a convierte en moles de cemento abandonadas de legos, estudiantes, filósofos y teólogos, y los que persisten, deben encarnarse en el común del pueblo de Dios. 

Y en esa transición ocurrida en las décadas del  sesenta y setenta del siglo XX, Pedro Antonio termina abortado por el claustro religioso en las calles de Bogotá, en las que intenta, sin lograrlo, conseguir un trabajo estable para solventar sus gastos.

Un cuñado le regaló el pago del derecho para llevar una hoja de vida a una bolsa de empleos, siendo seleccionado por una empresa para vender, puerta a puerta, muñecos; y luego de tres días de tocar puerta a puerta, no hizo ni para los pasajes, sintiéndose vencido en el primer intento.  Pero el cuñado, con el animo de ver una persona menos afectando la economía del hogar, le pagó otro derecho en otra bolsa de empleos, y de ella, fue reclutado por un gringo que desarrollaba en Colombia el mercado de tapetes plásticos para el piso con publicidad de cada negocio. El joven Pedro Antonio, hábil con sus dedos para pasar las paginas de un libro en los que devoraba a 2.000 palabras por minuto, no tenían la fortaleza para coger un bisturí y hacer cortes finos y suaves para cortar letras y figuras, y luego de la primera jornada, hacia al atardecer, el tapete había sido echado a pique, debiendo trabajar por diez días sin paga alguna para cubrir el costo del material mal cortado.

Por tercera vez el cuñado, generoso y persistente, pagó otro derecho en la misma bolsa de empleos, siendo asignado su tercer trabajo, como payaso animador en un parque para atraer los niños, pero dada su baja estatura y lo delgado de su cuerpo, el disfraz, la nariz y los zapatos nadaban en su humanidad, convirtiéndose en el hazme reír de los infantes que interactuaban con él, abandonando  esta tercera opción laboral al culminar su segundo mes de trabajo con cuyos ingresos abonó a las deudas que los ahogaban. 

Es cuando su hermana mayor, esposa de un celador, lo acoge en su media agua y lo anima a continuar sus estudios, logrando ingresar al Instituto Caro y Cuervo a hacer un curso intensivo de literatura hispanoamericana en que tuvo la fortuna de tener como maestros a León de Greif y Eduardo Carranza,  lapso en el cual se gana el pan haciendo trabajos a los compañeros y como ayudante en la biblioteca del mismo instituto.  

Pero como no hay subida sin su bajada, ni hay madrugadas sin sus noches, ni alegrías sin tristezas posteriores, el cuñado, quien junto con la hermana mayor le habían dado la mano al salir de seminario, tanto para conseguir algún trabajo y para tomar nuevos estudios, termina envuelto en un supuesto hurto en la empresa donde estaba como celador, siendo encarcelado por tres meses, al cabo de los cuales, el mismo Pedro Antonio con su solicitud, logra que un compañero de la universidad Nacional en la que cursaba estudios finales de filosofía, logra liberarlo sin culpabilidad y complicidad. Pocos meses después la hermana del pichón de escritor murió de enfermedad desconocida.

La carencia de un trabajo para el responsable del hogar y el cierre definitivo de la Universidad en 1969, dieron al traste con dos sueños de Pedro Antonio: que las sobrinas viviesen en el calor de un hogar compuesto por un matrimonio, y el que  fuese licenciado en filosofía.  Las niñas fueron repartidas para facilitar el sustento y formación y el ex-seminarista retorna a la tierra natal a pasar vacaciones finales con la esperanza de iniciar el 1970 como maestro de un colegio de la Costa atlántica colombiana, cargo prometido por un compañero de la universidad, el mismo que le ayudó en la libertad del cuñado.

Mientras Julio Cesar Turbay Ayala era el presidente del senado colombiano, Pedro Antonio pasó la navidad mas amarga en 1969. Perdido el semestre por paro en U, separado de  la hermana que le dio la mano en el lugar, desde entonces, con mas desplazados internos en Colombia, sin trabajo y  con pocos libros para leer, pero con la esperanza de convertirse en profesor de un colegio costeño.

Transcurría enero de 1970 y un día a media semana bajó al pueblo a llamar por Telecom al amigo para averiguar sobre el trabajo en el colegio de la costa, sin obtener una afirmación; pero al salir, fue abordado por un cura de igual estatura con mas años pero de un hablar pausado y tranquilo, quien lo confesó sobre sus andanzas  y anhelos, ofreciéndole un trabajo inicial como secretario del despacho parroquial y un posterior trabajo como maestro en el colegio departamental que ya tenía hasta cuarto de bachillerato, asunto que no se dio, sino hasta 1973, mientras tanto fue cajero de la Cooperativa de Ahorro y Crédito de la Belleza, cargo que cumplió siempre portando al cinto el revolver 38 largo smith & hueso.

Fue precisamente en ese año, en 1973, a finales, cuando le conocí en la casa de Ubaldo Ariza a la que llegaban los maestros que arribaban al pueblo a trabajar. Y desde 1974 y por 24 meses compartimos techo de zinc separados por un cancel de cartón que dividía las habitaciones de la casa mas moderna en ese entonces en la  Belleza, Santander.

se dedicaba a acariciar las teclas de su amada. Lo hacia con pasión, sin descanso, con misterio y siempre encerrado. El encuentro furtivo de él con ella, era cara a cara; mientras ella se dejaba tomar en posición imbrica, él depositaba, unas veces con suavidad las yemas de sus dedos, pero otras, lo hacia con afán y sin descanso…

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Mientras yo descansaba o hacia menesteres de la casa, Pedro Antonio se dedicaba a acariciar las teclas de su amada. Lo hacia con pasión, sin descanso, con misterio y siempre encerrado en la pieza con paredes de papel. El encuentro furtivo de él con ella, era cara a cara; mientras ella se dejaba tomar por el frente en posición imbrica, él depositaba, una veces con suavidad las yemas de sus dedos, pero otras lo hacia con afán y sin descanso. Se oía la fusión de la pasión del joven maestro y la disponibilidad ella para quedarse en cinta. Ella era para él, como el aire para las plantas. Y él, era para ella, su poseedor. 

Mi curiosidad me provocó muchas noches y fines de semana a contar cuantas veces, ella abandonada en las manos de Pedro Antonio, la dejaba exhausta manchando tantas hojas blancas en el escritorio como en la caneca. Ella, por ser de origen gringo, no tenía tildes, tampoco la que usamos para escribir coño; pero él, cual amante creativo se las ingeniaba para que el resultado de cada coito textual, fuese perfecto para quienes en los años venideros se embriagasen con la miel de esa fusión entre Pedro Antonio y su maquina rémington de escribir.

Ya adulto, y por esa atracción por el sexo opuesto que padecen los machos nacidos en medio del silbido de las balas, el tas.. tas de las hachas y el  golpe del machete al destrozar la maleza y el sisáis de los serruchos, al verse no correspondido, abandona el primer trabajo digno que logró tener para ir a ejercer el oficio de toda su vida  en tierras que pertenecieron a la casa Arana que exterminó a miles de nativos con la explotación del caucho en el  departamento de Putumayo en el sur de Colombia.

Fue precisamente allí, en Mocoa, y sin haber probado el yagé ni haber consultado al taita, que luego de una copiosa lluvia por varias horas que le quitó el sueño, empezó a añorar la tierra, la casa de madera, los kikuyales con sus gamas del verde, el molido,  el café, la arracacha y las papas criollas con hogo de cuajada, que toma la decisión de convertir sus nostalgias en textos  plasmados con lápiz negro en un  cuaderno cuadriculado de ochenta hojas.



Pero Pedro Antonio, al igual que Marcelo, es varón de una sola mujer. De quien se enamoró siendo su alumna, la misma que lo echó  a esconderse en tierras del Putumayo, fue la misma que con sus encantos lo hizo regresar a la tierra que añoraba.


Con Susana Marín tiene 4 hijos, aclarando, que por  lo Marín no son de los mismos, pero por los gustos en la comida y en las costumbres son una sola pieza, pues el escritor sigue las tradiciones de los antepasados en que la educación de los hijos es una mayor tarea para la madre, mientras él, además de dar el sustento, vive mas tiempo con quien fuera su primer amor, ahora convertidos en amantes. Si en amantes, pues aunque ella no los ve, y si los ve, los ignora; él, dedica la mayor parte de su tiempo entre los senos de sus libros y entre las teclas del computador mientras su negrita observa, cuan estatua, el panorama que el mismo poseedor le ha dado en su estudio en Portofino en un barrio de Florida, Santander.

Con una maquina tomada de un basurero empezó a escribir literatura y versos

Las vacaciones obligadas del magisterio lo obligaron a regresar  a Bogotá llegando a donde el cuñado, un vigilante que le anima a recoger una maquina de escribir que había sido dejada en una caneca de basura en la empresa donde cuidaba en las noches. La máquina Remington, la negrita como le llama Pedro Antonio, es la misma que aparece en la fotografía inicial y es de la misma marca que usa el hombre con parálisis cerebral que crea obras de arte con las teclas de la maquina. ( http://www.upsocl.com/inspiracion/un-hombre-con-paralisis-cerebral-crea-impresionantes-pinturas-usando-solo-una-maquina-de-escribir-2/ ). Y es con ella, con esa maquina que ha digitado sus creaciones literarias desde 1973 hasta el 2003, cuando accedió al sistema digital.

La profesión de Pedro Antonio la ejerció en un 99% en su pueblo natal, La Belleza, Santander, Colombia por aquello del “sabor a la tierruca” de que habla el novelista español Don José María de Pereda;  y lo justifica afirmando que “los hombres llevamos algo de nuestra tierra en las entrañas. El contacto con el paisaje y la experiencia de la lucha por adecuarse a él, o por adecuarlo al hombre, produce una estigma que cuando menos nos acompaña hasta la muerte”. Sin embargo, cuando estamos lejos la nostalgia de la tierra nos hace daño, pero tan pronto regresamos nos sobrecoge la angustia soberana de haber sido echados de nosotros mismos”.

….cuando estamos lejos la nostalgia de la tierra nos hace daño, pero tan pronto regresamos nos sobrecoge la angustia soberana de haber sido echados de nosotros mismos”

Fue precisamente ese “sabor a la tierruca” el que lo ató a la Belleza, perdiendo mejores oportunidades laborales en universidades por su erudición, su criticidad, su capacidad de análisis y síntesis y su habilidad para investigar, tanto en el campo como en la biblioteca.

Trabajó como secretario del despacho parroquial, como cajero de la cooperativa, como maestro, como  rector y como director de agrupaciones escolares. En el trabajo que mas aprendió fue como peón del  párroco José Antonio Beltrán Monsalve (q.e.p.d.). Del que menos recuerda fue como cajero, trabajo que le produjo dolores de cabeza por su poca habilidad para contar y manejar dinero.

La labor con mayores satisfacciones fue como maestro de dibujo, filosofía y lengua castellana, pues como rector en dos momentos diferentes, debió afrontar las “inquinas politiqueras” de los mismos conservadores que en ese entonces se identificaban con ospinistas y laureanistas a nivel nacional, y a nivel regional, como los sedanistas y los marinistas, siendo a la larga los mismos con las mismas. Pero por ninguno de los dos grupos fue nombrado maestro en el colegio.

El nombramiento fue obra del “pequeño gigante” que era párroco en la localidad. Pero cuando asumió la rectoría en 1975 fue el resultado  de la postulación del primer grupo. Fue precisamente a mediados de 1976 cuando fue citado al congreso de la República de Colombia a rendir cuentas ante un representante de la Cámara, miembro del segundo grupo en contienda por el poder, quien objetó no solo su gestión neutral como administrador publico, sino que le exigió entregase a un joven maestro que tres años antes había arribado al caserío a hacer la misma misión: enseñar, a quien se le sindicaba de dividir a los creyentes católicos y poner a leer libros a los estudiantes que tenían que ver con los cambios que se estaban dando en el continente.

Esta promesa de las letras colombianas, no nació para mandar, ni para imponer su forma de pensar. No nació para saborear el vino del poder, ni para ser orador de plaza pública; tampoco para mendigar derechos, ni para coger los problemas por los cachos, ni para sembrar la inquina, ni para defender ideas sin fundamentos, tanto políticas como históricas.

Por eso, sin cuestionar lo ordenado por el político de la provincia de Vélez, mediante un oficio entregó a la Secretaría de educación de Santander, al joven docente con innovadoras ideas que fue trasladado a Cimitarra, en ese entonces, el municipio mas azotado por la lucha izquierdista y militar.

Los asuntos con algunos alumnos díscolos y sus progenitores no son fáciles, cuando se tiene la creencia que como empleados públicos, los maestros deben cumplir tareas proselitistas, y hacerse los de las orejas gochas ante la violación de las normas y reglamentos.

Pedro Antonio como rector debió firmar la sanción  determinada por el consejo directivo a una alumna, pero la secretaria de ese mismo consejo directivo, tergiversó el espíritu de la corrección; un consanguíneo de la aconductada, una vez enterado, decidió intervenir para echar atrás la sanción, y en estado de beodez, sobre las ocho de la noche llegó a Xochimilco, y sin mediar palabra hizo disparos a la puerta de la casa del rector desafiándolo a salir de la residencia para dirimir la supuesta afrenta a balazos como en ese entonces se arreglaban los asuntos de honor, pero el hijo mayor fue  la razón para que el rector, en vez de salir a poner el cuerpo, se ocultase en una habitación.

Él, el rector como autoridad educativa, informó del suceso a la Secretaría de Educación, organismo que lo trasladó de inmediato a colegio Sergio Ariza de Sucre, Santander, institución en la que trabajó algunos meses, pues muchos de sus paisanos presentaron excusas por la afrenta, regresando posteriormente al Don Bosco como profesor de filosofía para asumir un par de años después,  nuevamente como rector, para luego convertirse, por concurso, como director de agrupaciones escolares del mismo municipio, cargo  que dejó por retiro forzoso. Este cargo administrativo tiene como función hacer estadísticas a nivel del  municipio para reportar a la Secretaría de Educación, sin tener alguna injerencia efectiva sobre los procesos pedagógicos y sobre el logro de mejoramientos en los resultados cuantitativos en las pruebas SABER, trabajo sencillo que le facilitó dedicarse al amor de su vida: los libros para leer y los libros por escribir.

Pero la vida es un pañuelo, y en ella, nada sucede porque sí.

Con los años fue ese maestro quien lo instó a romper el secreto que mantenía bajo llave en el baúl que fue su patrimonio en tiempos que fue seminarista. Lo motivó a revelar las semillas de esas noches y días en que su pasión por el amor que lo obnubiló, debía salir a la luz publica, así fuese   entre los círculos de sus escasos amigos.

Es que aunque se quiera, en asuntos del amor, tarde o temprano las cosas se saben. Ese joven maestro que debió salir una madrugada en un camión del pueblo donde nació Pedro Antonio, ocupaba en la década del ochenta del pasado siglo la dirección de una reconocida editorial, empresa que patrocinó la edición del libro “ Entre la escuela y la pared”; texto que se convirtió en el primer hijo legítimo, entre esta promesa de las letras y la negrita; la negrita sin tildes y sin ñ.

Razón tiene el refrán “ No hay palo que mas apriete que la cuña del mismo palo”. O como se justifica el mismo escritor: “Nadie es profeta en su tierra”. El libro no fue de buen recibo entre el gremio de maestros, por ser escrito precisamente por un maestro. Y en la municipalidad, tampoco fue reconocida la publicación como una reflexión que hacía el autor entre la dicotomía de los pensum académicos y el mundo real. O mejor, en otras palabras, porque luego de 35 años en los asuntos de la educación publica, las cosas poco han cambiado en cuanto a los resultados. Tanto en las escuelas, como en los colegios, incluso en la mayoría de las universidades, NO se forman mentes para transformar el entorno, sino para mantener el estatus quo.

Fue con motivo del bicentenario de la revolución comunera cuando el Secretariado de Pastoral Social, SEPAS con sede en San Gil, quien, bajo la dirección periodística de ese maestro que debió entregar a la Secretaría de educación, nace en 1980 el PERIÓDICO JOSÉ ANTONIO, "el vocero de los sin voz en el Sur de Santander", lo convirtió en columnista permanente, en un espacio que se bautizó como “El hacha” en el cual, en cada edición, Pedro Antonio escribía críticamente sobre los aconteceres de su pueblo, de los cuales, el vulgo no atinaba a comprender, pues como ocurre hoy, la gente de común solo es noticia cuando muere en un accidente o es llevado preso por un vil asesinato. En ese entonces, y ahora también, los padres de familia no invierten en libros para que los hijos lean; entonces, Pedro Antonio, pedía cada mes a sus alumnos que comprasen y leyesen el mensuario comunero con varios objetivos: como ejercicio de lectura, de comprensión y análisis, como ejercicio para identificar y conocer los aconteceres de otros pueblos de las provincias de Santander, pues el periódico se caracterizaba por publicar cada mes un acontecimiento de cada pueblo en el que circulaba. La estrategia estaba dando sus frutos, hubo alumnos a quienes el periódico publicó, poemas, coplas y noticias estudiantiles.

Pedro Antonio, como maestro, podría describirse como el contagio a sus alumnos por una vida untada de las letras, por una vida en búsqueda del conocimiento, por una vida social cocinada en las buenas relaciones entre los vecinos, por una vida en la que primen las ideas y no las pasiones….;

Llegó hasta el extremo la intolerancia de algunos padres de familia, que uno, tomándose la vocería de todos, en una reunión de acudientes, entró a negociar entre el retiro de los hijos del colegio o que el profesor no volviese a pedir el periódico a los alumnos como ejercicio para la lectura. Pedro Antonio, no objetó la proposición y se replegó a la simplista exigencia de algunos progenitores que hoy reconocerán, cuan errados estaban, pues el uso del internet ya esta en los tuétanos de los niños, los jóvenes y los adultos.

 La siembra de Pedro Antonio como maestro podría describirse como el contagio a sus alumnos por una vida untada de las letras, por una vida en búsqueda del conocimiento, por una vida social cocinada en las buenas relaciones entre los vecinos, por una vida en la que primen las ideas y no las pasiones; por una vida en que el dialogo y la concentración prime sobre la agresión. Sus alumnos lo recuerdan por su fluidez con el griego y el francés,  por su persistencia en enseñar con acuarelas en cubismo, por su erudición en la historia de las ideas en clases de filosofía. Los alumnos lo recuerdan por sus escritos, sus guiones y sus poemas con los cuales dejó huellas en los procesos de formación.

Soy testigo al iniciar su vida como docente en la década del setenta del siglo pasado y lo fui con motivo de los 50 años del colegio, y lo observado fue una metamorfosis tanto mental en los egresados del colegio como material a nivel municipal como efecto de ver la vida con otros ojos, con otros referentes y otras visiones e imaginarios de los egresados.

La cosecha literaria de Pedro Antonio en el siglo XX y la primera década del presente siglo ha sido escasa en el mercado local, regional y nacional, pero muy seguramente las nacientes generaciones de bellezanos gozaran leyendo sus obras literarias, los veleños las buscaran en las librerías y los nacionales tendrán a otra pluma por gozar leyéndola.

Son numerosas las obras inéditas que tiene Pedro Antonio Matéus Marín. Por ejemplo,  En el genero narrativo tiene las siguientes creaciones:

-El sueño del arca perdida” (Tres relatos)

El mito del Arca de Noé, como símbolo de la salvación del hombre, ha perdurado a través de la historia de la humanidad. De alguna forma, cada uno de nosotros, buscamos el Arca de Noé que de sentido a nuestra precaria existencia.

Es así como el joven Lazáro Flórez Puerta abandona su familia y su pueblo para ir a refugiarse en un convento, en las inmediaciones del páramo del Almorzadero, donde cree encontrar a Dios, al que busca con angustia.

El Padre Luengas es un cura de pueblo, quien de pronto sufre la horrible pesadilla del naufragio de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación, según su fe. El levita sueña que ha llegado el año 2067, y que el Santo Papa, Pedro II, da a conocer una encíclica titulada Urbi et orbi, donde revela el contenido de un manuscrito, encontrado en la tumba del Apóstol Pedro, que predice el fin de la Iglesia Católica.

A Santa María de Irobá llega, de pronto, un tal Marcos Hueso. Nadie sabe de dónde viene, ni para dónde va. Pronto se da a conocer por su talante franciscano. Para unos es un santo, y para otros un enviado del demonio para perturbar al pueblo. Infortunadamente, cae víctima de un esquizofrénico, cuando trata de salvar la vida de su amiga Blanca Serena.


cada uno de nosotros, buscamos el Arca de Noé que de sentido a nuestra precaria existencia

-Cenizas al viento”(Dos relatos)

Edipo y yo en San alejo. Un día cualquiera, Leónidas Quiroga, decide dejarlo todo, incluida su familia, para irse a un rincón de la vereda, al que bautiza con el nombre de San Alejo. Allí levanta una choza donde procura vivir del mínimo necesario; se alumbra con un mechero de aceite, no tiene televisión, ni radio, ni nada que se parezca a las comodidades de la vida moderna; le hace compañía Edipo, un perro que le regala una vecina, y se dedica a cultivar la parcela para subsistir, y a tocar la guitarra con cuyos acodes repele los espíritus adversos. Por su cabeza corren siempre los momentos estelares de la patria ofendida y humillada. Con el gozo de la vida y la naturaleza reflejado en sus ojos, se duerme para siempre cuando ya sus años han se acercan a los 90.

"Cuando el sol declina". 

Sabina Luisa nos cuenta cómo, de pronto, don Emiliano Ferro, su padre, se despide de su mamá y sus hermanos, para irse de casa con rumbo desconocido. Viene luego el relato de la vida de María Nicodema la esposa de Emiliano, de Sabina y sus hermanos, en una casita de campo en la vega silenciosa de un apacible río. La vida de todo ser humano tiene un momento en el que es preciso prepararnos para partir, así como un día alguien se alistó para esperar nuestra llegada.

La vida de todo ser humano tiene un momento en el que es preciso prepararnos para partir, así como un día alguien se alistó para esperar nuestra llegada.

-La mandrágora rosada”(Siete relatos)

La vida de los seres humanos es como una leyenda. La mandrágora es una planta con poderes mágicos, pero a la vez altamente toxica. En los relatos de este volumen la mandrágora es solo un referente simbólico, donde la vida de los personajes, a la vez que está como cargada de algo especial tiene en sí como un ingrediente tóxico que se encarga de aniquilarla. Las cinco hijas de don Severiano Morales no logran formar un hogar, pese a que son amables y muy bien parecidas. Donato Quiroga termina pagando 32 años de presidio, por la muerte de su hijo, sin ser realmente culpable. Sísifo, la mascota de don Elías Ferro es quien mejor percibe los avatares de la vida sin que de ello pueda dar cuenta a nadie.

Angélica María, es testigo de la tragedia de su padre, y su vida misma es un drama que bordea el abismo. Tocolino es un perro a quien por aquello de los azares del destino le toca asumir el papel de la traición, sin que él lo haya escogido ni lo pueda evitar. Flor María, la enigmática vendedora de libros, le muerde las entrañas a su cliente y termina por perderse en un tren que va siempre de paso. Claudia Marcela regresa a Santa María de Irobá para casarse después que su madre había salido de allí, cuando ella apenas estaba para nacer, en busca del padre de su hija que jamás encuentra.

La vida de los seres humanos es como una leyenda

-“El signo del cangrejo”(Seis relatos)

He aquí un mosaico de interesantes historias. Johana, la adolescente que ve frustrada su aspiración a la vida religiosa por falta de apoyo de d sus progenitores; Campo Luna, el niño, que por un maltrato de su maestra se convierte luego en un temible bandido; la solterona que ve el mundo a través del relato de la vida de su mamá; la suerte del soldado cuya gloria termina en una fotografía ampliada, de sus días de servicio militar; la habilidad del profe para evadir la responsabilidad de haber perjudicado a una de sus alumnas; y la historia de la tragedia del joven que por una ataque de celos acaba con la vida de su esposa, para ir luego a parar a una cárcel donde debe purgar su pena. Los relatos de este volumen nos amarran a la vida, que busca sus asideros en situaciones, casi siempre, desgarradas de la orilla de la felicidad.

Los relatos de este volumen nos amarran a la vida, que busca sus asideros en situaciones, casi siempre, desgarradas de la orilla de la felicidad.

El viento sopló, pero del ideal revolucionario llegó solo su condición violenta, inundando de sangre, horror y miedo, los caminos de la patria

-“La noche que no cesa”(Dos relatos)

El martirio de Santa Olalla. Alguna vez nos hicimos la ilusión de que una revolución, que entonces se vislumbraba con fuerza de huracán, vendría pronto para hacer justicia a los pobres. El viento sopló, pero del ideal revolucionario llegó solo su condición violenta, inundando de sangre, horror y miedo, los caminos de la patria. Este relato es la historia de Rosa Tulia, una campesina envuelta en el torbellino de la violencia, sin tiempo ni espacio para el gozo y la esperanza de la vida.

El cáliz sagrado. El Dr. Arturo Esguerra Portocarrero es un profesional especializado en medicina forense. Entre sus muchas lecturas, tiene cierta preferencia por los temas de religión; fue así como alguien halló en su escritorio el borrador de una curiosa novela con el título “El Cáliz Sagrado” que evoca una leyenda medieval. Desde hace tiempos lleva consigo una revista, donde se da cuenta muy detallada de la intervención del Dr. Esguerra en un sonado caso judicial, resuelto por la pericia del profesional, y que él se complace darla a conocer a sus casuales amistades. Venido a menos por sus continuas crisis maniacodepresivas, el Dr. Esguerra terminará sus días, mendigando un cigarrillo de los anónimos transeúntes y llenando crucigramas, en un andén de la ciudad indiferente.

-“Las chobas están verdes” (Novela)

Es la historia de un muchacho esquizoide, de nombre Cándido y su tía Rosa Helana Santa. Nunca se pudo saber si Cándido era, en realidad, el hijo o el sobrino de rosa Helena Santa; ella en su delirio lo convierte en el amor de su vida, situación que la hace víctima de los celos, en una forma tan avasalladora y morbosa que termina por llevarla al holocausto de su propia vida. El drama refleja la vida de un pueblo con todos sus contratiempos, sus sueños y sus frustraciones

-“El licenciado Omar Huanca”. (Novela)

La vida de Omar Huanca transcurre en la segunda mitad del siglo XX. Nace precisamente cuando los estertores de la Segunda Guerra Mundial estremecen al mundo entero. Por esos días nacen también los integrantes de los Beatles, el poeta maldito Porfirio Barba-Jacob y Jean Paul Sartre publica El ser y la nada y aparece El Principito de Antoine de Saint Exupery. Su sueño es hacer de la filosofía una nave para darle la vuelta al mundo; pero su sueño se convierte en pesadilla cuando, él mismo es una de las víctimas del Titánic, que va a parar como un náufrago en las aguas turbias y turbulentas de una gran ciudad, donde busca afanosamente, sin resultados, a Sharito, el amor de su vida.

 

Pedro Antonio, es un filosofo egresado de la Universidad Buenaventura de Bogotá. Para obtener el titulo le fue galardonada la tesis que tituló. “El ser-hombre en don Miguel de Unamuno”

Pedro Antonio es un prolífico escritor y un enamorado del pasado y del presente del lugar  que aparece en su cédula, por eso ha dedicado su vida a hacer investigación histórica que se remonta desde los buscadores de quina y parasiteros que penetraron las vírgenes selvas desde el municipio de Jesús María  hasta el río Minero en Santander con el falo de la ambición por el dinero.

Con la esperanza que un ente estatal dedicado a la cultura santandereana se apropie de algunas recuperaciones históricas que ha realizado, Pedro Antonio Matéus Marín, cuenta que están en el horno listas para cocer y poner en el mostrador los siguientes títulos:

-“La cola del cometa

-“La tragedia de los Ariza y los Quiroga”

-“El Municipio de La Belleza. La suiza de Santander



Hasta el obligado retiro trabajó como docente experimentando las lisonjas del ser rector o director de agrupaciones escolares, pero en el aula los alumnos de lengua castellana y/0 filosofía lo recuerdan por enseñar usando en teatro y la declamación con los cuales contribuyó notablemente en la transformación de la mentalidad de los egresados del colegio de la localidad.

Es el autor de los siguientes guiones:

-“El gitano del circo”.

“El loco Demetrio”.

“Septiembre negro”.

“Ernesto Cristo Margall”.

“Los guaqueros”.

“El honorable concejo municipal de Kunza”.

“El sacristán de Kunza”.

“Las cesantías de papá”.

“Cuando los años son más cortos”.

“La herencia de mi padrino Carlos”.

“Excelencia educativa”.

“El imposible regreso a Marquetalia”.

“Los Americanos”.

“El pastorcito mentiroso”.

“Caperucita azul”.  

ABRE BOCAS  A CANTOS DESDE EL CORAZÓN

Pienso que la riqueza escondida del baúl de sorpresas de este escritor santandereano, esta en sus versos. Como abre bocas para el lector cito algunos tomados del  libro “Dios a la vista”.

1.-TÓMAME SI QUIERES

Aquí y ahora, o nunca,

Tómame si quieres.


Ahora que los cristales de mi alma

Conservan el rocío mañanero

En sus labios,

Y nadie ha ollado su tersa transparencia.

Ahora que soy joven, en cuerpo y alma,

Como un príncipe encantado

En un castillo de fantasía…


Ahora que mi sangre bulle, virgen y pródiga,

De anhelos y júbilos ilesos como un volcán

Apasionado, de lágrimas y besos…


Ahora que en mi espíritu vuelan

Con afán estrepitoso, cien mil palomas blancas,

Con ramos de olivo en sus picos

Para coronar de paz y de victoria

El mundo entero…


Ahora que estoy de ti enamorado,

¡tómame si quieres!

2.-EL COLOR DE LAS HORAS


Hay horas de todos los colores

Que marcan nuestra vida

En el corazón del tiempo.


Horas grises,

Cuando el pesar nos hiere

Con su aguijón de sales

En las niñas de los ojos.


Horas azules,

De meditación y de éxtasis profundos

Cuando creemos encontrar a Dios

En el rostro de la compañera

Que se sienta con nosotros a estudiar

La tremenda lección de matemáticas;

A leer

La carta del hermano ausente;

A recordar la vida, corta en años,

Pero larga en sueños y añoranzas.


Horas rosadas,

Como pétalos de rosa estremecidos

Por el tímido celaje

Del alba inmaculada que nos abre

Las puertas de la vida, cuando nos entregamos

con avaricia de niños consentidos

a soñar el porvenir.

3.-ESPERAR QUE TÚ REGRESES

Crees tú,

Que yo he de perdurar aquí

Con el cristal de mi alma herido

Como una golondrina

Con el ala lastimada?

Cómo me asalta el temor

De la temprana muerte

De un amor

En la distancia escondido.


Y ¿qué habrá, me pregunto con angustia,

Más allá

De la lividez y el silencio de los muertos,

Y más acá

De la esperanza incierta de una promesa

Cargada de triste lejanía?

Oye mi súplica, guarda mi sueño,

Responde a mi cariño,

Oh, tú,

Por quien mis horas develan años

Y mi vida se prolonga al infinito

Esperar que tú regreses.

4.-TE EXTRAÑO, AMOR.

Heme aquí amaneciendo

Junto al mar salobre

De mi soledad inmensa.


La extensión ilímite de soñar

Me ha dejado huérfano

En las arenas de la orilla.


Ya no habrá paz,

Me dice al oído la canción del oleaje.

La espera me tortura el alma

Y la esperanza se me agota

En los labios resecos

De tanta ilusión nacida

En el humus de mi propia vida.


Prefiero no mirar

La distancia que de la tierra prometida

Me separa,

Y cerrar los ojos

Para creer que Dios me dará la mano

Para ir a ella

Cuando la plenitud del amor

Haya llegado.


5.-HUNZA, MI PLEGARIA

Cuando estamos a la orilla

Se nos ocurre

Mirarnos en las aguas

Del remanso.


Y suspiramos,

Nuestra imagen

De niños mimados por el silencio

Repleto de luz

En las mañanas azules del campo,

Se ha de romper

En diminutos cristales, fundidos,

En arcoíris de sol

Con el rodar de las aguas del río

Al abismo,

Hunza, Dios mío,

¿Tan breve ha sido

Nuestra morada en la dicha?.


6.-SOLEDAD

Yo quise

Quedarme contigo una tarde

A escanciar el sol entre sonrisas,

De cidrón y de romero,

A las puertas de tu casa,

Mas nadie vino a estar conmigo

Al pie de los viejos rosicleres,

Los mirtos y las chocas.

Nadie vino…


Yo solo me he quedado,

Solo,

Sufriendo sin testigos

La nostalgia del mar

Que llevo al fondo.


7.-HAY EN TI

Hay en ti

La mujer que ha tendido el puente

A la otra orilla de mi destino;

La novia que me ha llenado el alma

De verbenas y de sueños;

La amante que ha conquistado

La geografía de mi cuerpo;

La madre que ha envuelto

Mi desnudez con su ternura;

La amiga que ha escuchado

Con dedicación mis quejas;

La compañera que ha hecho conmigo

La mayor parte del camino;

Hay en ti,

Un canto de vida a cuatro voces;

Hay en ti,

Una noche de luna llena

Con un amanecer de golondrinas;

Hay en ti,

Una casa repleta de geranios,

Con un balcón de astromelias;

Hay en ti,

El abrazo de la tierra

Y el tibio besar del mar;

Hay en ti,

Un suave temblor de alondra;

Hay en ti,

La otra mitad de mi existencia.


8.-SOY EL MISMO

Sí, es cierto,

Mis años han cambiado

Y se nota su paso de afán

Sobre mi piel.


Hoy tengo más años

Y menos sueños que ayer;

En el pozo de mis ojos

Hay menos luz,

Y mis manos se han hecho

Cada día un poco más torpes

Para manejar los hilos enredados

De este mundo;

Pero por dentro soy el mismo

Tímido y rebelde

De aquellos días en los que

Las margaritas se desojaban solas

En el abanico de tus dedos.


9.-AQUELLOS DÍAS

Eran días plenos

De canción y ensueño;

Adolescencia de perfume

Y pedrería,

Cuando entre libros y cuadernos

El amor llegaba

Con espada de fuego, desnuda

Y reluciente,

A luchar cuerpo a cuerpo

Con el ángel de la guarda

En las puertas del paraíso terrenal

De tu niñez,

Donde bien pronto habrías de caer

Vencida en la arena rosada

De tu corazón en flor.


10.-DESPEDIDA

De algún lugar del mundo sale

La tímida mariposa;

Ella quiere bañarse en el mar de oro

De la espléndida mañana.


Y de paso, besar la flor del diente león

Que acaba de desplegar sus banderas amarillas

De pletórica juventud.


Al día siguiente,

La flor habrá volado hecha vilanos,

Y la mariposa

Se habrá dormido con el sol en el ocaso.


La soledad de un escritor.

Luego de tres décadas nos reencontramos con este escritor, y no fue precisamente cara a cara o en una tienda. Fue por Facebook con sus oportunos y certeros comentarios a mis historias difundidas en este blog.

Luego de dos años de estar conectados como dicen los jóvenes hoy, acordamos encontrarnos con motivo de los 50 años del Colegio Don Bosco en la Belleza, Santander, Colombia,  el pasado mayo de 2015; pero él no se hizo presente. Lo comprendí. Dio al colegio 20 años de su vida y otro tanto a escudriñar y escribir la historia de la población y del mismo colegio, plasmadas en dos libros, los cuales, aunque él, los envió a algún maestro para su difusión, estos prevalecieron en los anaqueles del olvido. Y así como su vida y su obra, no fue referenciada en acto alguno en el marco de la celebración de los cincuenta años del colegio Don Bosco; decidí visitarle en su escondite, en Portofino, en Florida, Santander. Y de esta conversación con el sabor de un par de molidos, un café y un buen pedazo de queso de hoja bellezano, resultó este relato, hoy colgado en este blog con varias intenciones: que los lectores se engolosinen leyéndolo y lo compartan; interesar a los futuros administradores del municipio de la Belleza para que con fondos de la educación patrocinen la segunda edición de la MONOGRAFÍA de la municipalidad, para tocar en alguna puerta de casa de la cultura de la provincia de Vélez para que patrocine la publicación de un libro sobre las costumbres y tradiciones de la región; para interesar a alguna editorial para que conozca y valore el trabajo literario que tiene Pedro Antonio Mateus Marín, y lo ponga en el mercado editorial que en Colombia sigue creciendo entre los jóvenes hambrientos de novelas y cuentas con temas recientes y de interés nacional. Y una ultima intención, que los maestros asuman que en las aulas pululan dramas dignos en convertir en literatura.

  

 

San Gil, junio de 2.016

                                                      NAURO TORRES Q. 

jueves, 13 de agosto de 2015

María escondió sus pecados en una cueva.

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La violencia en Colombia no tiene sexo, ni edad, tampoco religión ni compasión. La violencia es como el lobo, dijo el poeta nicaragüense, Rubén Darío,  en el poema “El hermano lobo”:

bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbio, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertos y daños.


Si, la violencia sigue devorando al colombiano del pueblo y del campo, unos por la que sufrimos hoy, y otros, por la que sufrieron ayer antes o después de nacer, es como si el colombiano naciera con la levadura del mal.

Esa guerra que cazaron los políticos de los cuarenta del siglo pasado, inició su vergonzosa bestialidad en el 46 cuando los mismos liberales radicales derrotaron en las urnas a Jorge Eliecer Gaitán, y posteriormente con su magnicidio,  los mismos liberales tomaron sus machetes y armas y se vinieron lanza en ristre contra los conservadores acusados de patrocinar la muerte del líder social ese 9 de abril conocido como el bogotazo, dividiendo los campos de Colombia entre los godos y los cachiporros.

Los segundos, nacidos en la vereda Cristales del municipio de Jesús María, Santander, Colombia, treparon las lomas desplazando a los godos que habitaban las bajas veredas del vecino municipio de Sucre; quienes se aferraron a la pobreza de sus ranchos fueron descabezados con machete, y muchos de los que huyeron por los improvisados caminos de colonización, cayeron acribillados por las balas que vomitaban a mansalva los matorrales de las lomas contra los inocentes vallados por los que huían despavoridos familias enteras con sus críos tratando de alcanzar las cimas de los montes fríos o las selvas sudorosas de las tierras calientes por colonizar a la espalda de la cordillera de los cobardes que nos divide a los santandereanos de las breñas y a los santandereanos de las fértiles tierras del Magdalena medio.


María vio morir a su padre degollado y exhibida su cabeza en un chuzo de palo en el camino que desde la vereda terminaba en el casco urbano de Jesús María trepando senda arriba tratando de alcanzar las nubes testigas silenciosas de la violencia entre hermanos originada en la década ultima del moribundo siglo XIX que pasó a la historia por tener Santander el único presidente desde la independencia.

.

María vio como hombres sin pasamontañas pero con ruanas y sombreros se turnaban sobre el cuerpo indefenso y postrado de su progenitora, mientras la madre, impávida, gritaba a su pequeña hija que corriera sin descansar camino arriba a las veredas que viven en coito permanente todas las mañanas con las nubes en la cresta de la cordillera de los cobardes, que vista desde Boyacá, pareciera que es limite entre este mundo y el otro.

Ella, no supo cuanto recorrió. Solo recuerda que fue parte del día en que su familia dejó de serla por culpa del color azul y rojo de los partidos políticos en disputa en el país consagrado al Corazón de Jesús, y toda la noche por una trocha desconocida hasta quedar exhausta, al amanecer, en una ladera cerca a un rancho de la vereda Cuchina 2 del municipio de Sucre, en ese entonces, el mas extenso de Santander, cuyas tierras vírgenes fueron dadas por el Estado a los comandantes y soldados  sobrevivientes de la guerra de los Mil Días como contraprestación a los servicios al pedazo de  Nación conservadora de principios del siglo XX.

 

María fue socorrida por una familia del rancho a la vera del camino que unió, cual bejuco, a las lomas frías con las tierras cálidas de las vegas del rio Cuchinero que nutre el Suarez en tierras de Puente Nacional. Brindaron comida y calor humano, mientras aprontaban la bestia que cargaría las pocas pertenencias y trastos, para coronar la cúspide de la montaña y adentrarse en ella, en búsqueda de tierras para volver a empezar la chacra y  construir el rancho distante de la violencia partidista que se acrecentaba entre los liberales y los conservadores.

 

Esta familia desplazada, compuesta por los esposos y dos guambitos, acogieron a María. La convirtieron en niñera. Los cinco, luego de aprontar el piquete, arriar una vaca parida, una oveja y un can, tomaron camino hacia la Alta Mira, cerro tutelar del que se desprenden afluentes del rio Horta y la quebrada que le canta a las ventanas de Tisquizoque que adornan el acceso al casco urbano de Florián, región de Santander que esta entre las piernas del departamento de Boyacá poblado por liberales desde su colonización.

 

Hacia la hora nona llegaron a la ranchería del destino levantada a muñeca y brazo por una familia amiga que  se había desplazado antes y que trabajaba como aparcera en la hacienda La Moravia de propiedad de los Morales, predio extenso en proceso de conformación de praderas. Los Morales venían de Sucre y tenían extensas tierras que logaron convertirlas en productivas con el sudor de numerosas familias arrendatarias que iban llegando desplazadas por la violencia partidista, y fue en esa misma hacienda donde la familia recién llegada, encontró un lugar donde erigir el rancho, hacer huertas y tener una vida distante  de los rojos.

La niña María creció poniéndose volantona y guapa, siendo reclutada por la doña de la Hacienda para los oficios domésticos. Así como le aumentó el oficio y las responsabilidades, crecieron sus corpiños y sus perniles que lucían voluptuosos y misteriosos en  armonía con una cara de tez blanca y ojos verdes con una cabellera color miel que siempre estaba escondida en una gruesa moña que servía de cabeza para el sombrero negro que usaba cuando debía ir a recoger los terneros para el ordeño de cada mañana siguiente.

Sin padres, sin hermanos, sin familiares, sumisa, trabajadora y semejante a  flor de lis por su pureza corporal y espiritual, se convirtió, sin que ella lo percatara, en un objeto deseado por el hijo del patrón y jornaleros. Un domingo, cuando los patrones se habían ido al poblado mas cercano a misa, la abandonada María, fue virginalmente poseída por el hijo intermedio de los dueños de la tierra. Ella, en su inocencia, fue despojada de sus escasas vestiduras que cubrían sus intimidades, y como si se hubiese tomado un chocolate recién bajado del fogón sintió dolor y ardor dentro de su vulva, nunca contemplada, ni por ella misma. 

El hijo intermedio de los hacendados, simuló un ternero criollo, que por su misma naturaleza, es precoz y veloz. María la huérfana, María la muchacha del servicio, viendo sus ropa interior y sus inocentes piernas untadas de sangre, se acordó del momento en que los encapuchados degollaron al padre colocando su cabeza sobre un palo a la vera del camino, y sin pensarlo, desgarró sus calzones y los quemó por ser de color azul claro como el cielo a la hora del piquete diario.

 

Y como entonces, corrió y corrió por las praderas hasta las peñas que enmarcaban los pastizales, buscando refugio en ellas hasta el atardecer, cuando se acordó que tenía que cumplir la tarea diaria de recoger los terneros para que las vacas, al otro día, dieran tanta leche para llenar cinco cantinas de cincuenta y cinco litros. La patrona le recriminó la tardanza acusándola de estar coqueteando con alguno de los peones de la finca.


Transcurría el primer trimestre del 49, tiempo en  que el odio entre azules y rojos se tomó los corazones de los habitantes de los poblados y campos colombianos, casándose intrigas, peleas y muertes por el simple hecho de pertenecer a uno u otro de los partidos políticos en disputa.  

Los rojos colonos de las tierras de antaño, dominio del cacique Tisquizoque, treparon las lomas buscando a los azules que se habían asentado en fértiles tierras por las que transcurría el rio Moravia, quemando a su paso oscuro y nocturno, el incipiente caserío de iniciativa de algún soldado azul desplazado de una de las Chúchinas  veredas de Sucre. Los colonos sencillos, aparceros y propietarios, hacendados y pequeños propietarios, se unieron al filo de la peinilla para defender sus vidas, sus familias, sus tierras y sus labranzas.

Los filos se convirtieron en las líneas divisorias entre los bandos en disputa, y tantos los unos, como los otros, hacían guardia de día y de noche para impedir que los unos invadieran las tierras, ahora separadas por los filos. 

Los ataques a las casas de las  familias  ocurrían en las noches, y mientras hubo incertidumbre, odio y pelea, las mujeres de uno u otro bando dormían en guaridas desplazando a los búhos, a los guaches y  murciélagos, amos de la oscuridad y el misterio que desde tiempos de Matusalén, viven en las capillas que la madre naturaleza ha venido caprichosamente tallando en el silencio del tiempo.

 

La barriga de María empezó a abombarse, así como el susto de los habitantes de las regiones campesinas habitadas por unos y por los otros. La doña de la hacienda habló con María prometiéndole  continuar con el trabajo si se iba de la casa, hecho que coincidió con las noches aciagas en que muchas madres con sus hijos dormirán en las cuevas de la Peña Bonita. 

María, al igual que otras del genero, por muchas noches, fue a dormir en las cuevas escondidas entre  las columnas finalizadas en el cenit como testigas de los cambios climáticos. Ellas, se elevan al cielo con un sombrero verde posado sobre roca caliza que, al contemplarse desde lejos semejan capas de galletas puestas armoniosamente una sobre la otra como para contar los siglos transcurridos desde la erupción.

 

El conflicto disminuyó y las mujeres volvieron a dormir con sus esposos e  hijos en sus casas de tabla y zinc; pero María convirtió una de esas cuevas en su hogar. Allí, sola, cual juagara tuvo sola su primer hijo, y como armadilla salía a trabajar en lo que se le apareciera, retornando a la anochecer con comida para su primer cachorro, que   se relacionó con los animales del bosque. Un par de años después María quedó embarazada de un peón, y en esa época,  el tener un hijo sin padre conocido, era un pecado y una vergüenza social, y esta vez, actuó como la primera, fue madre y partera a la vez.  Y esta segunda criatura, creció en el mismo entorno que el primero, y con la prohibición de María, que tanto de día como de noche no podían alejarse de la cueva.

 

La violencia partidista obligó a los campesinos de uno y otro bando a exigir a sus elegidos al congreso  la apertura de vías carreteables, las cuales construyeron sobre los caminos, y las mulas  fueron reemplazadas por camiones y los caballos por un bus viejo que hacía la línea desde la Belleza cada día hasta Barbosa, Santander.

Jacobo y Guarrús se hicieron niños, y como todo niño curioso, donde oían ruido allí acudían a constatar que lo originaba. Un atardecer Jacobo no regreso a la cueva, y en la noche, María preguntó a su hijo menor sobre la suerte del hermano mayor, pero como el niño solo balbuceaba, indicó a la madre el sendero por el que había partido Jacobo. Al día siguiente María puso al hijo menor a buscar por el sendero al  hermano mayor, pero no lo encontró.  De regreso a la cueva, Guarrús caminó por las laderas y  encontró una trocha ancha, pelada de pasto pero poblada de piedras pequeñas y tierra; era tan ancha y tan larga que salía de una cúspide de la montaña y se descolgaba paralela al rio Moravia, que tomó la decisión de caminar por ella de arriba hacia abajo como bajándose de un árbol.


Jacobo había hecho la misma ruta, sin que Guarrús lo supiera. Jacobo fue alcanzado por el destartalado bus que hacia todos los días el recorrido de diez horas entre los poblados de Barbosa y La Belleza, y el dueño del bus, al ver al niño solo y  viniendo la noche, recogió al niño y lo dejó a su suerte en el casco urbano del pueblo escondido levantado con hacha y azadón. A Guarrús lo recogió el camionero del pueblo que tenía un Ford 54 color verde con el cual hacía tres recorridos dobles cada semana con ganado o madera hasta Jesús María. El segundo hijo de María también fue abandonado a su suerte en el mismo poblado.


Algunas señoras caritativas del pueblo,  al ver al niño Jacobo, alto y esbelto, callado y obediente, lo vestían con ropas de paño, camisa blanca y zapatos negros; y una que otra matrona, algunas veces le ponían corbata roja, recordando a quien lo viera, que era alto, mudo, esbelto y liberal, convirtiéndolo en espantapájaros de burla  de los niños de la escuela como del colegio con nombre de santo italiano con apellido Bosco. Jacobo  se hizo joven, adulto y viejo en las calles improvisadas del casco urbano del pueblo fundado por liberales y desarrollado por conservadores. Guarrús tiene una estatura menor que Jacobo, goza de una tez trigueña que brilla a la luz por los ojos verdes protegidos por una cejas pobladas que armonizan el rostro del niño, el joven y el viejo, que al igual que Jacobo, desde que llegaron como pasajeros sin tiquete de regreso, fueron convertidos por los pobladores en los bobos del pueblo. A Jacobo y Guarrús los conocí por treinta meses siendo maestro en la década del setenta en ese lugar. Cuarenta años después regresé encontrando la metamorfosis que habían logrado los habitantes en menos de cincuenta años de ser municipio. No encontré a Jacobo, ni supe de su suerte, pero buscando entre calles encontré a Guarrús, quien fue mi invitado a desayunar en la casa de mercado de un domingo de la tercera semana de mayo de 2015.

SAM_5308 Guarrús, el hijo de María. mayo 15 de 2015

Así como es  común  en Colombia el nombre María, de la suerte de la protagonista de esta historia nadie me supo decir, igual que tantas Marías que en barrios de pueblos y ciudades las dejan embarazadas muy niñas, abandonadas a su suerte olvidada, pero abusadas en silencio por supuestos varones que engendran a niños  condenándolos al desamor y al desarraigo social empujándolos al ostracismo y a la burla mordaz e inclemente de seres que olvidan, o no saben, que somos, en buena parte el resultado del entorno social.

 

Cada bobo del pueblo y cada desechable de la ciudad, son personas que tienen su historia oscura y silenciosa tejida bajo  las cobijas o el techo de una casa que nunca fue un hogar. Si hubiese humanos sensibles dispuestos a escudriñar y escuchar, en vez de burla o indiferencia, brindaran amor, las formas de violencia disminuirían bajo el cielo azul de las tierras colombianas.

La Margarita, julio 7 de 2015.

La vaca pintada no pinta, pero hay que pintar hasta lograrlo.

 

El trabajo es un valor que se siembra en el alma de las personas que nacemos en el campo, así crean los citadinos que quienes tenemos el moquete de “campeches”, somos brutos, iletrados, burdos, y además, torpes y pobres que nos gusta vivir de los subsidios del Estado, y en las elecciones recibimos tejas de zinc por nuestro voto.

Es en los campos que conforman las cordilleras colombianas en los que los campesinos, al son de la carranga bailamos con el azadón y movemos las manos cual bailarín de ballet para llenar en un santiamén los catabros con café, o las cantinas con el ordeño, o los costales con las legumbres, cereales u hortalizas para llevar a las ciudades y recibir a cambio ínfimos pagos por los productos, sin los cuales, no habría vida en las urbes que siguen expandiéndose como lodo en las crecientes de los ríos, para en menos de medio siglo, convertir a Colombia en un país de regiones con ciudades pobladas por seres humanos que no se conocen ni se hablan, a pesar de vivir separados por paredes de cemento en viviendas similares a cajas de fosforo arrumadas una encima de otras.

Es en el seno de la familia campesina donde se forjaron con el amor de unos padres que veían la unidad en la pareja-entiéndase la unión de un varón con una mujer- como la primera escuela en la formación de los hijos. Era en el seno de esos hogares donde se infundía el amor a Dios, el amor a los padres y a la familia, el amor a la patria chica y grande, el amor a la tierra y lo que hay en ella, el amor al trabajo, al ahorro y gusto por hacer siempre las cosas bien.

Lidia fue la hija mujer de un hogar con dos hermanos y una adoptada. Fue formada bajo el amor complaciente de un padre que enseñaba con amor y la rigidez de una madre que a sus 85 años sigue creyendo que la letra con sangre entra usando como recursos pedagógicos, el rejo, el garrote, las cachetadas, las ollas, los platones, los gritos y los insultos. Pero en ambos progenitores hubo unidad en la formación de valores.

El trabajo honesto y responsable como único recurso para derrotar a la pobreza acompañado del ahorro  y la inversión. La fraternidad, la solidaridad y la ayuda mutua como liga en la vida comunitaria. El respeto a Dios, a los mayores, a las instituciones, al medio  y a la autoridad.  La unidad de los padres se dio también en la delegación del trabajo; los varones se encargaban de la finca y los ganados, y las mujeres de los oficios de la casa, el arreglo de la ropa y las ventas en la tienda o en las busetas los dias de mercado.

Pero a ellos como a ellas se les reconocía el trabajo de la misma forma. Se les permitía tener una polla, un cerdo, unos conejos o una ternera con cuyos animales se iniciaba el capital semilla para el patrimonio personal.

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Con la venta de moras nativas, Lidia logró comprar su primer cerdo que empezó a levantar y engordar con empeño. Los cerdos sueltos se acostumbran a comer los sobrantes de la cocina, de la tienda y de las huertas.

 

Campesino que se respete le pone nombre a sus animales. Lidia no fue la excepción. Pirulo fue el nombre que le puso a su primer semoviente comprado con el sudor del trabajo de niña. Por ser la hija mayor tenia el derecho de usar el suero luego de procesar la cuajada para las almojábanas, que ella recogía sin desperdiciar, y a la mañana siguiente, daba a pirulo como desayuno. Pero en las zonas cafeteras en la época de la cosecha, así como se trabaja, se gana. Y los recogedores del grano, el fin de cada semana no dejan de tomarse sus amargas en la misma tienda del patrón. 

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La madre de Lidia desde que llegó como esposa de un nativo a la vereda, organizó una tienda al frente de la existente en la casa de la suegra, y en ella, la venta de cerveza era la esperanza de quienes bajo la escusa de sed se pasaban de copas los fines de semana. Y en el campo, nada se crea, nada pierde, todo se transforma, y los cunchos de cerveza era un banquete para pirulo. Lidia deseaba engordar rápido el cerdo para venderlo un martes en Saboyá y comprarse, luego, una cerdita a la que llamaría pirula.

Una mañana de un  lunes de octubre dio de desayuno a pirulo un buen baldado de suero del escurrido de la cuajada del día anterior, que el cerdito bebió con el gusto de  quien tiene guayabo y aplica el refrán “ a mordedura de perra, pelos de la misma perra”. 

 

Y  luego del piquete, y hecho el aseo en la casa, Lidia llevó a pirulo las sobras de las botellas de cerveza que escurrió, que pirulo, como todo garoso, se bebió de un respiro.

 

El marrano bien lleno se echó debajo del payo a dormir y no se volvió a levantar sino para pelarlo y salvar las piernas y las costillas.

 

Pirulo tuvo una muerte feliz como efecto de la mezcla del suero y la cebada fermentada, hubo una bomba en su estomago y murió “reventado”. Y cual papaya que cae del palo, los sueños de Lidia, quedaron en el piso.

El padre supo comprender el dolor que Lidia sentía por la muerte súbita de pirulo, mientras la madre se alegraba por lo sucedido ante la ambición de la hija de hacer un capital desde muy niña.

 

Por esa razón en el diciembre siguiente la vaca cachona parió una linda ternera blanca orejinegra y se la dio como regalo a la hija para reponer a pirulo.

 

Cual niña que en la ciudad le regalan una barby, Lidia agradeció el detalle del padre amoroso, y le puso el nombre de la pintada. La pintada creció rápido y se hizo novilla y a los 30 meses dio cría otra ternera con iguales pintas; pero con la mala suerte que la novilla parió en una falda rodándose con la cría muriendo cuando hacia el trabajo de parto.

La vaca pintada no pinto, y desde entonces, Lidia comprendió el mensaje de su padre; el ganado, ganado es, pero no todos nacieron con la fortuna de ganar con el ganado.

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Y desde entonces, ella, Lidia pinta en el cuaderno vacas de colores para contarle a sus hijos la suerte de pirulo y la vaca pintada, insistiendo que cada quien nace con una estrella, la magia esta en identificar la estrella; y la de ella, fue el transporte urbano; y desde entonces una buseta pare otra buseta, y a así sucesivamente, dejando entrever en cada  una de ellas el amor por el campo al decorar cada automotor con un tono del verde.

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...