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jueves, 13 de agosto de 2015

La vaca pintada no pinta, pero hay que pintar hasta lograrlo.

 

El trabajo es un valor que se siembra en el alma de las personas que nacemos en el campo, así crean los citadinos que quienes tenemos el moquete de “campeches”, somos brutos, iletrados, burdos, y además, torpes y pobres que nos gusta vivir de los subsidios del Estado, y en las elecciones recibimos tejas de zinc por nuestro voto.

Es en los campos que conforman las cordilleras colombianas en los que los campesinos, al son de la carranga bailamos con el azadón y movemos las manos cual bailarín de ballet para llenar en un santiamén los catabros con café, o las cantinas con el ordeño, o los costales con las legumbres, cereales u hortalizas para llevar a las ciudades y recibir a cambio ínfimos pagos por los productos, sin los cuales, no habría vida en las urbes que siguen expandiéndose como lodo en las crecientes de los ríos, para en menos de medio siglo, convertir a Colombia en un país de regiones con ciudades pobladas por seres humanos que no se conocen ni se hablan, a pesar de vivir separados por paredes de cemento en viviendas similares a cajas de fosforo arrumadas una encima de otras.

Es en el seno de la familia campesina donde se forjaron con el amor de unos padres que veían la unidad en la pareja-entiéndase la unión de un varón con una mujer- como la primera escuela en la formación de los hijos. Era en el seno de esos hogares donde se infundía el amor a Dios, el amor a los padres y a la familia, el amor a la patria chica y grande, el amor a la tierra y lo que hay en ella, el amor al trabajo, al ahorro y gusto por hacer siempre las cosas bien.

Lidia fue la hija mujer de un hogar con dos hermanos y una adoptada. Fue formada bajo el amor complaciente de un padre que enseñaba con amor y la rigidez de una madre que a sus 85 años sigue creyendo que la letra con sangre entra usando como recursos pedagógicos, el rejo, el garrote, las cachetadas, las ollas, los platones, los gritos y los insultos. Pero en ambos progenitores hubo unidad en la formación de valores.

El trabajo honesto y responsable como único recurso para derrotar a la pobreza acompañado del ahorro  y la inversión. La fraternidad, la solidaridad y la ayuda mutua como liga en la vida comunitaria. El respeto a Dios, a los mayores, a las instituciones, al medio  y a la autoridad.  La unidad de los padres se dio también en la delegación del trabajo; los varones se encargaban de la finca y los ganados, y las mujeres de los oficios de la casa, el arreglo de la ropa y las ventas en la tienda o en las busetas los dias de mercado.

Pero a ellos como a ellas se les reconocía el trabajo de la misma forma. Se les permitía tener una polla, un cerdo, unos conejos o una ternera con cuyos animales se iniciaba el capital semilla para el patrimonio personal.

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Con la venta de moras nativas, Lidia logró comprar su primer cerdo que empezó a levantar y engordar con empeño. Los cerdos sueltos se acostumbran a comer los sobrantes de la cocina, de la tienda y de las huertas.

 

Campesino que se respete le pone nombre a sus animales. Lidia no fue la excepción. Pirulo fue el nombre que le puso a su primer semoviente comprado con el sudor del trabajo de niña. Por ser la hija mayor tenia el derecho de usar el suero luego de procesar la cuajada para las almojábanas, que ella recogía sin desperdiciar, y a la mañana siguiente, daba a pirulo como desayuno. Pero en las zonas cafeteras en la época de la cosecha, así como se trabaja, se gana. Y los recogedores del grano, el fin de cada semana no dejan de tomarse sus amargas en la misma tienda del patrón. 

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La madre de Lidia desde que llegó como esposa de un nativo a la vereda, organizó una tienda al frente de la existente en la casa de la suegra, y en ella, la venta de cerveza era la esperanza de quienes bajo la escusa de sed se pasaban de copas los fines de semana. Y en el campo, nada se crea, nada pierde, todo se transforma, y los cunchos de cerveza era un banquete para pirulo. Lidia deseaba engordar rápido el cerdo para venderlo un martes en Saboyá y comprarse, luego, una cerdita a la que llamaría pirula.

Una mañana de un  lunes de octubre dio de desayuno a pirulo un buen baldado de suero del escurrido de la cuajada del día anterior, que el cerdito bebió con el gusto de  quien tiene guayabo y aplica el refrán “ a mordedura de perra, pelos de la misma perra”. 

 

Y  luego del piquete, y hecho el aseo en la casa, Lidia llevó a pirulo las sobras de las botellas de cerveza que escurrió, que pirulo, como todo garoso, se bebió de un respiro.

 

El marrano bien lleno se echó debajo del payo a dormir y no se volvió a levantar sino para pelarlo y salvar las piernas y las costillas.

 

Pirulo tuvo una muerte feliz como efecto de la mezcla del suero y la cebada fermentada, hubo una bomba en su estomago y murió “reventado”. Y cual papaya que cae del palo, los sueños de Lidia, quedaron en el piso.

El padre supo comprender el dolor que Lidia sentía por la muerte súbita de pirulo, mientras la madre se alegraba por lo sucedido ante la ambición de la hija de hacer un capital desde muy niña.

 

Por esa razón en el diciembre siguiente la vaca cachona parió una linda ternera blanca orejinegra y se la dio como regalo a la hija para reponer a pirulo.

 

Cual niña que en la ciudad le regalan una barby, Lidia agradeció el detalle del padre amoroso, y le puso el nombre de la pintada. La pintada creció rápido y se hizo novilla y a los 30 meses dio cría otra ternera con iguales pintas; pero con la mala suerte que la novilla parió en una falda rodándose con la cría muriendo cuando hacia el trabajo de parto.

La vaca pintada no pinto, y desde entonces, Lidia comprendió el mensaje de su padre; el ganado, ganado es, pero no todos nacieron con la fortuna de ganar con el ganado.

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Y desde entonces, ella, Lidia pinta en el cuaderno vacas de colores para contarle a sus hijos la suerte de pirulo y la vaca pintada, insistiendo que cada quien nace con una estrella, la magia esta en identificar la estrella; y la de ella, fue el transporte urbano; y desde entonces una buseta pare otra buseta, y a así sucesivamente, dejando entrever en cada  una de ellas el amor por el campo al decorar cada automotor con un tono del verde.

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