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jueves, 16 de junio de 2016

Joselyn Aranda, el de el Común.



En esta sociedad competitiva, centrada en el tener y el acumular, personas que tengan como fundamento ético el trabajar para servir sin condición, son escasas y el toparse con alguna de ellas, es como hallar un aguja en un pastal. Pero ese fundamento ético se amalgama en el hogar, se mezcla en el entorno y se acrisola en el trabajo.
 
La mayoría de  sacerdotes y  las religiosas optan como profesión el servicio a las personas que están al frente, al lado-el prójimo-; pero hay corrientes eclesiales que determinan que el prójimo es aquella persona que sufre necesidades corporales, incluso espirituales, así no estén al frente o al lado, pero que despiertan solidaridad en quienes creen en los postulados de Jesús, de Buda y otros iluminados que estuvieron en la tierra para enseñar la razón de la existencia humana: la felicidad.

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Joselyn Aranda  Cano es un laico que ha dedicado su vida a servir a los demás, inicialmente como educador, luego como promotor social y en los últimos 18 años como líder social de la causas reivindicativas campesinas, de la defensa y promoción de los derechos humanos y ciudadanos y un hortelano de la paz. Trabajo que estuvo realizando desde la Coordinadora de organizaciones campesinas del Sur de Santander: EL COMUN con sede en San Gil, Santander, Colombia. 


Joselín fue un apoyo y un orgullo para sus padres.

Siendo adulto, y luego de hacer unos ahorros y recibir el apoyo de sus padres y hermanos, se fue al instituto de liderato social de El Páramo, Santander, a terminar la primaria. Allí en esa institución de la Diócesis de Socorro y San Gil pero dirigida por sacerdotes vicentinos, fue animado y apoyado a iniciar estudios secundarios en el Instituto de liderato social de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o de bachillerato y fue formado como agente de pastoral social con claros conocimientos en la producción agrícola y pecuaria. Se hizo bachiller técnico en el Instituto Técnico de Pamplona, vinculándose desde 1980  a SEPAS de San Gil, cuyo director ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/06/ramon-gonzalez-parra-gestor-de-un.html) le asignó la misión de despertar y aglutinar a los jóvenes del campo en una organización de jóvenes rurales que tres años después logró vida jurídica con el nombre de AJUSAN con cuadros en cada parroquia de las provincias guanentina y comunera compartiendo liderazgo con otros jóvenes con reconocido nombre en el tiempo: Luis Eduardo Figueroa, Filemón Solano y Manuel Mejía Buenahora.

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Esta fotografía expuesta en uno de los corredores del Instituto de Liderato social de El Páramo tomada en 1977 en una semana de estudios de la doctrina social de la Iglesia en la que participaron los docentes y alumnos del Instituto de Zapatoca liderados por los el extinto obispo  de la Diócesis de Socorro y San Gil, Ciro Alfonso Gómez y los sacerdotes Ramón González Parra-director de SEPAS- y su hermano Samuel- rector del Instituto de Zapatoca-, Cesar Flaminio Rosas, salomón Pineda y Jorge Jiménez y Gustavo Martínez Frías, estos dos últimos los nombraron arzobispos posteriormente. En la primera fila, de izquierda a derecha, esta el joven Joselin Aranda Cano, conocido como “el mono”. Todas las personas fueron agentes de pastoral, quienes con su labor, gestaron en el sur de Santander todo un movimiento social y tejieron desarrollo conformando cooperativas de ahorro y crédito gestando un cambio social y cultural que sigue siendo estudiado por universidades nacionales e internacionales como un fenómeno de cambio cambio cultural y como un modelo para restablecer la paz en zonas de conflicto.(fotografía del archivo del Instituto del Páramo 1977).


Joselín es un escudero de la familia.

Joselyn nació en la vereda San Ramón del municipio de Guadalupe, Santander un año después del surgimiento de las Farc como grupo de autodefensa campesina; nació el día del calendario gregoriano, el  11 de mayo de 1951; sus padres, José del Carmen Aranda Y Josefina Cano le dieron compañía al mono como le llamaban con 9  hermanos, Ricaurte, Benedicto, Juan de la Cruz, Carmen Julia, Margarita, Querubín   y Elpidia. Compañía en su niñez y juventud  y desde 1996, en la adultez, cuando  fue diagnosticado y tratado de una enfermedad que ahora- 20 años después-  lo tiene en cuarentena en la FOSCAL, en Bucaramanga,  la cual se reactiva luego de algunos años de relativa quietud sin manifestación preocupante.


En 1977 su  hermana Elpidia, luego de una recuperación lenta y tranquila de una cirugía de corazón abierto para dejarle el musculo con marcapasos, se trasladó a San Gil a acompañar a Joselyn en una recaída. Como toda mujer nacida en el campo jugando con el trabajo, llegó a la residencia del representante legal de EL COMUN y empezó a limpiar, asear y lavar cuanto chiro, trasto o vasija encontró. Creyendo en no recargar con el volumen y el peso la lavadora, se dio a la tarea de lavar las cobijas a mano y entre un platón, y tal vez pensando en su progenitora que la apuraba con los oficios del hogar; sin escurrir las cobijas, las sacó para colgarlas en la cuerda a  secar, pero el esfuerzo y la fuerza que hizo le descompuso el marcapasos y murió en el patio de la casa de Joselyn.

El sacerdote Samuel González Parra, fue quien lo convenció de ir a iniciar el bachillerato en el Instituto de Zapatoca.


El guadalupano luego de dejar estructurada y financiada a AJUSAN y con proyectos en desarrollo como el fondo de crédito rotario para grupos juveniles, le entregó el liderazgo a los jóvenes Filemón Solano y Luis Eduardo Figueroa para convertirse en el tesorero de EL COMUN por tres años seguidos, y luego en 1996, en el representante legal de la misma coordinadora de organizaciones campesinas cuya dignidad se llamó desde el 2000, dirección ejecutiva, cargo que ostentó hasta el 2014 para entregárselo por elección a la señora Edelmira Hernández.


El radio de acción de la labor de EL COMUN liderada por Joselyn cubrió parte de otras Diócesis en Santander. Logró apoyo financiero de MISEREOR por varios años gracias a la confianza del obispo Jorge Leonardo Gómez Serna, y quienes le sucedieron, le suspendieron el visto bueno para seguir obteniendo apoyos de los cristianos alemanes; pero dada su experiencia y roce nacional e internacional en el campo social, logró conseguir aprobación y financiación de un proyecto de desarrollo agroecológico para las parroquias de Guadalupe y Confines con el apoyo de MANOS UNIDAS; luego con PAN PARA EL MUNDO consiguió recursos para fortalecer la democracia suscitando espacios en asociación con otras entidades de igual fin con sede en Vélez y  Duitama.

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Escribo este relato para no dejar en el olvido la vida y obra de mi alumno, quien siendo compañero de trabajo, siempre me ha visto como su maestro. Una persona, como muchas que son abortados del campo a la ciudad a conseguir trabajo, pero que añoran cada día el aire fresco, las aves, las praderas y lo árboles del campo.

Monseñor Jorge Leonardo Gómez Serna, siendo obispo de la Diocesis de Socorro y San Gil, fue un apoyo a El Comun y al trabajo ejecutado por Joselín en su existencia laboral.

A Joselin lo vi estudiar mas que a sus compañeros, lo vi madrugar a asear y alimentar los animales bajo su responsabilidad en el Instituto de Zapatoca donde fui docente. Lo vi trabajar en vacaciones en la vereda San Ramón para conseguir dinero para la ropa y los viajes al instituto. Lo acompañé madrugando en viajes en carro o en moto a visitar y animar a los hermanos campesinos para que se organizaran para lograr un mejor nivel de vida. Lo observé motivando a los jóvenes de Villanueva Y Barichara en donde conformó asociaciones de jóvenes que transformaron sus veredas siendo ya padres de familia. Presté mi hombro para secar sus lagrimas y calmar su ira santa cuando un arzobispo de hoy le negó la firma de un proyecto de ayuda que debía enviar a Misereor bajo la escusa que no era ya competencia eclesial el visto bueno porque el dinero no entraba a las arcas diocesanas. Lo vi visitar a mi esposa Margarita en su penosa, larga enfermedad. Fue mi bordón y compañía en el 2000 en el funeral de ella y mi amigo en mis soledades.

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Joselyn no fue sacerdote, y tal vez nunca lo hubiesen recibido en un seminario por su manera particular de hablar, pero su vida fue un autentico apostolado del cual solo se retiró hace un par de meses porque ese gusano que lleva dentro se reactivó para carcomerle hasta la medula. Fue tanta su entrega a sus ideales y al trabajo social por sus hermanos de clase que no tuvo tiempo sino de enamorarse de su labor.
Son numerosas las personas- las personas del común- que recibieron su aliento y sus ánimos en su trabajo desde las organizaciones campesinas,  pero hoy solo sus hermanos y cuñadas están pendiente de él en su cuarentena en la clínica Milton Salazar en el complejo hospitalario de la FOSCAL. Esa es la vida, nacemos en el seno de una familia y morimos en brazos de esa familia. Es la vida como un tren, en cada estación distinguimos a personas, y en el recorrido, unas se bajan en una estación, y otras se suben; son pocas las que nos acompañan en todas las estaciones de la vida, pero serán numerosas quienes guarden gratos recuerdos y encuentren valores cuando  ya estamos en el inevitable  camino del olvido gracias a “la gentileza de Dios”.


San Gil, junio 15 de 2016

domingo, 12 de junio de 2016

Juan Pineda, el subastador de Montes

 

No supo quienes fueron sus padres, tampoco el por qué tiene el apellido Pineda, no fue a la escuela pero sabe de letra, y aún, es un buen conversador; no tuvo hermanos pero lo criaron un par de hermanos; se relacionó por primera vez con otros niños en el “catecismo” cuando ya tenía ocho años, vivió desde cuando tuvo razón entre un monte por el que caminaba hasta la quebrada Jarantivá a traer en un chorote el agua para el consumo familiar; mientras vivió en el campo lo hizo en el mismo lugar en donde creció y formó su hogar en el que se criaron sus hijos integrados por siete mujeres y par de varones.

 

Su niñez, juventud y adultez ocurrió entre los montes, los arroyos, los caminos, el ferrocarril, y en ese lapso sembró aprecio, admiración y respeto por los demás y uno de sus mayores orgullos, ya a los 92 años, es que en su tranquila y placida vida no se ha enfermado ni recuerda que haya tenido un disgusto con alguien.

 

A Juan Pineda lo bautizaron el 29 de agosto de 1924. Nunca se enteró de quienes le mandaron echar el agua y hacerlo crédulo, pero cree que su nombre tiene alguna relación con  el hombre que lo recibió y asumió su crianza. Ese buen campesino tenía el nombre de Evangelista Merchán, quien junto con Celsa Merchán, su hermana, se convirtieron en los padres putativos de Juan Pineda, “el subastador”.

 

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Don Juan Pineda a sus 90 años

 

Los hermanos Merchán vivieron en un baldío  cuyos padres descuajaron de pinos, robles, estoraques, tunos, cucharos, siete cueros, en extensión de 30 hectáreas dejando una tercera parte en montaña. En ese predio conocido como  El Charrascal  se hicieron adultos los hermanos Merchán, quienes velaron por sus padres hasta el ultimo suspiro, sin darles tiempo de conquistar pareja, razón por la cual, luego de un costoso diezmo, recibieron la bendición de un cura de Santa Sofía que les consiguió un niño abandonado al que criaron con esmero con amor y con rectitud. Ese niño es  Juan Pineda “el subastador”.

 

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En los meses de verano de las décadas del  cuenta y sesenta  del siglo pasado, sin que nadie lo propusiera, se convirtió en “el subastador” en cuanto bazar hubo y en  las visitas de la Virgen de Fátima a  las familias de las veredas Páramo y Jarantivá que promovió el párroco de Puente Nacional para fomentar la devoción a la madre de Jesús  que se la apareció a tres niños en el valle de la Cova de Iria, cerca a Fátima en Portugal, y recaudar fondos para construir el templo de Quebrada Negra.

 

 

 


La colmena para construir una templo.

 

 

Los habitantes de la vereda Páramo se organizaron en cinco sectores: Quebrada Negra, La Muralla, el Morro, Montes y Peña Blanca; cada sector nombró un presidente y organizados como una colmena empezaron la construcción del templo que dio origen al nombre del caserío,  Quebrada Negra(https://www.youtube.com/watch?v=pV3sovaTwKw), en honor la quebrada que baña parte de la vereda Páramo, mientras que los habitantes de Brazuelito y Providencia, se empeñaron en recaudar fondos para comprar el terreno donde levantaron su capilla a trecientos metros de la estación del tren sobre las ruinas de una casona incinerada y  abandonada por sus dueños de estirpe liberal.

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El registro fotográfico en 1964 toma el momento del brindis de inauguración de la casa cural de Quebrada Negra. de pie, de izquierda a derecha,  Monseñor Pedro José Rivera, el sacerdote Eduardo Vargas y don Agustín Torres, al fondo el profesor Gabriel Gamboa.

 

Alfredo Parra, productor de papa y el ganadero Eduardo Malagón en el sector  La Muralla; Vicente Malagón   en el sector Peña Blanca; Ismael Contreras y Juan Pineda en el sector Montes; Horacio Parra en el sector El Morro y Agustín Torres y los hermanos, Salvador, Alejandro y Tobías González representaron a las familias que quedaron en un sándwiches entre las dos iniciativas, quienes  apoyaron a las dos.

 

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Un momento de un reinado de la simpatía para recaudar fondos para la construcción del templo de Quebrada Negra. En la fotografía de izquierda a derecha, los estudiantes Nauro Torres, Rubén Darío González, la reina, Felisa Pineda y Custodio González.(foto cortesía del álbum de la familia Torres Quintero 1970)

 

Con el recaudo producido por reinados, por los bazares, por los rosarios cantados y visitas de la imagen de la Virgen de Fátima, los habitantes de las veredas Páramo y Jarantivá construyeron en menos de quince años sus templos.

 

 

El templo de Quebrada Negra

 

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Vista del templo de Quebrada negra. (foto de Nauro Torres 2016)

 

 

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Las fotografías muestran unas caídas que  forman las aguas de la Negra en predios del actual dueño de la casona; caídas que están a unos cien metros de la misma construcción. (Foto de Nauro Torres junio 8 de 2016)

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Juan Pineda “el subastador”

 

quien aprendió haciendo el oficio de construcción, se convirtió en el animador de cualquier iniciativa para recaudar dinero para comprar el ladrillo, la arena y el cemento para la construcción del templo de Quebrada Negra (https://www.youtube.com/watch?v=h2ulWcdkt9c)  . El ladrillo se cocía en el chircal de la estación La Capilla, la arena se compraba en la mina de alguna peña de Tunja, y el cemento se comparaba en Puente Nacional, y los tres productos eran trasladados en tren hasta la estación de Providencia, y de allí hasta el cruce de los caminos a lomo de mula en convites en los que participaban las familias por cada sector, actuando todas organizadamente como una colmena, logrando levantar un templo tan alto y tan espacioso en el que pueden  estar cómodamente todas las familias de las dos veredas.

 

 

En ese entonces los bazares en el campo se nutrían con donaciones de porcinos, bovinos, aves de corral y ovinos, también con donaciones de los frutos de la tierra, como miel, café, yuca, plátano, papa, arveja, batatas, ibias y cuyes. Unas donaciones se remataban al mejor postor, y otras se preparaban para vender a los visitantes y participantes de la fiesta campesina. El bazar se organizaba y se desarrollaba en el centro de cada sector suscitándose una competencia sana al que produjera mas dinero para invertir en la obra comunitaria, bajo la promesa de mas bendiciones a la familia.

 

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Vista del templo de Quebrada Negra. ( Foto de Nauro Torres 2016)

En cada vereda y en verano las familias se inscribían para acoger en el hogar la imagen de la Virgen de Fátima. La familia que recibía el anda con la imagen, donaba artículos y especies menores (aves, conejos, curíes y ovejas) que la misma familia rifaba entre quienes acudían después de las cuatro de la tarde  a trasladar y dejar por ocho días la imagen  en otro hogar. En el trayecto de un hogar a otro, el jefe del hogar que acogía a la imagen, rezaba el rosario con la participación de niños, jóvenes y adultos; a la procesión se unían los compadres, los vecinos y  los amigos, quienes acudían con generosidad para comprar las rifas o rematar a un mayor valor lo que “ el subastador”  ofrecía, es decir, en palabras de Juan, “el que mas pujara, mas longaniza comía”.

Don Juan Pineda con su hija, profesora Posidia y una nieta. (Foto tomada de Facebook 2016)

 

Juan Pineda “el subastador” se enamoró una sola vez de una mujer que tenía 18 años y con ella se casó cuando tenía 23. La conoció y la galanteó en una caseta de guadua y teja de zinc en la que ella, por encomienda de  Verónica Gómez, la panadera y partera de la vereda Jarantivá. La caseta estuvo a la vera izquierda del camino real a Peña Blanca, cerca a un ojo de agua del que se surtían tres familias y estaba estratégicamente ubicada luego de coronar una pendiente luego de una larga y baja pendiente que se empezaba en otra tienda campesina.

 

Teresa Gómez Naranjo fue la hija menor de la partera, y por ser la menor se quedó con los rasgos de esa raza blanca de ojos verdes de ascendencia española que escaseó en la vereda y que también entró por el patio del aire en Boyacá, a Santander después de la guerra de los mil días.  El matrimonio con Juan Pineda ocurrió en 1967 en el templo antiguo de Puente Nacional levantado en piedra en la época de la colonia en el que escondieron al español Francisco Ponce que comandó al ejercito que desde Santafé se desplazó a Puente Real de Vélez-hoy Puente Nacional- a enfrentar a los vasallos comuneros que en numero de 23.000 se desplazaban de Mogotes, Charalá, San Gil, Socorro y Guepsa hacia la capital del virreinato para lograr la suspensión de los impuestos de barlovento.  El colonial templo se averió con el temblor de 1968 año en  el que por primera vez un papa visitó a Colombia, Pablo VI, el mismo año en que la energía eléctrica iluminó por primera vez las casas del caserío de Providencia.

 

De la unión Pineda Gómez llegaron a adornar el hogar un manojo de flores: Felisa, Marina, Beatriz,  Martha Irene, Carmen, Posidia, Miryam y Eucaris y dos gendarmes: Gerardo y Rafael.

 

Juan Pineda se crio entre maneas, vasijas para el ordeño, tiestos, estiércol y terneros; desde muy niño aprendió a sacar la cuajada, pues en ese entonces la leche no tenía compradores, y con la cuajada aprendió a hacer las almojábanas, que a diferencia de las de hoy, se amasaban con tres partes de cuajada y una de harina  y se horneaban en hornos semicirculares levantados en adobe.

 

Teresa Gómez se crio en una vieja casona que aun existe, levantada en una pequeña porción de tierra sobre una planicie desde donde se puede contemplar buena parte de la provincia de Vélez; ella tuvo una hermana que bautizaron como Pastora y un hermano que murió virgen de nombre fue Senén. Los hijos de Jorge Gómez y Verónica Naranjo, crecieron en el oficio de buscar chamiza y cargar leña de champo para alimentar el horno de adobe que tres veces a la semana doraba el mejor pan de la región.

 

 

El mejor pan de las Gómez y provocativas y esponjosas  almojábanas de los Merchán eran apetecidos por quienes bajaban o trepaban por el camino real, por los habitantes del casco urbano de Puente Nacional y por los pasajeros de los de trenes que transportaban los pasajeros entre la capital del pais y parte de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander, cuya red vial fue vendida a pedazos a escondidas en la década del ochenta por inescrupulosos funcionarios públicos.

 

 

Al estar casamenteras las dos  hijas mayores de Juan y Teresa, y por haberse casado la tercera antes de cumplir los 15 años con un joven de apellido Becerra de la vereda, que por razones de complicidad terminó en Venezuela, Juan empezó a preocuparse por la suerte de su manojo de flores. El primer yerno lo invitó a trabajar en el vecino país que vivía época boyante por el precio del petróleo;  transcurría 1969 y Juan Pineda, una vez terminado el techo y las paredes del templo de Quebrada Negra, se fue a San Cristóbal, Venezuela en donde trabajó por mas de veinte años, tiempo en el cual ahorró para comprar una vivienda en el casco urbano del municipio, y a donde Teresa se trasladó con seis hijos que lograron hacerse bachilleres y citadinos.

 

Don Juan Pineda rodeado de sus hijas. (Foto tomada de Internet 2016).

Felisa por ser la mayor debió ayudar a criar a los hermanos, y luego de hacerlo se radicó en Bogotá donde trabajó como modista. Marina, la segunda hija se enamoró de Neponuceno Ovalle con quien tuvo cinco hijos. Gerardo ejerció la especialidad que aprendió en el Instituto Técnico Francisco de Paula Santander y es actualmente  un prospero comerciante, Rafael logró el bachillerato y fue empleado bancario siendo asesinado en un bazar que hubo en Providencia el 9 de septiembre de 2001 con balas de un sicario a quien le habían pagado para sacarlo del camino político. Martha Irene, Posidia, Carmen, Miryam y Eucaris son dignas egresadas de la Escuela Normal Antonia Santos y ejercen como docentes en el país.

 

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Las esponjosas almojábanas de Juan Pineda, aun las hace por encargo su hija Marina de Ovalle, en su casa sobre el abandonado camino real que de Providencia conducía a Quebrada Negra, el rico pan de las Gómez lo siguen dorando en un horno a gas en la casa cuya compra cerró el joven Gerardo, quien debió ir hasta Cúcuta a recoger  la plata ahorrada por Juan. La panadería y tienda de Juan Pineda, atendida actualmente por Felisa esta en la casa adyacente a la esquina de abajo de la plaza de mercado por la que se accede a ella en automóvil.

 

 

Los días por vivir que aún le quedan a Juan Pineda el subastador de la vereda Montes cuyo servicio comunitario, los actuales habitantes de las veredas Paramo y Jarantivá ya no recuerdan, la pasa en una desvencijada mecedora con marco metálico tejida con cuerda plástica, desde donde vigila la tienda y contempla el escaso jardín que se amontona en el patio que tiene un corredor en el que aun se amasa el pan de Teresa, cuyo olor emanado de cada dorada en el horno a gas, lo mantiene activo física y mentalmente pues le aviva los recuerdos de su amada esposa que se fue años adelante a aromatizar el camino al lugar que muchos, el cielo de los seguidores de Jesús el nazareno.

 

 

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Registro fotográfico con motivo de la celebración de los 90 años de don Juan Pineda en 2014. (foto tomada de internet)

 

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 20 de 2016

viernes, 27 de mayo de 2016

El suicida se viste sin ropa



Una emoción fuerte, un problema sin identificar una solución, una presión externa, una depresión o paranoia, unas condiciones que no acepta  pueden enceguecer a una persona y termina suicidándose.

 
Vidalio fue su nombre que no fue escrito en lápida porque en ese entonces, hasta para ser enterrado en el cementerio católico  había que demostrar que la muerte ocurrió sin producírsela.

Ese martes de un día olvidado de la década del cincuenta, bajó temprano a la botica de Segundo Sáenz que vendía medicamentos para los humanos y el resto de animales. Compró una copa de insecticida para lavar un par de vacas y regresó a su finca conocida como el Durazno distante un kilómetro de la estación del tren con nombre de predestinación, Providencia.


Ya de regreso en casa pidió a Delina su esposa una totumada de guarapo para calmar la sed y se ofreció a traer  el agua para el almuerzo. Tomó la pendiente hasta el ojo de agua que brillaba al sol en la hondonada del potrero que servía de marco a la casa de su única hija del primer matrimonio que como faro estaba vigilante en una loma desde donde se contemplan los tonos del arco iris  de las tierras veleñas que mezclan los rayos del sol.


En la misma totuma que se tomó el guarapo y con la misma que llenó el pote, disolvió en agua la copa de insecticida; llamó a la hija que le respondía al saludo desde el dintel de la cocina, y sin mas explicaciones que un brindis por ella y por su único hijo que estaba en la cárcel, se tomó la totumada de agua.


Juanita, la hija mayor por la que brindó, sin imaginarse la bebida del brindis, lo encontró recostado al margen derecho del ojo de agua con babaza en la boca y quejándose del dolor. Pidió ayuda pero no la encontró y las pocas fuerzas de la diminuta mujer que era su segunda esposa y las enclenques de Juanita, su única hija del primer matrimonio, no sirvieron para trasladarlo al camino, cargarlo en el macho blanco y llevarlo a siete kilómetros por un enlodado camino hasta el hospital de Puente Nacional.

Vidalio murió como decidió en el ojo de agua del que se surtían otras dos familias. Estaba vestido de camisa blanca en algodón  con mangas tejida y adornos en lino negro como las que hoy se usan en las ferias de Vélez en honor a los mayores que las vestían con honor y con orgullo. Tenia puesto su pantalón gris con rayas blancas arremangado sobre el tobillo por cuyas mangas se apreciaba la manga del calzoncillo blanco largo que  se usaba hasta la rodilla dejando ver el cordón sobre los tobillos. Tenía puestos sus blancos alpargates atados al pie con cinta negra y el sombrero de jipa dormía sobre el pasto como testigo mudo de lo ocurrido.

En convite  de los vecinos su cuerpo fue llevado a la casa que le dejó la primera esposa, allí fueron velados sus despojos mortales por dos días con sus noches dispuesto sobre una mesa revestida de sabanas blancas en cuyas esquinas y tan perpendiculares como los palos que servían de base a la mesa colocaron vástagos de plátano tiernos, y sobre  ellos, un velón de cebo forrado en papel brillante rojo cuya luz se disparaba al techo e iluminaba tenuemente la sala de casa de bareque.

Vidalio sobre la mesa revestida con sabanas blancas se miraba vivo. Su blanco bigote y sus largas patillas del color de la leche resaltaban en el rostro de tez blanca y ojos escondidos por las largas cejas que parecían pétalos de la flor de la inocencia.


Por haber sido una muerte provocada la casa y sus alrededores se colmaron de dolientes y curiosos. El yerno de su segunda hija del segundo matrimonio trajo de la finca La Colorada un novillo de 12 arrobas, que cocinado y con papas saladas donadas por los amigos del Páramo sirvieron de alimento a la muchedumbre que estuvo en la casa de bareque  por dos  noches con sus días.

El velorio, era en tierra de la Jarantivá, todo un acontecimiento que reunía a los miembros mayores de las familias. Las mujeres se reunían aparte, y unas se dedicaban a preparar los alimentos día y noche, otras se turnaban las jaculatorias pidiendo piedad para que el alma de Vidalio no fuera mucho tiempo al infierno, y ellos, los varones se dedicaban a comentar las buenas obras del difunto y a resaltar los valores que nunca, nadie le reconoció, mientras en nombre de Dios, se bebían cuanta copa de chirinche y guarapo ofrecían las mozas de las mismas familias reunidas.

Las señoras encargadas de la cocina desde la madrugada del ultimo día del difunto en la casa de bareque, empacaban sobre un mantel blanco con flores verdes y amarillas tejido en algodón, y sobre él,  hojas de plátano sancochadas holladas de comida con carne asada que ponían entre canastos en los que se veía el piquete como un envoltorio amarrado con las puntas del mantel, y en potes de diez litros, empotrados en  mochilas de fique se envasaba el guarapo para calmar la sed, ofrecido en tres sitios diferentes a los hombres que con fuerza y resistencia cargaban el cuerpo camino abajo hasta llegar a la funeraria que estaba en la esquina de  la ultima calle al cementerio.


El cuerpo de Vidalio sobre el guando lucía como una momia egipcia. Iba empacado en las mismas sabanas blancas que sirvieron de revestimiento de la mesa que lo exhibió en la sala de la casa de bareque del predio El Durazno. El tropel con el cuerpo del difunto descolgándose por el camino real, semejaba una procesión a las carreras que paraba en las mismas estaciones que otros muertos hicieron mientras quienes cargaban y acompañaban al difunto, piqueteaban, bebían con afanes como si el muerto tuviera afán de llegar al olvido.


Los cuerpos de los suicidas no tenían espacio destacado en el cementerio, formaban parte del grupo de los nns como un castigo y un escarnio a los deudos porque de ellos, los suicidas, no es el reino de los cielos.

Vidalio se suicidó porque no soportó los desmanes de su hijo menor a quien no corrigió de niño. Fue de joven borracho, pendenciero, jugador y recibió clases de bandido, Fue ciclón por una pelea callejera, estuvo en la cárcel y se voló, fue por un tiempo integrante de la cuadrilla de Efraín González, razones por las cuales fue perseguido por el ejercito nacional que al fin lo encontró un miércoles en la casa de Vidalio de la que se evadió por un túnel que el mismo había hecho y que desembocaba en un potrero, y luego de salir por él, recibió 18 impactos de bala logrando sobrevivir, pagar sus fechorías, y luego fue nombrado inspector de policía en la vereda donde nació muriendo pensionado por el mismo Estado que lo persiguió cuyo cuerpo en la funeraria lucía las mismas patillas y bigote del color de la leche que el viejo Vidalio sobre la mesa donde fue velado su cuerpo en la casa de bareque de la finca el durazno.

 




Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

domingo, 22 de mayo de 2016

Jacobo Velasco Torres, el poeta del Opón.

 caratula jacobo

No soy un poeta

quiero utilizar las letras

expresar mis sentimientos

el poema que llevo dentro

lo que aprendí en el tiempo

y en  el álbum de la experiencia.

 

 

Todo es un poema

la noche oscura,

la luciérnaga, la soledad,

el sol, la luna, el viento,

el rio, la palmera, la flor,

la alegría, la quimera,

la sonrisa de un niño,

el canto de un ave,

la ternura, la nostalgia,

el amor,

la mujer es un poema.

 

 

 

Nació el 18 de octubre de 1951 en la vereda Guaduales del corregimiento de Santa Rita Opón, municipio del Guacamayo en una familia colona que tuvo 12 hijos; su padre fue el paceño Ismael Velasco y la madre, una contrateña, Carmen Rosa Torres.

 

Cursó los primeros años de primaria en la escuela rural mas cercana distante una hora de camino del rancho de madera y palma nacuma. Tenia 19 años y se ganaba el sustento como jornalero usando la peinilla y el hacha, cuando se enteró por radio que el señor  cura vicario de Vélez, visitaría a la parroquia de La Aguada, en ese entonces orientada  por las Hermanas de la Presentación que habían decidido abandonar los colegios para hacer pastoral rural con los marginados. Luego de cinco horas caminando por trochas y lodazales, llegó al vecino municipio y se entrevistó con el sacerdote promotor de las Pastoral social en  la provincia veleña. El señor Vicario Gustavo Martínez frías, natural de San Vicente de Chucurí y quien conocía el duro trajinar de los colonos. Al observar el interés del joven, le recomendó, por la edad, que se fuese a estudiar al Instituto de Liderato Social del Páramo, Santander que tenía un programa de formación y educación para adultos, en el que en un año lectivo, se cursaban dos, estudiando interno.

 

Con tres mudas de ropa, un par de zapatos grulla, unos tenis Croydon y un par de pantalonetas que a la vez le sirvieron de pijama, empacó en una mochila y partió a pie hasta Guacamayo y de allí al Socorro para posteriormente llegar al destino pasando por San Gil, luego de ocho horas de viaje en chiva.

Al Instituto del Páramo llegó al atardecer y a la primera hora del día siguiente se entrevistó con el rector, el reverendo Cesar Flaminio Rosas, eminente sacerdote de la orden Vicentina, quien le negó el ingreso por haberse presentado dos semanas después de iniciar el año lectivo. Jacobo, rogó a su modo, pero el reglamento primó sobre el anhelo del deseoso estudiante. 

El agua que conduce al río

incansable llega hasta el mar

en banderas blancas

vuela hacia el sol

toca las cosas de Dios….

 

¡Oh¡ Señor, tócame a mí,

toca mi vida, mi mente, mi ser

toca mi corazón

y déjame tocar y vivir

las cosas de Dios.

Jacobo pernoctó esa noche en el Páramo, y en la mañana siguiente asistió a la misa de la madrugada. Luego se fue en peregrinación a la gruta de la Virgen de la Salud en donde  un bañó a la cabeza y el rostro se dió pidiendo intercesión para no tener que regresarse a Guaduales. 

Se presentó a penas abrieron la puerta del Instituto y solicitó nuevamente hablar con el rector, quien lo recibió en la amplia y voluminosa biblioteca que tuvo el centro de formación para adultos. 

Recuerda Jacobo que le imploró lo dejara estudiar, y el levita le inquirió su persistencia calificándolo de torpe, pero pudo mas la esperanza del campesino que el reglamento, y fue desde ese momento alumno del grado 5o. de primaria convirtiéndose en pocas semanas en uno de los líderes del grupo estudiantil en ese año.

Los maestros del Instituto despertaron su conciencia dormida y como niño y joven preguntón, décadas después escribió estos versos:

 

 

El diagnostico es grave;

el examen salió positivo

sus órganos están afectados

tratamiento no hay curativo,

lo detectó el ignorante

lo afirma la ciencia y el sabio.

 

 

Esta enferma la piel de la tierra,

el aire respira cansado,

del mar se secan sus venas

y en ellas los peces contados

las aves casi extinguidas

ya no lucen arriba en el árbol,

ya no cuelgan en ellos sus nidos,

agoniza su aleteo y sus trinos.

 

Continuó estudios en el Instituto de Agropecuario de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o. de bachillerato. Regresó a su vereda, fue nombrado el primer maestro de la escuela en 1983, y luego de trabajar nueve meses de servicio al departamento, recibió todos los salarios en una sola paga en diciembre de ese año, mes en el que se casó con Elda, la niña que aun ama desde la primera vez que la miró.

 

Desde la primera vez

que me miré en tus ojos

me volví analfabeta y

en espejos transparentes

escribo pensamientos

tableros reales me persiguen

tablas, piedras, arboles, arena

todos los objetos…

en ellos escribo cuatro letras: Elda

 

Como estudiante, como dirigente campesino, como maestro, Jacobo Velasco aún muestra sus dotes de declamador, poeta y líder. Bajo la apreciación de que “todo es un poema”, a sus alumnos enseñó a rimar, a hacer esquelas y cartas románticas; les animó a declamar y les avivó el amor por el campo.

 

Terminó el bachillerato en Santa Rosa de Simití. validó la Normal en Aguachica y se licenció en filología e idiomas en la Universidad Libre seccional Socorro. Trabajó como maestro en una vereda de Onzaga, posteriormente en un centro rural en el Playón en donde se vio avocado a renunciar para asumir su defensa.


Explica el maestro ajeno a las aulas que negros pensamientos tuvieron unos compañeros de trabajo que junto con el abuelo de una menor de edad, lo sindicaron de acoso sexual.

Negro es el dolor

de negro se viste la viuda

negro es el nubarrón

que presagia el aguacero,

negro es el cáncer maligno,

el beso traicionero,

el mordisco del perro,

el vampiro es negro

el diablo lo visten de negro…

 

 

El odio, puñal afilado

como garfio

veneno de cobra,

aguijón de araña,

lacra podrida,

curare maligno de los humanos

demonio escondido

en la saña

que ataca al asecho

hiere, maltrata y daña.

Una carta romántica sin remite y  sin destinataria que había leído en el aula a sus alumnos, un pañuelo blanco que la esposa le había regalado en los cumpleaños, unos dulces y una chocolatina que había comprado en la tienda cercana al centro, fueron las evidencias que entregó el denunciante a la fiscalía que encontró merito para sindicarlo, y el juez lo encontró culpable pagando la pena en la cárcel de Bucaramanga. Allí escribió:

 

Me duelen los ojos

de mirar al horizonte

un horizonte cercano

pero limitado, inalcanzable…

 

Me duele el alma

al ver las golondrinas

y siento envidia

de todas las palomas

que a diario recogen las moronas

y en la altura anidan los pichones,

a sus hijos;  los míos están lejanos,

¡Si me prestaran esas alas¡…

 

Me duelen las manos,

de tocar las ásperas paredes,

me duelen, al no poder tocar

la humana porcelana…

 

 

Me sangra el corazón;

de mis lindos hijos,

la sonrisa esta callada,

de pensar, si en la mesa

tienen pan

se rompen las fibras

de mi alma.

 

 

El domingo es día de visita,

afuera hacen fila las mujeres,

ansiedad que espera;

yo sin esperanza

miro hacia la puerta

y cada abrazo, cada beso

mueven mis sentimientos

y un agónico suspiro

quema las fibras de mi pecho.

 

Entre los últimos…

los míos no llegan;

se agranda mi dolor

cuando llegan las abuelas,

abrazan a sus hijos, a sus nietos…

un puñal traspasa su existencia…

¡mi madre no vendrá¡

no viene aunque quisiera

tiene sus ojitos muertos.

 

“La cárcel es la escuela del crimen”, escribió Pedro Antonio Mateus Marín, el poeta de Moravia, pero Jacobo trató de no aprender esas lecciones, al contrario, miró y calló, observó y escribió, “un preso es la imagen de los muertos”.

 

 

…mientras al preso las esposas le maltratan las manos

en el hogar se abraza el dolor amargo

y se confabula la tristeza y la desesperanza

hay  tristeza, debilidad, incapacidad humana,

mientras ellos conjugan su dolor

a él se le corroen los huesos,

en las membranas de la distancia.

 

 

Todo va pasando, todo va acabando, menos el tiempo

ni las noches largas en el tálamo que cansa

él es encerrado en este sepulcro abierto

donde no huele a muerto

pues son vivos los muertos,

un cementerio de muertos, muertos que lloran,

muertos que hablan, que suplican, que suspiran, que aman.

 

 

Al inicio del encierro hacen fila visitantes,

a menudo las llamadas, la comida, los detalles,

y el prisionero al igual que una tumba

al principio hay flores, arreglos, losa nueva, pintura, una cruz,

un hermoso epitafio, se elevan oraciones,

se pagan salves, desfilan amigos, familiares,

años después, la tumba abandonada….

 

 

Mientras en la tumba desaparecen las flores

al pobre prisionero se le esfuman sus amores

¡cómo se parece un preso a una tumba abandonada¡


En la cárcel compartió pupitre con un exgobernador y un exalcalde, allí no dejó de ejercer su profesión de maestro, en menos de tres años, a la calle regresó. Lo esperaban en la puerta del penal sus cuatro hijos, los maestros amigos, varios alumnos y padres de familia a expresarle aprecio, pero su Elda no lo esperaba, un joven gorrión ya cantaba en su ventana.

 

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Jacobo Velasco Torres en libertad retomó el hogar con sus  hijos y empezó de nuevo su lucha por la comida diaria vendiendo drogas naturistas  y empezó por la tierra que lo vio correr por los potreros y cañadas, regresó al rancho donde aprendió a hacer familia, y allí encontró, soledad.

 

Las palomas se han ido,

las maracaiberas, ellas se fueron,

las alimentaba mi padre…

el voló para el cielo,

ellas alzaron el vuelo.

 

 

Se fueron los gritos, las risas,

los juegos, los hijos, los nietos,

los bellos diciembres

acompañados de luces,

de salmos, de rezos,

la bondad de mi padre,

de mi madre sus detalles,

sus bellos consejos…

todo se ha ido extinguiendo

menos mis lindos recuerdos.

 

 

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Maestros y alumnos del Instituto de Liderato social de Zapatoca en 1977

 Con Jacobo Velasco Torres, el labriego de  versos, nos volvimos a encontrar 36 años después en un encuentro de exalumnos y maestros del Instituto Agropecuario para campesinos adultos de Zapatoca en donde fue mi alumno, encuentro ocurrido el 7 y 8 de mayo de 2016. Los años pasaron sin darnos cuenta, las tristezas se ocultaron y afloraron los recuerdos, se encendieron los abrazos, se cosecharon aprecios. 

Compartimos alegrías,  revivimos los afectos, pero en la entrevista para escribir esta historia, brotaron las lágrimas que se escurrieron por las arrugas que pueblan nuestros rostros, añoramos la guitarra y unos aguardientes y entre notas y canciones esconder los malos recuerdos que  a cada quien nos acompañan, sin quererlos, pero asumiendo su creencia que en la vida, todo es poema. “Todo es un poema” es el nombre del libro que  vende junto con medicamentos naturistas que promueve con canciones y versos desde el amanecer hasta el ocaso como todo labriego que labra la tierra para obtener el sustento.

 

 

Posdata: Los versos incluidos en la historia fueron tomados del poemario “Todo es un poema” publicado en el 2012 cuya carátula fue pintada por  Cristian Velasco Hernández, el hijo mayor del autor Jacobo Velasco Torres, cuyo nombre fue tomado  en honor al hijo mayor de quien escribe esta historia.

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

NAURO TORRES Q.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 11 de mayo de 2016

Las mochilas literarias de los niños del Ojo de Agua


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La imagen registra algunos niños del Colegio de  Ojo de Agua portando la mochila literaria  en la que llevan un libro para leer junto con la  familia. El lector podrá apreciar que todas las mochilas son únicas en el diseño y forma. Fueron confeccionadas unas, otras tejidas, por los mismos alumnos bajo la orientación de la madre; pero cada mochila  tiene la particularidad, que esta hecha con material de desecho y que fue reciclado para elaborar la mochila. ( Foto de Nauro Torres 2016).

Unas fueron tejidas con bolsas plásticas, otras con retazos de costurera y otras con pedacitos de ropa usada; unas tienen forma rectangular, otras semicircular y otras, semejan un paralelogramo. Todas tienen el cabestro con la forma y material reciclado igual, formando cada una un pieza de diseño elaborada por manos hábiles para acariciar la tierra  y preparar alimentos;  fueron tejidas unas, cosidas a mano las demás con la guía de una madre pero trabajadas por las mismas manos de l@s niñ@s que las tercian cada día con  orgullo para ir al colegio y retornar luego a casa con lo mas preciado para ellos, un libro.

Son las mochilas literarias de los niños del Colegio de Ojo de agua ubicado en la misma vereda que lleva el mismo nombre en la pared derecha que contempla el raudo transcurrir de las aguas del río Fonce a unos trecientos metros al margen izquierda de carretera que une a San Gil con el municipio de Cabrera en Santander, Colombia.
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En las  mochilas  viajan protegidos contra el sol y el agua, un libro seleccionado por el portador en la biblioteca del Colegio, y en otra, viaja un libro tamaño oficio de pasta dura con tornillos que aprietan muchas hojas manuscritas e ilustradas por otros niños que narran los mitos, las leyendas, las historias y los personajes de la región; los libros viajan para ser leídos en voz alta junto con los demás miembros de la familia, luego de cenar  mientras el sol se duerme en la montañas del horizonte en las que se descuelga el rio para fundirse con el Sarabita que nace en la moribunda laguna de Fúquene en Boyacá.

Mientras los niños de primaria cargan un libro en sus mochilas, otros del bachillerato llevan el libro de las recuperaciones realizadas por otros niños, otros de los grado superiores, portan en sus mochilas un cuaderno que hace de diario de campo en el que registran las entrevistas que cada uno hace a los abuelos que complacen a los niños con coplas, retahílas, leyendas, mitos y cuentos que aprendieron siendo niños, que luego son escritos y decorados a mano por los mismos entrevistadores, que al juntarlos y seleccionarlos la profesora, forman el libro viajero anual que cada alumno en el siguiente año cargará en su mochila literaria para ser leído, como los demás libros, a los miembros de la familia cuando están reunidos a la mesa luego de  la cena y la jornada diaria en la parcela.

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Esta experiencia  pedagógica de leer para interpretar y de escribir para transformar se viene implementando en el colegio de Ojo de Agua hace cerca de diez años por la profesora Esperanza Alarcón Ortiz, oriunda de Mogotes, Santander quien tuvo una madre que la arrullaba con canciones, poemas y retahílas y le inculcó la profesión del magisterio.

Moisés Alarcón y Celina Ortiz fueron los padres de cuya unión hubo siete varones y cinco mujeres mas. La vivienda de los Alarcón estuvo frente a la escuela urbana y en la ruta estudiantil a los colegios fundados por el sacerdote historiador,  Isaías Ardila.

Recuerda la Profesora Esperanza que la madre siempre mostró vocación para enseñar dado el numero de hijos que parió, pero desde que tenía tres años, Esperanza se sentaba frente a la escuela a oír a las profesoras dar ordenes, unas veces con voz tranquila, otras a gritos, y otras con golpes en la mesa con la regla que se usaba en esa época para castigar a los niños desobedientes, groseros o irresponsables. Y desde entonces, soñó con ser maestra, pero Inés, la hermana mayor, quien logró desposarse con un comerciante de San Gil quería que fuera negociante como ella, pues el oficio de comerciante era mas rentable que la profesión magisterial.

Esperanza Alarcón se hizo normalista en su pueblo natal y desde el grado se convirtió en secretaria de Inés y en uno de los negocios del cuñado conoció al hermano del chofer del almacén casándose con él sin la aprobación de sus primeros patrones y de la madre, pero el padre asintió, aunque fue al matrimonio,   no la entregó en el altar. Fueron padrinos de matrimonio el abogado Raúl Gómez Quintero y Graciela Pereira, pedagoga codueña del colegio Santa Cruz de San Gil.

Fue en la fiesta del matrimonio donde la madrina se enteró que la novia era normalista, ofreciéndole trabajo en lo que había estudiado y un año después  y por diez años se desempeñó como profesora de ese colegio privado donde hizo recordada experiencia y con los pocos pesos que recibía logró hacer la licenciatura con cuyos estudios concursó para ser maestra oficial, nombramiento que logró y se ha desempeñado cerca de  un decenio en el cual ha mejorado este proceso de lecto-escritura con los alumnos desde el grado primero hasta noveno en el Colegio de Ojo de Agua.
La experiencia pedagógica de Esperanza Alarcón se ha dado en grupos poblacionales opuestos. Sus primeros alumnos provenían de familias pudientes a quienes se les brindaban los recursos de moda y mas costosos en el mercado, mientras que los segundos provienen de familias campesinas cosecheras de tabaco con escasos recursos para estudiar, contraste que la hizo recursiva para que los niños pudiesen aprender en igual medida.
Los niños del Ojo de Agua no los llevaban en carro,  llegaban solos por los caminos y cuestas; no tenían tenis de marca, usaban chocatos; no tenían camisas blancas, usaban camisas del color del tiempo; no usaban correas de cuero, eran cabuyas tejidas por ellos mismos; no tenían morrales ni maletas con rodachines, usaban mochilas. Los niños de su primer colegio usaban dinero en efectivo para comprar las onces, los niños del Ojo de Agua llevaban las onces compuestas de arepa con agua de panela; Los primeros tenían sus propios libros, los segundos pocos conocían los libros pero si las cartillas para aprender a leer.  Ese contraste retó a la profesora Esperanza Alarcón para lograr que sus alumnos aprendieran a igual nivel que los del colegio privado. La implementación de ese reto motivó esta historia.


“El libro viajero” de los niños del Ojo de Agua

En hojas rayadas  de un exfoliador, cada una manuscrita y decorada con colores escolares, un@  niño@ recogió con sus palabras una historia y forma parte  del libro armado con tantas paginas como mitos, leyendas, cuentos, adagios y la historia de la vereda con el mapa trazado por un estudiante. El libro de las fotografías siguientes, fue el primero que se compuso hace mas de una década, y, aunque ha pasado por tantos niños como estudiantes han empezado el preescolar en el colegio en la sede A, se mantiene limpio, colorido e intacto, porque para cada portador que lo lleva una sola vez al hogar para leerlo a todos los miembros de la familia, es un tesoro a la luz del sol, un tesoro que hay que cuidar para los niños que vendrán al colegio en los años siguientes.

La experiencia de leer y escuchar cada pagina del libro viajero en el seno del hogar sigue creando identidad veredal y zonal porque cuando al colegio ingresan niños provenientes de otras veredas, hacen la misma investigación, y las novedades, se van incorporando en  mas maginas del libro viajero.



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Carátula del libro viajero 1 escrito por los niños de primaria de la sede A del colegio de Ojo de Agua del municipio de San Gil.

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Una pagina en que un niño narra, según un abuelo, las causas de la violencia partidista que se originó y dio en la década del cuarenta y cincuenta en las veredas.

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En esta pagina del libro viajero otro anciano contó a un nieto el origen del nombre de la vereda y del nombre del colegio


La mochila literaria


En el 2013 el gobierno Nacional empezó a implementar un proyecto para mejorar el nivel de lectura desde primero primaria. El proyecto se llama “Leer es mi cuento” consistente en entregar a cada institución educativa una colección de mas de 250 textos con obras de escritores jóvenes de diversos países cuyos temas y personajes son de la posmodernidad. Los libros  llegaron en cajas como apoyo a los docentes de diversas áreas para que los usasen como un instrumento para enamorar a los estudiantes de los libros, y por ende, de la lectura. En numerosos colegios los libros durmieron en cajas, en otros, forman parte de la biblioteca para uso dentro del colegio; pero en el Colegio de Ojo de Agua, el uso de los mencionados libros generó una nueva dinámica. Los libros los seleccionan los estudiantes, los solicitan a su nombre, el libro sale del colegio en una mochila que el alumno junto con la madre confeccionó para portar el texto.

Cada alumno tiene su mochila para cargar el libro que va a leer en voz alta con los demás miembros de la familia generándose un proceso de comprensión y análisis entre sus miembros convirtiéndose todos en protagonistas del proceso.

Del tema, de los personajes, de la introducción, el desarrollo y el desenlace de la obra, hablan con propiedad cada miembro de la familia, generándose un ambiente lector en todas la veredas de donde provienen los estudiantes del colegio de Ojo de Agua.


Sorprende ver por los senderos, caminos y carreteras y en el transporte escolar, así como en los espacios de las sedes del colegio a los niños de todos los grados con el morral escolar y con una mochila elaborada con reciclaje en la que va un libro forrado en plástico con todos los cuidados de una muñeca o un súper héroe.


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Detalles de dos mochilas, la primera cosida con sobrantes de costura delicadamente combinada y cosida a mano. Y la segunda tejida con bolsas plásticas. En un mundo en el que el desperdiciar, el consumir y contaminar es la norma y el tener es la meta que se promueve en aulas, hogares y  oficinas, encontrar en medio de ese universo un colegio que promueve el reciclaje con igual fuerza que la lectura para comprender y la escritura para transformar, es fiel testimonio que cuando hay unidad de pensamiento entre docentes, directivos y padres de familia, la modificación del entorno familiar y social florece para bien del ambiente y la comunidad.

Los niños de las fotografías que ilustran esta historia contaron al tejedor de historias, del titulo y el relato del libro que cargaban en sus mochilas encontrando igual propiedad narradora entre un niño de primero a uno de quinto primaria.


La niña Luz Rosalba Martínez Carreño llevaba en su mochila un libro titulado “Reciclemos”. Sobre el porqué lo había escogido afirmó: “porque en mi vereda se acopia la basura de muchos municipios y en la basura hay material que se puede reutilizar y yo quiero aprender a hacer elementos útiles usando el plástico… yo quiero hacer el cuerpoespinoportalapices. Así contribuyo a tener un ambiente mejor y un planeta menos contaminado”.




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Grupo de profesoras del municipio de San Gil que participaron en un seminario para el uso del plan semilla y la implementación del programa de lecto-escritura: “Leer es mi cuento” ocurrido en 2014


“Descubramos el mágico mundo de la lectura donde los protagonistas somos todos”.

Bajo este título con el apoyo de los cuerpos directivo y docente, liderado por la profesora Esperanza Alarcón Ortiz se presentó en el 2015 el proyecto de lecto-escritura sumándose a los doscientos proyectos a nivel nacional, de los cuales, seleccionaron cincuenta, y de ellos a diez, y de esas decena, el ganador fue el proyecto “Descubramos el mágico mundo de la lectura donde los protagonistas somos todos” en la categoría de “las buenas practicas de lectura y escritura” en la noche de la excelencia ocurrido en Bogotá al finalizar el año.


El colegio recibirá cien tomos mas para la biblioteca fragmentada en cada sede de la institución y la profesora gestora del proyecto recibió un incentivo económico.
 
Docentes del Colegio de Ojo de Agua comprometidos en el proceso lector y ponentes del proyecto ganador.

La distinción reconocida al colegio y el incentivo personal recibido por la docente le ha generado satisfacciones personales, mayor aprecio al proyecto por los alumnos y padres de familia, pero en el  universo en el que la uniformidad y la manada  predomina, la profesora fue recibida con felicitaciones por el grueso de compañeros del colegio, pero hubo algunos colegas mostraron recelo  suscitando en ella momentos de depresión que fueron superados con las narraciones de los niños en el aula cuando compartieron sus apuntes en el diario de campo, cuando comparten la experiencia lectora del libro viajero y cuando narran el argumento del libro que vuela en la mochila literaria viajera.

 
A diferencia de otros docentes de lengua castellana la profesora no se preocupa en pedir cuentas de lo que leyeron los niños, le importa mas el compartir de la experiencia que tuvo el niño en ese compartir lector en la familia y las impresiones de la lectura que tuvieron los miembros de la familia. Para ella es mas significativo el ejercicio lúdico que hizo el niño que el contenido de lo que leyó trayendo como cosecha un amor creciente por los libros y un gusto por aprender a leer la realidad veredal compartiendo con los abuelos y padres de familia.
 
Profesores de regiones colombianas diferentes que vienen adelantando la implementación de la lectura en el aula a partir de un proceso permanente con los niños y los miembros de la familia.
Otros profesores del colegio se han sumado al proyecto y usan el libro que esta leyendo cada alumno como fuente de la asignatura generándose una interrelación de áreas a partir de la experiencia de lecto-escritura.


Por ser un colegio con grupos escolares no superiores a veinte, por estar integrado por familias campesinas con valores arraigados, los libros retornan a la biblioteca solo con las huellas del uso en el campo y cuando algún niño se le embarra un texto, los padres del niño lo reponen para no privar a otros niños de la magia que trae cada libro, comentó una madre de familia.


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Profesora Esperanza Alarcón Ortiz, natural de Mogotes, Santander, quien recibió el reconocimiento del gobierno departamental por la propuesta pedagógica “descubramos el mágico mundo de la lectura donde los protagonistas somos todos”.

Las personas interesadas en conocer un resultado de esta estrategia de lecto-escritura, pueden observar el siguiente link en el que se puede apreciar a una de las niñas que viene desde hace un par de años participando en el proyecto como ha ganado la habilidad para declamar, para hablar y para expresarse en publico.

 
Puente nacional, La Margarita, abril 8 de 2016

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...