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sábado, 19 de mayo de 2018

Ecoposada La Margarita, Puente Nacional.



ESCAPESE DEL RUIDO Y LA CONTAMINACION
A UN OASIS DE TRANQUILIDAD EN  SANTANDER

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Una casona campestre para disfrutar en pareja o en familia. Ubicada en el punto medio entre Bogotá y Bucaramanga. A 2150 metros de altura y con una temperatura de 17 grados. 


En la ciudad se carece del aire puro, del olor a bosque, del arco iris, del aroma de las plantas, de un cielo azul y de un amanecer arrullado con el canto de los pájaros. Se carece de comida cocinada con leña y de lácteos frescos; se carece de vecindad, de tranquilidad al caminar y de atardeceres brillantes y  contemplaciones al infinito.
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El pasear por el campo mejora el estado de ánimo y las capacidades cognitivas, cohesiona las relaciones familiares, disminuye el dolor físico y desaparece el dolor espiritual

El pasar un fin de semana o unas vacaciones en una finca, restablece las fuerzas físicas y las habilidades; aflora la paz, se aviva la felicidad, se acrecienta el amor y se eterniza la amistad. Se forma parte de la naturaleza y el visitante se deja enredar en su pureza desconectándose del mundo empresarial y el caos de la capital.
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El campo y su tranquilidad es un espacio apropiado para leer, para escribir, para pensar. Oportuno para contemplar, para dejarse arrullar por el canto de las aves y el silencio, para compartir en pareja el universo. Es un lugar propicio para alejarse de las Tics, del ruido, de la contaminación, del estrés y el bullicio  de las urbes.
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Puente Nacional está a 180 kilómetros de Bogotá por vía a Chiquinquirá, a unas 3, 15 horas de camino, sin afanes. El recorrido en auto se hace por pintorescos parajes que diferencian las tierras de Cundinamarca, Boyacá con las de Santander.
Y si se parte desde Bucaramanga, el trayecto hasta la posada es de 134 kilómetros  invirtiendo unas 4,5 horas en cuyo trayecto de aprecia el paisaje santandereano que penetra al de Boyacá en la hoya del Suarez. 

Al llegar a Barbosa, allí se puede provisionar de verduras, carnes y lo que se tenga planeado consumir en familia.
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Viajando desde Bogotá, en Ubaté se puede degustar la arepa boyacense con un yogur, o se puede almorzar al calor de la estufa de leña. En Chiquinquirá hay que dar un corto paseo para contemplar la zona colonial y visitar la basílica de la Virgen de Chiquinquirá. En Garavito es un deleite degustar las arepas de trigo rellenas con cuajada o las tortas de queso, las almojábanas, las mantecadas y las mogollas de trigo.
La imagen puede contener: cielo, montaña, exterior y naturalezaLa imagen puede contener: cielo, montaña, exterior y naturaleza   


Al  descender, sin darse cuenta se llega a Santander en una curva con un puente, descolgándose en paralelo al río Sarabita o Suárez que se oxigena, purifica e hinche al romper la paz de los robledales hasta cruzar el mismo río y tomar una pendiente desciendo un par de kilómetros hasta cruzar la quebrada Otero (Aqui, al margen derecho, esta el acceso 1 a la Ecoposada, trepando y descendiendo 12 kilómetros) por cuyo costado trepa una carretera hasta las ruinas de la estación del tren conocida como Los Robles. 

 Un segundo acceso esta  unos pocos kilómetros después de la estación de servicio Texaco,  y al mismo lado izquierdo se observa un balneario, y a unos 200 metros, la recta carretera se dobla a la izquierda en angulo de 45 grados, y al tomar el descenso, a unos cincuenta metros, al lado derecho de la vía, está otro acceso a la Ecoposada, conocido como las diosas, para ir a otra estación del tren conocida como Providencia, la cual, está a unos cinco kilómetros yendo siempre en línea transversal. 

Se toma la vía campestre en el sitio conocido como las diosas, lugar en donde existe una sencilla caseta donde ofrecen frutas y bebidas que está al lado opuesto del acceso 2.
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Tomado el ramal a Providencia el auto se moviliza como si se fuese por un sendero rodeado de árboles y montañas en el horizonte; luego de una curva al margen derecho, la trocha se bifurca a la derecha con el acceso a la estación del Guayabo; y más adelante; se vuelve a bifurcar pero al lado izquierdo con otro ramal por el que uno se puede descolgar a Puente Nacional, pero siguiendo el horizonte, en menos de diez minutos, el auto aparece lindando con la estación Providencia; una construcción estilo republicano  terminada en 1930, próxima a restaurarse por ser considerada “un bien de interés cultural del ámbito nacional” desde 1976.
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Se atraviesa la calle pavimentada hasta coronar la cima; y ya allí, se trifurca la vía tomando a la derecha y trepando unos siete minutos (1,4 kms) por la carretera hasta que  ésta, se escabulla entre pinos para acceder a la Ecoposada la Margarita  por un portón  en piedra labrada con huellas en el mismo material que termina, en el fondo,  siendo el garaje de los autos que se guarecen bajo la sombra de cincuentenarios pinos sembrados por los propietarios.

LA COLONIAL CASONA
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La casona, Levantada en adobe en 1948, cubierta por teja de barro con el color del tiempo, es una vivienda campesina con corredores por los costados adornados por masetas con flores que penden escondidas en  la gama del verde que rodea la campestre vivienda.
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La casona tiene  tres  habitaciones con baño privado y dispone de dos habitaciones, una con dos camas sencillas,  y una segunda, con cama semidoble. Todas  las habitaciones disponen de  tv. La posada tiene  una ventilada cocina y tres comedores, uno de ellos, usado para los asados familiares.  Dispone de tres salas y silletería movible en los corredores, y para las reuniones dispone de una batería de baños con vista a  la provincia de Vélez.

Cómodamente se pernoctan 13 personas y hay elementos para dormir sobre colchones de aire para otras 4 personas. La posada tiene amplia zona para camping y la administración cuenta con  dos carpas para 4 personas y elementos para facilitar dormir con los niños o en pareja a campo abierto.
Desde la casona se observa en el horizonte el flanco derecho de la cordillera oriental que, en las noches semeja un pesebre con el alumbrado de los municipios de:  Bolívar, Sucre, Puente Nacional, Barbosa, Guavatá, Vélez y Palo Blanco.
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A PAJAREAR Y AVISTAR AVES
Madrugar hospedado en la posada la Margarita, trae sorpresas para el visitante. Sorpresas espirituales y percepciones agradables.
Extasiarse contemplando la despedida de la noche y el surgimiento de la luz en el horizonte y la aparición del sol sobre la arboleda en las mañanas es acompañado con el cantar  de aves diversas en los frondosos árboles que rodean la casona colonial. Manadas de toches, torcazas, ciotes, guacharacas, azulejos, copetones, cucaracheros, quinchas y arrendajos animan  cada amanecer.
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La casona esta guarecida de los vientos con un bosque de pinos y eucaliptos mezclados con especies nativas, por el cual se puede caminar y hacer la siesta en hamaca, o sin ella, al son del revolotear de las aves.
La imagen puede contener: 2 personas  Colegio 224


RECORRIENDO SENDEROS Y CAMINOS
La finca tiene 22 potreros, por los cuales se puede pasear guiados por el mayordomo para conocer los yacimientos de agua, la quebrada Jarantivá, nombre de la vereda.

 Caminar por las praderas, apreciar los arroyos y los nativos arrayanes centenarios  que adornan el paisaje y contemplar en el horizonte la belleza de la tierra del torbellino, la guabina y el bocadillo, se siente una paz espiritual y un relajamiento que agota los dolores y las preocupaciones.
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Los más osados pueden solicitar participar en el ordeño o alquilar un caballo para cabalgar por la carretera, o hacer el recorrido a pie hasta los caseríos de Providencia y Quebrada Negra en los que hay tiendas de víveres y panaderías, incluso  es novedoso probar el aguardiente “chirrinche” donde doña Custodia en la tienda la Esperanza.

En el recorrido, previa solicitud, se pueden visitar granjas para contemplar animales y cultivos de frutales. Encargar almojábanas, queso campesino y colaciones
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LOS BALCONES DE LA COLORADA.
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La vía por la que se llega a La Margarita, fue hasta 1968, un camino real, hoy convertido en carretera por la cual los ciclo montañistas y los amantes de las motos 4x4 hacen un periplo por cualquiera de los tres accesos que tiene la finca.

Con previa solicitud se puede ir en carro un trayecto, y por bellos potreros por un camino empedrado  trepar entre robledales hasta unas vírgenes cascadas conocidas como los balcones de la colorada que tienen un puente natural en piedra. Desde este lugar se  aprecian los contrastes de la geografía santandereana que se difumina con la boyacense. Por las cascadas corren aguas cristalinas de la quebrada La Colorada que nace en el páramo de  en cuyos estribos se dio una cruenta batalla en febrero de 1902 en los postreros días de  la guerra de los mil días, triste episodio que se recuerda con un obelisco en honor a los caídos en la batalla de maza morral.

La imagen puede contener: planta, árbol, cielo, exterior, naturaleza y agua

A unos cuatro kilómetros, por la vía que trepa desde Quebrada Negra hacia Los Robles, existe al alcanzar una leve colina, una casa de adobe a la vista recordada como las Palmas. En ese punto hay un camino de acceso que atraviesa un arroyo y a unos trecientos metros, en el lecho de la quebrada la Negra, hay una extensa y larga laja en piedra caliza que a la vista aparece como fragmentada adrede en rectángulos, y sobre ella, por uno de sus costados, se desliza cristalinos hilos de agua que invitan a descansar, ya bañándose o caminando, o simplemente extasiarse en una siesta entre el cielo y el lecho del manantial. A las cascadas también se puede acceder desde Quebrada Negra por la carretera que trepa a La Muralla.
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Al pernoctar en La Margarita los amantes de la literatura tienen los espacios para la lectura o para conocer los personajes de las “historias sin contar” que cada semana uno de los dueños publica en el el blog naurotorres.blogspot.com Puede conocer a Yeyo el curandero ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2016/02/desiderio-ortiz-el-curandero.html) o ir a la tienda de doña Custodia, el personaje de (http://naurotorres.blogspot.com.co/2016/03/las-mascotas-estimulan-las-emociones.html). O adentrarse en los espacios en donde vivió el personaje de las siguientes historias : (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/08/una-boda-sin-vino-y-sin-invitados.html) ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/10/el-pomarroso-florece-pero-no-tiene.html)
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PERIPLO POR SANTANDER O BOYACA

A 15 MINUTOS ESTA PUENTE NACIONAL, TIERRA DEL TORBELLINO Y LA GUABINA. 
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Puente Nacional es fuente del torbellino y la guabina en donde se pueden degustar los bocadillos o “el dulce tiodolindo” ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/11/el-postre-de-naranja-de-puente-nacional.html) Y si es un lunes, ir a almorzar provocativa fritanga en el segundo piso de la plaza de mercado, o probar las delicias que los campesinos hacen con el maíz o la leche es un paseo entre las tradiciones gastronómicas del campo. Pero también se puede recorrer en poco tiempo algunas calles coloniales  y casas con historia (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/09/la-cantarrana-esconde-los-jolgorios-y.html).




Desde Puente Nacional se puede acceder a La Margarita por una carretera que se mete al lado izquierdo a trecientos metros de la entrada al hotel Agua Blanca y a unos treinta metros arriba de la Bocadillería La Viña. Al tomar la carretera (Acceso 3) se descuelga hasta la quebrada Jarantivá para tomar una pendiente hasta llegar a Providencia, tomando desde ahí la vía hacia la montaña.

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Desde Puente Nacional hay que visitar Barbosa, Jesús María, Guavatá, Vélez, Sucre y Bolívar en Santander y Moniquirá, Paipa, Leiva y Tunja en Boyacá.



EL CONVENTO DEL ECCE HOMO, EL VALLE DE LOS DINOSAURIOS Y LEIVA.
Estando en La Margarita y si se dispone de un automotor 4x4, trepando hacía el páramo se puede llegar en una hora a Santa Sofía, municipio frutícola, y desde allí al Convento El Ecce homo fundado en 1620; luego, al valle de los dinosaurios y se llega con facilidad y en poco tiempo a Leiva, monumento Nacional. De allí se puede desplazar al desierto de la Candelaria y regresarse a la posada por Chiquinquirá o desde Leiva, por Arcabuco a Barbosa.
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ACCESOS, DISTANCIAS Y TIEMPOS
(Para autos se recomienda el acceso 2)

ACCESOSLUGARDISTANCIATIEMPO
Bogotá- Puente Nal.180 kms3 horas, 15”
Primer peaje salida de Bogotá-Quebrada Otero142 kms3 horas
Acceso 1 por la quebrada Otero a 12 kmsQuebrada Otero-Los Robles1,9 kms5 minutos
Quebrada la Otero-Quebrada Negra8 kilómetros14 minutos
Quebrada Negra -La Margarita2 kms5 minutos
Acceso 2 Por las diosas a 7 kmsPeaje Bogotá- Las diosas162 kms3 horas
Carretera Central- Providencia5.4 kms12 minutos
Providencia- La Margarita1.6 kms5 minutos
Carretea Central- La margarita7 kms16 minutos
Acceso 3 desde Puente Nacional por la bocadillería a 7 kms.Puente Nal.-al acceso 3

Viniendo de Puente Nal, la bocadillería está a 30 metros antes de tomar el acceso 3

6,5 kms.16 minutos



TRANSPORTE RURAL
Si la intención es llegar a la Margarita trasladándose en bus desde la capital, ya en Puente Nacional se puede contratar una camioneta 4x4 (cels. 3124081990-3145312722- 31073431789-) o tomar un taxi cuyo costo no supera los 8 dólares.


INFORMACION ADICIONAL
Se recomienda, si se desea comunicarse por celular, llevar un equipo de los primeros que gozan de buena señal, o alquilar uno en la casona. 
La casona  dispone de algunos juegos de mesa como rumi, Monopolio y Risk, cartas españolas, minitejo, rana y poker.
La imagen puede contener: 8 personas, personas sentadas y niños  IMG-20180325-WA0028
Hay amplios espacios para  camping, tiene chimenea y hamacas y asador al carbón. Si no se desea cocinar, se pueden contratar las comidas, previa solicitud. Las familias que allí se citan con sus hijos que viven en Bogotá, llevan el mercado, y  la señora del administrador les prepara los platillos deseados.


CONTACTO:
naurotorres@gmail.com
cel. 3203011050-3178572848





























































































miércoles, 30 de agosto de 2017

EL OCULTO PODER DE TUS PALABRAS






Hay que tenerle más miedo a las palabras que a los cañones. Las palabras, como las piedras, ruedan. De la abundancia del corazón habla la boca. las palabras edifican o destruyen. Las palabras pueden ser vitaminas o infecciones para el ser humano; entonces hay que pensar para hablar y no hablar para pensar.


El termino palabra, proviene del latín: parábola;  y, expresa uno de los elementos imprescindibles de cualquier lenguaje. 

Una madre guardará el recuerdo de la primera palabra balbuceada por el niño. Pero, en el tiempo que vivimos se habla más y se comprende menos; se ve más y se comparte menos; sin embargo, en todos los tiempos en las culturas que tienen un sistema de lenguaje, el poder de las palabras, no radica en su significado superficial, sino en sus cualidades ocultas.image
Toda palabra encierra conocimiento e intención.


El conocimiento es una esponja con capas de experiencia


La magia del conocimiento se ve reflejada en el poder de cada término o palabra. Con unas pocas palabras es posible reunir muchas capas de experiencia de quien las pronuncia. 

Por ejemplo, al oír o pronunciar la palabra seno nos evoca la ternura de la madre cuando nos amamantaba o nos evoca una función trigonométrica, o nos señala el origen de algo.

 Otro ejemplo del conocimiento que tiene cada palabra se refleja en el bagaje y erudición que tienen las personas que gozan del hobby de la lectura; entre más léxico tengan, más fluidos son cuando hablan o escriben, y por ende, son más convincentes.

El conocimiento es una esponja con capas de experiencia. 

La experiencia nos permite pensar ordenadamente en forma consciente y eficaz. Entre más se aprende más dominio del conocimiento hay.

En nuestra lengua, las palabras son ricas pues nos abren pasadizos secretos de significado y conocimiento. Pero es la intención la cualidad más poderosa de la palabra, pues cuando nos la dicen, nuestro cerebro acude a recuerdos y actúa inconscientemente. 

Por ejemplo, cuando yo le ordeno a mi hijo, venga a cenar, a dormir, a descansar; él ya sabe cuál es mi intencionalidad de cada uno de esas palabras.

Las palabras encierran conocimiento e intención; por lo tanto, enmarcar una intención en palabras es el primer paso para cerciorarse de que se haga realidad.

 Un par de ejemplos es la oración implorando a Dios curación física o psicológica; o afirmar, soy muy bueno para las matemáticas.image
Siempre que una palabra está respaldada por una intención, entra en el campo de la consciencia en forma de mensaje o petición. Dice el motivador Deepak Chopra: “el universo está siendo notificado de que tenemos un determinado deseo. No se necesita más que eso para que los deseos se hagan realidad, porque la capacidad de ejecución de la consciencia universal es infinita. Todos los mensajes son escuchados y obedecidos”.

En el sendero del mago, el libro de Deepak Chopra, hablando del poder de las palabras, cita al mago Merlín en la página 84, quien dice: “Los mortales están envueltos en palabras, de la misma manera que las moscas quedan atrapadas en la tela de la araña”. “sólo que ellos son a la vez araña y mosca porque se aprisionan dentro de la misma tela”.

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En otras palabras, cada uno utilizamos nuestro propio léxico para establecer hábitos que permiten que la vida continúe inconscientemente; pero si estas palabras no se utilizan para crear disciplina y entrenamiento, entonces caemos en una paradoja, al ser víctimas de ellas mismas.


Es con las palabras como nosotros hacemos que las personas se sientan bien o mal, se vean buenos o malos. Si aceptamos esta verdad, hay dos expresiones muy poderosas que cualquier persona puede utilizar. Son el y el no. Estas dos silabas pueden levantar fronteras o eliminarlas. 

Todo aquello que creemos lleva implícito un sí pronunciado por un progenitor, un maestro, una fuente de autoridad. Y todo que lo crees que no puede ser, lleva un escondido, proveniente de la mismas fuentes.

Decía que las palabras son una paradoja porque ellas nos dicen quiénes somos, pero de todas maneras somos más de lo que ellas pueden expresar, porque nosotros las personas tenemos el potencial de cambiar, y como las palabras, tenemos poder, ellas pueden crear algo nuevo sin ningún límite.
Recomiendo que debemos reconocer por qué somos así, y por qué no nos va bien en muchas acciones. 

Es necesario vaciar nuestro cerebro y nuestro lenguaje de malos deseos, de malas palabras, de expresiones negativas, de desesperanzas para dar paso a un estado de positivismo, a un estado de confianza en uno mismo y en el universo y las cosas se darán a la medida que nos merecemos.

Lic. Nauro W. Torres Q.San Gil, agosto 30 de 2017






















lunes, 28 de agosto de 2017

El cielo es de chocolate

 
El día sacaba la cabeza sobre el techo de mi casa. Mi madre me despertaba con amor para ir al colegio. Mi padre recibió una llamada. Una llamada que transformó su rostro alegre de cada mañana, en una cara de tristeza, y en sus ajados ojos, aparecieron lágrimas, muchas lágrimas. De su boca oí, “Gracias Señor por la vida y obra de mi padre”. Comprendí entonces que mi abuelo había muerto, luego de tres meses de una agonía larga y dolorosa en una cama de hospital, lugar al que nunca fue en sus 88 años.

En ese momento, no lloré. No pregunté. Simplemente regresé a mi habitación y di rienda suelta a mis recuerdos; tenía seis años. Como un espejo al frente, recordé los breves momentos que viví con mi abuelo. Me enseñó a caminar por el prado, por las piedras, por las laderas y por el bosque. Fuimos los cuatro a mirar sus ganados. Él, mi abuelo; yo; corbatín y chocolate; el perro de la abuela, y el perro del abuelo.
 
 
Fue un ocho de mayo de 2011 cuando junto con mis padres y hermanas menores estuvimos en Puente Nacional  admirando la celebración del grito comunero que cada año se celebra en esta fecha en la municipalidad.
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Ilustración de Domingó, tomada de internet.

Mi padre había enviado un carro para que mis abuelos bajaran al pueblo. Estuvimos los siete juntos viendo las presentaciones teatrales callejeras que los estudiantes realizan para recrear la primera victoria comunera en suelo americano contra los españoles. Pero, mi abuelo se desmayó estando con nosotros. Nos preocupamos todos y le llevamos al hospital. Allí lo estabilizaron. Y todos nos regresamos. Ellos, mis abuelos, a la finca la Esperanza en la vereda Jarantivá; y nosotros, regresamos a San Gil. Fue la última vez que vi a mi abuelo.
 
 
Mi abuelo murió en una clínica de Bogotá, ese año. Chocolate, su perro, desde que al abuelo, mi padre llevó a la capital, no volvió a comer, ni a latir. Fue un 4 de agosto de 2.011 cuando vi a mi padre llorar por la muerte de mi abuelo.
 
 
Cuenta mi abuela que ese mismo día, y a la misma hora que murió mi abuelo, chocolate también murió entre las herramientas con las que mi abuelo labraba la tierra.
 
 
Chocolate y mi abuelo están felices en el cielo. Un lugar tan bello y tranquilo como las praderas por las que mi abuelo me enseñó a contemplar la belleza natural que hay en los campos.
 
 No hay texto alternativo automático disponible.

Algún día, junto con manchas, mi perra, nos reuniremos con chocolate y el abuelo, en el cielo, esa pradera verde con amanecer eterno, pues el cielo es de chocolate, y a él, regresaremos, luego de nuestro aprendizaje por la tierra.
 
 
San Gil, marzo 30 de 2017






















domingo, 23 de julio de 2017

Los amasijos de Ana Elvia

 



"Como ya es usual, detrás de cada idiota siempre hay una gran mujer". John Lenon.

Tuvo nueve hijos y sigue siendo señorita. Transcurridos noventa años, así se le saluda y reconoce en la vereda Jarantivá de Puente nacional.

El padre de sus hijos nunca los reconoció, pero él, murió a la merced del hijo mayor de Ana Elvia.  Ella, no tuvo tierra, ni casa propia, pero cuidó de sus padres y sus  siete hijos que viven para contar esta historia, pues dos, murieron al nacer.

No tuvo esposo quien le ayudara a levantar a los retoños, pero si, un par de canastos en los que vendía amasijos que cada tarde amasaba con sus manos para ofrecer a los pasajeros, al otro día, en cada tren que subía o bajaba por la estación de Providencia en el municipio de Puente nacional, Santander, Colombia. Tampoco tuvo en sus haberes, vacas, pero amasaba deliciosas almojábanas, y en las escasas dos hectáreas de sus padres, florecían sementeras para alimentar a más personas vecinas.

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Se descolgaba sin descanso por  las pendientes por el mismo camino  que cruzaba perpendicular a la estación, y trepaba antes del medio día por el mismo camino con los canastos vacíos en sus largos brazos. Lucía siempre erguida, cual jirafa, llevando en cada codo un canasto  con amasijos hermosamente encarrados y  dispuestos para que no se desbarataran atados en un paño de algodón pintado con rosas rojas y flores verdes.

Negros eran sus vestidos como su abandono marital. Un delantal negro con flores blancas cubría siempre su escultural humanidad. Sus azabaches ojos brillaban como luceros bajo el sombrero de fieltro de ala pequeña que siempre lucía, cual bella campesina orgullosa de su condición.  Delgado  y alto era su cuerpo, cual eucalipto a la vera del camino, que trepaba altivo y sereno por el camino real que conduce desde Puente Nacional hasta Santa Sofía en Boyacá. Su color de piel semeja  aún, el de las tejas de barro de la casa de adobe donde desea vivir los últimos años, construida con esmero y paciencia por sus mayores a la vera derecha del camino haciendo ángulo con la callejuela que posa sobre las aguas mansas de la quebrada Jarantivá y que sirve de testigo de la importancia infantil que tuvo en la zona el poso de la nutria, un recodo del manantial en los que alguna vez los niños nadaban a la par con estos animales que fueron cazados por su piel para hacer bolsos para los pertrechos de los cazadores que cada fin de semana pululaban vigilantes  por los espesos montes que cuajaron los legendarios robles que cayeron silenciosos ante el filo de las hachas para convertirlos en carbón vegetal que se tranzaba en Chiquinquirá por productos de primera necesidad.

Ana Elvia es su nombre y Beltrán su apellido. El mismo que tienen sus hijos quienes desde niños debieron rebuscarse la vida; pero como Dios no desampara al pobre, fue bendecida con dos  hijos mayores  varones que ayudaron a cuidar, no solo a Ana Elvia y a sus padres, sino a las simpáticas hermanas volantonas que tenían en casa el oficio de moler el maíz y recoger la leña en los potreros de las parcelas vecinas para hornear los amasijos y las almojábanas. Ellas, las Beltrán, jugaban con el maíz y los mararayes en cada  San Pedro; gozaban del aprecio y admiración de los mozos de la región, quienes las abordaban en el camino a la escuela, sin que Guillermo Y Rafael se percataran. Fueron bautizadas con nombres compuestos que fueron grabados en la piedra de la loma que contempla el laudo transcurrir de las aguas de la quebrada Jarantivá.  Flor Marina fue la mayor, tenía piel trigueña, ojos pardos y cuerpo de gacela;  Blanca Doris, decía Ana Elvia, se había dorado en el horno;  María Raquel era la mas delgada pero fue madre de hijos blancos con ojos  pardos; Nohemí y Yolanda fueron las raspas, y quienes tuvieron mejores oportunidades para cambiar el destino en el que nacieron.

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Los amasijos puentanos son  elaborados  con harina de maíz amasados con mantequilla de leche vacuna y una pizca de sal, sin polvo de hornear y con gotas de chirrinche. Se hornean a baja temperatura, luego de las almojábanas que requieren mas calor.

Los lunes en la plaza de marcado son ofertados los amasijos por mujeres campesinas encargadas de fabricar con sus manos, además las almojábanas, las arepas, las galletas, el ponqué, la mantecada y el quesillo de hoja, que en sabor y suavidad, no tiene que envidiarle al ponqué Ramo y a los productos Alpina. Los amasijos y demás son las golosinas autóctonas de esta tierra del torbellino, el requinto y el bocadillo veleño en la que ningún emprendedor los ha industrializado aun.

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Alfonso Pardo fue el padre de los hijos de Ana Elvia, un apasionado anapista que improvisaba sus discursos sobre una mesa en cualquier espacio campesino. Siempre vestía de pantalón negro de paño y camisa blanca de manga larga. Usaba sombrero gris de ala corta y  portaba revolver trinquete al cinto. Recorría los caminos en un caballo blanco ataviado con aperos negros. Vivía solo y hacia todos los oficios de la casa, desde ordeñar y sembrar pasto hasta lavar y cocinar sus alimentos. Hacía en secreto los quesos de hoja, que por su textura, color y sabor, tenían un costo mayor y solo se vendían en tiendas de conservadores en  Puente Real de Vélez.

Nunca fue visto en la casa donde crecieron sus hijos. Ellos no sintieron el calor de sus manos ni el abrazo de un padre, incluso el saludo fue negado muchas veces y el regalo de navidad, fue el desprecio y la indiferencia.

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Alfonso fue un reconocido orador de la provincia de Vélez que defendió las ideas del General Rojas Pinilla en la plaza pública. Murió a la merced del hijo mayor, quien lo recogió y cuidó los últimos años de vida en Barranquilla, la ciudad que adoptó a Guillermo León Beltrán.

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El amor que Ana Elvia brindó a sus hijos fue suficiente para que, ellos hoy, cuiden de ella, igual que Guillermo León Beltrán, el hijo mayor, veló por sus hermanas desde niñas. Ana Elvia Beltrán cumple este agosto de 2017, noventa años de vida, y su anhelo es vivir en la casa donde nació y crió a sus hijos y a la que llegan los fines de semana sus 24 nietos y los 14 biznietos.

La casa de campo de los Beltrán esta posada en una leve loma cuyo frente mira al amanecer dando la espalda a las corrientes de viento que en las tardes calan los huesos. Fue levantada en adobe y su diseño y construcción es igual a las viviendas de la época en la vereda, siendo hoy un valor arquitectónico que los mismos habitantes no reconocen como tal, aun. Las casas tienen cuatro caídas cubiertas por teja de barro, son rectangulares están conformadas por dos piezas y la cocina. Tienen como pilotes columnas de arrayán y como amarres vigas de encenillo y cucharo; sus pisos eran de tierra y sus techos de caña de castilla que se ve amarrado con cuan, un lazo de una paja resistente que crecía en los paramos con el cual hoy se tejen artesanías coloridas que identifican la tierra del reino de la madre de Colombia, la virgen de Chiquinquirá.

Toda casa tiene un corredor guindado por columnas a la vista, y en la casa de los Beltrán, de la viga atravesada y de las columnas, desde el camino se veían los canastos suspendidos, y ante la imaginación de un niño esos canastos tenían el tesoro que colmaba el hambre pero estaban vigilados por dos canes negros como el hollín que aun cubre las paredes de la cocina familiar que, adrede ha sido conservada como testigo de lo que eran las cocinas en las casas de la zona.


Guillermo León, de mandadero a policía, de civil a ganadero.

Guillermo Beltran

Guillermo Beltrán estando en ejercicio militar, fue alguna vez edecán en el reinado de Barranquilla.

14 días antes del triunfo de Jorge Eliecer Gaitán en las elecciones para el congreso de  Colombia, ese martes 2 de marzo de 1948, después que el sol se ocultó en las montañas de Albania, luego de un trabajo de parto animado por la partera, Veroca Gómez, en una sencilla cama de bareque, la joven Ana Elvia dio a luz el primer hijo de su pecado amoroso. Rubén, el abuelo del primogénito estuvo pendiente en la loma del frente en el Rancho de los Ruiz, para no mostrar la alegría que sentía al escuchar el primer llanto del nieto de su única hija.

A un hijo de un político había que diferenciarlo de los otros niños de la campiña con el nombre de otro político que hacía sus pinos incendiarios en el parlamento colombiano. Lo bautizaron  con el nombre de Guillermo León, en honor al político del mismo nombre que en marzo de 1962 fue electo presidente del país, y quien implementó una política de odio bajo la premisa que el país estaba  avocado al crecimiento del bandolerismo, al que persiguió dando origen a las fuerzas revolucionarias de Colombia, Farc que en 2017 firman los acuerdos de paz considerados en el momento como un ejemplo en el mundo.

Guillermo León desde niño creció con la dureza del abuelo Rubén y con el ejemplo de la madre que solo tenía tiempo para trabajar buscando la comida para los hijos que se vinieron añeritos como las cosechas de papa, perdidas por la ausencia del agua en la floración.

Fue a la escuela rural  de Providencia, y allí, debió al terminar cada jornada escolar, defenderse a mano limpia de quienes se burlaban de él por ser bastardo y por tener el nombre de un rico terrateniente presidente conservador de origen payanes. Aunque los niños no están bien informados de los asuntos políticos, imitan a los mayores en sus gustos y preferencias. Guillermo león y su amigo de niñez, Custodio González, aprendieron a hacer pistolas de fisto usando como cañón el tubo de una sombrilla que montaban sobre una culata tallada por ellos mismos en galapo que ensamblaban con alambre dulce y engrudo de maíz; usaban como municiones pepas de platanillo que apertrechaban con fibra de fique y tacaban con un palo de pino. Las hechizas armas las portaban por el camino y las escondían en los matorrales cercanos a la escuela junto con las flechas y las pepas de guayaba que usaban en los enfrentamientos en los caminos contra los niños del lado liberal.  Guillermo no terminó el quinto de primaria porque su profesora (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/01/rita-la-maestra-asesina.html) abandonó el trabajo para irse a bandolerear con Efraín González, el “tío”.

El abuelo y Ana Elvia lo entregaron a Agustín Torres para que le enseñara a trabajar, pues él había sido militar. Con él, estuvo varios años hasta cumplir los quince, abandonando la vereda convencido que podría mejorar la suerte que había tenido su amigo de la escuela, Custodio González, quien contaba que era oficinista en la estación central del tren en Bogotá.

Guillermo León, como otros de su edad, empacó sus chiros en una caja y se fue a probar suerte a la capital. Se coló en el tren en el sitio de los Andes, una media rotonda que hacia el ferrocarril para abandonar lentamente las tierras santandereanas y planear hasta entrar a los limites con Boyacá. Al anochecer llegó a Bogotá. Allí, sentado en una banca esperó el amanecer para encontrar a su amigo, el oficinista; pero solo hasta pasadas las siete de la mañana del siguiente día fue sorprendido con el trabajo que hacía Custodio González,  en vez de escritorio tenía como espacio para trabajar los amplios corredores y baños de la estación, y como maquina de escribir, un trapero; y como canastilla para el papel usado, un balde con agua para lavar la herramienta de trabajo. Al verle en el oficio, a Guillermo se le murieron las ilusiones de trabajar en la capital. En ese entonces, ese oficio era visto como una vergüenza masculina.

Para entrar a trabajar al ferrocarriles nacionales se requería de  palanca política. Guillermo León, no la tenía, pues su putativo padre que era político, siempre estuvo en la oposición del gobierno; entonces, recordó el consejo de su protector quien le había anunciado que si no lograba amañarse en la capital, se fuera para los llanos orientales a probar suerte. El hijo de Ana Elvia, al verificar la mentira del amigo González, no se vio pintado en el mismo oficio, y de inmediato le pidió al mismo que le dijera a donde quedaba la Flota La Macarena, autobús que cogió hacia las diez de la mañana y al anochecer arribó a Castilla la Nueva, un incipiente poblado colonizado por santandereanos de Jesús María y Puente Nacional en el municipio de Guamal, Meta.

Luego de ocho horas de viaje,  bajó en la agencia de la flota, entró a la casucha de madera en donde funcionaba la única tienda alumbrada con una lámpara de gasolina marca Coleman, y allí encontró a quien buscaba. Iba con la ilusión de trabajar haciendo finca al lado del hermano de Agustín Torres, y hasta que cumplió los 18 años trabajó con  Luis Roberto Torres. Este hombre bajo de estatura con fuerza de un toro y genio atravesado, viendo que el chino era responsable y juicioso, decidió cumplirle el sueño que tenía. El sueño de ser policía como lo había sido su primer protector. Luis Roberto Torres lo presentó al compadre Fidel Quintero, quien era suboficial y facilitó las influencias para que Beltrán entrara a prestar servicio y hacer el curso para carabinero en la policía Nacional en Villavicencio.

Guillermo León se hizo a pulso. Trabajó desde niño, y cuando alcanzó la mayoría de edad  alcanzó su sueño de ser policía, y aunque no vivió con el padre, aprendió de él a cubrirse con la sombra de un buen árbol.

Fue muy amigo de comandantes y generales, y luego de pensionarse antes de cumplir los 40 años, logró cosechar un patrimonio que triplica el número de reses que pastan en los potreros del municipio de Puente Nacional, pueblo al que regresa en cada navidad cargado de regalos para los niños que aún viven en cinco veredas que él, recorrió de niño jornaleando para ayudar con el pan para el hogar de las Beltrán.

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Guillermo León, nació y vive trabajando. Tiene tres hijos y la pasa viajando y haciendo negocios, oficio que aprendió desde niño con el ejemplo de Ana Elvia. Cuenta que actuando como guarda espalda de una rica finquera de Chitaraque, invirtió en marranos, sin tener donde levantarles; luego invirtió en terneros sin tener finca. Cuando viajaba de un lugar a otro, compraba algo para vender a donde llegaba. Cuando iba  para la costa compraba enjalmas en Oiba, tomate y panela en San Gil, logrando cubrir los gastos de viaje y ahorrar algún dinero.

La señorita Ana Elvia regresa a su casa paterna cada vez que la trae alguno de sus hijos. Tiene alientos para alcanzar el siglo, gracias al positivismo que siempre mostró ante las dificultades de la vida, gracias al empeño y al amor conque hacia sus amasijos y a la dignidad que siempre ha mostrado y al respeto que se ha ganado, pues nunca mendigó comida para sus numerosos hijos, ni demandó protección ni deberes del Pardo que sigue siendo el amor eterno de su existencia terrenal. Alfonso Pardo fue un varón de amores varios; a una linda campesina la dejó embarazada, la niña nació y como el señor no respondió por sus obligaciones, la joven mujer le dejó la niña a su cuidado, quien se vio obligado a conseguir una conserje, que a la postre, también la embarazó, contó Yolanda, la hija menor de Ana Elvia. Luz fue el nombre de la única hija que vivió al lado del prolífico padre, a quien el mismo Guillermo León, guió para que fuera única dueña de los haberes del político del Urumal.

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Colombia está poblada de Anas Elvias, personas anónimas que nunca serán noticia pero están en los recuerdos de sus descendientes por   el tesón de una madre y padre a la vez, aportaron ciudadanos trabajadores al país poblado cada vez más por hijos con padres como Alfonso.


San Gil, julio 22 de 2017

NAURO TORRRES Q. 

El parasitismo del plagio intelectual

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