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lunes, 28 de agosto de 2017

El cielo es de chocolate

 
El día sacaba la cabeza sobre el techo de mi casa. Mi madre me despertaba con amor para ir al colegio. Mi padre recibió una llamada. Una llamada que transformó su rostro alegre de cada mañana, en una cara de tristeza, y en sus ajados ojos, aparecieron lágrimas, muchas lágrimas. De su boca oí, “Gracias Señor por la vida y obra de mi padre”. Comprendí entonces que mi abuelo había muerto, luego de tres meses de una agonía larga y dolorosa en una cama de hospital, lugar al que nunca fue en sus 88 años.

En ese momento, no lloré. No pregunté. Simplemente regresé a mi habitación y di rienda suelta a mis recuerdos; tenía seis años. Como un espejo al frente, recordé los breves momentos que viví con mi abuelo. Me enseñó a caminar por el prado, por las piedras, por las laderas y por el bosque. Fuimos los cuatro a mirar sus ganados. Él, mi abuelo; yo; corbatín y chocolate; el perro de la abuela, y el perro del abuelo.
 
 
Fue un ocho de mayo de 2011 cuando junto con mis padres y hermanas menores estuvimos en Puente Nacional  admirando la celebración del grito comunero que cada año se celebra en esta fecha en la municipalidad.
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Ilustración de Domingó, tomada de internet.

Mi padre había enviado un carro para que mis abuelos bajaran al pueblo. Estuvimos los siete juntos viendo las presentaciones teatrales callejeras que los estudiantes realizan para recrear la primera victoria comunera en suelo americano contra los españoles. Pero, mi abuelo se desmayó estando con nosotros. Nos preocupamos todos y le llevamos al hospital. Allí lo estabilizaron. Y todos nos regresamos. Ellos, mis abuelos, a la finca la Esperanza en la vereda Jarantivá; y nosotros, regresamos a San Gil. Fue la última vez que vi a mi abuelo.
 
 
Mi abuelo murió en una clínica de Bogotá, ese año. Chocolate, su perro, desde que al abuelo, mi padre llevó a la capital, no volvió a comer, ni a latir. Fue un 4 de agosto de 2.011 cuando vi a mi padre llorar por la muerte de mi abuelo.
 
 
Cuenta mi abuela que ese mismo día, y a la misma hora que murió mi abuelo, chocolate también murió entre las herramientas con las que mi abuelo labraba la tierra.
 
 
Chocolate y mi abuelo están felices en el cielo. Un lugar tan bello y tranquilo como las praderas por las que mi abuelo me enseñó a contemplar la belleza natural que hay en los campos.
 
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Algún día, junto con manchas, mi perra, nos reuniremos con chocolate y el abuelo, en el cielo, esa pradera verde con amanecer eterno, pues el cielo es de chocolate, y a él, regresaremos, luego de nuestro aprendizaje por la tierra.
 
 
San Gil, marzo 30 de 2017






















4 comentarios:

  1. PEDRO MATEUS

    En el principio era la pabra...la palabra crea el universo...la palabra se hizo hombre...la palabra está entre nosotros...el hombre se identifica por el don de la palabra...hay palabras que son la piedra angular del ser humano...vida...amor...perdón...alegría...amistad.
    Para Martín Heidegger la palabra es el pastor del ser...somos lo que somos por la palabra.
    Gracias por provocar está breve reflexión.

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    1. "Somos lo que somos, por la palabra". Hoy, su comentario, por ser domingo, fue mi evangelio. Es el comentario un manantial para reflexionar sobre el uso de la palabra para edificar, para alabar, para resaltar, para reconocer; y en especial, para encontrarnos con ellas, nosotros mismos.

      Si no fuese por la palabra, estariamos perdidos en las paginas del olvido. Gracias por su amistad, y aprecio,

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  2. Pedro A. Mateus M.
    La literatura nace del poder metafórico que tienen las palabras...es ahí donde el hombre es también un creador...por el don de la palabra...

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    1. "Somos creadores, usando la palabra". Oportuna reflexión, hoy que no podemos ir al templo, pero es ocasión para pensar que somos pasajeros.

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