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viernes, 6 de julio de 2018

Venerada prepago


Siendo bebé merecía todas las consideraciones, pero quien la engendró, nunca apareció. Siendo niña tenía una mirada expectante y triste. Debió estudiar el bachillerato  rebuscándose la vida. Su desarrollo físico y psicológico la fue convirtiendo en una sensual y bonita adolescente: Con  1,75 metros de estatura, armoniosamente proporcionada, con una cabellera café que escondía delicadamente el dorso dominado por tiernos y voluptuosos volcanes, copos de algodón en el alba,  se miraban disimuladamente escondidos bajo blusa de seda verde esmeralda. 

Unía su tronco una cintura de  hormiga que caía perfecta en la masa pélvica, imposible de no contemplar. De ella, colgaban dos juveniles y simétricos vástagos torneados, adornados por llamativas rodillas que coronaban sus piernas congruentes en un todo perfecto, despertando admiración de los géneros, que a su paso encontraba, ya en la calle, ya en el colegio, ya en los hoteles, o el templo, al que aprendió a ir, desde niña, cada domingo a ofrendar sus alegrías y sus dolores al Cristo ahumado que luce esperanzado sobre las almas en pena postradas al madero que está al lado izquierdo de la entrada a la Capilla de piedra que sobresale en el jardín artificial que cubre los restos de los lugareños que se fundieron con la tierra en la ladera del cementerio del “rincón querido de mi tierra santandereana”, San Gil, Santander, Colombia.

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Nació en invierno, en una negra noche de tempestades. Fue recibida por la comadrona que se apiadó del sufrimiento de una joven de nombre Sofía, que se enteró, sería madre, una noche sin luna cuando se bañaba a platonadas en el lavadero del inquilinato donde su progenitora rentaba una pieza, igual que  otras geishas que vivían con  sus hijos, y encontró inflada su juvenil barriga.  

Sofía era hija de Catalina, otra joven mujer, que siendo volantona, llegó a Santa Rosa de Simití, desplazada con sus padres, desde la serranía de San Lucas, por las acciones militares del grupo alzado en armas en el que militaron dos curas convencidos que tomando las armas, liberarían a los pobres de los yugos que imponen los que acaparan las fértiles tierras o se lucran con coimas y saquean las arcas publicas ostentando el poder político y económico que  han concedido las sumas de votos que los mismos necesitados han intercambiado por tejas y mercados en las elecciones. 


Las penurias y el hambre, el medio y el ruido  propio de un puerto seco, sumado al anhelo de ropa y vestido, perfumes y alhajas, con el maltrato y  deseo carnal del padre, mas el silencio consentido de la madre, empujaron a Catalina a experimentar  intercambiando besos por regalos, caricias por monedas, sudor mal oliente de mineros borrachos que pagaban el triple de billetes de veinte mil, por un par de horas con una ingenua joven que simplemente buscaba colmar sus necesidades de vestuario y comida, como otras tantas chicas del creciente pueblo de colonos y mineros de origen diverso de las montañas colombianas.


Como cualquier trabajo, Catalina intercambiaba sucios billetes de manos de  hombres mayores, que cada fin de semana, bajaban al pueblo a vender, ya sea gramos de oro o kilos de cocaína, por caricias fingidas de una fresca mujer que solo buscaba trabajar para vestirse y participar algunos billetes a su sumisa madre que usualmente lloraba, sola y en silencio, mientras hacia malabares para poner en la mesa un plato de sopa a los ocho hermanos que habían llegado sin gusto y sin anhelo a construir un camino de espinas y piedras, sin guía y sin brújula buscando amaneceres,  sin hambre, sin sed y sin abrigo.


Transcurrió una sarta de meses, durmiendo de día y trasnochando de noche buscando billetes entre canciones y trago, bocanadas de humo y olor a marihuana, entre sabanas con olor a orín,  y queso rancio.

Resultó embarazada de un paisa que llegó del Bagre y la frecuentó pagando con generosidad el trabajo realizado, hasta cuando se enteró que uno de sus espermatozoides, había ganado la carrera por las intimidades de la desplazada campesina que había creído encontrar al macho que le ofrecería, además de caricias y atenciones, techo, amor  y hogar.


Del paisa se supo que anocheció y no amaneció, pues no regresó unas semanas después  de un mes de abril pasado por agua, dejando a Catalina nadando en llanto entre canciones que emulan las tristes historias de las abandonadas que narran que el tiempo y la distancia, son el remedio para olvidar a los ingratos que se jactan contando los hímenes rotos de niñas ingenuas que por unos billetes,  por un celular o una pinta barata, entregan la virginidad a varones que olvidan que nacieron de hembras y tienen hermanas, que, al igual que ellas, están en el baile de la vida sobre la ruleta de la compensación.


Catalina, como cualquier mujer; vergüenza, tristeza y dolor la embargaron, abandonando a Santa Rosa de Simití en una chalupa colmada de colonos  coqueros, pasajeros ocasionales sobre las aguas del gran río Colombiano hasta el puerto petrolero del país. 

Luego de dos horas cuidando la bolsa y perdiendo los pensamientos con las olas que dejaba a su paso la motorizada, arribó a Barrancabermeja entregando la carga en el puerto al delegado que continuaría con la ruta del polvo blanco que iba rumbo a puerto colombiano. El puerto bermejo es otro terminal en el que los pasajeros se esfuman tras sus intereses. La mujer con pocos meses de embarazo, arribó a la ciudad un poco mareada, malestar que superó con una fría limonada  restableciendo los ánimos para continuar la ruta trazada por la flota Cotransmagdalena hasta la bonita ciudad de los parques.


A Bucaramanga arribó al parque Centenario, en ese entonces, existía allí el terminal de transporte terrestre, y en sus calles y carreras aledañas, en las noches, bombillos rojos señalaban “la zona de tolerancia”. Y en ella,  abundaban, bares, pensiones baratas y casas de citas. A una de ellas, arribó Catalina buscando a una colega que meses antes había tomado la delantera a probar suerte en la capital del departamento de Santander.


Ellas, marcadas con la indiferencia y el desprecio social, actúan unidas y  solidarias entre sí. María Magdalena, la amiga, recibió a Catalina ofreciéndole espacio en la habitación del inquilinato que esconde madres abandonadas con niños pequeños que dejaban durmiendo mientras en las noches  salen, cual lechuzas, a buscar clientes; ya en el San Andresito, en las calles, o en un bar.  Difícil trabajo que  debió ejercer en una casa de citas para obtener ingresos y subsistir en la selva de cemento en la que los habitantes viven a las carreras, angustiados y hambrientos de pasajero afecto.


Las trabajadoras sexuales, es un gremio unido, y entre ellas, actúan como una hermandad para defenderse, ya del policía que las maltrata, las persigue y explota; ya del coyote, ya del depravado, ya de los que intentan volarse sin pagar el servicio, ya de los dueños de inquilinatos.  

Varias mujeres hicieron un baby shower  para apoyar a Catalina, que un par de semanas después, hizo trabajo de parto, acompañada por una comadrona que ocasionalmente acudía al trabajo más viejo del mundo para ayudarse cubriendo los gastos. 

La parturienta, ingiriendo aguas y recibiendo sabandijas, dos días de trabajo de parto realizó, y con dificultades, una niña parió que fue recibida con alborozo por María Magdalena y otras compañeras de oficio que estuvieron pendientes de la recién llegada del Sur de Bolívar; pero por causas no determinadas, Catalina murió. Dijeron algunas que una infección la mató. Otras arguyeron que el paisa, un maleficio le mandó para que no pariera a una criatura  que él, no deseó. 


La nieta de Sofía, huérfana quedó. Ni abuelos, ni tíos, ni el taita apareció a reclamar a la tierna niña, hija de minero que había partido sin huellas en la arena de la playa del gran río Magdalena. 

María Magdalena, fue una guerrera buscando el sustento para su hijo,  con llanto y dolor, soñando con una hija, insistió e insistió hasta lograr quedarse con  la naciente muñeca que empezó a criar con empeño y esfuerzo, y luego registró con su apellido en la ciudad de los parques. 

Cleopatra fue el nombre que le colgaron cuando la sumergieron en el río Girón en manos de un pastor evangélico, pues ningún cura católico le prodigó la bendición, por señalar a María Magdalena una pecadora, y a Cleopatra, hija del pecado.


La madre putativa triplicó la jornada de trabajo, ya en el inquilinato, ya haciendo aseos en el transcurso del día, ya en la casa de citas en horas nocturnas, y con ahorros y esfuerzos llevó a la mesa el sustento y a los cuerpos de los niños, el vestido, y a sus espíritus, el afecto de una madre que hacia todo y de todo para que los hijos no sufrieran las necesidades en las que ella, creció.


El compartir posada con otras familias, cada una en una pieza, compartiendo cocina, lavadero, patio de ropas y baño, es como poner comida a perros y a gatos. Levantar niños sin presencia del padre, generalmente encerrados en la pieza y algunas veces dejándolos jugar en el solar, con las comidas cuando había, es como levantar hienas  sin llevarlas al campo. Los niños incomodan a los otros inquilinos y el dueño o subarrendador de la casona, encuentra escusas para presionar a la madre, por los daños que causan los niños, para lograr recompensas sexuales, bajo la amenaza de no arrendar más la habitación.


Fernando y Cleopatra, desde los dos años, pasaban el día en un hogar del bienestar familiar en una casa del barrio en la que otra joven señora, convenio tenía para acoger varios niños mientras las madres trabajaban. Con limitaciones económicas, fueron al preescolar, luego a la escuela pública, espacios en los que los los medios hermanos socializaban con personitas de su edad. 

María Magdalena, junto con otras mujeres fueron reclutadas para laborar en otra ciudad en el mismo oficio en una casa conocida en San Gil como  “de la perdiz”.


María Magdalena y algunas colegas junto con otras familias que viven del rebusque en la plaza de mercado de la ciudad, fueron vinculados a una organización por un joven sindicalista vendedor de especias, quien en reuniones semanales y un plan de ahorro personal impulsó, logrando, entre todos, reunir un capital en la asociación de vivienda José Antonio Galán en honor al comunero que prestando servicio militar al servicio del rey de España en el fuerte de Cartagena, deserta para unirse a la causa de los comuneros en 1781 a un grupo de charaleños que se sumaron al ejercito en el municipio de Güepsa, Santander para marchar hacia Santa fe, derrotando, sin un tiro, a los españoles en Puente Real, cruce del Saravita en que por siglos la etnia muisca intercambiaba la sal y los granos de tierra fría con las mantas de algodón y legumbres de tierra caliente con la etnia guane. Fue lugar en que los españoles mejoraron la tarabita indígena y colocaron un puesto de recaudo de impuestos por el uso del camino indígena que fue apropiado por el Rey para convertirlo en el camino real por el que se transitaba la mercancía que llegó posteriormente por el río Magdalena hasta Barrancabermeja, y de allí, en recuas de mulas, fue transportada trepando las cordilleras oriental y central hasta lo que fue posteriormente la capital del virreinato.  


La asociación, mediante contrato privado de compraventa, compraron un predio rural, distante del casco urbano, un kilómetro en línea recta. Primero, por una servidumbre peatonal, todos los fines de semana y festivos, los asociados empezaron un trabajo comunal, que a la par de la apertura de la vía carreteable,  trazaron cuatro manzanas, se asignaron los lotes y con jornadas de mano prestada y un subsidio de vivienda, mas de cien familias que vivían en arriendo, lograron construir una casa con muros en bloque y techo en teja de barro con tres habitaciones dos baños y un pequeño solar, gracias a que el dueño de la tierra facilitó el pago sin intereses, convirtiéndose, en el tiempo, en la ciudadela José Antonio Galán con una área construida cuatro veces mayor al empezar la urbanización.


Fernando, al igual que Cleopatra, acudieron a la escuela; ya  jóvenes,  asistían regularmente al colegio público, y en la jornada contraria, él, hacia mandados en la tienda del barrio, y  a una que otra casquivana de la carrera once de la localidad. 

Cleopatra, mientras tanto, jugaba con muñecas de trapo o plástico que una caritativa señora con iguales necesidades, recogía en las noches entre la basura, siendo barrendera, guardiana sin futuro, una organización creada por una joven mujer que llegó a la ciudad desde una vereda de Charalá, y con empeño y tesón, un grupo de mujeres conformó para hacer el barrido y recolección de las basuras que los pobladores producen cada día, sin medida y clasificación. 

Fue reconocida la labor de esa flor del campo, que con apoyo de un militar que, orgulloso, contaba haber dado fin a Pablo Escobar; se hizo político y gobernador, y a ella, con nombre de cumplido, directora de la CAS, convirtió. Con tan mala suerte que pasados unos años en la cárcel terminó sindicada por peculado por apropiación y falsificación de documento privado sobre un contrato de arborización que se hizo a medias en tierras bermejas, cuyo ejecutante fue la misma organización de mujeres sin futuro que ella creó.


Fernando Y Cleopatra, a leer y escribir aprendieron en la escuela Pedro Fermín de Vargas, nombre de la institución en honor al ilustre sangileño, aventajado  alumno de José Celestino Mutis, primer economista de La Nueva Granada, en su tiempo; amigo personal de Antonio Nariño, miembro de la la gesta independentista latinoamericana.


Mientras María Magdalena habría las piernas y doblaba el espinazo buscando el sustento diario, los hijos crecieron entre bares y casas de citas, ollas de bazuco y escondites de cosas hurtadas; pero como toda madre que ama a sus hijos, siempre desea lo mejor para ellos, y que su misma vida de necesidades y limitaciones, no se repita en ellos, yendo al colegio para no repetir la historia de los abuelos.


Con notas cercanas a la media y registro de numerosas inasistencias a clase, los chinos los matricularon en un joven publico colegio con nombre de otro sangileño que se distinguió porque fue gobernador y alcalde, cafetero y medico. 

La media básica cursaron a troncas y a mochas con ayuda y apoyo de maestros mostradores de afecto que registraban sin prisa y sin dudas las ausencias de los hermanos en días u horas diferentes, a solicitud de la acudiente que en el registro de la institución no era María Magdalena.


Asumiendo el significado del nombre, Fernando siempre mostró perspicacia y audacia, ya en el jardín callejero de la carrera 20, ya en las calles que terminan en el río, ya en las riveras del mismo en las que junto con otros niños se sumergían en las sucias aguas, cloaca de la ciudad buscando pulseras de oro, monedas o metales para vender y para comprar chancletas de plástico o una pantaloneta, o poder disfrutar un helado casero de coco.

 Así como le crecieron los pies y el cuerpo se alargó mostrando débiles bellos, crecieron sus necesidades de Fernando. Fue utilizado como mensajero para hacer entregas personales a un dueño de una olla con fondo, cada vez mayor, que expendía vicio entre los usuales clientes de la carrera once que discurre paralela al río Fonce  atravesando el parque El Gallineral, tranquilo y lento, para precipitarse encajonado por los riscos que alguna vez fueron los pies de la villa de San Gil y la Nueva Baeza.

Fernando, con esfuerzos logró terminar el bachillerato mientras hacia mandados los fines de semana a algunos tenderos de la plaza de mercado de la ciudad. Nadando contra la corriente de quienes crecen en calles del infortunio e inquilinatos. El muchacho se ganó la confianza de una  verdulera  con puesto fijo en el mercado cubierto, y con trabajo y tesón, ahorro y empeño, logró montar su propio puesto  en la galería, y con el fruto de su trabajo, un hogar formó en casa propia de una ciudad blanca que algún tiempo fue bañada por polvo gris que pululaba en el aire contaminado de una cementera que fue rodeada con los años por viviendas de los obreros que alguna vez trabajaron en la fabrica que por muchos años fue bandera del desarrollo empresarial de la Perla del Fonce.

El hado maligno al circulo vicioso de sus antepasados a Cleopatra metió. La putativa madre la prostitución nunca dejó, y a la niña, estudiando, convirtió en prepago.

Regularmente a clase asistía, y cuando hambre tenía, Cleopatra plata pedía al profesor de español, quien conociendo su historia, para las onces. dinero daba a la estudiante que el grado octavo cursó.

Usuales eran los permisos que María Magdalena pedía en la coordinación para llevar a Cleopatra al hospital a un tratamiento en el que, supuestamente estaba para superar los trastornos y desmayos.

Un jueves del sexto mes del calendario escolar, Cleopatra abandonó  el aula sobre las nueve de la mañana con el permiso gestionado por la acudiente. Pero ese jueves la estudiante no regresó al colegio.

El noticiero radial del medio día anuncio un extra: Una joven mujer había muerto en un accidente de transito en la carretera central que une a San Gil con la primera entrada a Pinchote viniendo de El Socorro. 
  
La necropsia reveló que la joven, de unos quince años, había muerto al impactar su cabeza con una piedra. La crónica roja del vespertino “Qu´hubo” contó que la occisa había muerto al volar por el aire desde una moto en la que iba como parrillera con un  domiciliario al caer la rueda delantera del velocípedo en un hueco en el pavimento en la curva que cae a la quebrada en la que años después se hace torrentismo en el municipio donde bautizaron a la patriota Antonia Santos.

La fuerza estática de la motocicleta lanzó a la parrillera  a la vera de la carretera mientras ella contestaba una llamada celular. Posteriormente el moto-domiciliario contó que cumplía un servicio para trasladar a Cleopatra desde el sector de Fátima de la ciudad a unos amoblados que por unos años hubo cerca al acceso de entrada a la Granja el Cucharo que a finales del siglo XX fue zona de entrenamiento agrícola y pecuario para campesinos sin tierra que recibieron parcelas en la década del setenta  en el municipio en el que fue bautizada la guerrillera de Coromoro. 
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Agraciada y bien hablada, mas amigos que amigas, Cleopatra aprendió de su putativa madre, quien en las tardes vendía chance, a pronosticar el numero en el que caería la lotería que jugaba ese día y que los compradores de fortuna, creían que iba a caer en el numero que supersticiosamente la vendedora recomendaba para salir, sin esfuerzos, de las necesidades que acosan a los apostadores que creen que la riqueza no se amasa con trabajo y ahorro, sino que se logra atinando a un numero que cada semana una maquina determina al poseedor del boleto que por arte de magia los convierte en poseedores sin necesidades materiales, o en propietarios de unos billetes con los que sufragan las deudas por mercado en la tienda de la cuadra en la que pasan los días entre las luchas permanentes por el dinero para el diario vivir.


Por imitación, ropa y un celular, la joven Cleopatra con otras tantas niñas de la misma edad fueron convertidas en prepago que una vendedora de obleas en el parque La Libertad, vendía el servicio sexual a extranjeros y adultos, que ante los demás, eran reconocidos como personas “de bien”.


La trágica muerte de la adolescente conmovió a la ciudad. Motociclistas, taxistas, estudiantes y curiosos atiborraron la funeraria donde velaron por dos días los restos mortales de la estudiante con nombre de reina griega. Clientes, amigos o admiradores sin identificar, con  un grupo de vallenato y un mariachis acompañaron el cortejo fúnebre hasta el cementerio en donde la despidieron cual diva convertida dias despues en amuleto de la suerte.

La tumba de Cleopatra permanece con flores y es visitada todos lo días, -en especial, los lunes-  por quienes juegan al chance o compran lotería convencidos que otra vez el alma joven de la adolescente indicará el numero que esa noche los puede proveer del dinero para pagar deudas, comprar algún electrodoméstico, pagar las  polas de fin de semana, o tener efectivo para el mercado de la semana por comenzar.


Puente Nacional, Posada Eco turística La Margarita, junio 11 de 2018.


























lunes, 18 de junio de 2018

Graciela Pereira de Gómez, cantera de versos


Maestra de principio a fin

Contar en versos una historia solo lo hacen los poetas,
contar en versos la historia personal,
solo lo hacen las personas que narran en versos
su trasegar existencial,
sintiendo y viendo las maravillas de la vida
creciendo cada día en sabiduría
para quererse mas y amar a los demás
siendo feliz al respirar y servir a los demás.


Intentaré narrar sin versos
la historia de una mujer que escribe versos.

Intentaré poner mi alma en cada letra
para que el lector
se enamore de los versos.

Intentaré desnudar el alma de la poeta
para que el lector
se enamore de la vida
y en ella encuentre la esencia existencial.

Intentaré contar pasajes de la vida de Chela
en párrafos que muestren su influencia
en la juventud de San Gil, Santander.


En 2008 recibí de manos de la autora, una “Cantiga del agua”, manantial de versos, con una sencilla dedicatoria: “Para Nauro y Familia, con cariño y amistad, estos versos que descubren mi alma….Ojalá que su lectura dé alas a sus sueños, nostalgia e ilusiones…Los abrazo con el corazón”. La dedicatoria estaba firmada con un nombre que esta en los recuerdos de los niños que tuvieron la fortuna de haber estudiado y están estudiando desde el preescolar en el colegio, El Principito, hoy Colegio Santa Cruz de la Nueva Baeza de San Gil.

 Chela es el nombre que esta esculpido en el alma de los niños, que ya siendo adultos y profesionales, regresan en ocasiones al colegio, para que ella, la cofundadora del colegio, les lea o les recite los poemas, rondallas y canciones con los cuales los enamoró: del estudio, de la vida, la familia, la ciencia, la paz, la patria, el terruño donde se ha nacido y de vivir el día día para ser felices. Y desde luego, enamorarlos de la poesía.  Otros regresan a leer los primeros versos que compusieron aprendiendo a escribir, poemas de los niños que cada año componen; y ella, la maestra de vocación, arma en tomos marcados con el año que le fueron entregados, luego de ser pulidos con el cincel de la rima y el ritmo de la pedagoga que desde niña, por ser la mayor de una familia con 14 hermanos, debió asumir responsabilidades económicas y formativas para ayudar en la faena del hogar junto a su madre, Rosa Delia Sánchez, mientras el padre, el maestro José Antonio Pereira (http://naurotorres.blogspot.com/2017/04/un-maestro-ebrio-de-amor.html) hacia maromas con el tiempo y con  varios oficios para traer el pan a la mesa en la que siempre hubo canciones y cuerdas por tocar.

 Graciela Pereira Sánchez es su nombre de pila; hija de José Antonio Pereira Arenas, escultor, músico y compositor sangileño, quien la impregnó con la música y la interpretación de la guitarra; y  la profesora Judith Luengas del grado cuarto de primaria, la indujo en la poesía al asignarle la tarea de declamar el poema “suave leyenda” que, luego de interpretarla, sintió un extraño impacto de la poesía.

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Graciela Pereira de Gómez en la oficina de la rectoría del colegio Santa Cruz de San Gil. (Foto de Nauro Torres. 2017).

En su pubertad y adolescencia cuadernos varios llenó con acrósticos y coplas. En la universidad, en la soledad de una habitación bogotana compuso sus primeros poemas dedicados a su familia, y como sus escritos del bachillerato, se olvidó de ellos por su labor como maestra, pero en el ejercicio de la profesión se dio cuenta del escaso material poético para niños y se dedicó a escribir poemas para sus alumnos, y los alumnos a su vez, poemas para sí.

Su infancia, juventud y enamoramiento, su vida de mujer, maestra, esposa y madre fueron sus fuentes de inspiración en los versos que empezó a plasmar en poemas desde la década del noventa del siglo XX  que fueron recopilados en el título # 38 de “Poetas del nuevo milenio” editado por Apidama ediciones, libro con 76 poemas organizados en siete capítulos publicado en abril de 2008 con el título, “Cántiga al Agua”. En 1996 había publicado un poemario que tiene como título: “Amor y ternura…60 maneras de expresarlo”, una selección de poemas de maestros y alumnos del colegio que aún regenta. Pero su acción pedagógica y poética  no se limita a la comunidad educativa de su colegio, siembra semillas poéticas en un ámbito mas amplio en el que hace su ofrenda como lo reza este poema:



Ofrenda

Quiero ser
una mujer sabor a luna
fulgor de sol
madura
profunda


Símbolo de promesa
motivo de esperanza
ansiedad guardada
amor que se desborda
mujer hecha canción.


Con sus canciones, sus poemas, su capacidad comunicativa, su liderazgo femenino, su pedagogía siempre a flor de labio en cada palabra, Chela es una colombiana que siente desangrar a su país pero que siembra esperanzas en los corazones de los niños, a quienes anima a aprenderse y recitar el siguiente poema de su cosecha de anhelos, añoranzas, preguntas y propuestas.
  
Escúchame Colombia

Permite que esta noche
en nombre de los niños yo te hable
y te pregunte y te cuente cosas
que tal vez tu ni te imaginas ni tu sabes.


Desde este mi San Gil que tanto quiero
desde este rinconcito de mi patria,
empezaré a hablarte de tus ríos
ya casi ni se cantan ni te bañan,
pareciera que el tiempo se ha llevado
murmullos de cascadas en sus aguas.

Los árboles que amaban los abuelos
han doblado sus gajos y sus ramas,
ya no pueblan sus copas muchos nidos
ya no hay pájaros mariposas y cigarras.

Las flores ya no se miran en tus campos
hay que ir a las plazas a mercarlas
y ya por tus caminos polvorientos
ya no encontramos campesinas de alpargatas,
pues si las hay, seguro que andan
sin sonrisas sin trenzas y descalzas;
y a que no sabes por qué?
por no hacer ruido;
ellas sienten la muerte que amenaza
escondida detrás de los barrancos
disfrazada de bomba o de metralla.


Los verdes cafetales de otros tiempos
ya sembrados de coca y marihuana
difícilmente pueden convencernos
de que el azúcar sale de la caña
o del pan servido en nuestras mesas
es un producto también de tus entrañas.


se perdió la memoria
camino a tus aldeas
cuando el agua era fresca y cristalina
tomada en tus arroyos y quebradas.


El aire en las campiñas yo no es puro
ya no huele a romero ni a azahares,
ni a trapiches, ni a huertos, ni a jazmines;
y casi el arco iris, ya no sale.


Ya no se oyen bambucos ni guabinas
al compás de las bandolas y guitarras.

Y sin embargo
así te lucho yo patria querida,
con ese traje triste de nostalgia,
de negro por el luto de tus hijos,
de rojo por su sangre derramada.

?Sabes-Colombia- mi paloma virgen?
todos los niños hemos de vestirte
el blanco de la paz no mancillada,
el azul de tus mares y veleros.

Haremos que en tu rostro campesino
se dibujen sonrisas de confianza,
que por tus veredas se ande sin temores
que en las ciudades el progreso marche
y en la orillas de tus ríos crezcan
otra vez pomarrosas, gualandayes.

Y nos vuelva el repique acompasado
de las campanas al caer la tarde
y el sol entre por todas las ventanas
para que siempre en las mañanas cante.

¡No te mueras¡ -Colombia- ¡no desmayes¡
que las huérfanos, las viudas y los niños,
curaremos las heridas de tus males,
te regalaremos nuevos sueños
una feliz comparsa
y un mapa limpio de soñados viajes.


Por favor mi Colombia
no dejes que te acaben;
todos los niños hemos decidido
¡y juro que lo haremos¡
construirte, un mañana mas amable.

Patria querida, mi Colombia linda;
déjame que esta noche,
en nombre de los niños
que viven en los campos y ciudades
con un poema yo te diga un canto,
y con mi corazón, una alabanza

Desde este San Gil que tanto quiero
donde a diario sembramos esperanza. 

Como mujer, como poeta, como esposa, Chela Pereira propone un ideal de varón que va sembrando en sus charlas y orientaciones pedagógicas en los niños y jóvenes que pasan por el colegio en el preescolar y el bachillerato.

Savia

El hombre que "yo" admiro
es vital

El hombre que "yo"espero
sabe esperar

El hombre que "yo"sueño
sabe soñar

El hombre que "yo" amo
sabe amar

El hombre que me regocija
es mi único amor
sin tiempo.

El amor en todas sus manifestaciones, un amor henchido de esperanzas, un amor como la fuente del manantial que brota de las montañas es, su inspiración, su desvelo, su propuesta y su canto.

Encuentro

Nuestra cita es el amor
y algo mas

El reloj no se detiene
un cuarto cálido
"ese" cómplice compañero habitual

Y la urgencia de nuestros anhelos

Mi valor,
tu alegría;
mi nostalgia,
mi mirada.

Mis historias,
tu sonrisa;
mi perfume,
Monte blanco;
(Presencia de una mujer intensa)

El cabello lavado
que se riega en mi mejilla

El temor de perderte
en un instante

Y mi certeza:
hoy llamaras ansioso
a nuestra puerta

El amor en todas sus expresiones es, su desvelo, su propuesta y su exaltación; ella enseña que amar es una tarea diaria entre las parejas que hacen y viven en familia;  por eso exalta el  amor a vivos versos.

Amarte no es fácil
es vivir en volcán
y no quemarse

Es tomar tu amor
y no embriagarse

Es seguir contigo
cuando te has ido

Si amarte no es fácil
perderte sería un morir

Impregnarme
de tu luz alucinante

Ojalá nunca pase
en el canto ni este deseo
de amarte
una y otra vez




Chela, la maestra que nació para ser maestra

creció entre bambucos y poemas

entre hilos de fique y madejas

entre notas musicales y los bocados del cincel

entre muñecas de trapo y tonadas

abrigada por los besos de Rosa Delia

y arrullada por las canciones de José Antonio.


Por ser la mayor en la familia, fue su tarea ser pedagoga, cuidar y orientar a sus hermanos, pues entre ella y la ultima transcurrieron 17 años; además, asumir los oficios de la casa en la que había 15 bocas que alimentar, no hubo ingresos para dar comida a otra boca para ayudar; fue  ama de llaves y dama de compañía de sus siete hermanas con quienes estudió en la escuela Normal Departamental de Señoritas de San Gil.  Chela debió convertirse en el espejo para las hermanas, y en el apoyo moral, incluso económico para que cada cual lograse estudiar, al menos el bachillerato.

Se hizo normalista en la institución regida por Hermanas de la Presentación, graduándose con honores. Con una referencia rectoral  le permitió conseguir un primer trabajo en un colegio privado de la misma comunidad religiosa en la capital colombiana; luego fue vinculada por un colegio de los sacerdotes claretianos , mientras empezó  estudios de sociales en la Universidad Nacional.

Graciela Pereira, como cualquier matrona santandereana, es de un solo amor desde el mismo momento que apareció por  primera vez en su corazón. Un diciembre de 1966, sus padres le permitieron pasar una semana de vacaciones con una compañera en  Villanueva.  Gladys Gómez fue esa amiga quien le invitó a la naciente población, por amistad, y en especial, por sus dotes musicales. 

Graciela y Gladys arribaron a la población en una chiva de Cotrasangil, un viernes en la tarde. Al aparecer el ocaso coronando la montaña que protege la llanura de la localidad, ya en casa de la amiga, Chela irrumpió el silencio del atardecer con un par de bambucos con notas de su guitarra. Las campanas alzaron vuelo anunciando el primero para la misa de seis, y entre notas folclóricas y campanadas, un joven alto, fornido y apuesto arribó al portón azul.

El muchacho de ojos negros y profundos que brotaban como aljibes de un rostro armonioso, estaba vestido de pantalón negro  poblado con manchas de tabaco con formas diferentes. Con sus pasos, le acompañaba un aroma a chicote que expelía  una camisa blanca de algodón con mangas largas cuyo conjunto era el  uniforme de los chicos que en vacaciones trabajaban bulteando cargas de tabaco descargándolas de los mulares  a las bodegas de la empresa Colombiana de Tabaco.

Al joven le fue presentada Chela, por su amiga Gladys. Él, un seminarista, la saludó con respeto y curiosidad. Él se había graduado en el mismo año que ella, pero desde que se conocieron esa tarde en Villanueva, solo se volvieron a encontrar en la Universidad Nacional  en la capital colombiana en el primer paro de estudiantes que debieron vivir como provincianos en el claustro del conocimiento. Él, estudiaba filosofía, y ella, psicología, pues no había logrado encontrar la licenciatura en sociales en esa universidad publica.

Para lograr estudiar, Graciela trabajaba como profesora de biología en un Colegio Claretiano; y como maestra normalista, concursó para ingresar al sector oficial en el Distrito. Estando en consulta medica con el galeno Álvaro Gómez Niño (q.e.p.d.), en las vacaciones de mitad de año en San Gil; éste, luego de auscultarla, le felicitó por haber aparecido su nombre en el diario El Tiempo, periódico liberal de amplia circulación Nacional. Ella sorprendida, le preguntó que por qué le felicitaba? y en donde estaba el periódico con esa información?. El medico, como otros de esa época, leían el periódico con regularidad, y ese ejercicio diario incluía los avisos publicitarios, y entre ellos, estaba la lista de maestras que habían pasado el concurso para trabajar en la capital. Graciela se curó de la dolencia que le aquejaba, y solicitó cortésmente al medico, el pedazo del periódico con el cual viajó el  domingo a presentarse a primera hora en la Secretaria de Educación de Bogotá.

A primera hora de ese lunes de un mes cualquiera de 1970, la seleccionada, buscó la oficina de personal en la Secretaria de Educación Distrital. Un cortes cachaco le  indicó que por el corredor, a mano derecha, al fondo estaba la oficina. Allí acudió presurosa y  expectante. Entró, y entre muebles, escaparates y archivadores, observó cuatro señores cuarentones que, sentados alrededor de una mesa de madera redonda color mugre, platicaban y hablaban de vacantes…alumnos…maestros. La provinciana interrumpió y preguntó por la persona encargada de los nombramientos de las maestras en la ciudad. Los señores vestidos de paño negro, eran rectores. Cada uno, por curiosidad masculina le interrogaron y preguntaron  de su origen, de sus habilidades pedagógicas y algunos aspectos de la prueba para el concurso. La maestra, entre inocencia y ganas de trabajar, solo atinó a explicar su empeño por la formación de los niños. Los maestros de negro le  dieron la oportunidad de escoger escuela. Y ella, se inclinó por la que le ofreció un rector que fue afable con ella.  Terminó trabajando en el barrio Molinos a la espalda de la cárcel La Picota. La escuela carecía de pupitres y abundaban los niños hambrientos por estudiar. Por el lugar pasaba todos los días el director del penal, y la joven maestra, una vez informada de quien era  el director, lo abordó un día para solicitarle  unas canecas con las cuales improvisó pupitres y sillas, que posteriormente un grupo de presos convirtió en bancas escolar


Raúl Gómez Quintero fue el zagal que la conoció una tarde de diciembre en Villanueva, gracias a su hermana Gladys quien la había invitado a pasar unas vacaciones.  Raúl inició estudios de filosofía en la Universidad Nacional, labor que hacía en una jornada, animándose a estudiar a la par, derecho en la otra jornada.

El paro universitario, facilitó el encuentro de paisanos estudiantes, quienes compartían tardes y domingos yendo al cine, visitando la biblioteca o departiendo en empanadas bailables en casa de algún compañero de universidad. Fue en esos espacios y oportunidades que Raúl Gómez le propuso amores a Graciela Pereira, convirtiéndose en esposos en 1972, mientras él, estudiaba, y ella, trabajaba y estudiaba. Como maestra ella empezó ganándose $ 2.200.oo; el salario mas alto que un maestro podía tener en ese entonces en Colombia. Raúl se graduó en filosofía en 1972 y ese mismo año fue seleccionado, por concurso, como profesor de la facultad de filosofía de la Universidad de Nariño con un salario de $ 6.000.oo. Por la diferencia salarial, Graciela, ya madre del primogénito, bautizado con el nombre de Delgzar Raúl -en homenaje al nombre de un amigo y como costumbre de todo santandereano de colocar  a un hijo en nombre del padre-, abandona su carrera universitaria y el trabajo y viaja a Pasto tras su esposo. En esa capital, Raúl continua estudios de derecho; ella consigue un trabajo como maestra en el Jardin infantil Nacional y empieza estudios de pedagogía en la misma universidad de Pasto.

Siendo de decano de filosofía y profesor de la misma materia en la facultad de derecho, Raúl se gradúa como abogado, desempeñándose como decano de filosofía hasta  finales de 1977, regresando con su familia a la capital de Santander como funcionario de la Procuraduría General de la Nación. Ya en el departamento que los vio nacer, visitaban con regularidad a San Gil, lugar en el que nacen los tres siguientes hijos: Vladimir Ilich el honor al primer y máximo dirigente de la URSS en 1922; Istar Jimena en honor a la diosa egipcia del amor, Isis;  y Rut Tatiana en honor a la excelente mujer del Antiguo Testamento. Raúl, posteriormente abandona el trabajo público y empieza a litigar con oficinas en Bucaramanga y la Perla de Fonce, radicándose posteriormente en esta ultima en 1979.

Graciela  es nombrada maestra en la Normal donde curso los estudios secundarios. Reanuda estudios en ciencias sociales graduándose en la Universidad libre de El Socorro estando embarazada de su segundo hijo. Con dos hijos pequeños, y detectando una carencia en la formación preescolar en San Gil, Graciela Pereira se une con Elsa Beatriz Plata y constituyen el preescolar que se llamó El Principito,  en 1980.
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Siendo Graciela Pereira, estudiante en la Nacional, fue a la biblioteca de la universidad a solicitar un libro para leer un fin de semana. Ella solicitó el texto de Maquiavelo, titulado “El Príncipe” recomendado por un maestro con la intención que la estudiante recibiese del libro las enseñanzas para ser una buen líder en el campo de la política y adquiriera pautas de comportamiento para liderar grupos humanos; pero el bibliotecario le entregó “El Principito” escrito por le aviador francés Antoine de saint-exupéry,  sin que ella hubiese encontrado la diferencia en el volumen y tamaño del texto. La estudiante al leer a “El Principito” encontró un manantial de conocimientos y consejos, sin tiempo y sin lugar, que convierten al niño lector en un buen ser humano, pues lo insta a descubrir el poder del amor y el valor en  lo simple de la vida. Su lectura, ratificó su vocación de maestra para dedicarse a la educación y la formación en lo esencial, pues “lo esencial es invisible a los ojos”.

Graciela es el clásico ejemplo de las mujeres que nacieron entre las décadas del cincuenta y ochenta del siglo XX. Las hijas  que nacieron en ese periodo en Colombia llegaron con un decálogo de obligaciones y metas. Aprendieron los oficios y artes de las progenitoras; la cocina y los oficios de la casa que aprendieron desde niñas, las convirtió en esposas, novias, amantes y  reconocidas amas de casa; habilidades propias de la mujer santandereana en ese entonces, quienes a la postre, tienen la ultima palabra en la familia. Fueron mujeres que se apropiaron del derecho a la igualdad de genero; estudiaron con sacrificio y se convirtieron en profesionales cumpliendo triple jornada: estudiaban, trabajaban, eran amas de casa y además docentes pues  transmitieron la axiología que diferencia los miembros de cada familia en la vereda o barrio de Santander.

Escuchar a Raúl Gómez Quintero, un abogado defensor de causas perdidas -de grupos humanos estafados por políticos y negociantes de las necesidades de vivienda de familiar que debieron abandonar el campo por causa de la guerra para vivir en San Gil-,  hablar de Chela, su esposa, es oírlo elucubrar su admiración por las diosas del olimpo y por los personajes de la literatura rusa. Resalta el significativo aporte de Graciela Pereira, desde el colegio a la sociedad sangileña, cimentando los valores familiares en los niños de las familias que confiaron a los hijos en la formación axiológica y académica al “Colegio Santa Cruz de la Nueva Baeza” cuyos egresados son el espejo de profesionales santandereanos vinculados a nivel nacional e internacional a empresas reconocidas.

 
Villa El Parnaso, casa de la familia  Gómez Pereira que, con los años será un museo por su arquitectura y el arte pictórico y escultor que adornan la casa construida en y sobre piedra en una de las lomas que circundan la ciudad que posa como un mirador sobre el valle del rio Fonce. Foto de Raúl Gómez Quintero(2017), tomada de internet.

Los egresados del colegio son personas con  ética humanista en la que prima el bien común sobre el bien particular; muestran certeza que lo mas brillante de la vida no se compra con dinero, que la acumulación de capital ciega a las personas de la belleza, y el  prójimo no se valora por lo que tiene, sino por lo que es; son responsables de lo que cuidan, y tienen como principio conocerse a si mismo para saber hasta donde pueden llegar asumiendo el amor no como un mirarse uno al otro,  sino como mirar juntos en una misma dirección.
 
De los padres de familia que confiaron sus hijos al Colegio de la familia Gómez Pereira, se escucha admiración y respeto. De los docentes que en el colegio brindaron su fuerza laboral y sus habilidades pedagógicas, la recuerdan con reverencia y afecto. Los egresados de la institución educativa solo hablan de agradecimiento, y para los niños de el preescolar, Graciela Pereira es la héroe de carne y hueso, que mientras estudian, a la entrada y salida del colegio se desplazan en fila a saludarle y despedirse en la oficina de la rectoría.


Así como el amor es eterno para Chela Pereira, también lo es la amistad; y su misión como maestra que empezó en el hogar de sus padres siendo muy niña, continuara hasta el fin de sus días, mientras recibe cada amanecer con  una oración de agradecimiento, vive el día como si fuese el ultimo y acoge la noche como una plegaria a Dios por la jornada.


Posada Agroturística La Margarita, Puente Nacional. Junio 09 de 2018.
NAURO WALDO TORRES Q.
Esp. Alta Gerencia, UIS. Lic. en Educación y filosofía, USTA










 

















El parasitismo del plagio intelectual

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