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jueves, 16 de junio de 2016
Joselyn Aranda, el de el Común.
domingo, 12 de junio de 2016
Juan Pineda, el subastador de Montes
No supo quienes fueron sus padres, tampoco el por qué tiene el apellido Pineda, no fue a la escuela pero sabe de letra, y aún, es un buen conversador; no tuvo hermanos pero lo criaron un par de hermanos; se relacionó por primera vez con otros niños en el “catecismo” cuando ya tenía ocho años, vivió desde cuando tuvo razón entre un monte por el que caminaba hasta la quebrada Jarantivá a traer en un chorote el agua para el consumo familiar; mientras vivió en el campo lo hizo en el mismo lugar en donde creció y formó su hogar en el que se criaron sus hijos integrados por siete mujeres y par de varones.
Su niñez, juventud y adultez ocurrió entre los montes, los arroyos, los caminos, el ferrocarril, y en ese lapso sembró aprecio, admiración y respeto por los demás y uno de sus mayores orgullos, ya a los 92 años, es que en su tranquila y placida vida no se ha enfermado ni recuerda que haya tenido un disgusto con alguien.
A Juan Pineda lo bautizaron el 29 de agosto de 1924. Nunca se enteró de quienes le mandaron echar el agua y hacerlo crédulo, pero cree que su nombre tiene alguna relación con el hombre que lo recibió y asumió su crianza. Ese buen campesino tenía el nombre de Evangelista Merchán, quien junto con Celsa Merchán, su hermana, se convirtieron en los padres putativos de Juan Pineda, “el subastador”.
Don Juan Pineda a sus 90 años
Los hermanos Merchán vivieron en un baldío cuyos padres descuajaron de pinos, robles, estoraques, tunos, cucharos, siete cueros, en extensión de 30 hectáreas dejando una tercera parte en montaña. En ese predio conocido como El Charrascal se hicieron adultos los hermanos Merchán, quienes velaron por sus padres hasta el ultimo suspiro, sin darles tiempo de conquistar pareja, razón por la cual, luego de un costoso diezmo, recibieron la bendición de un cura de Santa Sofía que les consiguió un niño abandonado al que criaron con esmero con amor y con rectitud. Ese niño es Juan Pineda “el subastador”.
En los meses de verano de las décadas del cuenta y sesenta del siglo pasado, sin que nadie lo propusiera, se convirtió en “el subastador” en cuanto bazar hubo y en las visitas de la Virgen de Fátima a las familias de las veredas Páramo y Jarantivá que promovió el párroco de Puente Nacional para fomentar la devoción a la madre de Jesús que se la apareció a tres niños en el valle de la Cova de Iria, cerca a Fátima en Portugal, y recaudar fondos para construir el templo de Quebrada Negra.
La colmena para construir una templo.
Los habitantes de la vereda Páramo se organizaron en cinco sectores: Quebrada Negra, La Muralla, el Morro, Montes y Peña Blanca; cada sector nombró un presidente y organizados como una colmena empezaron la construcción del templo que dio origen al nombre del caserío, Quebrada Negra(https://www.youtube.com/watch?v=pV3sovaTwKw), en honor la quebrada que baña parte de la vereda Páramo, mientras que los habitantes de Brazuelito y Providencia, se empeñaron en recaudar fondos para comprar el terreno donde levantaron su capilla a trecientos metros de la estación del tren sobre las ruinas de una casona incinerada y abandonada por sus dueños de estirpe liberal.
El registro fotográfico en 1964 toma el momento del brindis de inauguración de la casa cural de Quebrada Negra. de pie, de izquierda a derecha, Monseñor Pedro José Rivera, el sacerdote Eduardo Vargas y don Agustín Torres, al fondo el profesor Gabriel Gamboa.
Alfredo Parra, productor de papa y el ganadero Eduardo Malagón en el sector La Muralla; Vicente Malagón en el sector Peña Blanca; Ismael Contreras y Juan Pineda en el sector Montes; Horacio Parra en el sector El Morro y Agustín Torres y los hermanos, Salvador, Alejandro y Tobías González representaron a las familias que quedaron en un sándwiches entre las dos iniciativas, quienes apoyaron a las dos.
Un momento de un reinado de la simpatía para recaudar fondos para la construcción del templo de Quebrada Negra. En la fotografía de izquierda a derecha, los estudiantes Nauro Torres, Rubén Darío González, la reina, Felisa Pineda y Custodio González.(foto cortesía del álbum de la familia Torres Quintero 1970)
Con el recaudo producido por reinados, por los bazares, por los rosarios cantados y visitas de la imagen de la Virgen de Fátima, los habitantes de las veredas Páramo y Jarantivá construyeron en menos de quince años sus templos.
El templo de Quebrada Negra
Vista del templo de Quebrada negra. (foto de Nauro Torres 2016)
Las fotografías muestran unas caídas que forman las aguas de la Negra en predios del actual dueño de la casona; caídas que están a unos cien metros de la misma construcción. (Foto de Nauro Torres junio 8 de 2016)
Juan Pineda “el subastador”
quien aprendió haciendo el oficio de construcción, se convirtió en el animador de cualquier iniciativa para recaudar dinero para comprar el ladrillo, la arena y el cemento para la construcción del templo de Quebrada Negra (https://www.youtube.com/watch?v=h2ulWcdkt9c) . El ladrillo se cocía en el chircal de la estación La Capilla, la arena se compraba en la mina de alguna peña de Tunja, y el cemento se comparaba en Puente Nacional, y los tres productos eran trasladados en tren hasta la estación de Providencia, y de allí hasta el cruce de los caminos a lomo de mula en convites en los que participaban las familias por cada sector, actuando todas organizadamente como una colmena, logrando levantar un templo tan alto y tan espacioso en el que pueden estar cómodamente todas las familias de las dos veredas.
En ese entonces los bazares en el campo se nutrían con donaciones de porcinos, bovinos, aves de corral y ovinos, también con donaciones de los frutos de la tierra, como miel, café, yuca, plátano, papa, arveja, batatas, ibias y cuyes. Unas donaciones se remataban al mejor postor, y otras se preparaban para vender a los visitantes y participantes de la fiesta campesina. El bazar se organizaba y se desarrollaba en el centro de cada sector suscitándose una competencia sana al que produjera mas dinero para invertir en la obra comunitaria, bajo la promesa de mas bendiciones a la familia.
Vista del templo de Quebrada Negra. ( Foto de Nauro Torres 2016)
En cada vereda y en verano las familias se inscribían para acoger en el hogar la imagen de la Virgen de Fátima. La familia que recibía el anda con la imagen, donaba artículos y especies menores (aves, conejos, curíes y ovejas) que la misma familia rifaba entre quienes acudían después de las cuatro de la tarde a trasladar y dejar por ocho días la imagen en otro hogar. En el trayecto de un hogar a otro, el jefe del hogar que acogía a la imagen, rezaba el rosario con la participación de niños, jóvenes y adultos; a la procesión se unían los compadres, los vecinos y los amigos, quienes acudían con generosidad para comprar las rifas o rematar a un mayor valor lo que “ el subastador” ofrecía, es decir, en palabras de Juan, “el que mas pujara, mas longaniza comía”.
Don Juan Pineda con su hija, profesora Posidia y una nieta. (Foto tomada de Facebook 2016)
Juan Pineda “el subastador” se enamoró una sola vez de una mujer que tenía 18 años y con ella se casó cuando tenía 23. La conoció y la galanteó en una caseta de guadua y teja de zinc en la que ella, por encomienda de Verónica Gómez, la panadera y partera de la vereda Jarantivá. La caseta estuvo a la vera izquierda del camino real a Peña Blanca, cerca a un ojo de agua del que se surtían tres familias y estaba estratégicamente ubicada luego de coronar una pendiente luego de una larga y baja pendiente que se empezaba en otra tienda campesina.
Teresa Gómez Naranjo fue la hija menor de la partera, y por ser la menor se quedó con los rasgos de esa raza blanca de ojos verdes de ascendencia española que escaseó en la vereda y que también entró por el patio del aire en Boyacá, a Santander después de la guerra de los mil días. El matrimonio con Juan Pineda ocurrió en 1967 en el templo antiguo de Puente Nacional levantado en piedra en la época de la colonia en el que escondieron al español Francisco Ponce que comandó al ejercito que desde Santafé se desplazó a Puente Real de Vélez-hoy Puente Nacional- a enfrentar a los vasallos comuneros que en numero de 23.000 se desplazaban de Mogotes, Charalá, San Gil, Socorro y Guepsa hacia la capital del virreinato para lograr la suspensión de los impuestos de barlovento. El colonial templo se averió con el temblor de 1968 año en el que por primera vez un papa visitó a Colombia, Pablo VI, el mismo año en que la energía eléctrica iluminó por primera vez las casas del caserío de Providencia.
De la unión Pineda Gómez llegaron a adornar el hogar un manojo de flores: Felisa, Marina, Beatriz, Martha Irene, Carmen, Posidia, Miryam y Eucaris y dos gendarmes: Gerardo y Rafael.
Juan Pineda se crio entre maneas, vasijas para el ordeño, tiestos, estiércol y terneros; desde muy niño aprendió a sacar la cuajada, pues en ese entonces la leche no tenía compradores, y con la cuajada aprendió a hacer las almojábanas, que a diferencia de las de hoy, se amasaban con tres partes de cuajada y una de harina y se horneaban en hornos semicirculares levantados en adobe.
Teresa Gómez se crio en una vieja casona que aun existe, levantada en una pequeña porción de tierra sobre una planicie desde donde se puede contemplar buena parte de la provincia de Vélez; ella tuvo una hermana que bautizaron como Pastora y un hermano que murió virgen de nombre fue Senén. Los hijos de Jorge Gómez y Verónica Naranjo, crecieron en el oficio de buscar chamiza y cargar leña de champo para alimentar el horno de adobe que tres veces a la semana doraba el mejor pan de la región.
El mejor pan de las Gómez y provocativas y esponjosas almojábanas de los Merchán eran apetecidos por quienes bajaban o trepaban por el camino real, por los habitantes del casco urbano de Puente Nacional y por los pasajeros de los de trenes que transportaban los pasajeros entre la capital del pais y parte de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander, cuya red vial fue vendida a pedazos a escondidas en la década del ochenta por inescrupulosos funcionarios públicos.
Al estar casamenteras las dos hijas mayores de Juan y Teresa, y por haberse casado la tercera antes de cumplir los 15 años con un joven de apellido Becerra de la vereda, que por razones de complicidad terminó en Venezuela, Juan empezó a preocuparse por la suerte de su manojo de flores. El primer yerno lo invitó a trabajar en el vecino país que vivía época boyante por el precio del petróleo; transcurría 1969 y Juan Pineda, una vez terminado el techo y las paredes del templo de Quebrada Negra, se fue a San Cristóbal, Venezuela en donde trabajó por mas de veinte años, tiempo en el cual ahorró para comprar una vivienda en el casco urbano del municipio, y a donde Teresa se trasladó con seis hijos que lograron hacerse bachilleres y citadinos.
Don Juan Pineda rodeado de sus hijas. (Foto tomada de Internet 2016).
Felisa por ser la mayor debió ayudar a criar a los hermanos, y luego de hacerlo se radicó en Bogotá donde trabajó como modista. Marina, la segunda hija se enamoró de Neponuceno Ovalle con quien tuvo cinco hijos. Gerardo ejerció la especialidad que aprendió en el Instituto Técnico Francisco de Paula Santander y es actualmente un prospero comerciante, Rafael logró el bachillerato y fue empleado bancario siendo asesinado en un bazar que hubo en Providencia el 9 de septiembre de 2001 con balas de un sicario a quien le habían pagado para sacarlo del camino político. Martha Irene, Posidia, Carmen, Miryam y Eucaris son dignas egresadas de la Escuela Normal Antonia Santos y ejercen como docentes en el país.
Las esponjosas almojábanas de Juan Pineda, aun las hace por encargo su hija Marina de Ovalle, en su casa sobre el abandonado camino real que de Providencia conducía a Quebrada Negra, el rico pan de las Gómez lo siguen dorando en un horno a gas en la casa cuya compra cerró el joven Gerardo, quien debió ir hasta Cúcuta a recoger la plata ahorrada por Juan. La panadería y tienda de Juan Pineda, atendida actualmente por Felisa esta en la casa adyacente a la esquina de abajo de la plaza de mercado por la que se accede a ella en automóvil.
Los días por vivir que aún le quedan a Juan Pineda el subastador de la vereda Montes cuyo servicio comunitario, los actuales habitantes de las veredas Paramo y Jarantivá ya no recuerdan, la pasa en una desvencijada mecedora con marco metálico tejida con cuerda plástica, desde donde vigila la tienda y contempla el escaso jardín que se amontona en el patio que tiene un corredor en el que aun se amasa el pan de Teresa, cuyo olor emanado de cada dorada en el horno a gas, lo mantiene activo física y mentalmente pues le aviva los recuerdos de su amada esposa que se fue años adelante a aromatizar el camino al lugar que muchos, el cielo de los seguidores de Jesús el nazareno.
Registro fotográfico con motivo de la celebración de los 90 años de don Juan Pineda en 2014. (foto tomada de internet)
Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 20 de 2016
viernes, 27 de mayo de 2016
El suicida se viste sin ropa
domingo, 22 de mayo de 2016
Jacobo Velasco Torres, el poeta del Opón.
No soy un poeta
quiero utilizar las letras
expresar mis sentimientos
el poema que llevo dentro
lo que aprendí en el tiempo
y en el álbum de la experiencia.
Todo es un poema
la noche oscura,
la luciérnaga, la soledad,
el sol, la luna, el viento,
el rio, la palmera, la flor,
la alegría, la quimera,
la sonrisa de un niño,
el canto de un ave,
la ternura, la nostalgia,
el amor,
la mujer es un poema.
Nació el 18 de octubre de 1951 en la vereda Guaduales del corregimiento de Santa Rita Opón, municipio del Guacamayo en una familia colona que tuvo 12 hijos; su padre fue el paceño Ismael Velasco y la madre, una contrateña, Carmen Rosa Torres.
Cursó los primeros años de primaria en la escuela rural mas cercana distante una hora de camino del rancho de madera y palma nacuma. Tenia 19 años y se ganaba el sustento como jornalero usando la peinilla y el hacha, cuando se enteró por radio que el señor cura vicario de Vélez, visitaría a la parroquia de La Aguada, en ese entonces orientada por las Hermanas de la Presentación que habían decidido abandonar los colegios para hacer pastoral rural con los marginados. Luego de cinco horas caminando por trochas y lodazales, llegó al vecino municipio y se entrevistó con el sacerdote promotor de las Pastoral social en la provincia veleña. El señor Vicario Gustavo Martínez frías, natural de San Vicente de Chucurí y quien conocía el duro trajinar de los colonos. Al observar el interés del joven, le recomendó, por la edad, que se fuese a estudiar al Instituto de Liderato Social del Páramo, Santander que tenía un programa de formación y educación para adultos, en el que en un año lectivo, se cursaban dos, estudiando interno.
Con tres mudas de ropa, un par de zapatos grulla, unos tenis Croydon y un par de pantalonetas que a la vez le sirvieron de pijama, empacó en una mochila y partió a pie hasta Guacamayo y de allí al Socorro para posteriormente llegar al destino pasando por San Gil, luego de ocho horas de viaje en chiva.
Al Instituto del Páramo llegó al atardecer y a la primera hora del día siguiente se entrevistó con el rector, el reverendo Cesar Flaminio Rosas, eminente sacerdote de la orden Vicentina, quien le negó el ingreso por haberse presentado dos semanas después de iniciar el año lectivo. Jacobo, rogó a su modo, pero el reglamento primó sobre el anhelo del deseoso estudiante.
El agua que conduce al río
incansable llega hasta el mar
en banderas blancas
vuela hacia el sol
toca las cosas de Dios….
¡Oh¡ Señor, tócame a mí,
toca mi vida, mi mente, mi ser
toca mi corazón
y déjame tocar y vivir
las cosas de Dios.
Jacobo pernoctó esa noche en el Páramo, y en la mañana siguiente asistió a la misa de la madrugada. Luego se fue en peregrinación a la gruta de la Virgen de la Salud en donde un bañó a la cabeza y el rostro se dió pidiendo intercesión para no tener que regresarse a Guaduales.
Se presentó a penas abrieron la puerta del Instituto y solicitó nuevamente hablar con el rector, quien lo recibió en la amplia y voluminosa biblioteca que tuvo el centro de formación para adultos.
Recuerda Jacobo que le imploró lo dejara estudiar, y el levita le inquirió su persistencia calificándolo de torpe, pero pudo mas la esperanza del campesino que el reglamento, y fue desde ese momento alumno del grado 5o. de primaria convirtiéndose en pocas semanas en uno de los líderes del grupo estudiantil en ese año.
Los maestros del Instituto despertaron su conciencia dormida y como niño y joven preguntón, décadas después escribió estos versos:
El diagnostico es grave;
el examen salió positivo
sus órganos están afectados
tratamiento no hay curativo,
lo detectó el ignorante
lo afirma la ciencia y el sabio.
Esta enferma la piel de la tierra,
el aire respira cansado,
del mar se secan sus venas
y en ellas los peces contados
las aves casi extinguidas
ya no lucen arriba en el árbol,
ya no cuelgan en ellos sus nidos,
agoniza su aleteo y sus trinos.
Continuó estudios en el Instituto de Agropecuario de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o. de bachillerato. Regresó a su vereda, fue nombrado el primer maestro de la escuela en 1983, y luego de trabajar nueve meses de servicio al departamento, recibió todos los salarios en una sola paga en diciembre de ese año, mes en el que se casó con Elda, la niña que aun ama desde la primera vez que la miró.
Desde la primera vez
que me miré en tus ojos
me volví analfabeta y
en espejos transparentes
escribo pensamientos
tableros reales me persiguen
tablas, piedras, arboles, arena
todos los objetos…
en ellos escribo cuatro letras: Elda
Como estudiante, como dirigente campesino, como maestro, Jacobo Velasco aún muestra sus dotes de declamador, poeta y líder. Bajo la apreciación de que “todo es un poema”, a sus alumnos enseñó a rimar, a hacer esquelas y cartas románticas; les animó a declamar y les avivó el amor por el campo.
Terminó el bachillerato en Santa Rosa de Simití. validó la Normal en Aguachica y se licenció en filología e idiomas en la Universidad Libre seccional Socorro. Trabajó como maestro en una vereda de Onzaga, posteriormente en un centro rural en el Playón en donde se vio avocado a renunciar para asumir su defensa.
Explica el maestro ajeno a las aulas que negros pensamientos tuvieron unos compañeros de trabajo que junto con el abuelo de una menor de edad, lo sindicaron de acoso sexual.
Negro es el dolor
de negro se viste la viuda
negro es el nubarrón
que presagia el aguacero,
negro es el cáncer maligno,
el beso traicionero,
el mordisco del perro,
el vampiro es negro
el diablo lo visten de negro…
El odio, puñal afilado
como garfio
veneno de cobra,
aguijón de araña,
lacra podrida,
curare maligno de los humanos
demonio escondido
en la saña
que ataca al asecho
hiere, maltrata y daña.
Una carta romántica sin remite y sin destinataria que había leído en el aula a sus alumnos, un pañuelo blanco que la esposa le había regalado en los cumpleaños, unos dulces y una chocolatina que había comprado en la tienda cercana al centro, fueron las evidencias que entregó el denunciante a la fiscalía que encontró merito para sindicarlo, y el juez lo encontró culpable pagando la pena en la cárcel de Bucaramanga. Allí escribió:
Me duelen los ojos
de mirar al horizonte
un horizonte cercano
pero limitado, inalcanzable…
Me duele el alma
al ver las golondrinas
y siento envidia
de todas las palomas
que a diario recogen las moronas
y en la altura anidan los pichones,
a sus hijos; los míos están lejanos,
¡Si me prestaran esas alas¡…
Me duelen las manos,
de tocar las ásperas paredes,
me duelen, al no poder tocar
la humana porcelana…
Me sangra el corazón;
de mis lindos hijos,
la sonrisa esta callada,
de pensar, si en la mesa
tienen pan
se rompen las fibras
de mi alma.
El domingo es día de visita,
afuera hacen fila las mujeres,
ansiedad que espera;
yo sin esperanza
miro hacia la puerta
y cada abrazo, cada beso
mueven mis sentimientos
y un agónico suspiro
quema las fibras de mi pecho.
Entre los últimos…
los míos no llegan;
se agranda mi dolor
cuando llegan las abuelas,
abrazan a sus hijos, a sus nietos…
un puñal traspasa su existencia…
¡mi madre no vendrá¡
no viene aunque quisiera
tiene sus ojitos muertos.
“La cárcel es la escuela del crimen”, escribió Pedro Antonio Mateus Marín, el poeta de Moravia, pero Jacobo trató de no aprender esas lecciones, al contrario, miró y calló, observó y escribió, “un preso es la imagen de los muertos”.
…mientras al preso las esposas le maltratan las manos
en el hogar se abraza el dolor amargo
y se confabula la tristeza y la desesperanza
hay tristeza, debilidad, incapacidad humana,
mientras ellos conjugan su dolor
a él se le corroen los huesos,
en las membranas de la distancia.
Todo va pasando, todo va acabando, menos el tiempo
ni las noches largas en el tálamo que cansa
él es encerrado en este sepulcro abierto
donde no huele a muerto
pues son vivos los muertos,
un cementerio de muertos, muertos que lloran,
muertos que hablan, que suplican, que suspiran, que aman.
Al inicio del encierro hacen fila visitantes,
a menudo las llamadas, la comida, los detalles,
y el prisionero al igual que una tumba
al principio hay flores, arreglos, losa nueva, pintura, una cruz,
un hermoso epitafio, se elevan oraciones,
se pagan salves, desfilan amigos, familiares,
años después, la tumba abandonada….
Mientras en la tumba desaparecen las flores
al pobre prisionero se le esfuman sus amores
¡cómo se parece un preso a una tumba abandonada¡
En la cárcel compartió pupitre con un exgobernador y un exalcalde, allí no dejó de ejercer su profesión de maestro, en menos de tres años, a la calle regresó. Lo esperaban en la puerta del penal sus cuatro hijos, los maestros amigos, varios alumnos y padres de familia a expresarle aprecio, pero su Elda no lo esperaba, un joven gorrión ya cantaba en su ventana.
Jacobo Velasco Torres en libertad retomó el hogar con sus hijos y empezó de nuevo su lucha por la comida diaria vendiendo drogas naturistas y empezó por la tierra que lo vio correr por los potreros y cañadas, regresó al rancho donde aprendió a hacer familia, y allí encontró, soledad.
Las palomas se han ido,
las maracaiberas, ellas se fueron,
las alimentaba mi padre…
el voló para el cielo,
ellas alzaron el vuelo.
Se fueron los gritos, las risas,
los juegos, los hijos, los nietos,
los bellos diciembres
acompañados de luces,
de salmos, de rezos,
la bondad de mi padre,
de mi madre sus detalles,
sus bellos consejos…
todo se ha ido extinguiendo
menos mis lindos recuerdos.
Maestros y alumnos del Instituto de Liderato social de Zapatoca en 1977
Con Jacobo Velasco Torres, el labriego de versos, nos volvimos a encontrar 36 años después en un encuentro de exalumnos y maestros del Instituto Agropecuario para campesinos adultos de Zapatoca en donde fue mi alumno, encuentro ocurrido el 7 y 8 de mayo de 2016. Los años pasaron sin darnos cuenta, las tristezas se ocultaron y afloraron los recuerdos, se encendieron los abrazos, se cosecharon aprecios.
Compartimos alegrías, revivimos los afectos, pero en la entrevista para escribir esta historia, brotaron las lágrimas que se escurrieron por las arrugas que pueblan nuestros rostros, añoramos la guitarra y unos aguardientes y entre notas y canciones esconder los malos recuerdos que a cada quien nos acompañan, sin quererlos, pero asumiendo su creencia que en la vida, todo es poema. “Todo es un poema” es el nombre del libro que vende junto con medicamentos naturistas que promueve con canciones y versos desde el amanecer hasta el ocaso como todo labriego que labra la tierra para obtener el sustento.
Posdata: Los versos incluidos en la historia fueron tomados del poemario “Todo es un poema” publicado en el 2012 cuya carátula fue pintada por Cristian Velasco Hernández, el hijo mayor del autor Jacobo Velasco Torres, cuyo nombre fue tomado en honor al hijo mayor de quien escribe esta historia.
Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.
NAURO TORRES Q.
miércoles, 11 de mayo de 2016
Las mochilas literarias de los niños del Ojo de Agua
La niña Luz Rosalba Martínez Carreño llevaba en su mochila un libro titulado “Reciclemos”. Sobre el porqué lo había escogido afirmó: “porque en mi vereda se acopia la basura de muchos municipios y en la basura hay material que se puede reutilizar y yo quiero aprender a hacer elementos útiles usando el plástico… yo quiero hacer el cuerpoespinoportalapices. Así contribuyo a tener un ambiente mejor y un planeta menos contaminado”.
Las personas interesadas en conocer un resultado de esta estrategia de lecto-escritura, pueden observar el siguiente link en el que se puede apreciar a una de las niñas que viene desde hace un par de años participando en el proyecto como ha ganado la habilidad para declamar, para hablar y para expresarse en publico.
Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.
¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...
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“El amor no se mira, se siente , y aún más cuando ella está junto a ti”. Pablo Neruda Nauro Torres 2.021 Amándote amanecí, contigo soñé; ...
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¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...
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La huella que dejó en los feligreses de numerosas parroquias de la Diócesis de Socorro y San Gil, son imborrables. el rastro que ha dejado ...