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miércoles, 30 de agosto de 2017

EL OCULTO PODER DE TUS PALABRAS






Hay que tenerle más miedo a las palabras que a los cañones. Las palabras, como las piedras, ruedan. De la abundancia del corazón habla la boca. las palabras edifican o destruyen. Las palabras pueden ser vitaminas o infecciones para el ser humano; entonces hay que pensar para hablar y no hablar para pensar.


El termino palabra, proviene del latín: parábola;  y, expresa uno de los elementos imprescindibles de cualquier lenguaje. 

Una madre guardará el recuerdo de la primera palabra balbuceada por el niño. Pero, en el tiempo que vivimos se habla más y se comprende menos; se ve más y se comparte menos; sin embargo, en todos los tiempos en las culturas que tienen un sistema de lenguaje, el poder de las palabras, no radica en su significado superficial, sino en sus cualidades ocultas.image
Toda palabra encierra conocimiento e intención.


El conocimiento es una esponja con capas de experiencia


La magia del conocimiento se ve reflejada en el poder de cada término o palabra. Con unas pocas palabras es posible reunir muchas capas de experiencia de quien las pronuncia. 

Por ejemplo, al oír o pronunciar la palabra seno nos evoca la ternura de la madre cuando nos amamantaba o nos evoca una función trigonométrica, o nos señala el origen de algo.

 Otro ejemplo del conocimiento que tiene cada palabra se refleja en el bagaje y erudición que tienen las personas que gozan del hobby de la lectura; entre más léxico tengan, más fluidos son cuando hablan o escriben, y por ende, son más convincentes.

El conocimiento es una esponja con capas de experiencia. 

La experiencia nos permite pensar ordenadamente en forma consciente y eficaz. Entre más se aprende más dominio del conocimiento hay.

En nuestra lengua, las palabras son ricas pues nos abren pasadizos secretos de significado y conocimiento. Pero es la intención la cualidad más poderosa de la palabra, pues cuando nos la dicen, nuestro cerebro acude a recuerdos y actúa inconscientemente. 

Por ejemplo, cuando yo le ordeno a mi hijo, venga a cenar, a dormir, a descansar; él ya sabe cuál es mi intencionalidad de cada uno de esas palabras.

Las palabras encierran conocimiento e intención; por lo tanto, enmarcar una intención en palabras es el primer paso para cerciorarse de que se haga realidad.

 Un par de ejemplos es la oración implorando a Dios curación física o psicológica; o afirmar, soy muy bueno para las matemáticas.image
Siempre que una palabra está respaldada por una intención, entra en el campo de la consciencia en forma de mensaje o petición. Dice el motivador Deepak Chopra: “el universo está siendo notificado de que tenemos un determinado deseo. No se necesita más que eso para que los deseos se hagan realidad, porque la capacidad de ejecución de la consciencia universal es infinita. Todos los mensajes son escuchados y obedecidos”.

En el sendero del mago, el libro de Deepak Chopra, hablando del poder de las palabras, cita al mago Merlín en la página 84, quien dice: “Los mortales están envueltos en palabras, de la misma manera que las moscas quedan atrapadas en la tela de la araña”. “sólo que ellos son a la vez araña y mosca porque se aprisionan dentro de la misma tela”.

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En otras palabras, cada uno utilizamos nuestro propio léxico para establecer hábitos que permiten que la vida continúe inconscientemente; pero si estas palabras no se utilizan para crear disciplina y entrenamiento, entonces caemos en una paradoja, al ser víctimas de ellas mismas.


Es con las palabras como nosotros hacemos que las personas se sientan bien o mal, se vean buenos o malos. Si aceptamos esta verdad, hay dos expresiones muy poderosas que cualquier persona puede utilizar. Son el y el no. Estas dos silabas pueden levantar fronteras o eliminarlas. 

Todo aquello que creemos lleva implícito un sí pronunciado por un progenitor, un maestro, una fuente de autoridad. Y todo que lo crees que no puede ser, lleva un escondido, proveniente de la mismas fuentes.

Decía que las palabras son una paradoja porque ellas nos dicen quiénes somos, pero de todas maneras somos más de lo que ellas pueden expresar, porque nosotros las personas tenemos el potencial de cambiar, y como las palabras, tenemos poder, ellas pueden crear algo nuevo sin ningún límite.
Recomiendo que debemos reconocer por qué somos así, y por qué no nos va bien en muchas acciones. 

Es necesario vaciar nuestro cerebro y nuestro lenguaje de malos deseos, de malas palabras, de expresiones negativas, de desesperanzas para dar paso a un estado de positivismo, a un estado de confianza en uno mismo y en el universo y las cosas se darán a la medida que nos merecemos.

Lic. Nauro W. Torres Q.San Gil, agosto 30 de 2017






















lunes, 28 de agosto de 2017

El cielo es de chocolate

 
El día sacaba la cabeza sobre el techo de mi casa. Mi madre me despertaba con amor para ir al colegio. Mi padre recibió una llamada. Una llamada que transformó su rostro alegre de cada mañana, en una cara de tristeza, y en sus ajados ojos, aparecieron lágrimas, muchas lágrimas. De su boca oí, “Gracias Señor por la vida y obra de mi padre”. Comprendí entonces que mi abuelo había muerto, luego de tres meses de una agonía larga y dolorosa en una cama de hospital, lugar al que nunca fue en sus 88 años.

En ese momento, no lloré. No pregunté. Simplemente regresé a mi habitación y di rienda suelta a mis recuerdos; tenía seis años. Como un espejo al frente, recordé los breves momentos que viví con mi abuelo. Me enseñó a caminar por el prado, por las piedras, por las laderas y por el bosque. Fuimos los cuatro a mirar sus ganados. Él, mi abuelo; yo; corbatín y chocolate; el perro de la abuela, y el perro del abuelo.
 
 
Fue un ocho de mayo de 2011 cuando junto con mis padres y hermanas menores estuvimos en Puente Nacional  admirando la celebración del grito comunero que cada año se celebra en esta fecha en la municipalidad.
  No hay texto alternativo automático disponible.

Ilustración de Domingó, tomada de internet.

Mi padre había enviado un carro para que mis abuelos bajaran al pueblo. Estuvimos los siete juntos viendo las presentaciones teatrales callejeras que los estudiantes realizan para recrear la primera victoria comunera en suelo americano contra los españoles. Pero, mi abuelo se desmayó estando con nosotros. Nos preocupamos todos y le llevamos al hospital. Allí lo estabilizaron. Y todos nos regresamos. Ellos, mis abuelos, a la finca la Esperanza en la vereda Jarantivá; y nosotros, regresamos a San Gil. Fue la última vez que vi a mi abuelo.
 
 
Mi abuelo murió en una clínica de Bogotá, ese año. Chocolate, su perro, desde que al abuelo, mi padre llevó a la capital, no volvió a comer, ni a latir. Fue un 4 de agosto de 2.011 cuando vi a mi padre llorar por la muerte de mi abuelo.
 
 
Cuenta mi abuela que ese mismo día, y a la misma hora que murió mi abuelo, chocolate también murió entre las herramientas con las que mi abuelo labraba la tierra.
 
 
Chocolate y mi abuelo están felices en el cielo. Un lugar tan bello y tranquilo como las praderas por las que mi abuelo me enseñó a contemplar la belleza natural que hay en los campos.
 
 No hay texto alternativo automático disponible.

Algún día, junto con manchas, mi perra, nos reuniremos con chocolate y el abuelo, en el cielo, esa pradera verde con amanecer eterno, pues el cielo es de chocolate, y a él, regresaremos, luego de nuestro aprendizaje por la tierra.
 
 
San Gil, marzo 30 de 2017






















domingo, 23 de julio de 2017

Los amasijos de Ana Elvia

 



"Como ya es usual, detrás de cada idiota siempre hay una gran mujer". John Lenon.

Tuvo nueve hijos y sigue siendo señorita. Transcurridos noventa años, así se le saluda y reconoce en la vereda Jarantivá de Puente nacional.

El padre de sus hijos nunca los reconoció, pero él, murió a la merced del hijo mayor de Ana Elvia.  Ella, no tuvo tierra, ni casa propia, pero cuidó de sus padres y sus  siete hijos que viven para contar esta historia, pues dos, murieron al nacer.

No tuvo esposo quien le ayudara a levantar a los retoños, pero si, un par de canastos en los que vendía amasijos que cada tarde amasaba con sus manos para ofrecer a los pasajeros, al otro día, en cada tren que subía o bajaba por la estación de Providencia en el municipio de Puente nacional, Santander, Colombia. Tampoco tuvo en sus haberes, vacas, pero amasaba deliciosas almojábanas, y en las escasas dos hectáreas de sus padres, florecían sementeras para alimentar a más personas vecinas.

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Se descolgaba sin descanso por  las pendientes por el mismo camino  que cruzaba perpendicular a la estación, y trepaba antes del medio día por el mismo camino con los canastos vacíos en sus largos brazos. Lucía siempre erguida, cual jirafa, llevando en cada codo un canasto  con amasijos hermosamente encarrados y  dispuestos para que no se desbarataran atados en un paño de algodón pintado con rosas rojas y flores verdes.

Negros eran sus vestidos como su abandono marital. Un delantal negro con flores blancas cubría siempre su escultural humanidad. Sus azabaches ojos brillaban como luceros bajo el sombrero de fieltro de ala pequeña que siempre lucía, cual bella campesina orgullosa de su condición.  Delgado  y alto era su cuerpo, cual eucalipto a la vera del camino, que trepaba altivo y sereno por el camino real que conduce desde Puente Nacional hasta Santa Sofía en Boyacá. Su color de piel semeja  aún, el de las tejas de barro de la casa de adobe donde desea vivir los últimos años, construida con esmero y paciencia por sus mayores a la vera derecha del camino haciendo ángulo con la callejuela que posa sobre las aguas mansas de la quebrada Jarantivá y que sirve de testigo de la importancia infantil que tuvo en la zona el poso de la nutria, un recodo del manantial en los que alguna vez los niños nadaban a la par con estos animales que fueron cazados por su piel para hacer bolsos para los pertrechos de los cazadores que cada fin de semana pululaban vigilantes  por los espesos montes que cuajaron los legendarios robles que cayeron silenciosos ante el filo de las hachas para convertirlos en carbón vegetal que se tranzaba en Chiquinquirá por productos de primera necesidad.

Ana Elvia es su nombre y Beltrán su apellido. El mismo que tienen sus hijos quienes desde niños debieron rebuscarse la vida; pero como Dios no desampara al pobre, fue bendecida con dos  hijos mayores  varones que ayudaron a cuidar, no solo a Ana Elvia y a sus padres, sino a las simpáticas hermanas volantonas que tenían en casa el oficio de moler el maíz y recoger la leña en los potreros de las parcelas vecinas para hornear los amasijos y las almojábanas. Ellas, las Beltrán, jugaban con el maíz y los mararayes en cada  San Pedro; gozaban del aprecio y admiración de los mozos de la región, quienes las abordaban en el camino a la escuela, sin que Guillermo Y Rafael se percataran. Fueron bautizadas con nombres compuestos que fueron grabados en la piedra de la loma que contempla el laudo transcurrir de las aguas de la quebrada Jarantivá.  Flor Marina fue la mayor, tenía piel trigueña, ojos pardos y cuerpo de gacela;  Blanca Doris, decía Ana Elvia, se había dorado en el horno;  María Raquel era la mas delgada pero fue madre de hijos blancos con ojos  pardos; Nohemí y Yolanda fueron las raspas, y quienes tuvieron mejores oportunidades para cambiar el destino en el que nacieron.

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Los amasijos puentanos son  elaborados  con harina de maíz amasados con mantequilla de leche vacuna y una pizca de sal, sin polvo de hornear y con gotas de chirrinche. Se hornean a baja temperatura, luego de las almojábanas que requieren mas calor.

Los lunes en la plaza de marcado son ofertados los amasijos por mujeres campesinas encargadas de fabricar con sus manos, además las almojábanas, las arepas, las galletas, el ponqué, la mantecada y el quesillo de hoja, que en sabor y suavidad, no tiene que envidiarle al ponqué Ramo y a los productos Alpina. Los amasijos y demás son las golosinas autóctonas de esta tierra del torbellino, el requinto y el bocadillo veleño en la que ningún emprendedor los ha industrializado aun.

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Alfonso Pardo fue el padre de los hijos de Ana Elvia, un apasionado anapista que improvisaba sus discursos sobre una mesa en cualquier espacio campesino. Siempre vestía de pantalón negro de paño y camisa blanca de manga larga. Usaba sombrero gris de ala corta y  portaba revolver trinquete al cinto. Recorría los caminos en un caballo blanco ataviado con aperos negros. Vivía solo y hacia todos los oficios de la casa, desde ordeñar y sembrar pasto hasta lavar y cocinar sus alimentos. Hacía en secreto los quesos de hoja, que por su textura, color y sabor, tenían un costo mayor y solo se vendían en tiendas de conservadores en  Puente Real de Vélez.

Nunca fue visto en la casa donde crecieron sus hijos. Ellos no sintieron el calor de sus manos ni el abrazo de un padre, incluso el saludo fue negado muchas veces y el regalo de navidad, fue el desprecio y la indiferencia.

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Alfonso fue un reconocido orador de la provincia de Vélez que defendió las ideas del General Rojas Pinilla en la plaza pública. Murió a la merced del hijo mayor, quien lo recogió y cuidó los últimos años de vida en Barranquilla, la ciudad que adoptó a Guillermo León Beltrán.

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El amor que Ana Elvia brindó a sus hijos fue suficiente para que, ellos hoy, cuiden de ella, igual que Guillermo León Beltrán, el hijo mayor, veló por sus hermanas desde niñas. Ana Elvia Beltrán cumple este agosto de 2017, noventa años de vida, y su anhelo es vivir en la casa donde nació y crió a sus hijos y a la que llegan los fines de semana sus 24 nietos y los 14 biznietos.

La casa de campo de los Beltrán esta posada en una leve loma cuyo frente mira al amanecer dando la espalda a las corrientes de viento que en las tardes calan los huesos. Fue levantada en adobe y su diseño y construcción es igual a las viviendas de la época en la vereda, siendo hoy un valor arquitectónico que los mismos habitantes no reconocen como tal, aun. Las casas tienen cuatro caídas cubiertas por teja de barro, son rectangulares están conformadas por dos piezas y la cocina. Tienen como pilotes columnas de arrayán y como amarres vigas de encenillo y cucharo; sus pisos eran de tierra y sus techos de caña de castilla que se ve amarrado con cuan, un lazo de una paja resistente que crecía en los paramos con el cual hoy se tejen artesanías coloridas que identifican la tierra del reino de la madre de Colombia, la virgen de Chiquinquirá.

Toda casa tiene un corredor guindado por columnas a la vista, y en la casa de los Beltrán, de la viga atravesada y de las columnas, desde el camino se veían los canastos suspendidos, y ante la imaginación de un niño esos canastos tenían el tesoro que colmaba el hambre pero estaban vigilados por dos canes negros como el hollín que aun cubre las paredes de la cocina familiar que, adrede ha sido conservada como testigo de lo que eran las cocinas en las casas de la zona.


Guillermo León, de mandadero a policía, de civil a ganadero.

Guillermo Beltran

Guillermo Beltrán estando en ejercicio militar, fue alguna vez edecán en el reinado de Barranquilla.

14 días antes del triunfo de Jorge Eliecer Gaitán en las elecciones para el congreso de  Colombia, ese martes 2 de marzo de 1948, después que el sol se ocultó en las montañas de Albania, luego de un trabajo de parto animado por la partera, Veroca Gómez, en una sencilla cama de bareque, la joven Ana Elvia dio a luz el primer hijo de su pecado amoroso. Rubén, el abuelo del primogénito estuvo pendiente en la loma del frente en el Rancho de los Ruiz, para no mostrar la alegría que sentía al escuchar el primer llanto del nieto de su única hija.

A un hijo de un político había que diferenciarlo de los otros niños de la campiña con el nombre de otro político que hacía sus pinos incendiarios en el parlamento colombiano. Lo bautizaron  con el nombre de Guillermo León, en honor al político del mismo nombre que en marzo de 1962 fue electo presidente del país, y quien implementó una política de odio bajo la premisa que el país estaba  avocado al crecimiento del bandolerismo, al que persiguió dando origen a las fuerzas revolucionarias de Colombia, Farc que en 2017 firman los acuerdos de paz considerados en el momento como un ejemplo en el mundo.

Guillermo León desde niño creció con la dureza del abuelo Rubén y con el ejemplo de la madre que solo tenía tiempo para trabajar buscando la comida para los hijos que se vinieron añeritos como las cosechas de papa, perdidas por la ausencia del agua en la floración.

Fue a la escuela rural  de Providencia, y allí, debió al terminar cada jornada escolar, defenderse a mano limpia de quienes se burlaban de él por ser bastardo y por tener el nombre de un rico terrateniente presidente conservador de origen payanes. Aunque los niños no están bien informados de los asuntos políticos, imitan a los mayores en sus gustos y preferencias. Guillermo león y su amigo de niñez, Custodio González, aprendieron a hacer pistolas de fisto usando como cañón el tubo de una sombrilla que montaban sobre una culata tallada por ellos mismos en galapo que ensamblaban con alambre dulce y engrudo de maíz; usaban como municiones pepas de platanillo que apertrechaban con fibra de fique y tacaban con un palo de pino. Las hechizas armas las portaban por el camino y las escondían en los matorrales cercanos a la escuela junto con las flechas y las pepas de guayaba que usaban en los enfrentamientos en los caminos contra los niños del lado liberal.  Guillermo no terminó el quinto de primaria porque su profesora (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/01/rita-la-maestra-asesina.html) abandonó el trabajo para irse a bandolerear con Efraín González, el “tío”.

El abuelo y Ana Elvia lo entregaron a Agustín Torres para que le enseñara a trabajar, pues él había sido militar. Con él, estuvo varios años hasta cumplir los quince, abandonando la vereda convencido que podría mejorar la suerte que había tenido su amigo de la escuela, Custodio González, quien contaba que era oficinista en la estación central del tren en Bogotá.

Guillermo León, como otros de su edad, empacó sus chiros en una caja y se fue a probar suerte a la capital. Se coló en el tren en el sitio de los Andes, una media rotonda que hacia el ferrocarril para abandonar lentamente las tierras santandereanas y planear hasta entrar a los limites con Boyacá. Al anochecer llegó a Bogotá. Allí, sentado en una banca esperó el amanecer para encontrar a su amigo, el oficinista; pero solo hasta pasadas las siete de la mañana del siguiente día fue sorprendido con el trabajo que hacía Custodio González,  en vez de escritorio tenía como espacio para trabajar los amplios corredores y baños de la estación, y como maquina de escribir, un trapero; y como canastilla para el papel usado, un balde con agua para lavar la herramienta de trabajo. Al verle en el oficio, a Guillermo se le murieron las ilusiones de trabajar en la capital. En ese entonces, ese oficio era visto como una vergüenza masculina.

Para entrar a trabajar al ferrocarriles nacionales se requería de  palanca política. Guillermo León, no la tenía, pues su putativo padre que era político, siempre estuvo en la oposición del gobierno; entonces, recordó el consejo de su protector quien le había anunciado que si no lograba amañarse en la capital, se fuera para los llanos orientales a probar suerte. El hijo de Ana Elvia, al verificar la mentira del amigo González, no se vio pintado en el mismo oficio, y de inmediato le pidió al mismo que le dijera a donde quedaba la Flota La Macarena, autobús que cogió hacia las diez de la mañana y al anochecer arribó a Castilla la Nueva, un incipiente poblado colonizado por santandereanos de Jesús María y Puente Nacional en el municipio de Guamal, Meta.

Luego de ocho horas de viaje,  bajó en la agencia de la flota, entró a la casucha de madera en donde funcionaba la única tienda alumbrada con una lámpara de gasolina marca Coleman, y allí encontró a quien buscaba. Iba con la ilusión de trabajar haciendo finca al lado del hermano de Agustín Torres, y hasta que cumplió los 18 años trabajó con  Luis Roberto Torres. Este hombre bajo de estatura con fuerza de un toro y genio atravesado, viendo que el chino era responsable y juicioso, decidió cumplirle el sueño que tenía. El sueño de ser policía como lo había sido su primer protector. Luis Roberto Torres lo presentó al compadre Fidel Quintero, quien era suboficial y facilitó las influencias para que Beltrán entrara a prestar servicio y hacer el curso para carabinero en la policía Nacional en Villavicencio.

Guillermo León se hizo a pulso. Trabajó desde niño, y cuando alcanzó la mayoría de edad  alcanzó su sueño de ser policía, y aunque no vivió con el padre, aprendió de él a cubrirse con la sombra de un buen árbol.

Fue muy amigo de comandantes y generales, y luego de pensionarse antes de cumplir los 40 años, logró cosechar un patrimonio que triplica el número de reses que pastan en los potreros del municipio de Puente Nacional, pueblo al que regresa en cada navidad cargado de regalos para los niños que aún viven en cinco veredas que él, recorrió de niño jornaleando para ayudar con el pan para el hogar de las Beltrán.

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Guillermo León, nació y vive trabajando. Tiene tres hijos y la pasa viajando y haciendo negocios, oficio que aprendió desde niño con el ejemplo de Ana Elvia. Cuenta que actuando como guarda espalda de una rica finquera de Chitaraque, invirtió en marranos, sin tener donde levantarles; luego invirtió en terneros sin tener finca. Cuando viajaba de un lugar a otro, compraba algo para vender a donde llegaba. Cuando iba  para la costa compraba enjalmas en Oiba, tomate y panela en San Gil, logrando cubrir los gastos de viaje y ahorrar algún dinero.

La señorita Ana Elvia regresa a su casa paterna cada vez que la trae alguno de sus hijos. Tiene alientos para alcanzar el siglo, gracias al positivismo que siempre mostró ante las dificultades de la vida, gracias al empeño y al amor conque hacia sus amasijos y a la dignidad que siempre ha mostrado y al respeto que se ha ganado, pues nunca mendigó comida para sus numerosos hijos, ni demandó protección ni deberes del Pardo que sigue siendo el amor eterno de su existencia terrenal. Alfonso Pardo fue un varón de amores varios; a una linda campesina la dejó embarazada, la niña nació y como el señor no respondió por sus obligaciones, la joven mujer le dejó la niña a su cuidado, quien se vio obligado a conseguir una conserje, que a la postre, también la embarazó, contó Yolanda, la hija menor de Ana Elvia. Luz fue el nombre de la única hija que vivió al lado del prolífico padre, a quien el mismo Guillermo León, guió para que fuera única dueña de los haberes del político del Urumal.

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Colombia está poblada de Anas Elvias, personas anónimas que nunca serán noticia pero están en los recuerdos de sus descendientes por   el tesón de una madre y padre a la vez, aportaron ciudadanos trabajadores al país poblado cada vez más por hijos con padres como Alfonso.


San Gil, julio 22 de 2017

NAURO TORRRES Q. 

martes, 30 de mayo de 2017

Domingó, un cultor de conciencia


Luis Domingo Rincón Benítez,  una acuarela de valores artísticos



Es un diamante tallado que nada entre  verdades y mentiras de las redes sociales, en particular, en Facebook que esta controlando lo que  ven y piensan los seguidores,  despertando  sensibilidad con la imágenes con significado trascendente, con textos e informaciones que suscitan el ser social y despiertan la conciencia.


Es el ultimo plumillísta de principios del siglo XXI en Santander. Es el caricaturista social y político omitido por los pulpos impresos colombianos. Es el ilustrador educativo en el que confían las organizaciones no gubernamentales. Es el publicista de las empresas cooperativas que aun no han perdido el sentido humanitario del origen solidario. Es el sensible fotógrafo que recorre los pueblos del departamento captando la belleza de la cotidianidad para mostrar la riqueza arquitectónica de cada lugar y los entornos naturales únicos e incomparables. Es el pintor que da energía a las líneas para recordarnos que las cosas mas importantes y vitales, pasan desapercibidas a la vista y al corazón del hombre de hoy que vive con afanes. Es el dibujante que tiene el poder de conmover y estimular los espíritus creando espacios de pensamiento y reflexión, sembrando semillas sociales  de esperanzas de paz, de justicia, de equidad, de igualdad, de respeto por las diferencias propiciando seres humanos sensibles y dialogántes con el otro y el entorno. Es el investigador cultural que recurre al pasado y a los mayores, a las calles abandonadas, a las casas de barro, a los altares de los pueblos y a las fachadas de los templos para recordar al lector que somos el resultado de la interacción entre la familia, la escuela y el entorno, y que cada época es una gota de tinta que muestra el valor cultural que debe conservarse sin ser reemplazada por collages .  Es el blogguero que semanalmente ilustra cuentos en el diario Vanguardia y ocasionalmente resalta, explica y enseña las bondades de las obras de artistas santandereanos. Es ahora el ser humano que regresa al campo a vivir fotografiando los  atardeceres, cual acuarelas coloridas que sorprenden al lector con su agudeza al captar instantes en que la luz contrastada evoca el paraíso en el que vivimos y estamos empeñados en desconocer, incluso, destruir. 


Es el maestro Domingó, reconocido en el ámbito cultural de Santander por sus aportes a la estética.  Es, ese ser humano que nace una vez cada siglo, y en esta ocasión,  en una vereda marginada  de Contratación, quien tuvo la suerte de recibir la influencia de un par de sacerdotes  alemanes y otros italianos, todos  salesianos provenientes de Turín, Italia,  que lo enamoraron, sin proponérselo,  de la música, los libros y el arte y le permitieron asistir cada día a la biblioteca del colegio masculino cumpliendo el horario de clase sin acudir a ellas.


De su nombre artístico, recuerda, lo tomó de un compañero ganguetas que estudiaba con él en la escuela, quien tildaba las escasas palabras que pronunciaba. Y desde entonces, lo que pinta, lo que expresa es como un grito silencioso de protesta contra quienes no aceptan la diferencia y se jactan del bollyng verbal para destruir y burlarse del débil.


Llovía en la perla de Fonce. Las ceibas milenarias del parque la Libertad coqueteaban amorosas  con la llovizna que ahogaba el concierto bullanguero de las chicharras de ese martes ultimo de abril de 1980. Yo, frente a la maquina Remington tecleaba con frescura las noticias ocurridas en el mes que saldrían como novedad regional y como grito existencial en la segunda edición del Periódico José Antonio, el vocero de los pueblos del Sur de Santander. En una brizna de sol, apareció el cartero de Correos Nacionales en mi oficina ubicada al lado derecho de la entrada al segundo piso de la vieja casona colonial que vio nacer, crecer y morir a SEPAS como ente comprometido en la difusión y promoción de la doctrina social de la Iglesia catapultada por el Concilio Vaticano II en la esquina adyacente a la catedral de San Gil. El cartero llevaba la correspondencia, abultada por primera vez, con muchas cartas para el medio escrito de la pastoral social de la Diócesis de Socorro y San Gil. Omar Garnica, quien hacia los oficios varios en la oficina dirigida por el sacerdote Ramón González Parra. -Si le interesa conocer del este sacerdote-. (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/06/ramon-gonzalez-parra-gestor-de-un.html) me entregó la correspondencia. Y en ella, venía un sobre blanco tamaño medio oficio marcado con tinta negra a mano con una caligrafía estéticamente armónica y diferencial. Y, dentro del sobre, una sencilla nota de presentación junto con tres caricaturas como colaboración al mensuario que carecía de ellas en su primera edición. Estaban firmadas con la palabra: Domingó.



Me comuniqué en ese momento con el párroco de Contratación, el salesiano  Gonzalo Carreño, oriundo de San Juan Bosco de Laverde, para preguntarle de su conocimiento de la persona que firmaba dibujos tildando la ultima vocal del día sagrado, en ese entonces, entre los católicos. Su respuesta positiva fue acompañada con información adicional. Era un joven de origen campesino, hijo único, que hacia carteles, avisos, póster y arreglos ocasionales en las fiestas patronales a solicitud del párroco. Me habló de su conducta y disponibilidad para aprender trabajando al buen estilo salesiano. Consulté con el director de Sepas, y usando el mismo canal, lo contactamos, y desde la segunda edición correspondiente a mayo de 1980, el joven Luis Domingo Rincón Benítez, se convirtió en el reportero gráfico, en el ilustrador, dibujante, publicista y diagramador del JOSÉ ANTONIO, el vocero de los pueblos  de Santander.

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Como cualquier caricaturista que se respete se ponen un nombre artístico rimbombante; y el nombre artístico “Domingó”, no fue la excepción. Cuenta Luis Domingo, que lo tomó porque así le llamó uno de los niños de la escuela, quien en el proceso de aprendizaje del lenguaje, tildaba la vocal final de las palabras; y luego de mirar los dibujos que había realizado para el profesor y demás compañeros, no fueron del agrado de muchos, pero el niño se refirió a ellos: “ ..tán bonitós lós dibujós de Domingó”.



“La estancia vieja de nuestra señora del  Virgen del Carmen”, hoy El municipio del Carmen, Norte de Santander,  limita por  el norte con Venezuela. Por el sur con Ocaña. Por el oriente con Convención y por el occidente con el departamento de Cesar. Fue fundado en 1686. Y en esa parroquia nació Ramón Rincón; un  campesino que aprendió a la sombra del padre, un ocañero montañero, el cultivo del café; la cría, manejo y venta de ganado. Creció detrás de las colas de las reses y apretando, muy a la madrugada, las tetas de las vacas en las arrugas de la cordillera oriental que se extienden en las llanuras del Cesar hasta el Caribe. Por sus ancestros conoció de la ruta que unía al centro del virreinato hasta la costa caribe. Por eso tortuoso camino que recorrió varios años, compraba y vendía ganado, convirtiéndose, en pocos años, en reconocido negociante que, además del sombrero vueltiao, portaba un carriel de piel de nutria que bajaba por las estribaciones colgado del hombro derecho  de Luis Ramón, mofletudo de billetes y arribaba al pie de la sierra, como un fuelle sin viento, pero cuyo portador, junto con arrieros, caminaban lentamente con un lote mixto de terneros destetos y vacas vacías, que vendía en las haciendas del valle, para retornar por el mismo camino a su predio rural ubicado en El Carmen en el que florecía el café, el plátano, los cítricos y se multiplicaba el ganado de levante. 

 

Fue un 16 de julio que bajó con sus hijos y esposa a Ocaña a expresar su devoción a la Virgen del Carmen. Ramón Rincón y su hija mayor, habían notado, sin preocupaciones, que la  carne  de algunos de sus dedos se desmoronaba; a uno, del pie derecho y ella de la diestra. Por eso en esa fecha, peregrinaron hasta el templo a pedir cura a la virgencita del Carmen. La familia llegó  temprano al pueblo pero no alcanzaron acercarse al cuadro milagroso.

Ramón Rincón y su hija mayor fueron detenidos por unos guardias que buscaban enfermos. Fueron retenidos desde entonces y aislados, desde ese momento, de la familia. Los bienes le fueron confiscados y los hijos menores sanos, pasaron al cuidado del Estado. De inmediato y con otros contagiados fueron trasladados amarrados  a una mula hasta Bucaramanga, y de allí, por el camino a Jordán Sube, hasta Oiba, y posteriormente, a pie por las montañas, hasta el nuevo asentamiento para ese fin  que constituyó el gobierno  nacional en los confines de la selva sobre un pequeño valle rodeado de colinas que, en ese entonces, se veían, desde un imaginado avión, como  verdes tapetes que se esfumaban, en los mañaneros días, en las riberas del río Magdalena que se apea serpenteando hasta el caribe colombiano.


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Desde 1900 el gobierno colombiano, por exigencias internacionales para exportar, estaba empeñado en perseguir, recoger y aislar a los enfermos del Hansen; una enfermedad traída por los europeos a américa con el exterminio indígena desde 1.500 y que se había propagado recientemente en algunas regiones del país, en virtud a los desplazamientos campesinos causados por la guerra de los mil días; una guerra entre un ejercito regular de tinte conservador, y una guerrilla liberal desordenada y anárquica, de la cual, aun en  Colombia hay muestras de sus efectos.

El concepto médico, en ese entonces, era que la lepra era una enfermedad de la pobreza rural asociada a las guerras que generaban desplazamientos forzados, hambre y miseria, en particular, en los climas templados.

En 1904 el presidente Rafael Reyes, mediante oficio al Congreso de la República, solicita prioridad de inversión sobre la construcción de los ferrocarriles nacionales para conectar al país, dando prioridad a la salud publica, ya que en los Estados Unidos se difundió un informe que Colombia era el país con una población creciente de enfermos de lepra. Citaba el informe que sobre una población de cinco millones, había sesenta mil leprosos. El gobierno logró asignación presupuestal para  crear  tres lazaretos que funcionarían como una isla-cárcel  cuyos habitantes tendrían una cédula diferente, una moneda diferente, una ración diferente, un trato social especial confiado a la comunidad religiosa salesiana y hermanas de María Auxiliadora, oriundas de Italia.  Se constituyeron, el leprosorio de Cartagena, el de  Agua de Dios, y el tercero, en Contratación, Santander; y en cada lugar surgieron en poblaciones cercanas, los asilos juveniles para cuidar, formar y educar a los niños sanos.


Ramón Rincón y su hermana, junto con otros leprosos de Cúcuta, y de la costa caribe, fueron tratados como escoria humana viviente desde su detención hasta el arribo al primer “cordón sanitario”,  que era un reten en el que controlaban el ingreso y salida de personas del lazareto. Contratación tuvo ocho retenes, dos por cada  punto cardinal que se abría entre las montañas. Cada reten tenia un calabozo para retener a quienes intentaban volarse o intentaban entrar sin la debida cédula del “Vivandero” que el leprosorio, por medio del administrador, entregaba a quienes entraban y sacaban mercancía con permiso de un día para otro.




Un nuevo documento de identidad que incluía  la fotografía, el nombre y apellidos, la fecha y lugar de nacimiento, la enfermedad y el control al que asistían, recibieron Ramón Rincón y su hija mayor, quienes empezaron a vivir en la población, en vivienda asignada por el Estado, junto con otras viviendas de lisiados provenientes de Boyacá.

Todos los enfermos, mensualmente recibían una “ración” o un subsidio como se conoce hoy, que cobraban en la administración del lazareto que fue aislado con cerca de alambre sobre paredones de adobe protegido con teja de barro que hacia engorroso volarse y facilitaba caer en manos de los guardias que se escondían en matorrales cercanos a los retenes para cazar a los atrevidos. Los infectados que eran trasladados contra su voluntad, cambiaban el dinero nacional por la moneda que circulaba únicamente en los lazaretos, que pos su baja denominación, le acuñaron el nombre de “coscoja” para expresar, “poca cosa”. Las monedas tenían en una cara el rostro de San Lázaro y en el anverso, la cuantía que representaba.

La rabia y el dolor se mezclaron con la impotencia y la soledad. Ramón Rincón y su hermana permanecieron juntos para vivir de los recuerdos en la abundancia y ahogar la ira que causaba el perderlo todo por una infección que no venia de sus ancestros. Pero como ellos, otros centenares de campesinos y pueblerinos sentían lo mismo, cuyos dolores los fueron mitigando los sacerdotes salesianos y las hermanas de María Auxiliadora, con un humano aseo, desinfección y cuidado y la siembra de la paciencia, la tolerancia, la esperanza y como distracción, la oferta de nuevos oficios en que ocupar el tiempo libre.


Por inhóspitos caminos, por senderos recién abiertos, entre quebradas y bosques, valles y sierras, llegó la esposa de Ramón y un par de hijos menores. Y como ellos, otros tantos familiares de otros leprosos, quienes fueron descuajando montaña, haciendo ranchos, sembrando huertas, talando bosques, suscitándose la colonización de la región del Opón desde El Guacamayo hasta Santa Helena, desde Contratación hasta El Carmen de Chucurí, desde San Ignacio hasta la Paz.


Los despojados Rincón, a hurtadillas talaron una limitada parcela en la falda de  una de las montañas por donde se ocultaba el sol. Allí levantaron una choza sobre varas y techo de palma nacuma , abrieron labranza y empezaron una nueva vida cargada de necesidades. Cada domingo bajaban al pueblo, y con los debidos permisos, visitaban al padre y hermana, quienes participaban parte de la ración mensual que recibían, y con las coscojas, mercaban lo que no producía la tierra.



Antonio Julián Rincón, hijo de Ramón, llegó con su madre tras el rastro del padre desplazado y hacinado para no contagiar a otros. Para ayudar a la progenitora, vivía del jornal que vecinos contrataban al día. Julián Antonio Rincón nació en la abundancia allá en el Carmen en Norte de Santander. Tuvo oportunidad de ir a la escuela, aprender música e interpretar la flauta y disfrutar de la lectura, pues recibió los cuidados de una familia acomodada.

Las dificultades como los recuerdos fueron quedándose en el olvido que trae cada atardecer. Ramón Rincón murió en el sanatorio. Años después, igual fin tuvo la hermana mayor. Las múltiples tristezas de la madre y viuda aligeraron las cargas de sinsabores, dolores y tristezas, y sus restos hicieron compañía a los Rincón en un rincón del  cementerio de Contratación.


Antonio Julián  Rincón, se hizo mozo trabajando en el baldío y continuó como jornalero. Por el camino al lazareto conoció a  María Mercedes Benítez, joven campesina, oriunda de Socotá, Boyacá, un municipio enclavado entre los poblados de Pisba, Jericó, Sativa y Mongua. El señor padre resultó con lepra y por orden del gobierno, fue confinado en el lazareto de Contratación. Tras él, y furtivamente se vino su joven esposa, quien estaba empezando a criar a María Mercedes Benítez. Era tan pequeña que la escondió en  una cesta con tapa tejida con paja de arrabal con facilidad para cargarla y esconderla a la vista de los guardias.

Tomó bus en Tunja, y sin saber donde quedaba Contratación, terminó en el Socorro, debiendo regresarse hasta Oiba para iniciar el sinuoso camino hasta el punto escogido por los quineros para celebrar  contratos de búsqueda y entrega de la demandada planta medicinal de quina en Europa. En esta planicie, en una de las estribaciones de un cerro que forma la serranía de los yariguyes, se fue formando un puerto seco que la gente empezó a denominar “ contratación”, y como si la historia estuviese escrita, en ese lugar levantaron el leprosorio en donde el Estado hizo un contrato con los infectados para que estuviesen aislados y separados allí, en Contratación a cambio de asistencia.

Antonio Julián y  María Mercedes, ambos sanos, entablaron una amistad para sobrellevar el pasado del despojo y el desarraigo y vivir el presente, en lo posible. Con los años se enamoraron y recibieron la bendición del cura, sin omitir las responsabilidades con los padres que fueron infectados con lepra; esa enfermedad infecciosa mencionada en el antiguo testamento, y señalada erróneamente, en la edad media por la Iglesia como una enfermedad contagiosa, cuyos  infectados debían aislarse dándoles una muerte social en vida. La lepra producía ulceras cutáneas, daño neurológico y debilidad muscular. La bacteria se propagaba en el aire cuando una persona inhalaba pequeñas partículas estando con un infectado que tosía o estornudaba o tenía contacto con líquidos nasales de un portador de la bacteria.

Los jóvenes enamorados cumplieron el mandato que los hijos entierran a los padres. Continuaron viviendo en la casa de adobe que levantaron los aislados provenientes de El Carmen. La parcela fue sembrada de café caturra, cuyas pepas el mismo Antonio Julián, trajo de El Carmen, municipio al que iba regularmente tres o cuatro veces al año, a trabajar y traer dinero, y de paso, fue trayendo semillas de plátano, frutales, tubérculos, especies nativas y flores que, además de sembrar en lo propio, propagó entre las familias que fueron llegando bajo la sombrilla de los arboles, los escondidos matorrales y los recovecos del terreno embarzalado,  tras sus mayores. Rodeaba la casa de adobe y teja de barro, un solar que, juntos labraban para cosechar lo necesario para comer, y en libertad, levantaban gallinas y camuros, y confinados, conejos y curíes.



En la semana que surgió la primera protesta social en occidente que hasta la fecha se tenga noticia, ocurrida en Londres cuya marcha duró tres días hasta la localidad de Aldermaston. En el año que Colombia tiene la primera reina de belleza universal. En la fecha que nace Carlo Magno, rey de los francos y emperador romano de occidente; en el día que el rey de España ordena enseñar el castellano a los indígenas y  Estados Unidos acuña por primera vez el dólar; y se publica un poemario de Federico García Lorca en Nueva York; y Charles Chaplin, regresa otra vez al país del norte, luego de ser tildado de comunista, y en Jerusalén, un comando palestino asesina a 48 personas; nace en Contratación el 2 de abril de 1958, Luis Domingo Rincón Benítez, hijo único de Antonio Julián y María Mercedes.


Criado a punta de leche materna, verduras, legumbres y proteína agroecológicas, la encarnación de un amor que creció silvestre, lo bautizaron con un nombre compuesto que, para los padres tenía un profundo significado: Le llamaron Luis en honor al santo de Gonzaga, Italia; y por ser primogénito, y porque le vieron al niño un naturaleza emotiva y clarividente que con los años se vio reflejada en su perseverancia, concentración, suficiencia y clemencia, y además, amor a lo oculto, a lo que es y puede ser; y gusta de ser admirado. Y Domingo por haber nacido en el día de descanso después de una semana de trabajo para rendir honores a Dios, y en honor a  Domingo Sabio, el niño santo de Italia que no alcanzó los 14 años de vida y que es el dechado de virtudes que muestran los salesianos a los niños, y cuyo nombre tenia la escuela a donde iría a aprender a leer y escribir bajo la tutela del profesor Abelardo Marín, a quien recuerda con particular afecto, porque enseñaba con alegría, daba movimiento a las vocales y musicalización al abecedario y mostraba animo en cada logro de los niños, y de los cuales, les hablaba a los padres en las reuniones.


De niño fui muy feliz, cuenta Domingó. No tuve hambre. Mis padres me brindaban abrigo y comida natural. Mi padre me decía, mijo, hoy  con qué quiere el almuerzo: con gallina, con conejo o curí, cuenta. Vivíamos en la pobreza, pero una pobreza digna. No me avergonzaba calzar alpargates, usar pantalón corto, camisa remendada y sombrero. No teníamos luz eléctrica en la casa, pero contemplábamos el alumbrado del lazareto desde la montaña, cuando prendían el motor para generar energía y dar luz en las noches. Usábamos radio con pilas Eveready, pero los domingos, los festivos y de guardar, a la hora del almuerzo y la cena, escuchábamos música clásica que colocaba el padre Ruperto o el padre Pablo Giua en la torre del templo y que se escuchaba en todos los recónditos espacios de la villa del Hansen escondida entre peñascos santandereanos.


Como él, los niños sanos y enfermos que crecieron en las casas y en el lazareto, percibieron cuidado y guía de los padres salesianos. Acogieron una catequesis usando el cine como herramienta. Recibieron instrucción musical con instrumentos donados por alemanes. Tenían a disposición una biblioteca, abundante en literatura universal y arte. Disponían de campos deportivos y caminatas para admirar la naturaleza. Asistían a clases de dibujo, teatro y canto, carpintería, costura, sastrería, mecánica y motores, logrando nuevos imaginarios,  construcción del  pensamientos, entrenamiento de la razón y una ética centrada en el hombre como sujeto y actor de su propio destino en el cual, el pensar, el hacer y el tener deben estar en armonía para lograr vivir felices.

Antonio Julián murió de viejo sobre los 80 años, cargado de los contrastes que tuvo que vivir, sin superarlos con el alcohol. Aunque leía para aprender y olvidar, tocaba flauta para animar el diario transcurrir. No logró superar la tragedia familiar que lo empujó al aislamiento en el que los poemas, el periódico y la radio fueron sus intimas compañías.

María Mercedes se acerca a los 101 años. Continua viviendo en el casco urbano de  Contratación bajo la tutela de una caritativa vecina que cuida de ella. Nunca se le ocurrió ir a conocer El Carmen, tampoco Socotá, y de la vida solo tiene gratos recuerdos.


Con Luis Domingo Rincón, dejamos de trabajar juntos en 1987, cuando fui removido de la responsabilidad periodística del periódico. Perdí su rastro en 1991, cuando el periódico JOSÉ ANTONIO dejó de circular por asfixia clerical, por disminución de la circulación,  y resequedad financiera. Tal vez, por perdida del entusiasmo periodístico y desinterés de los destinatarios de los mensajes con los cuales apareció en los cascos urbanos y veredas de Santander.

Supe de nuevo de Domingó en 2016 cuando regresó a San Gil buscando espacios tranquilos para sus creaciones. Estaba en una conversación en la casa de la cultura de la ciudad en la que disertaba Jorge Velosa sobre la importancia del verso y la cantata en la cultura popular.


Además de las eras en el rostro producidas por la experiencia  sembradas y escondidas por  nívea barba que disimula los estragos del cigarrillo en sus dientes, el fotógrafo, disimula con sus siempre camisas de manga larga, una leve pansa que se pierde bajo el cinturón de cuero negro que ha asegurado el uso permanente del yin azul desteñido, desde que le conocí, hasta entonces.


El plumillista de Santander que ha plasmado en perfecto dibujo en tinta china sobre papel kanson, los templos y basílicas de los pueblos y ciudades insignes del departamento, se expresa con entusiasmo y seguridad para atraer la atención y mostrar aureola superior ante sus interlocutores que casi siempre se acostumbran a escucharlo por su mente y pensamiento convincente y porque se expresa como pensador con una alta responsabilidad moral con un apego manifiesto a la vida, a sus ancestros y a las comunidades en las que ha compartido trozos de su existencia.


El caricaturista que lo relajan las piezas musicales de Beethoven, Mozart, Stravinski que desde niño escuchó, lo atan a la tierra el rasgar de las cuerdas de un tiple o un requinto; lo vuelven un poso  de lagrimas el sufrimiento de un niño, el abuso a la mujer, la explotación del hombre por el hombre, el desplazamiento de grupos humanos y las secuelas de la violencia, cuyas reacciones, plasma en caricaturas con las que pretende crear conciencia sobre hechos que deshumanizan y cuestionan el origen y fin de la  vida humana. caricaturas que entre líneas expresivas muestran también la ruta del dolor vivida por los infectados con lepra que él vio y compartió con ellos, desde niño.


El publicista que lee, observa, escucha, estudia y profundiza sobre las emociones de las masas consumidoras, se compromete con una pieza o propuesta sin tener limites de tiempo para armar con paciencia un logotipo, una campaña cuya grafía muestre las bondades y diferencias de las empresas  o productos. Es el mismo que ha estudiado al lingüista Noam Chomsky y con certeza habla de las capacidades innatas de los niños para aprender y asimilar estructuras comunicativas y lingüísticas, gracias a la gramática universal que explica que el lenguaje humano es el producto de descifrar un programa determinado de nuestros genes que convierte al niño desde su gestación hasta los siete años en una esponja que recoge lo que ve, escucha y sienten sus progenitores.


El pintor de Contratación es el autodidacta  que aprendió a leer a descifrar y a contemplar desde niño la historia del arte desde Egipto hasta Grecia; desde Italia hasta España, desde el renacimiento hasta la posmodernidad. Es quien usando la línea, el color, el concepto y el objetivo, coloca sus pinturas, dibujos y caricaturas en la sala de exposición global para que los cibernautas, amantes de la belleza y la lúdica, se deleiten contemplando sus creaciones, sin pagar para verlas, sin identificar un costo, pero dispuesto a enviar sus obras a quien le interesen contactándolo para acordar la contraprestación monetaria por una obra original, digna de tener en un hogar, estudio u oficina.


El investigador cultural que aprendió haciendo, leyendo, viajando y contemplando formó parte de un equipo que desde COMPROMISO en Bucaramanga, realizó  entrevistas a victimas y victimarios  y acopió documentación sobre la violación de los derechos humanos, el conflicto armado interno y la violencia socio-política en algunas regiones especificas de Santander.  Es el mismo que visitó los cascos urbanos de Cabrera, Mogotes, y Onzaga haciendo un inventario cultural, reescribiendo su historia reciente y mostrando con su lente de artista, las expresiones particulares de sus espacios, ambientes y habitantes, cuyo trabajo fue publicado en una revista de reducida circulación.


El ilustrador Domingó tiene el talento de plasmar el espíritu de una obra literaria, la novedad del contenido de una revista, la esencia de un texto, mediante una ilustración que capta la retina del lector y lo insta a leer o contemplar un libro, una historieta, un cuento, como efectivamente el lector lo puede constatar en el siguiente link en el que ilustra poemas: http://poemasilustrados.blogspot.com.co/


Pero Luis Domingo Rincón, como firma sus escritos, en los últimos años viene incursionando en la argumentación periodística, oficio adicional al que llegó a llenar un vació dejado por alguien que no pudo enviar una nota cultural sobre arte al diario Vanguardia de Bucaramanga. Un amigo del arte lo empujó a escribir. Y a él, le gustan los retos. Hizo la nota y se la envió al provocador, quien luego de leerla y lograr que la publicaran, atinó a comentar que solo le había hecho un par de correcciones de estilo. Desde entonces tiene un blog cuyo texto se publica cada sábado en el mismo diario con el link: https://arteypintoresdesantander.blogspot.com.co/



Domingó es un luchador desde niño. Se abrió paso con sus talentos, inicialmente en un cabaret como iluminista, y luego como ya lo he contado. Es una persona de un solo amor. Conoció a Beatriz Silva un sábado en la tarde en el Bambi, un restaurante juvenil de la época que hubo en  San Gil cuando solo se  celebraba sus cumpleaños. Se la presentaron, y él, no le miró a la cara, estaba trazando en una etiqueta de Bavaria un boceto de una paloma de la paz. Llegó diciembre de ese mismo año, en un pueblo conocido como centro de peregrinación de la provincia guanentina. Allí estaban recluidos los agentes de pastoral social, y entre ellos, los dos; pero esa vez, Beatriz amaneció vestida de blanco, luego de saludar al fotógrafo, él le devolvió el saludo con un buenos días paloma. Y desde entonces, esa paloma ha cuidado de él, siendo su compañía  y paño de lagrimas. Ha sido su apoyo y su acantilado desde donde el artista ha luchado día a día consiguiendo el pan para los tres con su único heredero de sangre y de gustos estéticos, a quien bautizaron, Julián David, siguiendo la tradición familiar de retomar el nombre de un familiar que partió en un atardecer de los que actualmente registra magistralmente.


Platicar con Luis Domingo Rincón Benítez es someterse al gusto con la palabra, es disponerse a escucharle disertar sobre lo divino y humano de cualquier tema. Y como a Jesús en el Templo de Jerusalén, le enfadan las injusticias, los abusos y las diversas formas de violencia. Considera que la mujer es un ser sagrado a quien, en vez de violentar, debería venerarse por su capacidad de adaptación, por su fortaleza, por su empeño en reponerse de las adversidades, por su capacidad de amar y tolerar el sufrimiento. Insiste que en Colombia, el ser que mas ha sufrido la violencia armada, la violencia económica, el aislamiento y la agresión sexual y el desprecio por la vida,  ha sido y es, la mujer. Y aclara, es la mujer quien nos enseña tolerancia, nos enseña a superar el dolor, nos enseña con  el ejemplo, a recuperarse de los males que aquejan a la humanidad. Domingó es el artista gráfico  que despierta conciencia sobre la esencia e importancia de la mujer en la historia como lo puede evidenciar el lector  buscando sus trabajos gráficos en Facebook, digitando sus nombres y apellidos: Luis Domingo Rincón Benítez. 

Pronosticó que dos personajes le cambiaron el imaginario a los colombianos. Implementaron la cultura del “todo vale”. Afianzaron el machismo, pues para ellos el verdadero macho es aquel que siempre se sale con la suya y no le pasa nada; es el camorrista y ventajoso. Impusieron la imagen que solo hay tres caminos en Colombia: el odio, la desaparición o la dominación. Demostraron que el Estado es para robarlo, y propiciaron la corrupción, el chantaje y la extorsión armada para apropiarse de lo ajeno, de lo común, de lo comunitario. Cambiaron el concepto de la política como el arte de gobernar por el bien común, como el arte para apropiarse del erario publico.  Esos  personajes los han convertido un grueso de colombianos, en modelos a venerar, a no objetar, a no cuestionar, a imitar. Se refirió a Pablo Escobar Gaviria y a Álvaro Uribe Vélez, éste último quien ha polarizado al país, poniendo a los habitantes para que escojan entre la paz y la guerra. Entre el sí y el no. Entre las balas y la rendición.



Por lo ocurrido en la historia de Colombia, por lo que esta ocurriendo con el proceso de paz, por la derechización del país y la ausencia de un grupo mayoritario que haga un consenso creciente para defender el bien común, Domingó propone que se tipifique un nuevo delito en Colombia: El delito de la polarización, que por décadas ha sembrado los campos y pueblos de violencia como un amanera de gobernar. A la vez justifica esta escuela del mal como una manifestación de la filosofía  del Éxito que abunda en la publicidad y en las cátedras universitarias en donde la ética y las conductas de un buen hombre de negocios, se elimina en la praxis para resaltar la ética del vivo vive del bobo, del al caído, caerle, del todo vale, y los malos son los otros.


Domingó es un cultor de conciencia.  Usa el arte para evitar que los hechos mas impactantes, incluso vitales, no pasen desapercibidos, pues el arte tiene el poder de conmover y estimular el espíritu y facilita espacios para el pensamiento y la reflexión. Asume que el arte contribuye a mejorar las sociedades mostrando senderos hacia el pacifismo, hacia la creatividad, pues es un motivador para suscitar la reflexión y el despertar de la conciencia. Ve en el arte una energía que traspasa misteriosamente las alegorías y la simbología para llevarlo al terreno  de la serena comprensión de lo trascendente en el ser humano. Domingó usa el arte gráfico para transformar la apatía de las mayorías a la cotidianidad y a la historia trágica colombiana  suscitando una comprensión vital y nueva.


Domingó plasma en sus obras, sus sueños de sociedad:  Anhela una sociedad vitalizada por la participación. Una sociedad en la que la transparencia en los manejos de la cosa publica, sea norma de conducta que propicie una sociedad armónica con los demás, con el entorno y consigo mismo. Ambiciona una sociedad centrada en el hombre en el que el trabajo en equipo sean siembras en las familias, en las escuelas y universidades. Suspira por una sociedad en la que la mujer sea protagonista para enderezar los males que aquejan a la nuestra.

Las siembras gráficas de Domingó están a la merced de los cibernautas. Son tantas para contemplar y extasiarse que se requieren horas y horas para mirarlas e interpretarlas. Simplemente en Facebook se busca digitando LUIS DOMINGO RINCON. https://www.facebook.com/domingo.rincon.735

Domingó sueña que pronto le llegará su tiempo; el tiempo para pintar y escribir desde un rancho similar a donde nació, pues desde que abandonó su hogar para abrirse paso con sus talentos, ha invertido el tiempo luchado cada día para conseguir el pan y cubrir los gastos. Pero anhela con fuerza que su tiempo para proponer desde las habilidades y valores que fomenta, esta por llegar. Y este tiempo llegó. Vive en una vereda de San Gil a la que llegó una semana antes de la primera cuarentena por el covid-19 en Colombia, y cada tarde nos deleita con una fotografía desde un angulo de su paraíso provocándonos reconocer que ,aún es posible un cielo. 


Nota: las ilustraciones, fotografías y caricaturas que acompañan este texto fueron tomados de Internet y difundidas por el personaje de esta historia.



San Gil, mayo 30 de 2017
NAURO TORRES QUINTERO














































Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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