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domingo, 19 de marzo de 2017

“Las viudas” invisibles

Al morir el esposo, ella fue declarada socialmente muerta. Sus hijos fueron repartidos entre los cuñados, y las propiedades del marido, tomadas por los mismos. Su larga cabellera terminó en el fuego y su cabeza mantendrá rapada hasta que se convierta en el estado del esposo: muerta. Para la familia de ella, ella es una paria, una victima de los dioses, una fastidiosa y una vergüenza, una mujer sin derechos a la propiedad y formar parte de ella; para las mujeres, es un espejo no deseado, y para algunos cuñados, la anhelaron como concubina y se reveló a esa condición; y para los demás varones, simplemente es una abandonada que merece caridad  sexual a escondidas.

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Adhikari fue casada a los 12 años con un esposo convenido, mayor de ella, cincuenta años. Antes de cumplir los 17 años, envolvía su juvenil figura femenina en un sari de particular colorido cuya enagua ocultaba la armonía de su efímero cuerpo acicalado con la blusa de la misma seda que dejaba entrever sus femeninos brazos que lucían escampados bajo la tercera parte del sari que recataba su larga y suelta cabellera que se precipitaba hasta las curvas de las caderas, y en ella, salía como un rayo de luna, el rostro de una niña que aún no conocía instantes de felicidad, pero mantenía maquillada como la diosa Krishna convirtiendo  su rostro octagonal en una erótica figura que atraía las miradas de los varones, sin derecho a contemplarla a los ojos cuya  estática mirada escudriñaba la soledad de un horizonte sin amanecer soleado. 

Diez hermanos y una hermana mas integraron su borrada familia. A juntas, el padre les consiguió un esposo en los primeros años de vida pagando una dote en miles de rupias. Adhikari antes de cumplir los 17 años fue madre de dos varones, y luego de cumplirlos, quedó viuda. Los hijos le fueron arrebatados por los cuñados; la que fue su casa y su huerto, pasó a los hermanos del difunto marido. Fue desterrada del hogar que formó siendo niña. Su familia la desechó como vaca para la carranga. Para la mujer india, el cabello pertenece al esposo, por esa razón, quienes fueron su familia de cuna, la rasuraron y desde entonces se mantiene así, hoy que cumple 96 años. Y desde entonces, su ajado y esquelético cuerpo se esconde bajo un sari totalmente blanco, color reservado a la mujer que tiene la condición de viuda.  La viudez, en varios estados de la India, es aceptada como otra muerte que las esposas deben purgar en vida.

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 Adhikari, una vez despojada de su condición de esposa y de sus derechos, abandonó la granja, y por un  día con una noche sin amanecer, viajó en tren hasta Vrindavan, la población que desde siglos anteriores esta poblada por viudas que suman mas de diez mil provenientes de recónditos lugares del país para vivir de la mendicidad, amontonadas unas junto a otras, cantando todo el día, bhajans,- cantos devocionales al dios hindú, Krishna, quien nació en este lugar-  esperando su propia muerte que  las anima con la esperanza de no reencarnar, jamás.

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  La exclusión social de las viudas, a quienes se les sindica de la muerte del esposo, surgió desde 1987, pues en tiempos anteriores, cuando el cabeza de la familia, moría, la viuda o viudas, - el esposo tiene derecho a tener varias esposas-, en el momento de la cremación del difunto, se inmolaban por amor, lanzándose a la hoguera ante la vista de todos los deudos y presentes, costumbre abolida por los ingleses en el ocaso de la colonia.

Las mujeres con la condición de viudas deben guardar luto de por vida y guardar respeto a los recuerdos del esposo. No se les esta permitido visitar a los hijos, ni a la familia, pues son despreciadas por los mismos; tampoco pueden consumir exquisiteces y alimentos con sazón, carne y algunos vegetales con el fin de extirpar la libido y enterrar la esperanza de ser poseída o poseer algún varón, quienes al verlas vestidas de blanco y su cabeza rapada, se alejan de ellas y las desprecian por considerarlas malditas, muertas en vida y dolientes eternamente menoscabadas.

El devenir de un nutrido numero de viudas de Vrindavan, es el mismo desde el amanecer hasta el ocaso. Las mas afortunadas en recaudar limosnas, viven en grupo en viejas casas que rentan para pasar la noche. Otras, según los ingresos del día, pagan una habitación para guarecerse del frío, y las mas ancianas y menos convincentes solicitando socorro cargan  estera durmiendo en corredores en casas cercanas a los templos que abundan en la ciudad de unos sesenta mil habitantes. Desde muy temprano deambulan por las mismas calles en búsqueda de bebidas calientes que ofrecen algunas organizaciones no gubernamentales que subsisten con donaciones de turistas y mochileros europeos que descubrieron este fenómeno social que convirtió a las viudas en invisibles, y, aunque el Estado ha legislado reconociendo los derechos sucesorios, las costumbres, la intimidación, el desalojo, desaapropiación y la exclusión social, prevalecen sobre la ley.

 

23 de junio día internacional de las viudas

 

Históricamente fue la mujer botín de guerra, sumado que en algunas culturas  son las  mas vulneradas en su derechos; vergüenza humana que obligó a la ONU a designar el 23 de junio, desde el 2011, como el día internacional de las viudas, por ser ellas, las victimas de tradiciones culturales abusivas, las empujadas a estados de pobreza e indigencia, las dolientes de las guerras con sevicia para asesinar a los varones, y las potencialmente victimas en términos de derechos humanos.

En India, Bosnia, Herzegovina y Uganda, el anhelo de las organizaciones que protegen a la mujer, sueñan que de sus diccionarios y lenguas, desaparezca el termino “ viudas” por la connotación que en esas culturas tiene ese estado civil que  sindica a la mujer-viuda como inútiles y desfavorables, aislándolas y convirtiéndolas en invisibles.

Las viudas bosnias de la guerra 

La guerra en Bosnia y Herzegovina dejó siete mil varones bosnios musulmanes masacrados- hermanos, hijos y esposos-, cuyos restos fueron dispersos, y sus viudas, llevan dos décadas buscando y sepultando a pedazos a sus amados esposos. La guerra que duró tres años, en una sola semana, del 11 al 19 de julio de 1995, fueron asesinados los varones de la ciudad de Srebrenica y sus alrededores.

 

Mirsada Uzunovic y su pequeño hijo, fueron testigos cuando Ekren –el esposo y padre-  abandonó despavorido el hogar y corrió por el bosque cercano en donde fue cazado con otros centenares bosnios. Una década después, ella recibió una llamada  del centro de identificación forense que le anunciaba que habían encontrado restos de Ekren. Ella no comento a su hijo, tampoco a los vecinos y compañeras del calvario. Su silencio se prolongó por tres meses, tiempo en el cual, poco durmió soñando despierta contemplando los recuerdos gratos de él, y llorando una y otra vez la ausencia definitiva del esposo, cuya muerte produjo que de su boca disminuyeran las palabras y los ojos fuesen manantiales de lágrimas sin consuelo para acallar los gritos de la ignominia.

 En un acto publico que se celebra el 11 de cada mes, en la ciudad de Potocari, a unos kilómetros de Srebrinica, Mirsada Uzunovic recibió una parte del cráneo del esposo, en el 2003 que, junto con 600 féretros mas, fueron sepultados, luego que fueron identificados y dado a conocer al mundo la forma como fueron masacrados estos bosnios varones, unos hijos, otros hermanos y los demás, esposos. Cuatro años después, recibió la segunda llamada en la que le anunciaban que habían identificado los huesos de las cadera y el fémur de su esposo; pero esta vez, ella se rehusó a realizarle un segundo funeral, por considerar que aun no había suficiente de  Ekrem, un hombre alto, blanco de ojos verdes, fornido y amado por su familia y amigos, cuyos restos junto con centenares mas, terminaron en tumbas masivas, y que los líderes serbios de Bosnia, preocupados que encontraran esas tumbas, ordenaron que se desenterraran los cadáveres y vueltos a enterrar, dispersándolos por toda la campiña; y al hacerlo, destrozaron los cadáveres que, una vez identificados, sus pedazos, los van confiando en la medida que los van encontrando,  y dando a los deudos para ser enterrados en un cementerio tendido en una de las laderas de la ciudad que tendrá la marca de la violencia religiosa y étnica de ese país, otrora comunista.

 

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Cuando se celebraron los 20 años de este genocidio masculino había 6241 tumbas listas. En esa efemérides de la vergüenza humana, 136 féretros verdes cubiertos con bandera del mismo color, sagrado para los musulmanes. Uno de ellos estaba identificado con el 59, y en él, los restantes restos de  Ekrem Uzunovic.

Fue una cálida mañana, sin nubes y menos frío. Mirsada Uzunovic buscó entre el sin numero de tumbas, la marcada con el nombre de su esposo. Ésta estaba abierta. Y en ella, junto con su hijo depositaron el resto de huesos sumados, la cubrieron, con ayuda de solidarios brazos, con la tierra negra de la ignominia, y cerca al destino final de uno de los espejos de la vergüenza humana, su hijo colocó una silla, y en ella, la viuda se sentó  a recibir las condolencias murmuradas de conocidos, extraños y curiosos, cuyo saludo fue interrumpido por el imán que llamó a los presentes a una oración por los caídos, plegaria a la que miles de personas se inclinaron simultáneamente en esa ladera que muestra lo inútil de las guerras.

Las viudas de Uganda, objeto sucesorio

Tumushabe Clare y sus seis hijos fueron testigos de la muerte del esposo y padre por un agudo dolor de cabeza que no fue tratado oportunamente en el hospital del pueblo. Luego del funeral, estando embarazada, fue convocada a una reunión con los miembros importantes del clan del fallecido. Le informaron que los  hijos, desde ese momento, ya no le pertenecían, sino a ellos; le ordenaron mantener sus manos alejadas de todas las cosechas sembradas en la parcela familiar, puesto que ya no era suya, y le notificaron, que el hermano mayor de su esposo, 20 años mayor que ella, se mudaría de inmediato a la casa del difunto a tomar posesión, y que la tomaría como  la tercera esposa.

El terreno, alrededor de una hectárea que el esposo había heredado del padre, al igual que el café, la yuca y demás cultivos de la parcela, junto con la viuda y sus hijos, por tradición debería pasar a la familia política, pero ella, una mujer sumisa hasta entonces, se atravesó a la costumbre, y en vez de aceptar el despojo, alegó que tenía evidencias que su difunto marido había dejado un testamento que la reconocía como única dueña para seguir cultivando y prodigar la comida para sus seis hijos y la que venía en camino.

Los hermanos del difunto, tercos en mantener la costumbre, delegaron a uno de los menores a hacer el desalojo con una acción violenta en la que la viuda resultó herida, mas no muerta como era la intención de quien le informó que ese día se convertiría en compañía del hermano fallecido, y que éste no vendría en su auxilio. La viuda no se quedó callada y lo denunció en el tribunal cercano.

La agresión física a la viuda sirvió para que se investigara la causa que la originó, y el agresor que la hirió con una panga, recibió su castigo encerrado por un año, mientras la familia política de la viuda se corroe de ira, y el investigador del caso que demostró el intento de robo de la propiedad, logró protección para la viuda y sus hijos, quienes, como el veinte por ciento de los  39 millones de Ugandeses viven en el campo en parcelas pequeñas que siembran para cosechar los alimentos y tener leña para cocinar.

La Constitución del país esta redactada en un ingles florido, y en ella se reconocen los derechos de los herederos, pero la difusión de la misma entre los campesinos, hasta ahora lo vienen haciendo jóvenes ugandeses que lograron estudiar y están vinculados a organizaciones no gubernamentales para la defensa de la mujer que están financiadas con ayudas internacionales.

Las privaciones, la ausencia del esposo en el hogar, el trauma, el aislamiento y la privación financiera que acompañan a las viudas en algunos distritos de India y en Uganda, además del estigma de la mala suerte, las consideran a las viudas, malditas. 

La Fundación Loomba que proporciona apoyo internacional a las viudas, calcula que hay actualmente 259 millones de viudas en el mundo, las cuales, no reciben apoyo ni solidaridad, ni reconocimiento como un problema social derivado de las costumbres ancestrales de los clanes que las convierten en un objeto sexual en Uganda, y en India, en una pordiosera muerta en vida, en estas culturas las viudas son personas invisibles para la sociedad.

 

San Gil, marzo 19 de 2017

NAURO TORRES Q. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 21 de febrero de 2017

A mi profe no le gusto mi escuela

A mi profe no le gustó mi escuela por estar en medio de una hermosa vega del rio Opón, por estar rodeada de colinas ocultas por árboles frondosos, gruesos y altos en los que juegan los micos aulladores, cantan  las guacharacas, se esconden las manadas de cafuches, cazan las culebras y hacen sus madrigueras los tinajos y armadillos. A mi profe no le gustó mi escuela por estar levantada por los mismos padres de familia en medio de una hacienda en la que pastan novillos de engorde y tener cerca un bosque de solera, una madera apetecida para construir muebles que embellece la playa del río en el que pescamos en verano cada año.

 Estudio de caso: Huerto escolar y finca de café | UNICEF Honduras

Mi profe llegó a mi escuela después de dos intentos por lograrlo, y se regresó tres días después para nunca mas volver. Era un jueves de una semana de octubre del año en el que el gobierno de Colombia, firmó unos acuerdos de paz con un grupo alzado en armas desde que nació mi abuelito Serafín, quien me ha contado de la violencia que sembraron y los jóvenes que reclutaron sin contemplación en las veredas de Velez, Landazuri y Cimitarra en Santander. 

Ese ultimo día de mi profe, o sea el tercero de ella en mi escuela, ella, nos esperaba en el improvisado patio de la casa de material, -la única que existe en la vereda con algunas comodidades para vivir- nos recibió con amor anunciándonos que nos quería mucho y que nosotros debíamos corresponderle porque se encontraba sola  y triste. En ese momento arribaba a las orillas del río Opón, la Toyota, que cada día, llueva o truene, llega como el único automotor, a recoger la leche que las señoras o los niños que no alcanzaron a hacer el quinto de primaria, transportan en bestias desde sus finquitas en canecas azules plásticas que  cargan sobre un jais de tubo o amarradas a la cabeza de la silla de montar en las bestias que son el único medio para movilizarnos con alguna rapidez o para trasladar el cacao, el plátano, la yuca, el maíz y el mercado de tienda..

Ella, mi profe, ese día estaba vestida de blusa blanca con manga corta con un yin pre-lavado desteñido tirando a azul; tenía el pelo recogido y usaba unos tenis también azules.   Al ver la lechera, ella pensó en su hogar, en sus hijas, en su tierra y unas lagrimas aparecieron en sus tostadas mejillas, y sin  comprender, ella me ordenó ir hasta el carro a solicitarle a Cesar, -el chofer de la lechera- que la esperara. –Yo pensé que iba a solicitar un favor o a encargar algo del pueblo que esta a tres horas, en la misma lechera-.

Mientras yo observaba desde el bosque de solera en donde el carro acababa de cargar la leche de las fincas vecinas, mis compañeros de escuela, salieron en procesión con mi profesora. En romería hacia la Toyota encabezada por mi profesora. Ella llevaba colgando del hombro derecho un bolso de tela con flores impresas; el mismo bolso, tal vez, con el mismo contenido que traía el día lunes cuando arribo a la escuela a la misma hora en que había decidido abandonaba.

Los demás niños de la escuela, al igual que yo, no alcanzamos a comprender lo que estaba pensando y decidiendo la profesora, pues estábamos muy felices de regresar a la escuela, luego de dos meses sin maestra; la que había llegado a principio del año, concursó y fue nombrada cerca a la capital del departamento.



Mi profesora, abrazó llorando a quienes encontró cerca y se despidió justificando su partida de la escuela porque  ella venía de la capital de Valle de Upar, nunca había estado en el campo, tenía una familia amaba y extrañaba y tenia miedo de vivir sola en la habitación de la escuela porque la batería de baño era la misma de los niños, debía bañarse a la intemperie, la cama es cuatro tablas sobres unos bloques, no había fluido eléctrico y la casa mas cercana estaba a unos cien metros.

Las setenta y dos horas que estuvo mi profesora en la escuela fueron suficientes para regresarse a Bucaramanga. 

Ella nos contó el primer día que estuvo en la escuela que la Secretaría de Educación de Santander le había dado la oportunidad de trabajar en el departamento, y ella, había escogido una escuela del municipio de Vélez con el nombre “Puerto Rico” que, en el mapa, aparecía muy cerca al casco urbano. Luego de cinco horas de viaje desde Bucaramanga había llegado a Vélez, y ese mismo día se presentó al jefe de núcleo escolar, quien, luego de contestarle el saludo, le recriminó por presentarse tres días después de posesionarse como empleada oficial de libre remoción. En esa oficina fue informada  que para llegar a la escuela escogida tenía que viajar a la vereda del mismo nombre, la vereda Puerto Rico.

Para arribar a la escuela, debía tomar desde Vélez una buseta hibrida, es decir, una buseta con estructura de madera y motor de camión armadas en San Gil y aptas para transitar por las trochas de la provincia de Vélez, atravesar el municipio de Landazuri y llegar a Cimitarra a abordar otra buseta de similares características, a las doce del día, y luego de tres horas de viaje, llegar a un punto conocido como la Tienda, y de allí, caminar dos horas largas hasta la escuela de la vereda Puerto Rico del municipio de Vélez.

Mi profe hizo el primer  recorrido, pero cuando llegó a Cimitarra, ya la buseta había partido a la vereda. Como mi profe llegaba con poca plata, tomó la decisión de regresarse a Bucaramanga para intentarlo una segunda vez, al otro día. 

Mi profe tenía interés en trabajar, pero en el segundo intento, regresó a Cimitarra, otra vez después de las doce del día. Mi profe lloró nuevamente al ver su suerte, o mejor, el descuido. En la agencia de Cotransricaurte, buscó ayuda, y allí le pusieron en contacto con el presidente de la Junta Comunal que ocasionalmente acababa de llegar al casco urbano. Jorge Medina, el joven dirigente, le ofreció apoyo económico para cenar o hospedarse, y le informó como llegar a la escuela en camioneta

Una camioneta que recoge leche en la vereda, parte de Cimitarra a las tres de la mañana. Mi profe, estaba lista desde las dos de la mañana, y de esa manera llegó al lugar del trabajo y conoció nuestra escuela, pero no le gusto a mi profe mi escuela. 

No quiero nunca irme a la ciudad, quienes viven allí, no conocen ni disfrutan la belleza del campo, pero quienes vivimos en las montañas de Colombia, pocas oportunidades tenemos de estudiar para ser maestros, pues en nuestro caso, en la provincia de Vélez no hay escuela normal cercana, y son contados con los dedos de las manos los maestros que llegan a las escuelas dispersas en las montañas del Opón, que se amañen y se estén un par de años en la escuela a donde llegan por necesidad de trabajar.

NOTA: las ilustraciones que acompañan este texto, son de propiedad del diseñador gráfico, Luis Domingo Rincón: Domingó, publicadas con su consentimiento.


Puente Nacional, finca la Margarita, enero 8 de 2017.


viernes, 10 de febrero de 2017

Marco Aurelio , el persistente

Víctor Hugo desde la concepción empezó a recibir el afecto, las atenciones, los cuidados de un hijo deseado por unos padres de clase media. Sus padres empezaron a alistar el ajuar desde que tenía dos meses de gestación. Nació por medio de cesárea para que la madre no perdiese los atributos físicos, y, desde el primer grito, contó con una nodriza hasta los doce años. Desde niño hasta que logró profesionalizarse, fue colmado por sus padres con los juguetes y atuendos que cada uno de ellos carecieron en su niñez. Este primogénito no tuvo necesidad de aprender a defenderse solo, y aunque consiguió un trabajo estable no ascendió dentro de la empresa y  ha vivido sus primeros cuarenta años con sus padres, y, aunque ha tenidos novias, no ha estado en pareja formalmente. Víctor Hugo, no supo de carencias; los padres le suplen sus necesidades y caprichos.

Adalberto Ortiz fue el hijo menor de una familia adinerada por descendencia. Estudió pero no se profesionalizó y ocasionalmente pinta para pasar el tiempo. Igual que Víctor Hugo fue colmado en sus necesidades por sus padres hasta que ellos murieron dejando a favor del pintor y  hermanos, -que lograron viajar por el mundo y tener profesiones liberales-, varias fincas cafeteras, casas y locales comerciales, enseres que venían por herencia desde los abuelos y conservados por la madre de Adalberto y el esposo que también había nacido en  ostentosa cuna de reconocida familia citadina. Transcurrió un siglo. La riqueza de los abuelos fue conservada por los hijos; la siguiente generación disfrutaron del dinero atesorado por los tatarabuelos, abuelos y padres, y los nietos nacieron sin necesidades, pero al crecer y convertirse en adultos, vivieron de los apellidos y con premuras económicas, citando en reuniones sociales la abundancia de sus antepasados y la “buena vida” que tuvieron en la niñez pero con carencias en la vejez, de las cuales, se avergüenzan.

Los nombres de las personas tienen un origen caprichoso, según los padres, otros creen que fue planeado por la misma persona antes de nacer, así como el camino de la vida. Pero cada nombre tiene un significado y representa un valor en cualquier cultura.

Marco Polo fue un viajero aventurero que descubrió la ruta de la seda y estableció lazos comerciales con el oriente desde Europa. Marco Aurelio fue un emperador y filósofo romano. Quienes tienen este nombre son personas combativas, sociables, seductoras y amables. Son queridos por sus amistades, defensores de sus puntos de vista, querendones y detallistas con  la pareja. Los Marco, son personas persistentes consiguiendo lo que se proponen con esfuerzo, tesón y constancia. Son alegres, transmiten optimismo y animo para vivir, y en el transcurso de sus vidas, luchan por lograr mejores reconocimientos y ascender en el trabajo en las sociedades en las que están inmersos. Las familias se sienten orgullosos de los Marco, por lo querendones y buenas personas.

Marco Aurelio Quintero Sánchez nació el 18 de febrero de 1947, el año en el que se conoció y salió al mercado el transistor, el disco LP el cual fue el centro de las fiestas hasta 1980. Fue precisamente en ese año cuando se anunció al mundo el hallazgo de los 7 rollos del mar muerto que son manuscritos antiguos   en arameo sobre piel de animal, encontrados por beduinos en una cueva en el desierto  y pusieron en entre dicho lo narrado en el Antiguo Testamento.  Y, en ese mismo año, se dio el primer avistamiento OBNI en Hexcc, en una granja mexicana en la que se encontraron los primeros restos de un extraterrestre y de un platillo volador, ambos tomados y ocultados por las fuerzas  militares estadunidenses.      

Fue el menor de una familia campesina en la que crecieron seis hermanos. Cuando cumplía los siete años, su padre Aureliano Quintero (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/02/aureliano-el-criollo.html            ) falleció a los 64 años de una muerte, supuestamente accidental, al caerse de un caballo, pero la necropsia determinó que murió de un derrame cerebral.

Sin haber hecho la primera comunión, Marco Aurelio debió acompañar a la madre, Isabel,  (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/01/hay-una-mujer-al-principio-de-todas-las.html) en la parcela con una extensión de un par de fanegadas, que Félix, el hijo mayor de los Quintero Sánchez, cultivó hasta cuando, por los años, ya no podía usar el azadón.

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El menor de los Quintero Sánchez, mientras cursaba la primaria, en las tardes, ayudaba en la labranza y permanecía en ella, mientras Isabel vendía cebolla los domingos en Garagoa, los sábados en Tenza y los miércoles en Guateque,poblaciones de Boyacá, para ganar algún dinero para el mercado de la semana y ahorrar para la ropa. A los trece años, al terminar la primaria, Marco Aurelio empezó a  trabajar como mandadero en las droguerías del Dr. medina en Sutatenza y Guateque, oficio que hizo el primer año,  a pie, y con los ahorros compró la primera bicicleta. Un segundo trabajo lo desempeñó como ayudante en un almacén de víveres en Guateque. Consiguió un tercer trabajo como telefonista, responsabilidad que consistía en hacer y recibir  llamadas en la jornada nocturna. Por su empeño, dedicación y responsabilidad, fue nombrado por la empresa nacional de correos como mensajero entregando telegramas siendo éste su primer trabajo con un salario fijo y con prestaciones sociales, posteriormente fue ascendido a telegrafista.
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Con el incremento del ingreso mensual logró comprar, a cuotas, su primera bicicleta “Monark” color rojo, con la cual, logró convertir el ciclismo como su deporte favorito participando en la vuelta al Valle de Tenza, ocupando el segundo puesto en la clasificación final en una de sus válidas.

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Por su dedicación al trabajo y al deporte fue vinculado como mensajero de la primera oficina del Banco de Bogotá en la provincia del Valle de Tenza con sede en Guateque, lugar en el que se desempeño como mensajero, posteriormente como como cajero, y luego,  jefe de ahorros, y  once años despues fue nombrado como gerente de oficina del banco prestando sus servicios en Villeta, Guaduas, y Gachetá en Cundinamarca; posteriormente dirigió la oficina bancaria en la Plata, Huila, y,  cuarenta años ulteriores al servicio del banco del hombre mas rico de Colombia, fue pensionado por edad estando ejerciendo el cargo en Tocaima, Cundinamarca.

Marco Aurelio cumplía 27 años. Ya era independiente, y, sin cesar con la responsabilidad con su madre, Isabel, se casó con su primera y única novia, Ana Silvia  Castro Bernal, una niña de unos 17años, que un apreciado amigo, llamado Miguel Ángel, le presentó como la niña de sus ojos en un acto de premiación ciclística en el Club “Guatoc”. Ella llegaba de vacaciones, pues estudiaba en la capital del país. La distancia entre Guateque y Bogotá, puso a prueba las habilidades de Marco Aurelio en la redacción de telegramas, y por medio de Marconi y cartas, alimentó la amistad con la estudiante. Un año después, en otras vacaciones estudiantiles, el persistente, le propuso matrimonio un domingo de pascua en la tarde, en el mismo lugar donde se la presentaron, horas antes que tomara  la Flota del Valle de Tenza, para regresarse  a la capital. Con la aceptación en el hogar Castro Bernal y con el aprecio del amigo, ahora cuñado, se casaron en Guateque con recepción en el mismo club donde se conocieron, cuando ella iba a cumplir los 20 años, un 15 de junio de 1974.  Marco Aurelio y Ana Silvia fueron padres de tres hijos quienes siguieron  los pasos en el mundo de la administración.

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(Fotografía encontrada en el álbum personal de Marco Andrés, el hijo menor de la familia Quintero Castro)
Pocos creen en la predestinación, sin embargo, al confrontar fechas para esta historia, se encontraron estas coincidencias: Aureliano, el padre de Marco Aurelio, nació el 1o de marzo de 1893 y fallece el 6 de diciembre de 1954, año en el que nace la eterna novia del personaje de esta historia con quien se casó en junio de 1974.  Isabel Sánchez, quien vendió cebolla para el sustento de la familia, nace el 1o de marzo de 1905, y muere el 12 de marzo de 1982, año en el nace el ultimo hijo de Marco Aurelio.

Luego de cuarenta años de servicio a la empresa financiera, Marco Aurelio recibió la pensión de vejez, año en que su novia de siempre, victima de una artritis invasiva  la conminó a una silla de ruedas. Y desde entonces, reconociendo esta limitación de movilidad, la convirtieron, los dos, en una oportunidad para vivir con mas intensidad ese noviazgo que nació ese domingo de pascua. 

Marco Aurelio, paseó a Ana Silvia por médicos homeópatas y alopáticos buscando alivio, sin lograrlo. Decidieron regresarse al lugar donde ambos nacieron y se residenciaron desde entonces en Sutatenza, Boyacá, para cuidarse mutuamente. La tristeza que sintió Ana Silvia al verse limitada a una silla de ruedas, Marco Aurelio la transformó en una oportunidad para sembrar amor, paciencia, comprensión, amistad y fe desde cada mañana cuando la luz que proyecta la silueta del monumento al campesino que decora el parque de esa localidad donde nació la Acción Cultural Popular y se dirigieron las escuelas radiofónicas que contribuyeron a popular la educación radiofónica por las veredas dispersas en los campos de Colombia, entra por las ventanas del apartamento que como si fuese un faro permite apreciar el paisaje del valle de Tenza y escuchar el tañer de las campanas de los templos pomposos y gigantes que sobresalen en las poblaciones de Sutatenza, Guateque y Somondoco, doblando invitando a misa o a un funeral o cabo de año.

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La descendencia de Marco Aurelio Quintero. ( Foto encontrada en facebook).
Marco Aurelio cumple setenta años y desde hace diez años, cuida, protege, guía y empuja con sus brazos la silla de ruedas en la que eternamente transporta a  su novia perpetua, quien imperecederamente  iza una sonrisa amable y acogedora  acompañada con una voz angelical, ya muy conocida en veredas y barrios del municipio en donde se creó y originó la radio Sutatenza en 1954, llevando un mensaje de amor, de paz y fe en Dios como fuente de amor.

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La descendencia de la familia de Aureliano en un encuentro anual que bautizaron “La quinterada”. ( Foto encontrada en internet).
Él, veló por Isabel hasta su muerte, ocurrida el 12 de marzo de 1982 victima de un infarto.  Luego de 28 años de muerta Isabel, logró hacer la sucesión del par de fanegadas de tierra donde crecieron los Quintero Sánchez, y repartir el derecho a cada hermano. Quiso encontrar su bicicleta Monark donde la había dejado a guardar hace cuarenta años, pero el único músico de la familia no le encontró nota y la vendió por chatarra.
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Marco Aurelio, el emprendedor. Como él, son numerosos los colombianos de origen campesino que tejieron su vida laboral y acrecentaron el patrimonio aplicando la formula sencilla del ahorro, invirtiendo el 25% de los ingresos brutos mensuales para disfrutar la vejez sin premuras económicas. Cómo él, son numerosos los esposos que convierten la tristeza y el dolor en ocasión para sembrar y aflorar amor consigo mismo con la familia y con el prójimo y usan la vejez para continuar dejando una huella en honor a la fe que profesan.



Puente Nacional, finca La Margarita, enero 9 de 2017.

domingo, 29 de enero de 2017

El satánico de sexto d


Era flaco, enjuto y alto, con nariz aguileña y greñas lacias cortadas y peinadas al estilo punk, tenía unas piernas largas como una escalera y unas  manos de adulto. Era el menor del grado sexto d. Había llegado al colegio, -junto con su hermano-, de la Escuela José Antonio Galán, ubicada en un barrio con el mismo nombre y era reconocido en la población como “zarabanda” porque lo que se perdía en la ciudad, se encontraba en esos lares. Hoy es una ciudadela en donde los pobres, con esfuerzo mutuo, lograron construir sus sencillas casas, que al contemplar el barrio, desde lejos, parece un pesebre cercano a la capital turística del departamento de Santander, pues esta distante del centro.


Ese año, en el colegio,  habían matriculado mas de ciento veinte estudiantes en el grado sexto. Y lo usual, en años anteriores, era mantener dos grados. La circunstancia obligó a la dirección del plantel a distribuir a los matriculados en tres grupos; pero, al transcurrir el primer mes de clases, los grupos eran inmanejables, por lo numerosos, por lo dispares, por las diversas costumbres, y por las diferencias académicas. por solicitud de los maestros que iban al grado sexto, se formó un cuarto grupo. Se le bautizó el  Sexto d.

Al grupo trasladaron a los chicos mas díscolos del grado  que sumaron quince. Y a este grupo, le destinaron dos directores de curso con la misión de sembrar autoridad y acompañamiento personal a cada estudiante. 

El común denominador del curso sexto d, eran chicos sin padres putativos, con madres cabeza de familia que desde  el amanecer  hasta bien tarde de la noche, trabajaban para llevar el pan a casa. La mayoría, cuidados por la abuela o por los vecinos. Algunos mostraban carencia de motricidad fina, poco ejercicio de lectura y escribían con lentitud; pero tenían otras habilidades: Unos componían versos, otros jugaban bien la pelota, otros cantaban con empeño, otros eran muy serviciales, otros generosos, y otros, eran mas montadores que los demás, pero todos, criados con dureza y sin afecto familiar.


Los directores del grado sexto d, se pusieron las cotizas de los estudiantes para comprender sus actitudes y sus sueños. Mezclando deportes, lectura y charlas, fueron empoderando a los chicos; unos lograron mejorar sustancialmente, y otros, no regresaron al colegio en el siguiente año.

Rafael y Jaime, los hermanos con padres diferentes lograron mantenerse y ser promovidos al séptimo grado. Jaime era el mayor y abusaba del hermano menor, Rafael. Lo regañaba, le quitaba las onces, le demeritaba, le castigaba, le escondía el morral, lo minimizaba con frecuencia, lo manoseaba.  Rafael se defendía a su manera y mostraba mejores resultados académicos en las pruebas para demostrarle al hermano,, y así mismo, que tendría una vida diferente a la de Jaime.

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Jaime era mayor, mas alto, mas grueso, mas moreno, mas malicioso, mas desconfiado, mas bilioso, mas imponente, mas guerrero, mas amedrentador; menos tolerante, menos estudioso, menos respetuoso y mas conflictivo. Jaime abandonó el colegio al iniciar el grado séptimo. Cayó en la droga como consumidor y luego,  como expendedor, y a los trece años, terminó en la correccional de Piedecuesta en donde estuvo un par de años, para convertirse, luego, en un cocinero de un restaurante de comida típica al lado de la madre.


Rafael, cursó el grado séptimo con empeño personal y con   anotaciones de sus maestros. Llevaba cuadernos, pero no escribía. No molestaba en clase, pero los compañeros lo sindicaban como el mas indisciplinado. Era el chico que mas leía y mas preguntaba en clase. Era el mas colaborador y el mas generoso del curso. Pero hacia la diferencia por su forma de ser, de vestir, incluso de actuar con los demás. Se le veía descalzurriado, sin bañarse algunas veces, sin ostentación, sin peinarse y con el uniforme sucio. 

Él, se propuso acrecentar la diferencia. se pintaba las cejas, se dejaba el pelo largo o se lo mandaba cortar y acicalar como un punk , incluso no se peinaba algunos días. 

Desde mitad de año empezó a usar sacos o chaquetas oscuras, cintas negras y hablar del diablo, de magia negra, de brujería, maleficios y sacrificios de gatos en las noches de luna llena. Los demás compañeros lo empezaron a llamar “el satánico”. Y satánico se quedó hasta que abandonó el colegio por ese señalamiento, y otros que algunos directivos y un que otro maestra@, le endilgaron.

Cuando tenia dinero para las onces, Rafael compartía con los  escasos amigos. Cuando no tenía dinero, se sentaba en un roncón del patio a leer o escuchar música. Un viernes, una ultima semana del mes, era tradicional la izada de bandera en el colegio. Acto que se hacia después del descanso mas largo de la mañana. Ese día Rafael junto con otros compañeros jugó en el patio a la pelota, y llegó a la tienda escolar, ya al final del recreo y compró una coca cola dos litros con seis vasos. Iba a empezar a repartir entre sus compañeros de partido de pelota, cuando sonó el timbre, y la profesora de disciplina, solicitó a los estudiantes, pasar a la gradería al acto de izada de la bandera. 

Los estudiantes acudieron al llamado de los docentes y se fueron acomodando en las graderías de la cancha. El acto empezó rápidamente, para no perder tiempo de clase -dijo la rectora-, quien empezó el acto, con un sermón usual sobre el comportamiento.

 Mientras hablaba la autoridad estudiantil, Rafael y sus compañeros del partido  de pelota, se fueron ubicando en la ultima gradería de la cancha de basquetbol en la que se jugaba microfútbol. Silenciosamente Rafael empezó a distribuir la gaseosa dos litros entre sus compañeros, y otros, le pidieron un poco de liquido, accediendo a darlo en poca cantidad para que rindiese la dos mil centímetros.

La rectora del colegio, desde la cancha, y mientras hablaba a la comunidad estudiantil, observó lo que estaba haciendo Rafael. Y ella, que aún no comprendía como “el satánico” sacaba nota sobresaliente en Religión, sintiéndose irrespetada mientras hablaba,  lo sindicó  públicamente de estar distribuyendo un estupefaciente mezclado en  la gaseosa. Rafael, había callado en los años anteriores ante señalamientos por indisciplina y mal comportamiento, no solo de los compañeros, sino de algunos maestr@s y directivos. Pero ese día, estalló en llanto. Un llanto con ira, pues tampoco no se sentía culpable. -Y quienes no gustaban de él, en forma soterrada le dijeron que -el diablo no llora-. 

Sin terminar el acto, Rafael abandonó el colegio con su bolso y los cuadernos, y en la mano, la botella dos litros con un poco de coca cola. Se fue al hospital, y en urgencias, solicitó un examen de toxicomanía personal, y en un laboratorio privado pagó un examen del contenido que aun había en la botella plástica; y con los resultados, regresó al colegio al otro día, solicitando  a la rectora que lo recibiese en el despacho. Luego de diez minutos, lo mandó seguir.

Rafael, ese día, llevaba el cabello con gel. No llevaba las uñas de los dedos meñiques pintadas de negro, tampoco la chaqueta negra, ni colgado los aretes; usaba unos zapatos lustrados y la camisa azul de uniforme. Entró a la oficina de la dirección del colegio con la cabeza en alto y mirándola a los ojos. La saludó con respeto, y ella, que lo había mandado entrar, sin dejar la actividad que la entretenía, levantó la cabeza, lo miró recriminándolo, y sin preguntarle la razón de su visita, lo emparejó con señalamientos de estar contagiando a los demás, en el colegio. Rafael, la dejó hablar. Igual hacia con su hermano Jaime, o con la madre, cuando le echaban en cara, todo lo que le daban, o le negaban. Cuando vio que dejó de endilgarle lo que ya sabía él  que decían algunos otros de él, pidió la palabra y le informó que el motivo de su visita era entregarle los resultados de un examen de toxicomanía que se había mandado a hacer ayer en la mañana, y el resultado del análisis del poco de gaseosa que había en la botella en la que supuestamente, ella, había creído que tenía mezclada alguna droga psicoactiva.

 El, Rafael, le informó que los resultados demostraban que él no había actuado como tal, y solicitó que se retractase y  públicamente se le restituyera el honor. Hecho que no sucedió porque en ese colegio, las palabras y decisiones de la directora, no se discuten,  no se consensúan, no se reversan. Se cumplen.  

Rafael se sentía diferente a los demás con ese apodo, “ el satánico”. Y para justificar el apodo, empezó a gustar de los libros y lecturas relacionados con el mas allá, viviendo en el mas acá. 

Al profesor de español, al que consideraba su amigo y confidente, le puso la tarea de conseguirle libros sobre la magia negra y la magia blanca, incluso con empeño le solicito le consiguiera la biblia negra. Y para dar crédito a quienes le llamaban “el satánico”, sus usuales conversaciones con los compañeros, tenían algo que ver con el poder del mal. Pero, a la vez,  se devoraba leyendo y contaba a su manera los libros que le recomendaba el profesor de español, mientras controvertía a la profesora de religión sobre el origen de las religiones, y a la de sociales, sobre el origen de la cultura, el hombre y el descubrimiento de América. 

Afirmaba que había tantas religiones como siglos ha tenido la humanidad. Contaba que en Egipto surgieron las religiones de esta era, que la evolución del hombre se fue dando en épocas diferentes en cada continente como resultado de una alteración genética de extraterrestres. Que Cristóbal Colón no había descubierto nada, pues el hombre había llegado a América por el estrecho de Bering, y que los que llegaron primero fueron los cananeos, luego los vikingos. Que los españoles no conquistaron ningún país, los arrasaron con las enfermedades, los abusos y los caballos. Que los gringos invadieron a Irak, Líbano y Siria por intereses económicos, y que la economía china usaría los desechos industriales para hacer alimentos que la gente consumiría, por lo baratos en el mercado.


La profesora de religión, una joven mujer, madre y padre a la vez. Amorosa, comprensiva y colaboradora de la parroquia, junto con el párroco, organizó desde ese año, un concurso de biblia que hacía en cada octubre. El concurso informativo estaba compuesto de preguntas sobre los libros de la Biblia, los profetas, los evangelistas, los mandamientos, los sacramentos y las parábolas de Jesús. El primer concurso se hizo en una izada de bandera con la presencia del sacerdote de la parroquia.  De cada grado del bachillerato participaron internamente todos, pero ante el colegio, solo los ganadores de cada curso. Rafael participó solo en el grado octavo, no hubo mas concursantes. Las preguntas, como las respuestas, fueron orales. La profesora hizo la tanda de preguntas, y quien no contestara alguna, quedaba por fuera de concurso.

Rafael fue contestando con tranquilidad a cada pregunta, y sin que nadie lo creyera, Rafael, “el satánico” ganó el concurso de biblia en el colegio, ese año, al menos públicamente, porque el premio se lo dejaron pendiente bajo la sospecha que don lucifer  le había ayudado y correspondía a la coordinación y a la profesora dilucidar la sospecha.


Rafael, abandonó el colegio a mitad de año cuando cursaba el grado décimo. Argumentó que lo hizo porque el colegio no ofrecía caminos ni respuestas a sus inquietudes. Quiso cambiar de colegio, pero por la pinta, no lo recibieron.  Se regaló al ejercito en donde terminó el bachillerato. Allí se enamoró del teatro y el circo. Obtuvo su libreta militar y regresó a San Gil vinculándose al instituto de Cultura y Turismo y a la escuela de teatro de la localidad.  Modificó su forma de pensar y de enfrentar la vida. Trabaja como instructor de deportes de aventura, como mesero y guía, como saltimbanqui    y goza de viajar conociendo Colombia,   y lee para vivir. 

POS DATA: Las ilustraciones que acompañan la historia son de Luis Domingo Rincón: “Domingo”. Están en internet, y fueron usadas con el permiso de autor.


San Gil, enero 16 de 2017
NAURO TORRES Q. 








viernes, 20 de enero de 2017

Elizabeth, la niña mas odiosa del colegio


-Usted no me creerá, pero me  atraía su cabello. 

-Era negro como una sarta de azabaches. Largo y en cascada hasta la cintura. Cuando lo llevaba suelto se veía su cara como el sol al amanecer. 

- Y yo, cuando la contemplaba,  deseaba esconderme entre su cabello, tal vez, para oler su aroma; tal vez, para  sentir su piel, o, escuchar el palpitar de su tierno corazón.  Pero el l tiempo para contemplar su cabellera, no era mi aliado. 

-Era fugaz.   

-Ella, no se dio por enterada, nunca.

-Que, qué recuerdo de ella? 

-Vaya pregunta; responderla,  me traslada al pasado. Ese pasado que uno quiere meter en un baúl, y no se deja. O mejor, uno intenta esconderlo; pero no¡, ahí esta escondido, sin mostrarse, ni mostrarlo. 

-Esta en los recuerdos. Esas acuarelas que los viejos pintan cada día desde la madrugada hasta que la noche actúa como un borrador que borra por instantes.


Ella, estaba por los once años. Era la mayor de una familia cuyo padre tenía unos ingresos fijos por ser empleado de los ferrocarriles nacionales. Y la madre, era muy joven; juntos venían de Lenguazaque, una estación del tren en Cundinamarca, Colombia. Llegaron a trabajar en la estación del tren de Providencia, un caserío que hoy, se niega a morir, pues dejó de ser inspección de policía departamental hace ya varias décadas, y hoy, es un poblado sin esperanzas a la vera de la carretera veredal que trepa intentando alcanzar el páramo. 
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La niña tenía una cara fina y proporcionada, cuyas cejas, labios y pómulos, semejaban armónicamente una pomarrosa madura. La niña, como le decían los padres, fue bautizada con el nombre de una actriz de la época: Elizabeth, y prometía ser tan atractiva como la estrella de cine. Usaba zapatos de material para ir a la escuela. Sombrilla, cuando hacía sol o llovía. Siempre iba con un vestido diferente cada día de la semana.


Danilo estaba dos grados adelante de mí, en la escuela.  Hacia cuarto de primaria, y yo, segundo. Era mi defensor, pues sobraban chicos montadores en la escuela. Era mi protector, pues ya Humberto, el primo, me había toteado la jeta al salir, una tarde, de la escuela. Lo hizo porque no le había compartido mi tetero. A él, ese día, no le dejé, porque no me alcanzó. Me había echado una chupadita en clase. 

- Si¡. Aunque usted no lo crea¡ 

En la escuela, hasta quinto uno llevaba como onces, tetero en una botella. 


–-Bueno, no tanto tetero, bebida con sola leche-. Se llevaba agua untada de leche con miel de caña. Servia para mojar las onces. Hoy los padres les dan plata a los hijos para que compren comida artificial en el colegio.

Danilo era fornido y alto. No era bueno para las letras; pero era el mejor para el trompo y las trompadas. Yo, era su hincha en cada faena. Cuando jugaba calles o rayuela, yo le cuidaba el bolso con los cuadernos. Y cuando se enfrascaba en una pelea, también le cargaba el bolso y lo aplaudía escondido en algún matorral.  

-Danilo era mi amigo,- al menos eso creí- y me enseñó a usar la cauchera.

- Que, qué  es la cauchera?. 

-Bueno no tiene porque saberlo. No tenia marca. No se promocionaba en la radio. No se fabricaba en serie, ni se vendía en  almacenes.  Fue  uno de los pocos juguetes que lograban hacer los niños, en ese entonces. 

-Desde luego que había padres que podían comprar la resortera a los cacharreros el día de mercado en el toldo- . Costaba en ese entonces, un cuartillo de centavo.

- Qué cuanto era un cuartillo de centavo?. 

- Era la cuarta parte de un centavo. Y un centavo era la centésima parte de un peso, pero un peso era mucha plata; y, ninguno de los niños lo llevaba por esa razón a la escuela. 

Los cuartillos estaban acuñados en bronce, y los centavos en plata. – Claro, en plata. Física plata. incluso se usaban las monedas para fabricar alhajas.

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- Y la cauchera o resortera,  era un juguete?

-Era un juguete con el cual nos divertíamos, ya solos, o en equipo. El éxito se lograba afinando la puntería y tumbando el objetivo.

En los toldos que armaban los días de mercado en los cascos urbanos, los cacharreros  vendían por varas la banda de caucho, la garra y la liga. La extensión de la banda se medía en varas- una vara era una medida antigua traída por los españoles, y equivalía a 83 centímetros-. Con una vara  cortada por mitad, o sin hacerlo,   se armaba la cauchera. La banda tenia un ancho de un centímetro. Se convertía en juguete porque al accionarla, se sacaba musculo en los brazos. Al usarla con frecuencia, puntería se lograba; pero con  la fuerza muscular y la puntería se convertía en un arma. Con ella, así como se bajaban naranjas, se mataban pájaros, pero también se escalabraba a una persona. Las caucheras, como las pequeñas piedras o las guayabas no entraban al salón de clase. Ellas, las resorteras, cuando se iba a la escuela, se escondían en los matorrales a la vera del camino. Y cuando los chicos regresaban a la casa a almorzar o al terminar la jornada escolar, las caucheras retornaban a las manos de los escuelantes que las usaban en el camino a casa.


-Danilo, mi guarda-espalda, además de cauchera, tenía honda. la honda la había tejido él, con fique, y decía que así, como la de él, David había matado a Goliat. Con ella, se podía lanzar una piedra mas grande y alcanzar mas distancia y mayor velocidad. Era mas letal.  Vi a Danilo usar la honda, y con ella, tumbar jotos de avispas para atajar a los chinos que nos perseguían.

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-Elizabeth nunca se enteró que me atraía su cabellera. Al menos eso creí, en ese entonces. Pues fui para ella el motivo de su burla frecuente. Con Rubiela y Rosalbina, me perseguían hasta alcanzarme y quitarme el bolso de los útiles para esconderlo, el cual devolvían, luego de implorarle lo hicieran a cambio de alguna almojábana que sabían llevaría de onces los martes a la escuela.


En la escuela, la mayoría de niñas no gustaba de la amistad de Elizabeth. Ella se creía mas que las otras. Se creía bella, inteligente y hábil para el juego. Lo primero, si. Lo segundo, nunca lo creí. Y lo tercero, menos, pues pocas jugaban con ella, y con nosotros los varones, ¡ni pensarlo¡.


Un mal día, Danilo se molestó conmigo porque no estaba a la trinca, en una de sus reyertas contra los chinos de abajo.

 –Si, de abajo; Pues nosotros vivíamos hacia arriba de la escuela-. Pero Danilo no me cascó como hacia con otros que intentaban poner en duda su fuerza y puntería. 

Hubiese preferido que me hubiera rasgado la nariz como hizo el primo Humberto. Me hizo algo que me dolió mas que un caucherazo con una guayaba. Le contó a Elizabeth que yo estaba enamorada de ella. Y desde entonces, llegaron los tiempos de mi sufrimiento.


Ella, la niña de cara de artista con ojos azules y cabellera negra y piel de pomarrosa, se dedicó a mi.

 –Si, se dedicó a mi, a su manera-. Donde me encontrara, me pellizcaba disimuladamente. Delante de otras niñas, me cascaba en la cabeza o me botaba al barro mi sombrero. En el patio del recreo, me empujaba excusándose que había sido sin culpa. Cuando podía, me quitaba la botella con el tetero, la vaciaba y la botaba en el pastal. Cuando se encontraba con uno de mis padres, daba quejas de mí. Siempre les dijo que yo la pellizcaba, le pegaba en la cabeza, le quitaba la sombrilla para botarla en el desecho.


Terminamos la primaria en la escuela,  y cada quien, según sus posibilidades, partió del lugar donde crecimos. Elizabeth  terminó viviendo con sus padres en Chiquinquirá.

Mi padre, cuando ocasionalmente se la preguntaba con disimulo cuando iba al mercado a la capital religiosa, me contó que la tenían estudiando en el colegio de monjas. Con los años se perdió  el rastro, así como se perdieron los rieles de la red férrea Bogotá-Barbosa.

Transcurrieron cincuenta años sin que ninguno supiéramos, uno del otro. Ella, queriendo recoger sus pasos, regresó con su esposo y sus hijos de vacaciones al Hotel Agua Blanca de Puente Nacional; hoy, de una cooperativa de maestros de Bogotá. Y fue una casualidad; ese puente festivo de octubre de 2003, yo estaba descansando en el mismo hotel. Nos encontramos en la recepción del hotel. Nos sorprendimos al vernos. Nos saludamos cariñosamente, ¡como nunca¡. Ella  presentó a su esposo, un militar colombiano pensionado  con visa permanente en Estados Unidos. Mientras me presentaba, le fue contando que yo, había sido su novio cuando era niña, en la escuela de Providencia. 

-Claro, él militar no se lo creyó; pero yo recibí con humildad el sarcasmo de Elizabeth, la niña mas odiosa del colegio.


 Desde entonces ese recuerdo abandonó el baúl y  lo dejé a la brisa de la quebrada Agua Blanca, en cuyo lecho se descuelga una hilo de agua que se pierde en el Saravita. Y del amigo Danilo,  solo volví a verle en el funeral de mi padre. Es un reconocido pastor en la capital, y a los pastores, les va bien con los rebaños, pero tiene el gesto de llamar ocasionalmente a mi madre, pues los suyos, los perdió siendo muy joven.

San Gil, enero 16 de 2017
NAURO TORRES Q.  

viernes, 13 de enero de 2017

Jesús Esteban Cruz, el desplazado seputurero.

Nació en el departamento donde se gestó las FARC. En el departamento colombiano reconocido por la lechona y el tamal. Sus padres, oriundos de Jesús María, Santander, huyeron muy jóvenes de la vereda Cachovenado para esconderse de la violencia entre liberales y conservadores en la inspección de Policía de Planadas en el departamento del Tolima, Colombia.

DANZA FOLCLORICA EN JESUS MARIA SANTANDER COLOMBIA. - YouTube

Juan de la Cruz y Rosalbina, caminaron dos días con sus noches desde el cucurucho donde nacieron hasta la estación del tren conocida como Garavito que estaba en la boca de la montaña para tomar las tierras planas y fértiles  del departamento de Boyacá. El poblado, compuesto por casas construidas en madera, unas, y otras tantas en adobe, fue en épocas pretéritas, punta de montaña, a la que llegaban colonos con recuas de mulas cargadas con maderas finas que intercambiaban por sal, carne, arroz, pastas, arveja, maíz blandito, papa pastusa y criolla, habas, nabos e ibias; mercaban aperos, ropa, petróleo, velas, cebo y manteca. Y luego de un día con su descanso nocturno para guarecerse de la brisa del río Saravita y del Páramo de Saboyá, retomaban el camino de regreso a las tierras que fueron dominio de los caciques, Saboyá y Tisquizoque.

Cachovenado esta en  las faldas de las planadas boyacenses. Vista desde la vecindad boyacense, se observa abajo, hundido, como si naciese de las entrañas de las peñas, que al contemplarlas desde lejos, se aprecian como dentaduras sin labios en cuyas cavidades se esconden los misterios de las entrañas de la tierra, el resguardo de las comunidades indígenas que las poblaron y los cuerpos de las victimas de los enfrentamientos de los hombres, ya por dominios, por colores, o  simplemente por venganzas cocidas en las tiendas y poblados en los que la chicha y el chirrinchi eran las bebidas proferidas por los pobladores.

Juan de la Cruz Velandia y Rosalbina Fajardo, estaban mozos cuando se gustaron saliendo de misa en la parroquia de Jesús María. Y como en la cacería, donde pusieron el ojo, pusieron el tiro, y antes de comerse la presa, hablaron con los taitas que estuvieron de acuerdo. Luego de seis meses de serenatas y atenciones entre las dos  familias de los enamorados, se casaron posteriormente como Dios manda y con el gusto de los hombres: con una parranda de tres días con sus oscuranas.        

Las diferencias entre los políticos colombianos, que desde entonces han manejado al país como una colonizada hacienda, se esparcieron como plaga agresiva, surgiendo a finales de la década del cuarenta del siglo XX la confrontación entre liberales y conservadores que afectó hasta los tuétanos a las familias campesinas colombianas. La amistad entre los Velandia y los Fajardo se vino a pique. Unos defendían a la familia, la propiedad y la religión, y los otros, la familia, la propiedad y la libertad de pensamiento.

Entre Juan de La Cruz y Rosalbina, esas ideas no calaron. Para ellos primaba el gusto por quererse, por compartir, por sentirse uno del otro, pues ya crecía en el vientre de la mujer, el primogénito.

Huyendo de las diferencias familiares, de las diferencias entre credos, y con las ganas de empezar una nueva vida, empacaron sus pocas pertenencias en costales y en mula  arribaron a la estación de Garavito para tomar luego el tren de pasajeros que los dejó en la estación de la Sabana, en Bogotá, y de allí tomaron la flota “ Rápido Tolima” y a Planadas fueron a dar, luego de un día largo de viaje.

Se acomodaron en una pensión un par de noches mientras se enteraron para que lado estaban las puntas en la que iban las familias paisas, huilenses y santandereanas, buscando tierras para descuajar montañas, sembrar maíz, yuca y plátano, para luego, convertir en potreros,  y reclamar posteriormente posesión y la correspondiente titulación en esa inspección que en 1966 fue reconocida como municipio.

A la pareja de santandereanos en Planadas, Tolima, le abundaban las aves como los cerdos; igualmente fueron premiados por media docena de hijos, mitad féminas y mitad cachifos. Los demás colonos comentaban de la amabilidad y juicio de los santandereanos, quienes se ganaron la confianza  de las familias en la vereda que fueron conformando.

Pero el hado maligno del odio y la envidia que crecen en la ignorancia, patrocinada por quienes ostentan el poder político y económico; en la región tolimense se sintió la persecución estatal, y los campesinos que se atrevieron a defender con fuego sus ideas, se organizaron para huir, y vengarse del Estado que los acorraló por tierra y por aire. Otros huyeron selva adentro cruzando el páramo para empezar de nuevo en tierras planas del llano o en el pie de monte, y muy pocos, terminaron en la capital del país. 

Juan de la Cruz y Rosalbina, decidieron quedarse; pues ya habían huido de Santander. Pero una oscura noche, los perros no cesaron de latir. Los viejos, recordaron lo vivido por sus padres en tierras del cacique Tisquizoque, y, se imaginaron lo peor. Decidieron, entonces los dos, huir a la madrugada con los hijos que esa noche estaban en el rancho. Pero al amanecer, fueron despiertos por el olor a quemado y el humo que entraba por las rendijas de la puerta y la ventana. Con precaución, Juan de La Cruz, destrancó la ventana y empezó a abrirla lentamente, y con sigilo, observó al exterior. Sus ojos se abrieron mas, su ceño se encogió, su boca quedó muda y su cuerpo empezó a temblar. Rosalbina, sorprendida y asustada igual, quiso verificar con sus propios ojos para identificar lo que había enmudecido a Juan de la Cruz. Ella intentó gritar, quiso despertar a sus tres  hijas y al varón que dormían en el cuarto de al lado. Pero, prefirió quedarse en estado similar al del esposo, tratando de pensar qué hacer.

Fuera del rancho ardía la ramada donde estaban los aperos de las bestias, la troja del maíz, el molino de piedra. Los perros latían huyendo, y las gallinas huían volando del gallinero. Rosalbina alcanzó a observar unos enmascarados que regaban petróleo frente a la ventana, e imaginó lo que estaban haciendo los aparecidos. Sin cruzar muchas palabras con Juan de la Cruz, despertaron a los hijos, e intentaron salir por la única puerta del rancho, sin lograrlo. La puerta había sido sujetada con alambre en la armella que ellos mismos habían colocado para asegurar sus pertenencias cuando se iban todos a misa los domingos.

Del rancho de los Velandia quedaron las columnas y la viga central que fueron consumidas lentamente por el fuego. Los cuerpos de los integrantes de la familia que descansaban esa noche, los encontraron calcinados los siete junto a la puerta de tabla de cedro que ya estaba convertida en cenizas.

Esa semana en el pueblo, las campanas del templo no dejaron de tañir. Hubo varios entierros colectivos. Fueron varias las familias que esa noche perdieron sus vidas bajo las llamas asesinas de la noche encendidas por quienes intentaban apagar las llamas del descontento campesino. Por ser los muertos campesinos colonos, y por ocurrir las masacres monte adentro, los hechos no fueron noticia en los diarios de la capital.

Los patrocinadores de los facinerosos lograron su cometido: un nutrido grupo de colonos huyó de Planadas. Unos monte adentro, otros regresaron a sus lugares de origen, y otros regresaron a la capital, y de ahí, tomaron la Flota macarena y a la zona del mismo nombre, fueron a dar.

Juan Esteban y su hermano Serafín, hijos de Juan de la Cruz y Rosalbina, se salvaron de morir calcinados porque esa noche estaban durmiendo en una ranchería monte adentro en la estaban tumbando monte para un colono que los había contratado por semanas. Juan Esteban tenia, en ese entonces, 18 años. Y su hermano, Serafín, empezaba los dieciséis. Escondiendo la rabia entre el dolor, y agradeciendo a los vecinos de la vereda la colecta, estuvieron en el funeral familiar de los Velandia Fajardo. Y sin regresar a la finca que habían hecho junto con sus padres y hermanas, huyeron en la madrugada en el primer bus que iba para la capital del Tolima, y de allí, terminaron en Bogotá, para embarcarse luego a la punta de lo trocha en la sierra de la Macarena, en el Meta.

En la región de la Macarena los hermanos Velandia Fajardo se ganaban honestamente el pan diario, trabajando en el campo. Y como sus padres, avanzaron montaña, la tumbaron y convirtieron en cementera, y posteriormente, en potreros.

Juan Esteban Velandia antes de cumplir los cuarenta años hizo su finca y vivía con su familia, de los cultivos de pan coger y de la leche que producían algunas vacas sanmartineras. Pero en el 2003, Luego de iniciar el gobierno de la “seguridad democrática”, una noche le robaron las vacas con sus crías, y en el establo, encontró un panfleto con un mensaje escrito con lapicero de tinta negra sobre una hoja de cuaderno rayado: “ Tiene 48 horas para abandonar la región. Usted es colaborador de la guerrilla”.

Se acordó de lo que vivieron sus abuelos en Santander. Revivió lo que vivieron sus padres en el Tolima. Tuvo mas claros los motivos por los cuales huyeron, jóvenes sus padres, de la tierra de Efraín González, y, murieron calcinados en una vereda de Planadas, Tolima. Y sin pensarlo dos veces, huyó con su familia al casco urbano de la Macarena que ya era cabecera municipal.

Puso en conocimiento de lo ocurrido al alcalde, quien prometió ayudarle con algún trabajo. Fue contratado a destajo para limpiar a machete el cementerio. Estando en la limpieza, la misma autoridad le solicitó abrir fosas para enterrar unos cristianos sin nombre. Y desde ese día no dejó de abrir fosas y enterrar desconocidos. Y para hacerse merecedor del jornal completo, el alcalde le pidió ayudar al medico legista  a tomar datos de cada occiso, a arreglar los cuerpos, a colocarlos en el féretro, abrir la fosa, a enterrar a cada victima que tiraban en el improvisado anfiteatro del cementerio de la Macarena.

El cementerio de La Macarena | Colombia, guerra y paz

Eran tantos los muertos que abandonaban en bolsas negras en el anfiteatro, que el medico legista renunció y abandonó la región. Y desde el 2004 hasta el 2008, Juan Esteban cumplió el oficio de  legista y sepulturero encomendado por el acalde que le dio una mano cuando llegó desplazado por segunda vez.

 - Cuenta Juan Esteban que los muertos llegaban como arroz al anfiteatro. Los traían los soldados, ya en jeep o en helicópteros. Eran jóvenes menores de 23 años. Sus cuerpos escondían las balas de la legalidad, y llegaban casi siempre, vestidos con uniformes de la la guerrilla.

Juan Esteban debió, a finales del 2008, abandonar la Macarena. Fue señalado por la guerrilla como colaborador del ejercito. Junto con su familia, llegó a una de las invasiones de Villavicencio, y, desde entonces, trabaja como vendedor ambulante, oficio que debió dejar por solicitud de la actual alcaldía de la Macarena. Por exigencia de la Fiscalía General de la Nación, Juan Esteban regresó al cementerio de la Macarena, a explicar cada uno de los registros que hizo de cuerpos enterrados como NN pero que fueron cuidadosamente registrados con señales por el sepulturero,  y contribuir de esa manera a identificar a mas de tres mil cuerpos  jóvenes que perdieron sus vidas bajo las balas, unas legales, y otras, ilegales, y contribuir a colmar el dolor de familias que desde entonces, buscan a sus seres queridos que fueron reclutados a la fuerza o sacados de la misma manera de sus hogares.

Exhumación de NN en Colombia - Archivo Digital de Noticias de ...

A unos los bautizan con el nombre de cruz. A otros les cargan una cruz. A otros los obligan a poner cruces; y a la mayoría de colombianos de a pie que quisieron convertir los campos en un edén de paz, les pusieron una cruz, la cruz de la violencia hasta por tres generaciones, pero esa misma mayoría de victimas ha expresado su intención de perdonar para que las nuevas generaciones conozcan la violencia  leyéndola en los libros, y cesen por siempre los forzados desplazamientos y reclutamientos.

 

 

Enero 12 de 2017. Puente Nacional, finca la Margarita.

NAURO TORRES QUINTERO

El parasitismo del plagio intelectual

  El apropiarse de los méritos de otro u otros, el copiar y usar palabras e ideas de otros y sustentarlas o escribirlas como propias y usa...