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domingo, 29 de enero de 2017

El satánico de sexto d


Era flaco, enjuto y alto, con nariz aguileña y greñas lacias cortadas y peinadas al estilo punk, tenía unas piernas largas como una escalera y unas  manos de adulto. Era el menor del grado sexto d. Había llegado al colegio, -junto con su hermano-, de la Escuela José Antonio Galán, ubicada en un barrio con el mismo nombre y era reconocido en la población como “zarabanda” porque lo que se perdía en la ciudad, se encontraba en esos lares. Hoy es una ciudadela en donde los pobres, con esfuerzo mutuo, lograron construir sus sencillas casas, que al contemplar el barrio, desde lejos, parece un pesebre cercano a la capital turística del departamento de Santander, pues esta distante del centro.


Ese año, en el colegio,  habían matriculado mas de ciento veinte estudiantes en el grado sexto. Y lo usual, en años anteriores, era mantener dos grados. La circunstancia obligó a la dirección del plantel a distribuir a los matriculados en tres grupos; pero, al transcurrir el primer mes de clases, los grupos eran inmanejables, por lo numerosos, por lo dispares, por las diversas costumbres, y por las diferencias académicas. por solicitud de los maestros que iban al grado sexto, se formó un cuarto grupo. Se le bautizó el  Sexto d.

Al grupo trasladaron a los chicos mas díscolos del grado  que sumaron quince. Y a este grupo, le destinaron dos directores de curso con la misión de sembrar autoridad y acompañamiento personal a cada estudiante. 

El común denominador del curso sexto d, eran chicos sin padres putativos, con madres cabeza de familia que desde  el amanecer  hasta bien tarde de la noche, trabajaban para llevar el pan a casa. La mayoría, cuidados por la abuela o por los vecinos. Algunos mostraban carencia de motricidad fina, poco ejercicio de lectura y escribían con lentitud; pero tenían otras habilidades: Unos componían versos, otros jugaban bien la pelota, otros cantaban con empeño, otros eran muy serviciales, otros generosos, y otros, eran mas montadores que los demás, pero todos, criados con dureza y sin afecto familiar.


Los directores del grado sexto d, se pusieron las cotizas de los estudiantes para comprender sus actitudes y sus sueños. Mezclando deportes, lectura y charlas, fueron empoderando a los chicos; unos lograron mejorar sustancialmente, y otros, no regresaron al colegio en el siguiente año.

Rafael y Jaime, los hermanos con padres diferentes lograron mantenerse y ser promovidos al séptimo grado. Jaime era el mayor y abusaba del hermano menor, Rafael. Lo regañaba, le quitaba las onces, le demeritaba, le castigaba, le escondía el morral, lo minimizaba con frecuencia, lo manoseaba.  Rafael se defendía a su manera y mostraba mejores resultados académicos en las pruebas para demostrarle al hermano,, y así mismo, que tendría una vida diferente a la de Jaime.

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Jaime era mayor, mas alto, mas grueso, mas moreno, mas malicioso, mas desconfiado, mas bilioso, mas imponente, mas guerrero, mas amedrentador; menos tolerante, menos estudioso, menos respetuoso y mas conflictivo. Jaime abandonó el colegio al iniciar el grado séptimo. Cayó en la droga como consumidor y luego,  como expendedor, y a los trece años, terminó en la correccional de Piedecuesta en donde estuvo un par de años, para convertirse, luego, en un cocinero de un restaurante de comida típica al lado de la madre.


Rafael, cursó el grado séptimo con empeño personal y con   anotaciones de sus maestros. Llevaba cuadernos, pero no escribía. No molestaba en clase, pero los compañeros lo sindicaban como el mas indisciplinado. Era el chico que mas leía y mas preguntaba en clase. Era el mas colaborador y el mas generoso del curso. Pero hacia la diferencia por su forma de ser, de vestir, incluso de actuar con los demás. Se le veía descalzurriado, sin bañarse algunas veces, sin ostentación, sin peinarse y con el uniforme sucio. 

Él, se propuso acrecentar la diferencia. se pintaba las cejas, se dejaba el pelo largo o se lo mandaba cortar y acicalar como un punk , incluso no se peinaba algunos días. 

Desde mitad de año empezó a usar sacos o chaquetas oscuras, cintas negras y hablar del diablo, de magia negra, de brujería, maleficios y sacrificios de gatos en las noches de luna llena. Los demás compañeros lo empezaron a llamar “el satánico”. Y satánico se quedó hasta que abandonó el colegio por ese señalamiento, y otros que algunos directivos y un que otro maestra@, le endilgaron.

Cuando tenia dinero para las onces, Rafael compartía con los  escasos amigos. Cuando no tenía dinero, se sentaba en un roncón del patio a leer o escuchar música. Un viernes, una ultima semana del mes, era tradicional la izada de bandera en el colegio. Acto que se hacia después del descanso mas largo de la mañana. Ese día Rafael junto con otros compañeros jugó en el patio a la pelota, y llegó a la tienda escolar, ya al final del recreo y compró una coca cola dos litros con seis vasos. Iba a empezar a repartir entre sus compañeros de partido de pelota, cuando sonó el timbre, y la profesora de disciplina, solicitó a los estudiantes, pasar a la gradería al acto de izada de la bandera. 

Los estudiantes acudieron al llamado de los docentes y se fueron acomodando en las graderías de la cancha. El acto empezó rápidamente, para no perder tiempo de clase -dijo la rectora-, quien empezó el acto, con un sermón usual sobre el comportamiento.

 Mientras hablaba la autoridad estudiantil, Rafael y sus compañeros del partido  de pelota, se fueron ubicando en la ultima gradería de la cancha de basquetbol en la que se jugaba microfútbol. Silenciosamente Rafael empezó a distribuir la gaseosa dos litros entre sus compañeros, y otros, le pidieron un poco de liquido, accediendo a darlo en poca cantidad para que rindiese la dos mil centímetros.

La rectora del colegio, desde la cancha, y mientras hablaba a la comunidad estudiantil, observó lo que estaba haciendo Rafael. Y ella, que aún no comprendía como “el satánico” sacaba nota sobresaliente en Religión, sintiéndose irrespetada mientras hablaba,  lo sindicó  públicamente de estar distribuyendo un estupefaciente mezclado en  la gaseosa. Rafael, había callado en los años anteriores ante señalamientos por indisciplina y mal comportamiento, no solo de los compañeros, sino de algunos maestr@s y directivos. Pero ese día, estalló en llanto. Un llanto con ira, pues tampoco no se sentía culpable. -Y quienes no gustaban de él, en forma soterrada le dijeron que -el diablo no llora-. 

Sin terminar el acto, Rafael abandonó el colegio con su bolso y los cuadernos, y en la mano, la botella dos litros con un poco de coca cola. Se fue al hospital, y en urgencias, solicitó un examen de toxicomanía personal, y en un laboratorio privado pagó un examen del contenido que aun había en la botella plástica; y con los resultados, regresó al colegio al otro día, solicitando  a la rectora que lo recibiese en el despacho. Luego de diez minutos, lo mandó seguir.

Rafael, ese día, llevaba el cabello con gel. No llevaba las uñas de los dedos meñiques pintadas de negro, tampoco la chaqueta negra, ni colgado los aretes; usaba unos zapatos lustrados y la camisa azul de uniforme. Entró a la oficina de la dirección del colegio con la cabeza en alto y mirándola a los ojos. La saludó con respeto, y ella, que lo había mandado entrar, sin dejar la actividad que la entretenía, levantó la cabeza, lo miró recriminándolo, y sin preguntarle la razón de su visita, lo emparejó con señalamientos de estar contagiando a los demás, en el colegio. Rafael, la dejó hablar. Igual hacia con su hermano Jaime, o con la madre, cuando le echaban en cara, todo lo que le daban, o le negaban. Cuando vio que dejó de endilgarle lo que ya sabía él  que decían algunos otros de él, pidió la palabra y le informó que el motivo de su visita era entregarle los resultados de un examen de toxicomanía que se había mandado a hacer ayer en la mañana, y el resultado del análisis del poco de gaseosa que había en la botella en la que supuestamente, ella, había creído que tenía mezclada alguna droga psicoactiva.

 El, Rafael, le informó que los resultados demostraban que él no había actuado como tal, y solicitó que se retractase y  públicamente se le restituyera el honor. Hecho que no sucedió porque en ese colegio, las palabras y decisiones de la directora, no se discuten,  no se consensúan, no se reversan. Se cumplen.  

Rafael se sentía diferente a los demás con ese apodo, “ el satánico”. Y para justificar el apodo, empezó a gustar de los libros y lecturas relacionados con el mas allá, viviendo en el mas acá. 

Al profesor de español, al que consideraba su amigo y confidente, le puso la tarea de conseguirle libros sobre la magia negra y la magia blanca, incluso con empeño le solicito le consiguiera la biblia negra. Y para dar crédito a quienes le llamaban “el satánico”, sus usuales conversaciones con los compañeros, tenían algo que ver con el poder del mal. Pero, a la vez,  se devoraba leyendo y contaba a su manera los libros que le recomendaba el profesor de español, mientras controvertía a la profesora de religión sobre el origen de las religiones, y a la de sociales, sobre el origen de la cultura, el hombre y el descubrimiento de América. 

Afirmaba que había tantas religiones como siglos ha tenido la humanidad. Contaba que en Egipto surgieron las religiones de esta era, que la evolución del hombre se fue dando en épocas diferentes en cada continente como resultado de una alteración genética de extraterrestres. Que Cristóbal Colón no había descubierto nada, pues el hombre había llegado a América por el estrecho de Bering, y que los que llegaron primero fueron los cananeos, luego los vikingos. Que los españoles no conquistaron ningún país, los arrasaron con las enfermedades, los abusos y los caballos. Que los gringos invadieron a Irak, Líbano y Siria por intereses económicos, y que la economía china usaría los desechos industriales para hacer alimentos que la gente consumiría, por lo baratos en el mercado.


La profesora de religión, una joven mujer, madre y padre a la vez. Amorosa, comprensiva y colaboradora de la parroquia, junto con el párroco, organizó desde ese año, un concurso de biblia que hacía en cada octubre. El concurso informativo estaba compuesto de preguntas sobre los libros de la Biblia, los profetas, los evangelistas, los mandamientos, los sacramentos y las parábolas de Jesús. El primer concurso se hizo en una izada de bandera con la presencia del sacerdote de la parroquia.  De cada grado del bachillerato participaron internamente todos, pero ante el colegio, solo los ganadores de cada curso. Rafael participó solo en el grado octavo, no hubo mas concursantes. Las preguntas, como las respuestas, fueron orales. La profesora hizo la tanda de preguntas, y quien no contestara alguna, quedaba por fuera de concurso.

Rafael fue contestando con tranquilidad a cada pregunta, y sin que nadie lo creyera, Rafael, “el satánico” ganó el concurso de biblia en el colegio, ese año, al menos públicamente, porque el premio se lo dejaron pendiente bajo la sospecha que don lucifer  le había ayudado y correspondía a la coordinación y a la profesora dilucidar la sospecha.


Rafael, abandonó el colegio a mitad de año cuando cursaba el grado décimo. Argumentó que lo hizo porque el colegio no ofrecía caminos ni respuestas a sus inquietudes. Quiso cambiar de colegio, pero por la pinta, no lo recibieron.  Se regaló al ejercito en donde terminó el bachillerato. Allí se enamoró del teatro y el circo. Obtuvo su libreta militar y regresó a San Gil vinculándose al instituto de Cultura y Turismo y a la escuela de teatro de la localidad.  Modificó su forma de pensar y de enfrentar la vida. Trabaja como instructor de deportes de aventura, como mesero y guía, como saltimbanqui    y goza de viajar conociendo Colombia,   y lee para vivir. 

POS DATA: Las ilustraciones que acompañan la historia son de Luis Domingo Rincón: “Domingo”. Están en internet, y fueron usadas con el permiso de autor.


San Gil, enero 16 de 2017
NAURO TORRES Q. 








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