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lunes, 24 de octubre de 2016

Una custodia en el camino

Una octogenaria en el corazón de los caminantes
 
 
 
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La señora María Custodia Quintero de Torres, arrastra sus 90 años y no falta a la celebración eucarística, ya sea en Providencia o en Quebrada Negra en Puente Nacional, Santander. (fotografía de Vitalia González)

Una niña de piel blanca ojos claros, cabello negro torcido en cachumbos, labios armoniosos y cuerpo proporcionado, llama la atención a quien le conoce. Y una señorita bien hablada, emprendedora y hábil para las cuentas y la atención al publico, se hace mas atractiva para los foráneos; pero como si el entorno no cambiara, las niñas del campo y los poblados distantes de las urbes, pierden el horizonte ante el uniforme y el poder que dan las armas.
 
María Custodia no fue esa excepción en enamorarse, pero lo fue al encontrar a un joven de la misma condición que la enamoró por 64 años y la ama  eternamente.
 
Quienes le conocieron de joven esposa, le vieron trabajar a la par con el marido haciendo un capital; mientras el esposo sudaba en etapas de la vida como arriero, como agricultor, como cafetero, como ganadero, ella, lo hacía como tendera, como panadera, como jardinera, como modista, como cocinera, como comerciante y productora de gotas de leche. 
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64 años de vida matrimonial celebraron, Miguel Agustín Torres Torres y María Custodia Quintero de Torres. (Fotografía del archivo de la familia)

Por años, mientras los hijos intentaban hacer las mismas faenas, los esposos: Agustín y Custodia vivieron juntos los diferentes momentos de la vejez que superó los ochenta años. Los veían madrugar a escurrir las flacas ubres de una vacas cada vez mas negras y mas enjutas. Los veían cercando y desmatonando los potreros a mano. Los veían intentando hacer la labranza anual o correr tras una gallina para darse un banquete, ocasionalmente.  Los veían ir a pie a Peña blanca, a Puente Nacional a los funerales de un compadre o camadre o amigos que partieron primero.
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Cada madrugada camina con dificultad hasta el potrero a exprimir los famélicos  ubres de sus escuálidas vacas con la ilusión de exprimir un litro de leche que envasa impecable en un botellón blanco al lechero de siempre que le paga cada ocho  días $ 650.oo que representa unos centavos mas que un octavo de dólar. Igual pago reciben otros octogenarios que viven y laboran en el campo con menos de 7 dólares al día.
 
Ya con la carga de los años, los caminantes y viajeros en auto, cuando descienden o trepan por la vía que une a Puente Nacional con Sutamarchan, los miran escondidos o como parte del paisaje del denso jardín que crece al frente de la tienda la Esperanza, la casa de barro que ellos mismos fueron construyendo con los años, y que ella, Custodia pinta cada cinco años con colores encendidos para  mostrar la vida con alegría.
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Él, se le veía sentado en una vieja mecedora de pino del color del partido del cual formó parte, y ella, al lado en una silla del color del partido opuesto. Se les veía sentados después del almuerzo y en las tardes como si estuviesen contando los días y los meses que faltan por vivir. Otros los veían como un par de ancianos esperando al cliente de la tienda para entablar cualquier conversación, o para gorrearle una pola, pues fue la única tienda de la región en donde quien comprara una cerveza, debía ofrecer otra a los dueños.
 
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El jardín y sus variedades adornan la vivienda campesina, que es apreciado por turistas ocasionales que, además de encontrar especies exóticas, pagan por una mata, lo que ella recoge en tres meses con el pago del litro diario de leche, el cual no puede faltar al lechero cada día, o si no, no la vuelven a recoger. ( fotografía de Vitalia González, 2015)
 
Agustín, el joven campesino que la enamoró y la conquistó la hizo olvidar sus planes como comerciante en Guateque, Boyacá, convenciéndola en hacer vida marital en una vereda de Puente Nacional, viviendo primero en la casa materna, posteriormente en una pieza en la casa vecina hasta que lograron hacer dos piezas en adobe a las que se trasladaron con el pequeño primogénito y una vez terminada la casa, vivieron ella, siempre. 
 
 
Recordada por sus hijos como la madre dura, sarcástica, despectiva en palabras pero blanda en sus afectos; recordada por los nietos como la abuela del genio explosivo, recordada por los hermanos como la trabajadora incansable, recordada por las personas que le conocieron como la señora que tenía un tratamiento con hiervas para cualquier dolor (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/09/chirrinchi-el-que-llama-los-espiritus.html), inflamación, renguera o enfermedad viral. Conocida por otros como la campesina de la  Nueva Esperanza que preparaba “el custodio”, un aguardiente casero al que le adicionaba siete plantas que lo convertía en vigorizante para quien lo consumiera. Dicen quienes lo consumen y superan los sesenta años, que dicho “chirrinche” es un larga vida; pues los mismos viejos  siempre tomaban una copa todos los días a las cinco de la mañana para iniciar las labores diarias, superaron los 85 años de vida, productiva viviendo solos los últimos cuarenta haciendo todos los quehaceres de la finca.
 
 
De Boyacá, sumercé 
 
 
María Custodia Quintero Sánchez de Torres, nació el 28 de octubre de 1931 en el municipio de Sutatenza, Boyacá; hija de Marco Aurelio Quintero e Isabel Sánchez, de quienes fue la mayor de las mujeres. Creció en la labranza entre las melgas de alverja, maíz, habas, papa y lenteja que crecían en las dos cosechas anuales que lograban en una parcela que no superaba una fanegada y de la cual, los abuelos alimentaron a Félix, Fidel, Custodia, María Precelia, Ana Delia, Ana Rosa y Marcos Aurelio; los hermanos.
 
Como hermana mayor debió asumir los oficios de la casa desde muy niña. Debía traer en chorote el agua desde el aljibe, ayudar a preparar los alimentos, lavar la loza y hacer el aseo del rancho de zinc y bareque que muchos años después de la muerte de los abuelos, se conservó como recuerdo, pero que desapareció bajo las llamas de un pirómano transeúnte.
 
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  En sus años mozos, ella, la Custodia del camino gozaba de singular belleza caracterizada por los cachumbos negros que protegían el terso rostro de una joven blanca con ojos verdes. /fotografía de la familia 1953)

Decisiones que cambian el rumbo de la existencia
 
Debería rondar por los diez años de un abril cuando, en los descuidos normales de una niña, se le rompió el chorote en el que traía el agua al rancho para lavar los tiestos y la olla de barro en la que preparaban los alimentos. La ruptura del chorote, llevado desde Ráquira, la hizo merecedora de tremenda fuetera que el padre Marcos Aurelio le propinó por el descuido. Pero, precisamente, ese día en la tarde, cuando se disponía a colocar la loza y las vasijas en el tendal donde usualmente se ponían para el secado, en otro descuido, la olla en que hacían la mazamorra terminó quebrada en el piso de tierra y el fogón apagado con la sopa para la familia.
 
 
Ella pensó que otra tanda no aguantaría su flaca y frágil humanidad y decidió escurrirse del rancho, sin dar aviso ni al hermano mayor. Pero su primer escape fue a las melgas de la sementera que circundaba la vivienda, y en una de ellas, permaneció hasta el otro día, para ponerse luego a merodear por las orillas de la carretera que une a la cabecera municipal con Guateque, allí fue contactada por una mujer que pasaba por allí que, al ver la desorientación de la niña Custodia se aprovechó de su necesidad e ingenuidad y la indujo a abandonar a sus padres.
 
 
Ese mismo día huyó a hurtadillas. La aprovechada mujer se la cargó para Villavicencio, poniéndola al servicio domestico, trabajo con el cual debió pagar los pasajes, la ropa y las piezas de vestir que quemó mientras aprendía a aplanchar con elemento eléctrico. En esa ciudad, cuenta ella, duró varios años pagando con trabajo el errado favor de abandonar a los padres por evitar otro castigo, causa por la cual muchos niños abandonan sus hogares.
 
 
Cuenta ella que ya había pagado las deudas impuestas cuando conoció otra señora visitante que tenia negocio de comida al servicio de los obreros que trabajaban en la construcción de la represa de el Cisga, lugar cundinamarqués cercano por donde se accede hacia Guateque y Garagoa. Allí, trabajó como muchacha del servicio otro par de años aprendiendo los pormenores del negocio de abarrotes y restaurante para independizarse después al regreso a Guateque en donde montó uno en el que conoció al que fue su compañero, esposo y amigo de toda la vida, Miguel Agustín Torres Torres con quien contrajo matrimonio el 24 de noviembre de  1.950.
 
 
La señora Custodia, como es conocida, es una mujer hábil en todos los oficios del hogar y del campo. Puede hacer varios oficios alternados a la vez. Cocina con facilidad para una o varias personas, competencia que conservaba a sus 85 años. Ya superando las tres partes de un siglo, sigue arreglando la ropa, aseando la casa, viendo los ganados, inyectando, purgando, ordeñando y hasta sacando los terneros cuando vienen atravesados, como en sus años mozos, evidencia que muestra para evitar que, quienes tienen la responsabilidad de cuidarla, le brinden poca ayuda y auxilio para no deber favor a nadie. 
 
  

Una  generosa señora.
 
Desde que tienen uso de razón los hijos notan que  en casa de la madre siempre hay almuerzo o comida para quien llegue o entre a la tienda en el momento del compartir  la mesa. Aún continua diciendo que en “donde comen dos, comen tres”, enseñando a los hijos a dar sin miramientos y a compartir el pan con el prójimo. Uno de ellos escribió alguna vez que “un corazón lleno de amor, sin generosidad en las manos es imposible curar a una persona enferma de soledad o brindar alguna vianda”.

 
 
Una madre en la Nueva Esperanza
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Custodia es una madre líder en su hogar. A cada persona que habite en casa, y en especial, sus hijos, recibían cada día la delegación de una responsabilidad, de un oficio el cual había que hacer, lloviera o tronara, pero haciéndolo bien. Así les enseñó a confiar en los demás, a ser responsables con sus actos y a ser puntuales en los compromisos adquiridos. Recuerdan que les decía: “el que no sirve para servir, no sirve para vivir”.
 
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Ella sigue siendo el corazón de su hogar. Establece la atmósfera que se vive en él,  mantiene una actitud vigilante para que todo funcione, para que todo en casa sea agradable y dispuesto con cierta estética con elementos del medio que sus manos han pintado y decorado con esmero.
 
Una madre maestra
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Las enseñanzas que recibieron los hijos, fueron dadas en el terreno, en la práctica sobre los hechos cotidianos. Tanto el esposo como ella, fueron un manantial de enseñanzas. Algunos de esos aprendizajes se han sintetizado en breves biografías difundidas en este blog con el ánimo que sus virtudes no queden olvidadas en la tradición oral de quienes les conocieron. La tradición oral cada vez pierde más espacio en los hogares actuales en los que la televisión, los celulares y la Internet ganan  los espacios usados en antaño para compartir y desarrollar el ser social de las personas..
 
 
Custodia estuvo pendiente de las primeras letras, les enseñó a leer en la cartilla Charry y les regaló la Enciclopedia básica de cuarto primaria en la que leyeron todos los temas que los profesores intentaban explicar en las aulas. La mencionada enciclopedia con  mas de cincuenta años estuvo algunas décadas en una caja de cartón en una de las piezas en que durmieron  los hijos, y hoy forma parte de los haberes de uno de los nietos empeñado en recuperar y exhibir antigüedades, en especial los elementos usados por los abuelos.
 
En la Nueva esperanza se  aplicó la pedagogía que “la letra con sangre entra”, y bajo esa creencia  castigó a los hijos por cualquier desavenencia y tarea mal ejecutada u olvidada, incluso  cuando los varones tenían barba en pecho y las mujeres sostén.
   
Agradecidos
 
Los hijos viven  agradecidos por anidarlos en el vientre respetando el propósito de Dios para sus vidas. Ellos sintieron amor desde el mismo momento que crecían en el vientre, y ella,  nunca intentó  deshacerse de alguno; tal vez por esa determinación personal los   corazones no han conocido el rechazo y el desamor,  tampoco lo han reflejado.
 
 
Cuentan los hijos varones que viven agradecidos por las ropas que les tejió y cosió, así fueran con los talegos de algodón en los que llegaba la harina de trigo: Ellos recuerdan y describen el tierno color blanco y la suavidad del algodón que por muchos años les abrigaron en las noches, pues aprendieron que la pobreza no es deshonra y  es un estado mental del que se puede salir con emprendimientos.
 
 
Viven agradecidos por educarlos en el trabajo, por enseñarles a ver la vida con esperanza, por enseñarles a vivir con independencia y autonomía; agradecidos por demostrarles que la vejez bien llevada no es una carga sino un estado al  que todo humano llega, y para el cual, hay que prepararse con ahorros, con optimismo, con paciencia, y en especial, a vivir acompañado de la soledad, esa amante silenciosa que arrulla a los ancianos cada día avivando los recuerdos de épocas pretéritas, añorando a los que ya partieron, anhelando menos dolor en el ajado cuerpo, y contemplando el celular, y echándole la culpa al aparato para justificar el abandono en que muchos hijos someten a sus padres por estar inmersos en los trabajos y en sus propias preocupaciones. 
 
 
Custodia, como se le conoce en la comarca, vive feliz como parte del paisaje en esa casa de adobe levantada con empeño con el esposo que falleció en noviembre 4 de 20011. Los puentes y fines de semana es visitada por paisanos residentes en Bogotá que regresan a la región a recordar la niñez y agradecerle los aportes que recibieron de ella, ya como madrina o como patrona, pues por la casa de ella pasaron numerosos niños cuyos padres les confiaron para que les enseñasen a trabajar con responsabilidad.
 
Fueron mas de trecientos las personas que apadrinaron Custodia y Agustín, ya en el bautismo, ya en la confirmación o en el matrimonio; los mismos con sus descendencias que visitaron o acompañaron en el funeral al esposo de Custodia y que la visitan ocasionalmente en la vera de la carretera que une a Puente Nacional con Quebrada Negra para llevarle un detalle y mostrarle a la descendencia el personaje que contribuyó a cambiarles el rumbo desde niños.
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Quienes transiten por la vía carreteable que une al casco urbano con los caseríos de Providencia, Quebrada Negra y Peña Blanca, le verán en la madrugada ordeñando y pastoreando sus viejas y flacas vacas del color de la vejez, o en el transcurso de la mañana cuidando sus jardines o contemplando el panorama, o tal vez, vigilando y llevando la cuenta de quienes suben o quienes bajan, quizás, para justificar el significado de su nombre. Algunos transeúntes al ver la casa pintada de naranja y azul fuertes no la ven porque con los años los ancianos forman parte del paisaje y del olvido de quienes viven a las carreras, unos atesorando, otros hundidos en sus problemas, y otros, idos de sí mismo con la cotidianidad. Otros pendientes de lo que tienen otros y en un descuido apoderarse de lo ajeno, así sea por picardía.
 
Hoy los ancianos son invisibles
 
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La Custodia del camino es una octogenaria que vive contemplando su entorno natural que, al igual que su esposo, morirá como mueren de viejos los arrayanes. De pie, y mientras eso ocurre, los caminantes y pasajeros la contemplan en las tardes sentada en la misma perezosa pintada de azul que usó  el viejo Agustín hasta que se le acabó el tiempo, y ella, ensimismada en sus recuerdos mozos sigue esperando que las hojas de su calendario sigan cayendo hasta que el último suspiro exhale del viejo y arrugado cuerpo que alguna vez fue bello y lozano. Mientras eso ocurre, seguirá siendo la custodia del camino.
 
 
Puente Nacional, finca La Margarita, abril 9 de 2016
NAURO TORRES QUINTERO.
 


































































































miércoles, 5 de octubre de 2016

Ramón Forero Fajardo, el de la eterna sonrisa

 Familia Reyes y Heermanos Forero

En esta fotografía para el recuerdo, aparece don Ramón Forero Fajardo en medio de sus hermanas: Elisa de Reyes con sus hijos, y al lado derecho, Trinidad de Cortes.

 

El tostado labio superior se le observaba encogido al lado derecho del rostro haciendo armónico gesto con el cachete del mismo lado mostrando siempre una sonrisa eterna iluminada con una chispa de oro que, como un diminuto sol, fue puesto en el canino derecho superior como signo de abolengo y merecido respeto de quien recibiese oportuno saludo  de Ramón Forero Fajardo, uno de los penúltimos nonagenarios campechanos que  aún florecen en los ejidos que integran las veredas Peñitas y Jarantivá de Puente Real de Veléz, Santander.

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En septiembre de 2015, en el cementerio de Puente Nacional, con motivo del funeral de otro jecho de la vereda, el señor Lorenzo Rosso, se produjo este ultimo encuentro entre el padrino, Ramón Forero Fajardo y el ahijado, Nauro Torres.

 

Ramón Forero Fajardo murió como los viejos arrayanes que abundan en estos coloridos paisajes perfumados por pomarrosas, moros, champos, guayabos, guamos y payos. Murió de pie y sin perder esa sonrisa eterna que lo identificó por noventa bien vividos años, este pasado 6 de septiembre de 2016.

 

Con él se fue un ejemplo de sanas costumbres propias de una familia digna y recta en la palabra, en el obrar y en el hacer. Para Ramón Forero Fajardo y quienes le antecedieron en  su eterno viaje, como los arrayanes:  Zaens,  Becerras,  Torres,  González,  Parras,  Pardos,  Gómez,  Ovalle, Contreras, Malagón, Lancheros, y otros reconocidos  apellidos que olvido por mi ausencia no deseada de esta encantada tierra de la guabina y el tiple; para ellos,  la palabra era una escritura. La fe en Dios y la Virgen, su escudo. El amor a la tierra, su sentimiento. La admiración por la mujer la expresaban inclinando el rostro junto con la quitada del sombrero en señal de lisonja y respeto. Para ellos,  el ser adulto y mayor era sello de ejemplo y responsabilidad, era marca de honestidad y rectitud en los negocios.

 

Ellos, los arrayanes citados, enseñaban con el ejemplo que, un buen negocio, es aquella transacción en la que las dos partes juegan al gana-gana, hoy convertido en el tumbe-pierde, o en el vivo vive del bobo, adagio que ha venido arraigándose en el país por el afán de amasar capital a costa de cualquier cosa, menos del trabajo honesto con la disculpa veleña que tenemos herencia de gitanos.

 

fiesta familiar

En navidad, en San Pedro, en año nuevo, la casa de los Forero Fajardo acogía a la familia y amigos a departir alrededor de un piquete, unas amargas, y desde luego, una parranda veleña.

 

Con la partida de Ramón Forero Fajardo, formaran parte del olvido, las fiestas familiares con ocasión de San Pedro y San Pablo, de la navidad y el año nuevo. Fiestas que, además de francahela y comilona, se departía sanamente alrededor de la chicha y unas amargas, por varios días con sus noches, animadas con tiple y bandola, con tocadiscos o victrola, pero siempre con canastadas de gallina, carne asada, yuca y ají al gusto y en abundancia para propios, familiares, vecinos, amigos, compadres y ahijados que acudían a la finca Las delicias en el recodo de las quebradas Jarantivá y el Toro en el límite entre las veredas Peñitas y Jarantivá.

 asado en Jarantivá

La carne asada, la yuca blanca, el bore y la arracacha con abundante ají servidos sobre hojas de plátano, inicialmente en canastos, luego en bandejas, era el deleite en cada reunión familiar, cuando eran menos de 20 personas en la casa, pero si el numero de visitantes era mayor, una ternera asada en chuzos de madera se ofrecía en el potrero que enmarcaba la casa de Ramón Forero Fajardo.

 

El juego de los mararayes, ya jugando al “por cuantas”, a la “casita”, o la “copa” que en cada San Pedro y San Pablo, junto con el juego del garbinche, unía a las familias y vecinos, terminará de borrarse de la memoria de los habitantes de la comarca cuando ya no haya jechos que cuenten a sus nietos las formas de divertirse sanamente cuando fueron niños, jóvenes, incluso adultos. El juego del tejo como de toruro o el tute ya no se apostaran, solo por compartir y pasar un rato, pues quienes lo jugaban, ya sus espíritus anidaran en los robledales y pinares que protegieron o sembraron con empeño en su existencia. Con ellos también desaparecerán los convites comunales y el empeño por construir obras mancomunadas al servicio de la región.

 

Estación del tren en Providencia 1.993

La imagen muestra las ruinas que quedan de lo que fue una hermosa construcción republicana de la estación de Providencia en Puente Nacional. Desde 2012 hay en una de sus esquinas un aviso oficial que anuncia que será reconstruida.

 

También serán parte del olvido las vísperas del 7 de diciembre para celebrar la fiesta del Inmaculada Concepción con candeladas, y al rededor de ellas, la familia y los compadres con los críos divirtiéndose con la vaca loca. También serán recuerdo las calles, las rayuelas y los quines que, tanto niños, jóvenes como adultos, jugaban con los trompos; igual sucederá con la competencia con la coca y la vara de premio y la competencia acaballo para degollar el gallo.

 

 Elisa Forero Ramón Forero y Trina Forero

Como los tres mosqueteros, los hermanos Forero se mantuvieron unidos en las alegrías y en las tristezas.

 

 

Con la muerte de estos arrayanes desparecieron “los pago de oleo”, “la pedida de mano”, las serenatas para conquistar una flor, el matrimonio como fiesta social para toda la vereda, los rosarios de mayo para recaudar dinero para el templo, los san isidros generosos, los diezmos obligatorios, los presentes al visitar a un amigo, el buen guarapo y la espumosa chicha, el piquete mañanero, el plátano asado y la yuca sata asada entre el rescoldo. Y, hoy somos testigos de la extinción de los velorios, de los novenarios implorando piedad y protección a las benditas almas, incluso de la visita al cementerio y a las tumbas, pues como de barro somos en cenizas quedamos  escondidos en cenizarios construidos como palomares por aquello del espacio, el lucro y el medio ambiente.

 

Quienes le conocieron ya no tendrán el placer de ver a un viejo que nunca faltó a un velorio ni a un entierro del compadre, del  amigo, del conocido. Solo recordaran  a ese buen hombre por el buen gusto para vestir, ya de paño, ya de paisano con su perrero  viéndosele sentado en una mesa de tienda conocida fresquiandose con  aguardiente ante la carencia de un buen wiski, bebidas que prefirió desde joven hasta que el atardecer existencial lo condujo al eterno ocaso al que llegaremos todos en este camino, tortuoso unas veces, y otras, parrandero.

 casa en el páramo

En esta hermosas casa de campo en la vereda El Páramo que se casó con el olvido, nació la madre de los hermanos Forero Fajardo.

 

Quienes éramos cachifos, cuando él estaba en plena juventud, lo tenemos en la pizarra del recuerdo por sus gestiones como presidente de la Acción comunal de Providencia. Con otros patricios gestionó la construcción de la carretera que conectó la región con lo urbano. Gestionó la construcción de las aulas escolares de la estación de Providencia, el mantenimiento de las vías veredales y  la construcción de puentes; también le recordaremos por  los buenos oficios entre credos y tendencias políticas.

 Don Ramón en casa

El alcohol es dañino para la salud, pero quienes conocieron a Ramón Forero Fajardo, guardaran la imagen de un campesino que desde joven hasta los 90 años se deleitaba y departía con los amigos con copas de Wiski, ya en la casa, ya en el pueblo.

 

Ramón Forero Fajardo fue hijo de Eliseo Forero, natural de la vereda Peñitas y María del Carmen Fajardo nacida en la vereda El Páramo del mismo municipio, Puente Nacional. Creció en la finca Las Delicias de los abuelos junto con sus hermanos: Angelita, Elisa, Trinidad y Abdón. La violencia del 48 fue la causa para abandonar el campo e irse a la cabecera municipal, y luego, a la capital del país, regresando en la década del setenta a las Delicias con la muerte del padre y asumiendo la administración hasta el final de sus días. En Bogotá, Abdón se vinculó a los ferrocarriles nacionales como frenero, muriendo en el oficio al ser golpeado por una piedra cuando revisaba, en movimiento, el ruido que causaba los muelles de uno de los vagones del largo tren para la carga. Y Trinidad, la hermana menor se convirtió en tendera en la convulsionada Bogotá de la década del sesenta del siglo XX.

 

La madre de Ramón Forero Fajardo murió en el bisiesto año de 1968 declarado como el año internacional de los derechos humanos, en el mes que el papa Paulo VI visitó Colombia y los obispos de América latina se reunieron en Medellín y produjeron el documento: “La iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”. Fue agosto  el mes que la ultima locomotora inglesa dejó de usar el vapor como energía.  Ramón Forero Fajardo se enferma el 13 de agosto, es trasladado de urgencias a una Clínica de la capital de país, y muere el seis de septiembre de 2016 sobre las seis de la tarde. Sus cenizas serán empotradas en la finca donde nació, creció y se envejeció este 8 de octubre a las doce del día, luego de una celebración eucarística a las once de la mañana en el templo parroquial. Los deudos, luego de dejar las cenizas en el espacio preferido del difunto, lo recordarán  con una parranda como fue su costumbre y la de sus padres.

 

Puente Nacional, finca La Margarita, septiembre 12 de 2016.

 

 

Eres un poema, amigo.

    "La amistad verdadera no se impone ni se compra, sucede como el alba: llega, ilumina y permanece." Eres voz que alumbra...