La soledad no tiene nacionalidad, ni raza, ni credo, ni horario; tampoco espacio. La soledad invade el alma o el corazón en quienes viven en las urbes como en las veredas, en las cárceles como en los templos, en los bares como en las fiestas, en las calles como en los caminos; viajando en mula o camello, en carro o en avión.
La soledad habita en todas partes; en los rincones, en los cementerios, en los asilos, en los hospitales, en los centros comerciales, en las habitaciones, incluso en las camas nupciales.
La soledad es un estado de ánimo. Una emoción que facilita evocar lugares, momentos, circunstancias, personas, incluso a animales, aves, arboles, senderos, acantilados, lomas y valles.
La soledad es la aliada de los amantes, es la anhelada por los escritores, es la invocada por los devotos, es la esperada por los atracadores, y es la requerida para aflorar los asuntos del alma y el corazón. La soledad es la compañera del anciano abandonado por sus seres queridos, de los enfermos abandonados en los hospitales, de los presos, incluso de los guerrilleros en las escondidas selvas de Sudamérica.
Gracias soledad por estar hoy, en mí.
Escribo desde la ciudad mayormente poblada por los desplazados de la violencia desde la guerra de los Mil días hace 119 años, por los de la guerra bipartidista de mitad de siglo y por la actual que lleva mas de sesenta años, con solo perdedores. Escribo desde Bogotá, desde una torre con numerosos apartamentos encerrados como estivas, poblados por desconocidos sin parecerse a las hormigas o a las palomas, pero sí, seguros ante la inseguridad de la ciudad.
La soledad es mi aliada. Aliada para evocar a la reina de mi soledad, pues es ella, la que me posee en mi soledad. Ella con sus recuerdos quien invade mis sentidos, mi cerebro, mis emociones, mi ser.
Aparece en mi soledad con su cabellera larga cubriendo su espalda, adornando su rostro, escondiendo su sonrisa, ataviando su misterio, ocultado sus deseos, y negándome su amor.
Si, aparece en mi soledad como una brisa mañanera, o, un leve viento al atardecer; aparece en la loma en la que posa una prehistórica piedra; aparece, unas veces de pie, otras sentada, pero siempre difuminada entre la pradera y el monte, entre la luz del sol o de la luna.
Su imagen se hace tan real que corro a encontrarla, pero al estar en el lugar donde la imaginé solo encuentro su aroma, el aroma a pomarrosas.
Ella no esta para verla y admirarla, pero al igual que otrora, la admiro sin tenerla cerca o distante, pues de ella queda su aroma y su historia convertida en aliciente para esta vida que se quema lentamente cual cera de una vela encendida siempre en esa loma donde por primera vez me dejé quemar por sus labios inocentes y me sentí arrullado siendo adolescente.
Esa loma, poseída por la piedra prehistórica que es abrazada desde medio siglo atrás por un pomarroso, sigue hidalga, incólume, dominante, observadora y a la vez, testigo muda de un amor que floreció en ella y 28 años después es depositaria del ultimo deseo, en su ultimo suspiro de la despampanante mujer de cabellera larga con la que protegía su virginal belleza.
La loma sombreada por arrayanes, pinos y pomarrosas, tiene aún el pomarrosa enamorado de la piedra prehistórica, la que abraza noche día con su tallo del que salen como dedos numerosos gajos con sus ramas con colores entre el verde y el rojo oscuro que, dos veces al año, cambia su color tornándose blanco crema por numerosas flores que atraen desde avispas hasta abejas, desde colibríes hasta copetones, desde chagualas hasta angelitas.
Pero los arboles como las piedras también se enamoran. La reina de mi soledad dio su ultimo suspiro un 13 de noviembre del primer año del siglo XXI, y momentos antes de hacerlo en nuestro lecho nupcial, me solicitó en voz entrecortada -salida mas del alma que del corazón-, que la llevara a la loma a vivir eternamente conmigo junto a la pomarrosa.
Desde el 2000, el pomarrosa florece pero no da pomarrosas, pero siempre en la cúspide de ese montículo de tierra poblado por arrayanes, pinos y pomarrosas se respira el aroma de las pomarrosas.
Desde entonces mi soledad tiene el aroma de la mujer que esta presente con su sangre y sus costumbres en cuatro hijos que ocasionalmente visitan el pomarrosa cuando deciden abandonar la ciudad y sus trabajos para ir a descansar en la finca La Margarita, en tierras de Jarantivá en Puente Nacional, Santander, Colombia.
Casa en la que nació la musa de este relato.
Con el debido respeto y sin permiso, acompaño esta historia con un poema inédito de Don Pedro Antonio Mateus Marín, quien fuera huésped por varios meses de la musa que inspiró esta historia que acaba de leer.
TE EXTRAÑO, AMOR.
Heme aquí amaneciendo
Junto al mar salobre
De mi soledad inmensa.
La extensión límite de soñar
Me ha dejado huérfano
En las arenas de la orilla.
Ya no habrá paz,
Me dice al oído la canción del oleaje.
La espera me tortura el alma
Y la esperanza se me agota
En los labios resecos
De tanta ilusión nacida
En el humus de mi propia vida.
Prefiero no mirar
La distancia que de la tierra prometida
Me separa,
Y cerrar los ojos
Para creer que Dios me dará la mano
Para ir a ella
Cuando la plenitud del amor
Haya llegado.
Bogotá, agosto 30 de 2015
NAURO TORRES Q.
Felicitaciones por los los relatos muy bien
ResponderEliminarGracias. Muchas gracias
EliminarDe Marleny Virviescas.
ResponderEliminarGracias por compartir ese relato casi poema que sinceramente me llegó al alma al recordar lo que fue nuestra niñez y adolescencia en tan linda región.
Apreciada Marleny.
ResponderEliminarLos escritores revelamos en cada palabra escrita, el alma.
Hola mi apreciado Nauro te felicito por tan interesante escrito y relato sobre la soledad, muy a plausible todo lo que narra y en verdad la soledad nos sirve a todos para reflexionar y escribir como lo hace usted pero la soledad como soledad no es buena para el ser humano porque siempre necesitamos de estar acompañados en fin me agrado mucho la narración porque hace énfasis en nuestra tierra donde nacimos y nos criamos y que nunca olvidamos que tenga un lindo día y muchos éxitos.
ResponderEliminarProfesor Cubides.
EliminarLe escribo sintiendo las caricias del sol, acompañado de pajarillos que llegan a mi barda a comer y acompañarme.
En esta bulliciosa ciudad en una sociedad de los afanes, el tener la oportunidad de pensar estando solo, hace que la soledad sea una grata compañía, ya para leer, ya para escribir.
Hermano, le expreso que le aprecio desde que nos conocimos en 1.970. Hace años, desde luego, sin saber de nosotros cerca a 48 años. Mas de media vida.
Gracias Nauro por esa nostálgica historia, la esperanza está en que siga floreciendo.
ResponderEliminarReverendo Samuel Gonzalez Parra, cordial saludo.
EliminarElla, la musa del texto, florece cada amanecer y su aroma la plasmo en palabras que, hilvanadas, se convierten en retazos de historia.
AMPARO GOMEZ:
ResponderEliminarGracias por compartir sus recuerdos ya vividos, la soledad nunca es buena, por qué el hombre no debe vivir sólo palabras dichas por el dador de la vida.
La soledad está presente aún estando acompañados y trae a nosotros la nostalgia de querer abrazar, sentir a nuestro lado aquellos seres queridos ( hijos, padres, hermanos, sobrinos... ) a quienes el destino nos lleva a pensar qué hace demasiado tiempo no los viéramos, por el temor de perderlos por el virus qué por estos días nos aqueja, apresar de estar con nuestros seres queridos a nuestro lado, la nostalgia nos nos lleva a querer estar con los que están lejos, esto también como al escritor de este bello relato, también trae a nosotros recuerdos a todos aquellos que están gozando de la gloria divina, seres que dejaron una huella imborrable en nuestros corazones y qué al pensar los bellos momentos qué pasamos juntos nos transportan a sitios y épocas que solo pensamiento las recrea a su manera.
PROFESORA FABIOLA. SAN GIL
ResponderEliminarExcelente escrito sobre la soledad.
Soledad, magistralmente descrita por las palabras del poeta.
Gracias, desde el corazón, por permitirnos deleitarnos con tan buenas piezas del arte literario🙏🏻🙏🏻🙏🏻
Gracias por ese deleite compartido profesora Amparo.
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