El marido la abandonó al sumar tantos hijos como años tenía él, cuando se casaron; Los hijos llegaron añeritos y al natural, el tipo no paraba ni en las dietas.
Los 12 varones dormían en una pieza, las cinco mujeres en otra pieza, y los dos, en otra. Los niños se acomodaban como marranitos mamando para dormir en el piso sobre esteras de junco. Llegó en 1948 a Guateque, junto con su esposo, huyendo de la violencia en la Vega, Cundinamarca, convidados por un amigo a buscarse la vida en Boyacá.
Para empezar, montaron una sancocharía en la plaza de mercado en Guateque que, en ese entonces, era en el mismo parque, pero el trabajo ocurría los fines de semana y en las fiestas; y entre semana, el marido trabajaba en lo que le saliera; y ella, Abigail, por intermedio de una amiga, entró, ocasionalmente de ayudante en el matadero municipal, a sacrificar cerdos, y por ese trabajo, le pagaban en especie, dejándola recoger la sangre de los vacunos y cerdos que ella vendía por botellas para saborizar las morcillas.
Abigail se casó cumplidos los 15 años con el único marido que ha tenido cuando él, tenia 17 años, pero éste la dejó, yéndose con otra, cuando ella estaba en embarazo del hijo numero 17.
Abigaíl , como otras tantas mujeres del ayer, no se pusieron a llorar al sentirse abandonadas, sino a buscar medios para encontrar la comida para la tracalada de chinos que había que alimentar. Continuó con el toldo de comida en la plaza, puso un puesto de comida cerca al terminal de transporte; se convirtió, en las madrugadas, en trabajadora del matadero como matarife de cerdos; luego, de ganado mayor, y a la vez, aprendió a preparar “sudado de pata”, “cazuela de ternero”, “sopa de raíces”, “sopa de venas”, “ pichón” y a procesar los cueros de ternero, y a engordar cerdos; tareas en las que los hijos mayores, ayudaban.
Con el carné de salud expedido por el hospital de Guateque, Abigail, ofreció hasta que cumplió 70 años: el mute de mazorca, el sudado de pata, la cazuela de ternero, los tamales; oferta que hacia vestida de blanco con una gorra de igual color portando una caja de madera también blanca, y en ella, las delicias de la sancocharía por calles y carreras, oficinas y negocios del municipio, cabeza de la provincia del Valle de Tenza en Boyacá.
Por varios años vivió en arriendo, y por piedad, una familia amiga le arrendó un lote cercano que acomodó para criar, levantar y engordar cerdos con las lavazas que sobraban de la sancocharía, y las que recogían los hijos en otros toldos.
Empezó con un cerdo, y alcanzó a tener un lote de diez cochinos, pero el casco urbano se expandió, y la higiene le cerró la marranera. Con el producto de la venta de los cochinos compró el lote donde actualmente vive. Con los ahorros del trabajo y los aportes de un hijo que se enguacó, levantó la casa en la que desde hace medio siglo ejerce como sobandera, don que surgió por mera necesidad, pues con mas de diez hijos en la escuela, éstos estudiaban, ayudaban y jugaban futbol, regresando, a la media agua, con esguinces, fracturas y desgarres.
Tiene 70 nietos, 50 biznietos y 40 tataranietos, y sus 17 hijos están vivos, menos quien fue su marido, quien murió hace una década en la Vega Cundinamarca, a donde viajó ella con todo el rebaño al funeral y a conocer los tres hijas que dejó el difundo en su segunda unión.
Abigail, nació en 1926, ya cumplió los 91 años y sigue activa preparando tamales y atendiendo a quienes requieren de una sobada, ya en las manos, en los brazos, ya en las piernas; personas que atiende en su casa en una habitación con dos camas aseadas, usando crema de manos y sus manos que tienen la fuerza de una tenaza para disminuir la tendinitis, quitar el dolor del síndrome del túnel carpiano y la escoliosis y acomodar los huesos en su estado natural.
En veredas y poblados, en tiempos pretéritos era normal que abundaran los sobanderos, parteros, rezanderos y curanderos. Hoy, escasean, mientras que en las capitales, hay calles exclusivas donde brindan el servicio los sobanderos.
En la perla del Fonce con calles empinadas, ceibas milenarias y gallineros con barbas blancas, rodeada de majestuosos paisajes casados con verdes colinas comunicadas por caminos tendidos de piedra artísticamente puestas como si fuese una avenida para caballos y recuas de mulas, aun quedan unos pocos sobanderos.
Don Luis Alejandro Ballesteros con 85 años de vida, quien ha vivido desde niño en la carrera novena con calle cuarta, aprendió a sobar por necesidad. Un día, yendo al mercado vio como a su lado iba una señora, quien caminaba con paso rápido, y sin darse cuenta, trastabilló al bajar del anden a la calle, luxándose el pie derecho, perdiendo el equilibrio.
Luis Alejandro, al ver lo ocurrido, se apiadó. La ayudó a incorporarse haciendo de bordón hasta una de las bancas del parque la Libertad. Y allí, a petición de la dama, él le quitó el zapato y ajustó el pie con sus manos. El cuento se regó en los toldos y puestos de la galería. Y desde entonces, desde lugares lejanos diariamente recibe entre 20 y 25 personas que acuden a la residencia, solicitando ayuda, ya para luxaciones, quebraduras, espasmos, dolores de columnas, quienes con una o dos sesiones, terminan regresando en buenas condiciones físicas a los hogares.
Siendo niño, Luis Alejandro junto con su familia, debió dormir en las peñas que vigilan la quebrada Curití, en cuya ribera vivió con sus mayores. De joven se instaló en San Gil, y en sociedad montó la funeraria Santander para brindar consuelo y servicios fúnebres a los miembros del partido en el que la familia estuvo vinculado. Su casa actual, fue sala de velación y lugar de encuentro de deudos. Los servicios funerarios se pagaban cuando se brindaban, o se pactaba una fianza por un par de semanas; luego aparecieron en el país, los servicios fúnebres prepago, y la funeraria cerró sus puertas, pero se abrió el portón para recibir a las personas con intenso dolor por algún movimiento brusco con afecciones en huesos, músculos o tendones.
Los sobanderos son personas amenas conversadoras, amables y serviciales. Gozan sirviendo a los demás y con sus manos, acomodando huesos, músculos y tendones, a cambio de una donación en dinero que muchas veces no es equivale a media hora de un salario mínimo, pues por tradición, no ponen precio a sus servicios mientras regalan sonrisas e historias a los pacientes que solo llegan a sobar la vida.
Cada vez, hay menos sobanderos en veredas y ciudades. Vienen siendo reemplazados por ortopedistas. Pero en los municipios aislados, es una fortuna que junto a ellos, abunden los curanderos y parteras que cumplen una misión no reconocida por los estamentos estatales, pero muy benéficos para la ciudadanía.
San Gil, febrero 22 de 2017
Relatos e historias de vida real me pareció interesante esta historia donde todos los vivientes ponen en servicio sus oficios cumpliendo con una misión de sus vidas en su momento y en su época.
ResponderEliminarEn el pasado encuentra uno numerosos seres humanos, como las parteras, curanderos y sobanderos que tenían la misión del buen samaritano, hoy en extensión desplazados por la ciencia y el lucro
EliminarGladys Saffyra Pereira
ResponderEliminarBuen relato, recuerdos que son historia.
Cordial saludo, lo poetas y escritores, entre las misiones que tenemos es dejar plasmado en texto retazos de historia.
EliminarGerman Gomez Ballesteros
ResponderEliminarEn Villanueva, Juán Campos (Q.E.P.D) en medio de su charla, con pomada cascabelina, le cuadraba a sus pacientes cualquier torcedura; no sin antes hacerlos gritar del dolor.
German Gomez Ballesteros , cordial saludo.
EliminarSi le conocí.
Fue un jocoso y interlocutor que, como otros sobanderos, mientras contaban un chiste, en un abrir y cerrar de ojos, ajustaban lo desajustado. Y ahora en donde conseguir la cascabelina?
Pedro A. Mateus M.
ResponderEliminarLa gente del campo siempre fue muy creativa y autosuficiente.. para todo había un maestro..el carpintero...el albañil...el herrero...y así para todas las necesidades del diario vivir...la gente no se varaba...lo que no había se lo inventaba...pero esa generación genial ya no existe...las nuevas generaciones se han civilizado tanto que lo que no encuentran en el mercado no saben hacerlo...ni un buen café para comenzar el día....
Mi apreciado compañero, buenos dias. Le asiste razón. Asi los citadinos miren con desdeño a los campesinos, de ellos dependen para alimentarse, incluso para sobrevivir.
ResponderEliminarEn este fugaz viaje de 3/4 de siglo, desde nuestro origen campesino, fuimos testigos de la perdida de los siguientes oficios: arrieros, gañanes, armeros, herreros, amansadores, horneros, aserradores, curanderos, parteras, sobanderos, sacamuelas, cobradores del diezmo, agrimensores, boticarios, peseros, adoberos, cerqueros de piedra, talabarteros, sastres, guanderos, hierbateros.....etc.
Hoy los jóvenes saben del mas allá, pero poco del mas acá. Mas de ciencia, menos del pragmatismo. Mas de comida artificial que de comida sana. Mas de medicamentos y menos de hierbas. Mas de música, menos de canto.
Y si de querencias, registramos que las chicas aprenden primero de asuntos de cuja que de cocina y arreglo de ropa.
Dejamos para la historia este registro, como otros tantos revelados en nuestros escritos.
Excelente relato.
ResponderEliminarSobanderos (as) quedan aunque escasos. Aquí en Barbosa ejerce una señora bastante acertada conocida como manos de ángel. Además de ajustar huesos y tendones es muy buena sobando los niños "descuajados, pasados de cuajo o abiertos de pecho". Eso del cuajo es un desplazamiento de estómago que causa diarrea severa y persistente.
ResponderEliminarDoctor Verano, cordial saludo. Grato registrarlo en mi blog. "Manos de ángel" el apelativo como es conocida la sobandera de Barbosa. Siempre dispuesta a servir, y numerosas personas por consultar.
EliminarOportuna explicación sobre en que consiste el cuajo en los niños. Mis padres siempre decían que uno se descuajaba por algún susto; y en el campo, los sustos ocurren a diario.
Igual confirmo que cada vez, afloran menos sobanderos y parteras.
Cada vez perdemos cultores de diversa índole. Triste registrarlo. Gracias por su acompañamiento