Sabiduría en el cayado de los abuelos
No
es un libro cualquiera. No es una colección de cuentos; tampoco es una novela;
es la vendimia sabia con el néctar de siglos vividos y trasmitida oralmente de
generación en generación con adagios y refranes pintados en poemas que
trasmiten la sabiduría de la humanidad en un territorio, en una lengua.
No
es una lista ordenada alfabéticamente en un folleto de bolsillo. Es un libro de
490 páginas y en cada una de ellas, 500 refranes de la lengua castellana, cada
uno interpretados en verso en poemas de tres estrofas tejidas cada una desde
una óptica: filosófica, ética y humanista como fuente y testimonio de la
cultura popular expresada en ellos.
Un refrán es fragmento
de sabiduría de un pueblo, comprimido en una frase, en un verso, en una
estrofa. Revela el saber, el pensar y el sentir de los pobladores de una
región, una nación, en los que depositan la suma total de experiencias
adquiridas y las reacciones ante ellas.
De los miles de
paremias que existen en la lengua castellana, escogí 500 escuchados en mi
trasegar mundano que representan menos del diez por ciento de lo publicados con
los años en diversos volúmenes que reposan en los anaqueles del olvido y
escasean en los stand de las librerías colombianas.
Los refranes los
escuché por tradición oral. Alguna vez leí un pequeño libro con recopilaciones
que hizo un rector del Colegio Nacional Guanentá de San Gil, en los postreros
años de las dos últimas décadas del siglo XX. Mi padre, fallecido en 2.011
siempre los usó para orientar a los hijos desde la ética, la moral y la
economía. En miles de familias de origen campesino, los refranes moldearon a
centenares de generaciones; y hoy, por el auge de la educación formal y las
redes sociales, no son apreciados como fuente de sabiduría, que es lo que
pretendo demostrar al explicar cada refrán y dar una interpretación poética
desde la filosofía, la ética y la teoría humanista tan escasa en los textos
escolares y en la omisión de docentes de generaciones de fin de siglo y
principios del presente.
En los primeros años
del bachillerato, bajo la tutela de un sacerdote italiano salesiano, narraba
que el sacerdote Polidoro Virgilio de este pais, hizo una publicación superada
en demanda por su amigo Erasmo que recopiló cinco mil refranes bajo el título “Adagia”.
El español Gonzalo Correas (1.571-1531) coleccionó y publicó cincuenta mil en
la lengua de Cervantes. El instituto Caro y Cuervo de Bogotá en 2.018 publicó El
refranero hoy con 285 adagios recopilados por informantes del Tolima y el
Cesar, asi como de estudiantes de la lengua castellana de la Universidad La
Salle de Bogotá.
En el ocaso existencial
y siendo abuelo de dos varones, decidí dejarles a ellos, y a los usuales
lectores de mis escribanías esta recopilación de refranes, cada una con
explicaciones e interpretaciones poéticas, cuya recopilación y difusión es la
primera que hace un santandereano para los curiosos de la cultura popular, tan
arraigada entre nosotros los veleños.
Este
libro está pensado especialmente para niños y jóvenes, quienes son los
herederos de esta sabiduría y los sembradores del futuro. En cada verso
encontrarán no solo el sonido de la rima y la musicalidad de la palabra, sino
también consejos valiosos para la vida, principios de convivencia y mensajes
que inspiran a crecer con valores. La poesía, como un juego de sonidos y
sentidos, les permitirá acercarse a la tradición de una manera amena,
despertando su curiosidad y su imaginación.
Cada
copla, cada poema, es un puente entre el ayer y el hoy. La voz de los abuelos
resuena en estas líneas, recordándonos que el conocimiento no es un peso, sino
una brújula. Así, esta obra no solo pretende preservar la herencia de la
palabra, sino también avivar la llama del pensamiento crítico, la sensibilidad
y el amor por la cultura.
Invito
a cada lector, pequeño o grande, a recorrer estas páginas con el alma abierta,
como quien se sienta a la sombra de un árbol centenario para escuchar las
historias del viento. Que cada verso sea un cayado que oriente, un fuego que
ilumine y una semilla que germine en la conciencia.
Amistades que son
ciertas,
siempre las puertas
abiertas.
Tejer amistades es de
oportunidades. Contar con una amistad leal, es hoy una lotería. El billete
ganador, hay que preservar con el calor hogareño.
La
verdadera amistad es un faro que nunca se apaga, un hogar sin cerrojos donde el
alma entra descalza y el corazón reposa. Porque las puertas del cariño genuino
jamás conocen el frío del candado.
Donde
hay amistad sincera, las puertas no crujen, pues se abren antes de que las
manos llamen. No hay distancias ni relojes que las cierren, porque la lealtad
es la llave que las mantiene abiertas.
El
tiempo sopla, las estaciones cambian, pero las puertas del amigo fiel nunca se
oxidan. Son umbrales vivos, siempre listos para acoger las alegrías o enjugar
las tormentas.
Las
estrellas de la mente,
brillan claras, siempre ausentes.
Mas la verdad, cuando acierta,
deja las puertas abiertas.
Si
el alma pesa y lamenta,
la justicia nunca miente.
Quien da sin ver recompensa,
abre su puerta y la enfrenta.
Corazón
que nunca arresta,
compasión que se manifiesta.
La amistad, si es descubierta,
halla su puerta despierta.
Patrón que fue arrendatario,
bien sabe quién es el adversario.
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