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martes, 18 de febrero de 2020

EL CENSO PARA VACUNAR





Aparecieron un sábado de 1.986 por la senda protegidos por los rayos del sol mañanero. Venían en fila india, distantes uno de otro, unos cinco metros; tomaron una fracción de la carretera a Peña Blanca y retomaron el camino por los potreros pasando cerca a la casa donde estábamos con Carlos Augusto.
Encabezaba la cabuya un muchacho joven con camuflado, botas pantaneras, fusil AK47 terciado sobre el pecho, macheta, cuchillo y una olla sobre el morral que abultaba la espalda. Tras él, mujeres y más jóvenes sumaban la sarta, vestidos similarmente.  Saludó el guía. Preguntó por la ronda más cercana a Quebrada Negra. Y tomaron la misma que 25 años antes soldados del batallón Galán anduvieron persiguiendo a Efraín González, el bandolero   defensor del partido conservador.

Cuentan que guindaron en un bosque de la ronda de la Jarantivá, y luego, en la rivera de la quebrada Agua Blanca. Desde estos lugares, una comisión mixta visitó cada hogar preguntando el número de hectáreas de la parcela y la cantidad de semovientes que había en la parcela. En menos de dos semanas recorrieron Las viviendas de tres veredas colgadas en las estribaciones del Páramo Iguaque-Marchán.

Transcurría el tercer jueves de que estuviesen en la región. Se acercaba el medio día. La cuadrilla se aprontó para preparar el almuerzo. Buscaron una casa abandonada en la vereda Urumal del municipio de Puente Nacional.

En las veredas había jóvenes activos en las Fuerzas Armadas de Colombia. Una cuadrilla de soldados provenientes del Socorro había arribado al anochecer a Barbosa, y esa misma noche tomaron el camino de la miel hacia el cerro Mazamorral.

Los costados estaban despoblados de árboles. El sol del día siguiente era inclemente. Por la hora del día, tenían hambre. Buscaron una casa abandonada para descansar y almorzar.  La casa elegida estaba en una hondonada. Al acercarse, la notaron habitada por militares.
 Resultado de imagen para vacunas
Fue un enfrentamiento a pleno sol. Los muertos los puso el grupo que almorzaba. Los restantes huyeron buscando el camino a la Tipa, antiguo camino de los parasiteros. En la huida, heridos y morrales abandonaron en ranchos ocasionales de algunos labranceros. Meses después aparecieron muertos algunos campesinos cosecheros. Los vecinos comentaron que los mató la civil, acusados de ser colaboradores del frente 23 de las FARC.

El censo de los candidatos a pagar la vacuna estaba en un cuaderno Norma cuadriculado. Había sido rescatado por el Ejército Nacional de Colombia y borrado del diario del frente guerrillero que intentó expandir el área de influencia.

San Gil, noviembre 30 de 2.019.

miércoles, 29 de enero de 2020

LA CAPOTERA




“Cinco pesos” se llamaba. Era de sangre caliente, brioso y fino en el paso. Tenía el color de una teja de barro que fortalece su color, con los años. Un diamante blanco en la frente lucia trotando. Herrado, hacia melodía anunciando su presencia en el piso de la boca puente y en las escaleritas de piedra que había que tomar hasta el amarradero bajo la mata de un naranjo en el casco urbano.

Muy temprano abandonábamos desayunados el rancho. Agustín cabalgaba el “cinco pesos” sobrio o, borracho. Pegado, como una garrapata, viajaba tras él, en el mismo caballo. Mi misión, asegurar su regreso a casa, sano y salvo.

Estando erguido sobre el espinazo del caballo y atentos al frente y a los lados, nos descolgábamos por el camino real de las ollas y la sal hasta Puente Nacional. Él, vestido de negro con sombrero del mismo color. Y yo, igual.

Antes de llegar a la quebrada Jarantivá, Agustín desapretinaba el revolver portándolo en la mano derecha mientras azuzaba el caballo para cruzar veloces por el puente de madera. Era el lugar propicio para los asaltos y ataques a tiros desde los arbustos.

No hay descripción de la foto disponible.
Tras atar el caballo al palenque, revisar los vestidos y acomodar los sombreros; el revolver y tres cargas de balas, pasaban a la capotera que terciaba en mis espaldas. Caminaba tras de Agustín, a unos cinco metros con los ojos abiertos, cual gato al acecho. No debía estar junto a él, cuando hablaba con alguien. En las tiendas, estaba a su espalda. En el templo, junto a él. En el camino al cementerio, de la mano con él. En el camino ayuntado en el espinazo del cabalgar.
Eran tiempos difíciles. En la semana bajábamos al pueblo hasta dos veces. Agustín acudía a los funerales de conservadores y liberales amigos que habían caído en sus hogares o caminos, bajo las balas de colores que alternaban las víctimas, mientras los dolientes, igual lloraban sin entender por qué nos matábamos entre los campesinos iguales de pobres y necesitados.

San Gil, noviembre 24 de 2.019.

martes, 28 de enero de 2020

MORRALLIANDO




Eran vacaciones de mitad de 1.974. Ambos, docentes del colegio del pueblo. Jóvenes aventureros provenientes de municipios distintos. Neftalí Quiroga estudiaba el ultimo grado. Los invitó a la finca de los padres a pasar unos días. Estaba en la vereda la Playa, a una hora bien caminada.

Descolgándose desde la tierra fría a clima medio, entre paso y paso, fueron charlando. El alumno comentó de los campesinos que se habían enguacado caminando sobre la arena en el río Minero. El río descendía serpenteándose entre las montañas boyacenses en cuyas entrañas hay esmeraldas. Los tres, dueños del día y la noche, decidieron alargar la estadía y el trayecto por caminar.

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El primer día pernotaron en casa del alumno. Y al otro día, madrugaron los tres hacia Otro Mundo. El nombre de la vereda por la cual, el Minero transcurría aparentemente tranquilo, pero turbio.

Luego de 4 horas, hacia el mediodía, llegaron a las playas del río por el margen de Santander.  Armaron rancho con hojas de plátano y chamizos. Uno aprontó la leña de palos secos vomitados por las aguas; otro armó el cambuche, y el otro, preparó el almuerzo.
La imagen puede contener: una o varias personas, exterior, agua y naturaleza

Sobre el medio día, estaban listos para iniciar la faena. Seis ojos como de búhos escudriñaban las arenas esperando ver gemas verdes dormitando sobre las calientes areniscas. Suspendieron la búsqueda sobre las cuatro de la tarde. Había que rebuscar la proteína y la harina para la comida. El estudiante, les había dicho que el plátano, la yuca y el pescado abundaba en las aguas y rivera del rio misterioso.

Los dos profesores se fueron a pescar, Neftalí a buscar la guarnición. Llegaron las ocho de la noche. Los docentes aparecieron con las manos tal como las llevaron. Sin pescados. El alumno, ya tenía el fogón como una hornilla. Tenía consigo un racimo de plátano viche. El sudor caía por los rostros y el cuerpo estaba pegachento y salinizado. Cenamos con plátano asado al ritmo y el ruido de centenares de moscos y zancudos que buscaban sangre fresca y se chuparon suculento banquete.

Con los primeros rayos del sol, iniciamos faena, luego de revisar los anzuelos dejados posteados en las aguas mineras. Los peces habían cenado y los anzuelos estaban más desocupados que el estómago de los aventureros.

Repetimos la cena. Y aprontamos los ojos, un chuzo y cambiamos la búsqueda sobre las arenas, por lavar areniscos y buscar entre ellas. El sol canicular acobardaba y arrinconaba hasta las aves. No se encontró yuca, menos pescados. Volvimos a almorzar plátanos; esta vez, cocinados.
En los bolsillos de los tres, había una que otra morralla de pequeños tamaños. El hambre nos hizo regresar al segundo día. Se tomó el tramo de regreso, estaba enlodazado. Poco se avanzaba, mientras las fuerzas disminuían y las esperanzas de regresar a casa de Neftalí, eran tan livianas como las morrallas en los bolsillos.

Sobre las siete de la noche colmamos la cima donde estaba la casa de la familia que nos había acogido dos noches antes. Sopa de plátano con sabor a hueso, nos sirvieron, tantos platos como cada uno se quisieran comer.

Madrugamos a caminar para aprovechar la fresca mañanera. Sobre el medio día regresamos a la Belleza, embarrados, hambreados, y picoteados de los insectos.

En 1.977 fui internado en el hospital de Zapatoca por intenso dolor en coyunturas e inmovilidad parcial. Luego de exámenes, el medico Mantilla diagnosticó que tenía fiebres reumáticas. Estuve en el hospital 35 días recibiendo tratamiento con penicilina.  A casa regresé con dificultad para caminar.  La recuperación fue muy lenta. Llegué a pensar que no volvería a caminar. Fue la constancia de Margarita que me sacó del desconsuelo y con baños de sal marina y hiervas, volví a caminar seis meses después.

Las morrallas no tuvieron compradores. Mi hijo mayor las encontró donde las mantuve en un frasco con agua esperanzado que al trascurrir los años, se convertirían en esmeraldas. 35 años después, el 12 de diciembre de 2.009, caminaba trepando una leve pendiente de la calle 14 con novena en San Gil. Sentí ahogo. Me senté en el andén y esperé que el aire me oxigenara. Cinco minutos después, reanudé el ascenso. Había caminado unos cincuenta metros en línea horizontal hacia el sur de la ciudad. Retornó la escasez de aire. Debí sentarme en el piso del portón de una casa colonial. Me sentía, ahogado, acalorado y cansado. Me empezó una debilidad y palidez sin control. Respiré. Respiré profundo sin dar cabida a la preocupación. En ese momento, por la carrera novena se desplazaba un campero verde manejado por el profesor Ricaurte Becerra, compañero de la aventura morrallera. Se preocupó y me transportó a casa. Esa misma tarde, fui trasladado de urgencia a la FOSCAL en Bucaramanga. Los especialistas diagnosticaron estenosis aortica causada por las fiebres reumáticas. Colocaron una válvula biológica de origen bovino. Las morallas están en el mismo frasco y con la misma agua en el baúl de los recuerdos olvidado por los hijos.

San Gil, noviembre 24 de 2.0109.

lunes, 9 de diciembre de 2019

DIALOGAR O MORIR




Le informaron que la rana lo había sindicado de sapo. Efraín González Téllez, había llegado en la tarde a la vereda. Pernoctaría en la casa de Pedro Nel Bohórquez en la finca Gambitas. Agustín estaba informado. Envió un mensaje con un simpatizante del bandolero. Solicitaba audiencia para cruzar unas palabras.

El permiso fue concedido. Lo recibiría sobre las siete de la noche. Era un jueves del mes de la virgen de 1.964. Agustín se aprovisionó de armas, munición y piquete. Citó a los obreros leales. Les dio armas e instrucciones donde ubicarse y estar pendiente de la señal que diese el niño.
Una canasta de cerveza, un canasto con un balay con dos gallinas y carne asada cargaba Agustín. Junto a él, el niño con la capotera terciada cargaba en ella, las armas.


Ambos reservistas, se saludaron con respeto y se sentaron a mojar la palabra charlando. Agustín fue al grano. Justificó que era un hombre de palabra y no tenía empeño en entregarle a la fuerza pública. Tenía una tienda, y a ella, podía llegar cualquier persona a solicitar un servicio. Era punto obligado para refrescarse a la vera del camino real.  Anunció que estaba dispuesto a aclarar lo que para él estaba claro. Deseaba conocer el modo, tiempo, y lugar donde pudo ocurrir la supuesta deslealtad.
El mito del sanguinario bandolero Efraín González, alias | Luna BLU
Efraín era un tipo agradable y buen conversador. Dijo, con una irónica sonrisa, no conocer señalamientos. Mejoró el ambiente en el rancho de bareque y teja de cinc.

La rana fue el apodo a una de las amantes del bandido. Había abandonado a los niños en la escuela de la misma vereda, por seguir los pasos de Efraín. Rita Pardo fue su nombre. Años después murió en su ley. Mataba a los jóvenes campesinos de los que se enamoraba[ntq1] , seducía y asesinaba en el mismo lugar donde los poseía, cual perra en celo. (https://naurotorres.blogspot.com/2015/01/rita-la-maestra-asesina.html)

Llegaron más parroquianos con el mismo presente. Comieron, bebieron. Se rieron y hablaron de política, mientras el niño con la capotera terciada jugaba con los gatos en el patio, sin fijarse en la conversación, pero si, en los movimientos del personaje agasajado, cual felino a la presa.

San Gil, noviembre 24 de 2.019






lunes, 2 de diciembre de 2019

NOCHES BAJO LA PIEDRA





Cerca a las seis de la tarde, mi madre cerraba y aseguraba con llave la puerta principal. Las otras puertas, se trancaban. Ya no era seguro dormir en el escondite, bajo el piso de madera. Llegan a quemar la vivienda, y por tener el piso de madera, nos transformarían en chicharrón. Nos escurríamos en la oscuridad hasta el monte cercano. En él, había una cueva bajo una piedra que servía de sombrero para armadillos y tinajos. En ella nos acomodábamos con mi madre y otras dos mujeres jóvenes, mientras transcurría la noche. Antes del amanecer, una de las féminas inspeccionaba, trepando a árboles escondidos entre otros. Despejado el panorama, regresábamos a la casa a continuar, ellas, en los oficios del día.

Los varones no dormían en las casas. Pasaban la noche en el cinturón de seguridad y vigilancia que mi padre y otros reservistas habían trazado con garitas abiertas ubicadas en las colinas altas que servían de ojos para identificar los movimientos y linternas encendidas. Previeron tres líneas de control y combate. En loma del Gavilán, en la del cementerio de las víctimas de la viruela, en los Andes. Y una segunda, en el cerro de la muralla, y otra, el Morro. Distantes dos kilómetros en línea recta. Una, tras de otra.

Las cuevas más hermosas a nivel mundial
Era la época de la violencia entre azules y rojos, agudizada, luego del bogotazo. Desde la línea del ferrocarril hacia el rio Suarez, estaban los campesinos y los del casco urbano que se identificaban con el color rojo, el de la libertad de las ideas. De la línea del ferrocarril hacia el páramo Iguaque-Merchán y Chiquinquirá labraban la pobreza, los conservadores, los de las ideas fijas. En asuntos de defensa, la gente se organiza y reconoce liderazgos para defender la vida y la menesterosa propiedad privada.

 Desenterraron las armas usadas en la guerra de los Mil Días, cincuenta años antes. En cada línea, en el cerro más alto y con dominio sobre el horizonte, catapultaron dos fusiles gras. Un fusil de largo alcance diseñado por el coronel francés, Basile Gras y en uso desde 1.874 con casquillos con cartuchos de metal de 25 grs que salían en mono tiro. Mi padre dijo que, con él, había matado un perro a 500 metros de distancia. Otros campesinos disponían de carabinas guacharacas de 18 tiros en ráfagas, revolveres 38 corto y largo. Y la mayoría, escopetas de fisto. Todos dispuestos a no dejar trepar intrusos en la oscuridad.

En cada línea, había dos o tres grupos patrullando en las noches. En el día, escondidos había custodios en sitios estratégicos dispuestos a usar mensajes cifrados con espejos. Los campesinos de las veredas conservadoras, por seguridad, no volvieron al pueblo donde los cristianizaron. Quienes nacieron en esos años, fueron bautizados en Santa Sofia y Saboyá. Solo mi padre, iba ocasionalmente al pueblo natal acompañado de un acolito auxiliar encargado de una capotera, y en ella iba, el revolver y los tiros. Caminaba a unos cinco metros. Su misión, suministrar el arma en caso de agresión.

Los unos de un color, como los otros del otro color, tenían y sentían las mismas necesidades. estaban marginados, sin vías de comunicación y sin escuelas en la la vereda, y en el pueblo, los comerciantes liberales, vivían del trabajo de los conservadores que traían los productos agrícolas a vender al casco urbano.

San Gil, noviembre 23 de 2.019.

domingo, 24 de noviembre de 2019

La escopeta




No deseaba que llegase el lunes al atardecer. En casa se trabajaba todos los días. El juego era para los gatos. Nos criaron con el azadón y el rejo en la mano. Había que ganarse la comida desde que se caminaba solo.

El lunes, día de mercado. Se trabajaba desde el sábado para aprontar el pan, el chirrinchi, la chicha y el guarapo para el descanso pasajero de quienes regresaban, ya a pie, o a caballo, a sus hogares, luego de trepar ocho kilómetros desde Puente Nacional por el camino de las ollas y la sal, el día de mercado.

Miguel iba cada lunes a hacer el mercado y vender las almojábanas y el aguardiente. No había día que no llegase con las cervezas en el cabeza botado sobre el “cinco pesos” que siempre llegó a la casa, así fuese tarde de la noche.

Vitelba lo esperaba silenciosa y con rabia. El viejo gastaba las utilidades de la tienda con los amigos, mientras dejaba el mercado en cualquier parte y debía regresar el martes a rescatarlo.

Ese lunes, como otros tantos, se enfrascaron con ofensivas palabras. Se fueron a manos. Él, mediano y fornido, intentaba coger las manos de ella para evitar los golpes o rechazar cualquier elemento que encontrara a su paso para castigar y al esposo derrochador.

La gresca fue en la pieza que servía de sala. De las palabras pasaron a los golpes. Estaban en el suelo, dándose. Miguel acaballado sobre ella golpeándole, y ella, intentado defenderse.

En una puntilla de la pared blanca de cal, estaba colgada la escopeta de fisto para cazar aves. El niño mayor con sus hermanos eran espectadores  de las escenas con pánico, bajó la escopeta y apunto al energúmeno marido, gritándole: ¡o deja de golpear a mi madre, o lo mato ¡

Fue un balde de agua fría. El viejo se calmó. Dejo de golpearla. Se puso de pie, y se perdió en la oscuridad de la noche.  Al amanecer, estaba trabajando como siempre. Empezaba otra semana.

#nauro torres
San Gil, noviembre 24 de 2.019

jueves, 24 de octubre de 2019

El "chulo percusionista", Luis Fernando López Valero

El insufacto infarto del padre le privó del consejo. La muerte prematura de tres hermanos, lo hermanó con la amada inmóvil. Un agresivo cáncer le arrebató a su Margarita, y con ella,  se le fue media vida. La muerte en cautiverio de colega maestro, lo mantuvo sin aliento varias semanas, al comprobar que se libró de un secuestro  en un bus con 16 personas que estuvieron retenidas siete meses.  La presencia paramilitar en la zona lo privó del disfrute de su campestre cabaña que construyeron con la esposa primera. Y aunque  “la soledad es signo de muerte y no es una buena compañera, si permite interiorizar para conocerse a si mismo y hacer un sacar ruin de la vivida vida”, afirmó en la entrevista el maestro de metalistería Luis Fernando López Valero.


                      1.970                        1.972                                           2.013

No es el buitre negro que no tiene relación con el buitre negro euroasiático. Menos  el carroñero que se alimenta del huevos y animales recién nacidos y  basuras en las ciudades colombianas. Tampoco  es la marca de verificación, chequeo u aprobado que se usa para dar visto bueno en papel, a algo; signo  que copió  la antigua Roma usando la  V-veritas-  para confirmar verdad y que fue creado por los griegos. “Chulo” le decíamos por ser el compañero de aula que tenia un olfato para encontrar fiestas juveniles, acercarse y gallinazear chicas; dar consejo en amores furtivos a los amigos que no atinaban a conquistar una zipaquireña o tejedora de Cajicá. "Era parecido a los soldados alemanes cuando eran sometidos a acuartelamiento; comían de todo". Explica Teodobaldo Rico Hernández.  (https://naurotorres.blogspot.com/2019/09/teodobaldo-rico-hernandez.html).  Y por el orden acostumbrado en todo lo que  hace; por los registros cronológicos que lleva, ya de la música, por décadas; de los hechos relevantes desde la cultura sucedidos en los colegios donde trabajó; por uso del computador en el que guarda memoria histórica en archivos ordenados, ya  de ritmos musicales, poemas y canciones. Habilidades que personifica con su estatura, rostro delgado y aguileña nariz, propios de la etnia de los panches,  se le conoce  aun, como  el “Chulo” Luis Fernándo López Valero, el músico y percusionista de cuanta orquesta hubo en El Líbano, Zipaquirá y poblaciones donde trabajó, incluso en las universidades donde estudió. Tiene oído de murciélago, conoce el pentagrama musical desde el empirismo, habilidades que le permiten gozar de una memoria juvenil, unas destrezas manuales de un maestro de la madera y el hierro recordando con precisión hechos de la niñez, juventud y madurez. 

En brazos de Dioselina Valero Preciado. 


Nació 4 meses después de la posesión del presidente Laureano Gomez que recibió a Colombia con el efecto mayor de el “Bogotazo”;  que desovó  la violencia partidista que enfrentó a liberales y conservadores y parió “la guerrilla del llano”, las “chusmas” y “bandoleros” que, junto con las fuerzas militares, mancharon con sangre inocente muchos campos colombianos y poblados en la década cincuenta y sesenta del siglo pasado .  El 12 de diciembre de 1.950 a las cinco de la mañana nació el sexto hijo, de diez, en la familia Lopez Valero cuyos ancestros llegaron  con otros aventureros antioqueños a mitad del siglo XIX en búsqueda de tierras baldías para sembrar café y minas sin dueño para lograr, con trabajo y esfuerzo, la titulación estatal, y, en un valle extenso entre gigantes   cedros y robles fundaron El Líbano, tercera ciudad del Tolima. Las tribus panches, pantágoras, marquetones y bledos parecen haber sido los primeros pobladores de esta región. Eran tríbus, de las más temidas por los muíscas y conformaban una sociedad jerárquica señorial dirigida por un jefe.


El himno de la ciudad narra parte del origen de esta ciudad con nombre español que tiene una temperatura de 20 grados, sede de la Diócesis.

Cruzando cordilleras
de selvas y neblinas
los recios antioqueños
luchando con tesón

Se unieron a la raza
del Norte del Tolima
y en tierra de cidrales
El Líbano nació

Ciudad de torres blancas
Líbano del Tolima
De inigualable clima
Y aroma de café


En 1.909 el año que en E.U. se presenta por primera vez la primera vaqueta sintética que ayudó al despegue de la industria automotriz y energía eléctrica, nace el 3 de junio Isaias López Mancilla,  patriarca que murió el 9 de diciembre de 1.977, y quien había contraído  nupcias por la Iglesia católica con  Dioselina Valero Preciado que dio su ultimo suspiro el 14 de septiembre de 2.005 dejando 9 hijos varones y una alcancía.

Primer grupo musical en el que estuvo el "chulo López". quien desde los 15 años empezó a elaborar sus propios instrumentos usando los conocimientos en metalisteria . 



El travieso como le llamaba el padre, tomó los primeros suspiros en una vieja casona de tapia con solar a escasas dos cuadras del parque del pueblo. Estudió la primaria en la escuela con la profesora Alix Florinda Sierra que le inculcó valores y el profesor Erasmo Gomez que  usando vara lo convirtió en mejor persona. Inició bachillerato en el Instituto Técnico Industrial de la misma ciudad, y por motivaciones del profesor Moya, natural de El Líbano, concursó en 1.968 para una beca nacional junto con Víctor Moya y James Cárdenas y otros 86 estudiantes, logrando en la misma ciudad el certificado de experto en metalisteria y en 1.972 el cartón de bachiller técnico en Zipaquirá en la Escuela que por pocos años tuvo el nombre de Escuela Normal Superior Nacional-ENSIN-. Hoy Instituto Técnico Industrial de Zipaquirá (https://naurotorres.blogspot.com/2019/10/una-aproximacion-historica-de-la.html) de carácter municipal. A la capital salinera de Colombia llegó con la intención de cursar la normal técnica, promesa de la Universidad Pedagógica Nacional que asumió la dirección de la ENSIN en 1.970 con la intención de preparar a los profesionales de la educación para el área técnica, y se quedó en promesas como los politicos de hoy.


El 19 de enero de 1.973 recibió telegrama de la dirección de industriales del MEN que le dio tres opciones para posesionarse como maestro de taller: Líbano, Sonsón y Barichara. Optó por Antioquia. En el ITIS de Sonsón laboró diez años; fue trasladado a Santuario, cerca a Medellin laborando dos años para asumir luego el cargo de maestro en el INEM de Medellín en donde laboró por 32 años para retirarse luego, a descansar. En esta ultima institución implementó la especialidad, hoy rebautizada como modalidad. En sus años laborales hizo un par de especializaciones: en administración educativa e innovaciones  pedagógicas. En esta última mereció el titulo de especialista con la tesis:  “el desarrollo integral del maestro, clave del éxito en los procesos de educación personalizada”.



Como otros maestros de antaño, el “chulo” fue un emprendedor. Junto con el colega chiquinquireño, Alvaro Avila, En Sonsón organizaron un taller de metalisteria, inicialmente fabricaron artesanías, luego estructuras metálicas. La empresa la trasladó a Santuario, y luego a Medellín en donde debieron  cerrarla por la crisis económica de principios del siglo XXI, quedando sin trabajo mas de una decena de trabajadores.



Se casó en 1.975 con la sonsoneña Lucila Arias Hincapié, profesora directora de un colegio en el mismo municipio. De esta unión animaron el matrimonio tres hijos: Edwin Fernando, quien estudió ingeniería de sistemas y trabaja para una firma canadiense en Barcelona, España; Bayron Alberto, quien estudió música; y Diego Alejandro, ingeniero de sonido, empresario y manager de grupos en Latinoamerica. Por diferencias en asuntos financieros, y sin querella, concertaron la separación de bienes, y con amistad, separaron los corazones en 1.986.  Dos años después logra convertir la soledad en un eterno amor  compartiendo con Margarita Arango, bióloga y compañera de trabajo quien asume los afectos de madre y ayuda a criar a los dos hijos menores. Convivió con ella, 26 años hasta que un cáncer de páncreas se la arrebató   empujándolo otra vez a la soledad que hoy tiene de compañera.

El profesor Luis Fernando López, junto con la primera esposa deleitándose con el primogénito aprendiendo a caminar.


Recuerda con detalles las tardes deportivas en El Líbano, jugando trompo, canicas, las lleva,  los quemados y compitiendo en fútbol. Trajo a la memoria las novenas de navidad en la cuadra en las que competía con niños en el grupo de villancicos tocando la dulzaina, las maracas o los timbales. Cita con nostalgia a la abuela a quien visitaba ocasionalmente y lo engolosinaba con tamales y bizcochos “calentanos”. Se muestra orgulloso de la ciudad donde nació y habla con la saliva al afirmar que en ese lugar se producen los mejores embutidos del país. Rememora con orgullo patrio el triunfo de Colombia sobre Argentina 4-4 y cita que fue el año en que el equipo la naranja mecánica hizo su apareció en el mundo del fútbol. 

Animando un matiné en Cajicá, Cundinamarca  en 1.972. 

En Zipaquirá compartió en la Escuela Normal  con jóvenes provenientes de todo el país que lo recuerdan por el liderazgo parrandero y el don de gentes que se hizo merecedor del “amiguero” al compartir relatos, historias y tardes animadas con instrumentos de percusión y porque no perdió el acento paisa, ni el gusto por el tamal y  la lechona tolimense. También los compañeros de la promoción 1.972 lo recuerdan por la habilidad para hacer adaptar alambres como ganzúas que, junto con los de su combo, usaba para abrir algunos baúles de compañeros internos que los domingos en la tarde, regresaban de la casa cargados de mecato, viandas que se disminuían, sin nunca descubrir al ratón que las sacaba por arte de magia. Cuenta el vecino de dormitorio, el doctor Teodobaldo Rico Hernandez.   Perdió el tercero de bachillerato, privándose de estudiar normal. Con la música y el gusto estético por el dibujo técnico, prestaba el servicio de elaboración de planchas de dibujo, contando con sarcasmo que su mejor cliente que le pagaba $ 5 para ir al matiné, estaba de profesor de dibujo en Sonsón. Menciona como el internado, en la Industrial, a quienes allí convivieron, les mejoró la vida y el director de internos los hizo mejores personas. Alude a los atardeceres de los sábados que acudían al segundo piso de la casa de la esquina del costado oriental  de donde se apreciaba la hermosa catedral, donde iba al billar, ya sea a jugar o ver caer la jeta.  

Equipo de fútbol de maestros del ITIS, Sansón, Antioquia.


En las instituciones  y municipios donde laboró dejó indelebles huellas. Rediseñó el pensum de los talleres en el ITIS en Sonsón, población en la fue activo participante en el grupo de danzas “El maizal” y la coral de la casa de la cultura. Animó fiestas con el grupo de “estudiantes”. En Santuario le recuerdan por los mismos emprendimientos. Y en el INEM  por la activa participación en los encuentros nacionales de la Confraternidad 25 veces de los 40 que se han realizado. Y por abrir con su trabajo la modalidad metalisteria.

        Grupo  libanes "Los olímpicos de Colombia" de cual formó parte. 

Del primer hogar, invoca la satisfacción del nacimiento del primogénito, la compra con el Fondo Nacional del Ahorro del primer inmueble para vivienda. Del su segundo hogar que califica de “condimento” de su vida,   se emociona contando que fue un deleite la convivencia.  Ya en el trabajo, en el hogar, en los viajes y en las parrandas, pero la temida muerte le arrebató a su Margarita y en el tintero quedaron los viajes a impregnarse del cultura Inca y Olmeca.  


Con su Margarita(q.e.p.d.) e hijos del primer matrimonio.

Desde 2.012 que vive solo en una cabaña campestre que hoy comparte con un sobrino para disminuir el signo de muerte que es para él, la soledad, se ha dedicado a desaprender y  aprender de nuevo. A escribir sus memorias, a contribuir en la organización de eventos y a activar la memoria con los recuerdos de niñez y juventud. Nohora Ines Enao Prieto fue su primera dulcinea cuando cursaba el 6o. de bachillerato. Ya había pedido la mano que los padres concedieron contentos ya que el novio tenia un trabajo como profesor; pero la distancia y los estudios se convirtieron en barreras del olvido.  Por vivir ella, cerca a Medellín, la buscó encontrándola viuda y madre de tres hijos profesionales.

Registro fotográfico de su estadía en el grupo musical de Líbano, Tolima. 


Es en la niñez y juventud que se tejen las amistades que convierten la vejez en un álbum de recuerdos vivos. Describió las habilidades de su hermano en el futbol como la primera y única estrella de deporte que jugó en  la selección juvenil, y cuyo entrenador lo convirtió en drogodependiente.  Sobre los años compartidos en Zipaquirá, evoca compañeros, varios de ellos, asistirán al primer encuentro que ocurrirá en Ibague este mes de diciembre. Se refiere a Felix Antonio Enciso (https://naurotorres.blogspot.com/2019/10/el-terror-de-la-sabana-felix-antonio.html) como “mi hermano” a quien conoció en la ENSIN . Fue parte de la hermandad que conformaron con James Cárdenas, Víctor Horacio Moya, Miguel Ignacio Castro. Menciona a Mario Segundo Peluffo (https://naurotorres.blogspot.com/2019/08/mario-segundo-peluffo-ferrer.html) con quien alternaban los vestidos y zapatos para ir a fiestas. Alude a Teodovaldo Rico Hernandez, ( https://naurotorres.blogspot.com/2019/09/teodobaldo-rico-hernandez.html) compañero de al lado en el dormitorio del internado. Evoca a Leonidas Diaz natural de Zipaquirá quien vivía en el barrio Julio Caro, sede de la Escuela Industrial porque tenia una familia numerosa pero generosa a donde era invitados todos los días a tomar las onces, junto con otros chicos. Con detalles físicos y acciones pedagógicas recapitula la acción de la profesora Gloria Lucia Morales que nos enseño las técnicas de redacción y nos exigió ortografía y a elaborar preguntas precisas en debates y mesas redondas.  En la capital salinera de Colombia mostró su fortaleza física como atleta entrenando junto a la gloria del atletismo nacional, Rafael Baracaldo.

En el rió Ariari, buscando el rastro  de Felix Antonio Enciso en San Martín, Meta.


El “chulo” López tiene 70 años y su vigorosidad es de una persona de 50 y una fortaleza de un roble. Tiene lucidez mental, cual joven “gallinazo” recuerda los nombres y apellidos de quienes integraron la promoción 1.972 de la cual  organizó el directorio. Es una biblioteca ambulante de la música nacional. Es un polifacético músico. Un fresco y prudente maestro que aun enseña con el ejemplo, incluso a otros colegas. Es prodigo en el lenguaje, cual paisa. Es vanidoso de sus orígenes antioqueños y tolimenses. Conserva las destrezas psicomotoras mezclando y grabando música, y manejando las Tics, y es parte activa de la organización del primer encuentro de egresados de la ENSIN en Ibagué, próximamente.  

Para Jorge Enrique Lopez Valero, el hermano que nació después de él, "el chulo" es una persona fraternal, jovial y generosa. Integra y cohesiona la familia.  Para Felix Antonio Enciso, uno de los amigos en la ENSIN, "es leal, y para los dos, la amistad esta latente, congelada en el tiempo y se avivará en el encuentro en Ibagué". 




Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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