El pudor, el amor así mismas, la dignidad fueron valores que acompañaron a las mujeres en el siglo pasado en todos los estratos. Hoy las adolescentes para ganar estatus empiezan a tener relaciones sexuales desde los 12 años y una de cada cinco colombianas entre los 15 y los 19 años ha estado embarazada alguna vez.
Según estadísticas del IBCF el mayor porcentaje de embarazos en adolescentes se presenta en Amazonas con un 35.4%. Putumayo con un 32%. Vichada con un 31.3%. Guajira con un 25.8%. Chocó con un 29.4%. Nariño con un 21.8%. Cesar con un 25.8% y Cauca con 23%
Las flores siempre me han atraído por su color, su aroma, su forma, su variedad y los lugares donde embellecen los campos, las casas y los espacios públicos. Las blancas flores de la ortiga, el moro, la dormidera y los colores encendidos de las rosas, atraían más mi atención que las demás. Mientras intentaba cogerlas, disecarlas y coleccionarlas, los colibríes, las abejas y las angelitas tenían más suerte que yo.
Volaban de flor en flor acariciándolas extrayendo el néctar para deleitarse, y al hacerlo, compensaban el alimento transportando el polen para una nueva floración.
Todos los días veía pasar a Rosa.
Bajaba en la mañana y subía al medio cuando no tenía que ir a la escuela.
Siempre iba de gancho de lo que más protegía. Él, poco le importaba quien lo cogiera de gancho.
En los tiempos de estudio, ella, Rosa, hacía el mismo recorrido, pero esas veces, no lo llevaba de gancho. Ella iba abrazada de otro.
Mientras el primero tenía forma circular y tenia cabestro, éste era de tela en forma rectangular y se pegaba a su cuerpo como sus blusas de flores y sus faldas azules insinuantes con el saltar de Rosa por las piedras de la pendiente del camino para mulas, burros y sus arrieros.
Así como el primero, el segundo, no hablaba; tampoco ella hablaba con los niños de mi edad. Ella se reservaba su voz para hablar con quienes si podían pagar lo que ella más protegía.
Rosa tenía cuerpo de reina de la época. Era proporcionada, con estatura media, con tez blanca, pelo canela, voz de señorita, ojos pardos, pelo corto y su nariz era adornada con pecas de su pecado original.
Había nacido en un hogar muy pobre. Solo tenía un hermano y cinco hermanas más. Era la menor y trabajaba, como sus hermanas mayores, para la comida que escaseaba en casa.
El padre de Rosa nos producía miedo. Tenía tres patas y corría solo con dos.
En los días de mercado en los pueblos circunvecinos hacía el mismo recorrido que el de Rosa, pero nunca con ella. A él, lo veía bajar con su mochila soplada como un zurrón con miel. Estaba cargada de cucharas talladas en palo de naranjo que arduamente hacía quien tenía tres patas.
El padre de Rosa había perdido una pierna hasta la rodilla porque de niño comía azúcar, panela y dulces desde que amanecía hasta irse a dormir. Le habían amputado parte de su extremidad y andaba con muletas.
Iba a los mercados a vender sus cucharas de naranjo y a las fiestas patronales a pedir limosna, pero siempre regresaba a casa con la mochila llena. Llena de maíz con el cual su esposa e hijas hacían amasijos que vendía Rosa en su canasto que se escondía en el color azul de la falta corta que ella usaba para atraer a los pasajeros del tren y el auto ferro y regresar a casa con mercado para la familia.
Rosa tenía pecas en la nariz porque no tuvo nunca con qué comprar un sombrero y el sol que siempre la contemplaba dejó en su nariz la huella de su admiración.
Rosa fue una emprendedora desde niña, hoy es una prospera y acaudalada comerciante en uno de los sanandresitos que abundan en la capital. Nunca regresó al campo para no tener que recordar ni las limitaciones económicas, ni los desprecios de miembros de su género, ni ver los muchachos que la asecharon en el camino, saliendo ella, siempre honrada y digna.
Ecoposada La Margarita. Puente Nacional.
Junio 4 de 2.015
NAURO TORRES Q.