Capellanía de Riachuelo, 29 de agosto de 1819.
Muy Señor mío, Don Joaquín Gómez
Socorro.
Enfermo y atribulado me encuentro desde
hace días, lo que quiero relatarle quizás abra en mi ser la luz y no solo esa
libertad conquistada con la vida y las armas de mis paisanos, sino que saque de
mi alma esa desesperación que me embarga y pueda librarme de esas pesadillas
que cada noche me atacan con horrorosas visiones, sabiéndome perseguido por
soldados para quitarme la vida, en las que me veo caminando sobre cadáveres que
me quieren aprehender pidiendo auxilio y socorro, con heridas, cortes y
mutilaciones en la cara y el cuerpo que me hacen vomitar. Y es tal la angustia
que me producen tales escenas, que me despierto con convulsiones, entre gritos
terribles y un llanto de no parar, alertando a mi adorada esposa, hijos y
servidumbre, que acuden en mi auxilio hasta lograr calmarme con aguas que me
tranquilizan y logro después de un buen rato, conciliar un poco el sueño.
Mi
querida Elvira no hace sino llorar y rezar para que me cure y de verme cada vez
peor y sin esperanza alguna, pues mi mal sólo ha logrado amainar muy poco y me
parece a ratos sucumbir en trastornos que me llevan al abismo de la locura; me
aferro por horas al altísimo pidiendo ayuda, y eso me da esperanza en lo
profundo de mi ser, últimamente me siento a ratos con algún alivio, pero no con
los progresos que deseo, por eso acudo a usted, para que venga a mi lado y
tenga con quien compartir mi tristeza, disipando los fantasmas que me acosan
constantemente en mis sueños. Usted que siempre ha sido mi apoyo en todos los
momentos difíciles y en quien puedo confiar con absoluta certeza de que su
silencio será grande en mi beneficio para evitar especulaciones en gentes
incultas o mal intencionadas que desearían verme destruido, por eso le pido mi
querido amigo acuda pronto a mi casa de campo, donde estoy alejado de molestias
innecesarias.
Pero como dije al principio, quiero
relatarle la raíz de mis aquejas. Todo comenzó con la toma del pueblo por los
rebeldes y la posterior llegada a Charalá del Coronel Antonio Morales el pasado
28 de julio, quien fue enviado por nuestro General Simón Bolívar para organizar
las gentes ansiosas de luchar contra las fuerzas españolas, y que por informes
de los espías dispuestos en el Socorro, dieron noticia que las tropas realistas
se aprestaban a acudir en ayuda del coronel Barreiro quien estaba en correrías
por las inmediaciones de Paipa con su ejército para atajar a nuestros soldados
al mando del Libertador. Como usted lo sabe, ese mismo día 28, fue fusilada en
el Socorro, la señorita María Antonia Santos y Plata, conocida y apreciada por
mi familia, y sabedores de la simpatía que profesaba a la causa del pueblo y de
la libertad de nuestra patria, fue apresada en su casa de campo de El Hatillo,
por don Pedro Agustín de Vargas y un buen número de soldados, acusada de
traición al rey y de infidencia. Este suceso causó conmoción no solo en su
familia sino en toda la región. Supe después por el mismo don Fernando, su
hermano, que junto con algunos de los comandantes de la guerrilla, trataron de
reunir la mayor cantidad de gentes para intentar un rescate por la fuerza, pero
que desistieron del acto por considerar de sumo peligro para su hermana
Antonia, su hermano Santiago, su sobrina la niña Elenita y demás acompañantes y
que en el asalto resultaran muertos o heridos.
Su muerte solo causó irritación y
malestar y esto propició que más gentes se unieran al grupo de rebeldes y de la
causa que profesaba, ocurrido esto fueron convocados no solo los vecinos de
Charalá, sino los de Coromoro, Cincelada, Ocamonte, Riachuelo y Encino, y mal
contados se reunieron en esta plaza, un poco menos de tres mil personas que
estuvieron prestas a la causa de la patria. Don Fernando Santos, junto con Don
Pedro Agustín de Vargas y muchos otros que comandaban esa fuerza considerable
se tomaron el pueblo, rato después llegó el Coronel Antonio Morales con su
gente a quien se le unieron los demás y lo proclamaron su comandante.
Por espías que se mantenían en
constante acción, que lo eran unos pocos pero muy discretos, que unos
desgraciadamente hacían parte de las fuerzas del Socorro por haber sido
reclutados a la fuerza, entre ellos unos dos o tres que habían sido servidores
de la distinguida familia de doña Antonia, y lo supe después por confesión del
soldado Velandia, que desertó y entró a las filas patriotas inmediatamente
después del fusilamiento de la señorita, de ellos se obtenían noticias precisas
que salvaron muchas vidas, pues cuando pasaban los soldados del Rey por los
campos en busca de rebeldes, no había un alma a quien perseguir por estar ya
avisados y lejos de su alcance, o si no, prestos a la emboscada como ocurrió en
varias ocasiones; como le digo, los espías informaron que una partida de no
menos de sesenta godos llamada Fieles Lanceros de San Gil, pasarían por esta
después del 10 o 12 de julio, que a propósito, no faltó que unos pocos del
pueblo, echaran al aire un par de cohetes y gritaran vivas a la patria libre, a
la independencia conseguida en 1810, recordando la revuelta que estalló en Santafé,
y vivas a los Morales, al Tribuno Acevedo, Caldas y otros, que no se supo
quienes fueron a pesar del revuelo que esto causó. Luego de este insuceso
siguió la soldadesca por Riachuelo, para de allí salir a Coromoro pasando por
La Mina y El Hatillo, pues en estas haciendas se reunían los comandantes de la
guerrilla y se escondían sus seguidores.
Para esas correrías se aprestó el
Capitán don Pedro Agustín de Vargas, conocido zorro, traidor y doble, que
vendía con tal facilidad su alma según le convenía, y aún hoy, no sé cómo
conseguía pasar de un bando a otro y ser aceptado sin sospecha alguna, ora era
patriota y rebelde, ora servidor fiel a los intereses del Rey, este capitán se
unió a los godos con otros del pueblo, según se vociferó por bando conforme a
la orden del alcalde y cabildo quienes habían recibido misiva perentoria de
Lucas González, que debían reunir la mayor cantidad de gentes del pueblo y
agregarse a los soldados; en esta persecución, fue él que hizo presa a la
señorita Santos, a su hermano Santiago, su sobrina Elenita y dos esclavos, con
igual suerte corrieron dos de sus seguidores que estando cerca fueron
sorprendidos y apresados, Isidro Bravo y Pascual Becerra, otros pudieron
escapar de las manos de la soldadesca. La noticia corrió como pólvora y causó
indignación y repudio en toda la región, las gentes como dije, no pudieron
hacer un rescate por temor a lastimar a tan distinguida señorita, sus
familiares y acompañantes. A su paso por Charalá todo el pueblo salió a ver el
cortejo, podía verse especialmente a las mujeres que se vistieron todas de
negro y bajaban la cabeza que tenían cubierta con sus mantillas al paso de la
señorita Santos y los hombres descubrían su cabeza quitándose sus sombreros en
señal de respeto, pero con pena, dolor, rabia y mucho odio contra los godos;
después de un refresco y protocolo siguieron en sus caballos en larga fila que
podía verse desde la plaza remontando la sierra camino del Socorro.
Según pude establecer, el 16 de julio
se dictó la sentencia de muerte contra la señorita María Antonia, Pascual
Becerra, Isidro Bravo y sus dos esclavos. A la primera se le acusó de reunir en
su casa a los rebeldes, para acordar acciones contra la autoridad soberana del
Virrey y del Gobernador del Socorro para atacar las tropas, que ella era la
principal organizadora y fomentadora de la tal guerrilla, de pagar y sostener
de su propia riqueza a los sublevados, de mantener y pagar espías de los que se
obtenía información y daba avisos precisos para lograr el buen éxito de sus acciones,
de prestar su casa, al igual que concentrar tropas en la hacienda La Mina, de
enviar mensajes secretos a los cabecillas de Riachuelo y Charalá para actuar en
contra de las armas de su majestad. Y lo más grave de lo que se le acusaba, de
jurar dar su vida por la libertad de su pueblo, de escupir y pisotear la
bandera de España con rabia en una reunión secreta, lo que dudo lo haya hecho
por conocer de su señorío y respeto y no necesitar de tales actos y que más
bien creo obedeció a la maquinación de querer desprestigiar y mancillar su
nombre y su honra. La sumaria que se le siguió fue rápida sin defensa alguna,
sirviendo a las órdenes del Virrey Sámano, de pasar por las armas a quien fuera
considerado enemigo de su majestad. Su juicio breve fue de lo peor según
testigos y por informes de los espías y sus familiares que estuvieron con la
señorita María Antonia acompañándola, obedeciendo como se dijo, a no
prolongarlos para no gastar tiempo en causas perdidas, pues toda persona era
apresada por simple sospecha y era llevada al cadalso sin vacilación alguna.
Así, la señorita Santos en la sumaria,
con altivez, desaires a sus juzgadores y sin temblores en su voz, se declaró
partidaria de la causa del General Bolívar, del amor a su Patria y a la
Libertad, manifestó como cruel y despiadada la autoridad de los gobernantes que
extorsionaban y arruinaban los pueblos, y que por lo tanto era justo que todos
los patriotas tomaran las armas para destruir un gobierno que mancillaba la
dignidad de las gentes, rechazando los ofrecimientos ignominiosos para
salvaguardársele la vida a cambio que delatara a todos los cabecillas de
Coromoro, Cincelada, Riachuelo, Ocamonte y Charalá, comprometidos en la causa
patriota, que viendo la altivez de la dama, se le leyó la sentencia en el salón
de la guardia junto a los demás y se le dispuso debía firmar la aceptación de
la dicha sentencia, y sin vacilación alguna estampó su firma con presteza
dejando escuchar nuevamente su voz clara en aquél recinto profetizando en
nombre de sus mayores que antes de que terminara el presente año, el suelo de
la patria estaría libre de los tiranos que oprimían al pueblo, y que gozarían
de la libertad absoluta. Sus palabras causaron conmoción en el acto
considerándolas irrespetuosas y soberbias siendo retirada de inmediato junto
con sus compañeros a sus celdas.
Como devota cristiana fue asistida por su
confesor todo el tiempo, su sobrina Elenita fue entregada a sus familiares a su
paso por Charalá, pero con ella viajaron al Socorro acompañándola en su infortunio,
regresándose al día siguiente de su muerte, a su hermano Santiago se le siguió
el juzgarlo por infidencia y permaneció algunos días preso en el Socorro y
luego fue dejado libre por no habérsele comprobado participación a favor de los
rebeldes o que haya proferido manifestación pública alguna en contra de su
Majestad y sus gobernantes.
Así llegó el 28 de julio, sacaron de
sus prisiones a los condenados y entre filas de soldados fueron llevados al
sitio dispuesto para su ejecución después de habérsele permitido a la
distinguida dama entregara a su hermano Santiago, su testamento y alhajas, a
quien se le autorizó acompañarla en el último suplicio siendo engrilletado por
los pies, y luego que la señorita obsequiara al oficial de los fusileros su
anillo y de habérsele atado las manos y vendado sus ojos, al toque del tambor y
a la señal, fue muerta en el acto, igual suerte corrieron Becerra, Bravo y sus
dos esclavos.
Ese día, no sé si decir nefasto o
grandioso para todos, es cuando la guerrilla de Coromoro al mando de los
comandantes don Fernando Santos, don Pedro Agustín de Vargas, Antonio Tobar,
Vicente y José Ardila, don Tadeo Rojas, don Joaquín Saoza Durán, Vicente
Fiallo, José María Arias, don Ramón Santos, Juan Antonio Gómez, don Juan Martín
de Amaya y su hijo Pedro José de Amaya, don Nicolás Gómez, que con la
agregación de personas que ayudaban a fomentar la rebelión, el inconformismo
contra la autoridad real, como don Nicolás Chacón, don Ramón Lineros, Ildefonso
Hurtado, Juan José Velandia, Manuel Arguello, Pedro Monsalve, Nicodemus
Arguello, Juan de Dios Bautista, José Antonio Flórez, Luis Cristancho, Santiago
y Juan José Cano, entre otros muchos que no menciono por no acordarme ahora y
alargarme más en este punto y que junto con la comitiva que llegó después de
Cincelada al mando del Coronel Antonio Morales, con no menos de cincuenta o
sesenta soldados, que sumados todos los concurrentes, digo yo, eran de dos mil
ochocientos a tres mil personas poco más o menos, y como ya dije, se apoderaron
de Charalá, que con gran ruido y alboroto, al paso de tambores, cohetes y
disparos, con gritos de vivas al General Bolívar, a la libertad, a la señorita
Antonia Santos, a la guerrilla de Coromoro y Charalá, al Coronel Morales, a
quien la gente reconoció públicamente como su comandante, al Capitán don
Fernando Santos, en fin, y al repique de las campanas de la iglesia que
llamaban a la plaza, cuyo Sacristán don Joaquín Carreño, no dejó de tocar, fue
apresado el alcalde y afectos reconocidos al Rey, que no pudieron escapar,
nombrando como tal a don Ramón Santos, quien declaró libre a Charalá y los
demás pueblos, habiendo don Fernando Santos, antes de la llegada del Coronel
Morales, leído desde el altozano de la iglesia, la Ley Marcial expedida por el
General Bolívar y la noticia de la derrota de la división española en Gámeza,
Belén y Corrales, por lo que el pueblo se alborozó en gritos y más vivas a la
patria libre, reunidos ya el grueso del grupo el nuevo comandante de la plaza
solicitó de inmediato recoger armas, caballos, municiones alimentos y todo lo
demás para ir al encuentro del libertador, pero que después de conocida la
noticia de la venida del Coronel Lucas González se dio comienzo a la
organización de la multitud de convocados en cuerpos de milicias.
Los cuerpos creados fueron dispuestos
cada uno de a quinientos hombres poco más o menos y quedaron como paso a
explicarle:
Milicias de Libertadores
Milicias de Charalá
Milicias de Coromoro
Milicias de Cincelada
Milicias de Ocamonte
Cada grupo se dividió en otros de a
cincuenta personas cada uno que eran mandados por otros jefes para tener la
facilidad de su conducción. No quiero dejar de anotar, que después de haberse
nombrado como comandante de Cincelada a don Pedro Agustín de Vargas, al día y
medio más tarde, con excusas se retiró sin saberse para donde, según parece
para la hacienda de Cincelada a traer gente y armas y no se supo más de él, no
asistió a lo que sucedió después, pues yo nunca me fié de él y supuse era mejor
no tenerlo como aliado, habiéndose todos olvidado de su persona por las
necesidades urgentes que apremiaban y lo ocupados que estábamos todos en la organización
y consecución de caballos, armas y víveres, que nos tomaba todo el día y la
noche instruyendo a los hombres. La noticia de los sucesos de Charalá, se
propagó con rapidez por Confines, el Socorro, San Gil, El Páramo, Valle de San
José y demás pueblos, teniendo en cuenta que el 29 de julio el Coronel Lucas
González había salido con toda su tropa y particulares que se le agregaron del
Socorro para Tunja, sumando en total, como ochocientos o más hombres, y que
estando en Oiba ya sabía lo de Charalá y de la llegada del Coronel Morales,
decidiendo pasar por esta plaza para a los revoltosos y seguir luego
para Tunja.
Y aquí, mi querido, amigo es donde
comienza a edificarse mi aflicción y la raíz de mis perturbaciones, pues no
ajeno a las ocurrencias, simpatizaba con la causa de la libertad, pero que la
excesiva prudencia y celo de no manifestar públicamente mis pensamientos para
no poner en peligro mi vida, ni la de mi querida Elvira, ni de mis hijos,
socavando mi alma; por dentro me quemaba el amor a mi patria y quería empuñar
mis armas para ayudar a la causa, me la pasé muchas veces limpiando mi fusil,
mi pistola y sable, lo que causó en mi adorada Elvira desazón y me inquiría por
tan inusual actitud y por no causarle dolor profundo en su corazón me contuve
de manifestarle mis deseos de unirme a los comandantes rebeldes, así permanecí
viendo cómo el pueblo se levantaba y acudían algunas de las principales
familias solícitas alzando su voz sin miedo en círculos confiables, contra el
gobierno despótico del Virrey y sus autoridades, dejando pasar esos momentos
hasta que no pude más y el 28 pasado de julio que como una aurora que rompe con
toda la oscuridad, y por encima de todo, sin pensar nada más que en la libertad,
me uní al coronel Morales y al pueblo que se alegró de mi presencia al igual
que don Fernando Santos. Los días siguientes fueron de organización y
preparación en la disciplina de los rebeldes y recién convocados realizando
maniobras, manejo de las armas, recopilando escopetas, fusiles, pistolas,
trabucos, pólvora, municiones, piedras de chispa, espadas, sables, dagas,
puñales, chuzos, lanzas, dardos, hondas, arcos y flechas, y en fin, todo lo que
fuera ofensivo y mortal, acumulando piedras, troncos, tierra, cavando
trincheras en las afueras, en los boca puentes y entradas al pueblo, pidiendo
prestados caballos y mulas, toda clase de alimentos, ropas y donaciones para el
sostenimiento de la gente.
Se hicieron banderas para identificar
los distintos cuerpos de milicias, la del Coronel Morales partía de un
rectángulo color amarillo que ocupaba la parte superior izquierda a la mitad de
la bandera y el resto de color azul claro. En el rectángulo se bordaron una
corona de laurel, un sable y una estrella blanca; el amarillo y la corona de
laurel representaba la grandeza del General Bolívar como jefe y libertador
supremo; el sable el poder que expulsaría a la fuerza a los españoles de
nuestra patria, y la estrella la libertad soberana de nuestro pueblo, la parte
azul clara el horizonte diáfano que guía nuestras vidas en la paz, la concordia
y el progreso general.
La bandera de Charalá tenía una parte
amarilla y otra roja cortada de la parte izquierda de arriba a la parte derecha
de abajo, quedando la amarilla en la parte de arriba y la roja abajo con una
estrella roja en la parte amarilla y una estrella amarilla en la roja,
significando la primera franja la libertad de nuestra patria y la estrella los
anhelos de los oprimidos que rompían el yugo y la esclavitud a que nos sometía
España, la de abajo la grandeza de los pueblos de Charalá, Coromoro, Cincelada,
Ocamonte, Encino, y Riachuelo que se levantaban contra el gobierno, y la
estrella amarilla al General Bolívar, como la luz que guía al pueblo en la
perenne esperanza de ser siempre libres.
La bandera de Coromoro, al contrario de
la anterior, iba cortada de la parte izquierda de abajo a la punta derecha de
arriba, llevaba un sol en la mitad, la primera parte de color rojo y la otra
azul claro, el rojo nos manifestaba la bizarría, el poder y la fuerza de un
pueblo oprimido que empuñaba las armas contra la tiranía del español; el sol
representaba a la señorita Antonia Santos que iluminaba desde lo alto la
libertad anhelada, como protectora del valor del guerrero que entrega su vida
por ideales nobles, la parte azul clara, la esperanza del nuevo amanecer que
nos esperaba.
Las demás banderas se quedaron de un
solo color, esto para identificar el grupo, así la de Cincelada era toda de
color amarillo con una estrella roja en la mitad; la de Riachuelo de color
verde claro con una estrella amarilla en la mitad; la de Ocamonte de color
blanco con una estrella verde en la mitad, esto para no generar discusiones
innecesarias y por no ponerse de acuerdo sus gentes porque sus comandantes
decidieron que sus subordinados intervinieran en su elaboración generando tal
cantidad de pareceres y desorden que hubo qué llamarlos y cortar con autoridad
de una vez con la orden ya dicha.
Era de ver a las mujeres cómo se
desvelaban en aportar mucho a sus hombres y a la causa, entregaron su voluntad
y el ardor de sus nobles ideales a sus esposos, hermanos, hijos amigos y
familiares, pues el ejemplo, la altivez y el valor demostrado por la señorita
Santos, fue la llama para que la imitaran y pusieran todo su esfuerzo en ayudar
a las milicias, sea en la preparación de alimentos, sea con ropas, con mantas,
alpargatas, con medicinas y con lo necesario para que cada uno se sintiera lo
mejor, pues era de ver con cuanto fervor acudían a dar lo que fuera. Mi querida
y adorada Elvira se contagió al fin del ambiente que producía el celo de las
gentes que aumentaba con las noticias de la cercanía del General Bolívar, del
General Santander y el ejército libertador en el territorio de Boyacá, pues
sabedores de esto, varias partidas de milicias habían ido en gran número a
encontrarse con las tropas del General Bolívar al mando de Ferminio Vargas,
comandante rebelde de la guerrilla de Coromoro. Así mí adorada Elvira junto con
otras damas elaboraron cintas y estandartes para alentar a las gentes en su
empeño por liberar la región de los godos y así fue que llegó el día que marcó
mi vida y por lo que actualmente me sucede.
Como ya dije, supimos que el Coronel
Lucas González había desviado su ruta para Santafé tomando el camino para este
pueblo, sabiendo de la llegada del Coronel Morales enviado por el General
Bolívar a organizar a los pueblos y buscar apoyo con gente, armas y provisiones
para su ejército. Llegó y se apostó con sus soldados la madrugada del 4 de
agosto como a las tres o cuatro de la mañana sobre la margen opuesta del río
Pienta y oculto por el monte y los vallados seguramente observando nuestras
posiciones que estaban dispuestas en grupos de acuerdo a los distintos cuerpos
establecidos a distancia de la entrada del puente, cuyo camino fue tapado con
toda clase de cosas, piedras, palos, tierra y muchos trastos viejos
inservibles, los de Charalá detrás de las defensas del camino y costados, junto
con los soldados del Coronel Morales, manteniendo el mayor número de fusiles en
primera línea y el resto dispuestos en sitios que facilitaran mejor los
disparos para que fueran certeros contra el enemigo; a nuestro costado
izquierdo y como lo más se pudo y lo permitía el terreno, quedaron los de
Coromoro, al costado derecho los de Cincelada, y esparcidos en cierto trecho y
altos a lado y lado los de Ocamonte, Riachuelo y Encino; de todas manera el
acomodo fue algo torpe por la dificultad del lugar, al final todo fue un
desorden aunque los comandantes trataron de conservar la disciplina para no disgregarse
y mantenerlos bajo su mando.
Al aclarar el día 4 de agosto
permitiendo la luz la vista del enemigo, rompimos fuego sobre ellos
produciéndole las primeras muertes, igualmente las tropas de Lucas González
prorrumpieron en fuego vivo y sostenido contra nosotros causándonos algunos
destrozos que rápidamente eran retirados y atendidos los que iban siendo
heridos. Así permanecimos un buen rato, pero ocurrió que algunos osados,
atrevidos y necios que no observaron la disciplina, en número de doce o quince
lanceros de la tropa de Coromoro, sordos a las órdenes de sus comandantes, que
por el ardor de la lucha y el amor a su patria, quisieron atacar de frente
tratando de pasar el puente a la carrera sin protección alguna de los demás y
sin aviso de sus intenciones y ha descubierto, los desgraciados cayeron a la
poca distancia de nuestra posición bajo el fuego nutrido y certero de las balas
enemigas, esto causó no solo dolor, sino rabia y también miedo en algunos. Don
Fernando Santos rompía su garganta a gritos dando órdenes, tratando de mantener
la disciplina para dirigir a sus hombres con orden y poder tener fuego preciso
contra las tropas realistas, igual lo hacia el Coronel Morales y los demás
comandantes.
En tanto se veían movimientos de tropa
al otro lado y se previno a los nuestros de una arremetida para atacarnos
cruzando el puente, eso en opinión del Coronel Morales iba a ocurrir a fuego y
a la bayoneta, por lo que se extremaron precauciones y se daba órdenes para su
contención; esto resultó que salieran a relucir divergencias y algunos
reproches que alteraron el ánimo en un momento, culpándolo de la desgracia que
se veía venir por falta de previsión y decisión, como la de no haber destruido
el puente el tres por la noche y poner estacadas en el camino lo que no se dejó
por la excesiva confianza que daba el ardor del momento y el número crecido de
gentes dispuestas a la defensa; otra, como la de no dejar entrar o salir a
nadie del pueblo poniendo vigías bien armados a lo largo de los ríos Táquiza y
Pienta, con orden de disparar contra quien lo intentara excepto a nuestros
espías con la identificación secreta de amarrarse un pañuelo rojo en el cuello
o mano derecha; otra, como la haber colocado trampas ocultas a lado y lado del
río y que pudieran haber causado algunos destrozos en los soldados enemigos; o
como la de haber fabricado al menos un par de cañones de menor calibre lo que
se sintió su necesidad en esos instantes de angustia, para haber defendido el
boca puente con sus potentes disparos que habrían podido atajar a cualquiera
que intentase pasar, fue en vano su aprobación a pesar del ofrecimiento que
hizo el herrero de construirlos por tener conocimiento de su hechura por haber
servido como soldado en el batallón de artillería estando en Santafé en el año
de 1800, y por tanto pedía se le aprestara el metal necesario para su fundición
y fabricación inmediata, esta petición se le hizo al Coronel Morales y otros
comandantes el mismo 28 de julio por la noche, y poder hacer algunas pruebas el
30 de julio o el primero de agosto, cuyo objeto era el de llevarlos al ejército
de Bolívar.
Tal era el estado de malestar y
alteración de algunos comandantes como don Juan Martín de Amaya y don Tadeo
Rojas, que le reclamaban al Coronel Morales la decisión de no haber tomado las
medidas y precauciones necesarias que se le dijeron, sabiendo de la gravedad
que precisaba con anterioridad la venida de Lucas González a Charalá, pues en
ocasiones se le vio más plácidamente con una fulana en galanterías y
ofrecimientos a su persona dejando en manos de sus subalternos las decisiones
que le eran consultadas que enfrentar las circunstancias con la seriedad
inevitable, pero todo eso se disipó rápidamente con la confianza que todo se
arreglaría antes de la llegada del Coronel Lucas Gonzáles y su ejército, pero
que en la hora verdadera del enfrentamiento se le vio un poco indeciso y en
diálogo constante con sus oficiales, el capitán Castro, el sargento de apellido
Rodríguez, el subteniente López, venidos de Boyacá, y así fue que una vez vino
la arremetida de las tropas españolas que arreciaron sus disparos en forma
nutrida contra nuestras posiciones, mientras un buen número de sus soldados con
sus fusiles prestos y a la bayoneta, abocó el puente logrando cruzarlo aunque
con algunas bajas que se les causaron, no siendo suficiente para atajarlos,
comenzando al instante un verdadero desorden en nuestros hombres, pues a pesar
que los comandantes trataban de llamar a la calma y organizar la defensa, las
gentes devolvían sus pasos hacia el pueblo y casi en seguida otro grupo de
soldados realistas volvieron a cruzar el puente, muchos de los nuestros cayeron
en el camino y en los montes donde se atrincheraban, defendiendo su posición
logrando por momentos contener la arremetida a pesar el fuego graneado y vivo
del enemigo en nuestra contra. La indecisión del Coronel Morales arrastró a los
hombres, pues viendo que este apresuró su regreso al pueblo, los demás
desoyendo a sus comandantes lo siguieron enseguida sin esperar otra orden, los
únicos que resistieron, fueron los de Ocamonte, Encino y Riachuelo, mientras
que los demás pasaban y se reagrupaban en las primeras casas, estos bizarros
disparaban desde los altos y laderas con sus escopetas, lanzando piedras con la
mano o con las hondas y algunas flechas que vi tenían y se fabricaron por algún
diestro artesano pero muy pocas y que se disparaban sin ningún tino, estos que
estaban a descubierto caían atravesados inmisericordemente por las balas, o la
bayoneta y por los sables y espadas.
Supe, porque me lo contó después don
Fernando Santos, que el Coronel Morales había manifestado realizar la nueva
defensa en las primeras casas a la entrada del pueblo para emboscar y contener
a los godos, fue tal el desorden que se parapetaron en la boca calle real y aguantaron
hasta donde más pudieron, logrando parar un buen rato a los soldados para que
acabaran de pasar los nuestros que estaban rezagados y no fueron muertos o
heridos; ante trágico cuadro y viendo que esto no duraría mucho, decidí volver
a mi hogar y prevenir a mi familia, logré llegar presuroso a mi casa y dispuse
sin demora alguna que mis hijos y mi adorada Elvira recogieran tan solo algunas
ropas, las alhajas y el dinero y salieran en sus monturas al instante rumbo a
Riachuelo en compañía de dos de mis sirvientes con la orden de tomar rumbo a
Coromoro si veían el menor peligro de persecución, por mi parte me volví y me
apresté a la defensa, llamando al orden y la disciplina a los hombres,
reuniendo un buen número de dispersos, así de inmediato acudimos por las calles
sobre la salida del camino real y apoyamos a aquellos que defendían con su vida
sus posiciones deteniendo por momentos semejante embestida, pero infructuoso
resultaba el esfuerzo porque los godos se nos metían por las casas, los
costados y los solares aledaños, haciéndonos retroceder cuadra por cuadra, así
como matábamos cada soldado, eran más los que caían de los nuestros por la
falta de armas de fuego, la pericia en su manejo, la diligencia y rapidez en
cargar los fusiles, pistolas, escopetas y trabucos, la falta de disciplina, el
orden y el oído para acatar a las órdenes, vi que algunos de los paisanos que
se rendían eran de inmediato atravesados sus cuerpos a bayoneta o espada sin
misericordia, no hubo piedad con mujeres y niños, pues estas pobres
desgraciadas eran atropelladas en su dignidad y luego asesinadas; a unos
jóvenes valerosos que no pasaban de los dieciséis años, que defendían con
bizarría su posición con sus lanzas fueron apresados y de inmediato sin
miramiento alguno decapitados; en definitiva el desorden para la defensa era
uno solo cada quien atacaba de puro corazón y no con la cabeza, otros escapaban
por donde mejor podían, retrocedimos hasta llegar a la plaza, todo era un caos,
muchos se refugiaron en las casas y también en la iglesia, cuyo sacristán no
hacía otra cosa sino hacer tocar las campanas, otros ya viendo perdida la
esperanza huían del pueblo por cualquier punto; quise saber sobre el Coronel
Morales, y me fue informado que había recogido a la fulana y junto con sus
soldados ganaban la vía presurosos hacia Cincelada con un gran número de gentes
que se les unió.
Mientras tanto los que quedamos
quisimos enfrentar a los enemigos de donde fuera, desde los balcones, ventanas,
esquinas, quicios, detrás de los árboles y desde allí se hacía fuego contra los
godos, se les enfrentaba con las lanzas, se les arrojaba piedra, palos, cada
vez más nuestra defensa era destrozada y los hombres caían por doquier llegando
el momento de ver nuestra vida perdida, unos pocos corrimos con desesperación
buscando refugio, solo escuchábamos gritos y llanto desgarradores de hombres,
mujeres y jóvenes, que eran inmediatamente asesinados, paramos, y lo que vi
desde la esquina de la calle del cementerio, fue a los soldados entrar por la
fuerza a la iglesia y casa del cura, habían dejado tras de sí gran cantidad de
muertos.
Los soldados estaban por todas partes y
se acercaban a donde estaba yo con unos diez más, escuché unos disparos de
nuestro lado que mataron dos de los que venían hacia nosotros, sentí un empujón
que nos hizo correr a todos como alma que lleva el diablo cuadra arriba, voltee
y miré por un instante viendo que varios de los que nos perseguían hacían fuego
cayendo uno que iba inmediato detrás mío, apenas dimos vuelta a la esquina, fui
a dar, por ser el último y por el impulso que llevaba, contra las puertas del
cementerio que estaban entreabiertas, sin pensarlo seguí corriendo hacia
adentro y sin que los demás se vinieran conmigo siguiendo estos camino abajo y
no supe más de ellos, no sé qué ángel me protegió porque los soldados
continuaron detrás de mis compañeros y no se percataron más de mí, lo único que
recuerdo era que estaba metido en un hueco, no sé cómo llegué allí, percibiendo
un hedor terrible que me penetraba, tan solo escuchaba gritos y disparos
lejanos, traté de pensar en orden, pero el miedo me invadió, estaba crispado y
alerta, mis sentidos se agudizaron de tal manera que escuchaba la caída de las
hojas de los árboles, me sobresaltaban las sombras de las ramas que movía el
viento creyendo que los soldados me buscaban y se asomaban al hueco, estuve aterrado
sintiéndome como un niño indefenso al que un feroz animal quiere devorar,
sudaba copiosamente, mi corazón quería salirse de mi pecho, temblaba todo mi
cuerpo el que sin control realizó sus funciones naturales, fue horrible; a
medida que pasaba el tiempo me fui tranquilizando recobrando el control de mis
emociones, pero en constante alerta, allí permanecí el resto del día escuchando
disparos a lo lejos, como en la plaza, llegó la noche y no me atreví a salir
por temor a que los soldados me esperasen, lo que no me equivoqué de cierta
manera, porque oía los gritos de algunos cuando realizaban cambio de guardia
custodiando la esquina y supuse también las cuadras del lugar, como debía ser,
según mi entender en pericia militar a pesar de no haber sido soldado ni
oficial, y en previsión a que los nuestros intentaran volver al pueblo.
Pasó la oscuridad de la noche, estaba a
tan solo dos cuadras de la iglesia y una de la plaza, al norte el río Pienta,
medité intentar la huida por allí, no pude, el temor no me dejó, quería vivir y
no me iba a arriesgar, así en la incomodidad, el hedor a muerte, la orina, el
excremento y toda la suciedad en mí, me obligaba a permanecer allí, no quería
morir, ni menos entregarme a la ferocidad de los soldados que no me perdonarían
la vida, el hambre y la sed comenzaron a hacerse sentir, no había pensado en
eso, eran ya como las diez de la mañana y recordé que desde el día tres por la
noche no había probado bocado alguno, pero no había más nada qué hacer sino
permanecer allí, comencé a analizar la situación y observé con claridad dónde
me encontraba, era una tumba cubierta con apenas una vara y media de tierra más
o menos, y yo reposaba sobre una sepultura de donde salía el hedor a cadáver,
supongo llevaba unos nueve días desde su fallecimiento y que el sepulturero
Manuel Gómez, no acabó de tapar desde la llegada a Charalá de los rebeldes y
del Coronel Antonio Morales, y que se fue seguramente a hacer parte de la
muchedumbre o de algún grupo y no regresó más, para fortuna mía; el lugar
quedaba detrás de una piedra que cubrían matas de monte y hierba crecida que
caían sobre la tumba, y que tenía uno qué observar muy detenidamente para darse
cuenta que allí estaba, además la tierra se amontonó sobre las raíces de unos
árboles y no se veía, había qué estar por la parte de abajo para percatarse de
ello.
Con la nariz y la boca cubierta con la
manga que arranqué de mi camisa para evitar el hedor a muerto, hacía pequeñas
observaciones por entre la hierba y matorrales, y divisaba la puerta del
cementerio, al igual supuse dos o tres soldados allí apostados porque los
escuchaba de vez en cuando hablar en el cambio de guardia y por las ordenes que
recibían, intenté salir por la parte de abajo hacia el río, con la sorpresa que
habían soldados apostados a lo largo vigilando, por lo que deduje que Lucas
González dispuso sus hombres cercando el pueblo en previsión de algún suceso,
lo que no hicimos nosotros, realicé cuenta de lo que tenía en mi poder,
conservé mi pistola por tenerla en la cintura, mi sable, una daga, mi fusil se
lo di a uno de mis acompañantes en la última huida y en la carrera se quedó con
él, hasta ese instante lo recordé, tenía un pañuelo, unas monedas que sumaban
tres pesos y tres y medio reales, veinte cartuchos de pólvora y quince
municiones en la bolsa, en mi cuello una cadena de oro con su crucifijo, no era
mucho pero en caso de defender mi vida lo haría hasta el último instante, así
fuera a pescozones.
Indagué los movimientos y rutina de los
soldados percibiendo en ellos la confianza que se da cuando se tiene el dominio
de la situación, y aprovechando esos instantes de alejamiento en las rondas,
pude salir de la tumba en la penumbra de la tarde y buscar refugio a espaldas
de la capilla donde había gran cantidad de palos amontonados, tablas tejas,
ramas que cubrían un buen pedazo y que abrigaba seguridad. Como pude y en el
menor tiempo posible acomodé el lugar con mucho sigilo, eso cambió mi actitud
por una mejor esperanza, agradecí a lo alto que el sepulturero hubiera dejado a
medio tapar la tumba y el abandono en que se encontraba el cementerio, lleno de
hierba y maleza; en una pila encontré agua lluvia, la que tomé con ansias
calmando mi sed, además pude coger unas seis naranjas verdes del árbol apostado
contra el muro, que las comí dejando dos para después, a pesar de lo ácidas que
se encontraban y, poco más tarde asee como pude mi cuerpo quitándome la
suciedad con la manga de la camisa que mojé.
El día seis vino con el sol, me causó
extrañeza que ni los soldados hubieran traído a sus propios muertos al
cementerio, lo que nuevamente agradecí a Dios, me preguntaba qué estaba
pasando, y como pude me parapeté alcanzando el borde de la pared de la
callejuela acomodando algunas tejas de tal suerte no pudieran verme desde
afuera, con tal cuidado podía ver en parte a lo largo de la calle, observando
que los guardias se habían retirado del cementerio hasta la esquina de la plaza
dándome esto alguna seguridad, vi movimientos de caballos y tropa, y supuse
estaban reunidos en la plaza pero que no podía divisar, el hambre me
atormentaba, pero las naranjas me confortaban un poco, el agua se había
acabado, ese día fue de vigilia sobre la calle, y pude tener un poco de
movilidad por el lugar, encontrando en el solar contiguo al oriente, separado
del cementerio por pedazos de tapia en ruinas y cercas de varas y palos unas
ahuyamas cuyas enredaderas cubrían un arbusto y solar, ellas me proporcionaron
una buena comida, aunque crudas, con la daga se me facilitó el abrirlas y comer
cuanto pude, lo que mezclé con hojas de guacas picantes que crecían allí,
mejorando así el sabor.
El temor no se me había quitado aún, y
cualquier ruido extraño me sobresaltaba, haciendo agitar mi respiración,
debilitando mis piernas hasta hacerme temblar, en uno de esos descuidos en que
me acomodé y casi me quedo dormido contra el muro de la capilla me sobresaltó
sobremanera haciéndome prácticamente saltar, sabiéndome se me salía el corazón
por la boca, estallaba un gran ruido en las tablas de las puertas de la capilla
que a intervalos inmediatos retumbaban con más fuerza por el eco que dentro se
producía al tiempo que se oían chillidos de perros y gruñidos de cerdos y
carcajadas suponiendo algunos soldados practicaban tiros con piedras sobre los
animales saliendo estos en gran alboroto en lastimeros ladridos camino abajo
como el rayo, sentí los soldados se alejaban hasta no escucharlos más, el resto
del día pasó sin sorpresas para mí, salvo disparos que no sabía contra qué o
contra quién se hacían, y a ratos ladridos de perros y gruñidos contra el muro
hasta el anochecer.
Amaneció el día siete, y vi gran
cantidad de caballos y soldados suponiendo nuevamente se reunían en la plaza,
yo me inquiría cómo salir de allí sin peligro, quería hacerlo, los movimientos
de tropa me albergaban miles de pensamientos, a veces fantasiosos. Desde que
estuve escondido, a mi mente llegaba todos los días el recuerdo de mi adorada
Elvira y mis hijos, pensando estarían con el corazón en la boca por la
angustia, sin noticias mías, seguramente creyéndome muerto; hacía votos al
cielo para que todo cesara y pudiera encontrarme nuevamente con ellos, esos
recuerdos me daban fuerza y tomaba valor para no arriesgarme innecesariamente,
por eso no volví a intentar ir por el río, además por los movimientos de
soldados y animales, preví que pronto sucedería algo, quizás se aprestaban a abandonar
Charalá, y no me equivoqué, todo ese día fue de correrías, ires y venires,
mucha agitación de caballos, mulas, cajas y petacas, soldados que iban y
venían, a lo lejos sobre el altozano un grupo de oficiales, en los que a cual
más, ataviado con uniforme, charreteras y sable, deduje era el coronel Lucas
González, daba órdenes que no oía por la distancia de dos cuadras, pero que
podía distinguirse de los demás; su ejército seguramente en frente y formado
atendía sus órdenes militares.
Esperé con ansiedad su partida, pero
no, el día transcurrió con mucho movimiento y mi salud había comenzado a
menoscabarse, sentía fiebre, debilidad y una tos persistente que me asustó que
el ruido pudiera ser escuchado por algún soldado, me cubrí la boca con mi
pañuelo para apaciguar los estertores, el sereno de las madrugadas y las noches
frías hicieron mella en mi cuerpo que además estaba todo picado por los
mosquitos y los bichos, y aunque para dormir me cubría con tablas y ramas, el
frío me hacía levantar para mover un poco mi cuerpo y frotarme buscando calor,
dormía a intervalos, y con el mayor sigilo iba al solar vecino en busca de
ahuyamas, fue penoso, me ardían los ojos y la garganta, la debilidad estaba por
todo mi cuerpo, olía mal, estaba sucio, la cabeza y mi cara llenas de tierra y
mis ropas eran una desgracia, solo rogaba por mí a Dios que me dio la vida, no
me la quitara, de solo pensar en mi adorada Elvira renovaba mis fuerzas y
esperanzas de salir de esta angustia que me embargaba y hacía salieran lágrimas
desahogándome de las penas en que me hallaba, así llegó la noche sin ninguna
otra novedad exterior.
El ocho de agosto llegó con sus
primeras luces tímidas comenzando a apagar las estrellas y luceros del cielo y
por primera vez logré escuchar el canto de las aves llenándome de mucha
emoción, la noche fue terrible, la fiebre y la tos fueron mucho más sentidas y
constantes, casi no podía conciliar el sueño, no me importó si me oyeran, pero
además no quería perder el poquito calor del escondite de palos, pero la vejiga
y el estómago me obligó a salir a evacuar, no escuché más que aves, me asomé
por la tapia y vi todo tan apacible por la penumbra de la madrugada, observé a
lo lejos y hasta donde los árboles me lo permitían, el hilo claro sobre el
horizonte limpio de nubes, que la luz abrazaba los filos de las montañas que
guardaban y protegían a Cincelada y Coromoro, solo me restaba esperar un poco,
al rato volví a ver y ya con un poco de más luz se me presentaba la soledad de
las calles, no se oían las campanas de la iglesia, pues desde el día cuatro
dejaron de sonar.
Todo era silencio, no había soldados,
ni gente, ni caballos, me sobresalté y quise saber más, pero por dentro algo me
impulsaba a salir de allí, la tos y la fiebre amainaron por la excitación que
me producía el silencio, esperé con ansiedad un instante, nada, bajé de allí y
me dirigí a las puertas del cementerio entreabriéndolas con cuidado y
prevención, escuché claramente el ruido acompasado y chirriante de sus goznes,
asomé mi cabeza con precaución, miré hacia la entrada de la capilla con
rapidez, luego hacia la callejuela y todo lado, no había nada, salí y subí un
poco y me topé con el cadáver de una persona, tal fue mi impresión que di un
salto y creí salírseme el corazón de mi pecho al tiempo que ahogué un grito con
mi pañuelo, los cerdos y los perros estaban acabando de roer lo que quedaba de
él, yacían pedazos de esqueleto y trozos de carne adheridos en algunos huesos,
la cabeza había sido arrancada y se encontraba a unos pocos pasos del resto, un
hedor a podrido inundaba el sitio, recordé al compañero muerto en la huida y
pensé los soldados lo arrastraron hasta allí y por eso los ladridos y gruñidos
que escuchaba y las pedradas de los soldados que me hicieron sobresaltar.
Pasé rápido a la esquina de enfrente
cubriéndome con la tapia que encerraba el solar hasta bien debajo de la
callejuela, miré sobre la calle sin ver a nadie ni escuchar nada, las paredes
se veían largas a lado y lado de la cuadra, cargué mi pistola llevándola presta
por cualquier sorpresa, con la boca cubierta con mi pañuelo bajé de espaldas
contra la pared hasta encontrar los resquicios de la pesebrera de la primera
casa, así con mucho cuidado y con apenas luz suficiente en la claridad de la
mañana, llegué a la esquina de la plaza, todo era soledad, observé rápido pero
con detenimiento para todo lado sin ver movimiento alguno, eso me dio
tranquilidad, y bajé a la plaza no sé por qué, encontrándome con la escena más
terrible de mi vida, como si la angustia de haber estado escondido en medio de
cadáveres, lleno de constante miedo pareciéndome era aprehendido en cualquier
momento por fantasmas y espantos y aun soldados, fuera poco, comencé a ver las
terribles imágenes que estaban frente a mí, personas colgadas de los balcones,
unos del cuello, otros de los pies, aun de los árboles de la plaza, o amarrados
a los troncos, sin cabeza, o con sus brazos y piernas mutilados, sin orejas,
narices o con los ojos fuera de sus cuencas, algunos degollados, abiertos sus
vientres con las tripas colgando hasta el piso, lo que quedaba de ellas, pues
los gallinazos, los cerdos y los perros habían hecho su festín, mujeres
desnudas, seguramente vejadas y luego asesinadas, destrozadas; pedazos de
cadáveres esparcidos por todas partes, tal era el horror que vomité no sé qué,
y se llenó de mi un temblor que no sabía si lloraba, gritaba o gemía, en mi
cuerpo solo sentía punzadas infinitas y no acataba qué hacer, vi cantidad de
cadáveres por doquier, amontonados, decenas que seguramente fueron fusilados.
Como pude solo atiné a pensar en mi
casa, y con dificultad movía mi cuerpo, fui por el costado de la iglesia por la
calle real caminando por entre cadáveres hasta antes de la esquina, las puertas
estaban abiertas y adentro por doquier un desorden total, los soldados habían
estado allí revolcaron todo, saquearon la casa, ropas tiradas, los muebles una
desgracia, la vajilla destruida. Busqué agua y sacie mi sed, lavé mi cabeza,
cara y manos, ya un poco calmado escuché gente en la calle, salí y vi tres
personas que con sombreros y el rostro cubierto venían con mucho sigilo, con mi
pistola lista en una mano y el sable en la otra les salí al paso y les inquirí
quiénes eran y asustados de verme por la sorpresa gritaron no les hiciera daño,
que eran vecinos y venían a ver porque en la noche siendo la una o dos de la
madrugada, en distancia como a legua y media del pueblo, oyeron mucho ruido de
caballos por estar su rancho cerca del camino y salieron a esconderse en el
monte cercano, vieron gran cantidad de soldados que llevaban gente presa, que
esperaron prudentemente hasta después que pasaron y se vinieron para el pueblo
en busca de sus familiares sabedores de lo que había ocurrido aquí, viendo
desde la llegada los destrozos y gran cantidad de muertos por las calles, que
estaban muy asustados y venían rezando el rosario cuando yo aparecí.
Tranquilizado y con la ayuda de estas
personas que se ofrecieron a acompañarme un rato al reconocerme y como pudieron
hicieron un poco de orden en mi casa y prepararon como desayuno una changua
para mí, porque no había más, lo que no consumieron se lo llevaron las tropas
del rey, huevos, pan, carne salada, las gallinas, el jamón, los cubiertos,
algunas ropas, mantas y lo que pudieron encontrar y les podía servir, me asee y
cambié de pantalones y camisa, que por fortuna hallé unos pocos, los zapatos
los mismos porque no encontré otros, se los llevaron también, quedé más a gusto
en mi presentación, busqué en el solar unas hierbas medicinales para curar mi
afección tomando aguas y pensando en ir a buscar a mi esposa e hijos, ya estaba
solo porque los infortunados ayudantes se fueron a encontrar a sus familiares,
o lo que quedara de ellos, agradecí en silencio su ayuda, en eso escuché gran
tropelía en la calle y salí presuroso a averiguar, viendo que se trataba del
Capitán don Fernando Santos, el Coronel Morales, don Antonio Tovar, los Amaya,
Ardilas, y demás comandantes con toda su tropa que se tomaban nuevamente a
Charalá, el encuentro fue muy emotivo para mi renovando un poco mis fuerzas después
de haberles relatado mi desventura a los oficiales y comandantes y de habérseme
proporcionado alimentos decentes, fui invitado a seguir en aquella tropa como
comandante a lo que muy amablemente decliné de su ofrecimiento.
Don Fernando Santos me dijo del triunfo
de Bolívar el día siete que destruyeron las tropas del coronel Barreiro, lo que
me alegró inmensamente, que el pasado cuatro en su huida habían sido
perseguidos por Lucas González hasta Cincelada, pero que dado que nada
conseguía se devolvió para esta, mientras tanto hubo reorganización de la
milicia decidiendo volver a Charalá con toda la gente para ahora encontrarse
con el horror que les proporcionaba lo que veían, el hedor invadía las calles,
casas y plaza, los que habían huido a los montes, a Riachuelo y a Ocamonte
habían comenzado a volver con la noticia que los godos abandonaron el pueblo,
el llanto y los gritos se oían por doquier, especialmente de las mujeres, supe
igualmente por boca de algunos que se libraron de la muerte, que el cuatro
muchos fueron donde el Coronel en solicitud de perdón y piedad, y que solo
encontraron el filo de la espada en los tres días siguientes, en la plaza mandó
fusilar decenas, mutiló, degolló, torturó sin escrúpulo alguno, permitió que
sus soldados vejaran a cuanta niña y mujer caía en sus manos, incendiaron
casas, aun con gente dentro de ellas, saquearon muchas otras, especialmente se
ensañaron contra la de las gentes más ilustres y prestantes, (lo que me
constaba porque la mía quedó un desastre) y lo peor, que los que buscaron
refugio en el sagrado recinto de la iglesia, y de los que se salvaron de la
ferocidad de los soldados, contaron que allí fueron asesinadas muchas personas,
hombres, mujeres y niños, saquearon las joyas de la cofradía, los ornamentos de
oro, plata, esmeraldas, rubíes, perlas y demás que había, la sangre corrió
empapando hasta el sagrario, lo que verificaron los que fueron enviados allí
por don Fernando Santos, diciendo que solo habían encontrado pedazos de cadáveres
por doquier y que se los comían los perros y los cerdos; Lucas González dio
orden terminante bajo severo castigo que no se enterrara ningún muerto para que
sirviera de escarnio y ejemplo a quien en adelante osara sublevarse, yo por
fortuna estaba sentado porque sentí desvanecerme volviendo en mi con ayuda del
encargado de sanidad que venía de Boyacá con el Coronel Morales, que aunque no
era doctor en medicina, sabia tratar de muchas dolencias y heridas.
Restablecido, se me comunicó que uno de
mis sirvientes estaba buscándome hacía rato por todas partes pensando que tal
vez estaba muerto, y que como llegaron los comandantes supo que yo estaba entre
ellos, alegrándome sobremanera, diciéndome que mi esposa, en la tarde de ayer
se había ido a la hacienda de la Capellanía y había dado orden para que se me
encontrara, sabedora de la partida del ejército real, que aunque se le veía
triste y pensativa, rezaba el rosario constantemente por mí, no pude más y con
el caballo que me trajo mi esclavo José María, dispuse marcha inmediata para mi
hacienda en busca de mi adorada Elvira y mis hijos, deseándoles éxitos a don
Fernando Santos, al Coronel Morales, a Tovar, los Amayas, Gómez, Lineros,
Ardilas, Hurtado y muchos otros que quisiera anotarle en este relato, recibí un
gran abrazo de don Fernando Santos, los Amayas y otros, igual lo hizo el
Coronel Morales quien al instante dio orden inmediata se cavaran algunos fosos
en la plaza para enterrar allí los cadáveres que se pudieran, los que había
dentro de la iglesia y algunos de la plaza, esto para evitar un espectáculo
morboso, innecesario y doloroso para muchas familias.
No todos los que bajaron con las tropas
de Cincelada y Coromoro se fueron para Oiba y Socorro, pues se trataba de
organizar un batallón con el nombre de Rifles de la Guardia, al mando de don
Fernando Santos, con el mismo grado de Capitán, según órdenes del General
Bolívar a quien se le llamaba merecidamente El Libertador. Repuesto en mi ánimo
y entre hombres armados de lanzas, fusiles, espadas y demás, fui despedido casi
que con honores y en medio de esos grupos que alzaban sus armas, como haciendo
calle se oían gritos de vivas y aplausos, lo que francamente consideré no
merecía, pero que aquellos amigos dijeron era justo por lo que había pasado.
Partí de allí sintiéndome libre y con nuevos aires de esperanza, pero sentía
también una gran herida en mi corazón, las lágrimas me brotaban constantemente
atravesando mi alma, desde ese día comencé a sentir miedo, un miedo a no sé
qué, a muchas cosas, pero también a nada, y que no sé cómo sacar.
El encuentro con mi familia fue de
alegría, pero con mucho llanto. Supe que el Coronel Cruz Carrillo, enviado con
tropas desde el mismo campo de Boyacá después de la victoria del siete de
agosto, se encontró con las del Coronel Lucas González que iban para reforzar a
Barreiro, causándole desbandada, algunos muertos y prisioneros, que tomó rumbo
de regreso pero no tuvo valor para pasar nuevamente por Charalá, pues el muy
cobarde había encontrado fuerte resistencia y sabiéndose perseguido por la
retaguardia, buscó ruta para escapar hacia el norte, pues no tenía otro camino.
Pasó por Ocamonte evitando entrar nuevamente a éste y con las sombras de la
noche en marchas forzadas y la soledad de los caminos llegó a San Gil, desvió
para Onzaga, y creo sigue camino para Cúcuta huyendo de nuestros hombres. Ruego
a Dios se apiade de los pueblos y de las gentes por donde pase, pues lleva en
su corazón el odio y la sed de venganza y de la sangre de inocentes, porque su
único pecado es el de querer ser libres.
Así amigo mío, ruego venga a ayudarme
en estos funestos días para expulsar de mí, todos esos recuerdos que cada vez
renacen aún, cuando estoy despierto, llegando nuevamente la vivencia de esos
días terribles. Por expresa petición di orden para no saber noticias de lo que
sucede en otras partes, no queriendo estar al tanto de guerras, ni de muertes,
y por ello hasta el día de hoy no he vuelto a Charalá, para no recordar lo que
vi y viví. Así me despido con la esperanza de verle, y si puede acudir pronto
hágamelo saber por medio de una misiva que traerá mi fiel servicio, rogando a
Dios lo cubra de paz y felicidad junto a su querida esposa Ana y sus hijos, a
quienes llevo en mi corazón. Su amigo que nunca lo olvida.
Don Fernándo Arias Nieto.
JOSE NAURO WALDO TORRES QUINTERO
T. P. 4650 del MEN
San Gi, julio 28 de 2.020