LA MADRE ES LA PRIMERA MAESTRA.
“Como sea la
madre, será el progreso de la Nación, como sea la madre, será la dulzura de la
cultura. Las madres son las hacedoras de la fortuna o la desgracia de una Nación;
porque ellas dan forma a las fibras de las almas”.
En mi trabajo como maestro he sido testigo de
casos que corroboran la afirmación anterior de Sai Baba, un profeta indio de
nuestra época. Pero, he sido testigo de ejemplos que demuestran como las madres
no educan bien a los hijos.
Hace un par de años siendo director de grado,
al entregar el informe académico de una niña del grado noveno, quien había
perdido ocho de once asignaturas, la madre al recibirlo y constatar los
resaltados de las áreas perdidas, la premió con fuerte cachetada en mi
presencia, además de gritada retrimenda.
Este año en una clase a las seis de la
mañana, un niño de séptimo se durmió sentado en el pupitre. Lo desperté con un
afectuoso contacto de mi mano sobre su hombro derecho. El chico despertó
sobresaltado, y por hacerlo, los demás del aula, se burlaron riéndose del niño.
El niño lloró el resto de la hora de clase. Al otro día en rectoría llegó una
carta denuncia de los padres del estudiante. En ella se afirmaba que yo había
golpeado al niño en la cabeza y me había dirigido a él como lenguaje
inquisidor, causándole daño moral. En ella descalificaban mi labor exigían
sanción ejemplar e iniciar proceso disciplinario porque no estaba capacitado
para ejercer la docencia. Ya llevaba 35 años al servicio de la nación.
Ese año fui docente de lectoescritura. Mi
responsabilidad, despertar en los educandos el amor a la lectura como un
ejercicio de lúdica para comprender lo que otros escriben. Y el camino más corto era dar instrucción
sobre técnicas de lectura, técnicas de redacción de textos mediante diagramas o
mapas lógicos y técnicas para identificar las ideas principales y secundarias
en párrafos. En una de las prácticas de redacción descriptiva, solicité que los
estudiantes redactasen un retrato de la madre o el padre con un mínimo de
cuatro párrafos. Siempre he tenido como habito leer lo que mis alumnos escriben
y orientarlos con mis apreciaciones. Lo hago en forma escrita sobre el trabajo
presentado.
Una niña hizo en dos renglones describió física y
psicológicamente a la primogenitora. Sobre el trabajo enviado por el correó
electrónico de la madre, al opinar sobre la descripción recibida, afirmé: “Revisé el trabajo, no lo califico porque no sé a
quién pertenece. El nombre de quien envía el correo no está en alguna de mis 18
listas de estudiantes. Los puntos desde el 7 y sucesivos están muy sosos,
cortos y no se tuvo en cuenta las recomendaciones para hacer la composición
entregadas en clase. La nota es 3.0. -Se calificaba sobre 5- este correo tienes
que imprimirlo y mostrarlo en el aula para confrontar lo aquí expreso”.
La niña me responde por el mismo medio: -“no profe soso m trabajo no”-.
Posteriormente la niña me hace saber el grado
y la jornada que cursa, y escribe un par de días después este correo: “Buenas
noches profesor este mensaje lo envía……la madre de….. “le pido el favor
expresarse en otros términos con mi hija, ella no hace trabajos sosos siempre
se a esforzado en sus tareas y trabajos, no tiene porque humillarse ante el
grupo por darle un gusto a usted, le pido respeto y no voy a permitir q mi hija
le presente la copia q usted le esta pidiendo, agradezco su atención”.
Siempre he aceptado que uno es lo que los
demás hacen de uno. Y en este blog he afirmado que los hijos son el resultado
de la educación de los padres. El científico más reconocido del siglo XX,
Albert Einstein, dijo: “Dar ejemplo no es la principal manera de
influir sobre los demás; es una única manera”.
Estoy leyendo la revista “Educare”, una
publicación que viene de Argentina relacionada con la educación en valores. En
la página 2 con el título “Crianza, la búsqueda del equilibrio”, dice
textualmente: “Los hijos son encantadores retoños, llenos de promesas
que, mediante un sabio cuidado o un amor bien dirigido, pueden llegar a
florecer como ciudadanos ideales, capaces de entender, apreciar y practicar la
ardua disciplina establecida en la sabiduría antigua para lograr el
conocimiento de sí mismos y el conocimiento del universo, que no es sino otro
aspecto del Ser”.
“Los primeros años de vida son
cruciales y, por lo tanto, la madre y el padre deben compartir la
responsabilidad de una crianza adecuada para los hijos. Las habilidades, las
actitudes, los prejuicios y las emociones que constituyen o echan a perder el
futuro se van integrando en los cimientos del carácter durante esos años
cruciales. Los padres deben hacer que esos cimientos sean firmes y rectos. Pero
¿con que cuentan ahora los padres para esta tarea? No tienen un conocimiento
profundo de su propia cultura; carecen de fe en los valores de ésta; no
practican ninguna disciplina espiritual; no tienen paz mental: los niños deben
crecer en una atmósfera de reverencia, devoción, servicio mutuo y cooperación.
Se les debe enseñar a respetar a los padres, maestros y mayores”.
“La influencia que ejercen los padres
sobre las mentes de los niños es muy significativa. De hecho, es la influencia
primaria y predominante en la personalidad del niño y su patrón de conducta. En
la actualidad los niños están creciendo en una atmósfera contaminada de
corrupción, la ansiedad y la pompa hueca, porque las personas están enamoradas
de la cultura materialista y superficial”.
“Mientras permiten a sus hijos la
libertad, las madres deben, no obstante, refrenar las tendencias dañinas. Deben
promover la conducta respetuosa hacia los mayores de la familia. Deben ser
cuidadosas con su propia conducta en presencia de los niños, porque los jóvenes
aprenden mucho de la emulación. Un espíritu de comprensión y compasión debe
saturar el hogar”.
“El regazo de la madre es la primera
escuela para cada hombre. Solo las madres dedicadas pueden ofrecer a la Nación
niños que se esforzarán por crear un gran futuro para el país. Una buena madre
es un valor Nacional. La madre es el factor más decisivo en la vida. La madre
define el futuro de un niño”.
Mi experiencia como maestro por más de 40
años y como padre de seis hijos me obligan a compartir las siguientes conclusiones,
fruto de mis reflexiones:
1. Los
padres deben ser coherentes con la palabra, el pensamiento y la acción. A veces una conducta que dejamos pasar
en casa se vuelve imperdonable en público porque nos avergüenza. El niño no
tiene responsabilidad en estas actitudes ambiguas y contradictorias de los
adultos.
2. Los
correctivos hay que hacerlos en el momento preciso. Si un hijo se está portando mal en la
calle, no esperar hasta llegar a casa para poner los límites. Si no se actúa de
inmediato, el pequeño no recordará lo que hizo y no tendrá un referente para
mejorar.
3. Gritar
“no” es improductivo. Porque
el grito está hablando de un descontrol del adulto y porque la sola enunciación
de la palabra “no” es insuficiente para lo lograr el efecto deseado. Hay que
convencerlos de que se está hablando en serio y retirarlos físicamente del
lugar, problema u objeto del conflicto.
4. Contar
hasta diez y permanecer serios y calmados. Cuando se da una reprimenda, el gesto debe acompañar la
seriedad del asunto. Contar hasta diez (o hasta 50, si es necesario) para
evitar una reacción impulsiva. Los chicos aman a sus padres, aunque a veces
actúan como si los odiaran.
5. Avisar
siempre antes: A
partir de los dos años, el niño está en condiciones de entender claramente lo
que se advierte: “si sigues portándote de esta manera, mañana no te contaré tu
cuento favorito/no verás tu programa favorito por TV, etc.
6. Hacer
solo promesas realistas. Desde
los tres años en adelante, el niño está en condiciones de entender las consecuencias
de sus actos. “Amenazarlo con romperle la cara” no es realista, además de
brutal. Si lo es, anticiparle que perderá un privilegio (por ejemplo, jugar con
sus juguetes, usar el celular, acceder a Internet).
7. No
invocar a otros como futuros ejecutores de su castigo: a menudo se promete que un tercero (su
padre, el médico, etc.) aplicará un correctivo. No es afortunada la idea de
prometer que “el medico te pondrá una inyección si te sigues portando mal”,
porque no hay inyecciones para la mala conducta y porque cuando haga falta
realmente aplicarle una, estaremos ente una situación doblemente complicada.
Además, convertir la llegada del padre en una temida espera es una injusta
transferencia de responsabilidad.
8. Prometer
y cumplir lo prometido: esto
es bueno y productivo en cualquier plano, pero tiene un valor específico en
materia de disciplina. Hay que dar la opción de comportarse como lo hemos
solicitado o enfrentar las consecuencias. Y el niño necesita estar seguro de
que cumpliremos con la promesa que le hagamos: “sigue llorando. Como te
portaste mal, no te vamos a llevar al paseo”.
Cuando lo prometido se cumple, al chico le basta una sola advertencia.
9. Jamás
golpear: No se debe
abofetear o golpear a un hijo para que entienda algo o acepte algo. El adulto
necesita controlarse y saber que una mirada dura puede llegar a ofender
terriblemente a un pequeño. Una clara actitud de desaprobación, con el ceño
fruncido, la mirada fija y una sacudida de cabeza alcanzarán. Los niños
necesitan entender las cosas, sin por ello, perder el amor de los mayores.
Terminó mi lectura de la nota de la
revista citada con este párrafo resaltado: “Cuando tengan que reprender a un
niño por alguna falta o fechoría, no se abalancen repentinamente sobre él o
ella o lo aterroricen con gritos. En lugar de eso, díganle: “si otro niño te
hiciera lo mismo, o se llevara algo que te pertenece o te pegara, ¿no te
sentirías herido? Si no te gusta que te alguien lastime, tú también debes
evitar causarles daño a otros”. Los niños comprenderán rápidamente y se
arrepentirán. Resolverán no repetir un acto o palabra semejante otra vez. Ellos
ceden ante el consejo afectuoso”.
Ecoposada La Margarita, Puente Nacional
Junio 13 de 2.014
NAURO TORRES QUINTERO
Profesor de Lecto-escritura
Colegio Técnico nuestra Señora de la Presentación 2.014
San Gil.