“La ventaja de ser honesto es que hay poca competencia”
En los diferentes niveles del Estado, torcidos hacen de día y de noche, para unos pocos comerse la mermelada a costa del erario publico que pagamos todos.
Quienes mas invierten en campañas políticas, más votos tendrán de quienes venden el voto a cambio de una empanada, y ellos, los elegidos, mas tajada tendrán que sacar del presupuesto municipal, departamental o nacional. Unos exigen el 10%, otros hasta el 20% del valor total del proyecto a ejecutar que sumados al porcentaje de los impuestos, terminan los menos garosos, invirtiendo el 50% del valor total del presupuesto aprobado. ( http://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/sobornos-en-colombia-cifras-de-corrupcion/15865535/1)
Los torcidos con sabor político que solo llenan la panza de quienes los exigen y de quienes lo pagan para lograr un trabajo, no se parecen ni en el proceso de hacerlos, ni en los recursos que usan, ni en la forma de esconderlos, incluso al probarlos, a los torcidos de Benjamín.
Los primeros son de papel de seguridad con diferentes denominaciones, no se comen pero se usan para festines, y los segundos, son de cuajada y trigo. Los primeros se cocinan en las oficinas, en los restaurantes o en los bares, y los segundos en un horno. Los primeros se pagan en efectivo y sin contar los paquetes de billetes, y los segundos también se compran en efectivo con billetes y monedas de baja denominación, y hay muchos empleados públicos que al comprarlos, piden vendaje. Se parecen los dos porque al entregar los torcidos, ambos van en bolsa, los primeros en material plástico y los segundos en papel crack.
“A la vida hay que recibirla como se presente cada día, con una sonrisa”.
Benjamín Prada Pinzón es un octogenario que nació en la vereda San Isidro del municipio de San Joaquín en el mes en el que la Asamblea de Santander adopta por unanimidad un programa socialista, y los seguidores del partido liberal exigen la democratización del partido; nace en el año en que se inaugura en Colombia los vuelos aéreos entre Bogotá y Nueva York, el mismo año que el Gobierno Nacional reconoce al gobierno republicano de España, crea Rentas nacionales y decide comercializar los ferrocarriles nacionales, y en Barranquilla, en un motín contra el hambre, las turbas destruyen el Teatro Colombia y en Bogotá se inaugura el mejor circo de toros de Suramérica que posteriormente se llamó La plaza La Santamaría.
Benjamín Prada Pinzón nace el 31 de marzo de 1931, el año en el que los colombianos sufrían el impacto de la gran depresión ocurrida desde 1928. Urbano se llamaba su padre que murió a los 96 años y Socorro, la madre que expiró a los 93.
Desarrolló la motricidad fina recogiendo trigo y cebada, desgranando mazorca y frijol y jugando con la tierra y las piedras y expandió la motricidad gruesa recogiendo chamiza, labrando la tierra, subiéndose a los arboles, pastoreando las ovejas y deslizándose sobre un cuero de res por las laderas de la finca paterna.
Urbano y Socorro, campesinos de pura sepa, tuvieron una docena de hijos que desde que pudieron caminar, empezaron a ayudar con los oficios de la casa y a la economía del hogar, pero al cumplir los siete años, usando los ahorros de muchos años, los esposos compraron una ramada en el casco urbano para guarecer a los hijos que no dejaron sin escuela.
Don Benjamín Prada en el oficio de panadero.
Benjamín aprendió a leer y escribir y con esas incipientes herramientas se ha enfrentado felizmente a la vida durante 85 años y los que les falta por vivir, pues tiene mas energías que los jóvenes de hoy.
Él, era muy feliz en la vereda pasando los días entre los surcos de la labranza y los potreros en donde apacentaba los ganados de la familia, pero un día cualquiera del añ0 49 del siglo pasado, estando vendiendo unos bultos de arveja en el municipio de Onzaga, Santander, fue reclutado a la fuerza, disque para servir a la patria porque estaba que ardía por las diferencias entre liberales, -los que hoy ganaron la Gobernación de Santander- y los conservadores de ese entonces, poco parecidos a los de hoy, cuya dignidad e ideario dirigida por los representantes departamentales y nacionales, se ha esfumado acomodándose en donde mas les alumbre el sol.
Benjamín terminó en el segundo contingente del batallón motorizado de Bogotá para ayudar a disminuir los disturbios causados por la muerte del patricio liberal Jorge Eliecer Guitan y contribuir a disminuir esas diferencias partidistas, pero una vez cumplido el tiempo del servicio militar volvió a la vereda San Isidro a seguir acariciando la tierra de la que se enamoró desde niño y que como toda amante prodigaba cosechas abundantes para el consumo familiar y para vender, unas veces en San Joaquín, y otras, en Onzaga.
Panorámica de San Joaquín, Santander,
Benjamín no conocía los pingüinos, ni los caballitos de mar, tampoco el lobo gris, pero en los riscos de la cordillera donde nació y contemplaba, admiraba ocasionalmente a quienes sin mover las alas dominaban el cenit, esa ave grande y majestuosa que esta incluida en el escudo de Colombia, y que ante el viento, juega con él, y ante el sol, éste lo contempla dándole profundidad al color negro y blanco como si fuese el rey de los gallinazos; y desde entonces, Benjamín decidió ser como el cóndor de los Andes, decidió ser monógamo casándose con Helena cuando él tenía 29 y ella 19 años. De esa unión se lograron once hijos de los doce que nacieron, y de ellos, seis mujeres.
Helena y Benjamín levantaron los hijos con el trabajo del campo pero viviendo en la cabecera municipal. Ella vendiendo comida a los empleados oficiales, y él, labrando la tierra de lunes a jueves de cinco de la mañana a las cinco de la tarde, pero los dos, junto con las hijas mujeres, cada jueves desde las once y media de la noche hasta las diez de la mañana del día viernes, se han dedicado a jugar trabajando, convirtiendo la familia en los únicos productores de pan artesanal de la región de ONZAMO en Santander, Colombia.
Helena, esposa de Benjamín exhibe una latada de torcidos
Pan, que en la medida que va saliendo de un antiquísimo horno a gas, se va empacando en bolsas de papel kraff, y en menos de tres horas, ni los olores quedan en el ambiente, pues la producción total ha quedado en las familias y ocasionales visitantes que no pueden adquirir mas de diez mil pesos para que la amasada de la semana alcance a cubrir el consumo por demanda de quienes viven con la soledad y la paz de un poblado posado en el el valle de un arroyuelo que se escurre desde las montañas recogiendo los abonos que se desprenden con las lluvias para ir a fertilizar tierras de Onzaga en Santander.
Cuatro personas empiezan la jornada nocturna, alistando los insumos, calculando las cantidades a producir y los productos, mezclando y remojando las harinas para luego, ponerse todos a hacer los panecillos, las mogollas, los torcidos, las tortas, las almojábanas, los benjamines-compréndase panderos-, y los ponqués para ocasiones especiales con el secreto de la familia Prada.
Mogollas con sema, trigo y miel de caña.
Hacía las cinco de la mañana, como si no hubiese pasado la noche trabajando, Benjamín, llueve o truene, se va para el potrero, distante unos quinientos metros del casco urbano a cortar pasto para alimentar durante el viernes al rebaño de camuros que desde siempre ha tenido, y media hora después, regresa a la panadería, se pone el delantal de viejo cuero con tirantas y unos guantes del mismo material que cubre hasta el codo sus manos, y empieza la horneada que termina sobre las once de la mañana tostando el maíz, las habas, la arveja, el trigo y la cebada que las diferentes familias traen para ese servicio para usar luego en el consumo familiar.
La casa de la derecha es la panadería de Benjamín Prada en la calle principal de la municipalidad.
Los panecillos, almojábanas, mogollas, mantecadas y Benjamines se adoban con mantequilla de vaca que cada jueves llega por arrobas del vecino municipio de Onzaga y con miel de caña que algunos campesinos todavía producen en veredas lejanas.
Las almojábanas se mojan en proporciones iguales de harina y cuajada, los torcidos llevan tres partes de cuajada y una de harina, y las mogollas llevan un cincuenta porciento de sema y van endulzadas con miel de caña; y las mantecadas, como los penques, tienen el secreto que mantendrán los miembros de la familia y ayudantes que se dan cita cada jueves a jugar trabajando haciendo delicias con la harina de trigo.
Marina, la hija, como los padres, Benjamín y Helena cuentan que las amasadas dan oficio pero que ellos se divierten haciéndolo porque es un trabajo que han venido haciendo desde niños, y con tal que se recoja lo de los insumos y se pague a las personas que colaboran, así como los servicios públicos y el gas, es un agrado hacerlo mientras tengan vida.
Por eso en Joaquín usted encuentra pan de cien, doscientos y quinientos pesos, así como mogollas de quinientos, mil y dos mil pesos, y mantecadas desde dos mil hasta cuatro mil pesos con el sabor y la sazón del pan artesanal que le pone la familia Prada en ese pueblo escondido entre cordilleras de tierras arenosas de las que los campesinos derivan el escaso sustento para vivir en paz convencidos que cuando la muerte les llegue estarán con los mismas pertenencias que tenían cuando nacieron abrazando la muerte así como lo hicieron con sus vidas, pues tienen la creencia que la muerte es parte de la vida, y la vida sin la muerte sería aburridora porque no habrían renovación del universo y con que hay en él.
Vista desde la casa de Benjamín en donde funciona el restaurante por demanda.
Y si usted alguna vez va a esta localidad, debe mandar hacer la alimentación, y donde Martha y Helena encuentran sabrosos desayunos y cenas a 1.5 dólares y almuerzos de dos dólares, incluso con pescado y postre.
Ricas mantecadas.
Los torcidos de Benjamín son un deleite al paladar, por su cocción, por su sabor y por su suavidad. Desde los padres de Benjamín estos panecillos de harina de trigo y cuajada, se le llaman torcidos por la forma de clineja que se les da y se bautizaron con ese nombre para recordar al consumidor que la ventaja de ser honesto en el pensar, en el actuar y en el hacer, no tiene competencia, pues abundan las personas de doble moral que se enriquecen con los torcidos que traman los contratistas con los administradores públicos para quedarse con un buen porcentaje de los presupuestos institucionales.
Las fotografías son de propiedad del bloggero.
San Joaquín, octubre 30 de 2005.